Isekai genérico capítulo 7



Capítulo 7:


Forajido



Tras la derrota de la batalla de los campos helados, el caudillo se retiró hacia el sur, donde intentó reagrupar su ejército. A pesar de las escaramuzas nocturnas de la caballería del rey, el caudillo logró escapar al territorio del duque Folkmond, el cual aguardaba reuniendo milicias locales junto con los nobles provinciales con sus hombres de armas y empresas mercenarias.

En los primeros días de la primavera el ejército del rey arribó a la frontera. Dispuesto a enfrentar al caudillo de una vez por todas.

Ambos ejércitos se enfrentaron en un territorio neutro. El ejército unido del caudillo superaba a los hombres del rey en proporción de diez a uno.

La batalla fue intensa, pero el soberano del norte logró hacerse con la victoria una vez más usando su caballería de forma poco ortodoxa. Dividió la caballería en tres grupos. El primer grupo y el segundo atraerían a los flancos abriendo camino directo hacia el interior de la hueste enemiga. Los arqueros se situaron en primera línea y soltaron una descarga tras otra en sucesión, debilitando las defensas enemigas. Los lanceros se posicionaron en los flancos protegieron a los arqueros del contrataque de la caballería enemiga.

Cuando el caudillo ordenó avanzar a sus tropas contra los arqueros enemigos, estos cesaron el fuego al sonido del cuerno. Se dispersaron dejando paso a la tercera división de caballería, la cual cargó contra los soldados que venían de frente, seguidos de la infantería acorazada y detrás la infantería ligera.

Poco a poco los flancos fueron tomados por la corona y el rey se lanzó junto con todas sus tropas en una última carga que terminó de desmoralizar al ejército rebelde unificado. El duque y el caudillo tocaron retirada.

La batalla del norte había terminado. Los traidores habían sido ejecutados y el inmenso norte volvía a estar bajo el poder de la corona. Sin embargo el joven rey fue herido en el combate por los milicianos del ejército del duque, cuando estos se interpusieron con sus vidas. Cuando se recuperó y estabilizó la situación del reino, anunció que partiría contra el sur en una cruzada por la venganza contra aquellos que intentaron destruir su reino.




Llegó la primavera. Las temperaturas subieron por lo que la nieve desapareció. Las plantas despertaron en forma de brotes. Los animales que hibernaron despertaron hambrientos dando vida al bosque.

En las ciudades, las obras que pararon en invierno retomaron sus trabajos. El pueblo que estaba decaído volvió a alzarse. Una nueva temporada de cosecha empezaba a florecer en los campos.

Los vendedores ambulantes junto a los ocasionales viajeros y aventureros empezaron a ser cada vez más frecuentes, por lo que el trabajo del taller se incrementó.

Manis consiguió un par de trozos de cuero curado. En un trozo trazó la silueta del arma junto con los cierres. Con agua humedeció el cuero y lo envolvió sobre el revolver, al ser este hecho de acero inoxidable podía resistir la oxidación. Cuando el cuero se secó tomó la forma del revolver. Luego cosió los bordes.

Una vez cosido añadió un refuerzo hecho de papel lacado. El refuerzo servía para poder colgar el revolver al cinturón y con un mecanismo de seguridad hecho con un remache de bronce que evitaba que el arma fuera sustraída sin el consentimiento del chico.

El segundo trozo de cuero lo usó para hacer de conexión entre el cinturón y la funda. Este iba acoplado al refuerzo y en sus bordes tenía dos agujeros con anillos de metal en los extremos.

Como su cinturón ya tenía muchos agujeros, solo necesitó un par de anillos de acero para acoplar la funda al mismo. La idea no era llevar el revolver sobre el cinturón, sino colgando a la altura del muslo, para así que el desenfunde sea automático.

Practicó desenfundando la pistola con un juego de muñeca, el cual permitía desenfundar de forma casi inmediata. Al estilo western. En su cabeza no podía evitar asociar el revolver con las películas del viejo oeste. Tener un arma en sus manos le motivaba a continuar con el día a día.

Mientras practicaba se dio cuenta de un detalle importante. Con todo ese peso, los pantalones amenazaban con caerse con cada movimiento.

Manis se quitó el cinturón. Retiró todos los complementos y volvió a introducirlo en las trabillas. Ahora sentía que los pantalones no se le iban a caer.

Acarró otro pedazo de cuero y lo convirtió en otro cinturón, pero de este era más ancho, con pliegues para las balas y dos líneas de anillos a lo largo de su longitud. Ahora podía mover las riñoneras y el neceser sin preocuparse por las trabillas que limitaban el movimiento ni por ajustarse los pantalones a cada rato.

Pero a pesar de todo todavía no podía usarla a falta de balas, ahora solo era un juguete pesado. Sin embargo eso solo era cuestión de tiempo que encontrara el fulminato, pero eso para prepararse tejió una segunda riñonera y una bolsa del tamaño de un neceser. Movió las riñoneras hacia delante y el neceser ocupó la parte trasera.

Como el pequeño lago se descongeló y las temperaturas subieron, Manis quiso reaprender a nadar. Él sabía nadar, pero su nuevo cuerpo no, ya que no estaba acostumbrado a estar dentro del agua. Nadar en el río era peligroso, pero en ese meandro abandonado podía hacerlo. Solo esperaba no encontrarse con monstruos de las profundidades.

Mientras chapoteaba y buceaba en el agua fría, vio que algo brillaba en el fondo. No se veía desde la superficie, pero boceando visualizaba un par de puntos azules brillantes. Practicando el buceo se acercó todo lo que pudo y con sus cables logró agarrar un pequeño trozo.

Al subir a la superficie, cogió aire y levantó su mano por encima de la superficie del agua. Abrió la palma de su mano mostrando una gema cristalina que emanaba un brillo azul pálido, pero además de su tenue luz, también emanaba agua. De eso se dio cuenta Manis cuando vio que el agua aun seguía escurriéndose desde su mano desde que sacó la gema del agua.

Agarró la gema con dos dedos y la sacó del pequeño charco en el que se encontraba. La elevo sobre su cabeza esperando que se escurriera. A medida que se quedaba sin agua, la gema se volvía cada vez más frágil hasta convertirse en polvo.

Manis inmediatamente se sumergió buscando más gemas como esa. Encontró otra, la sacó del agua y esta también se deshizo en sus dedos. Entonces se dio cuenta de que esas gemas solo podían mantener su forma mientras estaban húmedas.

Salió del agua, se visitó e inmediatamente hizo un pequeño tarro de barro con una tapa que encajaba completamente en el tarro.

Se metió de nuevo en el agua junto con el tarro y capturó una gema dentro del tarro.

Al llegar a la orilla abrió el tarro. El agua salió como si estuviera bajo presión y siguió brotando. Manis cerró la pata de nuevo.

No tenía ni idea de qué era esa gema. Sospechaba podía ser una de esas gemas que usaban los magos para sus trucos. Para buscar respuestas recurrió al fraile.

Cuando llega al monasterio, preguntó por el fraile Vanahir. Le indicaron que estaba en el jardín privado.

—Me alegro de que hayas venido— Dijo el fraile —Estaba por enviar a alguien a buscarte—

—¿Y eso?— Preguntó Manis.

—Te buscaba porque creo que este es el mejor momento para que te conviertas en un novicio. Va a llegar un grupo dentro de poco y me gustaría que te unieras a ellos—

—Ah, eso— Ya era hora de que Manis expresara su opinión al respecto —Dime una cosa ¿Es necesario creer en dios para formar parte del convento?—

—Si, por supuesto ¿Por qué lo preguntas? No me digas que acaso tu no crees en dios—

—La verdad es que no— Su respuesta impactó tanto en el fraile que casi se cae al suelo —Nunca he creído en un dios. Pará mí que te digan que debes creer en alguien para que todos tus sueños se cumplan es como tomar la vía fácil, la vía cobarde, la vía que solo toman aquellos que no tienen agallas para ir hacia delante—

—No sabes lo que dices. Dios está en todos lados observándonos y juzgándonos. Si esta vida es difícil es porque es la prueba que tienes que mostrar tu fe, superar esta prueba para ser feliz en la próxima vida—

—¿Feliz en la próxima vida? ¿Acaso te has parado a escucharte a ti mismo? Solo se vive una vez y ya está. Desperdiciar tu vida rezando en tu mente repitiendo frases de un loco que se fumó la hierba equivocada no me parece una buena forma de vivir la vida—

—¿Y tu te estás escuchando a ti mismo? Hablas como un hereje—

—¿Hereje? Una palabra muy sectaria ¿No te parece? Solo soy realista, vivimos en una sociedad en la que tipos como tu se aprovechan de las inseguridades de la gente para venderles la idea de la salvación ¿Y a cambio de qué?— Señaló al monasterio —Bienes materiales. Muy hipócrita todo ¿no te parece? Ofrecer la salvación sin ofrecer nada—

—Manis, estás yendo demasiado lejos— Amenazó Vanahir.

—No, si en el fondo es un sistema. Un sistema lógico muy fríamente calculado. Pero ¿Sabes qué? llega un momento, tarde o temprano en el que el sistema falla y las personas que no comparten tu ideología llegan a ser un problema. Lo he visto otras veces, es fácil crear enemigos imaginarios para enfrentar a la población solo para mantener el sistema en funcionamiento. Las normas dejan de ser armas y se convierten en ataduras que mantienen a la gente esclavizada bajo un yugo que deja que tipos como tu se salgan con la suya—

—Fuera de aquí—

—Un día en el que aparezca un competidor que usando tus mismas armas te deje en evidencia, ahí te darás cuenta de que has estado perdiendo el tiempo rezando—

—He dicho que te largues, maldito hereje— El fraile alzó la voz.

—Somos seres humanos jodidos por nuestra propias decisiones— Gritó Manis.

—Guardias— Exclamó Vanahir gritando a los cielos.

—Vale, está bien. No hace falta que nos pongamos violentos— Habló Manis recuperando la compostura —Creía que se podía hablar contigo. Ya me voy— Se despidió con un gesto colocando su mano sobre su cabeza para luego señalarle con dos dedos —Adiós—

Manis se marchó de aquel lugar, lamentándose de no haber encontrado respuestas. Pero por otro lado se sentía como si se hubiera quitado un peso de encima. Pero ahora tenía que investigar a ciegas.

Fue a la orilla del río. Recogió y filtro toda la arena que pudo. La vertió en una olla de barro, la cual colocó dentro del horno. Con un tubo de metal extrajo el vidrio. Sopló a la vez que iba girando el tubo mientras daba forma al bote. No hacía falta que el bote tuviese una perfección industrial, pero sí que necesitaba que el bote fuese grueso y trasparente.

Al final obtuvo un bote con una rosca en el borde, para poder cerrarlo con una tapa de aluminio.

Cuando obtuvo el bote vertió la gema que guardaba del tarro dentro del bote y lo cerró con la tapa. La idea era dejar que el bote reposara un par de días para ver si aparecía pozo en el fondo. El pozo eran aquellos materiales que enturbiaban el agua. Al ser más pesados caerían al fondo del mismo.

Mientras buscaba la planta de hojas de ignición, al tiempo practicó parkour en la naturaleza subiéndose a los árboles, saltando de tronco en tronco y de roca en roca.

No logró encontrar nada. Muchas plantas aun tenían brotes. Solo los árboles y ciertos arbustos habían desarrollado hojas y para desgracia del chico ninguna de ellas se asemejaba a la hoja que guardó para usarla como referencia.

Los días pasaron, unos más rápidos que otros. Cuando Manis inspeccionó el bote y tal como pensó, el fondo del bote estaba lleno de pozos. Abrió la tapa, dejando que el agua fluyese hacia dos vasos de barro limpios. Retiró la gema oculta entre los pozos. Inmediatamente la enjuagó en el primer vaso y luego la metió en el segundo vaso.

Limpió a conciencia el bote y volvió a introducir la gema dentro del mismo.

Más días pasaron. Al realizar una segunda inspección, vio que en el fondo del bote había pozo otra vez.

—Tal vez el agua no estaba lo suficientemente limpia—

Usando la purificadora de agua repitió el proceso enjuagando la gema en agua limpia. Para asegurarse cambió el agua tres veces antes de volver a meter la gema en el bote.

Esta vez el agua ya no tenía pozo alguno. El agua era completamente transparente. Solo quedaba ver si era potable. Bebió el agua durante dos días esperando sentir algún efecto, como nauseas o vómitos. Al tercer día confirmó que el agua sí era potable.

 —Es obvio que esta gema multiplica el agua en la que se encuentra. Ahora la explicación científica para este hecho, no tengo ni idea. Ahora veamos cuanto dura la autonomía de esta gema—

Movió una gran roca a la orilla del lago de modo que quedara lo más vertical posible. Colocó un par de rocas a los lados y en el centro puso el bote con la gema. Desenroscó la tapa y dejó que el agua fluyera de vuelta al lago. Sin quererlo había creado un altar de agua.

Hizo otro experimento colocando una nueva piedra en agua caliente. El agua empezó a enfriarse gradualmente. Sacó esa piedra y la metió en una bota. Al cabo de un rato esta estalló.

Mientras pensaba en qué usos podía darle al agua, se le ocurrió una idea. Modificar su cantimplora para convertirla en una fuente con una boca de sifón de presión ajustable.

Fue a buscar una gema de agua más grande. Cuando la obtuvo la purificó igual que hizo con la otra gema.

Desmontó la cantimplora separándola del hornillo y del cazo. Con uno de sus cables la partió en dos partes desiguales. Formó una rejilla de aluminio. La rejilla era moldeable con cierta fuerza. La partió en dos partes. Con un palo ardiente ardiente y un cable de Estaño-Cinc selló los bordes de la rejilla al fondo de la cantimplora, dejando una abertura por la cual se introduciría la gema.

La parte difícil del proyecto estaba por llegar. Tenía que introducir la gema, cerrar la rejilla y soldar la cantimplora antes de que el agua suba.

Tras preparar los materiales empezó sellando parte de la cantimplora con unos puntos antes de insertar la gema, así tenía una parte del trabajo hecha. Vertió un poco de agua en el fondo. Rápidamente sacó la gema y la colocó a dentro de la rejilla. Con unos alicates selló inmediatamente la rejilla y el agua empezó a subir.

Cerró por completo la cantimplora e hizo un par de puntos de soldadura para asegurar la unión completa. Cambió de palo y siguió sellando mientras derretía el cable sobre la unión. Para ver si tenía alguna fuga bastaba con dejar que la cantimplora se rellenara.

—Siempre he sido un chapuzas, pero ahora tengo que ser un manitas— Suspiró Manis al darse cuenta de que la soldadura era hermética —Parece una tontería todo esto, pero los pequeños detalles marcan la diferencia en el producto—

Para la boca del sifón optó por una doble rosca, la primera que se enroscaba en la cantimplora, una segunda rosca con una tapa con varios agujeros. Esta estaba conectada a un tubo con un brazo conectado a un resorte. Con bajar el brazo se movía el resorte y permitía fluir el agua. Con la rosca regulaba la presión a la que salía el agua.

—Bueno, ahora ya no necesitaré estar purificando agua por un tiempo. Solo espero que las soldaduras aguanten. Ah, como me gustaría tener una soldadora eléctrica en condiciones, pero en este mundo de mierda nadie inventa nada ¿Será por la magia? ¿La nobleza corrupta? ¿O es que simplemente la gente es idiota?—

Colgó la cantimplora sobre el cinturón con un clip que impedía que esta se moviera de lado a lado.

Después de tanto trabajar se sentaba sobre un tronco y miraba a la nada, vaciando su mente y relajando su cuerpo, pero esta vez no era así. Algo le estaba picando en el alma.

—Estoy harto de mantener un perfil bajo— Desenfundó su revolver, apuntó a un árbol y apretó el gatillo, todo en un instante. El arma emitió un chasquido —Como desearía volver a disparar esta arma, contra humanos y no tan humanos— Apretó el gatillo varias veces más acribillando con balas imaginarias a enemigos imaginarios —Estoy harto de mantener un perfil bajo. Maldito sea el dios del doctor Annerith. Estoy seguro que ese proyecto fue lo que me ha traído aquí. No tengo pruebas, pero tampoco dudas. Mis recuerdos digitalizados no eran los únicos que habían sido dispersados por la red. El mismo doctor digitalizó los suyos, era su idea desde el principio, según él sería inmortal viviendo en un mundo virtual, conectándose a la red de la energía que circula por la tierra. Por lo que si yo estoy aquí, el también debería estar aquí ¿Pero donde? Cuando consiga munición suficiente tengo que ir a buscarlo. Tengo que encontrarlo y hacer que me devuelva a casa. Y esto­— Acercó el revolver a su cara ­y dio un beso al cañón —Esto me ayudará. Definitivamente es una buena pistola… A la mierda con todo ¡¿Dónde está esa puta planta?! ¡Quiero mi fulminato!—

Salió de nuevo en busca de la planta. Había oído de boca del fraile que crecía cerca de los acantilados, pero no encontraba plantas con hojas que se asemejaran. Sospechó que ese hombre le mintió, por lo que fue en dirección contraria.

Se adentró en lo más profundo del bosque, en los lugares inexplorados. Ahora que tenía suministro de agua de sobra. Sin embargo el bosque estaba cobrando vida, no solo las plantas, sino también de animales salvajes hambrientos y bandidos.

—Vaya, vaya. A quién tenemos aquí ¿Te has perdido, chico?—

La voz pertenecía a un hombre de aspecto desarrapado. Vestía de un jubón blanco, pantalones marrones y botas altas de color negro. Sobre los hombros portaba una  capa verde con capucha y un peto de metal sobre el pecho.

Ese hombre se encontraba sentado sobre una roca. Detrás de él había tres personas que vestían como él, un hombre y dos mujeres. También había otra persona, mujer presuntamente, pero esta llevaba una túnica oscura y un báculo que destellaba un brillo verdoso.

En el suelo a sus pies había un par de cadáveres, posiblemente pueblerinos, cazadores furtivos o aventureros.

Manis se enfocó tanto en encontrar la dichosa hierba que se descuidó y se topó con una banda de bandidos.

Vio que había tres personas más detrás de él, oía tensar lo que parecían arcos. Estaban rodeándole. De inmediato intentó escapar, pero uno cuarto hombre más grande y musculoso logró atraparle y levantarle del suelo.

—No te vayas, tan rápido. Quédate un poco más con nosotros— Dijo el grandullón con voz ronca.

—Una buena atrapada, Garrison— Dijo el tipo que se encontraba sentado, perecía ser el líder —Vamos a ver que hacemos con el— Se levantó y se acercó.

—Deja de moverte tanto— Dijo Garrison quitándole la caucha del poncho.

—Ten cuidado Garrison, el pequeño bastardo es rápido— Bromeó el arquero que estaba a su lado.

—¿Quién es este chico?— Preguntó la mujer de la túnica.

—Ni idea, puede que un superviviente o un idiota sin suerte— Dijo el hombre que estaba a su lado.

—Es lindo. Vendámoslo al mercader de esclavos— Habló esta vez una mujeres con rasgos de animal que estaban al lado de otra, la cual parecía ser una humana normal.

Mientras los bandidos discutían acerca de qué hacer con Manis, este con calma ojeó los alrededores. Había contado nueve bandidos, pero a juzgar por las sombras, detrás de los árboles podía asegurar que había más. Los bosques no tenían siluetas curvas, o era una persona o un animal. El segundo estaba descartado porque los animales evitaban el contacto con los humanos salvo si estaban en una manada y con mucha hambre.

De reojo observó a los arqueros a ambos flancos, dos a un lado y uno al otro. Esperaba que las flechas no estuvieran envenenadas. Miró arriba hacia los árboles buscando francotiradores, pero no había nadie. Estaba inmovilizado por los hombros, pero podía mover sus muñecas.

—Mira, si tiene cristales en los ojos. Vamos a ganar una buena tajada— Dijo Garrison acercando la mano a las gafas. En un fugaz destello los dedos del hombre se separaron de la mano, la mano de la muñeca junto a una rodaja de su antebrazo.

Garrison al sentir llegar el repentino dolor, similar al mordisco de una piraña soltó al chico y se agarró el muñón mutilado en un vano esfuerzo por detener la hemorragia, mientras gritaba apretando los dientes.

Un segundo cable le cortó la cabeza, un corte limpio y fugar y la cabeza cayó rodando al suelo. Su cuerpo se desplomó al perder el equilibrio.

Manis volvió a pisar el suelo.

El grupo de bandidos quedaron estupefactos. Los arqueros que se confiaron al bajar las armas las volvieron a tensar y dispararon en dirección al chico. En el aire las flechas se partieron en dos al mismo tiempo.

—Vamos a ver… ¿Cómo voy a mataros?— Habló Manis con voz tranquila y pausada.

—¡¿Quién eres?!— Gritó el líder del grupo desenvainando la espada. El resto del grupo también sacó todas sus armas.

—Soy Manis: cuarto esminets, asesino sistemáticamente— Tras su presentación se volvió a poner la capucha y azotó el suelo con sus cables levantando una columna de polvo.

Detrás de la columna se oyeron gritos y gemidos de los arqueros. La mujer de la túnica conjuró una ráfaga de aire que despejó la cortina de humo, revelando los cadáveres despedazados de los arqueros, pero ni rastro del chico.

Se mantuvieron alerta mirando en todas las direcciones constantemente esperando un ataque. Tras un largo rato cargado de tensión, dieron por sentado que el chico se había escapado.

—Se ha ido, el muy bastardo— Dijo el líder lleno de rabia y frustración envainando su espada. Descargó su frustración pateando una piedra —Eh Wade, ven a echarnos una mano con esto— Llamó al tipo que estaba detrás del tronco aguardando en retaguardia.

—Mierda, no puedo creer que se haya cargado a Garrison— Lamentó la mujer con rasgos de animales mientras envainaba sus dos dagas gemelas.

—Si, Garrison era un buen amigo. Siempre alegraba las fiestas con su borrachera. Pero ahora no está, así como Alard, Mord y Lute— Lamentó la mujer normal.

—Yo me refería a su dura poya ¿Quién me va a satisfacer por las noches?—

—Ah, pero que puta eres— Se quejó la mujer de la túnica —Hay más hombres en el mundo, como nuestro Wade por ejemplo ¿Qué no te lo tiraste ayer?— Señaló al hombre musculoso que pasaba a su lado.

—Si, jaja. Muy divertido. No hicimos nada— Contestó Wade de forma apática —Terminemos con esto, va a oscurecer pronto. Enterremos los cuerpos y luego…—

En el momento cuando Wade pasó al lado de la hechicera una nube cubrió el sol limitando la luz que se filtraba entre las copas de los árboles, desde los cuales unos cables cayeron atrapando el cuello del desprevenido Wade. Al atrapar a su presa, Manis se lanzó hacia el suelo con todo el impulso facilitando la elevación de Wade gracias al principio del contrapeso.

Manis cayó sobre la hechicera partiéndole la cabeza con el borde afilado de su pala desplegable. Sus cables estrangularon a Wade cortándole la arteria carótida.

Su ataque furtivo dio como resultado dos muertes más y de los diez bandidos, solo quedaban cuatro.

Sin perder el tiempo, el hombre que estaba al lado de la hechicera intentó desenvainar de nuevo su espada, pero Manis se anticipó empujando su mano hacia dentro, manteniendo la espada envainada. Un cable pasó cortándole la cabeza diagonalmente.

La mujer con rasgos felinos apareció detrás de él con una velocidad muy superior a la de un humano promedio, pero sus armas fueron detenidas por los cables.

Usando su pala como si fuera un cuchillo rebanó el estómago de la mujer.

El líder atacó de frente, por lo que Manis se vio obligado a esquivarlo. Para su sorpresa, la mujer semihumana resistió la herida que sacó a la luz sus intestinos y plantó batalla lanzando una patada al chico, seguido de un ataque conjunto a su líder, obligando a Manis a mantenerse a la defensiva retirándose detrás de unos arbustos.

En medio de la escena de la masacre la chica humana era la única que no se lanzó a la batalla. Se encontraba inmóvil temblando mientras asimilaba las repentinas muertes de sus compañeros. Su miedo se acrecentó cuando vio como la mitad del cuerpo de su compañera salía volando desde los arbustos, cayendo a sus pies.

Los ojos sin vida de la semihumana muerta, mirándola, fue la gota que colmó el vaso. La chica salió huyendo de aquel lugar perdiéndose en el bosque.

Corrió como pudo sin saber a donde iba, chocándose con todo lo que veía y cayéndose al suelo una y otra vez. Cuando se quedó sin fuerzas detuvo su avance. La luz todavía era limitada y el bosque espeso parecía un laberinto para ella.

Una bandada de pájaros alzó el vuelo llamando su atención. El silencio envolvió el lugar, un silencio sepulcral, ni las hojas se mecían al viento ni se  oían los susurros de las bestias. Y entonces se escucharon pasos.

La chica visualizó la silueta de una persona acercándose a ella. Llena de temor retrocedió hasta tropezarse con una raíz que sobresalía del suelo y caer sobre el mismo. Aquella figura envuelta en el misterio de las sombras del bosque seguía avanzando.

La chica se armó de valor. Recordó a sus compañeros fallecidos, los buenos momentos que disfrutó con ellos y se levantó desenvainando su espada corta preparada para luchar hasta la muerte.

La figura salió de las sombras y su revelación causó una mezcla entre sorpresa, alivio y esperanza. Era el líder de la banda.

—Tommy ¿Eres tu?— Preguntó la chica al borde del llanto. El líder asintió torpemente —Oh Tommy. Me alegro de que estés bien— Sin poder contener sus lágrimas soltó su arma y corrió a abrazarle —Tenía miedo, tenía mucho miedo. Me quedé paralizada. No pude luchar. Lo siento— El líder colocó su mano sobre la nuca de la chica, lo que la tranquilizó, pero no por ello dejó de derramar lágrimas —Eso no era un niño, era un monstruo. Todos nuestros amigos estás muertos. Esto es una pesadilla. Dime que es una pesadilla, que puedo despertar y encontrarme con todos una vez más— El líder se mantuvo en silencio —Tenía miedo, pero ahora estoy bien. Estoy bien porque tu estás aquí— El líder siguió en silencio —Dime ¿Has logrado darle muerte?— El líder siguió en silencio —¿Tommy?—

Al levantar la cabeza y mirarle a la cara, la propia cara de la chica palideció. Su alegría se esfumó, su alivio se convirtió en temor y una hoja empuñada por el líder le atravesó el estómago.

—¿Tommy?— Preguntó la chica atónita sin darse cuenta de la mortal herida —¿Tommy?—

Ojos. Ojos sin vida. Iguales a los de sus compañeros. Ojos de aquél que fue su líder ahora un mero cuerpo inerte parado en frente de ella.

La chica escupió sangre manchando la cara inexpresiva de Tommy. Intentó alejarse, pero la mano que le sujetaba la nuca le impedía hacerlo.

Una segunda puñalada acertó en un órgano vital. Poco a poco la vida de la chica empezaba a abandonar su cuerpo. Sus rodillas flaquearon, sus ojos se entrecerraron y una tercera estocada en el corazón puso final a su vida.

Manis descendió desde los árboles desde los cuales observaba toda la escena.

—Uff. Casi me ahogo con esta cosa tapándome la boca— Se bajó la pañoleta —Vaya espectáculo, se merecía un Oscar póstumo como mínimo— Se acercó hasta el cuerpo sin vida de la chica —Levanta—

Un cable se conectó a su cuello penetrando hasta llegar a la columna. El cadáver se levantó como si hubiera vuelto a la vida.

—Vosotros también salid— Gritó hacia el bosque.

De entre los árboles todos los miembros de la banda que aun conservaban su cuerpo salieron de entre los árboles como muertos vivientes. Se colocaron todos en fila.

—Hace toda una vida que no uso esta técnica y eso que específicamente inventé esta prótesis para hacer teatro con marionetas, para ganarme el pan mientras malvivía en las calles, antes de que el doctor Anneryth me encontrara— Zarandeó la cabeza saliendo de la ilusión del pasado —¡Atención, poneos firmes!— Habló cual comandante —Me alegra ver que la división Z sigue existiendo. Eso es obvio, mientras yo exista la división Z nunca desaparecerá. Soy Manis, cuarto esminets, comandante supremo y líder absoluto de la mejor división de toda la organización. Asesino sistemáticamente a todo hijo puta que se me cruce por delante— Manis caminó en frente de ellos —Tu mujer ¿Cuál era tu nombre?— Le preguntó a la chica que acababa de asesinar. Como era obvio el cadáver fue incapaz de articular palabra alguna —¿Qué pasa, es que acaso no tienes uno?— El cadáver negó con la cabeza —Me parece que tus padres les faltó imaginación y creatividad el día que te cagaron. Está bien yo te daré uno. Desde ahora te llamarás: Gallinita cobarde ¿Te gusta el nombre, Gallinita?— La chica asintió.

Manis pasó al siguiente —Tommy, presente— Al mencionar su nombre el cadáver saludó como un soldado ejemplar.

—Wade, presente— El cadáver saludó.

Manis se acercó al que tenía la mitad de la cabeza cortada —¿A tus padres les queda algún hijo vivo?— El cadáver se negó —Me alegro, porque eres tan feo que podrías estar en un museo de arte moderlo. Apuesto a tampoco tienes nombre. Veo la Gallinita cobarde no es la única que tiene padres eran tan retrasados como tú. No se ni como cojones llegaron a parirte —El cadáver se levantó las manos a lo que le quedaba de cabeza —Ah con que te gusta gastar bromas. Desde ahora será conocido como soldado bufón, preséntate— El cadáver se puso en la misma posición que compañeros.

Manis siguió esta vez tocándole el turbo a la mujer encapuchada —Vaya, que tenemos aquí, una friki ¿Te crees que luces edgy con esa túnica llena de adornos? ¿Te crees que eres cool? De seguro habrás visto muchos animes y mangas en tu vida. Solo eres escoria ¡Quítate eso ahora mismo!— La mujer obedeció quitándose la túnica relevando su cabeza partida llena de sangre seca que tapaba la cara. Lo único apreciable de ella era su pelo plateado —¡Dame eso pedazo de animal!— Le arrebató el báculo —Casi me golpeas con esta mierda— Partió el bastó de madera con su rodilla. En la parte superior había una esfera de cristal, la cual sacó a la fuerza —Santo dios del infierno, que es esto ¿Qué es esto? ¡¿Qué cojones es esto?!— Exclamó sujetando la esfera como quien agarra un arma de destrucción masiva —¿Qué es esto pedazo de animal?— El cadáver levantó sus manos y se encogió de hombros —¿Con que no lo sabes, eh?— La abofeteó —Si hay algo en este mundo que no soporto son las mierdas desconocidas que luego llegan a ser peligrosas. Da gracias a dios de que no tengo balas en mi revolver para meterte un tiro por el culo— El cadáver saludó con la misma pose que sus compañeros.

Manis guardó la esfera de cristal en su riñonera.

Le llegó el turno a Garrison.

—¡Garrison tu eres el de la polla dura ¿verdad?!— El cadáver decapitado se inclinó asintiendo a falta de una cabeza sobre sus hombros —Pues para mí solo eres un picha floja, vales menos que una furcia con sida. Espero que me hayas oído con esa cabeza airada que tienes, porque si no te parto en dos y te follo hasta el hígado… ¿Me estás mirando con esos tiernos ojitos de bebé? ¡Dime! ¡¿Estás enamorado de mi, escoria?!... Tú debes de ser de esos desagradecidos que cuando están dando por culo no tienen ni el detalle de hacerle una paja al otro. No me gusta lo de Garrison, solo los maricones y los ingleses se llaman Garrison, desde hoy serás el recluta manco. No te perderé de vista—

Se alejó del cadáver y se puso en frente de todos ellos.

—Bien, basta de chaquetas metálicas. Sección, derecha ¡Arr! De frente ¡Va!—

El grupo de cadáveres se giró y avanzó al unísono.

Llegaron hasta el lugar donde se había desarrollado la batalla. Un par de animales carroñeros ya estaban pillando comida, hasta que vieron al pelotón de muertos caminantes y salieron corriendo por patas.

—Sección ¡Alto!— Dijo Manis deteniendo al pelotón en el centro del lugar —Parece que unas sabandijas ya se estaban poniendo las botas. Ahora escuchad. Vais a recoger cada trozo de compañero muerto y cualquier cadáver que haya por la zona— Caminó hasta un lado y señaló el suelo —Aquí colocaréis los cuerpos y los desnudareis— Avanzó en dirección opuesta y señaló el suelo —Aquí colocaréis todos los suministros y cualquier cosa que encontréis… ¡¿A qué cojones estáis esperando?! ¡Moveos!—

Los cadáveres empezaron a trabajar obedeciendo las directrices del chico.

—Bien, ahora quiero cojáis un palo grueso y os pongáis a cavar un gran hoyo mientras yo reviso vuestras pertenencias—

Mientras los zombis cavaban Manis hizo un recuento de suministros. Había armas tales como espadas, dagas, garrotes, arcos y flechas. No todo en buen estado. Encontró bolsas llenas de monedas de lo que parecían ser cobre y plata; herramientas rústicas y varias mochilas hechas de piel las cuales cargaban con víveres y utensilios de cocina.

—Veamos, hay especias… verduras… no sabía que estas plantas podían comerse— Sacó un trozo de carne —Un jamón curado. No veo mordiscos por lo que deduzco que esto o era vuestra cena. No os importará que me quede con todo esto ¿Verdad?— Los zombis negaron con la cabeza, los que pudieron —Ya me lo imaginaba… Oh, qué es esto— Dijo desenvolviendo unas hojas secas. Sacó la hoja de ignición que usaba como referencia y las comparó —Son hojas de ignición ¡Eh ¿De donde habéis conseguido esto?!— Nadie respondió —Daría lo que fuera por que volvierais a la vida y me explicarais como habéis conseguido esto—

Siguió revisando las pertenencias. Había escudos, trozos de armadura, todo de madera o metales de dudosa calidad. También había un baúl de madera naranja. Este no pertenecía a la banda de ladrones, sino a los comerciantes que atracaron. Dentro había telas, hilos y materiales de costura que en su mundo podría haber conseguido en cualquier todo a cien, pero aquí era materiales valiosos.

—Lo meteré todo en este baúl y a ver como lo llevo. Debía haber traído la carretilla, y si lo dejo aquí alguien podría robármelo… ¿Habéis acabado ya?— Preguntó acercándose al hoyo —Tiene buena profundidad. Dejad de trabajar y a formar— Cuando los soldados zombis estuvieron listos Manis continuó dando instrucciones —Ahora desnudaos— Los zombis obedecieron y se quitaron toda la ropa junto con su equipamiento —Colocad vuestras pertenencias en el baúl junto a todo lo demás y lo quiero buen ordenadito—

Tras comprobar que todo estaba bien ordenado cerró el baúl.

—Mi última orden. Meteos en la fosa—

Cuando los muerdos andantes se metieron en la fosa uno al lado de otro, los cables se separaron de ellos y regresaron a la pulsera. Manis con su pala empezó a enterrarles.

—Es un coñazo terminar el trabajo de los demás. Ahora que caigo, tenía que haber traído cal. Bueno, no importa—

Cuando terminó de enterrarlos, enrolló la mayoría de sus cables en una de las asas y arrastró el baúl todo el camino hasta el campamento. Dándose prisa debido a que se estaba oscureciendo.

Al día siguiente seleccionó todo lo le era útil y lo que no. Sacó la esfera de cristal que llevaba consigo. Cuando la inspeccionó se dio cuenta de que dentro había algo que brillaba y se movía en un sentido rotatorio.

—Si mal no recuerdo, cosa que nunca hago, por desgracia. Los magos usan los cristales para su magia, por lo que dentro debe haber algo que se aproveche de esa magia—

La colocó sobre una roca y con un martillo que encontró en el baúl partió la esfera golpeándola poco a poco como si partiera un huevo. De la grieta formada emergió una corriente de aire que alejó los pequeños fragmentos.

—Menos mal que llevaba gafas— Abrió con cuidado la esfera —Tal como imaginaba dentro había una gema mágica de viento dentro de este huevo kínder. Pero ¿Qué puedo hacer con esto?— Levantó la gema que seguía produciendo viento y dejó que la brisa le acariciara la cara. Al bajar la pañoleta de su cara para sentir el aire del ventilador portátil, una idea vino a su mente —Eso es, una máscara de gas. Así no volveré a ahogarme cuando vaya a masacrar bandidos—

Una más máscara de gas consistía en dos partes: la carcaza y los filtros que había a ambos lados.

Las máscaras de gas incluían un visor generalmente de plástico, pero Manis ya tenía gafas protectoras.

Pero la suya sería especial. En lugar de uno de los filtros, tendría un respirador hecho en base a la gema de viento. El otro filtro incluiría una válvula con filtro para exhalar el dióxido de carbono pero no para aspirar.

De inmediato comenzó moldeando metal mágico, creó el cuerpo de la máscara usando vibranium porque necesitaba buena protección contra golpes en la cara y para que la máscara no emitiera el sonido de Darth Vader cada vez que respirara.

El cartucho con los filtros consistía en tres partes: El compartimento donde estaba la gema, un filtro de algodón para no aspirar misteriosas partículas; un segundo filtro compuesto por una rejilla y un trozo de tela. Este cartucho tenía un engranaje unido a una válvula supuestamente permitía regular el aire que se salía.

El segundo cartucho incluía los mismos filtros, pero con dos capas para evitar que el aire entrara. Entre el cuerpo y el cartucho colocó un tapón unido a un suave resorte que se abría y se cerraba cuando respiraba.

Ambos también hechos de vibranium.

Para el recubrimiento interior, a falta de gomaespuma usó varias capas de tejido de seda y algodón, para evitar las rozaduras y mantener la suavidad. Ese recubrimiento iba cosido a la máscara ya que esta tenía pequeños agujeros específicamente para ese propósito.

La máscara le llegaba hasta el final de la mandíbula, con dos tiras ajustables.

Se probó la máscara. Se ajustaba bien, el aire de la piedra fluía entre los filtros y el control funcionaba igual de bien, podía regular el aire que entraba en la máscara sin problemas y la válvula de exhalación funcionaba sin atascarse. El recubrimiento de los bordes era cómodo.

La forma del cuerpo se adaptaba a la forma de las gafas permitiendo un cierre casi hermético.

—Tomó varios días, pero mereció la pena—

Pero ir con una máscara tan extraña era muy cantoso, especialmente porque la misma era algo llamativa. Como llevaba casi siempre la pañoleta decidió hacer unos pequeños ajustes.

Desplegó la pañoleta y colocó la máscara encima del borde superior. Dobló el borde hacia dentro y empezó a coserlo alrededor del recubrimiento de la máscara y junto a la tira, de tal forma que esta quedaba ajustada y oculta.

Cosió los bordes transformando la pañoleta en un cuello. A Manis le gustaba más la pañoleta pues se sentía más como un vaquero, pero nadie entendía esa referencia. La pañoleta actuaba como un filtro extra, lo cual siempre venía bien.

Sin embargo el cuello negro por sí solo le parecía algo soso. En una batalla el ataque psicológico era tan importante como el daño a realizar. Optó por darle al cuello un diseño más agresivo.

Tenía entre la ropa del baúl, tejido blanco y gris. Recortó tiras rectangulares de diferente longitud y las iba colocando sobre el cuello formando un patrón parecido a las fauces semiabiertas de un animal.

—Digno de Halloween— Se puso la máscara y se miró en la superficie reflectante del agua —Intimidante. Ahora ¿Qué voy a hacer?— Sacó su pala multiusos —Me has sido extremadamente útil, debido a que esos subnormales me impedían llevar armas blancas encima. Pero la batalla del otro día me ha enseñado muchas cosas. Necesito un cuchillo porque ya me da igual lo que me digan—

Reunió todas las armas que consiguió, separó los garrotes, las armaduras y las armas blancas y se centró en estas últimas. Inspeccionó con detalle las dagas gemelas, las espadas cortas, los pequeños cuchillos y dedujo que nada eso le servía. Aunque las armas eran relucientes, no estaban hechas de acero completamente, los dibujos de colores que tenían algunos eran en realidad otros metales que se habían fundido con el acero. El problema era que cuando realizaron el templaron las armas, estos metales no se habían endurecido, por lo que las espadas tenían puntos débiles y a la larga se romperían. Reconocía esos defectos debido a que bañó las armas con un ácido que había en el taller, el cual el artesano usaba para según él ‘colorear el metal’.

El único metal que podía usar era la que fue la espada del líder de la banda.

—Una cosa es combinar acero dulce que no se endurece con acero templable, para conseguir un filo duro y un lomo blando que absorba los impactos sin romperse, pero eso solo si ambas partes no están mezcladas— Pasó el dedo por las abolladuras —Ni siquiera tiene filo. Estas abolladuras son el acero blando que no se ha endurecido. Estoy seguro de que si el profe que me enseñó metalurgia cuando estaba en la cárcel, hubiera visto esto le daría un infarto. Al parece eso de que los antiguos herreros eran los mejores maestros del metal del mundo es mentira—

Observó que la punta no tenía ningún otro metal fusionado. Lo midió y vio que tenía cerca de cuarenta centímetros de metal usable. Marcó con su lápiz de carboncillo veintisiete centímetros de lo que serían el filo y trece centímetros de espiga. Partió el resto de la espada con un cable.

—Vale ahora ¿Qué clase de cuchillo voy a fabricar? Necesito algo multiusos, pero que se ajuste a los parámetros. Un Bowie… ¿Quizás? Si… Un Bowie podría servirme, es un cuchillo de supervivencia multipropósito, un digno sucesor de la pala, que pide a gritos jubilarse—

Para trabajar con precisión el metal necesitaba un yunque. Como no tenía ninguno a su disposición usó una roca, la cual partió en dos con su cable. Colocó la roca sobre una plataforma hecha de troncos a la altura de una mesa con la parte lisa mirando hacia arriba. Clavó un par de estacas a los lados para mantenerla fija.

Encendió el horno y esperó a que se calentara, mientras ató un par de palos juntos creando unas pinzas improvisadas.

El secreto de mover el metal usando una forja de carbón, era mantener un calor constante a una temperatura suficientemente fuerte como para poder mover el metal como si fuera arcilla.

Con el martillo que venía junto al baúl empezó golpeando la parte trasera del metal. Calentó y golpeó una y otra vez guiándose por el color hasta lograr tener poco a poco una espiga. En el proceso tuvo que volver a crear nuevas pinzas debido a que se quemaban rápido.

Una vez lista una espiga sólida procedió a darle forma a la punta. En la parte superior del cuchillo forjó un falso filo en la parte superior, eso ayudaría en la penetración y en el afilado.

Miró su cuchillo, estaba casi listo. Agarró una lima y empezó a tallar en el lomo gruesos dientes de sierra.

Calentó el cuchillo hasta lograr que adquiriese un brillo amarillo anaranjado. Lo colocó sobre la forja y esperó a que se enfriara. Ese proceso era conocido como normalizado. Mientras la hoja se enfriaba llenó una jarra de barro con agua fría.

Volvió a introducir la hoja al interior de la forja calentándola a una alta temperatura para luego introducirla en la jarra fría de golpe templando el metal. Estuvo muy atento a oír cualquier sonido proveniente del interior de la jarra.

Sacó el arma de la jarra y la inspeccionó.

—Está recta, no he oído ningún clic, por lo que no hay grietas— Pasó la lima por ambos filos —Se desliza sin morder el metal. Está dura. Ahora a limpiarla y a por el mango—

Primero fue hacia lijadora a pedales que usó para desbastar los cristales de la mira telescópica. Solo tenía que cambiar la dirección para aprovechar los laterales de la piedra.

Limpiando la hoja descubrió su brillo plateado limpio. Sin grietas ni otros colores extraños.

Para el mango optó por madera. Cortó un taco cuadrado con su sierra. Esta vez no quería un cuchillo de espiga oculta, era lo que más se ajustaba al Bowie. Usó la técnica de insertado por medio del calor. Envolvió la hoja del cuchillo en un paño húmedo y calentó solo la espiga. El paño servía para mantener la hoja fría y no perder el tratamiento térmico. Introdujo la espiga al rojo vivo en el centro del tocón apretándolo con toda su fuerza. Se ayudó del martillo para su encaje. Luego lo sacó. Vació la ceniza del interior del taco, calentó de nuevo la espiga y volvió a insertarla hasta lograr que el mango se adapte por completo.

Por si acaso deslizó la lima un par de veces sobre el filo para asegurarse de que no haya perdido el templado.

El siguiente paso era convertir el metal en una hoja funcional. Ahora solo tenía un trozo de metal con forma de Bowie con un taco se madera clavado. Necesitaba darle forma y ahí entraba la lijadora a pedales.

Pasó todo el día lijando el mango hasta que este tuvo su forma ergonómica. Luego afiló el cuchillo en el mismo lugar y comprobando el filo cortando hojas y ramas.

—No está mal para ser mi primer proyecto sin depender del metal mimético—

Su proyecto terminó con la creación de una funda. Arrancó corteza de los árboles menos rugosos, la puso en remojo en agua. Con el propio cuchillo limpió el interior de la corteza rascando las virutas que quedaban sueltas. Una vez limpias, las remojó y dobló hasta conseguir la forma deseada. Con la punta del Bowie hizo unas hendiduras. Remojó la corteza una última vez y la colocó sobre dos pesadas rocas y dejó que se secara. Cuando la corteza tenía la forma de la espada, insertó una ancha tira de cuero y la ató al cinturón donde tenía el revolver.

Los días pasaron desde entonces. Manis continuó con su búsqueda de la planta, pero fue infructuosa. No fue hasta que llegaron nuevas caravanas de mercaderes, entre ellos Manis descubrió a una mujer tratando de hacer fuego con esas mismas hojas. Para ello se quitó la máscara y usó su tono más amable. La mujer le indicó la planta de la que se obtenían las hojas: era un hierbajo que crecía a sus pies. Manis se echó a reír. Lo había tenido delante de sus ojos todo ese tiempo, pero el fraile le había mentido diciéndole que creía en los árboles.

Las hojas de ignición pertenecían a la planta llamada flor de cepillo o flor de fuego por sus colores fuertes. Era un hierbajo que creía formando una enredadera con hojas en forma de corazón. Si se las lavaba en agua tibia y luego se las dejaba secar al sol, adquirían propiedades ignífugas soltando chispas al ser partidas.

Manis probó ese método de un modo escéptico sin esperar nada. Cuando las hojas se secaron cambiaron su forma asemejándose a las que tenía. Al hacerlo casi se echó a llorar.

Ahora que podía hacer balas no tardó en llenar los pliegues de su cinturón con balas, más las que guardaba en su riñonera.

Sin perder más tiempo empezó a practicar su puntería usando los escudos a modo de dianas.

Cuanto más disparaba más se daba cuenta de que ni ruido era tan ensordecedor ni tampoco la potencia era la de un calibre cincuenta. Un calibre cincuenta reventaría el escudo, pero este solo lo atravesaba como un calibre treinta. Atinó la falta de potencia a la mala calidad de la pólvora.

Practicó disparos a enemigos fijos en longitud variable, disparos en movimiento, sobre una posición elevada y al estilo western como diversión.

Los días pasaron con relativa tranquilidad, hasta que un cierto día, un mensajero a lomos de un caballo blanco llegó con una carta del duque para el conde Vurmund.

Al leer la carta la expresión del conde se ensombreció.

—¿Ocurre algo mi señor?— Preguntó Dredmir mostrando la misma preocupación. El conde le pasó la carta. Cuando la leyó, el anciano palideció —Esto es…—

—Si. Mi tío solicita ayuda. Al parecer las cosas se torcieron de alguna forma. Temo que la decisión de mi tío arrastre todo el reino a una guerra extranjera—

—Eso no lo sabemos con certeza— Dredmir dobló la hoja y la quemó con su magia.

—¿Cómo vamos de suministros?—

—Todavía tenemos suministros que conservamos del invierno, además de que las cosechas pronto estarán listas para ser recogidas, sin embargo andamos algo escasos de armamento—

—¿Qué no acabamos de equipar a las milicias rurales?—

—Si, pero señor debe recordar que no es lo mismo el equipamiento de una milicia que el que es usado por los soldados en la guerra—

—Entonces iré a ordenar al armero que comience con una fabricación masiva de armas y armaduras. Si estamos cortos de tiempo avisa al herrero del pueblo para que se una a la industria—

—Lo haré mi señor— Dijo Dredmir retirándose.

En el taller el armero descubrió que Manis tenía un cuchillo colgado en su cinturón, lo que provocó una discusión que no llegó a ninguna parte.

—Déjame ver ese cuchillo. No me creo una mierda de que lo hayas hecho tú. Has usado mi metal para hacer armas cuando sabes que te le prohibido—

Manis cansando de la discusión estuvo a punto de pegarle un tiro en la cabeza al artesano, pero en lugar de eso desenvainó el Bowie y se lo entregó. Si se lo iba a robar se lo quitaría por la fuerza.

El artesano inspeccionó el cuchillo, pasó el dedo por el filo comprobando lo afilado que estaba.

—Marcas de forja y de desvase. Es sólido, sin imperfecciones y bien afilado ¿A quién se lo has robado?—

—¡Te he dicho que lo he hecho yo!—

—Y una mierda vas a hacer tu nada. Esto es un trabajo de calidad ¿Quién te enseñó a forjar?—

—Lo aprendí mirándote— Mintió.

El artesano pareció convencido de algún modo. Elogiarlo era una de las formas de salir de la discusión.

—¿Y tu horno?—

—Cerca del río— Se refería al campamento abandonado —Pero creo que eso ya lo sabes—

 —Está bien— Le devolvió el Bowie —Hablando de cuchillos he de daros una noticia. El consejero del conde vino a verme y ordenó que fabricásemos armas para el ejército. Al parecer se están armando para ir a una guerra—

—¿Fabricaremos espadas padre?— Preguntó Rogi ilusionado.

—No. No tenemos suficiente metal para hacer espadas, en su lugar haremos flechas, lanzas y cuchillos. El armero hará el resto—

—¿Haremos flechas y no arcos?—

—He dicho que el armero hará el resto— Exclamó —Ven Rogi, te enseñaré como se hacen las puntas de flecha. Yo haré las puntas de lanza. Manis tu aviva las llamas y no molestes mucho—

Para fabricar las lanzas y los cuchillos reunió trozos de metal de gran tamaño, los calentó hasta que obtuvieron un color rojo vivo, pero sin llegar al amarillo. Luego empezó a golpearlos en su yunque partiéndolo a cada golpe. Cuando los estiraba y les daba forma rápidamente los metía en el agua sin calentarlos demasiado.

Con las puntas de las flechas era diferente. Los trabajadores del aserradero eran los encargados de traer el cuerpo de la flecha y el trabajo del artesano era hacer las cabezas y colocarle las plumas. De esta tarea se encargaba Rogi.

Para las flechas usaban un molde hecho de arcilla. Alisaban un trozo de arcilla hasta obtener un bloque, se lo dejaba secar y luego se vertía el metal fundido. Finalmente rompían el molde, obtenían el producto y repetían el ciclo.

Para Manis contemplar ese trabajo era como soportar una tortura.

Si bien los procedimientos eran los mismos: calentar y golpear metal, era un hecho que el artesano quemaba el metal dejándolo demasiado tiempo en el fuego o retirándolo antes de que alcanzara su temperatura ideal, sin importar cuanto Manis se esforzara por mantener una temperatura elevada y controlada, el artesano parecía esforzarse con todas sus fuerzas en hacerlo todo mal.

Pero lo peor no era eso, sino la fundición de la que se encargaba un niño.

La fundición era mucho más peligrosa que la forja. Lo peor que le podía pasar a una persona era que se quemara, pero al derretir metal surgen nuevos problemas, en primer lugar la temperatura del metal perfectamente podría deshacer tu mano si te salpicaba, su manipulación era muy delicada y cualquier error se pagaba caro, pero lo más terrible de todo era la escoria, la cual si se vertía sobre una cantidad de agua, por mínima que sea crearía una explosión más fuerte que una granada.

Cada vez que Rogi vertía metal líquido Manis sentía como la sangre se le helaba.

El metal que usaban en la fundición, no era acero. En un mundo medieval, sin altos hornos, ni técnicas de aleación era imposible conseguir acero. A lo sumo se podía derretir cobre y estaño para formar bronce.

El único acero que podían conseguir era el que se había formado naturalmente.

El metal que se metía en la fundición debía de ser plomo o algún metal dulce. Que tampoco era idóneo para hacer armas por no endurecerse en el templado, pero eso tampoco les importaba mucho a los artesanos ya que ni se molestaban en templar las puntas de flecha, pero tampoco se molestaban en limpiar el metal de impurezas, por lo que las flechas estaban hechas mayormente de escoria. En lugar de hacer varios  negativos en el mismo molde de arcilla, Rogi lo hacía uno por uno.

Para hacer una flecha se debía de hacer un par de hendiduras en un extremo, introducir la cabeza de la flecha y atarla con hilo, tendones o cualquier material que se endurezca al secarse. En el otro extremo se hace, las mismas hendiduras y se insertan plumas, las cuales se atan.

—Qué gran trabajo hemos hecho— Exclamó el artesano al final de la jornada admirando las diez lanzas, los cuatro cuchillos y las treinta flechas —Si las cosas van vienen siete lunas completaremos el encargo—

—No se si voy a sobrevivir tanto tiempo— Pensó Manis. Esa jornada de trabajo le había dejado más cansado que en sus entrenamientos extremos.

El segundo día la rutina aflojó, al tercer día intentaron recuperar el tiempo pero se quedaron sin material, los siguientes cuatro días lograron reunir suministros y al quinto volvieron a trabajar. En ese tiempo desarrollaron ideas de como acelerar la producción para recuperar el tiempo perdido.

La idea era centrarse y terminar cada arma por separado en lugar de hacerlo todo al mismo tiempo.

Para alegría de Manis usaron un gran bloque molde con múltiples negativos. También se centraron en cada pieza por separado como una cadena. El artesano hacía las cabezas y el hijo las ataba al cuerpo de la varilla.

Cuando terminaron con el encargo de las flechas siguieron las dagas o cuchillos. Estos se asemejaban a espadas en miniatura. Manis se alegró de que hayan dejado de lado la fundición.

Para hacer cuchillos tiraban de trozos de metal, los cuales calentaban, estiraban, de vez en cuando doblaban y les daban forma de armas.

Al artesano le salía bien la fabricación de los mismos, pero a Rogi no. Su inexperiencia le hacía cometer errores tales como: que la pieza tomaba formas raras, se agrietaba o se deshacía mientras se la templaba, rompía el metal por quemarlo entre otras.

Cada error de Rogi era un regaño del padre, que seguía exigiéndole profesionalidad sin darse cuenta de que nunca le inculcó correctamente las bases del arte del forjado.

Los regaños del artesano a veces iban acompañados de castigos físicos desde capones a cachetadas que iban en aumento proporcionalmente a los errores cometidos por el chico, sin embargo a pesar de todos los castigos el niño seguía sin mejorar cosa que enfadaba al artesano, quien en un ataque de rabia casi golpea a Rogi con el martillo. Sin embargo pudo contenerse y salió del taller dirigiéndose a la taberna.

Rogi, quien estaba paralizado y muerto de miedo fue llorando con su madre, la cual al enterarse de lo ocurrido salió a confrontar a su marido.

Tras la discusión con su mujer, el artesano evitó hablar con Rogi sobre lo ocurrido, hizo como su no pasó nada y durante tres días la producción se ralentizó de nuevo a falta de una buena organización.

Desesperado por mejorar Rogi recurrió a Manis.

—¿Dices que quieres que te ayude?— Preguntó Manis descansando de hacer funcionar el fuelle.

—Si, no se a quién mas acudir—

—Está el armero de la ciudadela ¿Has probado ir con él?—

—Si acudo a él padre me va a dar una paliza—

—No lo dudo, hay una especie de rivalidad nada amistosa entre ellos dos. Pero tampoco me interesa saber por qué se odian—

—Por favor Manis. Enséñame—

—Entiendo que necesitas adiestramiento ¿Pero por qué yo?—

—Porque tu te la pasas haciendo cosas con el metal mágico ese y… también has forjado una daga—

—Primero, no es una daga, es un cuchillo y segundo, de seguro que no quieres que tu padre no se entere de que te he ayudado ¿Verdad?— Rogi asintió —Me lo imaginaba ¿Para qué quieres que te ayude, qué gano yo ayudándote?—

Rogi se mantuvo en silencio. Se dio cuenta de que en su desesperación se volvió egoísta. Pero tampoco sabía que era lo que Manis quería.

—Vale ¿Qué es lo que quieres?—

—¿Yo?— Preguntó Manis sorprendido —Para serte sincero eres la primera persona que me pregunta eso. Pues hay algo que quiero y es que me deis el metal mágico—

—Pero es de mi padre. Si te lo doy se enfadará—

—Y por consiguiente también es tuyo ¿Qué no eres su hijo?—

—Si, lo soy—

—Pues eso, si me dejas usar el metal cuando quiera, te enseño a hacer dagas—

—Pero ¿Que no usas ya el metal cuando quieres?—

—Si, pero necesito pedirle permiso a tu padre cada vez que lo hago y quiero dejar de hacer eso y que seáis vosotros los que me pidáis permiso a mí de usarlo ¿Entiendes?—

—Eso es…— Rogi empezó a sudar frío.

—Si no quieres, siempre puedes mejorar por tu cuenta—

—Está bien. Puedes quedarte con el metal, pero ayúdame a mejorar—

—De acuerdo, te diré como se hace una daga. Pero la tendrás que hacer tu, yo no te voy a ayudar—

—Espera eso, no es lo que habíamos acordado— Reclamó Rigo enojado.

—Hombre, no esperarás que la haga yo y tu te quedes mirando. La daga la vas a forjar tú y yo solo te diré como tienes que hacerlo. A eso se le llama aprender—

—Vale, pero que no se entere mi padre—

—Pues vamos entonces. Pero antes quiero que traigas uno de esos fuelles que tenéis ahí—

Manis llevó a Rogi al campamento abandonado que estaba cerca del río. De ese lugar poco quedaba. Los jarrones estaban rotos, las hogueras y los hornos desaparecidos por culpa de las plantas invasoras. La tienda tipi estaba destruida. La bañera de piedra estaba bien, su construcción era sólida, pero el interior estaba sucio.

—¿Así que este es el famoso lugar a donde siempre ibas?— Preguntó Rogi mirando a todos lados.

—Que mal, esperaba que aun quedara algo del horno. Bueno. Aquí es donde empiezas a trabajar—

—¿Dónde si no hay una forja?—

—Pues eso, empezaremos construyendo una forja de carbón. Cerca de aquí hay arcilla. Ve a cogerla, la pones aquí— Señaló con el pie en un punto donde había una hoguera —Puedes usar un palo para cavar—

Rogi obedeció y bajo la supervisión de Manis reunió toda la arcilla que pudo. La llevó poco a poco hasta el punto designado usando su ropa a modo de cesta.

—Bien, ahora coge esas ramas secas, coge todas las hierbas secas que encuentres y tráelas aquí. Cuando las hayas reunido, llena este cubo con agua—

—Joo, puedes hacer tu algo al menos— Se quejó el chico.

—Te he dicho que te enseñaría, no te que ayudaría—

Tras reunir todas los ingredientes crearon una mezcla de arcilla con hojas secas. Usaron esa masa para reparar el horno. En su interior prendieron un fuego con un pedernal que tenía Rogi que consistía en dos piedras que al frotarlas salían chispas. Con eso el día terminó.

Al día siguiente volvieron a reunirse.

—Mama me regañó por venir cubierto de barro el otro día— Dijo Rogi.

—No te preocupes, nuestro trabajo con el barro ya terminó. Ahora debemos que buscar metal—

—¿Y como encontramos el metal?—

—Vamos al río y ahí lo encontraremos—

—No, al río no— Rogi se negó rotundamente —Madre ya me regaño bastante—

—Entonces usaremos el metal de la forja—

—Si hacemos eso padre descubrirá que falta material y nos castigará—

—Pues usemos el metal mágico—

—Nadie en su sano juicio usa ese metal para hacer armas—

—Tienes razón nadie en su sano juicio, por eso iremos al río a buscar metal—

Ambos fueron al río. Manis agarró varias rocas y las aporreó unas contra las otras quebrándolas en pequeños pedazos. Cada vez que rompía una roca observaba cuidadosamente las partes. Unas piedras las colocaba en un montón lejos del agua, las otras las lanzaba al fondo del río.

—¿No íbamos a buscar metal?— Preguntó Rogi.

—Eso es lo que estoy haciendo. El metal en su estado natural está fusionado con el entorno y para descubrirlo hay que ver que rocas tiene o no metal ¿O eso tampoco te lo enseñó tu padre?—

—No, no me dijo nada sobre eso— Agarró una roca al azar —¿Cómo sabes que roca tiene metal y cual no?—

—Partiéndola y mirando su composición. Si ves que es toda de un solo color, es que es una roca normal, pero si ves un color diferente, como plateado o que brilla, entonces eso puede ser metal—

—Entiendo ¿Puedo buscar metal yo también?—

—No sé a qué estás esperando—

Ambos siguieron partiendo rocas. Cada vez que Rogi encontraba una piedra con varios colores diferentes iba corriendo a mostrársela a Manis. Este seleccionaba las que tenían hierro y descartaba las demás. Cuando tuvieron las rocas necesarias regresaron al campamento.

—¿No son demasiadas piedras? Con una creo que tenemos metal para cuatro espadas—

—Ya verás que no—

—¿Y como separamos el metal de la roca?—

—Hay varias formas, pero primero tenemos que reducir las rocas a tamaños más pequeños. Luego iremos a cortar madera—

Siguieron golpeando rocas fragmentándolas y quedándose solo con las partes que contenían metal.

Cortaron y reunieron toda la madera que pudieron encontrar y formaron una pila, sobre la cual vertieron los fragmentos. Prendieron fuego a la pila de madera y dejaron que se quemara hasta las cenizas. El humo de la madera fresca se elevó formando una nube.

Cuando los trozos de piedras se enfriaron se volvieron tan quebradizos que hasta se podían romper con la mano.

Molieron las piedras hasta convertirlas en arena una arena de color rojo y llenaron tres grandes cestas con la arena.

Rogi vertió carbón a dentro del horno y comprimió el fuelle avivando la llama del interior. Siguió vertiendo carbón hasta alcanzar una temperatura idónea. Cuando Manis decidió que ya era suficiente, entonces llegó el turno de verter poco a poco la arena roja y sobre esta, más carbón.

—Esto no parece diferenciarse mucho de lo que hacemos en el taller— Dijo Rogi.

—El procedimiento para manipular acero siempre es el mismo: calentarlo. Solo que ahora eres tu el chico del fuelle—

Tras varias horas, Manis decidió que ya era suficiente y ordenó a Rogi el horno y abrirlo para recuperar el metal solidificado del interior.

Con el martillo partieron el metal en varios trozos, se quedaron con uno, el cual lo colocaron sobre una piedra y Rogi siguió golpeándolo con el martillo mientras lo sujetaba con unas pinzas de metal.

Cuando estuvo lo suficientemente compacto, lo llevaron al río. Al sumergir el trozo de metal ardiente el agua se evaporó. Siguiendo los consejos de Manis, Rogi raspó el trozo frío de metal contra una piedra, revelando trozos plateados brillantes.

—Como ves, esto mayormente es escoria, desechos. Lo que necesitamos es un núcleo duro de metal, pero eso lo conseguiremos en una forja—

—¿Hay que construir una forja?—

—Si—

—¿Podemos hacerlo mañana? Es que creo que ya es hora de comer—

—Pues ahora que lo dices…— Manis miró el reloj de su muñeca —Sí que es hora de comer, el tiempo pasa volando—

—¿Puedo hacerte una pregunta?—

—Adelante—

—Siempre miras esa cosa redonda que tienes en la muñeca ¿Qué es?—

—Un reloj ¿Sabes lo que es un reloj, verdad?—

—Es eso que se usa para medir el tiempo ¿No?—

—Si, prácticamente—

—¿Me dejas verlo?— Manis dudó por un momento, pero al final dejó que el niño mirara el invento del mundo moderno —Hala, nunca había visto cristal tan transparente ¿De donde lo has sacado?—

—Pues… un amable vendedor me lo dio cuando le indiqué una dirección—

—Joo, que suerte tienes. Oye ¿De verdad esto es un reloj? No se parece en nada al que tenemos en casa ¿Colocas la vela sobre el cristal? No parece práctico—

—Es que no es un reloj de fuego, es un tipo de reloj diferente—

—¿Lo has inventado tú?—

—Para nada. Anda vamos, que nos están esperando para comer—

—¿Qué soléis comer en el orfanato?—

—Sopa, verduras y a veces carne ¿Y en tu casa?—

—Potaje de carne y legumbres. Está bueno, pero cuando termino rápido el plato porque quiero ir a jugar mi madre cree que aun tengo hambre y me rellena el plato—

—¿No has pensado en decirle que ya no quieres comer?—

—¿Cuándo, si no para de hablar?—

Ambos continuaron hablando de comida hasta que llegaron al pueblo.

Al día siguiente crearon una forja.

—Para la forja, vamos a necesitar más arcilla… No me mires con esa cara ¿En serio creíste que ya habíamos terminado de trabajar con el barro?—

—Me mentiste—

—Claro que no y ahora ve a por más arcilla—

Siguiendo las órdenes de Manis, a regañadientes fue en busca de dicho material volviendo a mancharse en el proceso.

—Este era el jubón favorito de madre, me lo obliga a ponérmelo siempre—

—Si tanto le gusta, entonces le encantará lavarlo y ahora atiende. Haz un semicírculo con la arcilla. No hace falta que sea perfecto, pero que las paredes sean grandes. Detrás del mismo haz un agujero ¿Lo has entendido?—

—Si ¿Pero qué hago luego?—

—Eso te lo diré cuando lo construyas—

Rogi agarró la arcilla y colocó en el suelo, tal como dijo Manis. Añadió agua y torneó la arcilla creando unas paredes grandes. Se colocó detrás del mismo y con un palo hizo un agujero en la base.

—Vale ¿Y ahora qué?—

—Este muy respondón hoy—

—Es el tercer día y todavía no me has enseñado a forjar, solo he estado rompiendo piedras y haciendo esculturas con el barro—

Manis se sintió decepcionado. Soltó un suspiro y continuó hablando.

—Mete el fuelle dentro del agujero. Coge tres palos largos y haz un soporte sobre la forja. Ata otro palo sobre el soporte en perpendicular, que se crucen. Atas un extremo a ese palo y otro al fuelle, luego añade carbón y ya tendrás tu forja—

—¿Eso es todo?—

—Si—

—¿Y pará que los soportes?—

—Tu móntalos y deja de quejarte—

Rogi suspiró e hizo el trabajo intentado terminar lo más rápido que pudo.

—Vale, ya está tal como querías ¿No? ¿Estás contento? No entiendo para qué es este palo— Dijo meneando el palo atado.

Manis agarró un par de piedras pesadas sobre el fuelle.

—Este palo actúa como palanca. Tiras de él y se levanta el fuelle, las piedras lo bajarán y tu lo volverás a levantar, así vas controlar tanto el suministro de aire, como la temperatura de la forja y el metal al mismo tiempo. Si necesitas más aire añade más piedras y bajas la palanca ¿Has entendido como funciona la forja? Pues a trabajar—

Rogi encendió el fuego, esperó a que el carbón avivara las llamas y luego probó el sistema de la palanca. Al principio costaba tirar de ella, pero rápidamente se adaptó.

—¿Esto se te ha ocurrido a ti solo?—

—Claro que sí. Hay que adaptarse con lo que tenemos. Ya desearía tener un soplador automático—

—¿Qué es un soplador automático?—

—Rogi, céntrate. He dicho que mantengas un flujo constante de aire, no que dejes que el fuelle se quede sin aire, no esperes a que baje por completo—

—Vale, vale ¿Y luego puedo meter el metal a dentro del fuego?—

—Solo cuando yo te diga—

Cuando Manis vio que el fuego estaba estabilizado, permitió al chico introducir el metal dentro del fuego. Cuando este se tornó de color rojo intenso Rogi lo sacó.

—¿Pero qué estás haciendo?— Preguntó Manis.

—Voy a golpearlo para darle forma de daga ¿No?—

—¡Para, quieto!— Gritó Manis deteniendo en seco al chico —¿Acaso te he dicho yo que le des forma al metal?—

—Pero es lo que hace mi padre—

—Vuelvo a preguntártelo y como respondas otra cosa que “Si” o “No” despídete de mi ayuda—

—Pero venga, hombre no te enfades…—

—¡¿Te he dicho yo que sacases el metal del forja, si o no?!—

—Pero…—

—¡¿Si o no?!—

—No, no has dicho— Dijo Rogi rindiéndose.

—¿Entonces para qué lo sacas? Vuelve a meterlo dentro y solo cuando yo te lo diga, cuando yo te lo diga, lo sacas y cuando yo te lo diga, le das forma. Pero yo no te he dicho nada, así que vuelve a meter el meter a dentro del carbón y sigue calentándolo—

—Como digas— Dijo Rogi metiendo el trozo ahora frío de metal a dentro del carbón y volvió a tirar de la palanca avivando la llama.

Tras un rato, Manis decidió que ya tenía un color idóneo. Permitió a Rogi sacar el material, a darle un par de golpes para darle forma, calentar de nuevo el acero y luego pasar la lima eliminando la escoria.

Al final del día, ya tenían una palanquilla lisa y reluciente.

Continuaron al día siguiente el trabajando la palanquilla, dándole forma de una daga.

—Recuerda siempre limpiar las escamas del metal. Son la mayor causa de grietas y deslaminaciones—

—¿Lo estoy haciendo bien?—

—Vas bien. Por ahora no has quemado el metal—

—¿Has oído las últimas noticias?— Preguntó Rogi mientras calentaba el metal.

—No, cuéntamelas—

—Verás, han encontrado los cuerpos de unos bandidos muertos en el bosque—

—¿Ah, si? ¿Cómo?—

—Los encontraron mientras los animales los devoraban—

—No me extraña, los animales están hambrientos por esta época del año ¿Y qué pasa con esa banda?—

—Pues que eran unos bandidos muy peligrosos. Se escondían en las montañas y asaltaban a los comerciantes—

—Como todos los bandidos—

—Si, pero estos no eran bandidos normales. Habían logrado escapar de las tropas del duque e incluso habían derrotado a uno de sus ejércitos cuando fueron a cazarles. Por diez años habían estado habían estado asaltando mercaderes—

A Manis le extrañaba que esa gente fuera tan famosa. Matarlos no fue un reto para él.

—¿Se sabe quién fue el que los mató?—

—No, pero hay rumores de que fue otra banda, otros dicen que fue una disputa interna. Al parecer tuvieron una disputa por el botín y acabaron matándose entre ellos y otros dicen que fueron los soldados del duque—

—¿Qué no se fueron todos a la guerra?—

—Es posible, pero debieron haber quedado una milicia para proteger a la gente—

—Dime Rogi ¿Cómo harías frente a un grupo de bandidos si asaltara el pueblo?—

—Pues… agarraría una espada e iría a enfrentarlos ¿Por?—

—Por si algún grupo de bandidos decide saquear el pueblo—

—¿Y tu como les enfrentarías?— Le tocó el turno a Rogi de preguntar.

—Pondría trampas, les confundiría y les iría atacando desde la distancia poco a poco hasta acabar con todos—

—¿Eso no sería demasiado cobarde?—

—Entiende esto, el honor, y esas coas no existe en el mundo real. Cuando te enfrentas a un enemigo recuerda que tu vida no depende únicamente de ti. Limpia un poco más ese acero—

—Lo que dices no tiene sentido, un caballero prueba su valía enfrentándose al peligro con su espada y su escudo, no escondiéndose como y atacando a traición— Dijo Rogi mientras limpiaba las escamas del hierro ardiente.

—Yo no soy caballero— Manis se levantó de la roca en la que estaba sentado y se acercó a Rogi —Bien, ahora que ya tienes la forma de la daga, caliéntala hasta cuando yo te lo diga— Ambos esperaron a que el metal se tornada de un color amarillo —Ahora déjalo sobre tu yunque— Dijo refiriéndose a la piedra donde martilleaba el metal.

—¿No lo templo?—

—Todavía no, primero hay que normalizarlo—

—¿Y eso que es?—

—El normalizado es por así decirlo prepara el metal para el templado, así disminuye el estrés y evita grietas—

—¿Qué dices? ¿Cómo el metal va a sufrir estrés, no está vivo? ¿Has pedido la cabeza?—

—Llena el cubo de agua y luego calienta y luego templa la daga—

Rogi calentó de nuevo el arma hasta que tuvo un color naranja amarillento y de inmediato lo metió a dentro del cubo de agua.

—No quedó mal— Dijo Rogi.

—Aun no has terminado, ahora coge esta piedra, le echas aguan y empiezas a frotar la daga sobre su superficie—

—¿Y por qué tengo que hacer eso, si ya tengo una hoja?—

—Límpiala para ver si tiene grietas—

—Pero si echo agua se carcomerá—

—Solo se oxida si la dejas en el agua varios días. Así deja de hacer preguntas tontas y ve a limpiar la hoja—

—¿Y cuando la afilo?—

—Cuando yo te lo diga—

Tras limpiar la hoja descubrió un par de grietas. Manis las inspeccionó, intentó meter la uña dentro. Solo eran grietas superficiales, las cuales desaparecieron a medida que Rogi iba desbastando material.

—Es bonita— Dijo levantando la daga con el cielo azul de fondo —Por cierto ¿Cuál es la diferencia entre daga y cuchillo?—

Manis desenvainó su Bowie y lo comparó con la daga de Rogi.

—Esto es un cuchillo: un solo filo con una forma variable. Puede haberlos rectos, curvos o recurvos—

—¿Recurvos?—

—Una curva a cada lado. Una daga tiene una forma triangular, acabada en punta. Mayor longitud, doble filo y con un cuádruple desbaste cóncavo. Esas son a grandes rasgos las diferencias técnicas. Para mí un cuchillo es más versátil que una daga—

—¿No es mejor que tenga dos filos?—

—Para mí no. Que tenga otro filo, cuando voy a cortar algo duro y golpee el dorso de la hoja, el filo se va a abollar—

—¿Y para qué vas a golpear el dorso del cuchillo? Si vas a cortar de todas formas—

—Para cortar más rápido y no perder el filo— Resumió Manis —En fin. Con esto ya te he enseñado las bases de la forja—

—Espera ¿Ya está?— Preguntó Rogi sorprendido —¿Esto es todo? Solo me has hecho hacer una daga—

—Recuerda lo que te he enseñado en el proceso ¿O es que no has aprendido nada?— En ese momento Manis sintió que había perdido el tiempo —Solo no quemes el metal, no lo golpees cuando perdió el color, límpialo siempre que puedas y el resto va por tu cuenta—

—¿Y como lo afilo?—

—Depende de qué tipo de filo vas a hacer. Si quieres un filo de cuchillo lo frotas sobre la roca en un ángulo de inclinación de cuarenta y cinco grados y para un filo en V de quince a veinte grados— Rogi le miró con la boca abierta y el ceño fruncido —No me mires así. No me digas que no has entendido nada—

—Es que no he entendido nada, qué son ángulos, qué son grados y todo eso lo que has dicho—

—¿Rogi sabes contar?—

Rogi negó con la cabeza.

—No, ni se leer ni contar— Habló como si fuera lo más normal del mundo.

—¿Me estás diciendo que todo este tiempo has trabajado como un artesano sin saber contar?— Esta vez era Manis el sorprendido —Dios, nunca creí que diría esto, pero se necesita una educación básica obligatoria en este pueblo—

—Si ya tengo educación. Sé comportarme en casa y en frente de los nobles. Basta con apartarse de su camino e inclinarse—

—Nunca voy a parar de sorprenderme. En fin, vuelve al taller y enséñale a tu padre la daga. La guarda, el mango y el afilado no tienen nada que ver con la forja— Dijo Manis marchándose.

—¿A dónde vas?—

—Es la hora de comer—

En el taller Rogi le mostró la hoja a su padre. Este la analizó con la mirada. Sonrió y acarició la cabeza del chico.

—Este este es mi hijo. Sabía que sabía que habías heredado mis habilidades. Estoy muy orgulloso de ti. Vamos a terminar el encargo de una vez por todas—

—Si, padre—

Con las habilidades aprendidas Rogi y su padre terminaron los encargos en cuatro semanas.

Tras entregar todas las armas. El conde reunió doscientos soldados y partió al norte en ayuda de su tío junto con Dredmir. Dejó a cargo del pueblo a un hombre de avanzada edad llamado Rodant. Su lugarteniente de confianza.

La marcha del conde y la guerra del norte no le importaban a Manis, pero los últimos eventos empezaron a llamar su atención. Tras encontrar un mapa topográfico que abarcaba tanto el norte como el sur, se dio cuenta de que si la guerra se torcía era muy probable de que el pueblo sufriera las consecuencias. Basaba su teoría en la ubicación del pueblo. Se encontraba en medio de uno de los pocos caminos que conectaban el norte con el sur.

—Un mundo con un sistema de información tan lento es un dolor de cabeza. Está claro que el conde va a perder la guerra. Ni su ejército sabe hacer formaciones de batalla, ni sus armas eran de calidad. Solo entrenan esgrima y hacen labores obreras, eso no ni de lejos es suficiente para ganar una batalla— Sacó el revolver y abrió el tambor. Contó las balas que estaban dentro de las 8 ranuras. Sumó el número a las balas que tenía en el cinturón y las de su riñonera —Ocho balas, ocho enemigos. Recargarlas lleva su tiempo—

A pesar de su incesante entrenamiento sabía de antemano que nunca llegaría a tener las habilidades que tenía su antiguo cuerpo, pues este nuevo cuerpo no había recibido el tratamiento de refuerzo humano con el cual ganaba habilidades sobrehumanas.

Su revolver era un arma de defensa personal, no un arma de asalto. Su lenta recarga dejaba expuesto al usuario. Necesitaba un arma semiautomática y automática al mismo tiempo. Con un cargador de gran capacidad.

En su última etapa de su vida pasada había llegado a usar tres tipos de armas: pistolas subfusiles y fusiles de asalto. De entre los cuales el subfusil MP-7 era su favorito.

El MP-7 era como el Lamborghini del mundo de las armas. Todas las fuerzas del mundo al menos tenían uno. Era un subfusil que utilizaba un sistema de gas de pistón de carrera corta y disparaba con el cerrojo cerrado, lo que evitaba atascos. Era elegante, compacta, ligera, fácil de usar, que podía usarse en espacios muy reducidos y prácticamente sin retroceso, por lo que no hacía falta incorporarle una pata de mula. Pero lo más importante, lo que la hacía tan amada era que su munición permitía perforar el blindaje. Incluso las armaduras de gel endurecedor con capas de fibra de carbono eran atravesadas con un par de impacto. Podría realizar hasta mil disparos por minuto. Podía ser adornada con todos los accesorios que uno quisiera, lo que la hacía versátil y personalizable. Podía tener miras telescópicas, de laser e incluso linternas tácticas al mismo tiempo. Podía disparar en modo semiautomático, automático o en ráfagas.

Era el arma con el que Manis suspiraba. Llenaba la división Z con todos los integrantes que el enemigo podía ofrecer.

Sin embargo, con todo el dolor de su alma Manis sabía que era incapaz de fabricar dicha arma. El MP-7 estaba fabricado con un polímero reforzado de fibra de carbono, algo que en este mundo solo se podía soñar. Y aunque lograra fabricarla con el metal que tenía, la mala calidad de la pólvora haría que la munición de 30 perdiera todo el impacto que le caracterizaba.

Otra arma con la que estaba muy familiarizado era el legendario kalashnikov. Esta arma desde niño le causó una inmensa curiosidad. La veía en videojuegos, películas y videos donde mostraban desde su construcción hasta su funcionamiento. Ponían a prueba su fiabilidad enterrándola en barro, metiéndole arena, agua e incluso hubo uno que prendió fuego al arma y aun así seguía funcionando sin problemas.

No fue hasta que fundó la división Z, que uno de sus integrantes le regaló esa arma.

Cuando tuvo en sus manos esa arma se dio cuenta de un detalle, esa no era la legendaria AK-47, ni siquiera era una AKM, sino una AK-25, una versión modernizada de la AK original.

Nada más la obtuvo la montó y desmontó tantas veces hasta haber satisfecho su curiosidad.

El AK-25 incluía muchas mejores respecto a su antepasado, como por ejemplo una mejora en la precisión, en el peso, era más cómodo de apuntar, tenía un menor retroceso a causa de su estructura más sólida y era más corto y portátil.

El rasgo más característico era que su mira trasera no estaba en el medio del arma, sino en la parte trasera, justo donde empezaba la culata. Moviendo la mira a esa posición se incorporaba uno dientes cuadrados en los que se podía incorporar accesorios, como por ejemplo la mira telescópica que Manis tenía, pero también incorporó dientes a cada lado y en la parte inferior para en un futuro incorporarle el lanzagranadas, láseres, linternas tácticas y demás accesorios.

Mantenía la fiabilidad de su predecesora convirtiéndola en un arma todoterreno. Justo lo que necesitaba para salir a explorar un mundo desconocido.

Esta arma estaba hecha por completo de metal, por lo que Manis se ahorró trabajar con la madera.

Empezó sacando un tubo y estriándolo, para ello modificó su máquina de estriar acorde a la longitud del tubo.

Siguió con el émbolo de gas, y el portacerrojo en cuyo interior había un cerrojo rotativo, el cual se bloqueaba y desbloqueaba a través de dos piezas llamadas tetónes.

Dentro del cerrojo estaba el percutor, una larga aguja que accionaba las balas. El percutor incluía un perno que evitaba que el percutor se deslizara demasiado hacia atrás.

Siguió con le muñón, el cual conectaba el cañón con el receptor. Esta pieza incluía muescas donde se conectaban los tetónes.

Ya tenía la parte delantera del arma.

Para el mecanismo del gatillo empezó sacando una pieza larga rectangular llamada palanca selectora, la cual permitía al chico escoger el modo de disparo.  Sobre la base de la palanca iba el mecanismo compuesto por cuatro elementos: El gatillo, el fiador, un muelle de acero enrollado y el martillo. El fiador y el gatillo eran una única pieza, la cual al ser presionado liberaban el martillo a través del muelle.

La parte más difícil de hacer era la más simple: el muelle recuperador.

Para hacer el muelle que sea fino pero lo suficientemente fuerte como para mover el sistema recargando la bala.

Una vez listo el sistema, solo faltaba ajustar la carcaza, la característica mira delantera iba colocada sobre el pistón de gas en vez de estar sobre el cañón.


Antes de pasar a construir el cargador, Manis se aseguró de que todos los elementos funcionaban en perfecta sincronía. Lo que le obligó a rehacer desde cero algunas piezas.

Hizo un cargador curvo al que insertó un duro muelle de acero con una placa que sujetaba las balas. Este era un poco más largo y ancho llegando a cargar hasta setenta balas.

A pesar de todos los componentes, a Manis le llevó tan solo dos semanas fabricarlos debido a que el artesano se tomó unas vacaciones justo cuando Dredmir le pagó antes de irse a guerrear con su conde.

Probó el arma con toda seguridad atándolo entre dos piedras y escondiéndose detrás de un árbol jaló el gatillo probando su modo automático y semiautomático. Ambos iban bien, pero decidió lijar un poco más las piezas para asegurar una mejor transición.

Tras finalizar las pruebas se dio cuenta de que el arma sonaba de un modo similar pero diferente al que recordaba.

—El rifle de asalto AK-25, era el arma preferida de nuestro enemigo. Hacía un ruido característico cuando lo disparan, pero esto no… debe de ser por la pólvora, la… maldita pólvora, si tan solo encontrara minerales de los que se puede extraer azufre…— Se acercó al escudo destrozado y agujereado. Detrás del mismo había un tocón de madera atada —Todo agujereado, al menos la potencia es similar—

La parte más tediosa era hacer una a una las balas, especialmente para los cinco cargadores. Uno iba en el arma y los otros cuatro cabían en el neceser.

Disfrutó como el niño que era practicando su puntería con su nuevo juguete.

Subió a las montañas para probar su mira telescópica perfectamente incorporada al rifle, disparando a objetivos colocados a cien, doscientos, trescientos y quinientos metros en diferentes puntos estratégicos.

En sus prácticas se topó con una cabra de las montañas. Pocas veces podía ver animales salvajes en las montañas. A veces estaban en puntos inalcanzables y desaparecían cuando apartaba la vista, pero a esta la abatió a tiros nada más verla. La cabra cayó desde el pico en el que se encontraba, rodó por la ladera y desapareció entre el follaje.

Manis se colgó el rifle sobre el hombro con la correa que le incorporó y fue tras la cabra antes de que algún depredador se le adelantara. Al encontrarla se acercó a ella y la cargó sobre los hombros llevándola hasta el campamento.

Ató la cabra a una rama dejándola colgada. Con su cuchillo Bowie hizo un tajo desde la entrepierna hasta el estómago.

Los intestinos del animal empezaron a salir como salchichas.

—Meto cuchillo, saco tripas—

Siguió cortando la dura piel hasta llegar al cuello del animal. Retiró todos sus órganos y los colocó en un gran plato de arcilla.

Poco a poco fue haciendo cortes separando la piel de la carne. Mientras despellejaba al animal, se le pasó por la mente convertir el cuchillo en una bayoneta. Algo que dejaría para más adelante.

Cortó y rompió las patas de la cabra para que fuera más fácil retirar su piel. Era como si le quitara una camiseta al animal. Tener el cuchillo muy afilado ayudaba en el proceso. Se alegró muchísimo de haber fabricado ese cuchillo de caza, pues con la pala le hubiera llevado mucho más tiempo.

Llegado un momento la piel comenzó a salirse sola con ayuda de la gravedad. Cortando la piel de la cabeza, finalizó el trabajo y dejó la piel sobre el suelo.

Cuando terminó de desollar a la cabra, le cortó la cabeza y la dejó sobre la piel.

Agarró un cubo de barro, lo rellenó con el agua limpia de su cantimplora y lavó la carne de la cabra. Esperaba no atraer animales salvajes.

—Diría que pesa unos veinte kilos. Carne de sobra para varias semanas—

Preparó lavando varios platos de arcilla. Los colocó sobre una mesa hecha de con un tronco de madera partido a la mitad, encajado en dos árboles.

Empezó cortando la paletilla, la pata delantera. Cortó todo el muslo y la dejó sobre el plato. Hizo lo mismo con la otra paletilla. Siguió con el cuello, metiendo el cuchillo donde empezaba la primera costilla, haciendo una marca y luego separando la carne a tajos. Encontró la bala, que había perforado su piel junto con su carne pero se detuvo en el hueso.

Cogió desde el centro del espinazo y dio tajos rectos con golpes secos muy despacio, para partir en dos al animal. La mitad cortada la dejó sobre la mesa y la otra colgando.

Retiró las grasas sobrantes. Estas se usarían más adelante tanto para cocinar la carne, como para hacer jabón.

Cercenó la falda siguió hasta llegar al pecho. Para seguir cortando las costillas empleó la sierra. Dejó el trozo en un plato separado. Siguió partiendo la pierna, separándola del cuerpo y retirando la grasa tanto de la pierna como la del costillar. No le gustaba la carne muy grasa, pero conoció a gente que le gustaba más la grasa que la propia carne.

Descolgó la otra pierna y repitió el proceso.

El costillar lo partió en dos con la sierra y lo dejó sobre dos palos de soporte encima del fuego. El resto lo guardó en la nevera.

Agarró el lomo y lo colocó sobre el plato y fue abriéndolo poco a poco mediante cortes sin llegar a partir la carne. Troceó la carne en trozos finos y luego la cortó lateralmente hasta conseguir finos filetes.

Preparando otra hoguera, repartió las brasas uniformemente para que el calor sea constante. Puso muchas piedras sobre las brasas tapándolas a modo de soporte para colocar la parilla. Distribuyó los filetes sobre la parilla y los tapó con el plato hondo.

Siguió agregando al fuego hierbas y especias junto con leña. La idea era secar la carne con el aire caliente asegurándose de que adquiera sabor en el proceso. Tenía que dejar la carne hacerse durante 2 horas.

—Si viviera cerca del mar, o de una mina de sal haría cecina, carne curada y demás—

Mientras la comida se hacía Manis limpió la piel de cabra.

Tras terminar de comer se dispuso a transformar su cuchillo en una bayoneta. Hacerlo era simple añadirle una guarda que pudiese ser encajada en el cañón del rifle.

Cuando regresó al taller se encontró con que el artesano estaba hablando con Rodant. Pasó al interior del taller y sacó del metal una placa de latón con dos agujeros: uno  circular para insertarlo en el cañón del rifle y otro rectangular para la espiga del Bowie.

En el campamento intentó introducir e cañón por el agujero. Con una lima amplió el agujero limando el interior hasta que el agujero encajase como un guante en el cañón.

A golpe de martillo reventó el mango del Bowie dejando la espiga al aire. Sobre esta insertó la guarda, pero quedó a la mitad de la misma, lo que obligó al chico a seguir limando. Un truco para fijar la guarda correctamente era marcar la espiga con un carboncillo, introducir la guarda hasta el tope y al sacarla, los restos del carboncillo se transfirieron a la guarda justo donde las piezas se tocaban, indicándole donde debía limar.

Se aseguró de que la guarda estuviera perfectamente encajada con el filo mirando hacia abajo cuando se acoplaría al rifle.

Volvió a darle una guarda cortando madera, calentando la espiga e introduciéndola en el taco.

Sacó la carne seca de la hoguera y dio un mordisco antes de continuar trabajando.

Insertó la ahora bayoneta en el rifle y la puso a prueba apuñalando árboles y luego disparando a objetivos.

—Está fija y no interfiere con los disparos. Aunque en mi tiempo la bayoneta ya era un arma obsoleta, aquí tal vez tenga alguna utilidad— Miró el arma en su conjunto —Una Bowie americana acoplada a un AK ruso. Es de locos. Con esto— Dijo refiriéndose al rifle —El revolver y mi prótesis no habrá nadie a quien no pueda matar, especialmente si todos van por ahí con hierros y palos. Pero… la locura sería si lo usaran en mi contra. Soy consciente de que ahora como estoy no puedo esquivar balas. No estaría mal acorazarme—

Envainó la bayoneta, sacó toda la carne y la guardó en una bolsa de piel.

Al día siguiente, en el taller, el artesano anunció que volverían a fabricar armas por orden de Rondan. Manis entendió que estaban volviendo a reclutar el ejército, posiblemente como refuerzos para la guerra, lo que significaba que irían a reclutarle, cosa que no quería.

—Tengo que hacer la armadura rápido—

—Eh, Manis— Gritó repentinamente el artesano cuando lo vio —Me he enterado de que le que has regalado al zapatero una gema de cristal—

—¿Y?—

—Como que ¿Y? Desgraciado, a ese bastardo malnacido le regalas algo tan valioso y a nosotros que te hemos cuidado todo este tiempo solo nos robas, desagradecido—

—¿De qué estás hablando? No te he robado nada—

—Mira niño, estoy harto de ti. Te dejé quedarte en mi taller, te dejé que jugaras con mis valiosas herramientas y a cambio lo único que tenías que hacer era traer dinero a mi familia ¿Dónde está tu gratitud y tu lealtad a mi familia? No eres más que un maldito mocoso egoísta y malcriado. Estas despedido—

—¿Y quién va a encargarse de limpiar tu porquería o manejar el fuelle para que sigas quemando hierro? ¿Tu mujer?—

—Eso es. Limpiar es cosa de mujeres. Y en cuanto al fuelle Rogi, mi higo genio ha inventado un sistema para manipularlo— Señaló al soporte de madera que había sobre la forja —Por lo que ya no te necesitamos, sobras en nuestra vida.

Manis dio un paso adelante y el artesano retrocedió.

—Muy bien, me voy, iba irme de todas formas. Pero me llevo el metal conmigo—

—¿Qué has dicho?—

—He dicho que me llevo el metal conmigo—

—Sobre mi cadáver te vas a llevar algo mío— Amenazó el artesano agarrando el martillo.

—Ya no es tuyo, tu hijo me lo vendió a cambio de unas clases sobre forjado—

—¿Tu, enseñando a mi hijo?— Soltó una carcajada —Veo que sigues con tus fantasías—

—¡Rogi!— Exclamó Manis —Di la verdad ¿Te enseñé a forjar dagas a cambio del metal, no es cierto?— Rogi asintió —¿Ves?—

—Niño, eres idiota. Ya hablaremos— Habló el artesano a su hijo. Luego se volvió hacia Manis —Me da igual el que hayas hecho un trato con él, con el desviado de mi otro hijo o con la puta de mi mujer. El metal es mío y no te lo voy a dar. Ya he aguantado que me lo hayas gastado en tus juguetes de niño pequeño. Lárgate de aquí. Están reclutando gente para el ejército, a ver si con ellos maduras en la guerra de una buena vez— Señaló con la cabeza a dos soldados que estaban en la puerta.

—Tu niño— Habló uno de los soldados —Te vienes con nosotros—

Manis sin mediar palabra corrió hacia el soldado y lo tumbó de un golpe con ambas rodillas. Una patada en la mandíbula lo dejó inconsciente.

El segundo soldado le apuntó con su lanza.

—No te muevas ¿Sabes lo que acabas de hacer?—

La punta de su lanza cayó al suelo con un corte limpio. Manis se lanzó contra él, quien solo intentó defenderse con un palo. De dos golpes le mandó al suelo y cuando estaba por rematarle vio como un par de milicianos más se estaban acercando, además de que el artesano había agarrado un cuchillo para unirse a la pelea, por lo que Manis optó por una retirada estratégica.

Escapó antes de que los milicianos llegaran siquiera a la casa. Estos refuerzos fueron a reclutar a Lio. El artesano señaló donde estaba y los milicianos le sacaron mientras su madre lloraba exigiendo que lo dejaran, pero de una bofetada por parte de su marido cerró la boca.

La situación para Manis se había complicado. Dudó en regresar a la casa de acogida, pero cuando la gata fue a buscarle se dio cuenta de que esos milicianos estaban en el taller debido a que el artesano le había vendido al ejército. Solo era tiempo que fueran ahí a buscarle.

Ese mismo artesano tenía otra jarra de metal mágico guardada en su almacén. Esa misma noche, a las tres de la mañana salió a robar la jarra. El artesano no era muy aficionado a usar ese metal ya que por algún motivo que Manis no entendía, odiaba esa herramienta.

La gente de este mundo se iba a dormir poco rato después de que el sol se pusiera. Cuando las fechas fosforescentes marcaron las tres de la mañana, Manis confiaba en que todos ya deberían estar durmiendo.

Se levantó de la cama, se puso las botas que tenía al lado de su cama. Estas tenían una lámina de vibranium en la suela, por lo que Manis no emitía sonido alguno al caminar.

Por las noches hacía calor, así que dejaban la ventana abierta. Manis se apoyó con su mano sobre el marco, los cables se clavaron en la madera. De un pequeño salta descendió lentamente hasta tocar el suelo. Recuperó sus cables y en sigilo caminó esquivando a los tres milicianos que caminaban con antorchas por toda la ciudad.

La luna llena iluminaba lo suficiente la calle como para caminar sin una linterna.

Llegó hasta el taller, donde escuchó los fuertes ronquidos del artesano indicándole que estaba dormido. Tenía su revolver consigo, por lo que podía lanzar un asalto sorpresa y ejecutarle junto a toda su familia. Se pensó dos veces iniciar el asalto y al final decidió abortar la misión ya que consideró que su crimen traería más problemas.

Fue hacia el almacén que estaba detrás del taller. Este tenía un grueso candado en la puerta. Insertó sus cables a dentro del ojo del candado y forzó su apertura. Estaba algo oxidado, por lo que tuvo que hacer fuerza para abrirlo.

Empujó la puerta con suavidad temiendo que las bisagras chirriasen mandando al carajo su misión. Cuando tuvo una pequeña abertura entró dentro y cerró la puerta.

Ya a dentro la oscuridad era total. Sacó una linterna improvisada con los cristales de hielo que iluminó el cobertizo lo suficiente como parra poder distinguir objetos.

Buscó entre lo objetos hasta dar con el jarrón.

—Lo tenías bien escondido eh, hijo de puta. No utilizas esta valiosa herramienta ni dejas a nadie utilizarla ¿Para qué la tienes entonces? ¿Para alimentar tu ego presumiendo de que guardas algo valioso?—

Manis abrió la tapa del metal sacó un recipiente hecho de aluminio. Sacó una tapa y un par de tonillos. Vertió el contenido de la jarra en el recipiente hasta que no quedó una gota. Atornilló la tapa y dejó la jarra en su sitio.

Tan sigilosamente como entró salió del cobertizo. Arrastró la jarra hasta llegar a la empalizada. Con un gesto partió la madera creando un boquete por donde entró.

Dejó el metal mágico en su campamento y luego regresó no sin antes reparar el boquete para que nadie sospechara nada.

Al día siguiente despertó como si nada de lo ocurrido hubiera pasado.

—¿Te has enterado?— Dijo la chica gata mientras mordisqueaba un pescado —A los chicos os van a alistar en el ejército esta tarde. Por primera vez me alegro de ser chica—

—Pues nosotros iremos a la guerra y viviremos aventuras— Contestó otro chico —Tu te quedarás cosiendo como una vieja—

—Vieja— Repitió otro chico.

—Gata vieja— Dijo un tercero.

—Callaos— Exclamó Shirin convirtiendo sus uñas en garras mientras tomaba una pose de asalto.

—Chico, chicos, calmaos— Intervino Laiska —Shirin, tranquilízate—

Manis terminó de comer rápidamente y salió de la casa mientras Laiska estaba ocupada conteniendo a la chica.

Al salir de casa se dispuso a ir a su campamento, como siempre, sin embargo un grupo de milicianos parecía estar esperándole.

—Tu eres Manis ¿No es cierto?— El chico intentó ignorarles y pasar de largo, pero los demás se interpusieron —Laiska nos ha pedido que te reclutemos a ti primero. Ven con nosotros—

En ese momento Manis entendió por qué esa mujer le había dejado tranquilo.

—Me da igual lo que ese subhumano ese os haya dicho. Yo no me voy a unir a vuestro ejército. Antes os mato a todos— Con un gesto de sus dedos, las lanzas que le apuntaban se partieron.

Manis se lanzó contra el primer soldado desorientado y le noqueó de inmediato con un jab.

Los dos que estaban detrás del líder se acercaron al chico, pero Manis se adelantó, se quitó el poncho y lo lanzó contra uno de ellos, bloqueándole la vista y permitiéndole conectar un puñetazo en la mandíbula del soldado, le agarró su mano y le dislocó el codo el hombro en un movimiento.

Manis soltó a su víctima, esquivó el intento de agarre de su compañero agachándose y agarrándole la rodilla al mismo tiempo. Rodando sobre sí mismo Manis le derribó, se levantó y le dislocó la pierna.

Pateó a los demás compañeros que se acercaron en las espinillas, cadera y entrepierna para que perdieran el equilibrio.

Uno de ellos se acercó por detrás y le sujetó por el cuello. Manis le agarró uno de sus dedos, rompiéndolo liberándolo de su agarre. De dos golpes le desorientó y con una patada en la columna le tumbó en el suelo.

Uno de ellos sacó un cuchillo e intentó amenazarle, pero Manis le agarró por su muñeca, se puso detrás de él, abrazó con su brazo la cabeza del soldado, dislocó su mano haciendo que pierda el arma y luego lo lanzó al suelo rompiéndole el cuello en el proceso.

Agarró la patada de otro soldado, y lo lanzó contra el grupo de tres que iban hacia él. Se arrodilló sobre el pie de otro soldado esquivando su puñetazo. Empujó su rodilla mientras mantenía la presión. El soldado cayó al suelo aullando de dolor mientras se sujetaba su pierna dislocada.

Bloqueó con su antebrazo el ataque de otro soldado y le devolvió dos puñetazos en el costado y la cadera, agarró el puño en el aire de siguiente y le conectó su rodilla en el estómago obligando que se inclinara. Noqueó al soldado con una patada giratoria en la mandíbula.

Laiska, los huérfanos y algunos aldeanos se acercaron atraídos por los gritos. Al salir se encontraron con el espectáculo. Laiska extendió los brazos hasta el umbral de la puerta evitando que los niños salieran de casa.

Manis realizó un suicide aerial, un movimiento de evasión practicado en las artes marciales con el fin de derribar a un guardia que se aproximaba. Se levantó e interceptó otro puñetazo, agarró esa mano al tiempo en que pateaba la pantorrilla del enemigo. Sacudió la mano hacia abajo dislocando su hombro, giró sobre sí mismo mientras mantenía el agarre haciendo que esta se enrollara sobre sí misma. Finalmente pisó el antebrazo del guardia tirándolo al suelo ya inconsciente.

El líder decidió intervenir. Le lanzó una patada a la cabeza que fue esquivada, pero no se detuvo ahí, giró sobre sí mismo lanzándole una patada baja que Manis esquivó saltando.

Justo cuando el líder iba a dar otra de sus patadas voladoras, Manis le pateó la pierna en la que se apoyaba haciendo que pierda el equilibrio. El líder se levantó y le lanzó un puñetazo, pero el chico se acercó interceptándolo con ambas manos al tiempo en que le golpeaba el pecho con su rodilla. Agarró la mano del líder, le arrastró hacia él. Saltó al aire girando horizontalmente pateando la cabeza del líder y terminando con la pelea.

Al ver que ya no quedaba nadie que pudiera darle pelea, recogió el poncho y se marchó sacudiendo el polvo del mismo.

Algunos aldeanos se acercaron a socorrer a los soldados cuando el chico desapareció de su vista.

Manis llegó a su campamento, se quitó toda la ropa y se dio un buen baño. Pudo haber masacrado a esos soldados, pero quería destrozar en lugar de matar.

En su campamento estaba seguro. Se dio un buen baño relajante y se vistió con la ropa de reserva.

Mientras lavaba su ropa pensó en como debía acorazarse para hacer frente a enemigos armados. La táctica de cortar las armas con sus hilos no siembre iba a funcionar.

Inicialmente quiso hacer una armadura completa que le protegiera sin restringir su movilidad. Sin embargo eso fue imposible, pues la armadura que tenía en mente estaba hecha de materiales sintéticos obtenidos de laboratorios con maquinas avanzadas. Una armadura medieval estaba descartada por cuestiones de peso y dificultad al ponérsela.

Finalmente optó por cubrir su poncho con placas de escamas, como homenaje a su apodo: Manis.

Utilizaría el Vibranium para ello, debido a su dureza y a su ligereza y acorazaría el interior del poncho en lugar del exterior. La idea era que su defensa pille desprevenidos a sus enemigos.

Empezó desplegando el poncho sobre el suelo y marcando las medidas de las escamas y su ubicación.

Tenía todo el tiempo del mundo, pues ya no estaba atado al innecesario trabajo en un taller de mala muerte y estaba seguro en el bosque debido a que su campamento estaba bien oculto.

Tras establecer el tipo de escama que quería, el patrón que usaría, pasó a la práctica sacando unas pocas escamas. Las acuchilló y les disparó con sus armas en lugares muy alejados tanto de su campamento como del pueblo, para que así no le descubrieran por el sonido. Al hacer unos pocos cambios técnicos empezó con su fabricación en masa.

Poco a poco fue sacando escamas con pequeños agujeros por donde iría el hilo de metal que los conectaría. Capa por capa rellenó el interior del poncho. Acorazó también la capucha para ir completamente protegido. Añadió una tela de algodón encima de las escamas para que su pelo no se enredara.

Se probó su poncho acorazado y para su sorpresa pesaba menos de lo que esperaba. La posición de las escamas no le molestaba cuando quería mover las manos dentro. La única desventaja que tenía era que en los días más calurosos sería más difícil llevarlo. Pensando en esos días añadió una visera de metal a la capucha atornillándolo a las escamas para que quedase fija.

También rellenó en interior de su cuello colocando escamas debajo de la máscara y una tela sobre las mismas.

El siguiente paso era convertir sus guantes en guantes tácticos. Para ello integró una panca de metal en el dorso de mano así como en sus nudillos y en su pulgar.

Para sus antebrazos optó por un par de placas flexibles con agujeros a sus lados y una cavidad rectangular en el centro. Estos serían los brazaletes. Insertó tres cuchillas de Adamantum con hojas dobladas hacia atrás en una placa y esta la incorporó a cada brazalete. Así podría parar y atrapar los golpes de armas blancas. Ató los brazaletes con una correa de cuero.

Finalizó su equipamiento con unas rodilleras y espinilleras de vibranium.

—No me veo mal, parezco un superhéroe y todo— Bromeó mirándose en el reflejo del agua. Probó que tan ágil podría llegar a ser con tanto metal encima saltando de árbol en árbol.

Se dio cuenta de que su pelo había crecido demasiado y le molestaba, especialmente con el calor. Su cabello rubio era bastante extraño y molesto, pues daba igual cuanto tratara de peinarse siempre se enrollaba sobre sí mismo y antes de darse cuenta ya volvía a tener esas finas rastas naturales al estilo dreadlock. Su frente estaba abierta y no le importaba que le cayera el pelo por los lados, pero no soportaba tenerlo largo.

Agarró su pelo en una coleta y con su cuchillo cortó la misma. Igualó los lados, recogió el pelo y lo lanzó al fuego.

Se dio un último baño con la pieza de jabón que le quedaba.

Ya lo tenía todo para su marcha, incluso había modificado una de las mochilas para llevar todo lo indispensable en su viaje a casa. Tras empaquetar todos los víveres, lanzó los restos en lo profundo del bosque como regalo para algún animal.

Sin embargo no quería irse, algo dentro de él le decía que se quedara, le decía en el futuro necesitaría el metal mágico que tenía el artesano en su taller. Toda ayuda era poca y en el contenedor había espacio suficiente.

Dejó la mochila y el contenedor del metal en el interior de su tienda vikinga. Se equipó el rifle, comprobó la munición y caminó decididamente a encararse con el hombre que no paró de amargar su vida. Sabía que ya era un hombre buscado por oponerse a los deseos del regente de ser reclutado, pero por ese metal merecía la pena convertirse por completo en un forajido.

Entró en el pueblo con la cabeza bien alta. Llegó hasta el taller y reventó la puerta de una patada.

—Tú— Exclamó el artesano parando de trabajar —Tienes huevos para mostrar tu sucia cara después de todo lo que has hecho—

—He venido a por el metal. Me lo llevaré aunque tenga que matarte. Ven si quieres—

El artesano agarró una hachuela en señal de amenaza, tras un tenso momento, decidió no hacer nada más que ver como el chico se llevaba su jarra.

—¿No lo detienes padre?— La preguntó Rogi saliendo desde debajo de la mesa.

—Que se encargue Rodant de él. Le tiene ganas desde hace días por la forma en que humilló a sus soldados— Dijo el artesano en un suspiro soltando el hacha y pasando la mano por su frente sudorosa.

Manis caminó hasta la empalizada. Se oían susurros de la gente que le seguía por algún motivo, sin embargo no le atacaban. Esperaba que le lanzaran piedras o algo, el simple hecho de sentir como una muchedumbre le seguía le ponía nervioso.

Al llegar se encontró con Rodant, un anciano de pelo gris recortado al estilo de un paje. Tenía una barba del mismo color. Estaba ataviado con un jubón verde con mangas blancas, pantalón oscuro y botas altas de cuero marrón. Sobre estos tenía puesta una armadura de cuero con placas de hierro.

A cada lado del anciano estaban sus hombres de armas, su guardia personal. Ataviados con sus mejores armaduras recibieron al chico con miradas hostiles.

Ocultos en el tejado de los edificios estaban apostados varios arqueros, apuntándole con sus flechas de hiero y bronce. En el suelo había un par de magos encapuchados listos para conjurar sus hechizos.

—Fuera de mi camino— Ordenó Manis. Como sabía que no le iban a obedecer, dejó tranquilamente la jarra en el suelo y se puso las gafas y la capucha —Os lo advierto. Esta vez no me contendré—

El anciano veterano de antiguas batallas, ignorando las amenazas del joven enmascarado que estaban frente de él, dio firme paso a delante.

—Yo, Rodant de la casa Galver. Te ordeno arrestar por tu traici…—

Antes de que el anciano terminara de hablar, el revolver de Manis martilleó acertando a todos los guerreros agotando sus balas.

El ruido del arma tomó por sorpresa a los arqueros, quienes tardaron en disparar sus flechas. Manis en respuesta azoto el suelo con sus cables levantando una cortina de humo desde la cual acribilló a los arqueros y los magos con su rifle.

Los mejores soldados de Rodant cayeron al suelo uno a uno. Unos muertos y otros al borde de la muerte. El mismo anciano fue el último en caer al sentir un agudo dolor en un punto concreto del cuerpo. Sujetándose la herida con su mano respiraba agitadamente mientras lloriqueaba como una niña.

Cuando la nube de humo de disipó los asustados aldeanos que no escaparon, miraron expectantes la derrota de sus mejores soldados.

Manis guardó su revolver, agarró el jarrón, se acercó al anciano agonizante, vio como intentaba incorporarse, dejó el jarrón de nuevo en el suelo y colocó su pierna sobre el cuerpo del anciano manteniéndolo tumbado en el suelo.

—Ahora escúchame Rodand de la casa Galver. Cuando dije fuera de mi camino, quería decir que te apartaras de mi camino, algo obvio que cualquier persona con un mínimo de inteligencia entendería, pero tu y tu gente habéis estado tocando los huevos del hijo puta más peligroso que este mundo haya conocido por demasiado tiempo y pasó esto— Desenvainó su bayoneta y la calvó en el hombro del anciano al notar que este estaba haciendo un movimiento sospechoso —La razón por la que te voy a dejar con vida— Retorció la bayoneta haciendo soltar al anciano un chillido de dolor—Es para que entiendas de que si tomas represalias contra mí y me entero de ello, volveré y os mataré a todos, a todos y a cada uno de vosotros. Adiós—

Sacó el cuchillo del hombro del anciano, limpió la sangre pasándolo por el jubón del anciano, lo envainó, agarró la jarra y se fue como un fantasma de la calamidad.

Llegó al campamento, donde recargó sus balas gastadas y añadió el poco metal conseguido al que ya tenía.

Tras destruir todos sus jarrones y sus inventos, reduciéndolos a la nada, dispersándolos en el bosque y borrando cualquier rastro que ese campamento, se puso el rifle a la espalda debajo del poncho, la mochila encima del poncho y el contenedor sobre la carretilla.

Fijó su rumbo siguiendo la corriente de energía subterránea que se extendía por todo el planeta. Siguiendo al horizonte, buscando una ruta a su casa.
Pasaron varios días desde aquél incidente. Las familias de los guerreros asesinados enterraron a sus soldados.

Se realizaron funerales con la ayuda de los monjes del templo de las montañas.

—No me puedo creer que ese niño lograra matar a tantas personas el solo en tan solo un instante— Habló Vanahir, quien se encargaba de revisar la herida de Rodant.

—Usó… algún tipo… de magia extraña— Habló el anciano entre gemidos  —En un… momento, oí ese ruido y… no puede moverme—

—No hable, reserve fuerzas— Dijo Vanahir mientras tapaba de nuevo la herida sangrante. El fraile miró a Laiska, quien se hallaba a su lado limpiando los vendajes —La magia de curación no tiene efecto. En el momento en que cerramos la herida esta vuelve a sangrar ¿Qué clase de magia le enseñaste a ese niño? —

—Mis disculpas, pero yo nunca le enseñe tales artes— Hablo Laiska con una sonrisa forzada —Que yo recuerde fuisteis vos quienes le instruisteis con el arte de la magia—

—Solo le enseñe el arte de la curación—

—Como sea, escapó del honor de servir a su patria. Que el deshonor le acompañe hasta el fin del mundo— Maldijo Laiska.

—Creí que era un niño con potencial, sabes. Aprendió a leer y a escribir en pocos días. Pero mis ojos fueron cegados por su talento y no vi que estaba tratando con un hereje—

El fraile vio como los vendajes empezaban a ensangrentarse de nuevo.

—Creo que la causa de esta herida aun yace dentro de su cuerpo sir Rodant. Deberíamos extraerlo. Tráiganme mis herramientas—

—¡No!— Exclamó Rodant —Usted no, mi fraile… ¡Tráiganme al barbero!—

—Con su permiso mi señor. Tengo fe en que mis habilidades han mejorado desde la última vez que traté una herida de este calibre. No debe de ser diferente a sacar la punta de flecha—

El fraile mandó traer sus herramientas, las cuales guardaba envueltos en un polvoroso trapo.

—¿Requiere de mi ayuda en su operación?— Preguntó Laiska.

—Si. Necesito que mi señora aplique su curación cuando extraiga el objeto de la herida—

Ante la atemorizada mirada del anciano, el fraile procedió a hacerle una incisión con un cuchillo calentado con el fuego de las velas.

Rodant aguantó los gritos como pudo, tanto del corte, como en el momento en que el fraile introdujo unas tenazas y empezó a escarbar en su interior. Sin embargo el dolor era demasiado para él y cayó inconsciente.

—Aquí está. Noto algo duro— Con cierta dificultad sacó el objeto y lo remojó en el cazo donde se lavaban los vendajes —¿Qué es esto?— Observó la cabeza de bala aplastada.

—Parece un trozo de metal. Tiene forma de clavo. Tal vez fuese una pieza de la armadura del señor que se introdujo dentro de la herida—

—Es posible. Ahora mismo hay que curar su herida. Présteme su magia, mi señora y recemos a dios para que esta vez la herida se cierre por completo—

Rodant logró salvarse. Tras varias semanas logró recuperarse, pero su estado ya no era el mismo. El vigoroso anciano ahora apenas podía levantarse de su silla, ni hablar de empuñar su espada, la cual reposaba apoyada sobre sus piernas.

Los padres de los guerreros asesinados pidieron la cabeza de Manis, pero Rodant se negaba a darle caza e incluso a poner precio a su cabeza por miedo de que los intentos de asesinato fallaran y que el niño regresara para cumplir su venganza.

Postergó la decisión colocándola en las manos del conde, como una decisión cobarde.

Esperó durante dos meses supervisando a los nuevos reclutas en sus entrenamientos a que estuviesen listos para marchar en ayuda del conde.

Cierto día, sentado en el jardín siendo atendido por sus siervos, notó como una gota de agua cayó sobre su nariz.

—Parece que va a llover— Le habló a su mayordomo —Es bueno para las cosechas. Ya han sido dos días que el cielo fue cubierto por densas nubes que amenazaban a lluvia—

En ese momento un soldado llegó corriendo, se deslizó entre su guardia y llegó hasta él, arrodillándose mientras recuperaba el aliento.

—Mi señor hay un ejército acercándose desde los llanos—

—Son ellos. La guerra ha terminado— Dijo Rodant en un tono triste, pues en su corazón albergaba la oportunidad de ir a guerrear.

—No estoy muy seguro de ello, mi señor—

—¿Qué quieres decir?—

—Portan estandartes que no conozco—

Rodant fue llevado hacia los llanos con ayuda del soldado como de su mayordomo. Cuando llegó hasta la atalaya divisó las banderas que ondeaban claramente con el fuerte viento.

—No puede ser. Esos estandartes son los de las casas de las valquirias y esa es… la corona real del norte. No puede ser— Un frío escalofrío recorrió su cuerpo. El temor de imaginar que sus amos fueron derrotados le paralizó.

—Señor ¿Qué hacemos? Marchan hacia nosotros. A medio día estarán aquí—

—La guerra ha llegado a nosotros— Susurró.

—¿Mi señor?—

—Reúne a todas las tropas— Logró articular el anciano —A los reclutas y a las milicias de la ciudadela y del pueblo ¡Y traedme mi caballo!—

Cuando los mensajeros llegaron al pueblo, al campamento y a la ciudadela se armó un caos.

Tan rápido como pudieron los milicianos, guaridas de la ciudadela, reclutas, soldados, caballeros y voluntarios civiles tanto hombres como mujeres se reunieron. Eran un total de doscientos.

Rodant reunió a los dirigentes de cada facción y trazaron una estrategia para enfrentar al ejército invasor. Tras la reunión marcharon hacia los llanos.

El ejército real encabezado por una valquiria a lomos de un gran Wyvern se desplegó en formación al ver al ejército posicionarse en frente de la aldea dispuestos a plantar batalla.

Los ejércitos del norte se desplegaron en línea por toda la planicie. Se les estimaba más de cinco mil.

La valquiria envió un emisario ofreciéndoles una rendición honrosa, pero Rodant rechazó la oferta confiando en su honor y su lealtad a su señor  y también  en que sus menguadas fuerzas volverían al sentir la guerra en sus carnes.

La guerra empezó. Los arqueros norteños avanzaron y descargaron una lluvia de flechas continua que diezmó sobre todo a los voluntarios que no poseían escudos ni armaduras.

Rodant envió a sus arqueros para responder al fuego enemigo, pero el viento jugaba en favor del norte haciendo que pocas de sus flechas lograsen apenas alcanzar al enemigo.

Cuando vio que los ataques no cesaban ordenó cargar a sus hombres con los escudos en alto mientras la caballería atacaba los flancos.

Los arqueros norteños siguieron disparando hasta que la valquiria ordenó el cese del fuego, al ver que la caballería enemiga se acercaba. Los piqueros tomaron posiciones y empalaron a los jinetes resistiendo la carga, mientras que la infantería confrontaba a los aldeanos.

Rodant al ver que su ejercito era diezmado cabalgó entre la filas enemigas solo, confiando en derrotar a su general en combate singular, pero la lanza de la valquiria le derribó de su caballo.

Cayendo de nuevo mientras sujetaba la lanza que atravesaba su pecho junto con su armadura recordó su enfrentamiento con Manis. La sensación era la misma, sentía que su hora había llegado, con la diferencia de que esta vez no podía gritar debido a la sangre que llenaba su boca. Las gotas de lluvia cayeron sobre sus ojos, esos ojos vacíos de toda vida.

El ejército de doscientos hombres fue destruido y los pocos guerreros que quedaban fueron vencidos y esclavizados. La valquiria cargó contra el pueblo quemándolo como castigo por su oposición.

Manis atravesó bosques, recorrió planicies, llanuras, atravesó escarpados valles y se enfrentó a bestias que vieron en él una presa para saciar su hambre.

Fueron pocos los humanos con los que se encontró. Muchos solo evitaban el contacto y otros le miraban desafiantes, temerosos de sus intimidantes ropajes.

Pocos pueblos vio en su viaje, en ellos aprovechó para reabastecerse de suministros vendiendo las pieles y la carne sobrante que obtenía de sus trofeos.

A veces se asentaba en un sitio donde fabricaba pólvora y balas, para luego proseguir su camino.

Los días pasaban y pasaban. A veces Manis dudaba de lo que estaba haciendo, pero sabía que la corriente convergía en un único punto y esa era su meta. No se encontró con ningún cazador de recompensas, por lo que sospechó que el anciano había aprendido la lección.

Su carretilla se rompió durante el viaje, lo que le obligó a tener que cargar el metal mágico ralentizando más su viaje. No podía repararla a falta de buenos árboles.

Mientras caminaba, un carro tirado por un caballo se acercó a él. Era un carro de madera clara de cuatro ruedas destapado que llevaba un par de toneles. El caballo parecía una vaca con colores marrones y blancos formando manchas en sus cuartos traseros. El cochero era un hombre de avanzada edad de pelo corto gris y barba corta. Vestía un jubón celeste, pantalones marrones claros desgastados y botas largas, la cuales estaban en perfecto estado, casi relucían al sol.

—Parece que llevas una pesada carga— Dijo el cochero con un tono amable. Cuando vio la máscara de Manis se mostró algo sorprendido.

Manis siguió caminando sin prestarle mucha atención. No se fiaba de aquellos que mostraban un tono amable, porque a veces este estaba cargado de veneno.

—No es asunto tuyo—

—Si quieres puedo llevarte. El pueblo más cercano está a medio día a caballo—

—Como dije no es asunto tuyo. Sigue tu camino—

—Venga hombre, hay lobos y dragones, bandidos que cazan aventureros. Es peligroso andar así como así—

—¿Qué es lo que quieres?— Dijo Manis dejando la carga en el suelo y colocando su mano en su revolver disimuladamente.

—Llevarte hasta el pueblo, tengo asuntos ahí—

—¿Y quién te ha dicho que yo voy al pueblo?—

—¿A dónde sino vas?—

—Hasta el pueblo— Dijo el chico tras meditar un momento —¿Cuánto quieres por el viaje?—

—Nada te llevo gratis—

—Que suerte la mía—

—Ya, hombre. Tenemos que ayudarnos entre nosotros, sobre todo en estos tiempos peligrosos ¿Te ayudo con el equipaje?—

—Puedo solo— Dijo Manis colocando su mochila y su contenedor de metal en la parte trasera del carruaje de madera. Se sentó al lado del cochero —Vamos—

—Arre— Gritó tirando de las riendas y el caballo empezó a moverse.

El carro iba dando tumbos con cada roca que encontraba, lo cual hacía el viaje incómodo. Manis se preguntaba cuando la gente inventaría la suspensión cada vez se topaban con una piedra o un bache.

—Que calor hace— Dijo el cochero secándose el sudor de su frente con su manga remangada —¿Tu no tienes calor?—

—Curiosamente no, de hecho estoy muy a gusto—

—Me llamo Deren ¿Y tu?—

—Manis—

—Encantado, Manis— Dijo el cochero extendiendo su mano.

—Lo mismo digo— Contestó Manis dándole un apretón de manos.

—Que buen apretón has dado, un poco más y me arrancas la mano— Bromeó el cochero.

—Oye Deren ¿Qué has querido decir con lo de tiempos peligrosos?—

—¿No has oído las nuevas novas?— Manis negó con la cabeza —Vaya por dios. El norte nos está invadiendo—

—¿En serio? ¿Y qué pasó con los ejércitos que fueron a batallar?— Sabiendo de antemano la respuesta.

—Todos muertos. El nuevo rey terminó con la rebelión y al parecer unos nobles del sur fueron en parte culpables de la rebelión así que el nuevo rey ha jurado marchar contra el sur en una cruzada de venganza ¿Muy poético verdad?—

—Tal como lo has contado. Si—

—Pero la verdad es que van de aldea en aldea masacrando toda oposición. Los ejércitos derrotados se desintegraron. Muchos volvieron a sus casas y otros se convirtieron en bandidos—

—Hablas como si hubieras estado en la guerra—

—Yo no, pero un amigo cercano sí—

—Por cierto ¿No nos hemos alejado de la ruta? Parece que hemos entrado en un bosque— Dijo Manis mirando a su alrededor.

—Es un atajo—

—Un atajo…— Repitió el chico —Mira, Deren, no me pareces mala persona. Si volvemos a la ruta y me llevas al pueblo haré la vista gorda sobre este asunto—

El cochero soltó una carcajada.

—No sé de qué estás hablando—

—Estoy hablando acerca de lo llevas diciendo todo este tiempo. Has dicho que los soldados derrotados se convirtieron en bandidos y tu amigo es soldado, como has dicho. Eres un bandido—

—Eres un chico con mucha imaginación ¿Cuántos años tienes?—

—No es solo imaginación. Llevas una ropa bastante desgastada, lo que quiere decir que vives lejos de las ciudades, pero esas botas son nuevas. Debían pertenecer a un comerciante o a un noble. Y en cuando a mi edad tengo suficientes años como para saber como va a terminar esto. Así que…—

—Ya cállate— Exclamó el cochero jalando de la riendas, deteniendo su carro al tiempo en que sacaba una daga oculta y apuntando con ella al cuello del chico —Si tan listo eras no debiste haber subido ¿O acaso tu mamaíta no te enseñó a no subirte con extraños?—

—¿Qué es lo que quieres?—

—Eres el vagabundo que va de pueblo en pueblo vendiendo pieles y cristales. Debiste haber hecho una buena fortuna ¿No te importaría compartirla con el viejo Deren?—

—Claro señor, le daré todo lo que tengo. Pero por favor, se lo suplico, no me haga daño— Dijo Manis mientras lentamente apartaba el pocho sacando a relucir el cañón que apuntaba directamente a la cabeza del cochero.

Un fugaz disparo y la vida del bandido terminó mientras aún mantenía la sonrisa, pero con un agujero en la frente. El caballo rehinchó asustado saltando a dos patas, pero Manis le agarró de las riendas tirando para evitar que se echara a correr.

—Como pensaba, esto ni de coña es un calibre cincuenta. Solo le he hecho un agujero. Debía haberle explotado la cabeza. En fin, ¿No me has traído aquí confiando en que tu solo me podrías robar? O sí— Miró hacia el bosque —Vamos a ver… ¿Cómo voy a mataros?—

Enfundó el revolver, extendió los cables y saltó hacia los árboles fusionándose con el verde follaje.

Esperando detrás de unos arbustos estaban dispersas nueve personas. Las cuales al ver al ver al cochero muerto se alarmaron. Buscaron entre las copas de los árboles al chico. Dispararon flechas, soltaron conjuros de diferentes elementos incendiando las copas con fuego y rayo, perforando las ramas con afilados trozos de hielo y barro. Y finalmente empezaron a maldecir por su fracaso, hasta que algo cayó al suelo.

Dispararon todo lo que tenían y algunos de sus hechizos comenzaron a rebotar hacia ellos. Cuando los bandidos se quedaron sin recursos, se acercaron al cuerpo se dieron cuenta de que solo era un tronco envuelto en el poncho.

Ya era tarde, todos concentrados alrededor del tronco fueron un blanco fácil para el fuego de ametralladora que los atacó desde los arbustos.

Manis salió de entre los arbustos. Caminó entre los supervivientes que lloraban por su vida. Agarró el poncho que estaba intacto, salvo por algún que otro agujero, pero la armadura de escamas habían aguantado a la perfección.

—No sabía que el Vibranium podía repeler la magia—

Tras ponérselo levantó los cadáveres con sus cables, cuales marionetas de carne. Estos cavaron una fosa profunda, se desvistieron y cargaron todas sus pertenencias en el carro.

—Bien hecho gente, estoy orgulloso de vosotros. Ahora meteos dentro de la fosa y me va a tocar enterraros— Tras tapar la fosa se dirige a donde se encontraba el carro —Bueno caballito. Vamos a presentarnos. Soy Manis, cuarto esminets y líder de la división Z. Como ves he asesinado sistemáticamente a tus amos, lo que me convierte en tu amo ¿Tienes algún nombre?— El caballo simplemente movió la cola —Veo que eres un gran conversador ¿Serías tan amable de llevar al pueblo del que hablaba Deren?— Se subió al carro, tiró de la riendas pero el caballo no se movió —De acuerdo caballito, hemos empezado con mal pie ¡Muévete!— Pateó el trasero del caballo obligando a moverse.

Con mucha dificultad y atascarse en cada bache llegó al pueblo mencionado por Deren.

Este era un pueblo de casas de piedra blanca con tejados rojos, las calles estaban pavimentadas con rocas ligeramente separadas entre sí lo que hacía que el carro tambaleara como si hubiera entrado en campo lleno de baches.

Llegó hasta una herrería donde además de herrar caballos también vendían armas. En esos sitios a veces compraban mercancías, sobre todo si eran bastones de magos. Lo aprendió en sus muchas escaramuzas, donde tuvo que enfrentar a pordioseros que le atacaban sin motivo alguno. Luego descubrió que esa gente pertenecía a una especie de secta que sacrificaba personas.

Tras ponerse de acuerdo con el herrero, le cambió algunos bastones encantados y dagas por dinero y algo de metal mágico.

Mientras descargaba las pertenencias vio un cartel que antes pasó por alto. Era un cartel de madera, con un tejado para proteger el interior de la lluvia. Al verlo Manis pensó que era una especie de casa para pájaros, pero cuando se acercó vio que solo eran losas de madera blancas con el boceto robot de unas personas.

—¿Quiénes son esos?— Le preguntó al herrero.

—Son unos bandidos que trafican con personas. Asaltan a los viajeros, les quitan todas sus pertenencias y los venden a los esclavistas—

—¿Creí que tener esclavos era ilegal?—

—En este reino lo es, pero algunos condados y sobre todo la gente del desierto aun venden personas—

Manis volvió a mirar los paneles. Sabía que esos dibujos los había visto antes, eran los bandidos que asesinó en el bosque.

—¿Ofrecen recompensa por ellos?—

—Si, el número que está debajo de los retratos—

—¿Qué número?— Preguntó Manis mirando por todas partes del cartel —Yo no veo nada—

El herrero salió a verlo.

—Deben de ser esos condenados niños— Se quejó volviendo a entrar dentro de la casa, para luego salir con un par de placas de madera —Es la quinta vez que me roban—

—¿Por qué hacen eso?—

—Juegan a ser caballero y usan estas piezas como espadas— Explicó mientras colocaba las placas debajo de los retratos.

—¿Dónde se cobran las recompensas?—

—En el cuartel, está al lado del torreón ¿Por? ¿Acaso te has concentrado con esos malnacidos?—

—No lo sé. Pero voy a ir a buscarlos—

—Tu verás, son gente peligrosa—

—A lo mejor dejan de serlo cuando me conozcan—

El herrero se rio y le entregó el metal junto a una pequeña bolsa con monedas. Tras contarlas y verificar que todo estaba en orden Manis salió del pueblo y regresó al bosque con más problemas.

Se hizo de noche, por lo que tuvo que acampar y al día siguiente empezó a cavar, no sin antes ahuyentar a algunos animales salvajes que ya estaban oliendo la carne muerta.

—Si lo hubiera sabido de antemano, ya habría cobrado la recompensa— Se quejaba cada vez que sacaba tierra.

Cuando los desenterró los cadáveres se levantaron y se subieron al carro, uno sobre otro. No había mucho espacio en el carro, por lo que tuvo que dejar sus pertenencias en un lugar seguro y luego tapar los cadáveres con una manta.

—Definitivamente voy a tener que a tener que incorporar suspensión a este carro—

De vuelta en el pueblo, Manis se dirigió al torreón, donde en la primera muralla un centinela le detuvo.

—¿Quien va?— Preguntó el centinela alzando la mano como señal a sus compañeros, quienes tensaban los arcos apuntando al chico con sus flechas.

—Vengo a por las recompensas por los bandidos esclavistas— Para verificar destapó la tela revelando los cadáveres.

Se levantó el rastrillo permitiendo que Manis entrase a dentro del recinto. Una vez ahí fue a la casa del capitán, quien verificó los cadáveres.

—¿Por qué están desnudos?— Preguntó el capitán.

—Porque no tenía ni idea de que había recompensa por sus cabezas—

El capitán le miró sorprendido.

—Me estás diciendo que los acabas de desenterrar—

—Si ¿Hay algún problema con ello?—

—No, ninguno. Enseguida te damos la recompensa. Pasemos a dentro— Manis siguió al capitán al interior de su despacho. El capitán sacó una botella de vino y llenó dos tazas de metal —¿Queréis?— Manis negó con la cabeza —Una buena cosecha. Vos también habéis tenido la vuestra ¿Puedo preguntaros como habéis logrado eliminarles?—

—De la forma más cruel posible— Respondió Manis.

—Ya veo— Contestó el capitán dándole otro sorbo a su vino. En ese momento un solado entró por la puerta contigua con una pequeña bolsa —Que suerte. Tomad vuestro dinero y marchaos— Manis tomó la bolsa, pero ignoró la orden de irse. Se acercó a la mesa y empezó a contar las monedas —¿Está sordo? Le he dicho, que puede irse—

—Aquí faltan monedas—

—Gabi, acompaña a nuestro cazador a la salida—

—Aquí faltan monedas— Repitió Manis lanzándole una mirada asesina al capitán.

—Acompáñeme— Habló Gabi agarrando el hombro de Manis, quien le rompió la nariz de un codazo.

—Es posible que el sordo seas tú. Repito una última vez más, aquí faltan monedas ¿Dónde está el resto de la recompensa?—

—¡A mi la guardia!— Exclamó el capitán intentando sacar una daga, pero la bayoneta fue más rápida y le clavó la mano a la mesa antes de poder desenvainar. De inmediato entraron dos hombres armados.

—Me has preguntado como he matado a esos bandidos ¿Quieres saberlo? Los maté de la misma forma en la que mataré a los tres payasos que están detrás de mí, a ti y a cada escoria estafadora que habite en esta malnacida torre—

—La recompensa total, solo te la daría si estuvieran vivos. Algunos siguiera estaban enteros y además de que solo has matado a la mitad de la banda, el resto siguen por ahí— Habló como pudo mientras soportaba el dolor del acero en su brazo.

—En el cartel no especificaba estado. Quiero la recompensa completa de todas las cabezas que te he traído. Ya. O los dos que se están acercando se sumarán a la cuenta—

Los soldados se detuvieron cuando el capitán alzó la mano.

—Traed rápido todo el dinero— Dijo haciendo señas.

Uno de los dos corrió a dentro de la sala del tesoro y trajo todas las monedas restantes, Manis las contó y las guardó en la bolsa. Liberó al capitán quien exigió ayuda médica.

—La próxima vez que intentes estafar a alguien— Habló mientras limpiaba la bayoneta con la tela de la bandera que servía a modo cubre mesas —Acuérdate de mí— Envainó la bayoneta y se marchó.

 Se subió al carro y a duras penas hizo que el caballo empezara a moverse. Llegó hasta el rastrillo de la puerta principal.

—¿Qué demonios pasó ahí dentro?— Preguntó el centinela ahora en el suelo.

—Nada, un pequeño malentendido. Todo está arreglado. Abre la reja—

—Lo siento, pero debe de ser el capitán el que me de la orden—

—¿Tenemos aquí también un malentendido?— Preguntó bajándose del carro y encarando al centinela —Ábrela—

—Tengo órdenes—

Manis sacó su revolver y lo colocó debajo de la cabeza del soldado.

—¿Ofrecen alguna recompensa por tu cabeza?— Amartilló el revolver. Tras un corto pero intenso momento de tensión, el centinela cedió. No por el revolver, sino por el aura asesina del chico —Por fin, alguien con la suficiente inteligencia para seguir con vida— Devolvió el martillo a su posición normal y enfundó el arma.

El rastrillo se levantó dejando al carro salir del recinto.

Manis no respiró aliviado hasta que perdió de vista el torreón y recuperó el metal mágico junto a todas sus pertenencias que había guardado en la copa de un árbol.

—Bueno caballito. Ahora que les hemos dado un final digno a tus antiguos amos ¿Qué te parece si me ayudas a regresar a casa? Pero antes voy a hacer esto—

Ató con una cuerda al cuello del corcel y lo ató a un árbol. Liberó al caballo del carro.

Reunió todas las tocas que pudo colocándolas debajo del carro, levantando un poco al mismo con cada rueda.

Con la sierra separó la rueda del chasis. Sacó del metal dos piezas con forma de una esfera partida en cuatro partes.

La primera pieza que iría atornillada en cada una de las ruedas. Esta soportaría la suspensión, la consistía en un grueso resorte de acero. Este resorte iría acoplado a la segunda pieza la cual estaría atornillada al chasis del carro.

Cuando terminó de ajustar las ruedas se dio cuenta de que había hecho que el carro fuese más elevado, lo cual era un problema, pues al atarlo de nuevo al caballo lo inclinaría hacia delante.

La solución que se le ocurrió era cortar las varas y bajarlas unos centímetros con un taco de madera como intermedio.

Fue a cortar un árbol, joven, mientras el caballo pastaba tranquilamente la hierba.

Tras ajustar las varas y dejarlas como al principio, ató el caballo de nuevo al carro, asegurándose de que las correas estuviesen bien sujetas tanto al animal como al carro.

Se subió al vehículo y con una caña que simulaba un látigo azotó al caballo para que comenzase a andar.

—Así sí. Ya no se notan tanto los baches ¿No caballito?— El caballo se limitó a seguir caminando —Si, yo también estoy contento. Un buen carro para un buen hombre. Ahora de vuelta a casa—


Cabalgó dirigiéndose hacia la puesta del sol.



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