Capítulo 11:
Un lugar en mis sueños.
Con la caída de Portobriga,
tras un largo y extenuante asedio, los invasores norteños consiguieron un
sólido puerto como base para iniciar su invasión. Sin embargo dicha invasión
fue ralentizada por la destrucción y sabotaje del puerto por parte de los
propios ciudadanos.
El reino del sur
consiguió un breve tiempo de paz.
Había llegado a una orilla siguiendo el río en dirección al
oeste. A su alrededor la hierba alta campaba hasta donde alcanzaba la vista.
Recogió un par de matojos y cortó con su pala un par de ramas gruesas de un
árbol muerto. Clavando tres estacas de manera lateral, consiguió un soporte
estable. Entrelazó ramas entre los postes para crear un techo y colocó trozos
de musgo encima reforzando el tejado. Debajo del refugio esparció los matojos y
sobre los mismos, la piel de un animal que a menudo usaba como colchón.
Su refugio estaba casi terminado. Sacó de su carro un horno
que antiguamente era la jarra abollada que albergaba metal líquido. Ahora
convertida en un horno rectangular al añadirle cuatro patas en un lateral. En
su interior guardaba unos tubos de latón desmontables, los cuales se conectaban
en la tapa trasera de la caja creando una improvisada chimenea. El interior se
rellenaba con leña que se prendía con la barra de ferrocerio. A pesar de que
había conseguido una extraña piedra que emanaba fuego, todavía no sabía como
usarla. No había tenido tiempo de experimentar con el botín que consiguió
saqueando los cadáveres y su campamento.
Mientras el horno se calentaba, Manis cortó una cebolla que
encontró en su viaje, en cachitos con su cuchillo bayoneta Bowie, hizo lo mismo
con la carne de un anima que cazó el día anterior.
Utilizando la parte superior del horno a modo de plancha,
colocó la carne, a la derecha y la cebolla justo a su lado. Movió y removió la
comida sin muchas ganas hasta que quedó completamente hecha. Lamentaba no
disponer de especia alguna que ayudase a potenciar el sabor, mientras movía su
almuerzo a la tabla para desde ahí empezar a comer usando un tenedor de madera.
Comía lentamente, masticando mientras vigilaba sus
alrededores constantemente.
Desde aquella emboscada que terminó en una batalla campal
contra todo ser vivo de ese mundo que por algún motivo que desconocía, ese día
todos decidieron matarle. Aquello reforzó ese sentimiento de no pertenencia y
le dio fuerzas en su búsqueda del doctor Anneryth, quien posiblemente le
ayudaría a regresar a la civilización real. Pero al mismo tiempo le hizo ser
más precavido en su viaje, casi al punto de la paranoia. Reduciendo sus horas
de sueño, estando alerta todo el tiempo por si algo así ocurría de nuevo.
Sentía estar muriéndose. El cansancio cada vez era mayor, sus reacciones cada
vez más tardías y lo que más temía era caer dormido y despertarse atado y
saqueado.
—Esto no es vivir— Se decía a sí mismo cada vez que terminaba
de comer.
Miró de nuevo la tienda que había construido. La rabia se
apoderó de él y de una patada la destrozó.
—¡Ya estoy harto!— Exclamó con todas sus fuerzas. Sus cables
se agitaron con fuerza a su alrededor. Desenfundó su pistola y apuntó al cielo —Los
que me estáis siguiendo salid de una vez y enfrentadme. Soy Manis, cuarto
esminets, asesino sistemáticamente a todo lo que veo—
Se produjo un silencio. Aquello terminó por quebrar
completamente al chico, quien desplegó sus cables en un tornado arrasando casi
un kilómetro vegetación. Cayó de rodillas mientras recobraba el aliento.
—En qué momento pensé que esto sería fácil. Siquiera sé donde
estoy, o qué tan grande es este mundo. Esto perfectamente podría ser una
maldita isla y todo este tiempo podría haber estado dando vueltas en círculos—
Se tumbó sobre la hierba —Como encontraré al capullo del doctor en este lugar,
es como buscar una aguja en un pajar. Y si lo encuentro ¿Cómo regresaré a casa?
¿Cómo llegué a este mundo en primer lugar? Aquí no hay nada de tecnología
moderna— Miró la carretilla que se había volcado —Pensé que sería fácil vivir
de esta manera hasta encontrar al doctor. Pero este camping infinito me está
matando ¿Qué hago? Tampoco quiero asentarme porque entonces me será difícil
irme—
Permaneció tumbado hasta que sus sentimientos se
estabilizaron.
—Mente positiva— Se levantó y se acercó a la carretilla —No
puedo seguir a ciegas, confiar en las probabilidades es una locura, que debe
acabar. Tengo que asentarme. Primero tengo que establecer una base de
operaciones. Luego cartografiaré el mundo partiendo desde un centro y
finalmente empezaré a trabajar exterminando sistemáticamente toda forma de
vida. Por descartes acabaré topándome con Anneryth. Sí, eso es lo que voy a
hacer—
Había gastado casi toda su munición y había perdido todos sus
recursos que fue acumulando con el tiempo aquel día.
Su prioridad era rearmarse, y para ello necesitaba el metal
mágico que podía tomar diferentes formas. Dicho metal se vendía en algún pueblo
ubicado cerca de un río, el mismo que había estado siguiendo todo ese tiempo
sin éxito.
Solía evitar los caminos, pero caminaba paralelamente a los
mismos. Si viveras en un mundo sin ningún tipo de comunicación, los caminos
eran una buena forma de encontrar asentamientos.
Después de tres días de caminata llego hasta lo que parecía
un pueblo, frente a él había unas casas de madera separadas las unas de otras,
con techos de paja y ramas que llegaban hasta el suelo. Cada casa tenía una
valla que delimitaba una parcela a modo de patio. El suelo no estaba
pavimentado, pero lo habían arado de forma que no se acumulaba agua por las
lluvias. La gente vestía ropas llamativas de colores llamativos, muy parecidos
a los de su aldea natal. Algunos de ellos estaban trabajando en sus jardines,
otros araban la tierra cercana para cultivar comida, otros vendían productos en
puestos conectados a sus hogares y otros simplemente estaban pasando el rato.
Manis miró a una persona que labraba la tierra. Respiró
hondo, dejó salir sus cables disimuladamente, se acercó y le preguntó por el
vendedor de metal mágico.
—¿Qué buscas a un vendedor de metal mágico? Supongo que te
referirás a Henke. Está en el pueblo de al lado, muchos comerciantes y
aventureros vienen preguntando por él y siempre les digo que se equivocan de
aldea, pero el rumor de que vive aquí se ha extendido y ya no hay forma de
desmentirlo. Si le ves dile que se mude aquí—
—Gracias por la información. Por cierto vi una gran casa de
madera de camino, parecía estar abandonada—
—Esa era la mercería de Mirie, muchos viajeros se desviaban
del camino para pasar por ahí a comprar algo o para esperar el próximo
carruaje. Desgraciadamente Mirie ya no se encuentra con nosotros. Se fue a la
ladera norte a buscar a su madre en un día de ventisca, ya me entiendes—
—No, no lo entiendo—
—Que ha muerto, hombre, ha muerto. Le dispararon un
ballestazo en la cabeza unos bandidos disfrazados de clientes, a ella y a todo aquel
que se encontraba en la tienda ese día. Querían tenderle una trampa a un
cazarrecompensas para rescatar a una mujer que llevaba presa y todos acabaron
muertos durante la ventisca—
—¿Hace cuando fue eso?—
—Unos veinte o treinta años, no se contar. Pero si llegas a
ver a Mirie llegas tarde—
—No, yo vengo por el vendedor de metal líquido ¿O también ha
muerto por culpa de un cazarrecompensas?—
—No, Henke está vivo, le encontrarás en el pueblo siguiente,
vive en frente de una mina abandonada. Si le ves dile que se venga a vivir a
este pueblo—
—Muchas gracias… Por cierto ¿No tendréis inconveniente en que
vaya a vivir a la mercera de Mirie?—
—¿Quieres vivir ahí?—
—Depende de vosotros ¿Hay que pedir permiso a alguien o algo
así?—
—Nah, si quieres vivir ahí o si quieres reducir a cenizas ese
lugar, me da igual. El permiso solo es para los comerciantes—
—Gracias de nuevo—
Manis se marchó siguiendo el camino que pasaba a través del
pueblo hasta llegar al siguiente, el cual estaba a varios kilómetros de distancia.
Mientras caminaba empujando su carretilla, se dio cuenta de que el suelo de la
senda que estaba siguiendo, estaba bien arado, a punto de ser pavimentado. Por
un momento pensó en que tal vez la gente se dio cuenta de lo importante que
eran las carreteras, pero por más que caminaba no encontraba pavimentación
alguna, hasta que llegó al pueblo, cuyas casas estaban hechas de piedras.
Caminó hasta llegar a la mina. Sobre la misma había una casa que se ubicaba
pegada a la pared de una gran pared rocosa, cubriendo la entrada de la misma.
Tocó la puerta de madera y una voz se escuchó al otro lado.
La puerta se abrió revelando a un hombre joven, casi tan alto como Manis, de
cabello castaño claro y ojos de color miel con una aureola verde enmarcando su
iris. Vestía un sencillo jubón pardo claro y unos pantalones rojos con botas
verdes. Llevaba un cinturón de tela amarillo alrededor de su cadera.
—¿Desea algo?— Preguntó mientras sujetaba la puerta. Manis se
dio cuenta de que sus manos estaba teñidas de un color plateado.
—Si, deseo comprar metal mágico y había oído que alguien de
por aquí lo vendía ¿Es usted?—
—Si busca metal mágico ha venido al sitio correcto. Soy Henke
el mejor vendedor de metal mágico del mundo ¿Es usted comerciante?—
—No, soy un cliente. Deseo comprar una jarra de su metal—
—¿Solo una jarra?—
—Lo que me permitan mis recursos—
—¿Cuánto lleva encima?—
—Llevo lo que cuesta una jarra—
—Una jarra cuesta una moneda de oro—
—Le pagaré dos por las molestas— Dijo Manis sacando dos
monedas de su bolsillo.
Henke soltó una carcajada y abrió la puerta.
—Pase a adentro— Abrió por completo la puerta dejando entrar
a Manis —Aun no me ha dicho como se llama—
—Soy Manis, cuarto esminets, asesino sistemáticamente—
—¿Eh? Perdona no he entendido nada, es la primera vez que
oigo esa lengua. No se me dan bien los idiomas—
Manis le miró con decepción y añadió su cara a su lista de
personas descartadas.
—Llámame Manis—
—Encantado, Manis ¿Es extranjero?—
—Algo así—
—Supongo que hizo un largo viaje para llegar hasta mi hogar.
Espere un momento mientras preparo el metal. Tardaré solo un rato, no me robe
nada—
—Descuida. Solo he venido por el metal mágico—
Henke se metió a dentro de una habitación oculta tras una
puerta de madera unida a la pared de ladrillo natural. Tras unos minutos salió
con dos jarras grandes y encontró a Manis observando por la ventana.
—¿Pasa algo interesante afuera?— Preguntó atrayendo la
atención del chico.
—Afortunadamente no, solo miraba el paisaje— Contestó
mientras se acercaba a los tarros. A primera vista era justo el metal que
recordaba. Le ofreció dos monedas de oro, pero el granjero solo recogió una.
—El precio de dos grandes vasijas es el de una moneda de oro—
Manis guardó la moneda en su bolsillo y llevó los jarrones
hasta su carretilla. Se aseguró de colocarlas en un sitio seguro porque lo
último que quería era que se rompieran.
—¿Cómo se elabora el metal este?— Preguntó por curiosidad.
—Eso es un secreto—
—Entiendo. Tal vez venga pronto a por más—
—¿Sería un inconveniente saber para que va a usar mi metal?—
—Para fabricar herramientas de diversos tipos, armaduras y
armas para la caza—
—¿Y eso no podría encargárselo a un herrero? Este metal suele
ser usado para adornos y decoraciones. Es demasiado frágil para hacer
herramientas y demasiado blando para fabricar flechas o armaduras—
—Que irónico que, aunque seas el fabricante desconozcas todas
las cualidades de este metal—
—Eso ofende señor. No hay mayor experto en todo el reino. Lo
sé todo acerca del metal mágico y le digo que sus usos son muy limitados—
—Como digas. Yo sé lo que hago y esto. Tiene más usos de los
que te imaginas. Solo hace falta un poco de imaginación—
Manis terminó de organizar su carretilla y se marchó de aquel
pueblo dejando al vendedor con la duda sobre su propio producto.
Llegó hacia la mercería, la cual estaba ubicada sobre una
colina, algo lejos del camino, pero bastante cerca del río.
Anteriormente ese edificio era una mercería de una sola
habitación. Había una chimenea de rocas al fondo, a su lado había un mostrador
con estanterías pegadas a la pared. En el centro del lugar había diferentes
mesas y en los laterales, un par de camas. Era un lugar a medio camino entre
una tienda y una posada, perfecta para viajeros de tránsito, pero no para
residentes. O al menos eso era lo que deducía Manis al ver los escombros.
Ahora el edificio estaba en ruinas. Carecía de puerta, la
mitad del techo estaba roto, la madera del suelo estaba podrida, con las malas
hierbas creciendo rampantes. La chimenea estaba tapiada por las propias
piedras.
Se acercó a las paredes, estas permanecían sorprendentemente
intacta. Notó que las habían quemado a consciencia creando un barnizado natural
que protegió la estructura, sin embargo, algunas también estaban podridas.
Definitivamente no era un lugar en el que quedarse. Sin
embargo, la ubicación era muy estratégica. No muy lejos del pueblo; cerca del
río; sobre una colina elevada que proporcionaba una visión amplia de la zona.
Merecía la pena restaurar este sitio.
Comenzó con limpiar todo con una escoba improvisada hecha de
madera y ramas. Retiró los escombros, los tablones y las plantas dejando el
suelo libre.
Tras terminar de trabajar, se dio cuenta de que ya estaba
anocheciendo. Cenó lo que le quedaba de carne y se preparó para ir a dormir.
La primera noche, la pasó acurrucado en una esquina,
atrincherado con la mano sobre el revolver mientras que la otra había
desplegado los cables en una red que le permitía detectar cualquier movimiento.
Con la carretilla a modo de barricada improvisada y la estufa a su lado.
Durmió lo suficiente hasta que la oscuridad se desvaneció
dando paso a un nuevo día.
Restaurar una casa no era trabajo de un solo día y tenía
muchas cosas que hacer antes, como rearmarse, conseguir comida, crear las
herramientas, conseguir los materiales, etc…
Decidió centrarse en resolver primero el asunto de la comida.
Con anterioridad volvió a construir una nevera africana usando arena junto con
dos ollas de barro, por lo que podía mantener sus alimentos frescos más tiempo.
Fue al barrio del mercado del pueblo. Ahí compró sal,
vinagre, zanahorias blancas, miel, granos de trigo, cebolla, aceite, queso
azul, algunas especias que parecían ser perejil y un par de ajos. No se fiaba
de la carne, pues las moscas no paraban de posarse encima y el pan prefería
elaborarlo el mismo.
Llegó a su base y depositó los alimentos en la nevera, para
luego ir al río y traer una gran trucha.
Usando el recién adquirido metal mágico, creó una sartén y
una olla de aluminio. Ambas las puso sobre la estufa. Vertió un chorro de
aceite de oliva sobre la sartén y puso a cocinar la trucha ya limpia y cortada,
mientras en la olla, llena de agua agregó granos de trigo para hacer un potaje.
A este potaje añadió trozos de zanahoria, cebolla y perejil cuando el agua se
redujo.
Terminó de cocinar metiendo la comida en un cuenco de barro y
mezclándolo con el pescado de la sartén, para luego comerlo poco a poco.
Mientras comía meditaba acerca de como iba a hacer las reformas.
Una vez saciado, empezó a preparar los materiales necesarios.
Primero necesitaba algo de infraestructura básica.
Usando el metal mágico creó herramientas de carpintería, como
hachas, sierras, cepillos para alisar la madera, martillos, entre otros
utensilios. Los cuales fue guardando en la carretilla, que se convirtió en un
almacén improvisado.
—Para empezar tengo que arreglar las paredes del fondo y
poner un techo improvisado. Luego hay que delimitar. La cocina va a ir sí o sí
al fondo, porque la chimenea sobra, voy a tapiarla, pero servirá como campana
extractora. Así que la encimera irá al fondo—
Delimitando con una piedra caliza a modo de tiza trazó las
líneas sobre la tierra que serían las supuestas habitaciones.
—A la derecha pondré el baño simple, lavamanos, retrete y
bidé. El otro extremo será el taller y el resto será la sala de estar— Miró
hacia arriba —Creo que haré una segunda planta. Un edificio tan grande tenía
postes, hasta que desaparecieron con la mitad del techo. Puedo hacer un segundo
piso donde irá el dormitorio y el baño grande… No, los postes sobran para el
tipo de techo que voy a poner y hacer un segundo piso es un coñazo… En vez de
un baño simple haré un baño completo y al lado estará la habitación, entre
medias estará la sala de estar y el taller. Para el suelo pondré hormigón y
madera—
Miró a un lado y encontró a un carcayú blanco mirándole
apetitosamente con sus brillantes ojos rojos. Sin saber cuanto tiempo ha estado
hablándole al animal inconscientemente, lo hecha de la casa a patadas antes de
que se ponga agresivo.
—Y pondré una puerta reforzada para que no entren bichos—
Agarró un par de vasijas y fue a un bosque cercano, donde con
la ayuda de su bayoneta realizó hendiduras en el los troncos de los árboles más
grandes y luego ató las vasijas justo debajo para recoger la savia.
Taló con un hacha varios árboles de mediana envergadura y los
arrastró hasta la casa, donde los partió en dos de arriba a abajo con una
técnica de cuña, que consistía en crear una hendidura en el extremo del tronco,
introducir una cuña de madera para luego aporrearla hasta que el árbol se
partiera en dos.
Con un taladro manual abrió varios agujeros en el tronco,
donde insertó cuatro ramas creando una mesa de trabajo sobre la cual empezó a
alisar los troncos cortados hasta conseguir paneles completos del mismo grosor
y altura que las paredes de su casa.
Para unirlas utilizó un sistema de machihembrado, tallando
una ranura en un extremo y una cuña en el otro para que encajen en una unión
sólida. Añadió además pegamento de resina que extrajo de los árboles para
asegurar las juntas contra humedades. Construyendo un simple andamio para desde
arriba, a golpe de martillo de madera ir encajando las nuevas paredes en el
suelo.
Disolviendo una esponja de lana en vinagre dentro de un cazo
de barro, consiguió barniz al día siguiente, con el que cubrió todas las
paredes sellándolas.
Mientras el olor se pasaba, trabajó en la creación de un
horno de barro como el que tenía en su primera base. Con este horno pretendía
averiguar de una vez como usar las piedras de fuego.
Primero probó colocándolas sobre un trozo de yesca y esperó a
que esta se prendiera. No pasó nada. Probó soplando y unas llamas aparecieron y
encendieron la yesca, y cuando esta terminó de arder la gema seguía en su
sitio, sin haber sufrido daño alguno.
Entonces se le ocurrió la idea de soplar directamente la
gema. Una diminuta llamarada se esparció y desapareció con el aire.
Entendiendo un poco como funcionaba la gema, decidió probar
poner una gema de viento junto a la piedra de fuego, pero para seguridad los
colocó dentro de un tubo de barro. El resultado fue un lanzallamas de muy baja
intensidad.
Sacó del metal un tubo del tamaño de una botella, luego una
boquilla junto con un compartimento hexagonal. En el compartimento colocó la
piedra de viento y la encajó en el tubo junto un anillo de abertura de
rodamientos con rosca entre medias. En la cima del tubo ancló la piedra de
fuego con ayuda de dos soportes de wolframio, eligió ese metal por su alto
punto de fusión que evitaría derretirse. Sobre el tubo enroscó la boquilla,
terminando su quemador portátil. Funcionaba girando el compartimento, que a su
vez abría el anillo librando aire, aire que se prendía y salía por la boquilla.
—Ahora con esto ya no necesitaré la barra de ferrocerio por
un tiempo. Además, creo que también puedo soldar, lo que me irá de perlas para
el suelo de hormigón armado—
Cuando la madera se secó, pasó a trabajar directamente en el
techo. Subió al andamio largas barras de madera y colocó estas como soporte
para colocar paneles de madera tapando el techo faltante.
—Con esto será suficiente para protegerme del viento, pero no
para el agua. Ahora falta crear ladrillos y tejas para el aislamiento térmico.
Pero antes de convertirme en el legendario súper albañil, tengo que crear un
molino hidráulica—
Su objetivo de crear un molino hidráulico se basaba en el
ahorro de tiempo. Crear ladrillos conllevaba su tiempo. Aprovechando la
corriente de agua, transformándola en fuerza centrifuga, unida a una cinta que
pasaba por un par de moldes hasta un horno, podía acelerar la construcción de
ladrillos automatizando el proceso.
—La clave del modernismo es la automatización—
Antes de lanzarse de cabeza a construir su molino, realizó
una inspección del terreno. Lo ideal sería construir el molino debajo de una
cascada, desgraciadamente el terreno era llano y el caudal del río a ratos
parecía estar estancado. Tras mucho pensar llegó a la conclusión de que en vez
calvar estacas en el río y meter el molino a dentro del agua, sería más rápido
y controlable construir el molino en la orilla y desviar agua para que actué
como una cascada.
El tamaño del molino también importaba, un molino enorme
necesitaba mucha agua para girar, su movimiento era lento pero podía mover
maquinaria de mayor peso, uno pequeño necesitaba poca agua para girar, su
movimiento sería rápido y frenético, pero su tamaño limitaría el peso y la
cantidad de máquinas que podría mover. Uno mediano sería muy situacional, sin
embargo al final todo dependería de como sería capaz de crear agua a presión.
Empezó con la construcción cortando largas láminas de madera
y luego dividiéndolas en partes cuadradas más pequeñas. Rebajó los bordes de
cada una de las partes en ángulo para cuando se encajaran una sobre otra,
formasen una radio. Para que la rueda durase más tiempo había que juntar un
número primo de láminas. Trece fue el número escogido.
Una vez montada la estructura, tocaba trazar el centro para
encajar las palas, las cuales quedarían puestas de manera vertical sobre el
radio central, inclinadas hacia el mismo lado para permitir un mejor
almacenamiento de agua, así el molino ganaría impulso. Finalmente, solo
quedaría encajar las paredes en cada lateral terminando con el diseño.
Tras realizar correcciones, ajustando las palas y lijando las
láminas para conseguir una mayor fluidez, llegó el tiempo de tratar la madera.
Usando el nuevo soplete que había conseguido quemó la
superficie de cada lámina, sacando a relucir la veta, al tiempo en que sellaba
los poros para evitar que absorban agua. Luego aplicó una capa de barniz y dejó
secar toda la noche. Al día siguiente atornilló la estructura.
Una vez completada la rueda, tocaba construir la parte más
importante de la maquina, el eje. Para ello cortó un tronco, al que alisó y
rebajó hasta obtener una pieza octogonal completamente recta. Una vez que la
pieza estaba terminada, trazó con un lapicero las marcas de corte, en donde
colocaría los travesaños en los cuales acoplaría la rueda. Agarrando un martillo
y un cincel empezó a tallar la madera. El trabajo requería concentración, pues
un mal golpe quebraría toda la estructura obligándolo a empezar de nuevo. Con
paciencia y mucha dedicación terminó de tallar los agujeros. Al igual que con
la rueda, aplicó el mismo tratamiento al eje.
El siguiente paso era trabajar en el soporte. Este debería
ser algo básico pero resistente para soportar el constante movimiento de la
rueda. Se decidió por una estructura triangular que iría a cada lado de la
rueda, en cuyo centro tendía soportes que sostendrían el eje.
Cuando ya estaban construidas todas las piezas, tocaba montar
la pieza. Agarró el eje, introdujo pegamento de resina en los orificios para
luego introducir los travesaños. Atornilló estos a la rueda en el interior del
eje. Colocó a cada lado los soportes y probó la rueda haciéndola girar. El
mecanismo liberó un chillido similar al de una puerta oxidada cerrándose, pero
eso se solucionaba engrasando los soportes. La rueda giraba con rectitud y lo
más importante, no había alteración en el movimiento del eje.
Ya tenía la rueda, tocaba crear la cascada. Y para ello
necesitaba una bomba hidráulica de ariete.
Sacó del metal líquido dos grandes roscas hechas de cobre.
Las convirtió en válvulas, sellándoles una tapa en el interior que se abría y
cerraba a presión. Juntando varias roscas creó una estructura en forma de L que
terminaba en la primera válvula colocada sobre el extremo. A mitad de la
estructura acopló una tubería en forma de T inversa, consiguiendo una bifurcación,
sobre la cual añadió la segunda válvula, encima colocó otra tubería en forma de
T, pero en posición vertical que serviría como desagüe y encima un depósito de
aire.
Mezclando en una olla la savia de los árboles, cal y oxido de
zinc, consiguió caucho. Tras el proceso de vulcanizado, que consistía aplicar
calor al caucho amasado mientras se le agregaba azufre, que consiguió
comprándole un tarro a un alquimista ambulante, obtuvo goma. Esta la pasó por
un molde para darle la forma de una manguera.
Una vez que tenía la manguera de goma, la incrustó al
saliente de la tubería.
Ya estaba todo listo, ahora solo faltaba montar todo.
Para hacer funcionar la bomba de agua, necesitaba un
desnivel, a mayor desnivel mejor funcionaría la bomba, por lo que empezó a
echar rocas al río creando una pequeña presa. Colocó una tubería encima de las
rocas dejando que el agua pasase por su interior. Al final de la tubería acopló
la bomba de agua. Esta funcionaba de la siguiente manera: El agua entraba hasta
llegar a la primera válvula, la cual se cerraba por la presión. Al cerrarse
repentinamente creaba un golpe de ariete que empujaba la corriente a subir por
la segunda válvula, cuya función era impedir que el agua volviese a bajar. Al
cortarse el flujo de agua, la primera válvula se cerraría completando el ciclo.
El depósito de aire servía para estabilizar el flujo de la corriente que
pasaría por la manguera para que el chorro saliese de manera continua.
La manguera estaba colocada sobre el molino de agua apoyada
en una simple estructura. El chorro de agua rellenaba los huecos de las palas y
la presión hacía girar el molino.
Viendo su invento funcionar, Manis soltó un suspiro de alivio
y se tumbó sobre el suelo.
—Tecnología del siglo dieciocho, aplicada en un mundo misterioso
por un humano del futuro, al que no le daba la gana hacer ladrillos
artesanalmente—
Su momento de relax duró poco, pues notó una mirada posándose
sobre él. Mirando por los alrededores encontró al carcayú albino mirándole
desde la cima de un árbol. Manis corrió hasta el árbol y de una patada hizo que
el animal huyese saltando de rama en rama.
—Habrase visto, perfectamente podría pegarte un tiro, pero
tengo poca munición para andar desperdiciándola en ti. En cuanto termine la
casa me pongo a fabricar balas—
Con el molino funcionando llegó el momento de crear la cadena
de producción de ladrillos.
Toda producción de ladrillos empieza por la arcilla, la cual
debe ser molida, tamizada y limpiada, por lo que Manis fabricó un tamizador,
que consistía en un marco cuadrado al cual le agregó hilos de metal formando
una red. Clavó al marco un listón de madera a modo de brazo y colocó el marco
en un poste con riel incorporado.
Colocó un engranaje al eje del molino y calvó el vástago al
engranaje. El movimiento circular se convertía en movimiento horizontal que se
transmitía por el vástago al tamiz, el cual se agitaba de un lado a otro
separando la arcilla.
Para moler la arcilla fabricó un monjolo el cual colocó
debajo del molino para aprovechar el agua que lo hacía girar, también hiciese
funcionar el monjolo.
Una vez conseguida la materia prima, tocaba procesarla, para
ello fabricó una mezcladora, en la cual vertía el polvo junto. Rociaba el mismo
con un minúsculo caudal de agua a través de una segunda manguera. Cuanto mas
espesa sea la mezcla mejor resultado obtendría. La masa caía en un molde
conectado a un extrusor que transformaba la masa en una columna continua. Tanto
la mezcladora, como el brazo extrusor estaban conectado al eje del molino, cuyo
giro los hacía funcionar. Una cuchilla con muelle conectada a un engranaje
tensor cortaba la columna en bloques cada ciclo.
Para conseguir diferentes tipos de ladrillos y tejas bastaba
con cambiar el molde. Y para conseguir losas había que quitar el molde y añadir
una cuchilla horizontal justo en frente de la extrusora.
Cuando el ladrillo tenía su característica forma de ladrillo
perforado, llegó el momento de cocerlo.
Se necesitaba cocer el ladrillo a mil grados centígrados
durante dos o tres días y habías varias formas de hacerlo. O bien juntaba todos
los ladrillos en una estructura piramidal con huecos en la parte inferior donde
quemar la madera y desperdiciar todos los ladrillos del exterior porque no se
cocinarían del todo, o podía hacer un horno de hormigón alimentado por una
piedra de fuego y viento que no desaprovechaba nada. Se decantó por el horno.
Construir un horno de hormigón era sencillo.
Atornilló varios listones de madera creando un molde cuadrado
separado en diez compartimentos internos.
Recogió parte de la arcilla molida y la mezcló con cal
formando cemento. A este le agregó arena y agua, formando un colado.
Rellenó el molde con el hormigón y lo retiró obteniendo
ladrillos comunes sin agujeros.
Tras dejarlos secar dos días, empezó a construir el horno,
este estaría colocado sobre una base de ventilación donde la piedra de fuego
liberaría su poder sobre una parrilla donde irían colocados los ladrillos.
Una vez terminado empezó a introducir todos los ladrillos de
arcilla ya secos. Pasados tres días, Manis seleccionó un ladrillo al azar y lo
sumergió en un tarro lleno de agua para ver su comportamiento. Al cabo de cinco
horas sacó el ladrillo. Este no se había desecho y conservaba su forma. Para
poner a prueba su dureza lo lanzó al suelo repetidas veces hasta que se partió
en pedazos. Analizando el grano del interior concluyó que este lote estaba
listo para ser parte de la casa.
—Costó varias semanas montar la industria, pero lo que
artesanalmente lograría en mes, ahora lo tengo en un solo día. Así que sí,
mereció la pena invertir en maquinaria. Ahora es el momento de terminar la
maldita casa de una vez por todas—
Trazó con un palo una línea en frente de la pared de madera
que rodeaba la casa. Con una pala de verdad, en vez de su herramienta plegable
abrió una zanja alrededor de la casa, así mismo cavó una segunda zanja que iba
desde el baño hasta la orilla del río donde se depositarían los excrementos.
Rellenó la zanja con mortero a medida que iba colocando
ladrillos dentro de ella. Estos serían los cimientos de la pared.
Al cabo de varios días de arduo trabajo, interrumpido por
curiosos que venían a ver a ver las obras, terminó de montar los cimientos y
empezó a levantar el muro. Entre el muro y la pared de madera había una brecha,
esta la llenaba progresivamente con tierra y barro apelmazado. Esto servía como
un método primitivo de aislamiento para aislar la casa del frío y del calor.
Mientras trabajaba volvió a sentir esa siniestra sensación,
de que alguien le estaba observando, pero esta vez era más intensa. Dejó de
colocar ladrillos y vio como el carcayú había vuelto, pero esta vez corría
hacia él a una gran velocidad.
Lamentando no llevar el poncho en ese momento, desenfundó el
revolver decidido a terminar con la vida de ese animal. El rugido del revolver
Magnum Titán liberó una descarga que fué esquivadas por el animal, para
sorpresa del chico a la vez que asustaba a unos niños que jugaban cerca.
Agarrando el revolver con dos manos realizó una tanda de disparos consecutivos
contra un carcayú que corría en zigzag esquivando cada bala que podía. En ese
momento, se dio la vuelta y escapó mientras las balas silbaban sobre su cabeza.
Cuando estuvo a salvo, Manis suspiró.
—Estoy perdiendo puntería y todavía me quedan dos paredes, el
techo, la canalización y los interiores. Tengo que apresurarme antes de que los
bichos empiecen a organizarse—
Sacó las balas gastadas y las guardó a dentro del saco junto
con los demás casquillos vacíos. Al momento de recargar su arma soltó una
maldición al notar que apenas le quedaban un par de balas. Se replanteó si
debía cambiar sus prioridades y terminar el taller antes de terminar su
habitación, pero su salud demandaba lo contrario.
Cuanto terminó las paredes, continuó con el tejado.
Volviendo armar el andamio, subió hasta arriba de la casa.
Quitó el tejado provisional. Cubrió con mortero la superficie de todo el muro
sellándolo y creando un listón de refuerzo colocando una hilera de ladrillos.
Talló una gran viga de madera que serviría como eje central
de su tejado y otra viga a cada lado del tejado a modo de eje auxiliar. En cada
lado colocó viguetas cuadradas de madera apoyadas sobre los ejes y pegadas al
muro con más argamasa. Entre cada vigueta colocó las tejas, primero con el arco
abajo, cubriendo todo el tejado y sobre las mismas, puso una segunda fila de
tejas con el arco hacia arriba. Así evitaba que la lluvia y la nieve se filtrasen
al interior de la casa. Primero hizo un lado y luego el otro, terminando con
una fila de tejas sobrepuestas sobre la viga central, pegadas con mortero. En
total le llevó cuatro días y medio.
Había descubierto que vertiendo metal líquido en una
superficie amplia, se facilitaba la creación de objetos que normalmente no se
crearían en una jarra. Con ello creó canalones para canalizar la lluvia y dio
por terminado el tejado.
—Quedó como una de esas casas italianas, o me lo parece. En
fin solo queda el suelo y los interiores. Pero eso ya mañana—
Antes de nivelar el suelo con mortero, se pasó tres días
limpiando el suelo, retirando escombros, piedras semienterradas, restos de
tierra y suciedad.
El siguiente paso sería realizar la imprimación del suelo
para sellar todos poros y desperfectos. Para ello usó la savia lechosa de una
planta que abundaba en las laderas del río. La mezcló con agua y aplicó la
técnica del barrido, que consistía en verter la sustancia sobre el suelo y con
una escoba esparcirlo por toda la casa, salvo donde iría el baño, ahí aseguró
los agujeros de drenaje tapándolos con un tarro.
Al cabo de dos imprimaciones empezó a preparar el mortero,
sin embargo, no era el mismo mortero espeso que usó para unir ladrillos, este
mortero era más líquido, para ello vertió cemento, cal, arena en la mezcladora
e iba añadiendo agua poco a poco hasta lograr la consistencia ideal.
Usó la técnica de inundado, que consistía en verter la
sustancia sobre el suelo poco a poco y esperar a que se seque. Mientras se
secaba, con una espátula cuadrada, atada a un palo empezó a barrer el mortero
para que quedara uniforme. Esta técnica se diferenciaba de la técnica del
barrido solo en nombre.
El trabajo fue arduo y agotador, pero no podía parar ya que
el mortero una vez seco era imposible de corregir.
Trabajar ocupaba su mente, porque sabía que en el momento en
que se distrajese y recordase en qué tipo de mundo vive y la razón de las
reformas, enloquecería.
Ahora quedaba delimitar las habitaciones y revestir los
suelos con placas de madera.
Con paciencia y planificación empezó a juntar ladrillos
huecos. Estos a diferencia de los ladrillos perforados, tenían perforaciones
horizontales en el canto en vez de las perforaciones verticales del lomo del
ladrillo.
Levantó los tabiques dividiendo todo el espacio. Luego cubrió
dichos tabiques con más mortero para asegurarlos.
—Empecemos con mi habitación, la primera desde que existo en
este plano terrenal alternativo y como es mí habitación puedo ponerme todo lo
quisquilloso que quiera. Quiero un suelo de parquet, una cama colgante, un
armario enorme y que la habitación esté conectada al baño ¿Has tomado nota? Si,
mi arquitecto. Pues a laborar—
Comenzó al día siguiente colocando las láminas de madera sobre
el suelo. Era como hacer un puzzle muy sencillo de una manera muy incómoda.
Extendió el suelo hacia el comedor y la sala de estar.
Para hacer el suelo de la cocina y el baño, tuvo que ir a una
montaña rocosa donde con sus cables cortó varias rocas en pequeñas baldosas
cuadradas, las cuales transportó poco a poco con su carretilla.
—Si es que da igual que estemos en otro mundo, siempre
podemos jugar al minecraft en la vida real—
Para el área del taller dejó el suelo tal como estaba, pues
estaba seguro que maltrataría el suelo con sus herramientas, por lo que si
colocaba alguna clase de baldosa, acabaría retirándolas tarde o temprano. El
estilo no triunfó sobre la sustancia en ese rincón.
Una vez colocado el suelo, empezó a trabajar en su cama
colgante. Para ello juntó muchos trozos de tela, las colocó una encima de otra
y las recortó obteniendo un gran trozo rectangular. A todas les taladró un agujero
cerca de las esquinas e introdujo un remache doble que unió todas las piezas en
una sola.
—Así me evitaré pasarme horas cosiendo—
Dentro de su recién estrenada habitación, subió al techo con
una escalera. En la viga de madera taladró cuatro agujeros, los cuales
soportarían las cadenas de acero que irían conectados a los remaches. Una vez
lista la cama, se subió para comprobar si los remaches y el techo soportaban su
peso. Por poco se queda dormido.
—Esto mas que una cama parece la hamaca del titán atacante.
Soporta mi peso, pero me muero de ganas de dormir por la noche. Podría haber
hecho una base de madera para que parezca una cama clásica convencional, pero
francamente es mi cama y duermo donde quiero… desearía un colchón visco
elástico… ¿Con quién estoy hablando?—
Decidió dejar de trabajar ese día.
Al caer la tarde se dio un baño usando un cubo lleno de agua
caliente y una esponja improvisada hecha de con una pastilla de jabón enrollada
en una toalla.
Tras cenar un ligero emparedado de carne, fue a dormir. Se
tumbó en le centro de aquella cama colgante para dos personas y se cubrió con la
piel animal a modo de sábana, con una suave manta enrollada a modo de almohada.
Tras pasar un rato tumbado soltó un suspiro.
—Esto es lo más cómodo que he sentido desde que existo en
este mundo. De hecho es tan cómodo que no puedo dormir ¿O quizás es porque no
dejo de tener esa sensación de que alguien me está mirando?—
Abriendo los ojos observo, en mitad de la oscuridad de la
noche, una figura pálida estaba anclada en el techo. Sujetándose a una de las
cadenas miraba abajo con sus resplandecientes ojos rojos. Esos ojos rojos que
le miraban con apetito, sus blancos colmillos se asomaban por su boca
semiabierta en lo que aparentemente era una sonrisa.
Soltando una maldición quejumbrosa, vio como el animal se
abalanzaba hacia él en caída libre, con sus brazos extendidos, su mandíbula
abierta y sus garras afiladas expuestas bajo la tenue luz de la luna que se
filtraba por la ventana.
Unos cables brillaron en la oscuridad y se alzaron a cada
lado, trazando una curva en el aire y atrapando al animal por la espalda antes
de que este cayera sobre el chico.
Manis se levantó con pesadez y prendió la luz quemando un
trozo de carbón en un farol de acero.
—¿Como puñetas has llegado hasta aquí?— Le preguntó al
carcayú —Porque creo que dejé la puerta cerrada—
El carcayú, como respuesta intentó morderle repetidas veces,
hasta que un cable cerró su boca enrollándose alrededor de ella. El animal
soltó un gemido.
Colocando a la bestia bajo el brazo Manis salió de su
habitación y comprobó la puerta principal, que estaba efectivamente cerrada. Se
fijó en las patas del animal y alumbró el suelo. Había un camino de huellas que
venía desde la chimenea.
—Ah, sabía que debía haber sellado esta cosa desde el
principio, pero esperé a tener la cocina lista y pasaron cosas— Volvió a alzar
al animal y le miró a los ojos —Qué, decidiste hacer de santa Claus eh… Aunque
ahora que lo pienso, si hubiera sellado la chimenea, esta seguiría abierta por
arriba y tendría tu cadáver pudriéndose por ahí. Pero que te quede claro,
mientras yo viva en esta casa esto no se convertirá en tu mausoleo ¿Entendiste?—
El animal asintió, o eso le pareció ver —Ahora te voy a decir lo que vamos a
hacer— Se acercó a la nevera y sacó una pata de pollo, dejó al animal sobre la
silla —En condiciones normales ya deberías estar tan muerto como este pollo,
pero como me has pillado durante mi momento de transición pernocta, no te voy a
matar, te voy a ayudar— Abrió la boca del animal, insertó la pata en su boca y
luego volvió a cerrarla con sus cables —Voy a irme a dormir, mañana voy a hacer
el apaño de la chimenea y luego veré que hacer contigo. Buenas noches—
Abrió una caja y metió al animal dentro. Colocó varios ladrillos
para que este no pudiera salir y con una taladradora hizo dos pequeños agujeros
a cada lado para que pudiese respirar, luego se fue a la cama, donde durmió con
tranquilidad por primera vez en mucho tiempo.
A la mañana siguiente, se despertó por el ruido del zarandeo
de la caja.
Lo primero que hizo fue mirar la hora en su reloj, eran las
dos de la tarde. Sonrió para sus adentros, pues estaba feliz de saber que había
descansado como es debido después de meses de vagabundear sin rumbo. Había
dormido estupendamente y ahora se sentía con fuerzas para continuar con su
proyecto de sobrevivir.
Miró la caja que seguía agitándose.
—Si, si ya te he oído, pero no voy a sacarte— Se acercó a la
misma —¿Qué voy a hacer contigo? No necesito pelaje por ahora y tu carne de
seguro sabrá a pollo. Realmente no quiero tener una mascota, pero ahora que lo
pienso, este es un mundo peligroso, no hay policías, por suerte, pero por
desgracia hay ladrones. Y creo que voy a estar mucho tiempo fuera de casa, no
me alegraría saber que alguien me robe, o peor, que ocupe mi casa. Por lo que
creo que serás un excelente perro guardián, pero para eso necesitas una casa—
Tras comer un chuletón con queso freído sobre una sartén
colocada sobre el calentador. Manis se puso a fabricar la casa de su mascota.
Seleccionando un lugar en frente de su dormitorio, limpió el
área de hierba. Cubrió con mortero formando un cuadrado de un metro cuadrado.
Apilando ladrillos creó una pequeña casa que terminó con dos tablas unidas en
un tejado de dos aguas. Para la puerta puso una barra sobre la entrada e
insertó una tabla con un par de tubos atornillados. Esta permitía pasar al
interior y cerrarse una vez que el animal estuviese dentro. Para que no se
escapase, creó una barra de metal con dos ramificaciones perpendiculares y un
anillo al extremo. Vertió sobre la barra mortero creando un bloque sólido, el
cual fue enterrado al lado de la casita.
A continuación, agarró un trozo de piel de cuero y recortó
varias tiras, las cuales funcionaban como un collar que rodeaba el cuello y las
patas delanteras.
Fue hacia la caja, se colocó detrás de la misma. Mientras la
pisaba con su pierna iba retirando los ladrillos uno por uno. Al final retiró
su pierna y esperó a que el animal asomase el morro, tras esto abrió la caja de
golpe y agarró al animal por detrás y lo estampó sobre el suelo ejerciendo
presión con su cuerpo mientras intentaba colocarle el collar.
El carcayú se movía intentando liberarse demostrando tener
una fuerza indirectamente proporcional a su tamaño, pero a pesar de todo Manis
logró colocarle el collar. Miró a la caja y se dio cuenta de que estaba vacía,
no había rastro del hueso de pollo que le dio el otro día.
—No me digas que también comes huesos, es práctico—
Llevó al carcayú afuera. Con dos mosquetones unió el collar a
la anilla del bloque. Y con esto ya tenía al animal relativamente controlado.
—Y ahora la parte difícil ¿Cómo debería llamarte? No se me da
bien poner nombres, lo admito. Veamos… ¿Qué te parece Viktor? Si, suena bien,
es un nombre que encajaría contigo. Viktor el responsable de la economía
liberal— Tras esto metió al animal a dentro de la casa junto con otro trozo de
carne y ya estaba pasada de fecha.
Ahora que ya tenía una mascota peligrosa, debía asegurarse de
que esta no volviera a entrar en la casa. Dirigió una última mirada a Viktor,
quien intentaba escapar, pero la cadena lo detenía.
Llegó a su casa y sacó de metal varias varillas de acero. Las
colocó una sobre otro formando una rejilla amplia pero lo suficientemente estrecha
para prevenir que otro jugase a ser santa Claus.
Unió las varillas usando el soplete y una barra de estaño
para la soldadura. Subió al tejado y colocó la varilla sobre el tejado, usando
mortero para mantenerla en su sitio.
La tarde estaba mostrando sus dorados colores. Con las pocas
horas de luz que quedaba, Manis empezó a preparar la cena. Prendió la estufa,
cuyo tubo iba orientado a la chimenea y dejó la sartén encima para que ambos
vayan calentándose.
Batió huevos en un tazón de barro, añadió cebolla recortada,
especias, mantequilla y trigo molido previamente en un mortero.
Vertió un poco de agua sobre la sartén y la movió hasta que
se evaporada por completo, esto permitía dejar la sartén a la altura correcta.
Colocó media cucharada de mantequilla y una vez derretida
añadió la mezcla batida. Con una espátula de madera fue removiendo poco a poco
sin parar hasta que los huevos tomaron la consistencia idónea.
Sobre la tabla que usaba como plato, colocó una rebanada de
queso y colocó los huevos revueltos sobre la rebanada. Esparciendo un poco de
sal antes de devorar la rebanada de un par de bocados.
Aun se sentía con hambre, pero ya era oscuro para salir a
comprar algo. Rebuscó en su nevera y encontró un par de manzanas todavía en
buen estado.
Cortó el corazón de las manzanas y las peló. Rebanó el cuerpo
en rodajas.
En un tarro añadió un huevo, leche y harina y par de
cucharadas de agua para que la mezcla no se espesara mucho.
Llenó la sartén con aceite. Mientras este chisporroteaba,
agarró cada rodaja de manzana, las baño en la mezcla y las añadió una por una a
la sartén. Cuando las rodajas estaban doradas, las retiró y las colocó en el
plato de madera. Siguió así hasta freírlas todas.
El resultado fueron unos aros fritos crujientes con sabor a
manzana. Un extraño snack, más que una cena, pero agradeció haber comido algo
más.
El resto de la tarde se la pasó tocando la harmónica tumbado
en la hamaca hasta que quedó dormido.
Al día siguiente madrugó y desayunó los mismos huevos
revueltos junto con las pocas rodajas que dejó anoche.
Salió a ver como estaba su mascota y la vio devorando un
pájaro que había cazado.
—Veo que sabes arreglártelas por ti mismo. Cuida de la casa
mientras voy a comprar algo—
Llegó del pueblo con la cesta llena de comida, la cual guardó
en la nevera. Pero al entrar a la casa, la puerta se separó y se cayó.
—Veo que todo aquí son problemas—
Decidió hacer una puerta más resistente.
Empezó sacando varillas y creando una red que abarcaba el
largo y ancho de la entrada.
Con el metal mágico creó una cerradura con varios bulones a
lo largo de toda la puerta para una mayor seguridad. Fue sencillo, su mecanismo
no era más complicado que el de un reloj.
Encajó la cerradura sobre el marco la red de varillas. Dobló
la red creando una especie de sándwich, que se sostenía con la cerradura. En el
otro extremo soldó las partes superiores de las bisagras. En el centro soldó
una manilla y un timbre de metal antiguo.
Creando una masa de mortero la extendió sobre el suelo. Con
una espátula la extendió hasta que tomó una forma cuadrada. Colocó la red sobre
la masa y la rellenó con más mortero, teniendo cuidado de que al extenderla no
cubriese la cerradura.
Mientras la puerta se secaba, taladró los agujeros en la
pared donde irían las bisagras inferiores y los agujeros para los bulones. Un
proceso que tomó mucho tiempo debido a que el mortero era duro y sus taladros
eran manuales. Tras atornillar las bisagras a la pared con gruesos tornillos,
los cubrió con aceite.
Cuando la puerta estaba seca, la levantó y encajó sobre las
bisagras inferiores.
Comprobó que el mecanismo funcionaba insertando la llave,
cerrando y abriendo la puerta con su llave.
—Bien ahora que ya me siento seguro, va siendo hora de
terminar el taller. Una vez hecho, ahí haré la encimera para la cocina y la
caldera para el baño—
Al contrario de la creencia popular, un taller no es un sitio
lleno de máquinas. Un taller es un lugar donde el artesano, ingeniero o artista
desarrolla su visión del mundo creando artefactos. Un taller puede ser tan
simple como una habitación con una mesa y una silla. Las bases necesarias para
la creación de máquinas que llenarán el taller. Y en un solo día Manis
construyó las mesas, cajones y estanterías necesarias para empezar a mejorar
sus armas. Las cuales iban pegadas a la pared para optimizar el espacio.
En principio pensó en refinar su componente de pólvora negra
extrayendo azufre de las montañas y el nitrato de potasio del suelo. Mas luego
abandonó la idea de seguir con la pólvora. Después de su batalla contra
aquellos ladrones que le atacaron por razones ajenas a su entendimiento,
comprendió que necesitaba armas más potentes, pues había enemigos y seres que
resistían varios impactos a bocajarro, los cuales tenía que ejecutar con sus
cables. Además de que era poco eficiente, soltaba demasiado humo y ensuciaba
demasiado las armas.
Cerca de conde vivía había un par de árboles cuyas flores
liberaban un material parecido al algodón. La gente lo usaba para confeccionar
sus prendas. Dicho árbol abundaba en el este, pero a veces había ejemplares en
todo el reino. El ver ese material le dio la idea a Manis de crear nitrato de
celulosa, o como lo llamaban coloquialmente, pólvora blanca.
Pero para obtener nitrato de celulosa, se requería de un recipiente
de cristal y para ello era imprescindible tener una buena fundidora.
Agarró el tarro de metal mágico, formó un bidón de metal.
Agarró un punzón y un martillo, tumbó el bidón sobre el suelo y perforó un
agujero en la parte inferior y otros cuatro en la parte superior. Dejó sus
herramientas y regresó con un taladro manual con el que amplió los agujeros de
diferentes diámetros. Rellenó el agujero inferior, el más grande con una barra
de madera.
Sacó dos asas y las atornilló a casa lado del bidón.
Cogió otra barra de madera más grande, que colocó en el
centro del bidón para luego verter mortero a su alrededor.
Mientras el bidón se secaba, creó una tapa para le mismo, con
varias varillas para que el mortero se agarrara con fuerza. Esta tapa tenía un
pequeño agujero en la parte superior. A esta tapa le agregó un asa en frente y
una bisagra, la cual unió al bidón.
—Mira Viktor, este horno funciona de esta manera. Por aquí
abajo se conecta una válvula con una piedra de aire, mientras que se aquí, en
este agujero se pone una piedra de fuego, carbón o cualquier cosa que arda. Y
con este crisol de circonio, podremos hacer algo que por algún motivo solo los
más ricos poseen, a pesar de que puede crearse a escala industrial con tres
sencillos elementos, el cristal ¿Comprendes?—
El carcayú asintió mientras abría su boca babeante, la cual
fue llenada con un pedazo de carne.
Volvió a su taller y puso en marcha su fundidora.
Insertó a dentro del crisol: arena, cal y sosa cáustica, la
cual consiguió de matorrales ricos en sodio.
Calentando la mezcla a una temperatura de mil quinientos
grados centígrados creando vidrio, con el cual moldeó toda clase de recipientes
tanto para uso científico, como para uso culinario, como para tapar las
ventanas.
Crear nitrocelulosa no era tarea sencilla, se necesitaba de
acido nítrico y acido sulfúrico además de otros productos que solo los mejores
alquimistas se atrevían a soñar y estos eran más charlatanes que científicos,
pues antes de ponerse a investigar por su cuenta, preferían divulgar una y otra
vez los escritos de algún erudito ya fallecido. Soltaban sus conocimientos
interpretando sus propios libros a conveniencia, y aunque atraían a ciertos
individuos, lo cierto era que la gente prefería depender más de los magos, que
ofrecían soluciones más pragmáticas a problemas reales, era por eso que la
alquimia estaba en decadencia. Sin embargo, la magia planteaba otros
inconvenientes. Cada persona poseía un grado de poder y una afinidad diferentes
y las técnicas más personalizadas y convenientes morían junto con su creador.
La dependencia otorgó a los magos un estatus propio y en su arrogancia sus
favores se otorgaban solo a individuos que ellos elegían. Si los alquimistas
eran una secta, los magos eran una mafia. Y Manis evitaba a la mafia, pues un
favor nunca quedaba saldado con esa clase de gente, lo que complicaba las
cosas.
Para empezar necesitaba el agua maestra que se usaba como
base en casi todas las reacciones químicas, el ácido sulfúrico. Este podía ser
extraído de las piedras de azufre que encontró en sus viajes. Como no le
quedaban muchas, tenía que ir a buscar más.
Tras dos semanas afuera recolectando minerales, regresó a su
casa con los jarrones llenos y retomó su proyecto.
Redujo a polvo las piedras de azufre. Dicho polvo lo calentó
hasta que se volvió líquido. Este mismo lo colocó en el centro de un matraz con
agua, cerró la abertura para que los gases se consensaran en el agua creando
acido sulfúrico.
Comprobó su efectividad dejando caer una gota sobre un trozo
de papel. Un agujero se formó al instante en que la gota hizo contacto con el
material.
Echó el papel al fuego y continuó.
Para el acido nítrico. Necesitaba dos ingredientes: Bisulfato
sódico, el cual se conseguía disolviendo sal común en ácido sulfúrico a altas
temperatura y Nitrato de calcio, que se conseguía disolviendo cal en ácido
sulfúrico a altas temperaturas. Y era este último de donde se obtenía un ácido
nítrico puro y concentrado.
Vertió ambas sales en un balón de destilación. Calentándolo,
hizo que ambas sales reaccionaran liberando un vapor, este fue recogido y
condensado creando así ácido nítrico líquido.
Ya tenía los dos ingredientes que necesitaba para su pólvora
blanca.
En un matraz de cristal mezcló un volumen de ácido nítrico y
tres volúmenes de ácido sulfúrico. El matraz empezó a calentarse debido a la
reacción. Una vez frío, introdujo el algodón al interior. Tras quince minutos,
lo sacó y lo lavó con agua para eliminar el ácido sobrante. Cuando estuvo seco
lo colocó en el exterior sobre una roca.
—Vamos allá— Dijo mientras prendía el soplete.
El algodón se volatilizó en una llamarada que no dejó ni
restos algunos.
—No me lo puedo creer, funciona— Sonrió —Así es como se
cocina el poder de fuego. Recuerdo que también se podía usar pulpa de madera. A
ver que tal—
Tras satisfacer su curiosidad y ver que funcionaba de igual
forma, decidió quedarse con la pulpa de madera porque esta podía ser granulada,
lo cual era lo ideal para una bala.
Ya tenía el combustible, solo quedaba el fulminato que lo
prendía. El fulminato de mercurio.
—Es hora de hacerme malvado—
Convirtió una porción de metal mágico en mercurio. Lo combinó
con ácido nítrico dando lugar a nitrado de mercurio, un líquido que dejó
enfriar por quince minutos. Agregó levemente etanol a la mezcla, el etanol lo
obtuvo destilando un pequeño barril de vino que compró a bajo precio. Vertió la
mezcla en varios moldes cilíndricos de pequeño tamaño y esperó hasta que
empezaron a formarse pequeños cristales.
—Ya tengo todos los ingredientes para una buena bala. Veamos
que tal funciona— Agarró un trozo de cristal y lo lanzó contra una roca. Esta
estalló en una pequeña explosión —Funciona. Ahora a por la bala ¿Qué opinas
Viktor?— Miró hacia donde estaba su mascota, la cual corrió a dentro de su casa.
Rescató uno de sus cartuchos gastados del revolver. Introdujo
el fulminato en el recoveco donde antes colocaba el anterior fulminato. Llenó
el cartucho con su nueva pólvora y terminó incrustando la cabeza de la bala a
presión.
Fue a un lugar apartado para no llamar la atención de nadie,
pues la última vez que usó su arma para disparar al carcayú, llamó la atención
de la gente del pueblo, y eso que vivía en una zona apartada.
Colgó una tabla con una diana dibujada en la rama de un
árbol. Colocó la diana sobre un dispositivo clásico para sujetar la bala.
Colocándose a una distancia segura, detrás de una cobertura jaló el martillo
con uno de sus cables. Se oyó el ruido de un disparo. Se acercó a la bala y vio
que el cartucho estaba reventado. A consecuencia de esto, la bala salió
disparada en otra dirección.
Miró con preocupación el resultado.
—Las balas tienen el grosor y la longitud correcta. Probaré
con una menor cantidad—
Tras varias pruebas encontró la cantidad ideal. Ahora
convencido, desenfundó su revolver, insertó la bala en el tambor, apuntó a la
diana y tras tragar saliva, respirar hondo y rezarle a los dioses apretó el
gatilló.
—¡La madre que…!— Exclamó soltando el arma y agarrando la
muñeca —Dios, casi me disloco la muñeca. No, lo dejo. Basta por hoy—
La bala salió con tanta fuerza que el retroceso elevó la boca
del revolver brutalmente.
Después de tres días de recuperación, reunió las agallas
suficientes para probar una bala de la AKV.
—Sé que no debería hacerlo, pero tengo que hacerlo— Se
convenció a sí mismo.
Introdujo la bala en la recámara del rifle, apuntó y disparó.
—Me cago en…— Cayó de rodillas mientras soltaba su arma y se
agarraba el hombro.
La fuerza del impacto, fue como una patada crítica en un
punto concreto del hombro.
Había pasado de armas ineficientes que no liberaban todo su
poder, a armas obsoletas que liberaban demasiado poder.
Llevó las armas al taller y analizó lo que se podía hacer con
ellas. Estaba conforme con el poder de fuego de las balas, era justo lo que
buscaba, sin embargo, sus armas no parecían soportar dicho poder.
Cambió el cañón del revolver por uno un poco más largo, pero
que en su extremo contaba con más aberturas en la parte superior y en los
lados, lo que actuaba como un compensador que ayudaba a controlar el retroceso
y la elevación arma. También mejoró el revolver, cambiando piezas gastadas e
incorporando un segundo muelle independiente para el gatillo.
Al probar el arma, esta rendía casi igual que la anterior,
salvo que ahora había duplicado su poder de fuego, y era segura y manejable.
Con la AKV la cosa era distinta. Su retroceso era bestial,
pero había formas de lidiar con ello sin tocar la estructura.
—A ver, Viktor, tenemos un problema y varias soluciones—
Habló mientras el animal estaba ocupado comiendo —El problema es el retroceso y
para solucionarlo tenemos, por ejemplo, un freno de boca, que viene a ser un
tubo que desvía los gases de la deflagración a los lados, así se reduce el
retroceso. Luego tenemos el compensador, que viene a ser lo mismo que un freno
de boca, pero orientado hacia arriba para evitar que el arma se eleve mientras
disparas y no perder el objetivo. Luego tenemos una especie de híbrido entre
freno de boca y compensador, que viene a hacer lo mismo que ambos. Bien el problema
que veo, es que el freno de boca no sirve porque voy a tener que luchar contra
el arma para mantenerla fija y el compensador solo hará que me quede sin
hombro. El dispositivo híbrido no me convence, a parte del ruido que genera, es
como gritar: ¡Estoy aquí, por favor mátenme!— Tras pensar en otras alternativas,
se le ocurrieron varias ideas —En primer lugar pondré un silenciador, ¿Cómo no
lo habré pensado antes? Viktor, un silenciador, que es un tubo lleno de
recovecos que retienen y disipan los gases, funciona como compensador, freno de
boca apaga-llamas y toda esa mierda ¿Qué te parece? ¿Qué me ponga a ello? Ya
voy—
Corrió de nuevo al taller y al cabo de un rato regresó con el
rifle ya mejorado.
—¿Qué te parecer? Toda una bestia ¿Verdad? Voy a probarlo,
cuida de la casa—
Llegó hasta el campo de pruebas, donde puso a prueba su arma.
Primero con un disparo en modo semiautomático. Apuntó a la diana y apretó el
gatillo. La bala salió y atravesó el centro de la diana. Las mejoras dieron
resultado. Ya no se sentía ese brutal retroceso, así como el destello que
siempre aparecía en la boca del cañón y el rugido característico, se habían
reducido a como estaba antes. Disparó varias veces más agujereando la tabla de
madera. Ahora pasó al modo automático y la tabla fue reducida a astillas.
—Así es, así es como debería haber disparado desde un
principio. Esto es lo que buscaba—
Los siguientes días los pasó fabricando munición. En el
transcurso, creó una máquina que rellenaba las balas y las sellaba aprovechando
la rotación del molino hidráulico. Con ello se quitó el problema de la munición
y por fin pudo sentirse seguro.
Ahora, ya libre de preocupaciones, con artillería suficiente
para volver a recrear la batalla del bosque las veces que hiciera falta; Manis
se dispuso a poner un poco de orden en su vida y para celebrarlo decidió
construir un baño y darse una ducha caliente en condiciones.
Para hacer los baños, necesitaba porcelana, debido a su
carencia de absorción de agua, lo cual evitaba la aparición de bacterias. La
porcelana estaba compuesta por tres tipos de minerales: el caolín, le
feldespato y el cuarzo, tres minerales abundantes y fáciles de conseguir. Manis
pasó varios días recolectando los minerales y reduciéndolos a polvo. En su
búsqueda encontró algunas piedras de viento y de agua.
Mezclando los tres minerales, agregando agua a la mezcla,
empezó a formar el inodoro, con su respectivo mecanismo interior. Así mismo
hizo un bidé el lavamanos y la base del mismo.
Para el baño, ya tenía la canalización hecha, solo quedaba
crear el suministro de agua interno y para ello usó las piedras de agua, las
cuales pasaban por una caldera alimentada por una piedra de fuego que calentaba
el metal.
Para la ducha eligió cavar un escalón y recubrirlo con tablas
de piedra para no resbalar. No creó una bañera ni una mampara porque era
demasiado trabajo y a veces eran deslizantes.
Los desechos iban por unas tuberías que desembocaban en un
pozo cerca del río.
Con el baño terminado ahora solo quedaba la cocina.
Para la misma, tapió completamente la chimenea salvo la parte
superior que tocaba el techo. Esa parte se conectaba a una campana extractora.
Bajo la misma colocó una plancha sobre un horno alimentado por una piedra de
fuego. A los lados, hasta el final la mitad de la habitación colocó una mesa de
granito, la cual tenía un agujero cuadrado para el fregadero, cuyas tuberías
desembocaban al mismo pozo de desechos.
Tras terminar las reformas se dio una ducha en condiciones y
entonces se dio cuenta de que su ropa estaba demasiado desgastada. Lavaba la
ropa a mano y eso contribuyó a su desgaste y cuando una prenda se rompía la
reemplazaba con otra, pero ahora ya no le quedaba ropa.
—No me sigas que tengo que empezar a confeccionar de nuevo— A
su mente regresaron los recuerdos de cuando vivía en aquella aldea en las
montañas, donde la mujer del herrero los llamaba para que la ayudaran y les
gritaba en frente de las otras mujeres cuando la prensa no salía como ella
quería, a pesar de que era ella era la que realizaba las medidas —De eso nada,
creo un telar y se acabó la moda de Frankenstein—
Un telar era un invento simple, consistía en un marco con
varias hileras de hilos colocados verticalmente. Para crear el tejido, se
pasaba un hilo con una guía perpendicularmente cuidándose de que el hilo pasase
por encima de la primera hilera y por debajo de la segunda y así sucesivamente.
Añadiendo varios paneles y componentes móviles conectados al eje de la rueda
hidráulica a través de una correa.
Compró varios ovillos de hilos de algodón y lino. Los montó
manualmente en la máquina y luego la puso en marcha. Fue un desastre. La
coordinación era pésima, los hilos se enredaban, los tejidos se desenredaban al
jalarlos y Manis se vio obligado a hacer ajustes y a recrear piezas enteras,
hasta que logró que la máquina tejiera un tejido compacto que no se deshacía al
tacto.
Una vez hecho las piezas, tocaba unirlas y para ello tocaba estar horas cosiendo. Para ello Manis creó la máquina de coser manual.
Una máquina
de coser, era una herramienta con una aguja que agarraba el hilo y lo pasaba
por arriba y debajo de la tela uniendo dos partes. La idea era simple, pero el
mecanismo que lo llevaba a cabo era enderezado. Todo comenzaba con una tabla de
metal llamada cama, esta, además de ser el soporte de la máquina, era la
encarga de hacer una rotación simultánea de la placa de aguja, la cual se
encargaba de suministrar el hilo desde abajo, con una segunda bobina, que se
movía simultáneamente mediante el uso de varillas y engranajes que conectaban
con la rueda volante y la aguja. Una guía con hilo unido al mando de coser y
bordar, juntaba e hilo de la bobina principal y lo llevaba por debajo a la
bobina secundaria.
Trabajó en
el porta-agujas, el tensor de hilo, la palanca que tiraba del hilo, que
consistía en un resorte unido a una varilla que transmitía el movimiento de
subida y bajada. Añadió un tornillo prensador de telas y así completó la cabeza.
Introdujo el conjunto en un tubo en forma de L llamado brazo al que añadió una
guía superior para el hilo, dos portacarrertes y un tensor complementario. En
el interior del brazo había una barra que conectaba la cabeza con el volante en
la parte trasera, que a su vez conectaba con el mecanismo inferior de la
máquina sincronizando el movimiento al mover el volante. Añadió un desembrague
para el volante, un mando regulador de puntada el cual controlaba la longitud
de la puntada, calculada en milímetros, además de los diferentes modos de
costura que podía aplicar, ya sea una simple unión recta, en zigzag, etc.
Añadió un devanador encargado de sostener y facilitar el desenrollado de la bobina,
la guía del devanador que conducía el hilo hacia la parte inferior de la
máquina y una correa que unía el volante con un pedal ubicado en el suelo para
facilitar y controlar el movimiento de costura.
Fue un arduo
trabajo que le llevó varias semanas y muchas noches en vela, pues muchos
ajustes no funcionaban como deberían, o el diseño no era funcional, ni encajaba.
Pero al fin consiguió perfeccionarla, lo suficiente para que todas las partes
funcionaran sincronizadamente. Hizo una prueba simple uniendo dos trozos de
tela y la máquina no cosía.
Manis
respiró hondo y se alejó del aparato porque tenía ganas de lanzarlo a la cabeza
del primero que pasase. Después de una semana, en la cual ignoró el aparato,
pero volvió después de que su camisa se rompiera en pedazos después de un
lavado.
Haciendo muchas
pruebas, descubrió por accidente que la estaba moviendo al revés y que las puntadas
descosían en vez de coser. Tras unos últimos ajustes pudo unir dos trozos de tela.
Probó con los diferentes modos asegurándose de que funcionaban correctamente y
cuando el resultado fue satisfactorio, pudo empezar con el trabajo de sastrería
avanzada.
En su afán por la moda militar le llevó a confeccionar ropa
de camuflaje verde y gris, marrón y parda para los desiertos y montañas y ropa
blanca para dormir. Confeccionó pantalones, camisetas, abrigos, chaquetas,
chalecos, ropa interior, calcetines etc.
Así mismo, desechó sus antiguos mocasines modificados, ya
desgastados y agujereados, para crear unas botas decentes, con una suela de
goma que le permitía una movilidad más cómoda. Estas contaban con un mejor
refuerzo, blindaje en la punta y el tacón.
Confeccionó muchísima ropa, llenado su armario por completo.
Pero esa ropa había que lavarla, por lo que construyó una lavadora. Esta se
componía de una caja con dos postes en los cuales se colocaba una rueda
construida con placas de madera. El eje de la rueda estaba conectado mediante
una correa al eje del molino hidráulico. Su funcionamiento era simple: una de
las placas de madera se retiraba, se introducía la ropa en el interior, junto
con el detergente, que eran ralladuras de jabón. Se llenaba la caja con agua y
luego se conectaba la correa haciéndolo funcionar.
El eje de la rueda estaba a rebosar máquinas conectadas, pero
todavía sobraba espacio para más.
Construyó un molinillo triturador manual con el cual podía
triturar granos de diversos cereales. Este consistía en un embudo cuadrado de
metal, colocado sobre unos rodillos dentados que eran movidos por una manivela
solo que, en lugar de manivela, Manis colocó una rueda de engranaje conectada
con una cinta de goma al eje de la rueda, lo que automatizaba el proceso. De
igual modo construyó una picadora de carne, que en lugar de engranajes usaba un
tornillo sin fin, y un rallador de queso, una mezcladora y una extrusora de
pasta. Estos inventos, los colocó sobre una mesa, ubicada debajo de una tienda.
Con todos los nuevos utensilios de cocina, se propuso a
recrear un plato que codiciaba desde que existía en este mundo, un plato que
echaba de menos, con el que soñaba todas las noches: La hamburguesa de dos
pisos. Pero no solo se contentaba con una hamburguesa, quería todo el menú al
completo, con patatas y refrescos.
El menú presentaba retos: no había patatas ni gaseosas, así
como tampoco salas basadas en el tomate. Sin embargo podía apañárselas con lo
que tenía.
Decidió empezar por lo que le tomaría más tiempo de
fabricación: la gaseosa.
A Manis le desagradaba el sabor de la Cocacola y sus
variantes, pero no la del sprite. Sprite era en esencia zumo de limón con gas; En
su anterior vida lo solía mezclar con diferentes zumos naturales para conseguir
nuevos sabores, podía recrearla usando limones y gaseando la bebida con
bicarbonato sódico y vinagre, pero había una bebida de su tierra natal que le
provocaba nostalgia. El Kvas.
El Kvas era una bebida ancestral, anterior incluso a la
cerveza. Se fabricaba fermentando pan viejo y seco, preferiblemente de centeno.
A lo largo de la historia los ingredientes fueron variando y en los tiempos
modernos, el Kvas carecía de alcohol, considerándose una bebida gaseosa corriente,
con la diferencia de que era beneficioso para la salud.
En su despensa tenía pan seco. Lo cogió y lo metió al horno.
Buscaba que se oscureciese sin llegar a quemarse. Mientras tanto puso a hervir
agua en la cazuela.
Añadió azúcar extraído de las remolachas que compraba en el
pueblo. Cortaba las remolachas en trocitos, depuraba el jugo concentrándolo
hasta que se volvía un jarabe, lo cocía hasta que los cristales de azúcar se
formaban y luego los secaba, a la vez que vez que separaba con una centrifugadora
de metal.
Cuando el pan ya estaba oscuro, lo echó a dentro de la
cazuela y apagó el fuego. Con ello buscaba que el pan se infusionara con el
agua, dejando todas sus propiedades: sabores, aromas, vitaminas, minerales,
oligoelementos, etc. Mientras que el agua gradualmente se irá enriqueciendo con
el pan. Cuanto más tiempo pasase dentro, más sabor cogería, pero tenía que
vigilar que este no empezara a pudrirse ni tener moho.
Una vez frío, vertió todo el contenido en una jarra de
cristal y añadió las pasas al interior. Debido a su levadura natural, estas
iniciarían la fermentación.
Dejó que el brebaje fermentara un par de días, los cuales
aprovecharía para investigar, un posible sustituto de la patata. El menú debía
incluir sí o sí patatas, mas en este mundo no encontraba dicho tubérculo. Lo
único que se le parecía era la zanahoria.
Probó diferentes métodos para hacerla crujiente, pero solo
conseguía que se ablandara y potenciara su sabor. Al fin, después de mucho
ensayo y error consiguió la textura crujiente y un sabor que medianamente
recordaba a las patatas fritas, para ello dejó de freírlas y las metió
directamente al horno.
Tocaba volver con el Kvas. Sacó la botella y coló todo el
líquido en una botella de cristal reforzada con un tapón de rosca. Era
importante que la botella tuviese esos dos factores, pues al abrir la tapa de
cristal, ya salió algo de presión. Dejando reposar la botella un par de días
más, conseguiría que esta adquiriese su característica burbujeante. El Kvas
tenía cierta espesura y su color variaba según el tipo de pan usado, pero
generalmente era de un color oscuro, casi negro.
Los siguientes días preparó la masa y horneó los panes, pico
la carne, buscó y preparó un queso que recordaba al cheddar, creó la salsa
secreta especial que consistía en una mezcla de mayonesa, mostaza, pepinillos,
pimentón, cebolla y ajo en polvo y azúcar glas. Generalmente se añadía kétchup,
pero lo sustituyó por vinagre.
Llegó el esperado día. Los ingredientes estaban listos.
Agarró la carne con sus manos, hizo dos pelotas y las depositó sobre la plancha
y las aplastó con una espátula, usando la técnica smash. Salpimentó al gusto. Buscó
que el contorno de la carne se tornara gris y el centro rosa, esos eran los
indicadores de que la carne estaba lista para darse la vuelta. Al darle la
vuelta colocó encima un cuadrado de queso. Al tiempo en que las carnes se hacían,
cortó y tostó el pan. Este estaba dividido en tres partes: parte inferior,
superior e intermedia. Puso al horno las zanahorias, cortó las cebollas y la
lechuga.
Colocó las bases de la hamburguesa sobre un plato de madera.
Untó la parte inferior e intermedia de la rebanada de pan con la salsa. Encima
añadió trocitos de cebolla, pepinillos, lechuga y por último, sacó la carne de
la plancha, la cual ya mostraba ese color marrón dulce y la colocó sobre el
pan. Para finalizar, montó una pieza sobre la otra y colocó la cubierta terminando
su obra gastronómica.
Sacó las zanahorias del horno. Las colocó sobre el plato, a
un lado de la hamburguesa. Vertió Kvas en un vaso y presentó la bandeja sobre
la mesa.
Respirando hondo no podía contener la emoción, era casi igual
a la que servían en los restaurantes, pero la pregunta era ¿Sabía igual?
Llegó el momento. Agarró la hamburguesa con ambas manos, abrió
la boca y dio un decisivo mordisco.
Una apoteósica ola de sensaciones cargadas de nostalgia
inundo su todo su ser. Sintió como sus mejillas se humedecían por las lágrimas
que brotaban desde sus ojos, al tiempo en que su cerebro procesaba los sabores
que le llegaban por las papilas gustativas, asociándolas con recuerdos que
fluían como una cascada. Por un instante, en aquel momento sentía que había
vuelto a su hogar.
Ya tenía una casa amueblada, una mascota, armas para defenderse
y ropa limpia y comida moderna. Con todas las necesidades satisfechas, pudo
relajarse por un tiempo y disfrutar de un pequeño período de tranquilidad. Sin
embargo, esta no era la clase de vida que buscaba. Si antes su estilo de vida
era el de un campista, ahora se había convertido en un urbanita que fue al
pueblo de sus abuelos a pasar sus vacaciones, pero en el fondo seguía siendo un
urbanita adicto a las nuevas tecnologías.
El resto del mundo veía su vida como la de un ermitaño, solo
se pasaba por el pueblo más cercano cuando se quedaba sin ciertos recursos. Su
actitud antisocial generaba desconfianza, sentimiento que no hacía más que
intensificarse con el paso del tiempo. La gente que se acercaba a su casa, se
quedaba perturbada por el extraño conglomerado de máquinas que había en torno a
la rueda de agua. El constante movimiento de todos los artefactos recordaba a
la magia, pero esto era desmentido por gente que tenía nociones mínimas de
magia, ya que el poder que usaba para hacer funcionar sus máquinas, no requería
de maná.
Además del choque cultural, el tener al carcayú como mascota
ayudara a limpiar su imagen, pues el animal era considerado por los pueblerinos
como un ser demoníaco, muy conocido por su extrema ferocidad y su hambre
insaciable, que a pesar de su tamaño era capaz de hacerle frente a una manada
de huargos, matar un oso en un combate, e incluso vencer a un jinete acorazado
en un combate mano a mano. Para la gente, el hombre que logró domesticar a
dicha bestia infernal debía ser un verdadero monstruo. La realidad era que el
carcayú, a pesar de su fiereza, era un animal fácilmente domesticable, sobre
todo cuando su estomago estaba lleno. De hecho llegó a engordar tanto que Manis
debía llevárselo de paseo en sus entrenamientos matutinos y cuando la gente le
vio paseando a la bestia, los rumores se agravaron.
La situación no hizo más que empeorar cuando los alquimistas
sectarios y los tecnófobos escucharon acerca de sus extraños inventos. Manis ya
conocía de antemano como se comportaban esa clase de personas, pero lo que le
extrañaba era que hayan oído hablar de él, en un mundo donde los teléfonos ni
internet existía. Sus problemas empezaron cuando algunos de ellos se pasaron
por su casa para criticarle y recriminarle acerca del uso no autorizado de la
sabiduría alquímica, por parte de su líder supremo. Mientras del lado contrario
le criticaron por su atrevimiento de rechazar la magia y crear maquinas. Las
discusiones no tardaban en subir de tono y los visitantes se marchaban
disgustados, otros llenos de moratones, con algún que otro hueso roto y otros
directamente muertos.
Temiendo volver a repetir la batalla de aquel bosque, que le
pilló desprevenido, Manis decidió ampliar su catálogo de armas.
Para empezar, necesitaba un arma para lidiar con multitudes
concentradas. Una granada de fragmentación vendría bien, pero si quería
lanzarla sin soltar su arma, quedando temporalmente expuesto, necesitaba un
accesorio en forma de lanzagranadas acoplado. Había sido una brillante decisión
estratégica incorporar rieles en todas partes del rifle, lo que le ahorraba
tiempo y esfuerzo.
Una granada era una bomba con una mecha retardada conectada a
un dispositivo de seguridad en forma de anilla. La mecha activaba un detonador
que prendía el explosivo y este desintegraba la carcaza mandándola a volar en
todas las direcciones, esto era una granada de fragmentación.
Las granadas de alto explosivo son granadas que usan el poder
de su onda de choque para aturdir y dañar al objetivo, no tienen una carcaza
fragmentada, pero sí el doble de explosivo que una granada de fragmentación.
Sin embargo, estas podían ser convertidas en una granada de fragmentación, si
se recubría con una cubierta de metal compuesta por múltiples fragmentos.
Para ello, creó una capsula del tamaño de su puño, la rellenó
hasta arriba con nitrocelulosa e incrustó dentro un sencillo mecanismo que
prendía una diminuta barra de ferrocerio. Dicho mecanismo se activaba con una
anilla que sujetaba un resorte con un martillo, este rompía el fulminato de
mercurio y este quemaba el ferrocerio.
Probó antes varios tipos de combinaciones hasta dar con una
mecha que resistía cinco segundos antes de quemarse.
Colocó la granada ya montada en el centro de una diana
colocada en la llanura. A su lado colocó un pescado muerto, un escudo de metal
y una pared de ladrillo. Ató un hilo a la anilla y retrocedió despacio hasta
colocarse detrás de un árbol grueso. Jaló del anillo y calculó con su reloj
hasta que oyó la explosión. Una fuerte onda expansiva pasó al lado del árbol
levantado el polvo.
Manis salió a comprobar los daños causados. La pared de
ladrillos había sido reducida a solo rocas, el escudo estaba doblado como si le
hubiese pasado un tren por encima, y del pescado no había rastro. Rebuscando
encontró algunos trozos de carne y supuso que salió volando.
La granada funcionaba, pero igual probó recubriéndola con una
lámina de acero. Esta lámina estaba llena de surcos cuadrados que facilitaban
su fragmentación. Los daños fueron mayores, incluso la corteza del árbol fue
lastimada con los balines.
Ahora era el turno de crear un lanzagranadas para el rifle.
Este no era más que un tubo ancho, con un gatillo que martilleaba la munición.
Manis recordaba haber visto varios tipos de lanzagranadas. Para un arma rusa,
era ideal colocarle un lanzagranadas que se recargaba introduciendo la munición
por delante, pero para él era complicarse la vida, pues el modelo de los
antiguos estados unidos, cuando era una potencia militar en su mundo, era más
eficiente. Este modelo tenía el cañón colocado sobre un riel secundario que
permitía mover el cañón hacia delante y recarga la munición por atrás. Era más
cómodo recargar de esa manera, pero había otro problema con el lanzagranadas y
era que se colocaba justo en la zona de agarre, pues para disparar, Manis tenía
la costumbre de agarrar el cañón por el lado y al incorporar el lanzagranadas
ya no podía sujetar bien el arma. La solución que se ocurrió era colocar una
segunda empuñadura detrás el disparador del lanzagranadas, directamente anclada
al riel del cañón. Así tenía un agarre más sólido. Pero cuando iba a encajar el
lanzagranadas, se dio cuenta de un pequeño detalle que se le pasó por algo y
era que el riel era demasiado corto para acoplar el lanzagranadas. Su raíl
inferior admitía solo el mango delantero, pero el lanzagranadas quedaba
colgando sin sugestión, lo que era peligroso.
Manis maldijo por lo alto, dejó el rifle y paró de trabajar
ese día. Debía hacer lo que no quería hacer: tocar la estructura del rifle,
pero ahora era necesario hacerlo. Sin embargo no precisaba de cambiarlo todo,
solo alargar el raíl inferior, y para ello no bastaba con hacerle un apaño. Debía
fabricar un guardamano que envolviese el cañón.
Desmontó el arma. Sustituyó el cañón por uno un poco más
largo y más grueso. Eliminó la cubierta de los gases y colocó un guardamano
construido a partir de una lámina gruesa de aluminio. Se parecía al modelo
CMRD, pero este ya incorporaba los raíles correctos.
Al eliminar la cubierta de los gases también eliminó la mira,
por lo que fabricó una nueva que se ajustaba en la parte delantera del
guardamano.
Ahora sí que el lanzagranadas encajaba perfectamente, con su
mango inclinado.
La parte mala era que estéticamente dejó de parecerse al
tradicional Kalashnikov. Y ahora recordaba un poco al AR-15.
La parte buena era que al alargar el cañón ayudaba a reducir
el retroceso, eso junto con el silenciador debía mitigar la patada en gran
medida, además de que a pesar de su longitud incrementada, seguía siendo más
corto que un AK tradicional y por lo tanto más compacto. El guardamano, al ser
hexagonal, permitía el acoplamiento de más accesorios no solo en la parte
superior, inferior y a los lados, sino que ahora se podía acoplar en diagonal
accesorios auxiliares.
Ya terminado con la mejora del rifle y su lanzagranadas, era
tiempo de probar la munición.
La munición era sencilla de fabricar. Se componía de una
cabeza explosiva anclada a un cartucho que impulsaba la cabeza mientras que al
mismo tiempo activaba la mecha que la hacía estallar.
Puso en práctica su nuevo accesorio. Este hacía que sujetar
el rifle se sintiese extraño, como si agarrase el arma por primera vez.
El lanzagranadas acoplado funcionaba bien, se deslizaba
suavemente y la munición alcanzaba una distancia de casi quinientos metros.
Probó disparar normalmente, descargando todo un cargador con
fuego automático. El retroceso se había reducido drásticamente y el arma, era
más manejable que nunca.
—¿Qué es esto un arma sacada del Tarkov?—
Tras un largo entrenamiento, al regresar a su casa, desechó
su cinturón con riñoneras por un chaleco de cananas. Su batalla le enseñó lo
difícil que era recargar munición sacándolo de la riñonera. El chaleco que
cosió estaba lleno de bolsillos específicos para balas, cargadores y granadas.
Así mismo, elaboró una nueva mochila con más compartimentos.
Con el tiempo empezó a plantearse reanudar su búsqueda. Ya
antes se había ido de aventuras, pero ahora por culpa de ciertas personas muy
conflictivas dudaba en dejar la casa sola. Primero debía levantar un muro, pero
luego optó por una valla, pues si bien un muro proporcionaría una buena
cobertura, también bloquearía la visión complicando la defensa.
Empezó cavando una zanja alrededor de la casa, para luego
llenarla bloques hormigón, fáciles de hacer que los ladrillos. Levantó un
pequeño muro que le llegaba hasta la cintura, y luego clavaría las estacas en
los recovecos de los ladrillos en lo que sería la valla, sin embargo, mientras
estaba a mitad de su trabajo, observó por casualidad a un grupo de personas caminando
en su dirección.
Sospechando de sus intenciones, les lanzó varias
advertencias, pero el grupo de personas seguía acercándose. Y al grito de: Por
el engranaje. La turba saco espadas de sus ropas y cargaron hacia el chico.
Maldiciendo no tener la Kalashnikov en ese momento, sacó una
granada que llevaba encima y la lanzó contra la muchedumbre, mientras al mismo
tiempo se tiraba al suelo detrás del muro, con las manos detrás de la cabeza.
Una fuerte explosión sacudió el reciento. Cuando pasaron unos
segundos, Manis se levantó y contempló con horror la escena.
—Oh, no. Los cristales de mis ventanas—
La onda expansiva golpeó las ventanas haciendo añicos los
cristales, mientras mandaba a volar a los asaltantes.
Manis volvió la mirada hacia la muchedumbre hallada en el
suelo. No todos murieron en la explosión, pues los que estaban más alejados de
la granada lograron sobrevivir, pero fueron gravemente heridos, mientras los
que estaban más cerca quedaron reducidos a cuerpos de carne mutilada.
Se acercó a ellos e intentó interrogarles, pero poco
consiguió de gente cuyos tímpanos habían sido reventados, incapaces de siquiera
oír lo que decía. Sin embargo, reconocía a algunos de ellos y poco a poco
empezó a entender la situación. Eran jóvenes fundamentalistas tecnopatas, niños
de su edad que fueron abducidos por alguna extraña secta, a los que sin querer
había provocado.
Temiendo de que tal vez esta solo sea una oleada y que
posiblemente, en un futuro otro grupo llegue a molestarle, decidió lanzar una
advertencia a todos los que pretendían desafiarle.
Primero hizo una limpieza general, separó los cuerpos de los
que estaban vivos de los cadáveres. Y como a nadie le gusta tener restos
humanos esparcidos en frente de su casa, barrió y recogió toda la carne junto
con los cadáveres.
Inicialmente pensó en alimentar a Viktor, pero desistió al
temer que le agradase la carne humana y por consiguiente se rebelara. Por lo
que esparció los restos en algún lugar alejado del bosque, mientras al mismo
tiempo talaba nuevos árboles.
Cuando trajo los árboles a la base, empezó a oír los llantos
de los que se despertaron. No prestó mucha atención a sus súplicas mientras
dejaba que la sierra cortadora movida por la rueda hidráulica partía los
árboles a la mitad creando tablas.
—La verdad, no entiendo por qué estáis llorando— Preguntó
Manis mientras se acercaba con varios tablones bajo el brazo —¿Qué se supone
que debo hacer ahora? ¿Curaros? ¿Regañaros? Y todos tan felices. Y una mierda
¿Qué pensabais hacerme?— Agarró dos tablones y los colocó en forma de cruz,
luego arrastró al primero que estaba cerca de él y lo colocó sobre las tablas.
—Quiero ir con mi mamá— Gimió el hombre que estaba en sus
brazos mientras lloraba desconsoladamente.
—Créeme. No disfruto haciendo esto, pero creo que tú tampoco
lo vas a disfrutar precisamente, pero haberlo pensado antes de venir a
atacarme, y además ¿Qué es eso de: Por el engranaje?—
Colocó al hombre sobre la cruz, con sus manos extendidas.
Amarró las muñecas al tablón de madera. Colocó un clavo grande con una cabeza
alargada sobre la palma abierta y con un martillo comenzó a golpear. A cada
golpe los gritos se intensificaban, el cuerpo se retorcía y Manis debía
mantenerlo recto para que los golpes fuesen rectos. Terminado con una mano, siguió
con la otra y luego con las piernas, las cuales tuvo que dislocar para poder
clavarlas de la manera más dolorosa posible.
Con algo de dificultad logró clavar a su asaltante en la
cruz. Llevó la misma hacia la ruta por donde habían venido. A un lado de la
carretera cavó un agujero de medio metro de profundidad. Amarró una cuerda a la
parte superior de la cruz y la arrastró hasta que la base se insertó en el
agujero. Siguió jalando hasta levantar la cruz. Para que esta siguiese firme,
rellenó el agujero con la misma tierra. No iba a esforzarse en fabricar mortero
para esos indeseables. Ellos no merecían una cruz en condiciones. Continuó con
el siguiente y así con todos.
Cuando terminó de apelmazar al tierra de la última cruz, ya
estaba atardeciendo. Agotado, soltó un suspiro y admiró su obra. La cruces
apiladas en línea recta, con el sol dorado detrás de ellos proyectando sus
sombras sobre la carretera. Los cuervos y otros pájaros no perdieron su tiempo
y empezaron a picotear a los crucificados.
—Supongo los romanos veían una escena similar— Soló un
quejido mientras arqueaba la espalda —Crucificar a la gente cansa. Habría
terminado antes si no se hubiesen resistido tanto. Me pregunto si en este mundo
también nacerá el cristianismo. En fin, mañana toca arreglar las ventanas—
Los viajeros y los comerciantes que pasaban, vieron el
trabajo del chico y rápidamente empezaron nuevos rumores. La gente se acercaba
a ver las cruces y se marchaban horrorizados. Los rumores volaron, llegando
hasta oídos de los padres de los chicos, quienes acudieron a Manis. Unos
suplicaban por la devolución de sus hijos, otros simplemente querían venganza.
Y así más y más gente se iba uniendo a la fila. Hubo un momento que ya tenía
que hacer otra fila de cruces en el otro lado de la calle, porque ya se estaba
alejando demasiado de su casa. La idea no era decorar la calle con cadáveres
crucificados, era alejar a los intrusos, pero parecía surtir el efecto
contrario y Manis empezó a preguntarse si estaba bien seguir crucificando gente
mientras levantaba otra cruz.
Las noticias llegaron a oídos del señor de las tierras, un
noble castellano que administraba las tierras en nombre de su señor. Nada más
enterarse, reunió a su escolta y partió de su castillo. Al llegar dicho lugar,
quedó impresionado, al igual que los demás.
—Dios, santo pocopoderoso. Esto no puede ser verdad— Dijo
castellano.
—Si es esto está fuera de toca concepción lógica ¿Por qué
demonios pavimentaría el suelo con grava?— Preguntó el sacerdote igual de
intrigado.
—Me refería a la cruces— Exclamó el castellano.
—Si, a las cruces, ya… una tragedia— Hablaba el sacerdote sin
despegar la mirada del suelo.
Mientras Manis terminaba de arreglar las ventanas, vio como
un grupo de jinetes, liderados por un portaestandarte se acercaban a él.
Manis dejó lo que estaba haciendo, y colocó su mano sobre su
revolver. A su espalda llevaba su AKV a la espalda y un par de granadas en la
canana.
Los soldados se desplegaron en abanico, aparentemente rodeándole,
sin saber que se habían posicionado en el sitio perfecto para ser abatidos uno
por uno de manera sistemática.
Desde atrás, dos jinetes se adelantaron a la formación situándose
en frente de Manis. Uno de ellos era un chico de cabello morado oscuro y otro
era un clérigo.
—¿Desean algo?— Manis se adelantó a preguntar mientras
colocaba su mano en el revolver.
El castellano abrió la boca, pero el clérigo se adelantó.
—Si ¿Por qué pavimentaste una carretera rural?—
La reacción de sorpresa fue compartida tanto por Manis, como
por el castellano.
—No la pavimenté realmente, solo esparcí grava mezclada barro
y aré la tierra. Estaba demasiado desnivelada—
—¿Y no consideraste hacer surcos para el filtrado de agua de
la lluvia?—
—Cuando rellené los desniveles, dejé…—
—¡Que no hemos venido a eso!— Exclamó el chico irrumpiendo en
la conversación —Me presentaré, soy Velkan, castellano y regente de estas
tierras—
—Y yo soy Razvan, clérigo presbítero vicario del templo de la
misericordia—
—Venimos a prenderte por asesinato de todas esas personas—
Velkan señaló con su mano en dirección a los crucificados.
—¿Estás seguro? ¿De verdad quieres prenderme? ¿Has visto las
cruces? Todos ellos vieron a por mí justo como vosotros y no vinieron solos,
vinieron en grupos grandes. Vosotros sois unos… veinte, no os llegan los
números. Ni aunque trajeras un ejército me harías algo—
—Tienes mucha fe en tu magia— Dijo Velkan.
—Hablo por experiencia. Ya me enfrenté a un ejercito hace no
mucho tiempo en un bosque cercano. Acabaron muertos, igual que los crucificados.
Si, queréis pelear ya habéis visto vuestro destino—
Velkan dudó de la absoluta confianza que mostraba Manis su
victoria y estaba por dar la orden casi inconscientemente, hasta que su clérigo
intervino.
—¿Qué te llevó a matar a todas esas personas?—
—A mí, nada. Yo estaba viviendo mi vida hasta que ellos
vinieron a atacarme—
—¿Dices que esas personas que yacen ahí clavadas no tenían
nada mejor que hacer que venir a este páramo alejado de toda civilización para
ser masacrados por un ermitaño?—
—Tal como lo describes. La gente últimamente tiene mucho
tiempo libre—
—Sobre todo los evangelistas que van predicando por ahí sus
visiones, frutos de alguna alucinación que tuvieron al tomar dudosas bebidas…
Pero francamente sigo sin creérmelo, algo les habrás hecho para enfadarlos
tanto, porque puedes enfadar a dos o tres, pasa a menudo, pero que estos
regresen con sus amigos ya es otra cosa—
—Sígueme—
Manis guio al sacerdote y su señor hasta el patio donde
yacían las máquinas, los soldados les siguieron. Al verlas, los ojos de Razvan
se abrieron de par en par, llenándose de un brillo cargado de emoción, como un
niño viendo una obra de arte por primera vez. Por el contrario, Velkan apartó
la mirada, mareado, debido a que siguió inconscientemente el movimiento de la
rueda y las otras máquinas.
—Oh— Fue lo primero que salió de los labios del sacerdote —Esto
lo explica todo— Se volvió hacia su señor —Creo que es el momento de tener una
pequeña discusión en privado—
—¿Discutir el qué?— Preguntó Velkan.
—Asuntos importantes. Si nos disculpa un momento, enseguida
retomaremos la conversación—
Razvan llevó a Velkan a una distancia alejada, dejando a
Manis y a los soldados solos.
—Bueno, será mejor que empieces a explicarte— Dijo Velkan
cruzándose de brazos —Por qué no debo enjuiciar a ese asesino, ha has visto lo
que es capaz de hacer. No podemos dejarlo solo—
—Él es el espectro del trueno—
—¿El espectro del trueno?— Miró a Manis por un momento —¿Estás
seguro?—
—Si—
Velkan se rascó la cabeza, sintiéndose muy preocupado.
—Si es así, entonces con más razón debería enjuiciarlo—
—Pero no podemos, no si queremos seguir en este mundo.
Recuerda que se cargó a Salazard entre otros—
—Lo sé. Lo sé muy buen. He cometido un error al venir aquí y
casi estuve a punto de hacer una estupidez— Respiró hondo —Siento ahora mismo
en el interior de mi alma unas ganas incontenibles de pedir disculpas y escapar
cabalgando a la velocidad del viento. Pero por otro lado me nombraron regente
de estas tierras ¿Qué clase de señor sería si dejo a ese criminal andar suelo?
Me enfrentaría no solo a la furia de mi señor, sino a revueltas constantes. Me
siento atrapado en esta dualidad torturante ¿Qué debo hacer? ¿Qué consejo me
dais?—
—El enemigo al que nos enfrentamos es sin duda poderoso. Mas
no por ello debe de ser nuestro enemigo. Es considerable considerar una tercera
alternativa—
—Me estás diciendo que lo use ¿Para qué?—
—Vuestras tierras están plagadas de mercenarios, bandidos,
incursores y de entre ellos un muy hábil asesino. No tenemos suficientes
guerreros para mantenerlo todo bajo control, pero sería otra cosa si se matan
entre ellos—
—Entiendo el punto, pero eso sería corrupción—
—Pero justificada. Además todo depende de la forma en la que
es narrado, si las cosas salen bien puede decir que logró, con ayuda de la fe,
enderezar a un peligroso asesino y ahora usa sus habilidades para proteger a la
corona y al pueblo que rodea—
—Suena bien—
—Y si se muere en el proceso, puede decir que enderezó a un
peligroso asesino con ayuda de la fe, pero el mal al que se enfrentó fue
demasiado poderoso—
—Suena bien. Pero todo depende de que si él acepta trabajar
para nosotros—
—Haz que parezca que le estás ofreciendo un indulto—
Regresaron junto a Manis, quien pacientemente esperaba poniendo
tensos a los soldados con su actitud despreocupada.
—Tras discutir sobre tu delicada situación, he recapacitado
en mi decisión— Dijo Velkan —Estoy dispuesto a hacer la vista gorda sobre tus
fechorías, si prestas un servicio a la corona—
—Eso me suena a que quieres usarme para que haga tu trabajo
sucio. No me interesan meterme en asuntos políticos ¿Qué haréis si me niego?—
Velkan miró a Razvan preocupado, este tomó el relevo en la
negociación.
—No te estamos diciendo que hagas el trabajo gratis. Siempre
podemos llegar a aun acuerdo económico. Emm ¿Tienes licencia de aventurero?—
—La tiré nada más registrarme—
—Maravilloso, te contrataremos en calidad de bucelario—
—Espera un momento, no hables como si hubiera aceptado—
—Es una oferta que no puedes rechazar ¿Hasta cuando planeas
durar enfrentándote al mundo? Claro que podrías hacer frente a los grandes
señores con tu magia, pero es un estilo de vida estresante. Además de que por
muy aislado que vivas, todavía dependes de los asentamientos humanos y mientras
más te enfrentes a la ley, más odio generarás y más difícil será tu vida. Yo te
estoy ofreciendo una oportunidad de oro. Si matas bandidos, estos no saquearán
aldeas, la gente será feliz y no te volverán a atacar—
—Ya, he oído esa clase de discurso populista antes ¿Y sabes
lo que tiene el populismo? Una doble cara. Lo haces ver todo bonito, pero la
gente me seguirá temiendo igual, trabaje para vosotros o no. Cuando me atacaron
no fue porque estaban tristes, era porque tenían demasiado tiempo libre y
francamente no me importa lo que piensen de mí. Ya hace tiempo superé esa
necesidad de aceptación externa—
—Pero deseas vivir una vida tranquila ¿No? o si no ¿Por qué
vivir lejos de la sociedad? Nosotros te ofrecemos estabilidad. Hablaremos bien
de ti cada vez que nos ayudes y encima estamos dispuestos a pagarte ¿Qué más
necesitas?—
Manis soltó un suspiro cuando sintió que la conversación no
iba a para ningún lado. El sacerdote seguiría insistiendo en lo mismo.
—Pensándolo bien, no sería mala idea que me pagaras por
prestar un servicio—
—¿Verdad?—
—Si, pero deja que ponga una condición más: No voy a
participar en ninguna guerra, ninguna ¿oíste? Así como tampoco me haré
responsable de las muertes de futuros atacantes—
—Una condición muy vasta—
—Tanto como mis habilidades—
—Si esas son todas las condiciones, aceptamos que trabajes
con nosotros como nuestro nuevo bucelario. Y para tu primera misión, te pediré
algo sencillo. Hay un templo de monjes guerreros que básicamente no quiero que
siga existiendo ¿Comprendes?—
Velkan miró confuso a su sacerdote, a la par de sorprendido
pues este empezó a actuar por su cuenta sin consultarle.
—Entiendo, me aseguraré de que ese templo sea borrado del
mapa, pero necesito saber su ubicación—
Razvan le entregó un mapa que guardaba en su bolsillo
interno. Mientras Manis lo analizaba, Velkan recriminó al sacerdote.
—Eso no habíamos acordado— Le susurró al oído.
—Tranquilícese, mi señor— Le respondió Razvan —Nunca hay que
perder la oportunidad de arrancar de raíz las futuras amenazas—
—¿Alguna fecha límite para el trabajo?— Intervino Manis.
—En absoluto, puedes tomarte tu tiempo para prepararte. El
templo queda algo lejos—
Manis miró al obispo a los ojos.
—Si le pasa algo a mi casa, no os lo perdonaría—
—Descuida, ya te dije que nosotros nos encargaríamos de que
nadie te molestara. Ese fue nuestro acuerdo ¿Recuerdas?—
—Nunca se me olvida, nada desgraciadamente ¿Puedo quedarme
con el mapa?—
—Oh, sí, por supuesto, sino, no podrías encontrar el lugar.
Solo una cosa más antes de dejarte tranquilo… ¿Por qué las cruces? Si querías
castigarlos, bien podías cortarles la espalda, despellejarlos y colgarlos de un
árbol, clavarles un gancho en la mandíbula o enterarlos vivos cerca de un
hormiguero de hormigas escarlatas—
—Ya es suficiente— Intervino Velkan agarrándole y empujándole
hacia donde estaban los caballos —El asunto ha sido zanjado y ya no tenemos
nada que hacer aquí. Nos vamos— Se dirigió a Manis —Ah sí, se me olvidaba,
quita esas cruces del camino y no vuelvas a empalar a más gente—
A pesar de las quejas de Razvan, Velkan logró llevárselo
junto con todos su caballeros, dejando a Manis tranquilo.
—¿Has visto ese conglomerado de máquinas que tenía ahí?—
Preguntó Razvan a Velkan, mientras cabalgaban a su castillo.
—Probablemente esa sea la razón por la que le atacaron.
Construyó esas máquinas sin permiso de los gremios ni la autorización de los
sacerdotes. Como no va a pagar los impuestos, tendré que tranquilizar a los
gremios—
—Viéndolo desde otro punto de vista, podríamos haber dejado
que los vaya matando hasta que no quede ninguno— La mirada de Velkan le hizo
retractarse.
—¿Cómo nos aseguraremos de que cumpla su palabra? Acordamos
pagarle, pero no acordamos como lo supervisaremos, podría engañarnos—
—Oh, no te preocupes por eso. Dejé discretamente un espía que
le observará a distancia. Está todo pensado—
—Aun me sigo preguntando como te diste cuenta de que él era
el demonio del trueno ¿Fue por las maquinas?—
—No, fue por eso— Señaló las cruces —Cuando oí que Salazard
murió, le encontraron clavado en una cruz en medio de una montaña de cadáveres,
esto me dio pista. Por cierto no te he preguntado ¿Qué te pareció ver tantas
máquinas trabajando al unísono?—
—No quiero recordarlo. Me da dolor de cabeza—
—A mi me resultó fascinante. Si bien se aprovecha el
rodamiento del eje, de la rueda, para mover un objeto, él lo llevó al extremo,
y el como lo ha hecho es fascinante—
—Que te he dicho que no quiero hablar de ello—
—Y es fascinante porque para mover toda esa maquinaria
requería de una gran cantidad de agua para mover la rueda. Las ruedas
hidráulicas no giran así y ¿Has visto el río? Apenas tiene caudal pero sobre la
rueda caía un gran caudal de agua—
—Que parte de que no quiero hablar de ello no has entendido. Ah,
usó una maldita piedra de agua, como todos esos profanos que no respetan al
dios del agua—
—Eso fue lo que pensé, pero caí en la cuenta de que aunque
extraigas el agua de una piedra de agua, esta saldrá sin presión y se necesita
una gran presión para hacer funcionar toda esa maquinaria. Además, no vi nada
parecido, el agua parecía salir de ninguna parte con la potencia de una
cascada. Intrigante—
—Mira, si tanto quieres, puedes volver a preguntárselo, pero
recuerda que eso mismo fue lo que les llevó a ser empalados— Señaló las cruces.
—Le escribiré una carta a mi maestra, que está en Antígona.
Le interesará saber esto y de paso puede darme consejo—
—Eso, trae a otro más para que sea empalado, todavía hay
sitio para uno más—
Manis observó como la compañía de caballeros desaparecía en
el horizonte. Reflexionó acerca de su acuerdo, meditando hasta qué punto había
metido la pata.
Tras terminar de construir la valla de madera, enrolló
alambre de espino alrededor de ella para ralentizar a los asaltantes que tiren
abajo la valla.
Fue hacia donde estaban las cruces. No le apetecía andar
desmontándolas después de todo el esfuerzo que realizó para levantarlas, por lo
que optó por prenderles fuego y dejar que se consuman. Aquel acto casi sembró
más temor entre la gente del pueblo.
Aquella noche planificó su siguiente movimiento. Debía llegar
hasta un templo y matar a todos los monjes. Según el mapa que le entregó el
obispo, el templo parecía estar en algún lugar lejano. Se lamentó haber
aceptado aquella misión, pero por otra parte no podía pasarse la vida
defendiendo su casa de todo el mundo, así no encontraría al doctor Anneryth.
Mirándolo desde otro punto de vista, parecía y una buena oportunidad para
explorar el mundo y encima podía llevarse alguna regalía por ello, pero le
preocupaba dejar desprotegida la casa. Su guardián, aunque intimidante, no era
muy confiable, por lo que necesitaba regresar en menor tiempo posible y dado
que su equipo había aumentado, correr quedaba descartado.
Necesitaba un medio para moverse, un vehículo para viajar
rápido y regresar cuando lo necesitase, un vehículo ligero que pudiese ser
manejado tanto en bosques como llanuras. Necesitaba una bicicleta, pero dado
que tenía la oportunidad de hacer una, replicaría un caro modelo que había
visto en su vida pasada.
Construir una bicicleta era algo sencillo con los materiales
a su disposición, pero al mismo tiempo tedioso. Normalmente una bicicleta se
fabrica sobre cuadro en forma de rombo dividido en varios tubos. Sin embargo la
bicicleta que deseaba era diferente, tenía menos piezas y estas eran más
robustas.
Empezó sacando una pieza recta de titanio resistente pero
ligero. En la parte delantera soldó un tubo donde iría el manillar y las
horquillas delanteras. En el otro extremo soldó la pieza que sostendría el
asiento por arriba y por abajo una segunda pieza inclinada contendría los
pedales, sobre la misma iría una horquilla horizontal que sostendría la rueda
trasera.
Una vez soldado el cuadro, lo miró desde la distancia. No era
exactamente como la recordaba, pero estaba conforme. Ahora llegaba la parte difícil:
crear las ruedas.
Empezó por la llanta: sacó una larga lámina del metal
líquido, en la cual realizó pequeñas curvaturas a ambos lados, un agujero para
la válvula de aire y luego con una dobladora convirtió la lámina en una rueda,
soldado ambos extremos.
Como en ese mundo las carreteras eran poco más que un camino
despejado de hierba y a cuatro piedras que colocas, lo llaman pavimenta. Había
que considerar que todo el terreno era accidentado, lo que obligaba a adaptar
la llanta. Por eso la rueda tenía que ser ancha, gruesa, resistente y a prueba
de pinchazos.
Sacó unas gruesas varillas de metal junto con unas boquillas
roscadas. Estas las soldó a las ruedas e introdujo las varillas en ellas. La
rueda empezaba a tener la forma característica, pero todavía no estaba
completa.
Amasó el caucho y lo vulcanizó creando una goma resistente.
Hizo varias tiras de caucho y las pegó con calor unas sobre otras, con una
lámina de metal entre cada una de ellas, así agregaría una mayor resistencia
frente a pinchazos. Con ello la cubierta de la rueda estaba completada y esta
podía ser encajada directamente sobre la llanta.
Con una rebajadora talló unos surcos en el neumático en un
patrón de zigzag, mientras que preparaba más goma.
Usando una extrusora dio a la goma una textura espumosa pero
rígida, en forma de tubo. Este tubo se introduciría entre la cubierta y la
llanta asegurando la misma frente a un posible pinchazo.
Era el turno de la parte más técnica. Tocaba construir la
parte más importante de una bicicleta, el buje. El buje era el eje de la rueda,
un mecanismo conforma de tubo que incluía bolas de metal en su interior y con
la ayuda de un núcleo con trinquetes, permitía a las ruedas girar
independientemente cuando se detenía el pedaleo.
Una vez construido y encajado en el centro de la rueda con la
ayuda de las varillas, agregó la corona de dientes sobre el núcleo y al otro
lado colocó el disco de freno, completando así la rueda trasera. Engrasó toda
la maquinaria y trabajó en el buje de la rueda delantera.
Tras terminar los bujes, el siguiente paso era la creación de
la cadena, un tedioso procedimiento donde tenía que seleccionar una a una las
piezas necesarias para formar los eslabones.
Para los frenos, estos debían ser hidráulicos porque la
bicicleta tenía pinta de ser bastante pesada. Creó unas mangueras de goma,
conectadas a dos pistones por un lado y a un puño con una palanca al otro. El
líquido que seleccionó era el mismo aceite procesado químicamente, que usó para
lubricar los bujes. Los frenos hidráulicos funcionaban siguiendo el mismo
principio de la bomba de ariete, solo que el líquido permanecía fijo. Cuando se
movía la palanca, esta desplazaba el líquido, este presionaba los pistones y
cuando se soltaba, el líquido volvía a llenar el espacio vacío aflojando los
pistones. Un pequeño compartimento de aire ubicado cerca de la palanca mantenía
el líquido a presión.
Para terminar, encajó los pedales, pasó la cadena entre la
corona de la rueda y la de los pedales, ajustó el brazo tensor para que la
cadena estuviera firme, colocó el asiento de goma y cuero sobre la parte
superior de la bicicleta, y conectó los frenos al manillar.
Para la luz delantera, colocó un faro cuyo interior estaba
recubierto aluminio papel de aluminio liso y pulido, con los restos de una
piedra de cristal luminoso a modo de bombilla.
La bicicleta ya estaba lista. Su forma característica le
despertaba nostalgia. Tras asegurarse de que las partes funcionaban como
debían, inauguró su vehículo con el primer pasero de prueba.
Nada más subirse y dar los primeros pedales se cayó al suelo.
Confundido, se levantó e inspeccionó la bicicleta. Volvió a montarse y volvió a
caerse. Llevó la bicicleta al taller e hizo una inspección completa, pero todo
estaba en orden o eso era lo que recordaba. En una tercera prueba llegó hasta
la valla, pero al girar cayó al suelo.
—No entiendo nada. Si le he agregado un estabilizador de
dirección al manillar ¿Cómo es que sigo cayéndome?... A no ser, que realmente
no sepa montar en bicicleta. Esto es ridículo, yo hacía senderismo cuando era
joven ¿No se supone que montar en bici nunca se olvida?— En ese momento se dio
cuenta de una verdad obvia, ese no era su cuerpo —No me digas que tengo que
volver a aprender a ir en bici—
Se subió de nuevo sobre el vehículo y comprobó a su pesar que
estaba cometiendo errores de novato. Sus brazos se tambaleaban, no conseguía
mantener el equilibrio. A pesar de que había entrenado su cuerpo, nunca en su vida
había tocado una bicicleta, pues no existía ese vehículo hasta hace un momento.
Sintiendo el fuerte sentimiento de la depresión presionando
su alma, empezó a entrenar sin muchos ánimos.
—Parece que te diviertes—
Montado en su caballo gris cubierto con una tela de azul y morado,
el obispo Razvan estaba al otro lado de la valla.
—¿Has olvidado que se te ha encomendado un trabajo?—
La construcción de la bicicleta le llevó a Manis más tiempo
de lo esperado, algo de lo que se dio cuenta cuando vio a su contratista.
—Lo que recuerdo que no me diste ninguna fecha límite— Respondió
Manis —Además de que dijiste que me tomara mi tiempo en prepararme ¿Recuerdas?—
—Si, pero eso era un decir, tienes que sobrentender. Cuando
dije que te tomaras tu tiempo, quería realizaras el trabajo en cierta brevedad,
y ya han pasado catorce lunas y pensé que ya estarías de camino—
—Yo no presupongo ni sobrentiendo nada. Cuando alguien me
dice que me tome mi tiempo, yo me tomo el tiempo que yo considero—
—¿Así es como hablas a tu empleador?—
—No era yo quien buscaba de tus servicios. Fuiste tu y tu
amigo que vinisteis aquí junto con todos tus soldados a suplicarme que fuera a
matar monjes ¿Lo recuerdas?—
—No es exactamente así como yo lo recuerdo pero así, pero por
desgracia así resultó ser. Como no te alejabas de tu casa vine a recortarte tu
deber—
—¿Cómo sabes que no me alejaba de mi casa? ¿Acaso me has
estado espiando?—
La pregunta de Manis cayó como un jarro de agua fría sobre
Razvan, quien comenzó a ponerse nervioso.
—Espiar es una palabra muy fea. Digamos que estaba supervisándote
para calibrar el resultado de tus acciones para tenerte en cuenta en futuros
trabajos—
—Acabas de hablar como un político. Detesto que me hablen de
esa manera, me trae malos recuerdos— Movió su mano hacia el revolver.
La intención asesino pudo sentirse desde lejos espantando a
una bandada de pájaros apostados en un árbol cercano. Al mismo tiempo
enloqueció al caballo de Razvan que tiró a su jinete al suelo. Manis se acercó
colocándose a su lado.
—¿Te has roto la espalda?—
—No, el suelo amortiguó mi caída ¿Ves?— Razvan movió sus
manos y sus piernas para demostrarlo.
—No lo entiendo ¿Tantas ganas tienes de ver a esos monjes
muertos?—
—No realmente. Esos monjes no me han hecho nada, pero son
peligrosos. Poco a poco se están convirtiendo en una orden militarizada,
vendiendo seguridad a los aldeanos a demás de guiarlos hacia el paraíso después
de la muerte, atraerán a todos nuestros feligreses. Nuestra religión no permite
la violencia por eso es imprescindible que desaparezcan, de la forma más
sangrienta posible—
—Entonces es un asunto de competencia. De igual forma no me
importa, yo no creo en ningún dios, pero estaba por ir a la misión cuando
llegaste. A todo esto, me resulta curioso que hayas venido tu solo—
—Fue por culpa de mi curiosidad, ella me arrastró hasta aquí.
Quería echarle otro vistazo a tus máquinas— Dijo mientras se levantaba del
suelo. Señaló la bicicleta —¿Ese es el invento con el que matas a la gente?—
—No, eso es un medio de transporte. El lugar que me
encomendaste queda muy lejos—
—Se ve extraño ¿No prefieres un caballo o una carroza?—
—No me gustan los caballos, no se montar en ellos ni tampoco
soy bueno cuidando de mascotas— Dirigió un fugaz vistazo a Viktor, quien se
encontraba tirado en el suelo tras comer una pata de carne —Y si voy a montar
en una carroza antes le tengo que hacer un apaño porque viajar en una es una
experiencia en sí—
—¿Y qué esto también se mueve usando la rueda hidráulica?—
—No, pero cómo va moverlo la rueda ¿Qué clase de medio de
transporte sería? Esto se mueve pedaleando. Puedes viajar tanto como te de el
cuerpo y adentrarte por atajos que un caballo jamás tomaría—
Razvan miró con detalle la bicicleta. Su diseño le parecía
extremadamente simple comparado con los otros inventos y no terminó de
convencerle.
—¿Seguro que no prefieres los caballos?
—Segurísimo—
Fueron al patio de las máquinas, donde Razvan inspeccionó la
rueda hidráulica en detalle.
—¿De donde sale el agua?—
—Del río— Respondió Manis.
—Pero si el río queda cuesta abajo ¿Cómo consigues que suba
hasta aquí? ¿Esta manguera está encantada?—
Manis pensó un momento si sería correcto contarle, dejando en
ascuas al clérigo. Le llevó abajo del río donde le mostró su ariete hidráulico,
pero a pesar de sus explicaciones, Razvan no parecía entender del todo el
funcionamiento de aquella máquina, pues su forma de operar contradecía los
conocimientos del clérigo.
—Dime ¿En qué academia estudiaste esa ciencia?—
—En mi vida pisé una academia—
—¿No fuiste a ninguna?— Preguntó Razvan sorprendido —¿No
estudiaste en la escuela mágica de Ancyra, o en la biblioteca de Antígona?—
—No conocía esos lugares hasta que los nombraste—
—¿Entonces? ¿Dónde has aprendido todo esto, quién te lo
enseño?—
—¿Quién me enseñó? ¿Sabes lo que es internet?— Su cara de
confusión despejó las dudas del chico —Parece que no… Digamos que… de alguna
manera me di cuenta de ello, por supuesto nada que ver con lo divino, yo no
contacto con dioses ni visito iglesias—
—Dime de donde vienes—
—De una aldea cercana a las montañas del norte—
—¿Eres del reino de Bóreas?—
—Creo que no, porque oí que ese reino invadió mi aldea—
—Creo que ya sé de donde eres. Y supongo que escapaste de los
invasores y llegaste aquí—
—No, me fui muchos meses antes de que la invadieran, no me he
cruzado con ningún norteño y basta de hablar de mi pasado. Has estado
haciéndome muchas preguntas, supongo que no te importará responderme a las mías
¿Verdad?—
—Pregunta lo que quieras—
—¿Cómo es el templo donde viven esos monjes guerreros?—
La pregunta le tomó por sorpresa, pues esperaba que el chico
le hiciera una pregunta más personal.
—A qué te refieres con eso, es un templo, un lugar donde se
reúnen para orar y planificar sus planes de expansión y…—
—Me refiero a su arquitectura, como de grande es, cuantas
puertas y ventanas tiene, el lugar donde está ubicado, necesito cosas técnicas
y específicas— Le interrumpió Manis.
Razvan tomó aliento y contó todo lo que sabía acerca del
lugar. Cuando cayó la tarde, se montó sobre su corcel y regresó a su casa.
Esa noche Manis preparó todo su equipamiento. Limpió a fondo
sus armas y luego las engrasó, relleno los cargadores, ordenó la ropa, organizó
su mochila, planchó la ropa y preparó comida para el viaje y la cena.
Con los primeros rayos de luz de la madrugada, Manis ya
estaba preparando su equipamiento.
Había terminado de hacer una revisión de última hora de su
mochila. Desconocía cuanto tiempo le tomaría llegar y cuanto se iba a quedar,
por lo que quería estar preparado y no dejar nada atrás. Se equipó su chaleco
de cananas, llenándolo con todos los cargadores que cabían. Enfundó su revolver
junto con su rifle, se puso su equipo mejorado, se equipó la mochila y se
cubrió con su poncho acorazado.
Salió de su casa, deteniéndose en frente de su carcayú.
—Viktor, estaré fuera el tiempo que haga falta. Cuida la casa,
te he dejado comida y sé que te las puedes apañar tu solo. Te he alargado la
cadena por si acaso—
Sacó la bicicleta a fuera de la verja y cerró la puerta con
llave. Miró la hora, revisó la ruta y la dirección. Se montó sobre el vehículo,
se puso su casco de motocross acolchado, hecho de vibranium, ajustó sus gafas,
sus guantes y su máscara de gas, respiró hondo. Ya era tarde para
lamentaciones, no había vuelta atrás.
—Vamos a matar… Levantando en aire los sombreros. Vamos a
matar, vamos a matar, compañeros— Al ritmo de su canción, se puso en marcha
pedaleando suavemente, cogiendo velocidad poco a poco al tiempo en que
aceleraba.
Recorrió praderas, valles, ríos y llanuras y tras varios días
de viajes, atravesando tierras extranjeras, Manis llegó a una ciudad llamada Nabra,
donde se ubicaba el templo. Este era tal como Razvan había descrito. Un gran
edificio se alzaba en la colina de la ciudad, de base rectangular con varias
estructuras acopladas para darle estabilidad, haciendo que el templo sea más
imponente. Había ventanas en cada piso, estas tenían forma de arco, pero no
tenían rejas a su alrededor y pocas eran las que tenían cristaleras. Alrededor
del templo le rodeaba un patio con algunos edificios que cumplían la función de
almacenes y cuarteles.
Un gran edificio acogía a una gran cantidad de personas y tal
vez no tenga munición para todos ellos, pero agradecía haber traído granadas en
abundancia. Decidió tomárselo con calma.
No llegó a entrar en la ciudad. Con sus prismáticos estudió
el objetivo a una distancia considerable, siempre oculto entre la vegetación.
Buscó los puntos débiles del edificio, las entradas y las posibles salidas;
contó todas las ventanas; estimó cuanta gente había dentro.
Una vez elaborado el plan de ataque, esperó el momento de
atacar. Observó que mucha gente iba en dirección a la ciudad. Sobornando a un
comerciante, se enteró de que cierta festividad iba a realizarse en los
próximos días. Pero no una festividad cualquiera, sino un festival de concilio,
donde las dos órdenes del templo, las cuales se habían separado por disputas
ideológicas, se reunían en ese día sagrado para hacer las paces. Una era la
orden Soei y los que llegaban eran los Nilcei.
Teniendo eso en cuenta, Manis elaboró su plan de ataque.
Esperaría al día de la festividad y atacaría al día siguiente.
Llegó el día del concilio. Los Nilcei
llegaron a la ciudad trayendo consigo un sacrificio que conmemoraría la
reconciliación. Un grupo de fieles arrastraban una jaula con un gran lobo
bípedo de más de dos metros de altura, capturado en las tierras brunas por
valientes aventureros.
Avanzaron las calles con el
portaestandarte de la secta a la cabeza, portando el símbolo sagrado. Le
seguían la guardia protectora, conformada por soldados de capas moradas y
rojas. En el centro se encontraba el pontífice, alabado y abucheado por igual.
Ambos líderes de encontraron en el
patio del templo, donde se fundieron en un abrazo como símbolo de la
reconciliación.
Con las trompetas sonando al unísono
empezó el día del festival.
Hubo juegos, espectáculos y mucha
comida, la suficiente como para saciar incluso a los guardias que se pasaban
una que otra vez por las tiendas. Mientras la plebe se divertía, algunos
sacerdotes estaban montando el altar del sacrificio que se celebraría el día
siguiente y que daría por concluida la festividad al igual que la conciliación
de ambas órdenes. Los festejos se prolongaron hasta la noche, y terminaron a
altas horas de la madrugada, cuando el frío viento de la noche calmó los ánimos
de los últimos alcohólicos que deambulaban por las calles.
Con las primeras luces del alba, el
sacerdote Givel salió como cada mañana temprano a recolectar los tributos de
los feligreses. Le daban igual las festividades y era muy metódico y repetitivo
con su trabajo. De vez en cuando hacía alguna que otra critica bien recibida
por la comunidad, pero pecaba de pedante en la mayor parte del tiempo.
Esa mañana el viento era
especialmente fuerte, las nubes grises cubrían el cielo y amenazaban con llover.
Se acercó a la jaula a revisar el
sacrificio que sería sacrificado esa misma tarde. Miró a la bestia un rato y
luego camino hacia la entrada del templo y justo en ese momento cayó al suelo.
Confundido por la caída, sintió como
alguien le hubiese dado una patada en el estómago. Tanteando el lugar con su
mano, sintió un extraño líquido caliente emanando de un lugar cuyo dolor no
paraba de incrementarse. Temeroso miró su mano, ahora teñida de rojo y soltó un
grito de pánico. El dolor se incrementaba, le empezaba a faltar aire. Incapaz
de levantarse siguió gritando con todas sus fuerzas.
Los primeros en llegar fueron los
guardias, seguidos por los soldados del templo, seguidos de algunos sacerdotes
que salieron del templo.
Los guardias alejaron a los sacerdotes
curiosos, mientras que examinaban al herido Givel. Al ver como de la herida
brotaba sangre sin parar, mandaron llamar al sacerdote médico Petsaf,
encargando a Beerke la tarea.
Beerke corrió de nuevo al templo,
pero antes de llegar a las puertas su cabeza estalló en pedazos. Restos de
cerebro y cráneo se esparcieron por el patio. Su cuerpo cayó al suelo, dejando
salir un rio de sangre desde su cuello.
Los testigos se alarmaron, entrando
en pánico al darse cuenta de que alguien les estaba atacando. Corrieron
buscando refugio en el templo, pero uno a uno caían al suelo. Esto provocó que
los sacerdotes retrocedieran por instinto buscando la protección de los
guardias armados, mientras estos formaron un perímetro intentando alejarlos del
malherido Givel, pero los sacerdotes eran insistentes.
Desde el interior del edificio
salieron nuevos sacerdotes y guardias, a pesar de los gritos de aviso de los
demás, salieron por su propia cuenta. Nada más salir caían al suelo bañados en
sangre, uniéndose a los cadáveres.
El grupo logró romper las defensas de
los guardias. Pisotearon a Givel en el proceso, quien vio como un objeto
redondo caía desde el cielo.
El grupo entero saltó por los aires,
al tiempo que empezaba una tormenta eléctrica.
Los sacerdotes que quedaron detrás de
las puertas, retrocedieron asustados, hasta que el sonido del sagrado cuerno de
brandonburg les tranquilizó. Los sacerdotes se detuvieron tapándose los oídos.
Parado con un estandarte, el capitán
Zetzal, uno de los capitanes más prestigiosos de la orden puso orden en el
lugar. Reunió a los sacerdotes y les dio instrucciones.
—Estamos bajo ataque. Cerrad las
puertas, id al cobertizo de armas, aprovisionaos de armas y regresad—
Obedeciendo sus órdenes, los
sacerdotes empezaron a mover las poleas que mantenían la puerta abierta, pero
en ese momento un objeto redondo se deslizó entre ellos rebotando en el suelo,
hasta llegar a los pies del mismo capitán.
Zetzal estalló en pedazos junto con
buena parte de sus camaradas. Su lucha por establecer sus ideales había
terminado, junto con buena parte de los sacerdotes que sobrevivieron como
pudieron a la onda expansiva de la granada.
El sonido de las explosiones alertó a
la gente del pueblo, pero dado al continuo sonido del trueno en el cielo, no le
dieron importancia. Así como ignoraron la humareda que se levantó en el patio
pensando que estaban preparando el ritual de sacrificio.
El interior del templo se hallaba en
el más absoluto caos. Sabiendo que estaban bajo ataque, un grupo de arqueros
subieron a los balcones, buscando al objetivo y uno a uno cayeron muertos
sistemáticamente.
Alani, el contable que actuaba como
mano del magno obispo, realizó la heroica tarea de cerrar la puerta del balcón.
Salió al umbral. Con sus manos agarró los picaportes de las puertas y jaló de
las mismas hasta que la entrada se cerró, pero recibió un balazo en la cabeza,
la cual estalló por la parte trasera, dejando salir su privilegiado cerebro en
pedacitos para que contase las baldosas en el suelo individualmente.
Las puertas volvieron a abrirse y sus
ayudantes se encargaron de cerrarlas, sin embargo las balas pasaron a través de
la madera matándolos. Esto alertó a los residentes que alertaron a sus
camaradas de que se alejaron de las ventanas.
Los monjes asaltaron la armería
desorganizadamente, mientras que ambos líderes de sus respectivas
organizaciones discutían como debían enfrentar a esa amenaza.
Desde la humareda salió Manis.
Ejecutando a los heridos, avanzó hasta llegar a la puerta. Asesinando a tiros a
cualquier persona que se cruzase en su camino, avanzó hacia la armería donde
estaban todos reunidos. Disparó dos granadas destrozando todo el lugar. Los
supervivientes corrieron escalera arriba, huyendo de él.
Los líderes decidieron escapar de
aquel lugar, pero fueron sorprendidos por la avalancha de monjes que subían,
arrastrándoles de nuevo a la sala de ceremonia. Aparentando liderazgo ordenaron
atrincherarse cerrando las puertas y enviando mensajes de ayuda a través de la
magia en forma de pájaro.
Manis llegó hasta las puertas de la
sala de ceremonia. Intentó abrirlas, pero estaban cerradas. Tocó la madera y el
sonido opaco indicaba que eran unas puertas muy gruesas. Con su potencia de
fuego solo abriría un boquete, en el mejor de los casos destrozaría una, pero
para ello gastaría todas sus granadas. También podía hacerla pedazos con sus
cables, pero preferiría reservar su habilidad.
—No queréis salir, pues quedaos
dentro—
Bajó las escaleras y recorrió todas
las habitaciones y salas del templo, limpiándolas de toda vida. Cuando las
salas inferiores estaban vacías, se paró a descansar. Tras revisar el lugar,
entendió como era la arquitectura interior. Todo el templo estaba interconectado
por grandes puertas, lo que permitía que el viento pasara entre ellas, esto le
dio una idea.
Salió del edificio. Llegó al
cobertizo de comida, en donde encontró grandes sacos de harina. Los llevó a
dentro del templo, colocándolos en una sala concreta. Revisando el almacén
encontró en el almacén un maletín con múltiples pinceles dentro de diferentes
formas, junto con una variada cantidad de pinturas de diferentes colores que le
gustaron, por lo que decidió quedárselo.
Tras terminar con los sacos de
harina, cerró todas las ventanas, salvo las de aquella sala. Dispersó la harina
y dejó que el fuerte viento hiciera el resto del trabajo. Regresó a la entrada
y cerró las puertas principales del templo. Recogió el maletín de pinturas y se
marchó del lugar, no sin antes acercarse a la jaula para ver al sacrificio. En
ella había una bestia de pelaje grisáceo que aun sentada era más grande que él.
Manis rompió la jaula, mas la bestia se negó a salir.
—Va a pasar algo grande, si quieres
quedarte para verlo a mí no me importa, pero yo que tu huiría—
El viento poco a poco llenaba el
templo de harina. Primero las salas inferiores, subiendo las escaleras, llenó
las habitaciones. Llegó hasta la sala de ceremonia, en donde entró por debajo
de la puerta.
Los sacerdotes, monjes y demás. Se
habían tranquilizado un poco, pero no se atrevían a abrir las puertas. Ya
habían enviado las cartas de auxilio y ahora les tocaba esperar la ayuda.
Mientras esperaban, rezaron recitando
sus mantras y cuando algunos se cansaron de ello empezaron a meditar entre
susurros acerca su posible atacante. Surgieron varios nombres de diversos magos,
nobles y organizaciones rivales. Los pontífices golpeaban el suelo con sus
varas para mantener el silencio entre los feligreses y no interrumpir las
oraciones.
—¿Por qué huele a harina?— Era lo que
algunos se preguntaban. La curiosidad llegó hasta el máximo pontífice.
—Será posible…— Habló el pontífice
Soei —Que solo nos atacaron para robarnos las provisiones—
—Pero qué desgraciados, de enemigos,
nada solo son unos ladrones. Tenemos que detenerlos o no tendremos como
sobrevivir al invierno— Habló el secretario Baladar de la orden de los Nilcei.
—Podemos recolectar la comida de los
feligreses— Habló un sacerdote entre la multitud.
—Y nos arriesgaremos a perder el
apoyo de los fieles. De eso nada. Nuestra sagrada misión no se verá truncada de
un bandido del tres al cuarto con dotes de magia. Nos pilló desprevenidos, pero
le mostraremos nuestras espadas. Le rodearemos y le masacraremos, así como
masacró a nuestros hermanos— Habló el pontífice Soei.
Sus palabras fueron apoyadas por una
ovación de sus lacayos.
—Abrid las puertas— Fue la última
orden dada.
Cuando los monjes abrieron las
puertas activaron la trampa que dejó Manis: Una granada atada a un alambre. La
explosión fue ampliada por la reacción en cadena de las partículas de harina que
impregnaban en el aire, creando una explosión de polvo que reventó el templo
entero con una sonora onda expansiva que sacudió al pueblo.
El templo se derrumbó llevándose
consigo las últimas vidas que residían en él. Todo esto estaba siendo
presenciado por Manis, quien estaba apostado en los árboles con los binoculares
en una mano y un bocadillo en la otra.
—Que hermosos fuegos artificiales.
Así sí es como debería cerrar un buen festival—
Al dar su trabajo por concluido, se
montó en su bicicleta y pedaleó rumbo a su casa.
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