Isekai genérico capítulo 5



Capítulo 5:


Magia y tecnología.


El duro invierno del norte puso una tregua temporal a la guerra civil, pues las tropas del caudillo no podían atravesar la ventisca. Su creciente número les ralentizó al no contar con una buena ruta de suministros y las debidas preparaciones para el asedio. Se estimó que ese retraso impediría continuar la guerra durante el invierno.

Las tropas sobrevivientes del norte se reunieron en la capital y juraron lealtad al nuevo rey, quien les prometió salvarlos del enemigo.

Sin perder tiempo, el nuevo rey movió la capital a una ciudad cercana al paso de los Galios.

Reunió a todas las valquirias que aun eran leales a la corona, visitó las casas de los nobles que permanecieron neutrales y los convenció de unirse a su causa. Al mismo tiempo ordenó a su ejército montar defensas en puntos estratégicos.

Se bloquearon casi todos los caminos que iban hacia la nueva capital, se montaron trampas, se reconstruyeron antiguos muros y fortalezas, pero se dejó una vía que iba directamente a la capital pasando por el desfiladero.

La nueva corona no iba a entregar el dominio de su reino sin pelear.




De lacios cabellos rubios que le llegaban hasta la cintura. Rasgos finos. Ojos celestes. Su cuerpo delgado estaba cubierto por una túnica azul con un cinturón de tela amarilla desgastada. En el cuello llevaba enrollado una larga bufanda blanca.

Bajo su brazo colgaba una cesta de madera cuyo contenido brillaba por sí mismo con una luz pálida.

La persona parada en frente de Manis a primera vista parecía ser una mujer, pero su cuerpo no correspondía con ese género y su voz tampoco.

—Bueno, bueno ¿Cómo has llegado hasta aquí?— Preguntó despreocupadamente.

—…—

Manis retrocedió un paso. Analizó a la persona que tenía en frente. Su ropa colorida y ornamentada no era adecuada para la vida de montaña y su físico tampoco coincidía, pero ahí estaba, a unos metros de él en la cumbre de una montaña nevada.

—Espera, no te asustes. No soy nadie peligroso—

—¿Quién eres?—

—Soy el hermano Valahir—

—¿Hermano?—

—Ah, esto… como decírtelo. Soy un fraile de la orden central—

—Lo sabía— Susurró Manis.

—Perdona ¿Qué has dicho? No te he oído bien—

—Eres miembro de alguna organización religiosa, pero no veo ninguna iglesia por aquí ¿De verdad eres quién dices que eres?—

—¿Iglesia? Ah, te refieres al templo de la luz— Pensó en voz alta —Oye, desconfiar de un enviado de dios es pecado— El amable fraile se vio molesto —Discúlpate ahora mismo—

—Como dije, no veo ninguna iglesia, templo, secta por aquí ¿Acaso quieres hacerme creer que hay un edificio aquí en las montañas? Porque no veo ninguno. Ni tampoco veo motivo para disculparme—

—Tu, si tanto estás interesado en el templo. Está a la vuelta de esa montaña— Soltó de pronto el fraile dejando a Manis estupefacto —Ven, te lo mostraré—

El rubio fraile caminó por un sendero entre las montañas. Llegaron hasta una muralla que servía a modo de muro de contención entre la ladera del monte y el acantilado.

Sobre el acantilado se alzaba un edificio en forma de abadía.

—Así que era verdad que había algo así— Dijo Manis sorprendido —Señor, acepte mis más sinceras disculpas. No tenía ni idea de que este lugar existiera—

La expresión del fraile se suavizó al oír las disculpas del niño.

—Ah, los niños de hoy en día son muy desconfiados. Pero bueno, yo también te debo una disculpa. No debí haber perdido la compostura—

—No pasa nada. Empecemos de nuevo— Dijo Manis estrechando su mano.

El fraile miró su gesto dubitativo sin entender bien sus intenciones.

—¿Qué haces?—

—Oh, es… digamos mi forma de saludar. Extiende la mano. No, la otra— Manis agarró su mano sin apretar demasiado —Encantado de conocerte. Puedes llamarme Manis—

—Y yo soy Valahir, de la casa Melk, el gusto es mío— Dijo imitando al chico.

—Con esto ya somos amigos— Dijo Manis soltando su mano.

Valahir miró la palma de su mano, intentando averiguar lo desconocido.

—Es… una costumbre bastante peculiar, la que tenéis en tu pueblo. Manis—

—¿No te lo he dicho? Es una costumbre solamente mía—

—Entiendo— Dijo frotándose la mano contra su túnica, sin saber que ese gesto era considerado un insulto, cosa que decepcionó al chico —Dime Manis ¿Qué te trae por aquí?—

—Yo solo estoy de paso ¿Y qué me dices de ti?—

—Yo estaba recogiendo cristales de hielo— Mostró la cesta cuyo interior había muchos cristales de colores azulados brillando —Cuando a mis oídos llegó una extraña melodía que nunca antes había escuchado. Sin embargo hallo me contrariado, pues la melodía que oí no corresponde a ningún instrumento que conozca ¿Qué estabas tocando?—

—¿Seguro que lo que escuchaste no fue una alucinación provocada por el viento?—

El fraile meditó la respuesta para luego negar con la cabeza.

—Estoy seguro que no fue el viento. De hecho, el viento arrastró la melodía hasta mis oídos—

Manis sacó la armónica desde el bolsillo de la camisa y se la entregó al fraile, quien al tomarlo con sus delicadas manos analizó el instrumento desde todos los ángulos.

—Que cosa más curiosa— Dijo sin saber qué hacer con el instrumento —Está claro que es un instrumento de viento. Solo hay agujeros por un lado. Veo muchas similitudes con una flauta, pero está hecha de metal. Supongo hay que tapar los agujeros con los dedos para alternar las notas, pero no veo por donde se sopla—

—Sopla por los agujeros— Aclaró Manis.

—¿En serio? Pero en ese caso ¿Como tapas los agujeros para alternar la melodía?—

—No hace falta tapar nada, simplemente sopla y la música suena—

—No creo que sea tan sencillo. Muéstrame como funciona— Le devolvió la armónica.

Manis tocó una simple escala. Al verle tocar el instrumento, las dudas del fraile se aclararon.

—Ya se, es un instrumento mágico. Eso lo explica todo—

Manis le miró como si hubiese dicho la cosa más estúpida del mundo, lo que hizo caer en razón al fraile.

—¿Me equivoco?— Preguntó temeroso, a lo que el chico asintió.

Valahir colocó su mano sobre el instrumento. Una luz emergió de su mano, la misma luz que Laiska usó en él mismo tiempo atrás.

—No percibo magia alguna. Que curioso. Nunca había visto algo así ¿Quién es el genio artesano que lo ha construido?—

—Yo mismo—

—Niño, mentir es pecado ¿Fue tu maestro, verdad?—

—No. Ese hombre entre gritos e insultos solo fabrica sillas y mesas—

—Pero fue capaz, con la ayuda de dios de realizar tal acto de proeza— Juntó sus manos a modo de oración.

—Que dices. Acabo de decirte que fui yo quien fabricó la armónica—

—¿Armónica?—

—Si, así es como la he bautizado—

El fraile se mantuvo escéptico ante la declaración, pero dada la determinación del chico, parecía que decía la verdad.

—¿De qué aldea has dicho que provenías?—

—No te lo he dicho— Señaló con su mano en dirección por donde había venido —Por ese sendero hay una aldea. Tras el bosque que se encuentra a las faldas de la montaña. La del conde Vormund—

El fraile buscó en sus recuerdos una aldea que encajara con la descripción. Por suerte había una que recordaba, la misma que suministraba víveres al templo.

—¿Procedes de algún linaje?—

—Creo que no. Vivo en la casa de acogida—

—Entiendo… ¿Has recibido algún tipo de educación?—

—¿A qué te refieres con educación?—

—Educación es… ¿Tenéis una iglesia en tu aldea?—

—Creo que la casa donde vivo puede considerarse iglesia, pero solo aceptan a gente con mucha magia—

—¿Nunca nadie te ha enseñado a leer, escribir y orar?—

—Creo que no—

—Y aun así conoces el arte de la música—

—Practico de vez en cuando con la armónica—

—¿Cómo la construiste?—

—¿La armónica?— El fraile asintió —Con metal mágico y madera—

—Pero la construiste en un taller ¿no?—

—Me metieron a trabajar ahí para que no perdiera el tiempo en la casa—

El fraile se quedó pensativo. Observó al chico bajo otros ojos. La ropa que llevaba, que parecía estar hecha a mano elaborada con trozos de diferentes colores. El instrumento que tenía en sus manos, el cual denotaba sencillez y a la vez complejidad.

—Manis. Veo potencial en ti. Aunque no tengas aptitudes para magia, ese no es el único camino ¿Qué te parecería si?...—

—Sé a lo que te refieres— Le interrumpió el chico —Y la respuesta es no—

—Sabes. La gente suele escalar esta montaña guiados por la llamada de nuestro señor para ingresar en nuestra orden convertidos en noviciados—

—Como dije. Yo solo estoy de paso. De hecho, si recordarás ignoraba que aquí hubiese nada más que montañas—

—Es posible que no te des cuenta, pero creo que dios te haya guiado por este sendero que nos reunió a ambos, por un propósito. Creo que tú también entiendes que esto no es obra de la casualidad. Se te está brindando una oportunidad única en la vida—

—Soy muy consciente de que lo que me ofreces. Pero a pesar de todo tengo seguiré rechazándolo—

—¡Prefieres ir a guerrear en lugar de cultivarte y desperdiciar tu potencial!— Dijo el fraile perdiendo los nervios.

—¿Guerrear?... Eso tampoco. No soy un guerrero, pero tampoco tengo ganas de ser unirme a la religión. No es mi camino—

—¿Y cual es el camino que quieres recorrer?— Preguntó el fraile.

—El que me lleve a casa— Manis miró su reloj. Había pasado más tiempo del que había calculado —En fin. Se hace tarde. Nos vemos— Dijo marchándose.

—¡Espera!— Gritó Vanahir —Se está oscureciendo ¿No quieres pasar al templo? Podrás irte mañana—

—Hay luz suficiente para volver, además. Si no vuelvo a la casa de acogida antes de que cierren la empalizada estaré en serios problemas— Justo cuando iba a regresar decidió preguntar una última duda al fraile —Oye—

—¿Si?—

—Puedo preguntarte una última cosa ¿Para qué usas esos cristales de hielo?—

—Oh, esto— Vanahir señaló la cesta —Crearé un hechizo ¿Por?—

—Me interesa. Es un material desconocido para mí y me interesan sus usos—

El fraile vio en esa duda una nueva oportunidad. Pero tenía el presentimiento de que le perdería si seguía presionándolo.

—Si tanto te interesa puedes venir al templo cuando quieras y te lo mostraré—

—Entonces regresaré mañana.— Dijo marchándose.

Al día siguiente Manis cumplió su promesa y regresó al templo de las montañas, por el mismo camino del otro día.

Cada vez que se acercaba a la entrada, se daba cuenta de que había un camino entre la nieve que no vio. Esa ruta estaba siendo transitada por varios comerciantes cargados con bestias que conocía, como caballos, asnos y burros, así como seres desconocidos.

En frente de la gran puerta de madera había una larga cola. Manis intentó saltársela hablando directamente con el guardia, pero este se negó a escucharle y le mandó al final de la fila, la cual no era muy numerosa. Resignado Manis obedeció.

Tras esperar media hora por fin le llegó el turno. Mientras esperaba barajó varias opciones que le vinieron a la mente.

—Que quieres niño— Preguntó el guardia.

—Verás, me han hablado de este lugar y decidí ver como era—

—Ya lo has visto. Es muy grande y muy bonito ahora lárgate—

—Me refería ver el interior, me han dicho que es mucho más bonito—

 —¿Quién te ha dicho eso?—

—Un fraile llamado Vanahir—

El guardia conocía el nombre del fraile, pues era el que le permitía entrar y salid del templo.

—¿De qué conoces tu al fraile?—

—Por un asunto relacionado con los cristales de hielo— Sacó una bolsa de tela y la abrió en frente de guardia —Como ves le he traído los cristales tal como me pidió ¿Me dices donde está para que pueda entregárselas?—

Dentro de la cesta había una pequeña cantidad de polvo blanco brillante que recogió por la mañana.

El guardia quedó convencido y permitió a Manis entrar al patio del templo.

Tras cruzar las murallas de piedra, descubrió que había más casas en los alrededores del patio y el templo estaba al fondo.

Dentro, Manis preguntó donde estaba el fraile al primer sacerdote que reconoció por la misma ropa que llevaba y este le indicó que Vanahir se encontraba en la biblioteca.

El templo era mucho más grande de lo que parecía. Hacía tiempo que Manis no veía una estructura tan grande.

Su interior era como el de cualquier iglesia que había visto. Suelos hechos de losas de mármol blanco con partes de madera que unidas formaban figuras geométricas. Columnas que sujetaban el techo de las salas. La iluminación era decente. Había muchas ventanas con cristales pero no eran vidrieras de colores que representaban las hazañas de ninguna deidad. El cristal era lo más transparente posible aunque no llegaba al nivel de transparencia que tenían las ventanas del piso donde una vez vivió.

La biblioteca se encontraba en la cima de la torre del templo. Había una escalera de caracol hecha de granito con barandillas hechas de madera con adornos de oro. Tras subir cientos de escalones llegó hasta un pasillo con varias bifurcaciones. Desde ahí encontró más escaleras y estas levaban a la biblioteca. Ese lugar era el más iluminado de todos.

Había pocas personas en la biblioteca, diez o quince como mucho. Estaban sentados delante de altas mesas. Generalmente tenían un libro con páginas en blanco y sobre la repisa un libro grueso con escritos ostentosos y dibujos en los bordes.

Manis miró por todas partes, pero ningún sacerdote encajaba con el aspecto que tenía Vanahir. Uno de ellos se acercó a chico. Manis le explicó acerca de su situación y el sacerdote indicó que el fraile Vanahir no se encontraba en la biblioteca. Acudió por la mañana para tomar prestado un libro y ahora se encontraba en la sala de elaboración.

El propio sacerdote se ofreció a llevarle. Ambos recorrieron el camino en silencio atravesando pasillos y descendieron por las escaleras hasta llegar a la sala que se encontraba tras un arco, sin ninguna puerta, salvo la que conectaba con el exterior.

—Salud, Vanahir—

—Salud, hermano Gedhomer— El fraile le devolvió el saludo —¿Qué es lo que os trae ante mí?—

—En primera instancia, le traigo el libro que estuvo buscando la otra noche— Le entregó un libro de tapa dura —Y en segunda instancia, este joven— Señaló al chico que estaba parado a su lado —Dice que tiene asuntos contigo—

—Mil gracias por traerle. Le estoy muy agradecido hermano Gedhomer, considere que en cualquier momento su favor será saldado—

—Honorables palabras, hermano Vanahir. Me siento muy honrado por su amabilidad y su devoción. Rezaré para que con la ayuda de dios termine las preparaciones para el festival de la cosecha invernal—

Ambos hicieron una reverencia y el sacerdote se marchó. Tras esto Vanahir miró a Manis y sonrió como un maestro al recibir a su alumno.

—Me alegro mucho de que hayas decidido venir a verme—

—Prometí que vendría y aquí estoy. De hecho te traigo más cristales de hielo como regalo por la molestias— Le entregó la bolsa de tela.

—Es todo un detalle. Me has ahorrado ir a buscarlas te estoy eternamente agradecido. Pasa ¿Querías ver para qué usamos los cristales?—

Manis entró en la sala siguiendo al fraile.

El lugar era muy amplio. Había estanterías llenas de tarros de barro y madera. Mesas pegadas a las estanterías llenas de hierbas, utensilios, libros y tarros abiertos. En el suelo había bolsas llenas de lo que parecían semillas.

Cerca de las ventanas había largas macetas llenas de tierra con brotes de diferentes colores.

También había pequeños hornos de barro con extrañas jarras cuyo cuello era largo y en otros retorcidos que le recuraban a las probetas. Enseguida Manis se dio cuenta de que en ese lugar también se practicaba la alquimia.

En el centro de la sala había una mesa rectangular de madera. Unos apoya-libros de madera y metal y diversos artefactos que simulaban el movimiento de las lunas sobre una superficie plana.

Vanahir sacó un tarro de cerámica, vertió dentro los cristales de hielo que le entregué y añadió un polvo azul para luego colocarlo dentro de un horno alquímico. Dándole un toquecito a una hierba seca, esta soltó una chispa que encendió la yesca del horno.

—Algo no me cuadra ¿Qué son estos cristales de hielo? El hielo se derrite si no se mantiene frío, pero pude sujetar esos cristales y no se derritieron—

—Buena observación, Manis— Elogió Vanahir —Estos cristales en realidad no son hielo, sino partículas mágicas que imitan al hielo—

—¿Y por qué solo aparecen en la nieve?—

—En realidad esas partículas siempre están presentes, es con la nieve que se tornan cristalinas y transparentes—

—¿Y para qué se usan?—

—Ahora lo verás—

Vanahir sacó el tarro del horno, lo removió con una espátula de metal y luego usando un cántico sus manos se iluminaron con un brillo celeste que recorrió la espátula y convirtió el líquido en una pelota.

—¿Qué te parece?— Dijo mostrando al chico la pelota de cristal.

Manis la agarró con las manos. Estaba fría. No era una esfera completamente lisa, parecía un dodecaedro deforme.

—¿Es…? Parece una gema—

—Es una piedra mágica— Le corrigió el fraile arrebatándole al gema de sus manos —Esta en concreto, se la usan los magos y sacerdotes para usar con mayor facilidad la magia lumínica. Lumínica viene de luz, para alumbrar bosques y cuevas—

—Si, señor. Le agradezco la explicación—

—Sé que en las aldeas acostumbráis a usar antorchas, pero te aseguro que ninguna luz de antorcha puede eclipsar la luz de esta gema—

—¿Podrías mostrarme como alumbra?—

—Por desgracia esta vez no. Primero porque es de día. Segundo porque yo no uso magia lumínica. Y tercero esta piedra será vendida a la academia mágica—

—Interesante—

Vanahir pareció contento de escuchar al chico.

—¿Entonces considerarás unirte?—

—Aunque empiezo a entender como funciona este sitio, hay varias cosas que me gustaría aclarar antes de tomar la decisión. Primero ¿Tu sabes usar magia?— Vanahir asintió —¿Hay varios tipos de magia o como funciona eso?—

—Podría responderte, pero ¿De verdad eso sería imprescindible para tu decisión? Tu nivel de poder es bajísimo y…—

—Lo sé. Lo sé muy bien. Todos me decís eso una y otra vez, pero me da igual, quiero saberlo y si pudiese haber una forma de incrementar mi magia o algo—

—Lo entiendo, no te enfades. Aumentar la magia ¿Eh? Creo que hay algo así, pero… está bien. Lo intentaremos. Verás. La magia es la energía mística que tenemos todos en nuestro interior algunos más capaces y otros menos. Si tienes suficiente, esta toma forma elemental, ya sea fuego, agua, luz ¿Es demasiada información de golpe?—

Manis se quedó pensativo digiriendo la información recopilada.

—Digamos que la magia en nuestro cuerpo es como una batería ¿Hay algún núcleo, fuente de donde se extrae?—

—Si, eso es. Lo hay. Si puedes acceder a la fuente, entonces puedes “forzar” de alguna manera a que se incremente—

—¿Y como accedo a eso?—

—Bueno, esa es la parte más problemática. Depende de cada persona. La meditación, la oración y los rezos ayudan, como también la pertenencia a la orden—

—Muy bueno eso último—

Vanahir soltó una carcajada.

—Si, es una parte importante—

Manis se miró e reloj y vio que era la hora en la que el artesano estaba por volver de su escapada ocasional del bar. Debía regresar para evitar meterse en problemas.

—Aun hay detalles que quiero preguntarte, pero por ahora me gustaría indagar en la supuesta fuente—

—Como gustes—

—¿Puedo venir aquí a ayudarte? En plan pago por la información—

—¿Pero que no dijiste que no sabías leer ni escribir?—

—Pero soy un chapuzas. Se me dan bien las manualidades y…— Observó su alrededor —Aquí parece que hay trabajo por hacer ¿Qué te parecería un ayudante?—

Vanahir se quedó dubitativo antes de dar la respuesta. No era lo que él quería, pero por otra parte consideró esto un avance.

—Pásate cuando quieras. Estaré encantado de recibirte. Excepto por los días festivos, ahí es cuando el templo cierra las puertas para la oración—

—Entonces volveré cuando terminen las festividades. Antes de irme. Si por casualidad, hubiera aceptado unirme a tu orden ¿Sería iniciado inmediatamente?—

—La verdad es que no. Aceptamos novicios, pero deben tener una cierta edad. Aun eres joven para ello—

—De acuerdo. Cuando alcance la mayoría de edad te daré mi respuesta—

—Con gusto estaré encantado de oírla—

Vanahir hizo una reverencia y Manis se marchó.

Ya en el taller las cosas siguieron como de costumbre. El artesano estaba construyendo por encargo una mesa con adornos en las patas para un acaudalado cliente. Recurría al metal mimético en esos casos porque le daba pereza usar la forja.

Tras la jornada de trabajo Manis fue a su campamento. La cercanía al río hizo que la nieve se derritiera en los alrededores. Tuvo que limpiar la bañera y los hornos que habían quedado sepultados, mas de poco sirvió pues bastaba una noche de nevada para volver a llenarlo todo de nieve.

Ese día pensó en la mejor manera de entrar en contacto con su magia.

Colocó su mano sobre el suelo y sintió que una corriente energética corría a varios metros bajo el suelo, pero no sentía nada parecido recorriendo su cuerpo.

Probó con la meditación. Su maestro a menudo recurría a ella para ganar paz mental.

Manis se sentó dentro de la tienda tipi. Con las piernas cruzadas, los brazos extendidos con las palmas de las manos hacia arriba. Cerró los ojos y respiró profundamente.

Cuando los volvió a abrir se sentía renovado. Al mirar el reloj se dio cuenta de que se había dormido. La meditación no era lo suyo, necesitaba otra forma de concentrarse. Tras pensarlo detenidamente no llegó a ninguna conclusión.

Había dormido cinco horas y estaba seguro esa noche no conciliaría el sueño. Por lo que optó por aplazar sus prácticas con la magia.

Recogió leña. Llenó la bañera con agua del río y prendió la leña que colocó bajo la bañera. La humedad dificultaba prender le fuego.

Encendió una pequeña hoguera controlada dentro de la cabaña para mantenerla caliente.

Al conseguirlo, decidió matar el resto del tiempo haciendo ejercicio, esta vez con el objetivo de cansarse.

Mientras se ejercitaba se daba cuenta de que el viento se volvía bastante fuerte por momentos, amainaba y luego volvía a soplar. Lo cual era incómodo y más con las partículas de polvo que se mentían en sus ojos.

—Mañana me fabrico las dichosas gafas—

Se metió en la bañera ya caliente.

En su vida anterior nunca se preocupó por su vista. Había médicos especializados, medicinas, cirugía. Podías tener dos ojos nuevos del color que prefieras y funcionarían igual que los originales. Sin embargo aquí una simple infección te haría perder un ojo.

—Ahora que lo pienso, tenía que haberlas fabricado desde el principio. Es un milagro que aun conserve mis ojos en buen estado—

Al día siguiente decidió construir de inmediato sus gafas.

Decidió dejar la magia para otro momento, mientras pensaba en otras formas de entrar en contacto con el núcleo de magia.

Hacer unas gafas era fácil:

Lo primero que necesitaba eran medidas. Como de grandes son sus ojos, su cabeza y un margen de crecimiento. Con una regla era sencillo de calcular.

Tras hacer las anotaciones, le siguiente paso era el diseño. Teniendo en cuenta sus escasos recursos, decidió no hacer nada demasiado ostentoso. Aunque el simple hecho de tener cristal ya era demasiado llamativo.

Optó por hacer unas gafas protectoras acolchadas de cristal templado, con una correa extensible.

Para el cristal pensó en usar los cristales de nieve, pero tras recordar su conversación con Vanahir descartó la idea. Sería como llevar dos bombillas en los ojos. Debía volver a usar la arena del río. Por suerte previendo algo como eso, en otoño recogió bastante arena, la cual guardó para futuros proyectos, como una nevera de arena.

Necesitaba una montura exterior donde incorporar los cristales, una segunda montura que sirva para dos cosas: mantener el cristal fijo y tener un acolchado protector.

También necesitaba cuero y tela para el acolchado.

La montura era cuestión de moldear el metal líquido, algo que en nivel Manis ya era un experto. El acolchado era fácil de hacer y tenía los materiales. El verdadero problema eran los cristales, no había un cristal líquido mágico en la aldea que le ahorrase el trabajo así que tenía que hacerlo a mano, como el cristal del reloj.

Decidió a la vez mejorar el horno. Consiguió más arcilla del yacimiento, la mojó hasta que tomarse la textura de la plastilina y recubrió con ella el techo del horno creando una especie de capucha.

Mojó la parte trasera de la capucha ablandándola para hacerle un agujero, sobre el cual añadió capas de barro y arcilla formando una chimenea. Hizo una mezcla de mortero y cubrió el interior del nuevo techo del horno.

A su vez creó una nueva olla de barro. Esta a diferencia de las otras solo tenía un mango pero era muy largo. Lo metió dentro del horno y lo encendió.

El horno cerrado alcanzaría unas temperaturas aun más altas, lo que significaba que la olla se terminaría en tan solo cuatro horas como mínimo en lugar de esperar un día entero.

Al tiempo en que la olla se cocinaba, Manis filtró la arena. Mientras filtraba se daba cuenta de que el movimiento repetitivo le ayudaba a despejar la mente y a lograr una mayor concentración, lo que a su vez le dio una idea de como contactar con la fuente de magia.

—Creo que ahora haré un poco de carbón—

Con barro creó una estructura con forma de pozo y la rellenó de madera siguió añadiendo barro hasta formar un cono. Prendió la madera que sobresalía y mientras ardía siguió añadiendo barro hasta cerrar la estructura por completo.

Cuando el fuego amainó, rescató la olla. Usando el mortero recubrió el interior de la olla y la tapa. Aprovechando el calor del horno para apresurar el secado de la olla.

Destrozó el horno secundario y rescató todo el carbón que pudo. Con ese carbón rellenó el horno principal y lo prendió. Introdujo la mezcla de cal y arena dentro de la olla, para luego meterla dentro del horno. Movió los ventiladores incrementando gradualmente el calor.

Cuando el compuesto se derritió tornándose de color amarillo anaranjado, Manis lo sacó e inmediatamente lo vertió sobre la prensa de estaño y movió el rodillo hasta que quedó una lámina de vidrio.

—Dios, con este método fue incluso más fácil de lo que recordaba—

Con la regla delimitó los bordes irregulares, remojó el cristal con agua y con la punta del filo de su pala trazó una línea para partir el cristal consiguiendo una lámina cuadrada.

Cuando el mismo método recortó dos rectángulos, a los cuales hizo una hendidura a cada lado para la nariz.

Una vez obtenidos los trozos que necesitaba, los puso de nuevo en el interior de la olla. Sobre esta colocó una pesada losa de arcilla para ejercer presión. Metió de nuevo la olla en el horno. Cuando los cristales se calentaron lo suficiente como para no derretirse, los sacó y los metió de golpe en el agua templándolos. De esta manera consiguió que el cristal tuviese una ligera curvatura.

Ya solo quedaba montarlo todo. Sobre la montura colocó el cristal, encajó la montura secundaria sobre la primera. Finalmente ató la cinta de cuero a ambos lados de las gafas.

—Un hermoso reglado de navidad, unas gafas protectoras de estilo motorista con un aire retro en un mundo medieval donde el cristal es más caro que el oro— Se aplaudió a sí mismo.

Sin esperar más las colocó sobre la cabeza.

—Al menos se ve bien. La imagen es completamente transparente, el acolchado de lino es muy cómodo, el ajuste es muy fijo y la curvatura me permite ver incluso de reojo. Mejor regalo de navidad imposible—

Se guardó las gafas en la riñonera.

—Ahora volvamos con el tema principal—

Para lograr el grado de concentración necesario existía una técnica en las artes marciales chinas que se aplicaba para casi todas las demás artes marciales: El Tantou.

El Tantou era un estilo de entrenamiento basado en el aguante. El usuario se colocaba en una pose baja flexionando las piernas y alzando los brazos en una pose defensiva. El objetivo era mantener la pose por horas logrando tensar los músculos aumentando la dureza y la flexibilidad.

Mantener una pose de batalla empezaba a ser incómoda a los pocos minutos y se volvía insoportable al pasar las horas. Pero el dolor del esfuerzo vaciaba la mente obligando al usuario a mantenerse concentrado en todo momento.

Confiando en ello Manis se preparó. Dentro de la tienda tipi podía hacerlo sin correr el riesgo de enfermar. Se quitó el poncho y todo lo que llevaba encima salvo la ropa.

Abrió sus piernas y las flexionó hasta lograr un ángulo de noventa grados. Mantuvo recta su espalda. Cerró los puños. Elevó los brazos por delante de él.

A los pocos minutos ya empezaba a sentir como la gravedad empezaba a jalar su centro de gravedad hacia abajo y los músculos de las piernas luchaban para mantenerse erguidos.

El tiempo empezó a transcurrir cada vez con mayor lentitud. Cada segundo podía sentirse.

Entre el dolor notó que su mente se abría. Controló su respiración. El tiempo siguió pasando. Pasó una hora, dos, hasta tres y el chico no se movió un milímetro.

Separando su mente de su cuerpo aguantaba el dolor pero a la vez sentía que se adentraba dentro de su mente comenzando a sentir algo que recorría su cuerpo. Era una nueva sensación que nunca antes había sentido.

Sentía una brizna de energía mágica. Siguiéndola empezaba a sentir como la magia se incrementaba. Entonces llegó a lo que llamaban fuente.

Entendió a lo que se refería la gente cuando decían que su poder mágico era escaso. Concentrándolo todo llegaba a ser como un balón de futbol. Al profundizar más siguió analizando su poder. Hasta que ya no pudo más. Su cuerpo cedió y cayó al suelo.

Al salir del trance, sintió que su cuerpo dolía y temblaba. El suelo estaba totalmente empapado al igual que su ropa. El sudor había derretido la nieve formando un charco.

—Necesito un baño y luego lavar la ropa—

Con esfuerzo se levantó y logró quitarse la ropa que le quedaba. Se metió en la bañera ya preparada con antelación aunque le agua estaba un poco fría, por lo que necesitaba añadir más carbón de vez en cuando.

El entrenamiento fue provechoso, ahora Manis sentía el poder de la magia recorriendo su cuerpo. Meditó acerca de su nueva habilidad, como y para que iba a utilizarla. Al final se dio cuenta de que Laiska usaba magia que curó sus heridas. Eso le interesaba. Pero antes necesitaba entender mejor como funcionaba su poder.

Aun quedaban un par de días para que el templo volviera a ser accesible. En ese tiempo Manis practicó con su fuente todo lo que se le ocurrió y en un momento de revelación se dio cuenta de que su poder era como un puzle en sí mismo, por lo que procedió a ordenarlo para ver qué pasaba, sin embargo no pasó nada.

Cuando las festividades terminaron, el templo volvió a abrirse.

Manis encontró a Vanahir en el huerto que tenían detrás del templo.

—¿Qué son esas plantas?— Preguntó el chico mirando las hojas de color naranja con bordes celestes.

—¿Nunca las has visto verdad? Son Akos— Es una planta exótica traída del lejano oeste. Arrancó un fruto rojo del tamaño de la manzana y se lo pasó al chico —Pruébalo—

Al agarrar el fruto lo primero que notó era que no era tan duro como pensaba. Su textura recordaba a la de un melocotón. Cogió un puñado de nieve limpia y lo frotó sobre el fruto, lo terminó de limpiar con el pañuelo antes de darle un bocado. Sabía a kiwi y piña.

—Dulce— Vanahir se alegró de oírle decir eso —¿Solo crecen en las montañas?—

—No. Los Akos necesitan un suelo muy fértil. Traemos la tierra de los ríos hasta aquí y la amontonamos en un bancal ¿Sabes lo que es eso?—

—Si, lo sé ¿Lo que me pregunto es por qué no dejáis que las aldeas los cultiven? En lugar de tomaros tantas molestias para traer la tierra—

—Manis, el pueblo llano no apreciaría su sabor, así como las ovejas no comen pasteles que están reservados para el pastor—

—Entiendo— Dijo terminándose la fruta.

—¿Por cierto, por qué limpiaste tanto la fruta? Pudo haber perdido su sabor—

—Es otra costumbre mía. No me hagas mucho caso—

—Tienes costumbres muy raras—

—Si, como si no fueran de este mundo— Bromeó el chico, cosa que hizo que Vanahir se riera.

—Hombre, tanto como eso… Ah ¿Querías decirme algo?—

—Si. Pude comprender como funciona mi magia, pero no estoy seguro—

Vanahir acercó su mano sobre su cabeza y sintió el poder que emanaba.

—No parecer haberse incrementado, pero ahora fluye con más… exactitud ¿Has hecho algo con tu magia?—

—Todo lo que se me ocurrió y de pronto se quedó de esa forma. Oye ¿Tu como ves tu magia?—

—¿Qué como la veo? Es un poder muy práctico que dios nos ha regalado, aunque hay gente que lo usa para hacer maldades—

—Emmm no me refiero a eso sino a como la “sientes” y eso—

Tras meditar la respuesta, Vanahir respondió:

—Pará mi magia es como un soplo de brisa en una verde pradera bajo un cielo soleado—

Manis se quedó estupefacto, no esperaba esa clase de respuesta.

—¿Y como la controlas? Por ejemplo ¿Sabes usar la magia de curación?—

—Si, se usarla—

—Y como la usas—

—Bueno. Eso es magia elemental, si tuvieras un nivel mayor tu cuidadora te lo hubiera enseñado, pero con tu nivel actual es… peligroso—

—A qué te refieres con peligroso—

—La magia es fuente de vida. SI abusas de ella te llevarías a ti mismo hasta las puertas de dios—

—Quieres decir que si aprendo la magia de curación y me curo una herida moriré después de sanarme. Un poco irónico ¿No te parece?—

Vanahir soltó una carcajada que sonó algo psicópata, pero luego recordó que en el templo prohibían reírse y se reprimió a sí mismo. Tomó un respiro antes de continuar:

—Vayamos dentro, empieza a hacer frío—

Manis siguió al fraile hasta el interior del templo. Una vez dentro, sentados a la mesa Vanahir preparó un brebaje caliente.

—Dime si sabes que no tienes aptitud para la magia ¿Por qué te obsesiona tanto?— Dijo Sirviéndole una taza de madera.

—Porque vuestras restricciones arbitrarias me traen dolor de cabeza y porque sabiendo que tengo un poder desconocido quiero ver qué usos le puedo dar. Eso es todo. Por lo que te pregunto ¿La magia de curación exige demasiado poder mágico?—

—¿Y por qué te obsesiona tan el hechizo de curación? A tu edad los niños prefieren aprender magia ígnea o eléctrica—

—¿Existe la magia eléctrica?— Preguntó asombrado el chico —Bueno, el por qué quiero aprender magia de curación. Porque creo que en un mundo tan peligroso como este, una simple herida puede matarte, por eso quiero saber como curarme—

—Entiendo tus intenciones y veo que da igual lo que diga, no aceptarás una negativa por respuesta. De acuerdo, te enseñaré algo de magia, pero debes prometerme una cosa—

—Si es unirme a tu orden ya te he dicho que…— Interrumpió Manis, pero Vanahir alzó su mano para que se callara.

—Que solo debes utilizar magia conmigo presente. Prométemelo—

—Esta bien, lo prometo— Dijo Manis casi de inmediato.

—Lo has prometido— Le recordó el fraile —Los hechizos en general se basan en una serie de palabras que al pronunciarlas la magia toma forma y adquiere particularidades, como el fuego, agua, etc. En lo que a respecta a la magia de curación, esta pertenece a la magia de luz— Al ver que el niño estaba confundido decidió ir más despacio —La magia se divide en los siguientes elementos: fuego, agua, viento, tierra, luz, oscuridad. Cada elemento podía subdividirse en diferentes tipos y al combinarse creaban otros tipos de magia. Pero eso es algo avanzado que solo lo aprenden en las escuelas—

—Creo que lo entiendo, pero ¿Por qué es necesario pronunciar el hechizo, no lo entiendo?—

—Porque así es como funciona. Bien parece que por tu cuenta has aprendido a usar tu poder. Y me sorprende, la verdad quién diría que tienes talento para la magia. Si no tuvieras tan poca… En todo caso, que me desvío del tema. Antes de enseñarte nada, primero necesitas aprender a leer y escribir—

—¿Para qué?—

—Porque así no te podrán engañar los malos adultos y porque leer es una manera muy efectiva de aprender—

—De acuerdo, pues enséñame—

Vanahir se levantó de su asiento y sacó una pizarra que usaba para anotar las recetas y un par de tizas. Luego entregó al niño unos trozos de papel rectangular un poco arrugados y enrollados.

Así comenzó la instrucción. Tras unos días, para sorpresa del fraile Manis aprendió a leer y a escribir. Por lo que empezaron a practicar con la magia.

Los ejercicios al principio eran mantener un cantidad considerable de magia en la palma de la mano, a continuación recitar las palabras que conformaban el hechizo. Si se hacía bien, el poder cambiaba de color y textura.

—Increíble. Aprendes muy deprisa—

—Si, lo se— Dijo Manis sintiendo nostalgia de haber oído las mismas palabras que le decía su padre —Y nunca se me va a olvidar—

—Me alegro mucho y cada vez tengo más que claro que tu futuro debe estar en este sitio o en lugar parecido. Pocas personas son tan dadas a la erudición—

—Hablando de eso ¿Por qué te hiciste cura?—

—Yo, es curioso que te intereses por mí. Te ves demasiado centrado en ti mismo—

—Curiosidad supongo ¿Qué fue lo que te hizo meterte en la religión, viste a dios o algo así?—

—No, no he tenido el honor de ver al creador, al menos en vida. Cuando morimos él decide nuestro destino— Tomó un largo trago de su propia bebida.

—¿Entonces, como te has metido en eso de la orden?—

—Mi familia decidió mi iniciación desde los cinco años. Soy el segundo hijo del duque de Schwertgraues, mi hermano mayor se encarga de custodiar las tierras, mientras que yo debo servir a mi familia en el ámbito religioso—

—Y así tenéis contacto en diferentes estratos sociales—

—Muy listo, Manis. Has acertado de lleno. La idea de padre es hacer que el apellido de nuestra familia llegue a los oídos del su majestad con una dulzura prometedora—

—¿El que sepas usar magia fue lo que hizo que tus padres de metieran a la orden?—

—No, es más por orden de nacimiento—

—Y hablando de magia ¿Cuándo vas a enseñarme la magia de curación?—

—¿Ya has dominado el control sobre tu magia?—

—Creo que sí—

Vanahir no pareció convencido con su respuesta, pero de igual forma se levantó de la silla y buscó un libro entre los que había en su estantería. Al no encontrarlo fue a la biblioteca, pero fue solo, pues ese lugar estaba restringido a solo unos pocos curas.

Manis respiró libremente cuando se encontró solo en aquél laboratorio. Aprovechó el tiempo para investigar más a fondo todo lo que había en la sala. No encontró nada relevante, salvo un par de conocimientos de hierbas que en realidad eran comestibles.

Al regresar Vanahir, Manis volvió a su sitio aparentando no haberse movido en todo este tiempo,

—Aquí está— Dijo el fraile abriendo el libro que trajo desde la biblioteca en la página indicada —El hechizo de curación—

Manis ojeó el libro.

—¿Y como funciona?—

—Primero lo lees, luego lo recitas mientras das forma a la magia— Vanahir hizo una demostración haciendo una incisión en su propio brazo para luego sanarlo con su propia magia —Como ves la herida se cerró—

Manis observó el hechizo escéptico. Una simple demostración como esa para él no aclaraba todas sus dudas ¿Solo curaba superficialmente? ¿Se podían regenerar órganos además de tejidos? ¿La curación era externa o forzaba al sistema del cuerpo a curarse? ¿La cantidad de magia era proporcional a la curación? ¿La velocidad de curación dependía de la cantidad de magia? ¿Por cuánto tiempo se podía mantener el hechizo activado? ¿Había alguna condición necesaria para ejecutarlo? ¿Ese hechizo se podía usar solo en sí mismo, o también se podía curar a un ser vivo ajeno?

Para solventar sus dudas, Manis se dio cuenta de que tenía que romper la promesa que le hizo a Vanahir, pero eso lo sabía desde el principio. Sin embargo la última duda fue resuelta con el ejercicio que le planteó el fraile: Curar un pesado herido.

Agarraron un pez del manantial que había en el templo, le hicieron un corte cerca de la cola y Manis tenía que cicatrizar la herida. Al primer intento lo consiguió, pero al volver a meter el pez a dentro del agua, la herida se abrió tiñendo el agua de color rojo, por lo que tuvieron que sacarlo y repetir el proceso, cosa complicada, porque el susodicho no paraba de moverse en ningún momento.

Tras varias semanas de prácticas, Manis logró curar al pescado. En el ejercicio se solventaron varias dudas, pero seguía escéptico. Necesitaba resolver todos los enigmas antes de decidir si era productivo usar o no esa técnica.

Se dio cuenta de que la poca cantidad de magia que tenía le agotaba mentalmente. Al lanzar el hechizo se sentía como si hubiera tomado varios relajantes musculares y estos decidieron hacer efecto en su cuerpo todos juntos en ese momento.

Para entender mejor el hechizo, necesitaba hacer algo con su limitada cantidad de magia.

Sin lograr encontrar una respuesta a un problema sobrenatural, optó por ver todo desde otra perspectiva, concretamente la de su mundo anterior.

Analizó el hechizo, su composición, su forma de ejecutarse, dividió las frases en grupos, los grupos en palabras, los reorganizó y los volvió a unir. En un momento de lucidez de le ocurrió que este hechizo recordaba a un código.

Hizo lo mismo con su magia y su fuente. Analizó el como ambos interactuaban con el hechizo y llegó a una conclusión.

A pesar de no entender la explicación de lo que era la magia basándose en las palabras de Vanahir, para Manis todo era como un puzle. Pero en este caso no era un puzle, sino una especie de memoria virtual.

Teniendo eso en mente se dio cuenta de que cada vez que usaba su hechizo este se ejecutaba directamente en la fuente, absorbiendo todo su poder sin control y por eso se debilitaba. La solución que se le ocurrió fue reunir todo su poder y encapsularlo, tratándolo como una memoria secundaria. Con eso ahora podía realizar una partición dividiendo la cápsula en tres partes conocidas como :

La parte superior del llamada , era la que lanzaba el hechizo bajo la condición de que su cuerpo sufriera algún tipo de daño ya sea externo o interno. El hechizo permanecía activo todo el tiempo a la espera de una lesión.

Aunque la magia esté activada, no consumía recursos a menos.

Como cada hechizo consumía una cierta cantidad mínima de magia para funcionar, debía tener un margen mayor a la cantidad mínima necesaria que requería el hechizo.

La parte intermedia del conocida como servía a modo reserva. En ese compartimento no se programaban hechizos, pues su único propósito era evitar que A quedara vacía.

Finalmente estaba la parte que encapsulaba fuente conocida como . En este se genera toda la magia y ahí se suministra a y en ese orden.

En teoría con esa fórmula no debería quedarse sin poder y a la vez podía usar su magia de curación todo el tiempo.

Ahora tocaba poner en práctica su sistema. Desinfectó su pala multiusos lavándolo varias veces con agua hirviendo. Hizo lo mismo con su antebrazo izquierdo, pero con agua tibia. Prefería evitar infecciones innecesarias en caso de que las cosas salieran mal.

Practicó una ligera incisión en el antebrazo evitando tocar las conducciones nerviosas. De inmediato, el hechizo hizo efecto, no cuando el corte terminó, sino que se curaba a medida que el filo separaba la piel y la carne.

—Parece ser que mereció la pena involucrarse en la magia— Dijo Manis palpando su antebrazo en busca de la más mínima cicatriz —Al parecer la curación es externa. Aunque el esté dentro de mi cuerpo, no fuerza al cuerpo a curarse. Entonces, si no me equivoco, en teoría no debería cansarme mientras entreno. Es más puedo destrozar este cuerpo y al instante se recompondrá volviéndose cada vez más fuerte— Soltó una risa —¿Que si mereció la pena? Mereció cara maldito segundo—

Tras esto, los entrenamientos de Manis se volvieron más intensos. Pero todavía corría el riesgo de enfermarse, pues la curación solo afectaba a heridas y lesiones, pero no funcionaba con enfermedades, eso lo comprobó cuando enfermó de gripe, por lo que volvió a tomarse las cosas con calma.

—Tengo que moldear el hechizo para que esto no vuelva a pasar. Me descuido un poco y pillo una mierda rara. Siquiera sé que virus o bacterias existen en este mundo. Tengo que ir con cuidado… Pero por otra parte, algunas enfermedades me harán ganar más anticuerpos… Todo depende del hechizo de curación—

La vida que llevaba era bastante dura. Aunque se las arreglaba para llevarse algo a la boca eran solo uno o dos platos al día y los días aunque cortos, eran largos.

Enfermó por falta de una dieta equilibrada. La casa de acogida, como cada invierno empezaba a racionar la comida hasta la próxima cosecha. Lo que servían apenas podía llamarse comida.

A falta de un supermercado conseguir ingredientes era muy difícil y en el mercado habitual vendían las pocas raciones a altos precios o directamente no vendían nada.

Todo dependía de la cosecha anual y la siembra de la misma se decidía de mano del conde Vormund basándose en dos principios: la economía y las necesidades de su pueblo. Aun así era limitada y estacionaria.

Otra forma de conseguir alimento era ir al bosque. Algunos se adentraban a cazar furtivamente, no solo para obtener comida, sino pieles, uñas, colmillos, huesos, todo lo que se podía aprovechar de una presa.

En el bosque, bajo la gruesa capa de nieve había plantas comestibles, de la misma familia que la lechuga. Eran algo difíciles de encontrar y tampoco aportaban muchas calorías.

También se podían encontrar bayas, frutas y verduras silvestres. La mayoría se encontraban parcialmente devoradas por los animales.

No se podía entrenar y obtener la dieta deseada en este mundo, o buscabas comida o entrenabas, las dos cosas eran imposibles de hacer en el un solo día. Pero sí se podía alternar sistemáticamente entre recolección y entrenamiento.

También podía robar, o cultivar alimentos propios.

Lo primero era complicado, pues no se podía robar algo que todavía no había crecido, y lo segundo no se le daba bien. En su vida pasada intentó muchas veces cultivar siguiendo los consejos de internet y aunque conseguía germinar brotes y semillas, pero al trasplantarlos a una maceta mayor estos morían a los pocos días.

Lo bueno del invierno era que el frío hacía que los alimentos se conservaran por más tiempo.

Sin embargo no todo tenía obligatoriamente que provenir de un bosque. Vivir cerca de un río era ya una fuente de recursos abundantes, si sabías donde buscar.

Antes de ir a la rivera en búsqueda de comida debía terminar la jornada en el taller.

Dentro se estaba calentito, pero a falta de clientes y recados, el artesano cerraba antes de lo habitual, por lo que Manis tenía que trabajar rápido. Su intención era construir una parilla compacta. En ella podía mantener un fuego más controlado y cocinar de forma más limpia.

Para la parrilla compacta precisaba de siete tipos de planchas lisas de acero cromado.

Cuatro servían a modo de paredes, las cuales podían encajarse mediante un sistema de encaje por hendidura. Una lámina debía tener un agujero con una entrada por donde agregar combustible. Las dos laterales irían fijas en la base.

Una para la base rectangular en la que irían dos piezas fijas y dos láminas más para las patas, la cuales estarían sujetas a la base por medio de unos tornillos.

Además debía de contar con una parilla que consistía de una plancha con rejillas y bordes laterales curvados que sostendrían el conjunto una vez plegado.

Moldeando metal mimético conseguir todo eso era fácil, pero tenían que tenerlo todo bien visualizado en la mente, para no pasarse con el tamaño, ni quedarse corto. Una vez conseguido bastaba con unirlo siguiendo el patrón.

Esta parilla, la igual que la pala podía plegarse. Montada era bastante grande, pero plegada era un poco más grande que la cabeza de la pala. Y cabía perfectamente en la riñonera.

Tras la creación de su invento, fue a probarlo.

Manis divisó en conjunto de espadañas creciendo cerca de una ribera poco profunda.

Las espadañas tenían muchos usos: sus raíces son comestibles, sus hojas secas se usaban para hacer cestas, refugios y también para crear fuego por fricción. En su parte superior había una inflorescencia llamada puro, el cual se usaba a modo de yesca.

Rebuscando entre los matorrales Manis halló un nido con cinco huevos.

—Si hay espadañas es obvio que debe haber un nido. Los puros son lo suficientemente suaves como para hacer un ponedor—

Manis arrancó un par de espadañas y agarró cuatro de los cinco huevos, procurando dejar al menos uno para que la nidada prosiguiera. El ave no sabrá que le faltan huevos porque las aves no saben contar.

También recolectó un par de hojas comestibles, cebollas y nabos silvestres, algunas bayas y un pez que encontró cerca de la rivera.

Lo primero que hizo fue depositar los huevos en un lugar seguro sobre una cesta. Luego cortó los rizomas de la espadaña, las peló hasta llegar a la fibra interior, la cual era comestible y las dejó en la cesta junto con los huevos, las hojas, las cebollas, los nabos y las bayas, la cual lavó con el agua filtrada de la nieve derretida.

Desplegó la parilla y la colocó sobre una roca. Depositó dentro el carbón natural, junto una gran piña de pino. Deshizo el puro de la espadaña con sus manos y lo desplegó por encima a modo de yesca.

Con la ayuda de la barra de ferrocerio la espadaña prendió inmediatamente. Dejó que el fuego avivara y colocó la parrilla por encima.

Mientras el fuego se consumaba calentando la parilla, destripó el pescado, le quitó las espinas junto con las escamas para luego colocarlo sobre la parilla. Al lado del pescado colocó las raíces de la espadaña.

Para cocinar los huevos decidió usar su propio cascarón como recipiente. Para ello rompió con sumo cuidado la parte superior, retirándola sin que cayese al interior. Depositó los huevos entre las hendiduras de la parilla para que no se cayeran. Sabía que si hubiese colocado los huevos directamente sobre el fuego, estos explotarían por la presión, pero el agujero evitaba eso.

Los huevos estaban en su punto, bien cocidos. Solo tenía que retirar la cáscara. Las raíces de espadaña las comió acompañado del pescado junto con las hojas mezcladas con las capas de cebolla modo de ensañada. De beber tenía agua fresca filtrada, pero desearía tener una gaseosa. Finalmente de postre tenía las bayas y una fruta grande que consiguió en el bosque.

Era el mejor almuerzo que Manis degusto desde que renació en este sucio mundo antilógico. Ahora tenía que recrearlo cada día.

Aun le sobraron dos huevos, verduras, bayas y la mitad del pescado. Los ingredientes serían usados para la cena, pero entonces Manis se dio cuenta de que no tenía donde guardarlos.

Hasta ahora había consumido lo que había conseguido y el resto lo desechaba. Secaba la carne y la llevaban encima envuelta en frescas hojas verdes. Se aseguraba de que nunca nada sobrase, pero ahora para racionar la comida precisaba de un frigorífico.

Siendo realistas, no podía fabricar un frigorífico, ni siquiera uno pequeño. Pero había algo que podía usar en sustitución de uno, una nevera africana.

Cavando en la tierra sacó todo el barro que necesitaba. Filtró todas las piedras que pudo dejando el barro más puro y apiló una montaña. Mezcló el barro con la ceniza de la parilla y la del horno, le hizo un cráter por donde vertió el agua del río. Amasando el barro consiguió el material que necesitaba para hacer una vasija.

Cuando terminó de darle forma a su vasija, la cual era la más grande de todas. Repitió el proceso creando otra vasija pero más pequeña. Colocó ambas en el horno y esperó a que se cocieran. Aprovechó el momento para conseguir arena.

Al cabo de cuatro horas las sacó y al igual que con todas las demás, las sumergió en agua para comprobar su impermeabilidad. Tras pasar la prueba limpió a consciencia el interior de la vasija pequeña.

Rellenó la vasija grande con arena y colocó la pequeña en su interior asegurándose de que estuviesen niveladas. Colocó un paño en el interior de la vasija pequeña para luego verter arena por las hendiduras entre ambas vasijas.

Una vez todo estuvo relleno de arena, la humedeció hasta que el agua desbordó. Retiró el paño y colocó todos sus ingredientes en el interior. Lavó el paño en el río librándolo de los restos de arena que tenía encima. Una vez limpia la escurrió lo justo para que no goteara y tapó ambas jarras con el paño.

—Con esto mi cena se mantendrá fresca incluso en verano—

Colocó la nevera en un lugar seguro.

—¿Por qué me da que lo único que hago últimamente son jarrones?— Se preguntó —Creo que ya va siendo hora de que haga algo más moderno. Dios como estoy harto de vivir en la prehistoria medieval—

En invierno casi todo se detenía. Se paraban las construcciones junto con todos los trabajos físicos. El artesano no era la excepción, con la diferencia de que él simulaba trabajar la herrería cuando en realidad solo se beneficiaba del calor de la forja para calentar su casa, por lo que Manis tenía mucho más tiempo libre que de costumbre.

Las siembras se realizaban a finales de invierno, cuando los guardabosques divisaban a los osos escuálidos deambular por el bosque. Sin embargo no hacían nada con la tierra en la errónea creencia de que esta se recuperaba sola. No la araban, ni la fertilizaban, ni tampoco dejaban que los animales pastasen las malas hierbas que crecían y robaban los nutrientes de la futura cosecha.

Las cosechas dependían de mucho de la suerte. Si había buena cosecha se debía dar gracias a dios, si salía una mala cosecha siempre era culpa de alguien.

El comercio era en general mal visto por la mayoría de la población, mayoría que eran los primeros en acudir a las tiendas de los comerciantes a los que odiaban, por lo que el comercio se restringía a las caravanas que atravesaban de sur al norte una o dos veces por año. Comerciar con los pueblos vecinos solo lo hacía una minoría.

Esto significaba una cosa: Había cosas que el dinero no podía comprar.

El trueque estaba a la orden del día, incluso en el templo, los sacerdotes cambiaban bienes materiales por amuletos, oraciones y demás, que garantizaban una buena vida en el más allá. A ojos de Manis eso era una estafa, una con la que no tenía ningún problema.

La política tanto interior como exterior eran escasos por la información recibida por la única fuente conocida: los juglares. Al ser ellos la única fuente de información, era imposible de contrastar por lo que esas noticias bien podían haber sido manipuladas, medias verdades o directamente propaganda poco elaborada que la gente se tragaba con indiferencia siempre y cuando no afectara a sus vidas.

A Manis le importa poco todo eso, pero temía que algún noble se emocionara mucho y se pusiera a conquistar y saquear llevándose su vida por delante. A pesar de sus armas y su entrenamiento, todavía se sentía incompleto.

Puesto que ya exploró una gran extensión de las tierras que abarcaban a su aldea, los paseos por las montañas, aunque revelaban vistas maravillosas, no se servían para reconocer el terreno como él quería. Muchas veces la altitud limitaba la vista así como las ocasionales nubes que actuaban como cortina de humo.

Al ganar más experiencia manejando el cristal intentando construir botellas y vasos, decidió dar un paso más avanzado y crear unos prismáticos.

Dando el primer paso empezó con la creación de la montura, primero diseñándola en papel de corteza y luego usando el metal líquido, siguiendo el diseño. Utilizó titanio en lugar de aluminio o acero su construcción por su ligereza, dureza, flexibilidad y resistencia tanto a la corrosión como al calor o a la electricidad. También pudo haber usado vibranium, pero consideró que ese metal era demasiado valioso, si perdía los binoculares sería un verdadero desperdicio.

Antes de ponerse a trabajar derritiendo el cristal, precisaba de una amoladora para poder darle forma a las lentes. Podía usar la piedra de afilar del taller, pero eso sería irresponsable, pues si descubrían que podía fabricar cristal a partir de arena y cal, atraería atención innecesaria y estaría en problemas.

Decidió fabricar su propia amoladora y para ello necesitaba una piedra de grano medio, la cual encontró tras varios días partiendo rocas hasta hallar la textura que quería.

Buscó un tronco grueso y lo cortó con la sierra desmontable que tenía ya que los golpes de la pala no eran uniformes. Una vez que tenía su tronco, necesitaba crear una cavidad, la cual hizo con una taladradora manual que había en el taller.

Usando los cables moldeó la piedra hasta que obtuvo la forma de la cavidad, luego recortó los bordes de la cavidad del tronco, insertó la piedra y la puso sobre el fuego para que se la madera se ablandada. Ató una cuerda alrededor de las zonas recortadas para asegurar la estructura y consiguió su amoladora, en la cual podía introducir diferentes piedras para diferentes acabados.

Pero ahora necesitaba hacerla girar. Para ello recortó la parte trasera del tronco dándole forma de engranaje, así mismo del mismo árbol consiguió otro un disco cilíndrico al cual también convirtió en un engranaje que encajaba con la parte trasera de la amoladora.

Unió dos palos en forma de X como base y colocó el tronco-amoladora sobre ellos. Debajo dispuso un mecanismo que simulaba pedales hechos de otro disco de madera con dos ramas pegadas. El disco de los pedales tenía una hendidura para insertar la cuerda, la cual se unía al engranaje que hacía girar la amoladora.

Esa máquina no solo permitía rebajar materiales, sino que también servía a modo de bicicleta estática.

Tras probarla y ajustarla para que el tronco girara uniformemente decidió pasar a la elaboración del cristal.

Un binocular estaba compuesto por varios tipos de lentes alienados.

Utilizando la montura como guía, en su parte frontal conocida como “Campana objetivo” se colocaba la lente objetivo, por donde entra la luz hacia el interior de la mira, mientras que en su parte trasera llamada “Campana ocular” estaría una lente ocular por donde observaría a su objetivo.

En el interior de la montura se hallarían los lentes de enfoque de primer y segundo plano, los cuales serían encargados de la claridad y el enfoque, como indica su nombre. En medio de estos dos se hallaría la retícula, una delgada lámina de con un dibujo generalmente en forma de cruz que hace de referencia angular y da información acerca del tamaño y posición del objetivo.

Entre la retícula y el enfoque de primer plano se ubicaría el sistema erector, el cual contiene los lentes de aumento. Este sistema se regularía con las torretas de elevación y deriva para hacer zoom.

Modificó la prensadora para hacer que las láminas que iba a recortar fueran más gruesas o más delgadas dependiendo de la lente que iba a crear.

Tras varias semanas logró completar todos los componentes de la montura, pero entonces se dio cuenta de varios problemas: la retícula mostraba un dibujo demasiado grueso, la imagen no enfocaba correctamente, unas veces estaba todo invertido, el zoom funcionaba al revés, el acercamiento no enfocaba y el alejamiento desenfocaba y no volvía a enfocar, las distancias no coincidían con las medidas de la retícula, la montura no se cerraba porque las lentes no encajaban. Incluso el propio Manis se equivocó colocando las piezas, en definitiva. Todo lo que podía salir mal, salió.

Solucionar los problemas uno por uno requirió de unas cuantas semanas más, en la cuales Manis tenía que volver a crear nuevos cristales con mayor pureza.

—Por fin— Dijo casi llorando —Por fin he terminado. Ni la pulsera me había tomado tanto trabajo, pero es comprensible nunca antes había hecho una mira telescópica…— En el momento en que se dio cuenta de ese significante detalle, casi le da un ataque —No es lo que esperaba, pero no voy a hacer otra mira. Ya he tenido demasiado—

Decidido a probar su nueva creación volvió a hacer senderismo. Primero subió a una colina elevada, donde comprobó el alcance del zoom, luego al monte donde encontró al fraile y finalmente a la cima más alta.

En aquél lugar se sentó una vez apartada la nieve. Observó que la mira telescópica tenía un límite bastante grande permitiéndole tener una vista de águila muy clara que abarcaba una gran extensión terminando en los muros de un castillo de madera que había muy al oeste.

Identificó la aldea donde vivía en su totalidad, la cual tenía casas desperdigadas sin seguir ningún orden en particular. No había una calle central, ni una plaza fija.

La casa del conde, la cual estaba hecha de madera estaba al norte separada de las demás por muros hechos de piedra. Esa mansión abarcaba más terreno del que imaginaba. Tenía un gran patio donde veía al conde practicar su tiro con arco y criados haciendo los quehaceres de la casa.

Más la norte identificó el cuartel militar donde entrenaban los soldados.

El cuartel era un edificio cuadrado con un patio interno donde varios hombres atacaban postes de madera clavados en el suelo. Otro grupo estaban peleándose entre ellos por parejas.

Fuera había un grupo de soldados marchando y practicando formaciones, o al menos eso es lo que entendía Manis.

Detrás del cuartel estaban las tiendas donde supuestamente dormían los soldados.

Juzgando por el número de tiendas y considerando el hecho de que dos o más podían vivir juntos, el ejército de la aldea se contaba con poco más de cien hombres como mínimo.

Al sur del cuartel, se encontraba la armería que el artesano tanto odiaba. Manis había oído que el artesano compartía una fuerte enemistad con el armero, razón por la cual se negaba a fabricar o reparar armas en su taller.

Cansado de ver a los militares, dejó de mirar por el telescopio.

En el cielo había pájaros volando en grupo realizando formaciones como los soldados. Manis apartó inmediatamente la mirada. En ese momento se dio cuenta de que solo había visto montañas, bosques y planicies con una o varias aldeas, pero ni rastro de mares u océanos.

Miró al horizonte esperando ver algo más allá, pero el telescopio no daba para tanto.

Las aldeas vecinas tenían casas iguales a la suya. Muchas de ellas carecían de algún tipo de defensa, de hecho la muralla de su aldea ni siquiera cubría el lugar en su totalidad, parecía más una pared que separaba el bosque de las casas. No había grandes urbes, tampoco buenas carreteras y sin mirar por el telescopio las aldeas se fusionaban con la naturaleza salvaje que dominaba el mundo.

De casualidad se encontró con su campamento sorprendiéndose de lo cerca que estaba en realidad de la aldea, cualquiera podría encontrarlo.

Siguió el río esperando descubrir donde nacía o desembocaba, pero en lugar de eso encontró algo interesante: Un claro en medio del bosque, donde había un pequeño lago.

A pesar de las múltiples incursiones al bosque, nunca se había encontrado con algo así. Solo por eso mereció la pena el esfuerzo de crear el telescopio.

—No parece estar demasiado lejos de mi campamento. Definitivamente, un lugar que debo ir a investigar— 

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