Isekai genérico capítulo 6



Capítulo 6:



Armas modernas en tiempos antiguos


Las tropas del caudillo aguantaron la llegada de refuerzos. Cuando las ventiscas amainaron, se lanzaron a la ofensiva, pero descubrieron que el camino estaba lleno de trampas que los obligaron a ir por el paso del desfiladero, donde se encontraron con emboscadas periódicas.

A pesar de las escaramuzas el ejército de más de cien mil hombres llegó hasta las llanuras heladas. Vislumbraron la nueva capital junto al ejército que salía a encontrarse con ellos. Al frente estaba el nuevo rey, un chico joven rodeado por las valquirias leales.

Se produjo la batalla de los campos helados. Un encuentro histórico donde las fuerzas de la corona con cincuenta mil soldados infligieron una severa derrota al caudillo.

En una arriesgada e innovadora táctica militar, la caballería del rey ataviada del mismo color que la nieve flanqueó las fuerzas del caudillo tomando tomándolos por sorpresa en una carga desde atrás la cual desestabilizó la formación de los lanceros. Un ataque coordinado por el frente acabó con las fuerzas desorganizadas.

Las bajas en el ejército del caudillo fueron muy elevadas, al igual que los nobles del sur que sufrieron pérdidas importantes.

El caudillo lanzó una carga de caballería contra los arqueros y magos que no paraban de lanzar flechas de metal y hielo afilado. Era una táctica desesperada para dar la vuelta a la batalla, pues confiaba en la robustez de sus hombres, sin embargo las formación en columna de los lanceros detuvo el ataque.

La guerra estaba perdida para el caudillo. Sin embargo una repentina e inesperada ventisca azotó el campo de batalla obligando a ambos ejércitos a replegarse para reunirse.

Los dioses habían dado una segunda oportunidad al caudillo, quien decidió retar al rey un segundo encontró en un terreno más neutral.




Siguiendo la ruta que trazó desde la cima de la montaña, Manis recorrió el bosque en busca de ese claro.

En unas partes el bosque era accesible y en otras era intransitable. Raíces que se levantaban de suelo, rocas cubiertas por nieve y musgo resbaladizo, arbustos secos e impenetrables, animales escondidos y demás obstáculos.

Finalmente, a duras penas encontró el claro.

Ante Manis se extendía una zona despejada con apenas vegetación que colindaba con un pequeño lago de aguas congeladas.

Inspeccionando el lugar poco pudo encontrar salvo nieve y rocas. Los claros eran el paraíso para los herbívoros y los animales que viven en madrigueras. Sin embargo también era perfecto para Manis, quien buscaba un nuevo emplazamiento para fundar un nuevo campamento.

—Decidido, me instalaré aquí—

Antes de empezar la mudanza, decidió crear una ruta directa con su base actual ya que llegar al claro era algo difícil.

Regresó siguiendo sus propios pasos hasta llegar al pueblo. Exploró diferentes rutas y eligió una que daba un rodeo, pero tenía menos obstáculos.

Con ayuda de la pala desplegable abrió camino tanto partiendo troncos, retirando rocas, poco a poco creando una ruta accesible.

Una vez limpios los escombros más grandes, abrió un camino con su pala retirando la nieve y recortando los arbustos.

Cuando llegó al campamento reunió todas sus pertenencias como carbón, jabones, cal, cuerda, sartenes y demás jarrones para poco a poco llevarlos al nuevo campamento. La bañera de piedra, los hornos, la tienda tipi y la purificadora de agua las dejó.

En el nuevo campamento observó que los árboles estaban a una distancia justa para construir una tienda vikinga. La tienda de campaña tipi era acogedora, pero demasiado pequeña.

Montó su sierra desplegable y salió en busca de árboles de cierto grosor.

Manis no era un ecologista por lo que no aplicaba métodos no sostenibles y cortaba los árboles que necesitaba sin preocuparse de que ningún gobierno le multara por hacerlo.

Eligió aquellos que no eran muy gruesos, porque tenía que cargarlos ni tampoco muy delgados o si no la tienda se vendría abajo. Si el tronco era demasiado largo lo cortaba en dos y luego cargaba ambas partes al campamento.

Levantó un tronco entre los dos árboles midiendo a ojo cuanto debía volver a cortar el tronco y luego lo dejó en el suelo.

Agarró el segundo tronco y empezó a cortarlo en trozos de un metro de longitud.

Usando la pala desplegable a modo de hacha partió uno de los pedazos. Empezó con un corte en un extremo y luego otro corte en el otro extremo. Girando la pala partió fácilmente el tronco y luego repitió el proceso partiéndolo en partes finos hasta llegar a un punto en el que ya no se podía dividir el tronco.

Agarró la madera más fina y raspó la madera con el filo de su pala consiguiendo finas tiras de madera. Apiló las tiras. Sacó su pedernal, rascó con la placa de acero la barra de magnesio haciendo que las virutas se entremezclaran con las tiras de madera. Colocó el pedernal en posición vertical para rascar la barra de ferrocerio. Bastó una chispa para encender las fibras de magnesio que a su vez encendieron la las tiras de madera.

Juntó los trozos cortados alrededor del fuego. Dejó que se levantara la hoguera.

Sacó de la nevera un pedazo grande de carne que consiguió de un animal salvaje que tuvo la desgracia de cruzarse en su camino. Colgó sobre una rama alta el pedazo de carne. En el frio del invierno la carne se mantenía fresca bastante tiempo y no había moscas ni insectos que contaminaran la comida.

Mientras se levantaba el fuego fue a conseguir más troncos de madera. Reunió troncos que consideró suficientes. Eligió dos que tenían ramas gruesas y las recortó en forma de Y. Esos troncos los colocó sobre los árboles pilares formando un triángulo rectángulo. Sobre los mismos colocó otro tronco para asegurar su estabilidad, luego se subió encima y ejerció presión usando el peso de todo su cuerpo haciendo que los troncos quedases firmemente clavados en el suelo, asegurando la estructura.

Fue a la hoguera, agarró la sartén y la  colocó sobre las brasas. Colocó un pedazo de grasa y dejó que se fundiera. Tendió la piel a modo de alfombra.

Se acercó al borde de la orilla con su pala, se arrodilló y tomó un sorbo de agua de su bota. Rompió el hielo y limpió con jabón el filo de la pala, luego cuando estuvo completamente limpia fue a cortar dos pedazos de carne.

Colocó ambos pedazos en la sartén. No tenía sal, pero supo donde encontrar especias de boca del fraile. Esas especias imitaban el sabor del romero y del orégano.

—Ojalá esos cabrones me dieran un poco de aceite de oliva y sal— Habló consigo mismo —También podría robarlo ¿Quién me lo iba a impedir?— Miró sus músculos los cuales ya se habían desarrollado bastante gracias a su alimentación y entrenamiento.

Con su tenedor agarró un pedazo jugoso y le dio un mordisco. Disfrutó sintiendo como los jugos inundaban su paladar. Bebió agua después de tragar la comida.

—Esto se como ir de camping, un camping interminable—

Al terminar de comer lavó la sartén y la guardó junto con el resto de los utensilios.

Se acercó a la pila de troncos. Cogió uno y lo colocó sobre el poste. Cortó la parte que sobresalía. Luego usando ese tronco como referencia cortó los demás.

Colocó cada tronco en orden sobre el poste de madera. Los aseguró bien, uno al lado del otro.

Agarró piedras te tamaño medio y las colocó sobre la base de la columna de troncos, asegurando la estructura.

En el bosque había zonas elevadas donde crecía el musgo. Para extraerlo, limpió la nieve con la pala y con la misma extrajo el musgo. Lo colocó sobre la cesta y lo llevó hasta el campamento.

Desde la base empezó a colocar los trozos de musgo uno al lado de otro consiguiendo un techo natural que tapó los agujeros entre los troncos.

Sintiendo como el frio se hacía cada vez más evidente, a pesar de los guantes sus dedos empezaban a congelarse. Dejó lo que estaba haciendo y se acercó a la hoguera. Añadió más leña y calentó sus manos.

Cortó tres pedazos de carne más y los clavó sobre una rama, esta la clavó sobre la hoguera.

Mientras la comida se hacía, cogió los dos de los troncos más largos y los colocó a ambos lados de la tienda. Sobre los mismos apiló troncos creando un techo horizontal. Midió la longitud de estos postes con usando su sierra como referencia y fue a buscar otro árbol que talar ya que se quedó sin troncos.

Encontró un árbol, lo recortó y lo midió, marcando los puntos que debía cortar. Trajo el nuevo tronco y lo colocó sobre los demás terminando el tejado.

Por el camino encontró lechuga silvestre que también recogió.

Lavó la lechuga. Se acercó de nuevo a la hoguera y vio que su carne ya estaba en su punto. Quería aprovechar y comer todo lo que pudiera ya que esta noche no cenaría debido a la racionalización.

Envolvió los trozos de carne en la lechuga y los comió como si fueran un bocadillo si pan ni queso.

Los dos troncos largos sirvieron como soporte para colocar más troncos sobre el tejado de musgo. Los aseguró con una rama en forma de Y colocada verticalmente. Sobre ese nuevo techo colocó más musgo. Si llovía o nevaba, el agua no se filtraría.

Los troncos recortados los colocó en el interior trazando dos raíles. Colocó más piedras para asegurar su sugestión. Sobre los raíles colocó más troncos consiguiendo un suelo de madera a ras de la tierra.

Para terminar la tienda colocó troncos a ambos lados de la estructura a modo de paredes. Trajo más piedras para su sugestión y más musgo para sellar las paredes. Para rematar la obra, puso algunos trozos de madera que encontró tirados por el bosque, estos trozos servían para mantener el musgo en su sitio.

Cuando vio que le quedaba poca luz, guardó la carne dentro de la nevera y esta la movió junto a los demás jarrones al interior de la tienda.

En un principio pensaba hacer dos tiendas, una para él y otra de almacén, sin embargo esta ya era lo suficientemente grande como para resguardar a ambos.

Al día siguiente decidió construir un purificador de agua más grande que permita tener más agua potable en verano, mientras que el otro lo usaría para obtener aceites para fabricar más jabones, los cuales se le acababan.

Cavó un agujero y metió dentro una gran cantidad de barro, arcilla, agua. Removió con un palo como si preparara la masa del pan. Añadía constantemente ceniza para que cuando encendiera el horno, este no se fracturara, como pasó con el otro. Eso evitaría volver a arreglarlo cada vez que encendiera el fuego.

Igualó el terreno y lo rellenó con mortero hecho en base de cal, arena y agua. En los alrededores colocó la masa hasta formar un círculo completo. Retiró una parte delante y ambas por los lados para la hacer la rejilla de ventilación y pozo de cenizas.

Añadió capas de masa formando una estructura. Colocó ramas de madera formando un techo y lo cubrió de barro que luego agujereó. Debajo encendió un fuego y siguió ampliando la estructura.

Para los respiradores, en lugar de corteza cruzada usó dos láminas de madera.

Siguió montando la estructura hasta que consiguió una copia de su horno a una escala mayor.

Mientras dejaba que el horno se endureciera hizo un nuevo purificador de agua. Como tenía ya la tetera, solo tuvo que hacer la base. El problema era el tubo. Para ello agarró uno de los troncos cilíndricos cortados que sobraron.

Usando la cuchilla de la pala multiusos limpió el tronco hasta que quedó limpio y recto.

Existía una técnica antigua para agujerear madera que deseaba probar.

Colocó el tronco en posición vertical. Con unas pinzas de madera, agarró una de las brasas de cabrón ardiente y la colocó justo en el centro del tronco ayudándose de los anillos que estaban dibujados. Con una pajita de caña sopló sobre la brasa avivando el fuego.

La técnica consistía en hacer arder la brasa de forma controlada para que quemara solo una parte de la madera.

Tras un rato soplando, casi se hiperventila, pero comprobó con satisfacción que el método funcionaba.

Rascó el tronco agujereado con la cuchilla de la pala y aligeró los bordes hasta conseguir el tubo deseado. Colocando hojas, corteza o cualquier cosa que hiciera de filtro para que el vapor se condensara. Un mayor tubo permitía mayor retención de vapor con lo que la producción de agua aumentaría.

Tras llenar la bota de agua decidió regresar a la aldea.

Al llegar observó que la gente se estaba reuniendo en la entrada. Shirin, quien seguía  a la muchedumbre se acercó a Manis.

—¿Qué está pasando?— Preguntó Manis.

—¡¿No te has entrerado?!— Exclamó la mujer gato con sorpresa —El… este, ya sabes ha venido a visitar al conde y ha traído a un ejército—

—No, no sé de lo que me estás hablando—

Shirin le agarró de la mano y le arrastró con ella. Se adentraron entre la multitud y se posicionaron al principio de la fila.

En la entrada del pueblo un ejército de quinientos hombres estaba desfilando en dirección a la casa del conde. Avanzaban en una supuesta formación en fila, pero de forma un poco desorganizada.

—Caballería ligera, arqueros, lanceros ¿O son alabarderos? Aunque también pueden ser piqueros…—

—¿Qué estás murmurando?— Preguntó Shirin.

—También hay espadachines, arqueros y algunos ballesteros. Pero no veo arcabuceros ni tampoco cañoneros ¿Será que todavía no saben lo que es la pólvora?— Señaló  a los soldados, pero la gata no llegó a entenderle.

No todos tenían armaduras, algunos solo portaban armas de aspecto bastante simple. Tampoco llevaban un uniforme, o insignia, pero estaban mucho más abrigados que los pueblerinos.

Estaban divididos en grupos alrededor de un portaestandarte que llevaba una bardera, pero cada bandera era diferente.

—Ah, ya se han ido— Dijo Shirin —Pues no parecían tantos—

—Si había más mozos de cuadra, escuderos y tamborileros que soldados, a no ser que ellos también vayan a combatir por no hablar de esos que vestían túnicas de colores ¿Acaso los sextantes también van a la guerra? ¿Oye niña-gata sabes cuanto tiempo van a quedarse aquí?—

—Ni idea— Ronroneó. Vio como Manis se marchaba —Oye ¿A dónde vas?—

—Si van a quedarse, lo harán en un campamento a parte. Voy a hacerles una visita—

—¿Eh, se puede hacer eso? Voy contigo—

El líder del ejército, el duque llegó con un pequeño destacamento de tres hombres a la casa del conde.

—Salud, duque Folkmond— Proclamó el conde Vurmund —He aguardado vuestra llegada—

—Salud, sobrino— Exclamó el duque descabalgando —Me alegro de verte—

Ambos se encontraron con un fuerte abrazo.

—Recibí vuestra carta, puedo saber qué os trae a mi humilde morada—

—Vayamos dentro—

—Como gustes. Mi casa es vuestra para lo que necesitéis—

Ambos entraron y se dirigieron al salón de reuniones, donde se sentaron junto a una mesa de madera. Una sirvienta tajo a la mesa pan, miel, fruta, mermelada y mucho vino.

—Mi querido sobrino ¿Puedo saber como has estado todo este tiempo?—

—Estoy haciendo buen uso de las posesiones legadas por mi honorable padre. Tal como me aconsejasteis he escuchado los sabios consejos del maestro Dredmir. Fue de mucha ayuda que me lo hayáis enviado—

—Todo es poco para el hijo de mi querido hermano. Aun lloramos su pérdida en nuestra casa ¿Lloráis la pérdida de vuestro padre?—

—Cada día me despierto con la sensación de verlo en el jardín practicando el arte de la guerra—

—Tienes que ser duro. Son tiempos difíciles. Como habrás sabido hay una guerra en el norte—

—¿Tomaréis parte en la contienda?—

—Es obvio. He traído a una parte de mis hombres, junto con algunos mercenarios con los que nos hemos topado en el camino. El resto del ejército tomó una ruta alternativa. Estarán bordeando las montañas mientras hablamos. Dentro de tres días se unirán a nosotros y partiremos al norte. Por lo que disfrutaré de tu hospitalidad en ese tiempo—

—Será un honor ser su anfitrión durante su hospedaje. Sin embargo he de preguntaros por la división de vuestro ejército—

—Es una táctica que ideé. En los bosques abundan bandidos, secuestradores y demás calaña. He pensado que tendré menos posibilidades de ser atacado si divido mis tropas. Así siembro la incertidumbre en el enemigo y mientras decide qué bando atacar, nosotros ya estamos aquí—

—Una muy astuta estrategia. Me recordáis a mi padre. A él también le apasionaba el arte de la guerra. Si me permitís otra pregunta ¿Con qué fin vais a la guerra? Tengo entendido que en el norte se desarrolla una guerra civil—

El duque sonrió, como esperando que el conde liberara la pregunta de sus labios. Sacó un trozo de pergamino enrollado. Un papel de buena calidad fue desplegado y en él estaba dibujado con tinta negra azulada, un mapa.

—Hará lunas, en la estación predecesora recibí una carta de un caudillo que mantenía una guerra contra el rey del norte. Pidió mi ayuda en su empresa y accedí a cambio de condiciones— Señaló una parte del mapa —Como ves, ese es el ducado de Terpsichka, quiero anexionarlo a mis tierras— Sus ojos brillaron cuando habló de la tierra.

—Por eso campáis a la guerra—

—Es mucho más que eso— Delineó con sus dedos por el mapa trazando un borde donde había una línea de puntos —Terpsichka está colindando con el mar del oeste y posee autoridad sobre los estrechos de los ríos de las serpientes. Si consigo anexionar este territorio abriremos una ruta comercial marítima. Marítima, sobrino ¿Sabes lo que es eso? Además de que las tierras de los ríos proveen diferentes cultivos y muy variados. Unidos a los nuestros modernizaremos nuestras tierras, generaremos grandes riquezas y llenaremos los libros con el nombre de nuestra familia—

—Imagino que la familia real comparte vuestra opinión—

—Ellos desde hace tiempo buscan deshacerse de sus enemigos. Si yo, como mediador establezco una alianza con el caudillo cuando tome el trono, el rey me convertirá en el noble más poderoso del reino. Los nuevos territorios que conquistaremos te los dejaré a ti—

—Cumpliré sus expectativas. Impartiré justicia sobre las tierras conquistadas—

—Hijo. Este es el sueño de nuestra familia. Nuestro legado— Enrolló de nuevo el mapa y lo volvió a guardar —Pero no hablemos más de ambiciones. Contadme ¿Ya habéis posado vuestra mirada en alguna doncella?—

El conde se ruborizó y negó enérgicamente.

—Todavía no tengo interés en contraer matrimonio. Hay un proyecto en el cual estoy volcando toda mi atención—

—Me escribisteis acerca de ello ¿Era algo del ejército?—

—Si, bueno. Como sabréis contratar mercenarios es algo costoso, por eso se me ocurrió un método para conseguir buenos soldados. La idea es coger niños y criarlos hasta que tengan el mínimo de edad para enviarlos a los barracones ¿Qué te parece?—

—Me parece una forma muy costosa de aumentar el ejército. A la larga es posible que gastes más en formar unos soldados que contratar un ejército de mercenarios—

—Pero serían soldados completamente leales y bien entrenados. Vos siempre decís que es muy difícil asegurar la lealtad de los mercenarios. Este sería un método alternativo más eficiente—

El duque esperó hasta que su sobrino terminase de hablar para lanzar su pregunta.

—Quiero haceros una pregunta ¿Planeáis estar en continua guerra?— El conde negó con la cabeza —Bien. Porque la idea que me proponéis es criar soldados, pero hay una gran diferencia entre soldados estatales y mercenarios y es la experiencia de combate ¿Poseen tus soldados esa experiencia? ¿Has estado en guerra últimamente?—

Bastó una simple pregunta lógica para desmontar todo el proyecto del conde. Quien mostró inseguridad en continuar una conversación cuyo resultado podía deducir de antemano.

—No, señor. Pero veo que tenéis razón. Solo quería tener suficientes efectivos para una emergencia—

—Creo que os equivocáis. En ningún momento dije que fuese una mala idea—

Las palabras del duque devolvieron las esperanzas al conde.

—Si bien es una buena idea contar con más efectivos, un ejército nunca podrá ser al completo de soldados leales. Los mercenarios forman una parte importante y eso ya te lo expliqué y espero que Dredmir te lo recuerde. Los números no siempre son todo. Hay una gran diferencia entre un soldado y un guerrero ¿Sabéis a lo que me refiero?—

—A la obediencia y al desempeño en su trabajo—

—Eso es, los guerreros curtidos hacen mejor su labor que los soldados adiestrados y esa labor como todo tiene un precio. La victoria se mide en la calidad—

—Atesoraré sus sabios consejos—

—Espero que lo hagáis. Dedicaos a cultivaros a vos mismo y gobernaréis mejor. En respecto a la idea de los soldados criados, tengo mis dudas, pero… con una buena instrucción, es posible que rindan mejor en el campo de batalla—

—Gracias tío—

Ambos brindaron y siguieron conversando sobre temas más triviales. Mientras tanto Manis, acompañado de Shirin llegaron al lugar donde se instalaron los hombres del duque.

—No deberíamos estar aquí— Dijo Shirin mirando a todos lados alterada mientras se aferraba al poncho de Manis.

—Pues vuelve a la posada ¿Qué te ha dado hoy por seguirme?—

—Madre me dijo que te vigilara—

—Eso fue hace meses y desististe al poco rato ¿Qué te hizo recordarlo?—

La chica se limitó a hacer un puchero incapaz de seguir el razonamiento del chico.

—¿Qué estamos haciendo aquí?— Preguntó Shirin.

—Buscando a alguien—

—¿A quién?—

—A quien sea—

En el campamento los soldados estaban ocupados montando las tiendas, los establos y construyendo defensas.

Uno de los mozos de cuadra se percató de ambos intrusos husmeando y se acercó a ellos.

—No os conozco ¿Qué hacéis aquí?— Preguntó el mozo de cuadra.

—¿Quién eres?— Preguntó Manis sin andarse con rodeos.

—Eso es lo que estoy preguntando yo— Se quejó el mozo.

—Aquí soy yo el que hace las preguntas. Por tu pinta diría que eres un mozo de cuadra ¿Me equivoco?— El chico de cabello castaño claro asintió —Veo que tenéis muchas banderas diferentes ¿Sois divisiones del ejército de este país?—

—¿Eh? No. No sé de qué estás hablando. Nosotros somos la compañía de los ríos bravos de Husburg—

—Mercenarios…— Dijo Manis frunciendo el ceño y apretando los puños.

En ese momento otro hombre se acercó al grupo. Vestía unas ropas ajustadas sin bolsillos compuestos por diferentes colores llamativos. Llevaba una espada atada al cinto.

—¡Qué demonios estáis haciendo!—

—Señor Barlen— Exclamó el mozo.

—¿Qué haces aquí perdiendo el tiempo?— Barlen regañó al mozo.

—Unos intrusos se colaron en el campamento—

—¿Intrusos, donde?— El mozo señaló a Manis y a Shirin —Quienes son—

—No lo sé, pero el chico dice que él es quien hace las preguntas—

—¿Ah si?—

—¿Tienes algún problema con ello?— Preguntó Manis desafiante.

—Vaya, un tipo duro. Te cuelas en nuestro campamento como un noble en su casa y encima buscas pelea. Veo que hay que enseñarte modales—

—Un mercenario enseñando modales. El chiste se cuenta solo—

Barlen desenvainó la espada. El sonido del metal saliendo de la vaina llamó la atención de un par de compañeros suyos. El mozo de cuadras retrocedió asustado. Shirin se agachó cubriéndose la cabeza y Manis permanecía impasible liberando sus cables con disimulo.

—Saca la lengua para que te la corte— Ordenó Barlen.

—Bájate tu los pantalones para que te de por culo— Respondió Manis.

Barlen se acercó a Manis, levantó su espada trazando un corte en diagonal, pero para su sorpresa la espada se detuvo a mitad de camino. Manis se acercó al mismo tiempo pasó por debajo de la espada, le agarró a Barlen por la muñeca y se la torció hacia dentro obligándole a soltar la espada. Un rodillazo conectado a su entrepierna puso de rodillas a su adversario, puso su otra mano sobre el hombro de Barlen y le tiró al suelo terminando la pelea.

—La próxima vez vas a enseñarle modales a tu puta madre ¿Comprendes?— Habló Manis en un tono amenazante. Mientras doblaba más la mano del mercenario.

—Comprendo— Logró decir Barlen mientras aguantaba el dolor tratando de mantener el orgullo que aun le quedaba, pero en el fondo quería echarse a llorar.

—¿Cuánto tiempo vais a estar aquí?—

—Unos… tres lunas, hasta que lleguen nuestros refuerzos…—

—Bien. No quiero verte por el pueblo ¿Entendido?— Manis deshizo su agarre liberando al mercenario —Esto es todo lo que quería saber. Adiós— Dijo marchándose.

—¿Ya ha terminado?— Preguntó Shirin abriendo un ojo. Vio a un humillado Barlen en el suelo intentando levantarse con ayuda de su mozo. Miró por todos lados buscando a su compañero, y lo vio saliendo del campamento —¡Espérame, no me dejes aquí!—

De vuelta en el pueblo Shirin le contó a Laiska todo lo que pasó. La cara de Laiska se puso completamente blanca y fue a confrontar al chico.

—¡¿Has perdido completamente la cabeza?!— Exclamó Laiska completamente histérica —¡¿Cómo se te ocurre meterte en un campamento del ejército?!— A veces respiraba entre grito y grito —¡¿Buscas que te maten? ¿O que nos maten a todos?!—

—¡Ya cállate de una vez!— Gritó Manis repentinamente acallándola con su espontánea reacción —¡Tu no eres nadie para decirme qué puedo o no hacer, y más si hay un todo un ejército de mercenarios acampados al lado!—

—¡Que haya un ejército o no eso no es asunto tuyo, la política es cosa del conde, no de un huérfano indisciplinado!—

—¡¿Qué no es asunto mío?! Para tu información ningún maldito conde parido por una fulana va a decidir como tengo  que vivir mi vida—

Laiska aguantó más le soltó una fuerte bofetada.

—¡Es gracias a ese hombre que tienes un techo donde dormir y comida que llevar a la boca!—

—¿Techo?... ¡¿De qué techo hablas?! De ese podrido que rompe a cada rato ¿De ese que no aísla el frío?  ¿O el de las goteras? Y la comida ¿De qué comida me hablas? ¡Hace ya catorce días que estamos racionando el desayuno y la cena y el almuerzo son tres migajas de pan en agua y una sopa con solo agua! ¿De qué comida me hablas? Tu conde es un inútil incapaz de gestionar nada y lo peor de todo es que cada invierno es lo mismo y nadie hace nada. Gestión de mierda—

—¡Tu no tienes derecho a insultarle, van a meterte ejecutarte por eso!—

—¡Gestión de mierda he dicho! ¿Cuántos más van a tener que morir solo para que lo entiendas?—

—¡Hablas por hablar, todos hacemos lo que podemos ¿Acaso lo harías mejor?!—

—¡Cualquiera lo haría mejor! ¡Que no entiendes que soy incapaz de dormir tranquilo con esos mercenarios ahí fuera!—

—¡Pues márchate, si tanto quieres irte!—

—Eso es lo que estaba haciendo— Manis salió de la casa abriendo la puerta de una patada que mandó a volar la puerta —Volveré cuando se vayan, si es que se van—

Laiska se volvió hacia el público que estaba mirando a distancia la discusión. De un grito los dispersó a todos.

Manis se marchó a su campamento del bosque. Durante los tres días sobrevivió como siempre lo había hecho. Cazando y recolectando. En su nevera tenía carne para una semana, carne seca, verduras, frutas, bayas, pescado, aceite de grasa. Durante el resto del tiempo subía a la cima a la montaña y espiaba al ejército con la mira telescópica.

A veces se encontraba con Valahir, quien de alguna manera estaba consciente de su situación. Le ofreció pasar su estancia en el templo, a lo que Manis rechazó, diciéndole que volvería cuando el ejército se marcharía. Pero el fraile insistió y le ofreció dormir encima de los establos donde los viajeros guardaban a sus caballos entre otras bestias. Manis volvió a rechazarlo argumentando que tal vez le busquen en el templo.

La paliza que Manis le propinó a Barlen le incapacitó para tomar la espada. Su jefe mandó buscar al responsable de derrotar a uno de sus capitanes. Buscaron a Manis tanto en el pueblo como en el bosque, pero no lograron hallar al chico, pero este les siguió la pista durante todo el tiempo, incluso se sintió tentado de acabar con ellos uno a uno hasta que no quedase nadie, pero sabía que aquello le traería más problemas de los que tenía.

Los tres días pasaron y al atardecer del tercer día, llegó el resto del ejército del duque. Al cuarto día, por la mañana todo el ejército del duque partió al norte.

Los días de la tranquilidad volvieron al pueblo. Manis volvió a la casa, casi estuvo a punto de volver a irse, pero Laiska cedió y dejó que se quedara.

La experiencia había hecho reflexionar al chico. Mientras vigilaba a los soldados que peinaban el bosque, se dio cuenta aun teniendo sus letales cables, seguía limitado en cuando a poder ofensivo.

En este mundo no solo había ejércitos compuestos por humanos y no tan humanos, sino que ahí fuera había más bestias peligrosas. Si bien controló a los depredadores con sus cables estos en un futuro podrían llegar a ser inútiles frente a algún enemigo que escape de la lógica humana.

—Creo que ya es hora de fabricar pólvora—

Puso sus esperanzas de sobrevivir en las armas modernas.

Lejos del claro entre dos árboles cavó un agujero. Preparó mortero para rellenar el agujero. Encendió un fuego en el centro para que el mortero se solidificara más rápido.

Cubrió el agujero con ramas y regresó al campamento. Agarró su sierra para ir a cortar más arboles.

Trajo dos troncos delgados, los recortó para que ambos tuviesen la misma longitud. Taladró agujeros colocando carbón sobre la madera y soplando.

Calvó palos de madera en los agujeros de longitud ascendente. Con ayuda de una roca a modo de martillo montó una estructura similar a una escalera. En el centro clavó dos palos mirando hacia arriba, estos formaban un triangulo en cada tronco. Ató los extremos para una mejor fijación.

Buscó el tocón de un árbol que había cortado anteriormente. Lo volvió a cortar para obtener un disco de madera de unos treinta centímetros de grosor.

Llevó el disco al campamento y allí taladró en el centro un agujero por el cual metió un palo del mismo grosor. Ese palo lo encajó en los primeros agujeros de la escalera.

—Bien, ahora solo falta el contenedor—

Para el contenedor agarró varios troncos y los apiló unos obre otro hasta formar un cuadro. Repitió el proceso creando cuatro cuadros más.

Colocó un cuadro más grande y rectangular sobre el suelo. En los bordes colocó otro a su lado y unió ambos con cuerda. En cada borde ató otro cuadro. Luego levantó dos de ellos y los ató entre sí formando un ángulo, hizo lo mismo con los demás creando una caja de madera.

Colocó la escalera con los triángulos clavados en el suelo. Sobre la misma colocó la caja y la ató a la escalera.

—La carretilla está casi lista—

Con barro, ceniza y agua recubrió el interior de la caja de madera, en las juntas de los agujeros y recubrió los bordes de la carretilla apretando sus manos sobre la masa para crear mangos ergonómicos.

Con la carretilla terminada una vez secada, fue al pueblo. La carretilla a veces emitía un ligero chirrido por la fricción de la rueda.

—Por suerte en este mundo existen los caballos— Dijo al llegar al establo.

Fue al lugar donde almacenaban el estiércol de caballo antes de deshacerse tirándolo por la ladera.

Con la pala llenó la carretilla y regresó al campamento. Por suerte nadie le dijo nada acerca de que si podía o no recoger la mierda y el que lo hiciera se habría llevado la paliza de su vida. Manis ya empezaba a perder la paciencia de mantener el perfil bajo.

Vertió el estiércol sobre el hoyo, le añadió ceniza para luego orinar dentro. Cada vez que orinaba dentro removía el estiércol con un palo largo y lo recubría con madera para que no entraran cuerpos extraños en la mezcla. Debía dejar reposar el compost durante una semana.

Mientras el compost fermentaba Manis volvió a talar un árbol, uno más grueso que los anteriores.

A golpe de pala retiró la corteza hasta aproximadamente la mitad del árbol. Cuando una parte quedó medianamente lisa, le dio la vuelta al tronco y repitió el proceso, luego hizo lo mismo con los lados.

En la parte más gruesa del tronco empezó a retirar material hasta hacer una especie de depósito. Desde lejos parecía una cuchara para gigantes.

Fue al bosque de nuevo y regresó con troncos finos y rectos.

Colocó la cuchara gigante de lado y justo en la base del depósito colocó barro mojado formando una tosca circunferencia. En el centro colocó una brasa ardiente. Como la brasa era bastante grande, el barro evitaba que todo el tronco se quemase.

Sopló cual lobo intentando tumbar la casa de los cerdos. Poco a poco la brasa iba penetrando en la madera haciendo un agujero. De vez en cuando tenía que retirarla cuando esta se consumía.

Cuando tuvo su agujero listo tocó buscar entre la pila de troncos, uno que se entrara, pero que no se quedase atascado.

Colocó la cuchara gigante esta vez boca abajo. Cerca del bode superior del mango de la cuchara, con la misma técnica abrió un agujero. Partió un tronco grueso y le sacó punta a uno de sus extremos hasta convertirlo en un cono. El mismo fue calentado hasta llegar a ser maleable y fue introducido en el agujero. Le volvió a dar la vuelta a la cuchara.

Con la sierra, practicó una incisión en la parte del cono que sobresalía. En este metió una cuña y a golpe con un palo a modo de martillo logró encajar la cuña hasta asegurar la sugestión del cono.

Agarró un tronco grueso y lo cortó en dos. En cada uno hizo un agujero con la brasa.

Rescató un tocón grueso desenterrándolo del suelo. Le cortó las raíces y le hizo un agujero hasta casi el fondo usando la técnica de las brasas. Manis casi se ahoga tres veces en el proceso cuando respiró el humo sin querer.

Arrastró la cuchara gigante junto con dos troncos; un par de cortezas en forma de U cuyo interior estaba recubierto por una capa de arcilla; cuerda y palos hasta una cascada que encontró en lo profundo del bosque a un kilómetro del claro.

Ahí cavó dos agujeros, uno a un metro de otro. En los agujeros clavó los dos troncos gruesos creando dos pilares. Colocó la cuchara en el centro con la hendidura mirando hacia la cascada.

Colocó un palo entre los agujeros de los pilares uniéndolo a la cuchara encajándolo a golpes. Volvió a rellenar con tierra los agujeros dejando los pilares fijos.

Cavó varios agujeros más en dirección a la cascada. En ellos introdujo los palos. Sobre estos ató las cortezas creando un conducto por el cual el cual parte del agua de la casca iría hasta el depósito.

Al retirar la corteza rezó para que el sistema funcionara. El agua de la cascada llenó el depósito inclinando la cuchara. Entonces el agua se desbordó regresando al río y el tronco de la punta cayó al suelo como un martillo.

Donde el tronco golpeó la tierra cavó un pequeño agujero en el cual introdujo el tocón asegurándose de que estuviese alineado con el tronco cuando este se alzara para que no hubiera rozaduras innecesarias.

—Quién lo iba a decir. El monjolo funciona. He creado mi propio martillo hidráulico, ahora podré triturar cosas. Si tuviera trigo, arroz o maíz obtendría harina gratis, pero también puede triturar otras cosas—

Metió un par de rocas grandes en el interior del depósito para así aumentar el contrapeso en la parte posterior, lo que aumentaría la fuerza con la que el martillo golpearía el interior del tocón.

Para terminar la obra trajo consigo más troncos, los cuales clavó sobre la tierra. Sobre estos ató varios palos de madera formando una red. Rellenó la red con barro y arcilla creando un techo para evitar que el agua de la lluvia y la nieve entraran al interior del tocón.

Vertió al interior del tocón tozos de carbón y dejó que el martillo hiciera su trabajo.

Regresó al hoyo. Al lado del agujero colocó rocas gormando dos pilares de sugestión. Sacó el compost y lo envolvió en un tozo de tela. La bolsa de tela fue colocada en un cubo con agujeros y el cubo se colocó entre las rocas. Debajo del sacó colocó un cazo.

Hizo una hoguera al lado. Sobre la misma colocó otro jarrón de barro con pico. Derritió nieve y dejó hervir el agua. Vertió el agua hirviendo sobre el trapo. El agua se precipitó hasta caer al cazo tomando un color oscuro. Cuando llenó el cazo, lo colocó sobre el fuego.

Mientras la mezcla hervía, sacó la tela y devolvió al compost a un lado del hoyo, para luego recoger compost fresco y ponerlo en el cazo.

Al hervir, el líquido desapareció dejando en el fondo del cazo unos pequeños cristales blancos amarillentos. Eso era nitrato potásico. Rascó con una espátula separando los cristales que quedaron pegados en el fondo. Los depositó el salitre en un frasco con tapa. Volvió a colocar el cazo debajo del cubo, calentó el agua y repitió el proceso.

Cuando consiguió todo el salitre que el compost pudo ofrecer, regresó al pueblo a por más excremento de caballo.

El salitre tenía otros usos que ser un componente para la pólvora. También podía ser usado para conservar alimentos por más tiempo.

Tras conseguir salitre hasta llenar un cubo regresó a buscar el carbón al monjolo. Descubrió que había carbol pulverizado fuera del tocón y eso que este era profundo. El carbón estaba completamente pulverizado. Recogió todo en un recipiente con tapa.

Detuvo el mecanismo del martillo colocando un palo cuando este se levantó. Sacó el tocón que servía de mortero, vació el contenido que quedaba en el cubo de carbón y luego lo lavó a conciencia. Lo dejó secar y vertió salitre dentro. Volvió a enterrarlo en el mismo sitio. Para no desperdiciar salitre colocó alrededor del mortero un plato de barro.

Otra semana pasó. Los cristales de salitre estaban también pulverizados. Vertió más salitre dentro del mortero junto con el que quedó en el plato de barro.

Llegó el momento de la verdad. Para hacer pólvora se necesitan tres ingredientes: Salitre, cabrón y azufre en proporción 75%, 15%, 10%. Sin embargo el azufre en realidad era prescindible. El azufre solo da calidad y potencia a la pólvora, pero aun así sin él el compuesto sigue funcionando. Si Manis descubría azufre no dudaría en usarlo.

Para el proceso cogió un mortero nuevo de madera que fabricó en el taller y vertió los ingredientes en proporción 80% de salitre y 20% de carbón para compensar el azufre. Tras remover bien la mezcla con cuidado de que la fricción no generase calor o chispas innecesarias, vertió el contenido sobre una roca.

Con una rama en llamas, manteniendo las distancias de seguridad quemó la pólvora.

El fuego recorrió la pólvora elevándose en un pequeño fogonazo instantáneo dejando una humareda blanca tras de sí. Era lo más hermoso que vio Manis después de mucho tiempo.

Cuando el fuego se apagó por completo, Manis fue a investigar y descubrió que hubo restos de salitre que no se habían incendiado. Eso frustró al chico, pues pulverizó al máximo ambos componentes para evitar eso. Decidió cambiar la proporción.

Tras varios experimentos la pólvora reaccionaba como quería. Por supuesto no tenía la potencia necesaria, pero la cantidad compensaría la calidad.

El siguiente paso era buscar un material para que actuase de encendedor. Estuvo tentado de fabricar cristales de fulminato de mercurio, como en una serie que vio en su mundo, pero le faltaban ingredientes importantes como el etanol y el ácido nítrico.

Pensó también que podía conseguir acido nítrico mezclando diferentes sales, pero se dio cuenta de que la sal era el oro de esta época, jamás conseguiría la necesaria, ni tampoco sabía donde buscar en estas tierras heladas. Y el etanol era alcohol, que era a su vez el agua que bebían con frecuencia en las tabernas y que costaba lo que Manis no podía conseguir, bien por su edad y sus recursos.

En ese momento le vino a la mente una planta que usó el fraile para encender su horno. Algo que actuaba a modo de pedernal.

De inmediato fue al monasterio.

—Hola Manis ¿Qué te trae hoy aquí?— Preguntó el fraile en un tono amable.

—Hay algo que necesito de ti. Tienes unas hierbas que prenden fuego ¿Dónde puedo conseguirlas?—

El fraile dudó acerca de contarle acerca de ellas.

—Puedo decírtelo, pero necesito que me digas para qué las vas a usar—

—Busco nuevas formas de hacer fuego—

—¿Y para qué lo quieres? No me digas que vas a incendiar la casa de alguien—

—Oh, no. No te preocupes, es solo para encender una hoguera. Con el frío que hace cuesta prender una llama—

—Si tanto frio tienes, siempre puedes quedarte aquí—

—…—

—Era broma ¿Pero no te vale el pedernal ese que tienes?—

—Si, pero su uso es limitado y con el frío y la humedad cuesta prender una chispa y a veces esta se apaga ¿Tus hojas mágicas pueden hacer chispas?—

—SI, pueden—

—¿Y donde puedo encontrarlas?—

El fraile suspiró dando cuenta de que la conversación entró en un bucle y que el niño no estaría satisfecho hasta conseguir sus dichosas hojas.

—Tengo algunas de sobra. Te las daré si quieres—

—Gracias, pero también quiero saber donde se pueden encontrar—

—¿Sabes donde está la ladera que hay cerca de donde nace el río?— Manis asintió —Bien, pues en primavera hay unos arbustos que crecen ahí. Estos tienen un tronco retorcido, son muy fáciles de identificar. Arrancas sus hojas y las dejas secar. Eso es todo—

—¿Eso es todo?—

—Si—

—Así que tengo que esperar hasta la primavera. Bueno, al menos esta llegará dentro de poco. Cada vez hay menos nieve y he visto brotes verdes en el bosque—

—Manis ¿Puedo pedirte un favor?—

—Claro, faltaría más por las hojas—

—Hay una canción que retumba dentro de mi mente. Desde que te oí tocarla con ese instrumento de metal, no he dejado de soñar con esa música ¿Podías tocármela?—

—¿La que toqué el otro día?—

—Si, esa—

Manis sacó la armónica de su bolsillo del pecho y tocó la canción como lo hizo las últimas veces.

Vanahir escuchó la canción con los ojos cerrados asintiendo con la cabeza, hasta que terminó.

—Maravilloso. Es tan diferente a los instrumentos que he escuchado en toda mi vida, pero a la vez me llega al alma con su ritmo que me hace querer moverme ¿Cómo llamarías a esa canción?—

—Lambada— Dijo Manis.

—Lam…bada. Un nombre extraño, tan extraño como ese instrumento tuyo. Lambada— Repitió el nombre como un joven enamorado.

—¿Puedo irme ya?— Preguntó Manis sintiendo como una gran gota caía desde su nuca.

—Oh, si claro… Lambada— Tarareó la melodía.

Manis salió corriendo de ahí. En la ladera saltó para ahorrar tiempo, pero cayó sobre una tierra deslizante y cayó al suelo. Sintió como algo húmedo mojaba sus pantalones. Era su bota de piel, que se había rajado con la caída y se había rasgado.

—Ah, mi agua— Lamentó Manis —Necesito algo más resistente—

Al día siguiente en el taller Manis buscó algo con lo que sustituir su bota.

—Oye ¿Puedo preguntarte algo?— Dijo Rogi.

—Puedes— Dijo Manis mientras seguía buscando.

—¿Cómo has logrado sobrevivir en el bosque?—

Manis le miró desconcertado, pues esperaba que le preguntara qué estaba haciendo.

—A qué te refieres—

—He oído que te peleaste con unos mercenarios y vinieron a buscarte y padre dijo que habías escapado al bosque—

—Por qué no me sorprende que dijera algo así— Susurró —Simplemente fue suerte—

—Pero si vas al bosque continuamente. Me dicen siempre que ir solo es peligroso y tu has estado cuatro días ahí dentro ¿No tuviste problemas con los animales?—

—¿De qué animales hablas? Los más peligrosos están hibernando y el resto huyen de los humanos nada más oírlos. De hecho rara vez me he cruzado con un animal. Si los encuentro es porque les busco—

—Ah—

Al final no encontró nada para remplazarlo y decidió recurrir al metal mágico. La idea era hacer una simple cantimplora de aluminio. Sin embardo no se quedó solo ahí. Ya que podía hacer una cantimplora, también hizo un cazo que iba acoplado en la parte inferior de la cantimplora. A este le agregó un par de manillas de titanio, con tornillos y una placa del mismo material para que no se calentaran junto con el cazo. Sobre el cazo agregó una estufa de leña hecha de acero cromado.

Los tres materiales podían ser usados como uno solo y la estufa contaba con un clip con el que podía ajustarla al cinturón sin necesidad de fabricar una riñonera. Al separarlos el hornillo se colocaba de pie y se ponía el cazo encima.

—Afortunadamente un contratiempo de rápida solución. Ahora tengo esta cantimplora de campamento de dos litros con un cazo de un litro y medio y encima un horno, que más se puede pedir—

No se esperó mucho para llenar la cantimplora de agua y ver lo que pesaba. Para su fortuna, no jalaba tanto el cinturón como pensaba.

Además de la cantimplora, Manis aprovechó para crear algunas balas. La bala consistía dos partes: El cartucho y la bala en sí.

El cartucho era un cilindro con dos agujeros; uno grande que se rellenaba con pólvora y el otro más pequeño en el que se ponía el fulminante. La bala era un trozo de metal. Dependiendo del tipo de metal la bala ganaba diferentes efectos, como una mayor penetración, explosión al contacto o directamente eran huecas y de dispersaban.

Todas las armas de fuego ya sean pistolas, rifles incluso morteros usaban el mismo sistema: un martillo que accionaba el fulminante. El martillo prendía las chispas, la chispa incendiaba la pólvora, esta llenaba de gases el compartimento del cartucho que a su vez disparaba la bala.

Así pues Manis recortó con cuidado la hoja seca. Mientras lo hacía saltaba chispas al contacto con el metal, como una pirita cuando la rozaban con hierro. Introdujo la hoja seca en el agujero inferior asegurándose de que se mantenía firme. Encima vertió poco a poco la pólvora rezando para que esta no estallase prematuramente. Dejó un cuarto de dedo sin llenar antes de enrollar la bala sobre el cartucho.

Si rellenaba la bala hasta arriba, el cartucho entero estallaría en pedazos. Se necesitaba un margen para que los gases se acumularan correctamente.

Para probar la bala necesitaba un sistema de soporte que simulara un arma.

Sobre una roca alta colocó la bala. A ambos lados de la bala colocó dos rocas para que esta quedara firmemente amarrada. Usó mortero para asegurar las rocas.

Para el martillo creó una varilla con doble gancho. Uno para activar la bala y el otro para ser jalado con una cuerda.

Colocó dos palos detrás de las rocas a modo de soporte para la varilla. Los aseguró con mortero. Colocó la varilla entre los palos con un palo trasversal entre las tres piezas.

En dirección donde miraba la bala colocó un panel hecho de troncos.

Era un método muy primitivo para probar un arma tan avanzada.

Se alejó a una distancia de seguridad, ató uno de sus cables al gancho superior y jaló con fuerza.

Un fuerte sonido ensordecedor que solo aparecía en sus recuerdos cobró vida y se extendió por el bosque.

—Uf. No me esperaba esto. Tendré que ponerme tapones para los oídos—

Sacó la bala para proceder a su inspección. A primera vista pareció funcionar. La cabeza de la bala ya no estaba acoplada al cartucho. El interior estaba vacío, la hoja estaba calcinada, pero el cartucho era reutilizable.

Caminó hasta el panel de madera y comprobó que evidentemente había un agujero en uno de los troncos.

Se tapó los oídos con tela de algodón y probó las balas restantes. Todas funcionaban bien, pero la le pareció que la tercera prendía más rápido.

Había redescubierto la pólvora junto con la bala, ahora faltaba el arma. La duda era cual ara fabricaba primero. Al principio pensó en fabricar directamente un subfusil, era rápido, ligero, contaba con mucha maniobrabilidad, poco retroceso, además de letal a medias distancias, sin embargo la incertidumbre de cuanto tiempo le llevaría fabricar el arma era algo que le incomodaba, pues si bien entendió de Laiska, cuando cumpliría la mayoría de edad le enrolarían a la fuerza en el ejército.

La simple idea de servir a un conde que no respetaba, le repugnaba. En su vida pasada rechazó unirse a las fuerzas armadas durante la guerra, hasta que el doctor Anneryth le encontró y le convenció para unirse a su compañía de seguridad.

Era muy probable de que también rechazaran sus armas, como habían rechazado todas sus anteriores ideas y consejos. Por lo que tenía que fabricar un arma simple, que le permitiera defenderse ahí fuera y luego marcharse cuando cumpliría la mayoría de edad.

Necesitaba un arma simple, que no requiera de planificación excesiva, que tenga mucha potencia, que sea preciso, que sirva para la cacería tanto de bestias como de humanos pero lo más importante, necesitaba un arma confiable que sea muy fácil de operar y lo más importante: que no se atasque en situaciones críticas. Necesitaba un revolver. Pero no cualquier revolver. Necesitaba un Magnum de calibre 50 de ocho ranuras. Conocido en su mundo como Titán.

De inmediato se dispuso a fabricarlo.

Empezó como siempre, con un boceto donde detallaba las características junto con las especificaciones técnicas.

Teniendo metal mágico todos los problemas siderúrgicos estaban resueltos, o eso era lo que pensó Manis.  Al crear el cañón, intentó hacerle las estrías internas, pero se dio cuenta de varios detalles que le impedían hacerlo.

Para empezar, hacer estrías no era lo mismo a hacer roscas de los tornillos. Para crear roscas bastaba con pinchar el metal aun maleable e ir enrollando el material, pero para hacer las estrías la cosa era distinta, para empezar sus dedos no llegaban al final del cañón, además de que las estrías se enrollaban a lo largo de todo el cañón empezando en un punto y terminando en otro.

Manis probó intentar tallar las estrías con un material adicional, pero nada resultaba.

—Todos mis planes frustrados por un tecnicismo— Arrojó el cañón contra una pared. Se acurrucó en el suelo y se colocó las manos sobre la cabeza —¿Qué voy a hacer?—

—Muévete niño, estorbas— Le regañó el artesano.

—Déjame en paz— Respondió Manis sin moverse.

—Esto es un taller, no tu casa. Aquí se viene a trabajar, no a descansar—

—Si es así ¿Por qué te la pasas descansando todo el rato?—

—Porque en invierno no se trabaja—

—Eso no tiene sentido—

—¡Que te levantes de una vez!—

Manis se sentó en el suelo a regañadientes dejando que el artesano pudiese acceder al metal mágico. Solo para cerrarlo.

—¿Y para eso querías el metal, para cerrarlo?— Comentó el niño.

—Si ¿Algún problema?—

—Mejor vete a la taberna ¿Quieres?—

—Oye, oye, niño ¿Estás muy gallito hoy no?—

Manis se levantó del suelo y encaró al herrero.

—Suele pasar. Cuando empiezo estar harto de la gente que me rodea—

El artesano cerró la boca y salió de la casa. Manis apuntó a la espada del artesano con su dedo fingiendo dispararle. Desde el incidente con los mercenarios, la gente empezó a alejarse de él por miedo a su conducta agresiva.

—Tu desprecias a mi padre ¿Cierto?— Preguntó Rogi.

—Si pensara en él, lo haría. Pero no lo hago porque es perder el tiempo—

Se acercó hasta el tubo de metal, lo metió en su bolsillo junto a sus manos y salió del taller.

El inconveniente de las estrías era el principal problema que tenía. Pensó en muchas formas de hacer las estrías. Para hacerlo manualmente, necesitaba retirar material de manera uniforme, cualquier imperfección afectaría a la precisión.

Tras varios días pensando en ellos entre prácticas, mientras hacía flexiones sobre sus puños, mientras levantaba las pesas de barro, mientras volcaba rocas, mientras se sumergía en los recuerdos de su vida pasada.

De pequeño fue con su clase a un museo de armas, donde estaban todas las armas de fuego desde las primitivas pistolas de mecha, hasta los fusiles modernos que usaban electricidad para impulsar las balas a través de los cañones de riel. En ese museo había una máquina antigua la cual no entendía ni encajaba en la temática del museo.

—Esa máquina estaba ahí por alguna razón— Pensó Manis visualizando la máquina de sus recuerdos con todas y cada una de sus partes, hasta que se dio cuenta de lo que era en realidad —¡Claro, era una máquina para estriar cañones! ¿Cómo no me he dado cuenta antes? Si es que soy idiota, una semana entera perdida—

La máquina estriadora estaba compuesta por diferentes partes: Una rueda que servía a modo de polea, la cual estaba conectada a otra rueda que servía de manivela. Es esa había biela que conectaba con un deslizador, el cual a su vez incorporaba un piñón y una cremallera, esta se deslizaba por una barra sinusoide. Esto conformaba la primera parte de la máquina.

La segunda parte empezaba en una barra cilíndrica conectada directamente al piñón. El deslizador contaba con un brazo externo que movía una palanca, la cual a su vez giraba un engranaje grande en forma de estrella por el que pasaba la barra del piñón.

Al final de la máquina había un tope de suspensión que detenía la barra del piñón. Esta barra incorporaba una cuña y un cortador.

—Hay muchas partes, así que vayamos por partes—

Poco a poco, empezó a crear cada uno de los componentes que había apuntado, tomando medidas virtuales que luego llevaría a la práctica para el sistema funcionara.

Tras varias semanas de planificación, logró obtener todas las piezas que necesitaba. No tardó nada en terminar de montarla.

Funcionaba de una manera muy simple. El cañón iba acoplado al engranaje en forma de estrella. La rueda movía hacia delante y hacia atrás la barra con la hoja cortante, pero eso solo haría líneas rectas. En eso entraba el deslizador. Su función era girar tanto la barra del piñón, como la estrella. Realizaba un movimiento giratorio en el cual tallaba una estría, la repasaba, se giraba la estrella junto con el cañón y se volvía a estriar. El número de estrías dependía de los brazos de la estrella.

—Da gusto cuando las cosas funcionan— Dijo aliviado mientras giraba la rueda. Retiró el cañón una vez completado el proceso y verificó su interior —Justo como lo imaginaba, unas estrías perfectas—

Teniendo las estrías necesarias para hacer rotar la bala durante su vuelo haciendo que el disparo sea certero, solo faltaba fabricar el resto del revolver.

El mecanismo de un revolver era mucho más simple que la maquina estriadora. Tenía ya el cañón, lo próximo era conseguir el tambor.

Para hacer el tambor tenía que tener en cuenta el calibre de las balas que iba a usar. Balas de calibre 50, pero a su vez tenía que tener ocho recámaras que debían estar alineadas con el cañón.

Necesitaba también dos muelles, que conectaban el gatillo con martillo; el martillo; una mano alineadora, que consistía en una pieza que estaba acoplada al interior del gatillo y era responsable de hacer rotar el tambor alienando la siguiente bala con el cañón.

Para que el tambor rote, debajo de sus muescas había una pieza igualmente conectada al gatillo, esta bajaba el tambor, lo rotaba y lo subía.

Decidió usar titanio para el tambor y acero cromado para el resto de la carcaza.

Cuando lo tuvo construido se dio cuenta de que había pequeños errores. A veces el tambor se atascaba, la mira estaba torcida, el martillo no se quedaba fijo una vez lo amartillaba. El gatillo unas veces estaba demasiado flojo, otras veces costaba mucho presionarlo por culpa de la tensión del muelle.

Cuando solucionó los defectos técnicos se dispuso a fabricar el mango. El mango era uno el componente más importante de toda arma porque agregaba funcionalidad, ergonomía y estética. Un arma con un buen mango se sentía como una extensión del propio cuerpo.

Prefería usar kirinite, en lugar de la madera tradicional, no solo por su espectacular acabado artístico, sino también por su adherencia. Si iba a disparar un revolver potente, lo último que quería era que se le escapase de las manos.

El plástico estaba descartado porque no existía. Los materiales sintéticos como la fibra de carbono, la micarta, G-10, también estaban descartados. Los fósiles eran un material muy raro a la vez que codiciado para hacer mangos, pero Manis no era arqueólogo. Solo quedaban las opciones: Cuernos, huesos, maderas y metales.

Los metales quedaron descartados casi al instante, porque aunque eran duraderos y fáciles de limpiar, podrían dañar al usuario si el arma se calentaba y harían más pesada el arma haciéndola inmanejable.

La madera era muy fácil de tratar y con la que más experiencia tenía, pero a la larga era difícil de mantener y para estabilizarla se necesitaba inyectar plástico. También quedó descartada.

Los huesos eran llamativos, un arma hecha de huesos intimidaría a cualquiera, pero la realidad era que los mangos de huesos eran frágiles y resbaladizos, dos cosas que los descartaban.

Lo que quedaba eran los cuernos. Su textura natural era áspera, lo que facilitaba el agarre. Tenían mucha dureza, pero estéticamente quedaban feos. Era funcionalidad contra la estética y un arma debía ser funcional.

Había material de cuerno suficiente en el taller, solo tenía que ir y tomar un buen trozo. Afortunadamente para Manis, el artesano todavía no había vuelto de la taberna, lo que daba libertad al chico de trabajar sin presiones.

Tomó el cuerno más rugoso y lo cortó a medida usando su sierra. Taladró un par de agujeros con un taladro manual. Con una lima talló unas hendiduras en forma de cruz a lo largo del mango para una mayor adherencia. Los tornillos los hizo de titanio y cortó trozos más pequeños para hacer los embellecedores.

Cuando el mango estuvo montado regresó a su base donde probó el arma agarrándola de diferentes maneras, marcando con un carboncillo los lugares donde debía lijar para conseguir su ergonomía ideal. Tras cada lijado, volvía someter la ergonomía a prueba.

Una vez el revolver estaba completamente construido tocaba probarlo.

Para probarlo lo colocó en el mismo dispositivo con el que probó las balas. Solo tuvo que hacer unos pocos ajustes para que en vez de una bala sujetara el arma, colocando más piedras formando una estructura sólida pero fija.

La seguridad ante todo. Se colocó lejos del revolver y con su cable jaló del gatillo. Un ruido más ensordecedor recorrió todo el bosque. Manis esperó unos segundos antes de acercarse a inspeccionarlo.

La bala había sido disparada, el tambor se había movido colocando la siguiente frente al cañón. A pesar del humo, no había restos de pólvora o salitre dentro del cañón. Todo seguía fijo.

Fue a inspeccionar el panel de madera. Encontró un agujero más grande que su dedo pulgar y se quedó sorprendido al ver que había penetrado hasta agujerear el árbol que estaba detrás.

—Y eso que solo usé una cabeza estándar. Con una de penetración haré barbaridades—

Volvió a montar el arma en el dispositivo y realizó disparos consecutivos para ver como respondía el arma ante un disparo continuo. El resultado fue igual de exitoso. El arma era segura de utilizar.

Se arriesgó a probarla él mismo. Si salía algo mal tenía su magia como seguro, por si acaso preparó agua fría y limpia por si necesitaba mantener los dedos para luego coserlos.

Rellenó el tambor con las últimas balas que le quedaban. Apuntó sujetando el arma con ambas manos, separando bien las piernas y rezando para que no estallara en sus  manos.

En el primer disparo, el retroceso era tal que casi se golpea la cara con el cañón del revolver. Dudó de continuar, pero se armó de valor apretando más el arma. El segundo disparo confirmó que le retroceso era muy fuerte.

Regresó a ver al dispositivo de sugestión del arma y vio algo que se le pasó por alto. Las piedras del soporte estaban sueltas.

Tenía que controlar el retroceso.

Quitó las balas y desenroscó el cañón del revolver, lamentándose porque le costó mucho ajustarlo.

Con una lima rascó detrás de la mira pequeñas hendiduras que expulsarían el gas hacia arriba en lugar de hacia delante y un par de agujeros a los lados para desviar los gases en ambas direcciones, pero en menor cantidad.

Los agujeros laterales actuarían a modo de freno de boca, reduciendo el retroceso, mientras que los agujeros de arriba harían las veces de compensador evitando la elevación del revolver cada vez que disparaba, sin alterar la trayectoria de la bala.

Tras ajustar de nuevo el cañón, por seguridad volvió a probar el arma en el dispositivo.

Al comprobar que seguía funcionando sin problemas. Volvió a intentar disparar con sus propias manos.

Apretó el gatillo y la bala salió disparada alcanzando un lado de la diana. Esta vez el retroceso fue mucho menor, el arma no se levantó casi nada permitiendo a Manis disparar de nuevo. Disparó tres veces y luego otras tres con una sola mano en una descarga simultánea.

—No es un revolver, es un jodido cañón— Dijo al ver el panel de madera hecho astillas.

Se sentía poderoso teniendo al titán en sus manos. Quiso seguir disparando, pero se dio cuenta de que ya no quedaban balas, intentó fabricar más pero ya no le quedaban hojas que hicieran de fulminante.

—Lo divertido termina rápido— Dijo desanimado —Tendré que esperar hasta la primavera para tener más de esas hojas mágicas—

Los días pasaron y así el largo invierno terminó con 20 niños junto a 47 ancianos muertos debido a las enfermedades producidas debido a la mala higiene, los escases de recursos y el mal acondicionamiento de las casas.


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