Isekai genérico capítulo 10


Capítulo 10:



Valian.



Era de noche, en la urbe de Ostrobriga, una de las ciudades más pobladas al oeste del reino del sur. A pesar de que el cielo estaba nublado y amenazaba con una fuerte lluvia, reforzada con los constantes relámpagos, se respiraba una sensación de frescor unida a la fragancia liberada por las plantas que creían en los jardines de una de las casas nobiliarias y el palacio ubicado en la parte alta de la urbe.

 

A diferencia de otros asentamientos contaba con calles modernas, las cuales estaban pavimentadas por losas de piedras cortadas y encajadas, un trabajo hecho por los antiguos habitantes a petición por un olvidado emperador. Esto favorecía el tráfico de carrozas de comerciantes que llegaban cada vez con mayor frecuencia.

 

Las casas más humildes se encontraban en la parte baja de la ciudad, colindando con las altas murallas de mampostería. Esas casas contaban con hasta tres pisos y abarcaban comunidades de individuos que vivían cerca de las fábricas de artesanía y hostelería de la ciudad.

 

La urbe también contaba con un antiguo acueducto que distribuía agua traída directamente desde las montañas y los pozos subterráneos. La distribuía en fuentes localizadas en puntos clave, como el mercado de abastos, el palacio, los baños, así como a los templos.

 

Las posadas y tabernas se ubicaban en los alrededores del mercado, permitiendo a comerciantes nómadas, viajeros y aventureros repostar y compartir historias. He aquí en una de ellas donde un joven llamado Valian cenaba tranquilamente. Pertenecía a la aristocracia, concretamente a la familia Savanger, cuyo cabeza de familia apoyaba al actual rey a conservar su trono. Sin embargo, el chico no pertenecía a la línea principal, sino de una de las ramas más alejadas. Aquellas familias de noble cuna, pero de bajo linaje podían portar el apellido de la familia y tener el honor de presidir a los banquetes y reuniones, pero no gozaban de todos los privilegios de los principales linajes. Valian conocía su lugar en el mundo, pero a su manera tenía grandes sueños, lo que le llevó a numerosos enfrentamientos con su propia familia.

 

Sentado a la mesa, disfrutaba de un sabroso jabalí asado en acompañamiento de una guarnición de verduras; una rebanada de pan de centeno al lado de un cuenco con mantequilla para untar y de beber un vaso de sidra.

 

Dos hombres de aspecto intimidante se acercaron a él, quien se sorprendió al verlos.

 

—Salud señor ¿Podemos sentarnos?—

 

—Faltaría más— Respondió Valian —Oí que llegaríais, pero no me esperaba que vuestra llegada fuese tan repentina ¿Puedo invitaros a algo? ¿Comer, beber?—

 

—Le agradecemos por su amabilidad, pero venimos servidos—

 

—A mí me apetece una cerveza— Hablo su compañero, quien de inmediato se ganó una mirada severa por su falta de respeto, aunque Valian le sonrió con indulgencia.

 

—Pide lo que quieras— Valian llamó a un camarero.

 

—Traemos nuevas, señor. Entre ellas están buenas noticias y malas noticias ¿Cuál le apetece oír?—

 

Valian meditó su respuesta mientras degustaba un pedazo de carne.

 

—Dime las buenas primero, vuestra llegada cuenta entre ellas—

 

El calvo se rio y luego continuó.

 

—Resulta que el archiduque Eigeins ha terminado de reunir a sus ejércitos y se dispone a plantar cara a los invasores del norte—

 

—Esa es una gran noticia, después de haber perdido una gran parte del territorio por fin vamos a recuperarlo—

 

—Pero la mala noticia es que las tropas imperiales no van a acudir a ayudarles—

 

—¿Qué?— Exclamó Valian —Pero si el rey lo prometió, dijo que ya había preparado a sus mejores huestes y que esperaba a que el duque hiciera su movimiento—

 

—Las tropas nunca fueron movilizadas, siquiera se realizaron levas. La cosa está muy tranquila en la capital, según dicen todo está controlado y que pronto nuestro rey se reunirá con el joven rey del norte para negociar una tregua—

 

—A este pasó será una un acuerdo de capitulación. No veo como las tropas del duque puedan ganar esta guerra sin ayuda del rey. De sus tropas concretamente— Comentó Valian decepcionado.

 

—Pero eso no es todo, en la capital un grupo de fanáticos de la iglesia de las estrellas, junto con el culto de Armazad han asaltado el templo de las llamas y les han dado una paliza brutal a los sacerdotes. Los sacaron a rastras y los arrojaron por las escaleras de la escalinata—

 

—¿Y eso?—

 

—Salazard ha muerto— Soltó el acompañante haciendo que Valian casi escupiera la sidra.

 

—¿Cómo?—

 

—Salió a vengar a su hermano, quien murió en extrañas circunstancias y no regresó. Un asentamiento en la frontera del bosque de Malmedy devolvió el cadáver sin vida a uno de los templos. Sobra decir que cuando los otros cultos se enteraron de ello no dudaron en atacar los templos—

 

—Y el rey sin hacer nada, creo que se pondrá de parte de los agresores, aun obteniendo los dragones que consiguió para su ejército de manos de Salazard, no hizo nada para proteger los templos. Y eso que prometió que estaría en eterno agradecimiento con ellos— Añadió el calvo —Otra noticia es que las carreteras últimamente son más seguras. Los comerciantes de todas las ciudades se están aventurando a ir a otros territorios ¿Sabes lo que significa eso?— El chico asintió —Que volverá la rica carne de cerdo de las granjas de Vastóbriga—

 

—¿Alguna razón que explique dicha reducción de delincuentes?— Preguntó Valian, a lo que ambos negaron con la cabeza. Sin más noticias que contar, los dos hombres se despidieron del chico, no sin antes de que este les pagase generosamente con una moneda de oro a cada uno de ellos.

 

Tras terminar de comer regresó a su casa, en donde fue atendido por los criados que ahí trabajaban. Estos le prepararon la habitación encendiendo la chimenea y cambiando las sábanas de la cama.

 

Cuando se encontró solo Valian se dejó caer sobre una silla de madera con un cojín sobre el asiento y el respaldo. Sacó un cuaderno que mandó encargar en secreto un cuaderno cuyo papel estaba hecho una técnica jamás usada que consistía en procesar el serrín para luego emblanquecerlo con ácidos obtenidos de la alquimia. Ese proceso, aunque ofrecía un papel de mayor calidad, era demasiado caro para obtener papel a escala industrial. Junto al cuaderno sacó un estuche lleno de lapiceros, borradores y sacapuntas, los cuales mandó a fabricar a diferentes artesanos.

 

Valian conocía el lugar que ocupaba en la sociedad. Cuando entendió que sin importar los logros que pudiese obtener tanto en ámbito político o miliar, el mundo no le permitiría llegar a la cima de la pirámide social, decidió crear su propio camino usando una herramienta muy subestimada, la información. Una herramienta que pocos sabían sacarle provecho.

 

Habló con todas las personas que pudo, elaboró una base de datos con sus nombres y ocupaciones, realizó un filtrado y seleccionó a los mejores candidatos para que fuesen sus ojos y oídos. Empezó pagándoles pequeñas sumas por detalles triviales, precio que empezó a aumentar conforme más lo visitaban trayendo exclusivamente nuevas noticias. Pronto empezó a ver los hilos que movían la sociedad. Haciendo diferentes tratos con comerciantes y prestamistas amasó una pequeña fortuna que reinvirtió ampliando su red a diferentes regiones. Por supuesto no faltaron los que trataban de robarle su fortuna, seres que desaparecían misteriosamente y eran encontrados sin vida a los pocos días, pero no por las manos de Valian.

 

—Da igual en qué mundo vivas, todos los gobernantes son escoria y el de este país no es una excepción. Si el ducado del norte sobrevive a la guerra se rebelará y se independizará como ya hicieron las regiones del oeste las islas y el sur, eso o que el norte tome la administración—

 

Se tumbó en su cama boca arriba y se durmió empleando una técnica de hiperelajación, soñando con sobrevolar el mundo surcando los cielos mientras vastas legiones conquistaban todo lo que encontraban.

 

Al día siguiente fue al mercado antes de que el sol apareciese en el horizonte. Una forma que tenía de ganar dinero era reservando puestos en la plaza central del mercado y cobrar a los mercaderes que se establecían en ellos. Con uno de ellos llegó a entablar una amistad cercana, pues el mercader era un loco que a pesar del peligro se arriesgaba con su caravana a ir de punta a punta del reino, incluso entre países trayendo consigo raras especias, ropa e incluso baratijas. Ese mercader era una mujer estatura media, de cabellos rojizos y ojos del mismo color, que decía que era la menor de una cantidad indefinida de hermanas.

 

—Pero mira a quién tenemos aquí, ha vuelto nuestra comerciante favorita— Saludó Valian alegremente dándole un fuerte abrazo a la mujer —¿Has tenido un viaje seguro?—

 

—Oh, Valian, cuanto tiempo— Le devolvió el abrazo —No te lo vas a creer, jamás había visto las rutas tan despejadas, si lo llegaba a saber habría despedido a todos los bucelarios y traído más carros en su lugar. Me estoy haciendo de oro—

 

—¿De oro, eh?— Chasqueó los dedos en un gesto que la pelirroja entendió al instante.

 

—Ah, sí. Muchas por guardarnos el sitio— Le entregó una bolsa llena de monedas bastante pesada, cosa que el chico notó.

 

—Es un poco más pesada de lo habitual—

 

—La inflación. Para pagar a los nuevos soldados, la corona sacó más monedas, cosa que hizo aumentar los precios. Mis clientes se quejan, pero es lo que hay yo también tengo un negocio que mantener—

 

Aquella información era tan valiosa que Valian no perdió el tiempo en anotar en su cuaderno.

 

—¿Qué te iba a decir?... ¿Has encontrado las especias que te pedí?—

 

—¿Te refieres a eso que llamas tomate? Una hortaliza roja con un sabor único y dulce, si mal no recuerdo—

 

—¿La has encontrado?— Preguntó emocionado, a lo que la chica negó con la cabeza entristeciéndolo —¿Y chocolate? ¿Patatas? ¿Maíz? Todo eso—

 

—Siempre que vengo preguntas lo mismo y no, no he encontrado los ingredientes que buscas, lo siento. He buscado por todos los reinos del este, y no hay nada que se le parezca—

 

—Lástima. Pero, todavía tengo la esperanza de que los encuentres—

 

—¿Puedo preguntarte algo? Si me hablas de esas hortalizas, es porque las has comido ¿verdad? Pero en este reino no crecen por ninguna parte ni nadie ha oído hablar de ello ni en los reinos cercanos, ni en el imperio del este ¿Cómo entonces llegaste a probarlos?—

 

Valian se quedó callado, no sabía que responderle. Si le contaba la verdad pensaría que estaba loco y si seguía con la mentira ella le descubriría, por lo que decidió cambiar de tema.

 

—Cuando las consigas, trae todas las cajas que puedas, te prometo que lo compraré todo. Gastaré hasta la última moneda de nuestra familia y si hace falta los venderé a ellos también—

 

—No lleguemos a esos extremos. Dime ¿Has oído lo que pasó en el bosque de Malmedy?—

 

—Si, esa región invadida por las hordas migrantes de elfos silvanos. Se instalaron ahí y no hubo forma de echarles. Oí que hubo una batalla o algo así—

 

El semblante de la pelirroja se tornó serio y sombrío.

 

—No fue una batalla, lo que vimos fue una masacre. Llegábamos desde la ciudad costera de Portobriga, habíamos oído que las rutas hacia el este habían sido despejadas de bandidos, y entonces llegamos a las tierras de Malmedy ¿Conoces la meseta esa que empieza al final del bosque? los escarpados, pues ahí vimos el panorama. Cuerpos y cuerpos amontonados en una pila tan grande… perdón me dan náusea de solo recordarlo. Los cuerpos habían sido quemados y en el centro, no te lo vas a creer, había un poste de dos maderas cruzadas ¿Y a que no adivinas quién estaba clavado en el poste? Pues nada más ni nada menos que el patriarca de la iglesia del fuego, Salazard—

 

—¿Cómo sabías que era él? Quiero decir acabas de decir que los cadáveres habían sido quemados—

 

—Porque Salazard era el mago de fuego elegido por los dioses de la llama eterna. Una profecía anunciaba que su cuerpo sería inmune al fuego, salvo al suyo propio. Al parecer era verdad, pero todos creían que la profecía se refería a su ambición por ser la única y verdadera religión, que cosas ¿No?—

 

—¿Y cómo murió entonces?—

 

—No lo sé, no nos dejaron acercarnos ni queríamos hacerlo—

 

—¿Quiénes no os dejaron?—

 

—Los soldados del asentamiento amurallado. Estaban retirando los cuerpos junto con algunos elfos silvanos ¿Te lo puedes creer? Elfos y hombres trabajando juntos. Pues fuimos a la ciudad esa y nos encontramos a todos los líderes de los clanes bandidos colgados en las paredes de la muralla. También estaban colgados el líder de los jinetes Hursarios y el líder de los Selyúcidas ¿Qué opinas de todo esto?—

 

—Opino que eso explicaría por qué los caminos ahora son seguros… Respecto a qué fue lo que pasó en ese lugar, tendré que investigarlo más a fondo ¿Se sabe algo de contra quién estaban luchando?—

 

—Nada, los soldados se mostraban muy cautelosos. Tampoco nos quedamos demasiado tiempo, tuve un mal presentimiento en ese lugar—

 

—Entendido, gracias por la información—

 

Valian le devolvió una de las monedas como pago por la información y se marchó a otro puesto para cobrar el alquiler del sitio. Una vez terminado la recaudación se dirigió hacia la casa de la costura. Por el camino meditó acerca de la noticia que le comunicó la mercader. Aunque las masacres y las tragedias eran el pan de cada día, aunque el mundo trataba de no verlo de esa manera, esa misma noticia le daba un mal presentimiento, sobre todo con la muerte de una figura famosa, ya que solo los más poderosos y carismáticos llegaban a destacar y la muerte de alguien así indicaba que había una amenaza mayor ahí afuera.

 

Llegó a la casa de la costura, que se encontraba en el recinto de la ciudadela. Ahí le recibió la maestra costurera a la que había solicitado un encargo días atrás.

 

—Lo cosí de acuerdo a sus especificaciones, pero he de decir que es una gorra muy extraña—

 

—¿Debo suponer entonces que es la primera vez que ves una boina? No, sí que has visto una boina, de hecho, he visto como las cosías y tienes varias ahí colgadas, por eso acudí a ti nada más saber de tu existencia. Pero nada como esta. Esto… esto es una pequeña obra de arte. Verás, las ventajas frente a una gorra deportiva van más allá de la estética. Se trata de adaptabilidad, una prenda acorde al clima en el que vivimos y para todas las estaciones. Son los pequeños detalles, como una visera más ancha que protege mejor los ojos del molesto sol veraniego, una corona redonda más amplia mantiene una capa de aire en su interior y no deja que la cabeza se recaliente, manteniendo su ajuste, pero con un grosor suficiente para resistir el frío del invierno, pero sobre todo porque una boina da mucho margen a la modificación, como una bolsillo secreto en su interior o unas hojas retráctiles— Sacó del su bolsillo de su chaqueta un pequeño envoltorio desde el cual extrajo finas laminas de metal que encargó al armero de un pueblo cercano. Introdujo las láminas en el borde de la visera —Encaja— Susurró con satisfacción —No hay mejor cosa que una gorra trucada ¿A que no se nota?—

 

La costurera no hizo otra cosa que asentir, la mujer llevaba tiempo trabajando para su familia y sabía que cuando el joven Valian empezaba a hablar era mejor asentir que entender lo que estaba diciendo.

 

En ese momento la puerta se abrió de golpe dejando pasar a los soldados de la guardia que servían a la familia.

 

—Señor Valian, su padre requiere su presencia—

 

—Enseguida— Miró a la costurera —Gracias por tu trabajo, he de irme—

 

Valian siguió a los soldados, quienes le llevaron al coto de caza privado de la familia, donde su padre practicaba su pasatiempo favorito, la cetrería. Parado encima de una colina, se hallaba la figura de un noble caballero, ataviado con los ropajes de seda cuyos colores chillones resaltaban desde una gran distancia. Una moda muy extendida por los nobles. Sobre su brazo envuelto en un guantelete de cuero descansaba un águila dorada.

 

—Preciosa verdad, un verdadero ejemplar de bestia falconiforme— El pájaro intentó morderle el dedo que acariciaba su pelaje —Lo crie desde que salió del cascarón, y míralo ahora, cuanto ha crecido. Es el ave más rápida que he visto en mi vida, cuando la lanzas a por una presa, en un parpadeo ya la tiene entre sus zarpas. Espero que sus plumas hagan que nuestras flechas vuelen igual de rápido. Por cierto, muda las plumas con el cambio de estación—

 

—Tu pasión por la cetrería es envidiable, pero al margen de eso me gustaría saber para qué me convocaste… padre—

 

—¿Ves como intenta morderme? Tiene carácter, me gusta ¿Pero sabes qué otra cosa me gusta? Su pico. Este pico curvado y afilado, como un anzuelo. Como creo que sabrás, hay dos tipos de especies de rapaces, los que tienen el pico curvado y los que lo tienen más recto. Cuando cazan en bandada, los primeros en abrir y devorar a la presa son los del pico curvado y cuando estos están llenos dejan que los del pico recto se terminen las sobras. Digamos que los que tienen el pico curvado son los nobles y los del pico recto son los plebeyos, pero con los años he desarrollado una visión alternativa a este comportamiento. Y es que los que realizan toda la ardua tarea de la caza y obtienen su botín de su esfuerzo son los del pico curvo mientras que los del pico recto no son más que unos parásitos oportunistas que viven del esfuerzo de los demás, tales parásitos como aquellos que abandonan sus estudios en la academia de oficiales en sus primeros años, menospreciando todo el esfuerzo que los demás pusieron para que entraran en dicho lugar—

 

—Mmmm… Así que todavía no me has perdonado por eso ¿Y supongo que me has llamado para expresarme tu descontento? Lo entiendo, lo acepto y te apoyo ¿Puedo irme ya?—

 

Valbar, el padre de Valian tapó la cabeza del ave con una capucha de tela. Para luego ordenar a sus guardias que golpearan a su hijo en el estómago. Valian cayó al suelo y fue levantado por los mismos soldados que le golpearon.

 

—No vuelvas a hablarme de esa manera. No olvides quién soy—

 

—Lo lamento… padre. Mis comentarios estaban fuera de lugar—

 

—Te llamé aquí para hablarte de acerca de tu futuro. Antes del mediodía partirás a Brahvena. Al patriarca se le murió un escudero desnucándose al caer de su caballo y nos solicitó otro por lo que tú le sustituirás. Vivirás como pupilo y escudero del Magistrado del rey, por lo que cualquier ofensa será el fin de nuestra rama ¿Lo has entendido?—

 

—No, para nada. Esto es estúpido, primero me castigas por impertinente enviándome a servir al señor Arthur ¿Acaso quieres terminar con la rama familiar?—

 

—Quiero que aprendas a tener responsabilidades en vez de estar vagando todo el día. No es una estupidez, porque sé que no eres idiota, por lo que no te arriesgarás a destruir a tu propia familia y cuidarás tus modales—

 

Valian se sintió insultado.

 

—Me asusta lo bien que me conoces—

 

—Es porque eres mi hijo— Se acercó a Valian y le dio un abrazo —Mantén en alto el nombre de la familia—

 

—Solo una cosa más antes de irme ¿Qué hace el rey en Brahvena en vez de estar en la capital Avalon? Si Arthur, el consejero del rey está en Brahvena eso quiere decir que el rey vive ahí ¿Por qué?—

 

—No lo sé. No tengo ni idea de lo que le pasa por la cabeza al rey y además, eso tampoco es de tu incumbencia. La política es cosa de personas de renombre—

 

—Está bien, lo entendí, iré a recoger mis cosas—

 

—De eso ya me he encargado yo, en los establos te espera tu caballo junto con tu escolta—

 

Valian asintió y de mala gana se marchó rumbo a los establos, donde se encontraban cuatro soldados jinetes, un portaestandarte, el sacerdote y un carruaje tirado por cuatro caballos. El sacerdote sugirió partir de inmediato, a lo que Valian se opuso, no se iba a marchar hasta revisar todo su equipaje, por lo que obligó a los soldados a clasificar todas las pertenencias que saquearon de su habitación y volver a guardarlas siguiendo las indicaciones del chico. El sacerdote se quejó y Valian se vio obligado a recordarle quién era el jefe ordenando a un soldado a desenvainar su espada y amenazar con degollar al sacerdote. El soldado obedeció puesto que secretamente era uno de los espías de Valian quien se había infiltrado entre la guardia.

 

Una vez listos, el chico dio su permiso para iniciar la marcha. Tras una semana de viaje llegó a Brahvena.

 

La primera impresión que recibió de la ciudad eran sus bajas murallas y altas torres, pero conforme más se acercaban se revelaba un amplio foso lleno de trampas ocultas bajo el agua del río que fue desviado para proteger y abastecer la ciudad.

 

Cruzaron un puente colgante, atravesaron una gran puerta hecha de bronce y madera y entraron a la ciudad.

 

Las casas de la ciudad presentaban una forma menos picuda de sus vecinos del norte y a su vez eran más anchas, algunas llegaban a tener hasta tres pisos de altura.

 

Los caminos estaban pavimentados, había antorchas clavadas en cada pared, ropa colgada de cuerdas que atravesaban la ciudad, fuentes de piedra y pequeños jardines. Eso solo en los barrios bajos al norte, conectando al río estaba el barrio de los artesanos, más abajo del barrio de los comerciantes, luego le seguía el barrio central donde vivían la mayoría de los residentes. Al sur se encontraba el barrio sagrado, donde las principales iglesias, al fuego, a las estrellas y al sol estaban edificados y cerca se encontraban las casas de los nobles, separadas por un muro interno que servía como última defensa para salvaguardar el palacio.

 

Las casas de las familias nobles rodeaban el palacio, pero estaban muy alejadas de sí unas de otras. En concreto, la casa a la que se dirigía Valian era la que conectaba con la puerta oeste.

 

La mansión era un edificio cuadrado de cuatro plantas, con una torre conectada al lado oeste, una casa de siervos conectada al ala este, un jardín de entrada y en el patio central, en donde había una fuente. En frente de la torre estaba la casa de guardia, una casa con dos atalayas. Rodeando la edificación se levantaba una valla de metal conectada a un muro de piedras y ladrillos combinados.

 

A su llegada fue recibido por su pariente el hijo del cabecilla de la rama principal, Sworm Savanger, un chico de su edad, que siempre estaba acompañado por dos sirvientes en todo momento. Recibió a Valian con una suave sonrisa, el acompañó personalmente en su recorrido por la casa mientras hablaba con él preguntándole acerca de su vida en Ostrobriga.

 

Valian se ubicó en una habitación en la tercera planta, conoció a sus futuros tutores y maestros de esgrima. Poco a poco en su estancia empezó a forjar lazos con todos los individuos de la mansión, sin embargo no llegó a conocer a Arthur Savanger, pues al ser el consejero canciller del rey vivía en el palacio.

 

Con el paso de las semanas, Valian se fue acomodando a su nueva vida, pero a medida que lo hacía se iba dando cuenta poco a poco de que algo no iba muy bien en ese lugar. A pesar de que el reino estaba en una crisis absoluta, con una invasión en curso cuyos saqueos despoblaban áreas entras, rebeliones por doquier y hordas que no paraban de llegar, la gente se veía demasiado tranquila, casi inmersa en su propia burbuja. Sus preocupaciones eran tales: decidir qué relato místico se adecuaba a su religión o qué color favorecía más o menos a una deidad. Esas disputas terminaban en disturbios y mucha gente herida, mientras la clase gobernante alimentaba los relatos canonizando extrañas sectas minoritarias.

 

Decidido, inició una investigación secreta usando su red de agentes encubiertos, la mayoría niños adolescentes y mujeres sirvientas, debido a que no podía salir del recinto por su propia voluntad.

 

Uniendo los relatos y los informes, llegó a la conclusión de que el problema estaba en los juglares.

 

Al no haber medios de comunicación masivos, las noticias eran transmitidas por dos tipos de personas: los pregoneros reales y los juglares. Estos últimos eran los encargados de ir pueblo en pueblo contando noticias a la gente en forma de cánticos o poemas, mientras que los pregoneros leían en voz alta los dictados del rey u otro noble.

 

Gran parte de la población, sobre todo en las áreas rurales era analfabeta, cosa que muchos nobles se esforzaban en prolongar, por lo que la prensa escrita, como periódicos, revistas y demás no existían. Los libros eran en su totalidad manuscritos, cuyo alto precio solo podía ser pagado por personas adineradas, así como la educación en general estaba reservada a ciertos círculos. Por lo que si había una forma de informar a las masas era eran los juglares. Eso era lo que Valian dedujo.

 

Para averiguar la verdad, tenía que infiltrarse en el palacio. Movió hilos para que un guardia palatino fuese remplazado por uno de sus espías, el cual al terminar su trabajo coqueteaba con una sirvienta de la casa Savanger que a su vez trabajaba para Valian.

 

En el palacio, Arthur Savanger entró a la sala del rey Sizha, donde este mismo parecía sorprendido al verle, pero de inmediato recuperó su seria compostura.

 

—Tenemos que hablar— Habló Arthur y continuó sin necesidad de escuchar la respuesta del rey —Estamos sufriendo una invasión desde hace ya varios meses ¿Por qué todavía no has movilizado a las tropas palatinas, ni has iniciado la leva de campesinos? Exijo respuestas— Golpeó la mesa con su puño.

 

—Estoy intentando entablar diálogos de paz. Envié emisarios hace poco, cuando vuelvan analizaremos la situación reuniendo a un grupo de expertos—

 

—Qué curioso, esto me recuerda a la rebelión del territorio del oeste, dijisteis lo mismo y al final tus emisarios y tus expertos valieron un mierda. El territorio se independizó y vos no hicisteis nada para impedirlo, salvo iros de vacaciones—

 

—No podía dormir teniendo que aguantar tantos problemas. Por eso necesitaba un descanso, pero entonces los norteños invadieron y aquí estoy, tratando de arreglar el conflicto—

 

—¿Bebiendo vino y comiendo pasteles?—

 

—Era mi hora de descanso. Estaba a punto de ponerme al día—

 

—¿Cuándo dijisteis que empezó vuestra hora de descanso? Porque solo estoy viendo comida y botellas de vino por aquí y por allá—

 

—Arthur, te prometo que estoy esforzándome en cumplir mis labores de rey, porque yo soy el rey, tengo que mantener el orden en mi reino, así como el rey que soy—

 

—Déjese de estupideces, el reino avanza al caos más absoluto con cada nueva ley que sacáis. Las rebeliones empezaron cuando instaurasteis la libertad de culto, ahora hemos perdido tres tercios de territorio y conflictos civiles por cada iglesia, templo y santuario alzado en nombre de deidades extranjeras. Los costes de reparación por cada disturbio están arruinando la economía y los templos con sus esculturas no son precisamente baratos. Y por encima de todo el reino de Bóreas nos invade, con sus diabólicas valquirias saqueando todo a su paso. Hemos perdido un gran número de aldeas y todo porque permitisteis que esos duques, barones y condes del norte apoyaran una guerra que ni nos concernía. Pero para colmo, hordas interminables de extranjeros vienen de todas partes invadiendo y saqueando a placer ¿Hasta cuándo cree que el pueblo tolerará esta situación?—

 

Mientras Arthur hablaba el rey Sizha bajó la cabeza mirando un trozo de pergamino. Era una costumbre suya de hacerlo cada vez que alguien le informaba de los malos resultados de sus decisiones.

 

—¡Atended!— Exclamó Arthur golpeando la mesa con su mano.

 

—Soy consciente de todos los problemas y estoy esforzándome en solucionarlos—

 

—Iluminadme ¿Cuáles son vuestros proyectos a futuro?—

 

—Tengo en mente un proyecto que solucionará todos los problemas, pero para ello preciso el pleno apoyo del pueblo, de las casas aristocráticas, de las fuerzas religiosas y la vuestra, sobre todo. Así pues cuando nos hallemos en un ambiente favorable, alcanzaremos la perspectiva necesaria, que nos ayudará a progresar—

 

—No oséis hablarme como si fuera un plebeyo más y decidme cuales son vuestras propuestas de manera concreta y recalco lo de concreta. Específicamente—

 

El rey tomo aire.

 

—Mi meta es ser recordado como el salvador del reino, el rey que devolvió la paz al acabar con la desigualdad usando la religión, reunir a los mejores guerreros, mercenarios, bucelarios y junto con nuestros aliados, expulsar a todos los invasores y reunificar el país. Mejoraré la calidad de vida del pueblo estableciendo precios mínimos y máximos—

 

—Alto, alto, alto. La economía no la toquéis, el tráfico de mercaderes está en auge desde hace una semana, exigirles ajustar los precios los espantará y necesitamos dinero—

 

La noticia impactó al rey.

 

—¿A qué os referís?—

 

—¿No os han informado? Los caminos han vuelto a ser seguros. Al parecer hubo una carnicería en el bosque de Malmedy donde todos los clanes bandidos fueron masacrados. Al parecer intentaban asaltar el asentamiento fortificado, pero fracasaron. Supongo que, al perder a sus líderes, los bandidos se desorganizaron—

 

Sizha no daba crédito a lo que oía. Su alianza secreta con los clanes bandidos para cederles el territorio del este se había cancelado con su muerte. A pesar de todo mantuvo la serenidad mientrar Arthur hablaba.

 

—Con los bandidos fuera y el comercio en auge, recaudaremos el dinero suficiente para formar un ejército bien entrenado y de paso contrataremos mercenarios y pagaremos a los aliados para que nos apoyen mandando tropas. Los duques Falbar, de la tierra de los lagos; Tugril, guardián del cruce de las llanuras y Ursar, jefe de las colinas nubladas han empezado a realizar levas en sus territorios. Calculo que podrán reunir cerca de cinco mil efectivos, sumado a los diez mil que reuniremos tendremos fuerza suficiente para echar a los invasores de Boreas de nuestras tierras. Me han informado que no son muy numerosos, pero su cifra es desconocida, los informes no se ponen de acuerdo en la cifra—

 

—¿Cómo tal cosa puede ser posible?—

 

—Supongo que la valquiria divide sus fuerzas cada vez que realiza una incursión—

 

—Como sea, atajaremos la invasión de raíz, podéis ir preparando las levas—

 

—Como ordenéis—

 

Tras escuchar la conversación, Valiant recompensó a los informantes como era de costumbre. Le preocupaba la extraña actitud del rey, pero decidió darle el beneficio de la duda, sin embargo, el incómodo sentimiento de desconfianza recorría su ser como un viscoso río lleno de veneno. Como le interesaba saber qué estaba pasando en la casa real, decidió infiltrarse personalmente. Rogó a la mujer de Arthur para le recomendara trabajar como copero personal del rey. Sabía que ella tenía mucho poder de persuasión sobre su marido y encima, no le agradaba acoger en su casa a ramas menores sin influencias, lo cual agradó a ambas partes. Escogió el oficio de copero en vez de escudero por una razón muy simple, quería estar cerca del rey y de su círculo de amistades. Si hubiese sido escudero, sus labores le alejarían de su señor salvo cuando este fuese a la guerra o de cacería, en cambio un copero era alguien que siempre estaría a mano.

 

Tras un par de días de insistencia, Arthur convenció al rey de que permitiera a Valian vivir en el palacio, algo que no importó mucho a su majestad.

 

Mientras tanto, los tres grandes duques, señores de sus respectivos territorios, decidieron tomar el asunto de la invasión por su cuenta, lograron reunir un ejército de campesinos y mendigos de poca monta, les adiestraron y entrenaron en el tradicional arte de la guerra. Querían formar un ejército profesional compuesto por sus propios vasallos, ya no se fiaban de los mercenarios, después enterarse del desastre que presidió la caída del archiduque de Eigeins por culpa de una sublevación de los ejércitos mercenarios, a los que el archiduque se negó a pagar hasta no haber ganado la guerra.

 

El duque de Falbar reunió un poderoso ejército de infantería, con unidades tales como los lanceros de los lagos, guerreros cuyas picas lograban alcanzar los diez metros de longitud; espadachines azules, la infantería ligera que auxiliaba a los lanceros; los arqueros celestes, guerreros que no solo portaban arcos y flechas, sino que también tenían dardos para repeler al enemigo incluso a media distancia; y su cuerpo de élite, una unidad de caballería que actuaban como sus guardianes. El duque destacaba en estrategias ofensivas, acorralando al enemigo y forzándolo a la rendición.

 

Por otra parte, el duque Tugril se especializaba en la movilidad, pues el caballo era la mejor montura para recorrer las llanuras y la más abundante. Sus jinetes Castos poseían una táctica envolvente que diezmaba a los enemigos lanzándoles dardos. Entre sus filas contaba una pobre infantería, siendo una amalgama de diferentes unidades que luchaban en conjunto, pero también era de los pocos que seguía usando carros de guerra, una unidad que dejó de ser efectiva contra unidades de lanceros pesados y caballería ligera que fácilmente podía flanquearlos.

 

El duque de Ursar, era conocido por sus fieros guerreros cazadores, los cuales se especializaban en emboscadas y eran de los pocos ejércitos que incluían armas encantadas en sus combates. Entre sus unidades también había jabalineros, honderos, arqueros de arco largo y hasta catapultas. También disponía de caballeros como sus guardaespaldas personales, pero su fuerza de elite eran los temidos espadachines montaraces, fieros guerreros cuyas gestas eran conocidas en todo el reino.

 

Entre todos reunieron siete mil soldados de infantería y ocho mil jinetes, eso sin contar con los no combatientes, quienes se encargaban de la ruta de aprovisionamiento y de llevar el equipaje de los guerreros. En total reunieron a dieciseis mil personas. Esperaban incrementar más su número, cuando una carta personal de la casa real les llegó a cada uno de ellos. En ella se decía que el propio rey se uniría a la empresa poniendo a su servicio las fuerzas de protectores domésticos, guerreros veteranos con armadura pesada, encargados de proteger a la familia real, el cuerpo de élite de palacio, quienes defendían la ciudad donde se encontraba el rey y la dracoguardia alada, la única unidad que usaba dragones como monturas en todo el reino. En total eran cinco mil quinientos soldados bien entrenados, curtidos en muchas batallas y que portaban las armas y armaduras más avanzadas y de mejor calidad.

 

Al saber que recibirían la ayuda del rey, los nobles pararon las levas y finalizaron el adiestramiento dando por sentado que la calidad de los mejores guerreros finalizaría la invasión rápidamente.

 

En el momento en que se supo que el ejército de Bóreas, dirigido por la valquiria Sveta empezó a avanzar por el paso de montaña, los nobles decidieron reunir su campamento en el valle del este, para poder enfrentarla en los llanos prados de la meseta. Así se lo comunicaron al rey mediante un mensaje llevado por un cuervo gris. Sin embargo, el rey desplegó sus fuerzas en dirección contraria, hacia el bosque de Malmedy, donde su ejército atacó el asentamiento fortificado y lo destruyó sin mucha resistencia, pues su llegada fue repentina y los soldados bajaron la guarida al ver el estandarte real. Dejaron la ciudad en ruinas, saquearon sus comercios y se llevaron los putrefactos cadáveres colgados de los líderes bandidos, para entregar sus restos a sus familias con el pésame del rey y una contribución monetaria. Mientras se envió un falso mensaje a los duques diciéndoles que el ejército real sufrió un retraso.

 

El asentamiento fue tomado por los elfos, quienes tomaron el control de las tierras escarpadas y el bosque, territorio que bautizaron como Elvenfalas y el asentamiento como Elfesmera, que en idioma humano venía significando: campos elficos y fortaleza elfica respectivamente. Con el control de aquella tierra, los elfos tomaron el control de una de las más recientes rutas de suministros, cortando el acceso a las demás regiones, mientras ellos acumulaban las riquezas de los comerciantes que aun se aventuraban a tomar dicha ruta.

 

Cuando los nobles se enteraron del retraso de los refuerzos, pensaron en dar marcha atrás, pero ya habían puesto en marcha la operación, un paso hacia atrás generaría desconcierto en las filas de los soldados.

 

Tal como planeaban, se encontrarían con el ejército de Bóreas en los llanos, pero la valquiria recibió descubrió su ubicación con la ayuda de sus exploradores alados, a su vez recibió un mensaje escrito en el idioma sureño el cual decía que llegarían refuerzos para ayudarla. Viendo que las tropas enemigas superaban por creces su número, Sveta tomó la recisión de retroceder hasta una fortaleza que ya habían saqueado. Ahí podría hacer frente al ejército con la ayuda de los refuerzos y si estos resultaban ser una trampa, podría enfrentarlos con la ventaja de la fortaleza.

 

Cuando el ejército noble salió del valle, se toparon con una horda de extranjeros que había asentado por aquella zona y que les esperaban con sus fuerzas preparadas para la batalla. Aquello les tomó por sorpresa. Enviaron a un emisario para establecer un primer contacto y evitar un conflicto innecesario, mientras organizaban su ejército toda velocidad.

 

El mensajero explicó que los extranjeros eran Galvanes, una violenta horda nómada que saqueaban una región, arrasando todos sus recursos y luego emigraban a otro lugar, era conocida por todo el reino, pero nadie pudo hacerles frente. La corona les ignoraba, los nobles terratenientes eran incapaces de organizarse para hacerles frente debido a su naturaleza impredecible.

 

Sin previo aviso, una flecha en llamas cayó en la espalda del mensajero, atravesándole el cuello y prendiendo fuego a su cabeza y dando inicio a la batalla.

 

Los Galvanes no esperaron a que los duques organizaran su ejército, se lanzaron a atacarles antes de que la otra mitad de sus tropas saliera del valle. Se lanzaron primero con la infantería ligera, cargando contra las filas enemigas. Los arqueros, honderos y jabalineros del ejército noble se adelantaron lanzando sus proyectiles, buscando ralentizar la carga enemiga, tras lanzar la segunda tanda se replegaron detrás de las filas de soldados pesados, para desde ahí desenvainar sus armas cortas e ir a la batalla.

 

La caballería de la horda cargó con sus lanzas contra las filas de lanceros que no llegaron a formar. Una embestida que diezmó bastante a la unidad. En ese momento la caballería pesada a cargo de la seguridad del duque lanzó una carga lateral contra la horda salvando a la unidad de su aniquilación. Aquel ataque permitió que las demás unidades salieran del valle, pero para entonces la hora ya había traído al resto de sus guerreros, cuya acometida dividió a las unidades empujándolas a cada lado del valle.

 

Ursar vio como la infantería de Tugril estaba siendo devastada, por lo que mandó a los espadachines montaraces a auxiliarlos. Su ferocidad en batalla hizo honor a su reputación, pues nada más atacar la retaguardia de los enemigos, con sus armas encantadas, descuartizaban y cercenaban todo lo que se cruzaba por delante. Cabezas, manos, piernas, intestinos caían al suelo tiñendo todo de rojo. Su ataqué permitió que la caballería de Tugril lograsen salir del cerco y atacar a las formaciones de arqueros enemigos en un asalto que destruyó cualquier intento de contrataque por parte de los Galvanes, quienes no tuvieron otra opción que retirarse.

 

Por su parte, las tropas de Falbar retrocedieron poco a poco mientras se organizaban. Su ejército era el más equilibrado y a pesar de los guerreros perdidos, ninguna unidad sufrió daños significantes.

 

Colocando los lanceros en primera línea, en una formación de media luna retuvo a los guerreros enemigos, quienes buscaron los flancos, pero ahí se toparon con los espadachines azules, quienes cubrieron los flancos. Mientras tanto, la caballería pudo dar un rodeo cargando por la retaguardia en un golpe decisivo que hizo batir en retiradas a la horda. Los arqueros permanecieron en la retaguardia, pues no había una elevación lo suficientemente grande como para que pudiesen hostigar a los enemigos sin dañas a sus propias tropas.

 

La batalla duró varias horas y terminó con la victoria de los duques, pero a un costo, sus fuerzas se habían dividido. Después de cada batalla se debía hacer un registro de bajas, recoger la munición, revisar el equipo, separar los cadáveres, a partir de ahí se decidía si enterrarlos o quemarlos. Se montaban improvisadas tiendas médicas para curar a los heridos, alrededor de las cuales se formaba el campamento. La noche había caído y el grupo seguía dividido.

 

Al día siguiente, Falbar había terminado con la preparación para retomar la marcha. En ese momento, un explorador vino con nuevas noticias, entre las cuales que el ejército del reino Bóreas estaba atrincherado en la fortaleza de las colinas, sus números eran menores de lo imaginado, entre tres mil, menos de los cinco mil de los que le quedaban a Falbar. La tentación de lanzarse al ataque pasaba por la mente del duque.

 

Reflexionó acerca de su situación antes de tomar una decisión.

 

Por una parte, sabiendo que sus camaradas habían sufrido más daño y que necesitaban más tiempo para organizarse, podía reunirse con ellos y juntos lanzar una fuerte acometida o sitiar el lugar hasta que se rindieran, pero eso demoraría mucho tiempo, tiempo que precisamente no sobraba, pues la fortaleza había sido saqueada no hace mucho, por lo que sus defensas estarían debilitadas, pero que podían ser reconstruidas, lo que alargaría el asedio. Un asedio largo era un problema sobre todo para las levas de la plebe campesina, quienes demandaban una rápida campaña para volver a sus casas lo más pronto posible para recoger sus cosechas, tenerlos tan lejos de sus casas podría hacer que se rebelaran y tras esta batalla, las ganas de seguir combatiendo posiblemente habían disminuido, por lo que Falbar tomó la decisión de separarse y atacar por su cuenta, buscando asediar la fortaleza y que sus camaradas hicieran las veces de refuerzos, pero en el fondo quería la victoria para sí mismo. Al caer el mediodía, envió una carta por medio de un mensajero a los demás duques anunciándoles que se adelantaría a atacar al ejército invasor, además de facilitarles las noticias esperando que actuaran como sus refuerzos.

 

Ursar y Tugril no se tomaron su decisión con buenos ojos, le veían como un oportunista, pero sabían que tenía la mayor parte de las tropas. A ellos les quedaban unas dos mil unidades de infantería y auxiliares, con tres mil jinetes. Tras debatir su situación les preocupaba una contraofensiva por la retaguardia por la horda que lograron rechazar, quienes posiblemente tenían ganas de revancha. Decidieron asegurar la retaguardia atacando el campamento de la horda y esperar los refuerzos reales, para con ello ir a auxiliar a Falbar.

 

Al día siguiente los dos duques fueron en dirección contraria en donde se encontraba el ejército del norte y atacaron a los Galvanes, logrando expulsarlos definitivamente de esas tierras. No fue un combate muy largo, pues estos apenas plantaron cara antes de huir miserablemente, sobre todo cuando los carros de guerra de Tugril arrasaron la poca infantería que le quedaba a la horda.

 

Mientras tanto, Falbar llegó hasta la fortaleza tras un duro viaje.

 

Tal como esperaba, las defensas de la fortaleza estaban parcialmente destruidas, sobre todo la parte oeste de la muralla, la cual estaba reducida a una montaña escombros de mampostería y parcialmente reconstruidas, especialmente las torres de asedio, sin embargo, usaron madera a falta de tiempo de conseguir piedras y ladrillos.

 

Falbar agradeció haber llegado a tiempo para poder lanzar un ataque antes de que las defensas estuviesen terminadas.

 

Siguiendo el protocolo de caballería, envió un emisario exigiendo la rendición de los Borealianos. Obviamente estos se negaron a rendirse, dando inicio al asedio.

 

Al carecer de maquinaria de asedio, el duque evitó atacar la puerta, centrándose directamente en conquistar el montículo de ladrillos con sus tropas. Los norteños tuvieron la misma idea, pues quien conquistara la montaña conquistaría la ciudad.

 

Ordenó que sus unidades de lanceros se subieran a los caballos de la caballería para trasladar cuanto antes a sus unidades a las unidades más pesadas, mientras que la infantería ligera junto con las unidades de arqueros iba detrás de ellos para tomar posiciones. Los arqueros neutralizarían a los centinelas y la infantería ligera, protegida por las unidades pesadas, equipadas con un escudo tipo cometa, irrumpirían rompiendo el frente y tomando la fortaleza.

 

Por su parte, los norteños formaron un muro de lanzas que cerraba la brecha en la muralla. Los centinelas lanzaron una lluvia de flechas al tiempo que los honderos, jabalineros y magos se situaban en frente de los lanceros para atacar a los jinetes que se acercaban.

 

Muchos soldados caían, sobre todo los del bando del duque, pero aun así lograron formar una defensa de lanzas que lideró a la infantería por la colina.

 

Las unidades de proyectiles se refugiaron detrás de las cinco filas de lanceros, mientras estos contenían a las fuerzas enemigas. Algunos subieron a las murallas para dar apoyo, mientras otros lanzaban sus ataques a ciegas por encima de sus compañeros con el fin de cortar la llegada de refuerzos enemigos.

 

Ambos ejércitos chocaron en la cima de la colina. Los gritos de dolor, apoyo e ira inundaban el campo de batalla, junto con el estruendo de los metales chocando y el silbido de las flechas, el cual pasaba casi inadvertido.

 

Poco a poco la colina fue llenándose de cadáveres que dificultaban el asedio, las tripas desparramadas y la sangre que manchaba la mampostería la hacía resbaladiza dificultando la lucha. Más de uno acabó en el suelo por un simple resbalón con un hacha clavada en el cuello.

 

Falbar, al ver como su plan se caía a pedazos cual cuerpo que rodaba ladera abajo, pensó en retirar a sus tropas, pero entonces un fuerte cuerno sonó en la distancia.

 

Un nuevo ejército entró en escena. No eran los nobles que quedaron atrás, ni tampoco refuerzos del norte. Falbar reconoció su estandarte, pertenecía del territorio Calabriga del oeste que se había independizado recientemente.

 

Falbar envió un emisario para saber si eran aliados o enemigos y con la muerte del emisario a mitad de camino por una bola de fuego, se confirmó que eran enemigos.

 

Ahora el duque se enfrentaba a un dilema. Había mandado a todas sus tropas a asaltar el muro por lo que realizar una retirada para defenderse le saldría caro, pues los norteños contraatacarían. Por otra parte solo tenía un puñado de jinetes a su lado y realizar un ataque a los calabriguenses sería un suicidio, pues ellos llevaban guerreros profesionales, posiblemente profesionales. Mientras hacía funcionar su cerebro para idear una táctica milagrosa, el ejército enemigo seguía avanzando y no pudo más que observar con impotencia y frustración como los calabriguenses cargaban contra sus hombres por la retaguardia aniquilando a todos sus guerreros en una absoluta masacre.

 

—Se acabó, nos retiramos— Ordenó Falbar.

 

Con sus últimas tropas de caballería, el duque abandonó a sus soldados y se retiró por donde había venido, sin embargo, desde el cielo la valquiria Sveta descendió montada sobre su dragón, arremetiendo contra la guardia montada de Falbar. Los caballos quedaron destrozados contra el suelo y sus jinetes destrozados tanto por las garras de la bestia como por la caída.

 

La caída había dislocado las vértebras de su columna, con lo que perdió el uso de sus piernas, más encima, el cuerpo decapitado del caballo cayó sobre él, aplastando sus órganos al tiempo en que le asfixiaba. Desesperadamente apretaba los dientes mientras intentaba levantar el cuerpo del caballo con sus manos, pero el peso de la bestia no hacía sino incrementarse debido a que la valquiria, quien desmonto de su dragón con hacha en mano, se paró sobre el caballo y descargó un poderoso golpe justo en el cuello del duque, acabando con su vida.

 

Un guerrero logró sobrevivir a la batalla. Tomó un caballo vivo y salió galopando a toda velocidad aprovechando mientras la valquiria mataba al duque. Tras un arduo viaje, llegó con los dos duques, quienes estaban siguiendo el rastro hacia la fortaleza.

 

Al encontrarse con ellos, les contó todo, tanto la muerte de su señor como la alianza entre los independentistas y los norteños.

 

La traición del ahora condado de Calabriga no tomó a nadie por sorpresa, pero que hayan reunido un ejército profesional tan pronto era algo inesperado, pues la región no era especialmente rica en recursos.

 

Ante la nueva amenaza y con sus fuerzas mermadas, los dos duques consideraron establecer un fuerte provisional y contactar con el rey para que lleguen las tropas prometidas.

 

Pasó una semana antes hasta que llegó el mensaje del rey, en el cual explicaba que sus tropas habían sido enviadas a sofocar una revuelta, pero que ahora estaban de camino hacia su posición, pero que si podían contener a los invasores por su cuenta, serían gratamente recompensados.

 

Tugril y Ursar acordaron esperar a los refuerzos, pero ya no confiaban tanto en la palabra del rey, por lo que calcularon la distancia entre la nueva capital y esperarían ese número de días. Si los refuerzos no llegaban, abandonarían la empresa y regresarían a proteger sus territorios.

 

Mientras tanto, en la capital no oficial del reino, Valian logró amasar una gran fortuna usando a sus espías para descubrir las necesidades de la gente. Siendo un intermediario se plantaba en frente de ellos y les proponía una solución a sus problemas a cambio de dinero. Reinvirtiendo ese dinero para adular a los nobles y consejeros cercanos al rey, descubrió que el rey desvió ingentes cantidades de monedas a la región de Calábriga, en un convoy de bueyes, mientras que anunciaba que estaba enviando comida para apaciguar a los hambrientos campesinos que se estaban rebelando.

 

Valian optó por tomar la noticia con algo de sentido de humor, porque si se lo tomaba en serio de buenas a primeras, acabaría haciendo un alboroto que se oiría hasta en el reino del norte.

 

Tras meditar si podía sacar algún provecho de ese suceso, decidió informar al patriarca de la familia sobre el desvío de fondos. Sin embargo su reacción fue inesperada.

 

—¡Esto es traición!— Exclamó Arthur —¡Como osas difamar al rey, a la casa real y a nuestra familia de esa manera!— Tomó aire y habló en un tono no tan alto —Estos a nada de mandarte ejecutar—

 

Valian estaba atónito. Pensaba que Arthur, al ser conocido como la voz de la razón, alabara su trabajo y le premiara con un ascenso en la jerarquía familiar, pero se maldijo a sí mismo al malinterpretar que ese título posiblemente fuese solo un apodo sarcásticamente camuflado. A regañadientes tuvo que aceptar cierto consejo, que cierto científico le dio en otra era: el hecho de planificar todo al milímetro era un riesgo innecesario, pues la mínima cosa que saliese mal desbarataría todo el plan. Siempre había que dejar un margen para el error y la improvisación.

 

Ante la situación que se encontraba, solo le restaban dos opciones: huir hacia delante insistiendo en la corrupción de la sagrada familia real o pedir disculpas. En ambas sería ejecutado, por lo que decidió desafiar al patriarca.

 

—De acuerdo, no me creas. Yo solo te cuento lo que me han contado a mí. Eso sí, preferiría que nos portásemos de manera civilizada, sin ejecuciones de por medio ¿De acuerdo?—

 

—Parece que no eres consciente de tu posición. Que te permita vivir en mi casa no te da derecho a faltarme al respeto. Conoce tu lugar—

 

—Espera un momento, ya hace tiempo que dejé de vivir en tu casa—

 

—¿Eh? Ah, bueno ¿Qué haces aquí entonces?—

 

—Pues informar a la voz de la razón del rey los últimos rumores. Y si me disculpa he de regresar al palacio, la copa de su majestad no se va a llenar sola—

 

Era la primera vez que Valian improvisaba y al parecer logró librarse de un castigo, por lo que decidió ser más flexible en el futuro.

 

Mientras tanto, en el campamento del ejército de liberación llegaron refuerzos de los condados que quedaron atrasados, sin embargo, no había noticia alguna de las tropas palatinas supuestamente enviadas a auxiliarles, por lo que pensaron en disolver la unión, pero en ese momento, un mensajero llegó avisando de que las fuerzas invasoras estaban poniéndose en marcha en dirección al condado de Morsa.

 

Ese condado contaba con pocas fortalezas y muchas granjas, desde las cuales se enviaban víveres hacia los condados del sur. Si disolvían su pacto y regresaban a casa, se enfrentarían contra las revueltas populares de campesinos hambrientos exigiendo comida.

 

Por el futuro de sus tierras tenían que detener la invasión en ese momento.

 

Aun habiendo perdido a un poderoso aliado con potentes unidades, lo cierto era que sus números seguían sobrepasando al del ejercito invasor y más aun con la llegada de nuevos refuerzos.

 

Planificaron una estrategia usando la ventaja de las estepas de Morsa menor, donde la caballería podría envolver al enemigo con facilidad, e iniciaron una marcha forzada para llegar antes.

 

Al llegar se dividieron. Ursar decidió intentar tenderles una emboscada en el teatro abandonado a las afueras de la ciudad, mientras que Tugril aprovecharía las estepas.

 

Tras tres días de paciente espera, se avistaron las tropas enemigas llegando a la ciudad. Rápidamente Ursar tomó posiciones y cuando los enemigos estaban a su alcance se lanzó al ataque cargando desde el teatro.

 

Su emboscada surtió efecto y lograron masacrar a dos unidades de lanceros antes de que pudieran formar una falange, pero los espadachines se lanzaron como locos por los flancos logrando contener el asalto de Ursar. Entonces, sonó la trompeta del ejército del  norte, quienes llegaron por la espalda y emboscaron a las tropas de Ursar. Al parecer, ellos lanzaron su ataque contra los Calabriguenses, pero la valquiria, al no confiar del todo en sus aliados dividió sus fuerzas para asaltar la ciudad.

 

La batalla apenas duró una hora antes de que Ursar huyese abandonando a sus hombres a la muerte.

 

Tras la primera victoria, el ejército del norte avanzó a la ciudad, pero para tomarla tenían que vencer a través de la estepa a las tropas de Tugril, quien esperaba con sus tropas formadas en la tradicional línea con la infantería en el centro, caballería en los flancos y carros alejados para emboscar a los enemigos cuando choquen. Sin embargo, el buen duque no tuvo en cuenta de que tenía demasiada caballería, pues cuando vio las tropas del norte, lamentó profundamente haber dejado a su compañero ir a suicidarse, pues los ejércitos del norte contaban con una gran cantidad de piqueros, contra los cuales las cargas de caballería se convertían en masacres aseguradas.

 

 

Sin embargo, Tugril contaba con una posibilidad y era usar a los carros para desestabilizar las formaciones de falanges y así barrer a los enemigos en una gloriosa embestida.

 

Informó el nuevo plan a sus comandantes e inició un hostigamiento con sus unidades de arqueros a caballo, los cuales simulaban una carga frontal, para luego dar media vuelta, sacar los arcos, dardos y jabalinas y acribillar al enemigo mientras daban vueltas en círculo esquivando los proyectiles enemigos.

 

Empezó el intercambio de proyectiles, donde ambos bandos sufrieron bajas, pero la unidad de caballería casi fue destrozada por la diferencia de números y se vio obligada a retirarse. Pero ese sacrificio era necesario para atraer la atención de los enemigos, dando una oportunidad para que los carros lancen su ataque.

 

Pero Tugril no contó con que Sveta dejase algunos magos entre el ejército, los cuales alteraron el terreno haciendo emerger estacas desde el suelo que empaló a los carruajes destrozándolos, mientras que la infantería ligera acababa con los supervivientes.

 

Viendo su estrategia fallida, el duque tocó retirada, pero la valquiria ya le había rodeado posicionándose en su retaguardia con su unidad alada. Sveta ofreció una rendición absoluta, la cual consistía en que Tugril sería exiliado, sus tierras pasarían a las manos de la familia de la valquiria y sus descendientes serían rehenes. Ella también anunció que los soldados que se rindan estarían libres de tributos y si forman parte de su ejército como mercenarios, se les proporcionará parte de todo el botín que había acumulado con sus saqueos.

 

Tugril se negó, pronunció un discurso sobre el honor. Desenvainó su espada curva y ordenó el ataque, pero una lanza proveniente de uno de sus soldados le atravesó el torso por la espalda. El duque cayó del caballo mientras escupía sangre por su boca. La infantería pesada le pateó hasta destrozar su cuerpo hasta que finalmente alguien le cortó la cabeza. De esa forma terminó la guerra de liberación, con una aplastante victoria de los invasores.

 

Tras la victoria, los norteños saquearon y ocuparon los territorios del este, cortando una de las principales rutas de abastecimiento del reino. Para empeorar las cosas, la horda de Galvanes, que fueron expulsados de las tierras, cruzaron el mar de las estrellas plateadas y llegaron a Zakkara, una colonia del reino, la cual era usada como punto estratégico con el fin de controlar las rutas marítimas. Sin mucha dificultad lograron tomarla, cerrando la última ruta de abastecimiento y encima los Galvanes usaron los barcos expropiados para realizar actos de piratería, saqueando y atacando ciudades portuarias.

 

La situación del reino empeoró drásticamente, aunque el gobierno del rey trataba de ocultar el hecho organizando juegos y fiestas, la carencia de alimentos era cada vez más notoria y las revueltas civiles empezaban a ser una amenaza.

 

Cuando Arthur se enteró de que los separatistas lograron reunir un poderoso ejército de mercenarios, los cuales ayudaron a derrotar a los nobles, empezó a pensar que el rumor de que le contó Valian tal vez fuese verdad. Aun dudoso, fue a tener una charla con el rey, la cual no llegó a ningún lado, pues el monarca negaba cualquier implicación mientras soltaba respuestas vagas, dando rodeos y en general hablando mucho para no decir nada, lo que enfadaba cada vez más a Arthur. Tras muchos gritos y discusiones, Arthur soltó sin querer que dejaría de apoyarle en favor del imperio Ruwanida oriental. Esto el monarca no se lo tomó muy bien y tres días más tarde, Arthur falleció en medio de una cena familiar atragantándose con una uva.

 

El rey Shiza, cometió el error de su vida al matar a Arthur, pues con ello murió su principal apoyo y su trono estaba siendo amenazado con ser usurpado por el príncipe Torvan. Sin embargo, no contento con haber matado a su consejero, también decidió castigar a su familia, encarcelando al sucesor, el hijo de Arthur, en su propia casa y sacando de la corte a todos los miembros de la familia, dándoles labores en otras provincias y encarcelando a los que se negaban a bajar de posición, lo que dañó a un más su imagen y para colmo el populacho, hambriento y empobrecido, harto de los juegos y del alcohol, decidió sublevarse.

 

Con las tropas reales incapaces de contener a la muchedumbre, el rey empezó a planear seriamente su huida, pero era incapaz de alejarse del trono, se aferraba como una garrapata al mismo, porque sabía que en el momento en que otro usurpase su lugar e hiciese una mejor gestión, sería su nombre y no el suyo, el cual sería recordado.

 

Usando su oratoria, se plantó firmemente ante la multitud y con actitud calmada, como si todo estuviese controlado, criminalizó al reino invasor de Bóreas de todos los males acaecidos. Olvidándose de su posición de mantener las fronteras abiertas declaró que en cinco lunas reuniría al ejército más grande jamás visto para iniciar una nueva guerra por la libertad y la justicia. Prometió conseguir comida y soldados pero no pactaría con ningún país vecino para conseguirlo. Acto seguido cabalgó hacia su barco personal y navegó hasta los países aliados pidiendo víveres y oro cual mendigo pordiosero, mientras que en las ciudades se realizaban levas forzosas alistando a todo joven y veterano.

 

El imperio oriental se negó en rotundo a prestarle apoyo, pues el reino acumulaba una vasta cantidad de deudas con el imperio, y como ese los demás siguieron su ejemplo, salvo uno, que se apiadó de la situación, pues ellos no estaban en buenos términos con el reino Bóreas y le prestó una pequeña suma de oro junto con una caravana de víveres para estabilizar un poco la situación. El rey, como muestra de responsabilidad, se quedó el dinero y repartió la comida entre sus nobles para no perder el poco apoyo que tenía. Su viaje por los reinos aliados se alargó debido a que el rey quería pasar más tiempo en la playa.

 

Valian fue nombrado mensajero de la corona, puesto que no le desagradaba, pues le permitía conocer de primera mano información clasificada, así como moverse entre asentamientos y ciudades con absoluta libertad.

 

El chico desplegó un mapa del reino. Coloreó las zonas que aun eran leales al reino, las regiones independizadas y el territorio conquistado, lo que le extrañó. Los invasores llegaron desde la cordillera que separa ambos reinos, avanzaron hacia el sur y si seguían por ese camino lograrían llegar a la capital, pero por algún motivo giraron al este saqueando toda ciudad que se cruzaba por delante.

 

Según había oído, el número de los invasores más los refuerzos no llegaban a ser suficientes para asaltar las fortalezas de Ostrobriga y Visibriga, mucho menos Brahvena, sin contar la capital Avalon, pero sabiendo como fueron derrotados los duques más poderosos del reino y lo incompetente que era el rey, la caída del reino era inevitable, pero a pesar de todo solo se dedicaban a saquear el territorio sin un destino en concreto. Aun así, no regresaban a su tierra para dejar el botín que habían acumulado, lo que le hacía sospechar.

 

Su mirada se posó en la ciudad portuaria conocida como Portobriga. La ruta de conquistas curiosamente conducía a ese lugar. Supuso que la misión de la valquiria era conquistar esa ciudad, pues su puerto, permitía que atracaran una gran cantidad de barcos, no era descabellado pensar que podría servir como una base para conquistar el reino.

 

Ahora que sabía de los verdaderos planes de los norteños, pensó que iba a hacer con ellos. No se iba a arriesgar a decirle nada a nadie, por experiencia, pero podía interferir de alguna forma para cambiar el curso de la guerra.

 

La idea de cambiar de bando también fue tomada en cuenta tan rápida como fue descartada, porque al chico no le agradaban los norteños, ni sus costumbres ni su estabilidad política. Su sueño de gobernar con libertad su propio imperio requería cierto tipo de inestabilidad. Si tuviese solo un territorio podría conquistar todo el reino con sus conocimientos y estrategias. El reino estaba al borde de la fragmentación y quería su porción del pastel cuando el rey fracase miserablemente.

 

Al día siguiente, ejecutó el plan que meditó toda la noche. El primer paso fue a hablar con el rey, nada más llegase de su tour de mendicidad.

 

—¿Dices que quieres salir de tu familia?— Preguntó Shiza confundido.

 

—Así es, mi señor— Respondió Valian —La familia Savanger cayó en deshonra con la muerte del señor Arthur y siendo mensajero personal del mismísimo rey, detestaría manchar su imagen—

 

—Arthur fue siempre un gran hombre, tenía el honor por encima de todas las cosas y veo que heredaste su sentido del deber. Como su amigo me conmueve tu devoción y como el rey Shiza de la casa Frenik, te excomulgo de tu título noble y a partir de ahora serás Valian, mensajero real—

 

—Es un verdadero honor, su alteza—

 

El rey tuvo que contenerse de soltar una carcajada, cuando Valian le pidió abandonar la nobleza por su cuenta. Ahora ya no quedaba ningún Savanger en la corte. Por su parte Valian ya no estaba atado por un título nobiliario que le obligaba a rendir vasallaje a un linaje superior, lo que significaba que si conseguía tierras su familia no reclamaría derechos sobre ellas.

 

Las levas continuaron, hasta alcanzar la cifra de cien mil soldados. Soldados de nombre, pues su entrenamiento era escaso. Si bien entre ellos había veteranos y mercenarios, estos pertenecían las unidades palatinas.

 

El ejército se reunió en un campamento cerca del río Tanubi para luego marchar a las tierras del este, donde se encontraban los norteños.

 

Por su parte, Valian se había adelantado hacia Portobriga. Sabiendo de la calidad del ejercito y las prisas que tenía el rey por ganar una guerra que ignoraba hasta el momento, era evidente que la operación saldría mal, pero contaba con que las tropas invasoras sufriesen algún tipo de ralentización, para que pudiese preparar las defensas de la ciudad portuaria.

 

En principio pensaba ir solo, con mínimo dos guardaespaldas y un portaestandarte para que le reconocieran, pero el rey insistió en que llevara hasta diez soldados como precaución. Tras un intenso regateo, quedaron en cinco guardaespaldas, de los cuales tres se quedaron en la ciudad ya que Valian adelantó su partida, por lo que al final fue con cuatro hombres, más él mismo y el portaestandarte.

 

El ejercito reunido marchó por los páramos en un intento de atajar su ruta en vez de ir por los caminos pavimentados que conectaban con los pueblos. Sin embargo, el viaje no estaba exento de problemas y uno de ellos se debió al mal estado del pan, pues el panadero encargado de la bollería bélica, para ahorrarse dinero en leña y panaderos, coció el pan cerca de unas termas, por lo que el pan se pudrió a las pocas semanas matando a cinco mil soldados.

 

A pesar del incidente, el rey no dio marcha atrás y prosiguieron el viaje después de enterrar a los soldados en una fosa común. Con las prisas, siquiera pusieron una lápida en el cúmulo, solo un cartel atado a un poste mal colocado que desapareció con la primera tormenta.

 

El camino por el páramo se alargó demasiado, debido a que los mapas no registraban con exactitud los accidentes naturales. Con la prolongación del viaje el agua se pudrió también por culpa de los encargados que se habían olvidado de tapar las vasijas, dejándolas expuestas al sol. Los encargados fueron azotados hasta la muerte.

 

Con los problemas acumulándose y el ejercito a punto de amotinarse, el rey se vio obligado a tomar una ruta alternativa que conectaba con una fortaleza en las tierras altas. Esta era un torreón de tres pisos, construido con piedra y ladrillos unidos por mortero. Junto al mismo había una capilla, un cuartel, un establo junto a un huerto. A su alrededor había una muralla de madera, no más de dos pisos de altura, con cinco atalayas: dos a cada lado del portón y otras tres cubriendo los flancos de la muralla. No tenía foso ni otras defensas.

 

Al llegar hasta ahí fueron recibidos por un conde, señor de las tierras, quien les ofreció todos los víveres que tenía, los cuales apenas eran varias de madejas de grano, cerveza y carne expropiada a las gentes de las villas cercanas. Además de una fuerza de cien de sus mejores soldados para la causa.

 

El conde les comentó que había oído que la valquiria marchaba hacia el este, y que podían atajar hasta su campamento, que estaba a un día de la fortaleza, dando un rodeo por las faldas del valle boscoso.

 

Agradecido, el rey le entregó un saco de monedas de oro y partió a día siguiente.

 

Las fuerzas del rey no avanzaban en formación de combate, e iban intercaladas por los auxiliares escuderos a cargo del equipaje y los suministros.

 

El camino estaba embarrado por culpa de la llovizna del día anterior y los árboles, que crecían desorganizadamente solo dejaban una estrecho sendero y para colmo, el rey olvidó mandar a la dracoguardia alada para tantear el terreno, lo que hizo que la línea se extendiera peligrosamente alcanzando has veinte kilómetros de longitud. En la vanguardia lideraban los protectores domésticos, al lado de los cien soldados del conde, que actuaban como guías, mientras que el rey cabalgaba en la retaguardia, protegido por los paladines, una fuerza de caballería.

 

En ese momento un pequeño grupo de magos emergieron de entre la niebla y los arbustos mientras recitaban un conjuro.

 

Grandes e incontables bolas de fuego se formaron en el aire. Su luz fluyó a través de la vegetación, prendiendo en llamas a la línea de vanguardia.

 

Muchos soldados quedaron envueltos en llamas inextinguibles, otros gritaban mientras se escondían detrás de su escudo, asfixiándose con el humo y tras los arboles el ejército del norte, apoyado por las tropas Calabriguenses rodearon a los sobrevivientes por ambos flancos. Les lanzaban jabalinas, dardos, flechas, hachas y hechizos, ensartando a los menos afortunados. Cuando se quedaron sin proyectiles, desenvainaron espadas y cargaron colina a bajo.

 

Ante el grito —¡Poneos de pie!— del capitán de los protectores domésticos, los soldados supervivientes hicieron frente a la oleada como buenamente pudieron, pero de manera desorganizada y torpe. Cabezas decapitadas, brazos desmembrados, órganos esparcidos junto con la orgía de sangre que impregnaba el suelo mezclándose con el barro en el cual se apilaban cadáveres de jóvenes soldados.

 

Los soldados más curtidos se defendían asesinando a todo aquél que se acercaba a ellos. Sus pesadas armaduras de placas aguantaban todos los golpes, manteniendo a salvo a sus usuarios, sus afiladas espadas rebanaban manos, cabezas, piernas, torsos y hasta partían a cuerpos por la mitad. Golpe tras golpe los enemigos caían mientras ellos aguantaban virilmente, dando esperanza a los soldados dispersos para volver a la batalla, pero bastaba con que uno le agarrase desprevenido, para degollarles, cortarles una pierna y rematarlos ya en el suelo. Los soldados que regresaban únicamente para ser masacrados.

 

El caos de la batalla se hizo eco hasta los oídos del rey, quien nada más saber de la emboscada huyó seguido de su caballería de paladines, junto con todos los soldados que pudieron escapar, de regreso a la fortaleza. Huyó maldiciendo a la valquiria, al ejercito del norte, lamentándose de no poder mostrar sus grandes estrategias en el campo de batalla pero sobre todo de no ser capaz de recitar en frente de todos sus soldados el, maravilloso discurso en el que llevaba días trabajando.

 

Nada más llegar, el rey ordenó ejecutar al conde, tachándolo de traidor, pues él era quien les había mostrado el sendero hacia su perdición. Pasó el resto de la tarde quejándose, maldiciendo y devorando los víveres sin contenerse.

 

Convirtieron la fortaleza en su campamento temporal. Buscaban descansar y reorganizarse, planear como afrontaran las batallas en el futuro, pero no contaban con que esa noche el ejército del norte atacase esa noche.

 

Un noble supervisor subió a la cima de la empalizada, se bajó los pantalones, orientando el chorro hacia fuera. Entre las tinieblas de la noche, emergió un piquero y ensartó su lanza en la entrepierna del soldado. Mojándose de sangre junto con orina. El soldado apenas pudo gritar antes de caer de la muralla, pero su caída alertó a sus compañeros quienes alertaron del ataque, antes de ser ensartados por las flechas en llamas que cubrieron el cielo aquella noche sin luna.

 

Las puertas cayeron junto con parte de la empalizada, dejando paso libre a los asaltantes, que entraban raudos y veloces, tanto por la puerta como por los muros, apoyados por sus compañeros.

 

Las tropas palatinas poco pudieron hacer para defenderse, más que escoltar al rey en su huida, mas de poco sirvió la misma, pues la valquiria, quien dejó tropas de mercenarios estacionadas en cada posible salida, los emboscó.

 

Una piedra golpeó la cabeza del rey y este cayó de su caballo, pero su pierna quedó atascada en el estribo. El caballo entró en pánico y zarandeó a su jinete golpeándolo y arrastrándolo por el suelo. El rey se dislocó su pierna y su hombro, hasta que el estribo se soltó y el rey cayó rodando hasta los pies de los enemigos, quienes pisaron sus extremidades para que no pudiera levantarse, mientras le pinchaban con sus lanzas. Empezaron perforando sus pulmones, luego sus piernas, le cortaron las manos, le atravesaron el hígado con una espada. Una maza de madera aterrizó sobre su cabeza repetidas veces. Le arrancaron la cabeza y celebraron su muerte clavándola en su estandarte mientras despedazaban el cadáver.

 

Los paladines hicieron frente al enemigo con ferocidad y desesperación, buscando rescatar a su líder y al amanecer, sus cabezas estaban clavadas en picas, las cuales fueron colocadas alrededor del estandarte real como símbolo de su derrota.

 

Habiendo mermado a casi todo el ejército del reino, los invasores norteños tuvieron vía libre para ir a Portobriga.

 

Días antes de que cayera el ejército de liberación, Valian había llegado a Portobriga. Abusando del emblema del rey, tomó el control de la ciudad. Mostró además una orden escrita que llevaba el sello de la corona, en la que le aseguraba poderes absolutos por el estado de emergencia. La orden era falsa, la escribió el mismo y el sello fue tomado en secreto por una de las criadas a la que recompensó generosamente.

 

Muchos fueron los que dudaron de dicha orden, pero bastaba con que Valian les gritara su nombre y dijera que era el sucesor de Arthur Savanger, para acallarlos, pues si no podía imponer por su inexistente reputación, usaría la que haga falta.

 

No tenía fe en el ejército real, formado por campesinos reclutados, que siquiera tenían formación militar previa, podrían hacer frente a un enemigo que obtenía victorias consecutivas, por lo que decidió tomar las cosas por su cuenta y dirigir la batalla en un escenario donde tuviera toda la ventaja del mundo. Confiaba en que las tropas del rey con su exagerado número obligasen a la valquiria intentar tomar Portobriga lo antes posible, pero ella se llevaría la sorpresa al descubrir una ciudad inexpugnable que resistiría el asedio tiempo suficiente para que las tropas del rey llegasen, acabando al enemigo en un ataque por ambos lados.

 

Lo primero que hizo nada más tomar el poder, llamó a todos los oficiales a cargo de las murallas, tanto arquitectos como los jefes de los centinelas.

 

—Esta es situación, señor— Habló el arquitecto —El muro es sólido en su mayor parte, pero el lado que conecta con el mar se ha desgastado por culpa de la erosión del agua salada. Hemos solicitado su reparación múltiples veces, pero el gobernador nos lo ha negado, es más alardeaba de derribar la muralla—

 

—Interfiere con el tráfico de caravanas— Irrumpió el gobernador —Además, hace una veintena de años que no sufrimos una invasión terrestre. Nuestra principal amenaza son los piratas, que desde que los Galvanes tomaron la ciudad colonia de Zakkara, se han incrementado considerablemente. Propongo que invirtamos el dinero de la corona en crear más torres de vigilancia en vez de reparar una muralla—

 

—Las defensas marítimas son sólidas, si alguien intentara tomar la ciudad por el mar, sufriría bajas descomunales, por eso la invasión será por tierra y justo eso es lo que los norteños pensaron y eso mismo fue lo que dedujo su majestad, por lo que me envió para reforzar las murallas ¿Entiende?—

 

—Heraldo, sea razonable. El ejército que reunió el rey expulsará a esos salvajes del norte con suma facilidad. Se oyen rumores de que un rey pirata planea asaltar nuestra maravillosa ciudad para demostrar su poderío. Hay que actuar con sensatez—

 

—Gobernador, sea razonable— Le imitó Valian —Los norteños arrasarán esta ciudad mucho antes de que el rey pirata haga algo. Bien, jefes centinelas, vosotros sois los que están más familiarizados con estas defensas ¿Algún consejo, queja, recomendación?—

 

—La guarnición es escasa, nos faltan flechas y espadas. Una nueva torre en el lado oeste no vendría mal—

 

—Tomo nota— Dijo Valian —Escuchad, mi plan es aguantar lo que haga falta hasta que llegue el ejercito del rey. Solo de esa manera podremos ganar y para ello tenemos que reservar comida, mejorar los muros y entrenar a todo aldeano que tenga dos manos ¿Lo habéis entendido?— Los presentes asintieron con la cabeza —Quiero saber si lo habéis entendido, repetid lo que he dicho—

 

—Que mejoremos las murallas para aguantar hasta que llegue el rey— Dijo el gobernador.


—Tenemos que reservar comida y entrenar a la población— Repitió el centinela.

 

—Fantástico, hablan como unos verdaderos prodigios ¿A que esperan? A trabajar—

 

Bajo la supervisión de Valian, las murallas fueron reforzadas con una puerta doble, con un rastrillo de madera. Se construyeron revellines, pequeñas fortificaciones triangulares ubicadas en frente de las murallas, pero separada de ellas, cuyo objetivo era impedir los ataques directos y dispersar a las fuerzas enemigas. Valian deseaba crear baluartes, pero no tenían materiales suficientes, en cambio se levantaron nuevas torres y un cordón, un saliente que dificultaba trepar por la muralla.

 

Los trabajadores del metal hacían largas jornadas de intenso trabajo preparando armas y armaduras, los talleres trabajaban creando brea, empuñaduras y tubos para las flechas, mientras que los armeros montaban las armas y las distribuían a la población que practicaban el arte de la guerra disparando y peleando con muñecos de madera.

 

Las reformas siguieron hasta que llegó el día en que los exploradores regresaron avisando de que el ejército invasor arribó a la ciudad.

 

Valian pudo contar con que ahora los invasores contaban con el menos el doble de efectivos.

 

La valquiria se sorprendió de las extrañas fortificaciones que protegían la ciudad. Sobrevoló la ciudad a lomos de su dragón para tener una mejor visión y al aterrizar en frete de la muralla gritó a pleno pulmón.

 

—Soy la valquiria de la tempestad, Sveta de la casa Kraffelt. Conquistadora en nombre del rey Mordred. No me iré de aquí hasta que no haya tomado vuestra ciudad, pero si hay uno de ustedes que me habrá las puertas— Señaló al azar a uno de los centinelas —Si eres tú. O tú, o incluso si eres tú. Yo prometo sobre mis ancestros que no mataré a nadie. No tocaré a nadie. Rendid la ciudad— Repitió esto último varias veces.

 

En la torre más alta, el gobernador posó su mirada en Valian, quien parecía estar desconcertado.

 

—¿Disparamos una flecha a esa loca?—

 

—No— La voz de Valian sonaba tajante.

 

El gobernador se mostró sorprendido.

 

—¿No? Hemos dedicado casi todos nuestros recursos a levantar estas… defensas ¿Nos estáis sugiriendo que nos rindamos?—

 

—Yo no he dicho eso. Vos no me conocéis, no pongáis en mi boca palabras que jamás pronunciaría— Se acercó a la ventana —Algo extraño está pasando. Por su discurso, no es como que tengan prisa por tomar la ciudad y eso me desconcierta—

 

El gobernador resopló.

 

—Esto es absurdo. Mire, admito que me equivoqué, hay un enorme ejército intentando asediar por tierra mi ciudad y de no haberle hecho caso ahora esta ciudad caería en manos del norte. Pero ahora tenemos defensas sólidas, podemos resistir hasta que el rey nos salve—

 

—¿Has visto esas maquinas de asedio? Son pesadas y costosas. Vinieron preparados, lo que indica que ya sabían que estábamos fortificándonos—

 

—¿Y qué?—

 

—Que construir esas maquinas lleva su tiempo ¿En qué momento lograron hacerse con ellas si supuestamente tenían a las tropas reales yendo tras ellos? Esto no tiene sentido. Terminamos de reforzar las murallas y justo aparecen, después de tres semanas, cuando la ruta a Portóbriga como mucho son diez días a pie. Se tardaron demasiado ¿No te parece? Además, no tenemos nada para responder contra sus proyectiles—

 

—Son muchos… llevar un ejercito tan grande lleva su tiempo—

 

—Esa es otra. Son mucho más de los que creía, el triple que nuestra guarnición, casi como si los hubiesen reclutado de camino—

 

—¿Señor, qué hacemos?— Preguntó el comandante.

 

Valian miró de nuevo por la ventana antes de darse la vuelta y clavar sus ojos en la puerta.

 

—Abrid las puertas, anunciad que voy a salir. Quiero hablar con ella ¡Portaestandarte, acompáñame!—

 

El gobernador quedó estupefacto, mientas que el comandante comunicó las órdenes.

 

—Señor recapacite, se arriesga innecesariamente a exponer su vida a un peligro inminente, por un mal presentimiento—

 

—Por eso mismo estoy dispuesto a arriesgar mi vida, de lo contrario podría estar cometiendo un grave error—

 

—Eso no tiene sentido ¡Heraldo, como cruce esa puerta estará traicionando al rey y al reino—

 

—Abrid las puertas— Ordenó Valian.

 

—¡No, no lo hagáis! ¡Aquí mando yo, guardia prenden a ese traido!—

 

Valian se volvió a hacia el gobernador y le preguntó mientras le miraba fijamente a los ojos:


—¿A ti te parece que mandas?—

 

El gobernador miro a los guardias, estoicos y a los centinelas bajando los contrapesos mientras que los emisarios gritaban que habría parlamento. Asumiendo su carencia de autoridad, siguió al chico mientras insistía vanamente en persuadirle de volver a dentro.

 

Cuando ambos dirigentes estuvieron uno en frente a otro, la valquiria desmontó y sus hombres clavaron cuatro estacas, sobre las cuales colgaron una lona blanca bajo la cual discutirían el destino de la ciudad.

 

En aquél nublado día, ambos líderes estaban frente el uno al otro para decidir el destino de las personas que se encontraban a su alrededor.

 

—Ejército del norte, estáis lejos de casa ¿Os habéis perdido?— Empezó Valian con un chiste, cosa que no hizo gracia a ninguno de los presentes.

 

—¿Quién eres?— Preguntó Sveta.

 

—Soy Valian, el heraldo del rey. Su majestad me encomendó la tarea de defender esta ciudad hasta su regreso—

 

La valquiria ordenó que le trajeran una caja envuelta en un estandarte real manchado de sangre. Desde el interior de la caja sacó una cabeza humana decapitada y la expuso en frente de Valian.

 

—Puedes dar tu labor finalizada—

 

Arrojó la cabeza a los pies del chico. El gobernador que estaba a su lado cayó de rodillas. Llorando abrazaba la cabeza de su rey.

 

—Me lo temía— Pensó Valian.

 

Ahora que sabía que los tan ansiados refuerzos no iban a llegar, se enfrentaba a una realidad difícil de asumir. Podía regresar a la ciudad y resistir un asedio que dios sabe cuando duraría, más si contaba con la posibilidad de que las fuerzas del norte les atacasen por mar en un doble frente. Por otro lado podía rendir la ciudad y creer ciegamente en la promesa de la valquiria de que las vidas de los ciudadanos no correrían peligro, pero eso le importaba poco. Si rendía la ciudad lo haría dejando unas defensas poderosas en intactas, lo que en un futuro complicaría la toma de la misma.

 

Era consciente de que había cometido dos grandes errores que facilitaban la invasión a la vez que sentenciaba su propia patria, se encontraba en el momento cumbre donde su decisión marcaría un antes y un después.

 

Echando una breve vista hacia atrás lamentó profundamente haber tomado todo tan a la ligera, debía haber usado mejor la información, haberse encargado de todo personalmente desde el principio en vez de hacerlo todo en el último minuto. Ahora, se encontraba atrincherado, sin auxilio, frente a un enemigo que parecía invencible.

 

Extraños recuerdos venían a su mente.

 

—Así es como empezó la batalla de Ferganá—

 

Se planteó una tercera opción: usar su carta de triunfo, destruiría a todo el ejército en un instante, pero luego de eso nadie lo vería como un humano y sus sueños terminarían en ese momento.

 

—¿Y bien?— Preguntó Sveta —¿Cual es vuestra decisión? Os recomiendo tomar una decisión pronto, porque ni yo ni mis hombres esperaremos más tiempo—

 

El gobernador clavó sus enrojecidos ojos en ella. En un ataque de ira se abalanzó sobre ella, pero cayó al suelo justo al levantarse, cuando su pierna quedó atascada en el suelo. Cuando se dio cuenta, vio a Valian pisándole.

 

—Que desastre, gobernador. No es momento para andar arrastrándose frente al enemigo— Dijo Valian mientras le ayudaba a levantarse —Como bien dice esta mujer, mi labor ha concluido, pues mi señor ha fallecido. Por lo tanto la decisión que tome es irrelevante. Por eso dejaremos que ellos decidan su destino— Señaló con su pulgar a la gente de las murallas.

 

Aquello tomó a los presente por sorpresa.

 

—¿Es una broma, verdad?— Preguntó Sveta.

 

—No, para nada. Vos me relegasteis de mi puesto matando a mi señor, por lo que la decisión la tomarán las personas que viven en la ciudad que planeáis tomar ¿De qué tenéis miedo?—

 

Sveta no dijo una sola palabra y Valian continuó hablando.

 

—Veo entre vuestros hombres muchas caras y estandartes familiares, oportunistas hay en cualquier parte, pero contábamos con eso y por eso acumulamos grandes cantidades de brea y aceite. Veo que tenéis unas bonitas catapultas y torres de asedio, bien detrás de la muralla tenemos nuestras propias catapultas cargadas hasta arriba de brea con la que podemos quemar vuestras torres. Si por algún motivo podéis llegar a las murallas contamos con efectivos suficientes para defenderlas junto con las reservas en caso de asalto nocturno. Si pensáis zapar las murallas, podéis idos olvidando de eso, los cimientos están a mucha profundidad y son muy firmes, colapsarán vuestro túneles antes de que lo hagan nuestras murallas. Y si pensáis asediarnos hasta que lleguen los refuerzos del norte por el mar del oeste, lamento deciros que tenemos el mar de nuestra parte, no nos moriremos de hambre y este puerto está preparado para defenderse de los ataques por mar—

 

—Y esas cosas triangulares, son revellines, dividirán vuestras fuerzas para que nos sea más fácil masacraros— Añadió el gobernador con orgullo.

 

Valian le dio una colleja para que se callara y no hablara más de la cuenta.

 

—La decisión no es mía, yo solo voy a preguntar cuantas ganas tiene la gente de empezar con el asedio—

 

—Así que elegís pelear— Concluyó Sveta.

 

—Elijo ganar. Veamos cuanto tiempo aguantan esos oportunistas cuando fracaséis vuestro asalto. En el momento en que se pongan en vuestra contra, acabaremos con vosotros— Exclamó con más fuerza —¡¿Lo habéis oído? Entre vosotros hay traidores que os degollarán a la mínima que puedan! Eso va por ti, John de la Frist, Samborg el Turling y Roppen Mayverk ¡Traicionaron a su majestad a pesar de jurar a la corona! ¿Cuánto tiempo tardarán en traicionaros a vosotros?—

 

Unos murmullos empezaron a oírse en el bando norteño, la desconfianza entre las tropas aumentaba y la valquiria ordenó que tocaran la trompeta de guerra para que se tranquilizaran.

 

Sveta miró a Valian. Por un momento su charlatanería casi logra desestabilizar a sus tropas, no era alguien que debía ser subestimado. Ella sabía que parte de lo que dijo era mentira, pues al sobrevolar la zona no vio ninguna arma de asedio en el interior de las murallas, pero sabía que estaba en lo cierto cuando hablaba de que podía mantener una larga resistencia. La hidrografía de los mapas hacían imposible un bloqueo naval eficiente, por eso el rey le encargó tomar la ciudad por tierra.

 

Tras una campaña brillante desde la cordillera hasta el puerto, sus tropas regresarían a casa en otoño porque no había sido capaz de tomar una simple ciudad. Aquello se sentía como una fuerte bofetada en su orgullo. Debía tomar la ciudad a como de lugar, su posición, el prestigio de su familia estaba en ello.

 

Sveta se sacó el casco revelando su larga cabellera de color azul oscuro, casi negro, sus ojos del color del cielo de mediodía y sus finas facciones que salieron indemnes de las batallas gracias a su casco. Calvó su fría mirada en los dorados ojos de Valian.

 

—Pase lo que pase voy a tomar la ciudad, ya sea por la fuerza o hasta que el mar se quede sin comida. Pero dentro de lo que cabe llego a ser misericordiosa. Os doy exactamente un día, hasta la siguiente noche para que abandonéis la ciudad. Os garantizo que no tenderemos emboscadas y dejaremos el paso libre hacia vuestra capital. Los que se queden, si se niegan a rendirse serán masacrados. Esa es mi oferta, aceptad o atacaremos—

 

—Me pone en un aprieto, pero es una propuesta justa. Vamos gobernador hay que hacer las maletas—

 

—¿Qué? ¿Ya está? ¿Nos rendimos?—

 

—Vamos a dentro para que pueda explicártelo— Dijo Valian arrastrándole al interior de la muralla.

 

En lo que quedaba aquella tarde, se celebró el primer consejo popular organizado por Valian. Dejó la decisión en manos del pueblo y al día siguiente él junto con menos de la mitad de la población habían abandonado la ciudad a su suerte. El gobernador se quedó junto con toda la guarnición para hacer frente en una última batalla.

 

Parado al lado de su caballo, Valian miró como el asedio daba lugar. Agradecido de no estar ahí, pero sintiendo el amargo sabor de la derrota al perder aquel lugar.

 

—Deberíamos habernos quedado— Preguntó uno de su guardia.

 

—No. Siempre habrá otra ocasión de vengarnos. Además me gustaría ver la cara que pondrá la señorita cuando vea como hemos dejado el puerto—

 

—¿Y que haremos con toda esta gente?— Preguntó el viejo guardaespaldas apodado el Zagal, puesto por encargo del rey para vigilar al chico.

 

—Los dejaremos establecerse en una de las villas costeras que rodean Brahvena. Deberían estar bien. Muchos de ellos se unirán a las futuras levas—

 

 Pasó una semana desde la caída de Portobriga en las manos Borealianas, sin embargo la invasión se detuvo temporalmente debido a la destrucción del puerto.

 

Valian se encontraba en una nueva taberna, degustando la especialidad de la ciudad, empanadas de albóndigas de cerdo con guarnición de verduras a la parilla y zumo de uva con limón, cuando una niña pequeña de largo cabello lila grisáceo orejas de lobo y ojos rasgados, se acercó hasta él.

 

—Santo señor, mire santo señor. He encontrado algo increíble— Exclamó animada.

 

—Continua— Ordenó Valian.

 

—¿Recordáis aquella misteriosa masacre de bandidos en los bosque de Malmedy, ahora bosque de elfos silvanos? Pues he encontrado a alguien que afirma haber sobrevivido a esa masacre. Está en la ciudad de Flarea, cuenta cosas interesantes—

 

—¿Qué cosas interesantes cuenta?—

 

—Dice que todos los bandidos, se habían reunido y perseguían a un monstruo que llamaban Manis—

 

Al oír ese nombre Valian dejó de caer su empanada de vuelta al plato, quedando con la boca abierta mientras que la niña seguía contando.

 

—Le sorprendieron en el bosque y empezaron a morir uno tras otro. Se oía una ratatatatata cada vez que arrancaba el alma del cuerpo y lo devoraba. Al final se murieron todos y fin—

 

—Entiendo…— Dijo Valian retomando la comida —¿Está en Flarea, dices?— La niña asintió —Me muero de ganas por conocerle, iremos en cuanto termine de comer—

 

Aquella tarde partió en un carruaje en dirección a la ciudad del fuego sagrado.



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