Capítulo Resubido por Problemas Técnicos
Capítulo 01: Las Salamandras
1ra
Parte
El día había amanecido nublado.
Mientras reposaba tirado en el pasto
húmedo con su larga cabellera extendida en el suelo, el joven pelirrojo se encontraba admirando el gran, basto y opaco
firmamento, cuyo color se había tornado gris por los varios nubarrones que
quedaron tras la gran lluvia del día anterior. Aún así y sin importar su tono o
falta vistosidad, Saldinus solía tomar la vista del cielo por tiempo largo
antes ir a cualquier batalla, esta era
su particular forma de serenarse.
¿Así que ustedes ya se dieron? Pensó el chico al ver los cuervos que se
arremolinaban en cielo, manteniéndose al asecho
el ejército que yacían reunido en aquel lugar. Quizás piensen que van a tener mucha comida hoy.
Sonidos de pasto pisado llegaron a oídos
del muchacho, quien rápidamente alzo su cabeza y observo hacia atrás, al mirar
encontró a un hombre alto, quien superaba con facilidad los dos metros. El hombre
tenía una larga melena a que se extendía a la altura de la espalda baja, el
color de su pelo rayaba entre un azul
pálido y el blanco. Las facciones de su rostro eran ásperas, al igual
que varoniles.
Se encontraba descamisado, su cuerpo era
alto, esbelto y musculado. Sus brazos y torso descubiertos dejaban ver varias
cicatrices increíblemente grandes marcadas en su piel. Hacía uso de un pantalón negro con varias costuras y un
par botas de color marrón oscuras. Por su aspecto físico, cualquiera podía deducir
que su edad no debía pasar de los veinte años, no obstante del mismo modo que
su figura resultaba juvenil, también resultaba impetuosa y dominante, hasta
incluso atemorizante. Aunque, contrario a lo que su aspecto indicaba el hombre
se dirigió con una actitud muy jovial y despreocupada al chico, colocándose al lado suyo y saludándolo.
—¡Oye, Saldy! ¿Qué ´tás haciendo?
—Ya te dije que no me llamaras con ese
nombre de perro.
—Es una apodo para “Saldinus”, no sé por
qué te molestas.
—“Saldinus” no es la de clase de nombre
que pueda abreviarse y sonar bien.
—Tan refunfuñón como siempre, ¿verdá,
Saldy?
—Lo que digas, idiota.
Al escuchar la respuesta agresiva de su
joven compañero el hombre alto rió con gran jubilo.
—¿Qué quieres ahora, Rieph? —Dijo el chico
algo molesto—.
—Nada, solo vine a hablar contigo, eso es
todo.
Rieph se sentó en el pasto mojado junto a
Saldinus, y sin decir una palabra más ambos quedaron en silencio por un rato
mientras veían el gran valle de Azuria.
A pesar del pasto húmedo de color verde pardo y el cielo grisáceo que se alzaba
sobre sus cabezas, lo cierto era que el paisaje que podían contemplar dictaba
mucho de ser algo desagradable a la vista.
—¿Estás emocionado? —Preguntó Rieph
repentinamente—.
—¿Te parezco emocionado? —Respondió
Saldinus con total indiferencia—.
—Pues deberías. Pasó un tiempo desde que
toda la compañía fue contratada para una batalla.
Saldinus permaneció en silencio sin la
más mínima intensión de responder.
—Parece que intentaremos tomar una
fortaleza. Una jodidamente difícil —Dijo Rieph claramente emocionado—. Según oí nadie ha podido penetrar en ella
desde que su terrateniente, Lord Juloiste, se reveló contra el rey.
Al oír el nombre de aquel Lord, las
palabras de Rieph adquirieron algo mas de interés para Saldinus.
—¿Lord Juloiste? ¿No es ese el
terrateniente de la fortaleza de Cyngarfled? —Preguntó Saldinus intrigado.
—¡El mismo!
—Agh… Hildiria debe estar volviéndose
loca.
—¿Por qué lo dices?
—¿Acaso ese Asedio de la Fortaleza de ese
tal Lord, no te suena a un trabajo de mierda que nos tomará mucho tiempo
terminar?
—¿Eh? ¡Que va! ¡A mi me suena genial!
—Dijo Rieph mientras mostraba una gran sonrisa, y hacia un gesto con su dedo
pulgar apuntando hacia su pecho—. Han pasado tres meses desde la última batalla
en la que estuvimos, ya me comenzaba a hartar de tener que hacer trabajos de
caza.
—¿Por qué? —Inquirió Saldinus haciendo
una mueca en su rostro—. Nos generan buen dinero, y no son muy difíciles de
hacer.
—¡Precisamente! ¡Las bestias de esta zona
son muy débiles, no hay ningún gran reto o emoción en cazarlas! ¡Una batalla es
precisamente lo que yo estaba esperando!
Saldinus quedo pensativo un rato ante de
molestarse en responder a su compañero.
—Rieph, ¿Te acuerdas del último asedio
que hicimos?
Rieph permaneció un momento callado.
—Eh… ¿Sí?… Creo que sí.
—Duramos tres meses cubriendo una
posición —Dijo Saldinus con un tono muy calmado a su compañero—. ¿Te acuerdas
de eso?
—Ah… Bueno… No fue el mejor trabajo,
pero…
—¡Pasamos hambre, frió e incomodidad metidos
en una puta trinchera sitiando aquel maldito lugar, mientras comíamos caldo de
sopa aguada…! —Exclamó Saldinus, esta vez claramente exacerbado—. ¿Y todo para
qué? ¡Para que al final los cabrones
acabaran huyendo de su propia fortaleza con gran parte del botín con el
que se supone nos pensaban pagar, y encima de eso nos dejara vendidos ahí por
varios días más—
—Hey, espera eso fue…
—¡A parte del cansancio, no recibimos
nada más, Rieph! —Exclamó el chico interrumpiendo el intento de defenderse de
su compañero—. ¡Así que, siento desilusionarte, pero esto a mí no me suena como
un gran “reto”! ¡Más bien me suena a una colosal pérdida de tiempo por la que
me darán una paga de mierda!
—¡Pero esta vez será diferente!
—¿En qué…?=—
Pisadas en el pasto mojado volvieron a
ser escuchadas, esta vez a espaldas de Rieph, quien con curiosidad volteo para
observar hacia la fuente del sonido. La vista de este se encontró con la figura
de una joven de piel morena y cabello grisáceo que se encontraba parada frente
a él.
Su ropa mostraba un tono revelador. Una
corta y apretada chaqueta roja de cuero que cubría su pecho, aunque dejando
entre ver su gran escote y el trayecto desnudo de su pecho hasta la parte baja
de barriga, debido a lo demostrativo de su atuendo, su piel quedaba expuesta y
con ella lo tatuajes tribales marcados en su cuerpo. En sus brazos se podían
ver dos braceras negras que cubrían hasta casi llegar al hombro, cuyos bordes
estaban decorado de plumas blancas.
Ya por encima de sus voluptuosos muslos
su entrepierna se cubría con un gran manto parecido a un taparrabo que dejaba
entre ver una tanga negra entre los doblados alrededor de la cintura.
Finalmente, unas muy sencillas sandalias
cubrían sus delicados pies.
Cabría decir que era una ropa sumamente
exótica, y al mismo tiempo inadecuada para el lugar, debido al clima frío
usual. Sin embargo el rasgo que más destacaba de la chica aún por encima de
aquellas extrañas indumentarias, era su cabello grisáceo y las enormes orejas de
lobo que tenía sobre su cabeza. Este rasgos tan notorio dejaba mas que claro
que la chica era un Feral, una miembro de la tribu de hombres bestia de
Menoriand.
—¿Eh? ¿Qué sucede, Wenica? —Dijo Rieph
expresando duda.
—Hildiria dice que vengan rápido —Wenica
con una mirada algo indiferente se dirigió a ambos—. Empezaremos el avance
pronto, no se tarden.
La hermosa mujer terminó su mensaje con aquellas sencillas
palabras, y sin la más remota intención de seguir con la plática, se dirigió de
regreso a donde se encontraba el grupo principal. Aquella actitud claramente
demostraba que no le interesaba en
absoluto socializar con aquellos dos.
—Pssst… Tan fría como siempre.
—Sí…
—Aunque debo admitir que es
endemoniadamente bonita, si no fuera una de las chicas de la jefa ya le hubiera
echado mano hace rato —Haciendo una
sonrisa malicioso el hombre habló—. Quizás tenga una oportunidad, siempre que
la jefa no se dé cuenta, claro está.
—Si Hildiria te encuentra poniéndole la
mano a una de sus chicas sabes perfectamente que te colgara de los testículos
en un asta, ¿no?
—Vamos, no seas hipócrita. Hasta a ti te
he visto echándole el ojo de tanto en tanto. Aunque te las das de serio al
final te puede tu hombría, ¿cierto?
—Es completamente distinto —Dijo Saldinus
cerrando sus ojos y con una expresión de desgano en su rostro—. Ella me
recuerda a alguien solo eso…… aunque solo en apariencia, su personalidad no
podría ser más diferente.
—Sí, claro….
—Además, creo que se te olvida que Wenica
es una de los miembros más fuertes de la compañía, no creo que puedas ponerle
un dedo encima sin que ella lo quiera.
—Y que te dice que no va a querer. Estoy
seguro que estará cansada de la jefa, probablemente aún es una “virgen”. Cuando
experimente lo que es un hombre de verdad seguro que…
—¿Seguro que qué…? —Inesperadamente una
tercera voz se unió a la conversación—.
Saldinus volteo rápidamente sorprendido
al escuchar la voz detrás de él, sin embargo Rieph ni siquiera pudo reaccionar
a la repentina pregunta de aquella tercera voz, este simplemente quedo
petrificado.
La voz pertenecía a una mujer de cabello
violeta bastante corto. Su rostro tenían un mentón alargado, boca grande,
labios grueso y ojos afilados, u ojo afilado, puesto la mujer llevaba un parche
en su ojo izquierdo. Su apariencia física era claramente la de una fémina, sin
embargo daba una sensación muy masculina, especialmente por lo musculado que se
encontraba su cuerpo. Su vestimenta consistía en un top negro que exponía su
escote debajo de una chaqueta sin mangas, al mismo que portaba unas botas de
caña alta en las que se encontraban metidos sus abultados pantalones.
Finalmente, sujetada a su cintura por medio de una correa se encontraba un gran
sable, afilado y excentrico.
Los rasgos definidos pertenecían a una
única mujer en toda la compañía, quizás la única que podía asustar a Rieph de
esa manera, su nombre era Hildiria.
Sin demorar mucho su intriga, ella
preguntó— ¿Eh? ¿Rieph? ¿Que ibas a decir?—.
—¿Y-yo…? —Repitió en tono atemorizado.
—Sí, tú —Dijo Hildiria mostrando una
sonrisa aterradora en su rostro—. Dijiste algo sobre Wenica y yo… Algo que
tenía que ver con una hombre de verdad, y que se estaba cansando de mí.
El brazo de Hildiria se enrollo alrededor
del cuelo de Rieph al mismo tiempo que decía estás palabras. Al sentir el roce
de la piel de aquella mujer con la suya todo su cuerpo tembló, y su rostro se
empapó en sudor frío.
En ese instante, Rieph impulsado por su
instinto de supervivencia dirigió todo su esfuerzo mental de una forma que
nunca había hecho en la vida con el fin buscar una única respuesta, una que no
condujera a su muerte. Sin embargo, Rieph simple y llanamente fracasó. Su mente
quedo saturada por aquel herculiano esfuerzo, y apenas un segundo después, el
pobre hombre dejo de pensar. Ya incapacitado para pensar en nada más el hombre
recurrió únicamente a un primitivo acto de reflejo, y dijo lo primero que
se vino a su mente.
—E-era broma… —Dijo Rieph con un tono
dubitativo y la mirada perdida en el horizonte.
La ha cagado
pensó súbitamente Saldinus, al escuchar la respuesta de su compañero.
—Hmm… Una broma, ¿eh?
—¿Eh? S-sí, una broma.
Hildiria mostró una mirada severa frente
a la afirmación de Rieph.
El hombre nervioso tenía la cara tan
empapada que parecía habérsela metido en un balde de agua justo antes de hablar
con ella.
Rieph solo se encogió. Preocupándose por
lucir lo menos atemorizante posible su cuerpo permaneció inmóvil, como el de un
ratón asustado que intenta hacerse el muerto para no llamar la atención de un
gato hambriento.
—Jejejeje… Sí, definitivamente tiene su
gracia —Expresó Hildiria, encontrando cierta hilaridad en lo dicho por Rieph.
¿Qué? Saldinus sucitó la duda para sus adentros. Es imposible que ese haya tragado eso.
—Wenica, con un hombre… —Al siquiera
pensar en aquella posibilidad su pequeña risa se convirtió una fuerte
risotada—— ¡Sí, definitivamente es muy
gracioso!
Pronto su humor avivado se convirtió en
un regocijo irrefrenable.
Los dos incapaces de comprender lo que
sucedía se quedaron viéndola, ambos con tremendas caras de duda y miedo
marcadas en sus rostros.
—¡Ay! ¡Chicos! ¡Ustedes sí que tienen
buen humor! —Finalmente exclamó Hildiria cuando pudo controlar su carcajada, a
la vez que ponía sus brazos alrededor de los cuellos de ambos.
¿Por qué a
mí también? Pensó Saldinus al sentir un fuerte
escalofrío producto del sorpresivo abrazo.
—Jejeje… Sí, lo somos, ¿no es así,
Saldinus? somos muy graciosos…— Respondió con una voz igual de dubitativa a la
de su primera respuesta.
¡Pero que coños estás diciendo! Pensó Saldinus mientras miraba a Rieph con una
expresión perdida en su rostro. Deja de
hablar así, cualquier oportunidad de engañarla la estás mandando a la mierda.
—Jejeje, sí —Dijo Hildiria mientras
quitaba una lágrima que había brotado de su ojo entre las risas—. Por cierto,
por qué se han demorado tanto en venir, ya estamos por salir. Párense y vengan
de inmediato.
—S-sí, jefa —Dijo Rieph con una expresión
aún tensa.
—Por cierto, Rieph…— Dijo Hildiria
mientras se marchaba.
—¿Eh? ¿Qué pasa?
—Que no me entere yo que eso que dijiste
era más que una broma, ¿de acuerdo? —Dijo Hildiria haciendo nuevamente una
sonrisa aterradora, mientras entrecerraba sus ojos.
—C-claro...
—Bien. Buen muchacho —Tras decir esto, la
mujer se levantó estirando su espalda, y sin el mayor reparo se adelantó hacia
el grupo dejando a ambos atrás.
—Wao… No puedo creer que te haya
funcionado —Expresó atónito Saldinus, mientras observaba la figura de Hildiria
alejarse a la distancia.
—Y-yo tampoco.
—Bueno, no sé como lo hiciste, pero lo cierto
es que estuviste a punto de ser castrado por esa loca… —Afirmó Saldinus
mientras hacia un soplido de alivio con su boca.
—¿Eh? ¿Tú crees? —Respondió Rieph
volteando hacia Saldinus, aún con la mirada perdida en su rostro.
— Bueno, mejor no tentemos nuestra
suerte, vamos partiendo —Dijo Saldinus mientras se ponía en pie y sacudía su
ropa algo empapada producto de la humedad del pasto pardo en el que se había
recostado—. Ya la oíste, sería preferible no demorarnos más—.
—Por cierto, ¿qué era eso que no me dijo
Hildiria…? —Dijo Saldinus mientras se dirigía de camino a las tropas.
No recibió contestación a su pregunta,
tampoco escucho ningún sonido proveniente de su compañero. Algo preocupado,
Saldinus volteó solo para confirmar que sucedía. Entonces, vio a su compañero
sentado en la misma posición en la que le había dejado, sin siquiera haber
movido un solo milímetro de su cuerpo.
—¿Eh? ¿Qué sucede, Rieph?
—Saldinus… Ayúdame... Estoy temblando
demasiado para pararme —Dijo Rieph con voz temblorosa.
—Agh… Vaya hombre que estás hecho, ¿no?
2da
Parte
Eran las nueve de la mañana.
La tropas del ejército de Thorley se
habían asentado sus campamentos en el valle de Azuria con un día de
anterioridad.
Cientos de campamentos militares se habían
alzado a lo largo y ancho de todo el valle, y en ellos banderas rojas con el
estandarte de Thorley, un león dorado. Los soldados cubiertos por armadura de
color grisáceo se movilizaban de un lado a otro por los campamentos, portando
el mismo estandarte del león dorado en el peto de sus armaduras.
Entre todos aquellos asentamientos,
destacaba uno en particular, un campamento particularmente grande, cerrado y
resguardado específicamente por un centenar de soldados. Dentro de esta tienda
se encontraban varios cabecillas del ejército de Thorley, quienes en torno a
una gran mesa discutían y planificaban su estrategia de avance. En su totalidad
eran doce, todos tenían un gran porte y forma, al mismo tiempo que llevaban
estupendas armaduras de refinada de calidad, sin embargo entre el grupo quienes
verdaderamente destacaban eran solo dos hombres cuya emblemático figura y
sobresaliente atuendo se distinguía con claridad entre los demás.
Estos dos eran el comandante de la
armada, el General Baldwin Fiendmist, y su segundo al mando, el Coronel Waldo
Gisler. Por un lado el general portaba una armadura dorada de aspecto pomposo y
decorado, que dejaba ver un particular estandarte mas grande de lo normal en el
peto de esta. Baldwin era un hombre de
cabello marrón y tez morena, quien poseía un aspecto muy varonil, debido al
vello de su rostro, el cual acentuaba la aspereza de sus facciones y le daba un
aspecto impetuoso.
El segundo al mando, era el coronel
Waldo. Este portaba una armadura plateada, con el estandarte de Thorley
reducido al lado derecho superior de su peto. La armadura de Waldo no era tan
deslumbrante y detallada como lo era la armadura de su general, pero claramente
era un artículo de muy alta envergadura que evidenciaba el alto grado de
nobleza y recursos que ostentaba aquel hombre. Por su apariencia, Waldo era
claramente más joven que Baldwin, tenía el cabello rubio, era de tez clara,
tenia los pómulos hundidos en su cara y
dos marcadas hendiduras a ambos lados de su frente. Por consenso unánime
cualquiera le describiría como un hombre muy delgado.
Su figura dictaba mucho de lo que uno
imaginaría al pensar en un coronel de renombre. Aún así, esta suposición no
podría estar más equivocada, ya que el coronel de aspecto endeble se encontraba
realizando el conteo de soldados, tenía mucho más de lo que a primera vista
parecía.
—A parte de los 8,500 soldados que nos
dio el rey para para realizar el asedio,
hemos podido conseguir otros 4,000 soldados con el dinero de sus propios
fondos, General.
—Perfecto.
—Sin embargo, creo que pudimos haber
conseguido más efectivos.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, se gastó una cantidad exagerada
de dinero en una compañía de 800 integrantes, llamada las “Salamandras de
Kinadray”… O al menos eso decían tener, por lo visto sus pérdidas en el último
año ascendieron a 46 miembros, por lo que en realidad solo son 754 integrantes.
—Bueno, sí. ¿Y?
—Qué con el dinero invertido en ellos
pudimos haber reclutado casi el triple de la cantidad de soldados que nos
ofrece su compañía. Además no sé qué tanto se pueda confiar en su eficiencia,
por lo visto hay un niño entre sus filas y una buena parte de sus integrante
son bastante jóvenes. Me preocupa que estemos contratando mano de obra
deficiente.
—Jejeje… ¿“Mano de obra” dices? Son
soldados, mi buen Waldo. Les estamos pagando para que vayan al campo de batalla
a matar y morir, no para que nos construyan una cabaña o nos limpien la casa.
No estoy muy seguro de poder referirme a ellos como “Mano de obra”.
—Para el caso, y si me disculpa mi general,
es lo mismo.
—Sabes Waldo, si algo he aprendido en mis
años como miembro del ejército es que no ganas una batalla con números, al
menos no únicamente basándote en la fuerza que estos números puedan atribuirte.
—¿Me está diciendo que esos hombres valen
el dinero que ha invertido en ellos?
—¡Oh, sí! ¡Claro que lo valen! ¡Todos y
cada uno de los Denarios que les dimos!
—Si no le molesta, ¿puedo saber a qué se
debe tanta confianza? Nunca lo vi contratar mercenarios antes y tener tan buena
referencia de ellos.
—Los mercenarios son un arma de doble
filo, Waldo. Pueden rellenar puestos en un ejército no tan numeroso y por el
precio justo están dispuestos a dar su vida por el trabajo —Dijo Baldwin
gesticulando un poco con sus manos— Sin embargo, no hay garantía de que en la
mayoría de los casos tengan la misma preparación militar que posee un caballero
o un soldado del ejército, por no hablar de que llegado el momento tampoco
puedes confiar en que sean leales a alguna causa.
—Claramente, mi general.
—Si ven que el dinero que se les pago no
es el suficiente para enfrentar alguna clase de adversidad que supere de alguna
forma sus posibilidades, muchos estos no dudaran un segundo en huir. Ya ni
hablemos del daño que puede causar en la formación de una de un ejército
eficiente el contratar varias compañías individuales sin ningún nexo entre sí.
Waldo se
percató de manera casi instantánea que la última parte de lo dicho por
su Baldwin iba dirigida a su idea de contratar otras varias compañías más en
lugar de las Salamandras.
—Sí, pero… aún así requerimos de los
números para el asalto. Después de todo estamos hablando de la fortaleza de
Cyngarfled. Ya ha sido atacada tres veces en el pasado y las tres veces
fracasaron, pese a que cada uno de los ejércitos enviados fue más numeroso que
el anterior.
—Precisamente, por eso.
—¿Cómo así?
—¿Qué te hace pensar que nosotros que
somos apenas un ejército de 12,500 soldados, podemos compararnos a los 19,000
soldados enviados en el primer intento o tan siquiera a los 23,000 soldados en
el segundo? ¡Ya ni hablemos de los 28,000 soldados que fueron enviados en el
último! ¡No vale la pena ahorrarse unos centavos para contratar otros cuantos
malvivientes, si aun así estamos muy lejos de alcanzar a los numerosos
ejércitos anteriormente nombrados!
—Nada me hace pensarlo, general.—Dijo
cabizbajo Waldo—. Siendo sincero y perdóneme, pero no estoy confiando en que
podamos lograrlo. Me parece una locura y una muestra de desesperación lo que el
rey Ulfrid le propuso. Simplemente no debió aceptar la responsabilidad sobre
esto.
—¿Eh? —Exclamó impresionado el general
Baldwin ante la afirmación tan sincera de su coronel—.
No solo Baldwin, una buena parte de los
capitanes a su lado se asombraron ante tal afirmación. Era extremadamente raro
ver a alguien que se atreviera a criticar directamente las acciones del rey de
Thorley, sin importar que tan burdas o irracionales estás fueran. La lucidez mental del rey o su
buen criterio eran algo que casi nunca se ponía en duda. Pese a ello, para
muchos otros capitanes la sorpresa ya les había pasado de largo hace mucho.
Después de todo, cualquiera que
permaneciera el suficiente tiempo al lado del general Baldwin, habría de
conocer en algún momento la extrema sinceridad del coronel Waldo, su mano
derecha.
—¡Jajajajaja! ¡Por eso eres tan genial,
Waldo! ¡Esa sinceridad tuya es refrescante entre tanta hipocresía!
Waldo permaneció callado ante el dudoso
halago de su general.
Baldwin al no recibir ninguna respuesta
de su subalterno, también calló. Un momento después, el hombre de armadura
dorada decidió hacerle una pregunta a su coronel.
—¿Entonces que te hizo aceptar trabajar
bajo mi mando para este asalto?
—Lealtad —Dijo algo desesperanzado y mas
melancólico de lo usual.
—¿Aún convencido de que esta era una
locura?
—Sí —Dijo el hombre con total
determinación.
—Ya veo —Exclamó satisfecho Baldwin—.
Pues haz hecho bien. Tu lealtad será bien recompensada.
—¿Eh?
—Me preguntaste porque confiaba tanto en
ellos. Ahora mismo te lo voy a demostrar —Dijo Baldwin con un sonrisa en su
rostro—. Hildiria, ven aquí.
Repentinamente, una mujer de cabello
corto y ropa oscura apareció entre los soldados. Parecía como si casi nadie a
excepción de Baldwin se hubiera percatado de su presencia hasta el momento en
que el hombre pronunció su nombre en voz alta.
—¿Me llamó general? —Dijo Hildiría
mostrando una sonrisa que cruzaba su cara de oreja a oreja.
—¿Ya están hechas las preparaciones?
—Tan pronto me dé la orden empezaremos.
—Bien —Dijo Baldwin, mientras hacía
magnánimo gesto de felicidad.
El hombre se alzó de su asiento y camino
fuera de la pequeña tienda, seguidamente su coronel y capitanes fueron tras él.
Al salir de la tienda, Baldwin divisó un
gran podio que había sido puesto ahí expresamente para él. El hombre no demoró
en subirse encima este, y aprovechando la altura que le proveía la plataforma,
encaró a sus hombres.
Baldwin alzo su espada contra el viento
con el fin de mostrarle a su soldados la dirección en la que tendrían que
avanzar. El camino era claro, la fortaleza alojada en el paso que permitía el
recorrido por la cordillera de Estea, la ya conocida y famosa fortaleza de
Cyngarfled. Aquella que había permanecido impugnable hasta el día de hoy.
—¡Señores! ¡Hoy haremos algo grande!
—Dijo Baldwin mientras alzaba sus brazos a la multitud—. ¡Algo en lo que
ejércitos muchísimo más numerosos que el nuestro, fracasaron sin perdón alguno!
¡Seremos nosotros quienes llevaremos a cabo esta misión encomendada por nuestro
gran, querido y sabio rey!
Lo de grande, sabio y querido sería muy cuestionable pensó Baldwin para sus adentros. No obstante, mientras el siga siendo el rey,
debo servirle a él.
—¡Mostrémosles a nuestros enemigos de lo
que somos capaces! ¡Honremos a nuestro rey y honremos a nuestra patria!
Los soldados que miraban hacia la tarima
parecían algo apabullados por la repentina contundencia de las palabras de su
general.
— ¡Quizás no será ni hoy ni mañana, pero
no saldremos de este valle hasta que en
esa fortaleza se alce nuevamente la bandera de nuestro gran reino! —El
General era consciente de esto, sin embargo esa era claramente su intención,
por lo que siguió hablando— . ¡Mis soldados lo juro por nuestro reino y por
nuestro rey! ¡Yo, Baldwin Fiendmist! ¡Les prometo que la fortaleza de
Cyngarfled estará en nuestras manos para el momento en que volvamos a casa!
Lo exageradamente pomposo del discurso de
Baldwin, quizás para algunos no eran mas que un puñado de palabras vacias
arrojadas a soldados que se encontraban a poco de morir en un suerte de asalto
suicida. Aún así, la mayoría de sus hombres decidieron creer en el ímpetu y la
fuerza con las que fueron dichas por él. Aquellas palabras resultaron capaces
de impregnar algo de ánimo en el cuerpo de aquellos afligidos y dubitativos
hombres. Quizás no confiaban en su victoria, pero eso no significaba que no la
anhelaran.
—¡¡Oooooooooohh!! —Soldados y caballeros
alzaron sus espadas al cielo, al tiempo que hacían un fuerte grito. Sin mayor
reticencia los soldados se dejaron engatusar por las palabras con sabor a
victoria que le habían sido dichas por su general.
Al ver este gesto su general se volteó y
miro a su acompañante de pelo color cárdeno.
—Ya es hora. Hazlo —Dijo con suma ansia
el hombre—.
Hildiria se mostró complacida ante la
orden de Baldwin y con un gesto de su mano dio la señal esperada.
En ese instante, una docena de mujeres
vestidas con mantos y portando grandes bastones iniciaron su cántico.
—Por el poder del gran Dios Banash,
nosotras, las hijas de la Salamandra accedemos al poder del viento y el agua.
Cubre con un manto blanco nuestra presencia y haz indetectable nuestro paso a
la vista de nuestros adversarios. Rendimos tributo con 20,000 cúmulos de poder
mágico…—Al tiempo que se realizaba el canto toda la planicie era iluminada por
una gran luz azul.
Haciendo una gran pausa al final las
mujeres alzaron su voz y pronunciaron el nombre del hechizo en voz alta.
—¡¡«Gwynn Tarth»!!.
Tan pronto como sus palabras resonaron en
el viento, tanto el aire y la atmósfera alrededor se hicieron cada vez más
densas. Una neblina tan espesa y blanca como las nubes se dispersó por todo el
valle de Azuria.
Al ver tan tremenda bruma aparecer de
repente los soldados de Baldwin no pudieron hacer otra cosa que quedar
desconcertados y confusos. Sin embargo, su general no parecía preocupado por
aquel pequeño detalle. Percatándose de la vacilación de sus hombres, Baldwin
nuevamente alzó su espada contra el viento, y apunto, seguro del lugar al que
señalaba era la fortaleza.
Entonces dijo —No teman a esta niebla,
porque con ella ganaremos esta batalla… ¡Manténganse firmes y avancen, y les
prometo que ganaremos! ¡Mis valientes hombres!—.
Los remanentes de la duda asolaban en la
cabeza de lo hombres, sin embargo estos acataron la orden que les fue dada y
marcharon por el valle, siguiendo hacia el frente tal y como se les había dicho
que hicieran. No pasó el tiempo hasta diminutas y variadas esferas de luz se
alzaran entre la bruma para aclarar el paso.
Las pequeñas bolas de luz no iluminaban
mucho, más si lo justo para permitir a los hombres orientarse entre el vasto
blanco de la niebla.
Ahora ya decididos los hombres siguieron
avanzando, confiados de las palabras dichas por su general y en el espíritu de
lucha que este les había transmitido.
3ra Parte
—¡Jajajaja! ¡Hay que ver que miedosos son
estos nobles! ¡Un poco de niebla y ya están acojonados! —Exclamo Rieph mientras
observaba el avance de las tropas desde la retaguardia—.
—Solo los caballeros son nobles, la
infantería deben de ser plebeyos igual que nosotros —Dijo Saldinus repostando a
lo dicho por Rieph.
—¡No fastidies! ¡Que tiquismiquis eres!
¡Tú me entendiste!
El chico miró a su alto compañero y
repostó.
—Rieph, tú también dudarías si de repente
estuvieras rodeado por una niebla tan espesa sin saber de qué se trata —Dijo
Saldinus con una mirada llana y un gesto casual—. Mucha gente de Thorley no
está acostumbrada la magia, aún mas con
la cacería de magos y brujos que ha empezado el creciente culto de ese tal Dios
Laratet, la magia cada vez es peor vista aquí.
Al oír las palabras, Rieph se calló
durante un breve momento.
—Sabes, para ser un mocoso conoces muchas
cosas —Dijo intrigado—.
—Obviamente. A diferencia de alguien
aquí, a mi si interesa la cultura del
lugar donde vivo, además yo sí se leer…
Rieph se quedo un rato viendo a Saldinus,
como si este hubiera dicho algo que le hiciera dudar.
—Ahora que lo pienso, nunca te pregunte
antes… ¿Para qué sirve eso de “leer”?
—¿En serio? Nunca le preguntaste a nadie
sobre eso…
—La verdad nunca me interesó. Sin
embargo, ahora lo me intriga —Dijo Rieph, mientras manifestaba la curiosidad
creciente en su rostro—. ¿Para qué sirve?
—Digamos que si sabes leer puedes
descifrar la información escrita en libros, carteles y demás sitios. También te
sirve para aprender magia, ya que la mayor parte de hechizos mágicos se
escriben en grimorios. Claro siempre y cuando puedas leer en el idioma en que
está escrito.
—Hmm… No suena tan mal… ¿Podrías
enseñarme?
—¡¿Eh?! —Respondió súbitamente Saldinus,
mientras se echaba para atrás—. ¡Tú, ¿quieres aprender a leer?! ¡¿Qué hiciste
con el verdadero Rieph?!
—¡Hey, voy en serio! Al inicio pensé que
era inútil, pero cada vez me fastidia más que un niñato como tú me deje en
ridículo con estas cosas.
—Entonces no te interesa aprender a leer
por el bien de culturizarte, sino solo para que yo no te presuma de que se
hacer algo que tú no sabes hacer, ¿cierto?
—En efecto.
—Ah… Supongo que algo es algo. Aunque
conociéndote no duraras mucho antes de cansarte de practicar la lectura, y
preferir salir a emborracharte y ligar con chicas.
—Quizás…
—No tienes vergüenza —Dijo Saldinus
mientras agitaba su cabeza, al mismo tiempo apretaba el tabique de su nariz con
el dedo índice y pulgar.
—Saldinus…— Interrumpiendo la conversión
apareció una chica que no superaba por mucho el metro y medio.
De tez clara, grandes ojos color
esmeralda, nariz respingada y labios finos. Tenía un rostro redondo de
facciones finas y juveniles, como mejillas grandes y mentón pequeño, cosa que
no la ayudaba a verse ni un poco mas madura. Por otro lado, su cabello era
largo, lacio y de tono anaranjado, el cual llegaba a la altura de su falda.
Al ver como la ropa se holgaba sobre
ella, cualquier podía entender que su cuerpo era delgado, cosa que no se
compensaba por su ya de por si diminuta estatura. Su busto no era grande,
aunque tampoco particularmente pequeño, tenía una cintura muy ceñida y si bien
su túnica no dejaba apreciarlo, era algo obvio que tenia buenas posaderas.
Llevaba un sombrero de pico bastante grande que la hacía ver de alguna forma
aún más pequeña, y a la altura de sus hombros llevaba un manto pequeño con capucha. Portaba una
gran túnica de largas mangas acampanadas, a la vez que una pequeña falda
blanca, la cual debido a la longitud de la túnica no solía verse. Todo su conjunto era de un tono azul marino
con bordados dorados, presumiblemente hechos de oro, que denotaban el tono algo
desubicado en su postura como “noble” en el campo de batalla. Finalmente
llevaba como calzado unas botas marrones de caña alta y costura clara, de una
calidad muy parecida a la túnica con la que vestía.
La chica se colocó en frente de Saldinus, y sin mucho preguntar le hizo tomar
un extraño colgante en su mano. Era una joya de plata con forma de halo grueso
e incrustaciones de perlas en él.
—¿Qué es esto? —Preguntó Saldinus
confuso.
—Digamos que es algo que me permitirá
comunicarte conmigo a largas distancias—
—Oh, ¿en serio? Y… ¿para qué me lo estás
dando? — Cuestionó entrecerrando los ojos.
—¡Es obvio, Saldinus! —Exclamó Rieph muy
emocionado—. ¡Se te está confesando hombre! ¡He oído que aquí la tradición
dicta que las mujeres deben regalarle una de sus prendas al hombre para poder
confesársele!
—Ah… —Dijo el chico, frunciendo el ceño—. ¿En serio?
—¡Por Dios, Rieph! ¡Saldinus tiene edad
para ser uno de mis hermanitos, como estás pensando semejante cosa! ¡Hildiria
solo me encargó que le diera esto para que lo tuviera a mano antes del asalto!
¡Además, ella quiere hablar con él!— Gritó muy enojada la chica de sombrero de
pico.
—Ah… Bueno, no puedes culparme por mi suposición,
Udine. Después de todo el buen Saldinus es muy popular entre la clientela del
«Dote Demion», no sería algo de extrañar tampoco —Dijo entre risas Rieph—.
—¿Eh? ¿De qué estás hablando? —Pregunto
Udine intrigada.
Sin dar tiempo a que Rieph pudiera contestar
la pregunta, Saldinus comenzó a caminar y se encamino hacia el sitio donde se
encontraba Hildiria sin mediar mas palabra.
—Bueno, si no te molesta Rieph… Iré a ver
que quiere Hilda —Dijo Saldinus, mientras se alejaba haciendo un gesto de
despedida con la mano.
—Ah, sí. Claro. Adelante.
Udine espero a que Saldinus se alejara lo suficiente de
ambos para atreverse a preguntar nuevamente.
—¿A qué te referías, Rieph?
—Ah, ¿no lo sabes? Bueno, no es como que
Saldinus lo ande diciendo a todos, aunque tampoco es como si lo ocultara —Dijo
Rieph mientras afincaba su dedo pulgar en su mentón, como pensando si debía o
no decirlo.
—¿El qué…? —Dijo intrigada Udine.
Rieph la miró dubitativo durante un
momento. Finalmente el hombre decidió hablar.
—Está en la misma de servicio que hago yo
en el «Dote Demonio».
—Espera, no te referirás a que él también
es un prostitu…
—¡Eh! ¡Eh! ¡No nos confundas con esos
tipos que andan vendiéndose a cualquiera por un par de monedas de cobre!
¡Nuestro servicio va únicamente dirigido a la nobleza, y para que lo sepas el
público objetivo de Saldinus y mío es únicamente femenino, nada de cosas raras!
—Exclamó Rieph extrañamente indignado al oír el calificativo que Udine
pretendía darle—. ¡Además! ¡No nos llames “prostitutos” el termino correcto
para nosotros es «hombres de compañía», ¿de acuerdo?!
—¿Eh? ¿Estás hablando en serio? Pero si
es un niño, no debería tener más de trece.
—Bueno, al parecer es una especie de
fetiche tiene mucho tiempo entre las señoras de la alta nobleza de Thorley.
Muchas de ellas buscan experimentar con chicos que aún no estén del todo
desarrollados, por ponerlo de alguna forma —Dijo Rieph mientras seguía tocando
mentón—. Saldinus parece haberle ido muy bien con ello. Según escuche es
extrañamente comprensivo con las clientas, de hecho parece una persona muy
distinta a aquel perro encabronado que conocemos.
—Ah…— apenas vocalizó Udine al escuchar
lo dicho por Rieph.
—¿Eh? ¿Qué sucede?
—N-no. Nada, es solo que… No te parece un
poco triste… Digo, que tenga que hacer eso con su edad.
—Nah, para nada. Lo hace desde que tiene
diez.
—¡¿Eh?! ¡¿Diez?!
—No es tan sorprendente, la jefa a mí me
hizo empezar a los nueve. Para el tiempo en que entre en la compañía no sabía
pelear y ese fue el único trabajo en el que ella pensó que podía serle útil.
Igual no es como si las señoras siempre quieran sexo. Una vez me contrato una
abuelita solo para que escuchara sus problemas, realmente fue algo muy gracioso
—Dijo Rieph, mientras soltaba un carcajada.
Aunque para Rieph lo dicho había sido
algo digno de gracia, para Udine no resultaba tan divertido, de hecho la chica
se sintió hasta asqueada escuchando tal afirmación.
Es esta la vida de los bajos fondos pensó Udine. Entonces
¿todos aquí habrán hecho algo como esto en algún momento?
—¡Hey, me escuchas!
—¿Eh? ¿Qué pasa?
—Bueno, supongo que te impacto mucho, ¿no
es así, novata? — Dijo Rieh agachándose un poco para verla a los ojos—. De
dónde vienes supongo no estarás acostumbrada a escuchar sobre ese tipo de
cosas…
—Para nada.
—Hmm… ¿Por qué no te uniste a un gremio
de aventureros?
—¿Eh?
—Bueno, es solo que no pareces el tipo de
chica que necesite este trabajo. Divertirte con tus amigos mientras cazan
monstruos débiles y luego presumirlo por ahí. Me das más das mas la sensación
de que eres de ese tipo de gente. No entiendo porque te metiste en una compañía
de mercenarios para comenzar —Expresó Rieph con un gesto de duda en su rostro—.
—Hmm… N-no, no es eso lo que quiero.
—Ufff… Bueno, igual si quieres seguir en
este lado del rió tendrás que acostumbrarte —Expreso Rieph con las manos a
ambos lados de la cintura y la vista en el horizonte. No te preocupes, seguro
que con el tiempo esta clase de cosas dejaran de molestarte.
—Sí —Dijo Udine—.
Eso espero
expresó la chica para sus adentros.
Saldinus se desplazaba hasta la parte
delantera de la marcha. Los soldados que le veían guardaban algo de asombro al
ver un chico tan joven en el campo de batalla. No era como fuera algo
particularmente único, sin embargo tampoco era lo usual. Por otro lado,
Saldinus ya era mas que indiferente a las miradas de sorpresa de aquellos
hombres, las mismas que con asiduidad ponían otros encima suyo. El chico
continuó su avance desde la retaguardia a la vanguardia sin desviar su mirada
en ningún momento.
Finalmente alcanzó la parte de la tropa
en la que los jinetes marchaban en compañía del General, el Coronel y varios
Capitanes, todos en sus monturas. No le tomo nada el dilucidar la silueta de
cierta mujer que avanzaba a pie acompañando al general. Saldinus afinco sus
pies acelerando el paso, unos pocos segundos después había llegado rápidamente
a donde se encontraba ella.
Sin dilación, rápidamente este hizo su
pregunta.
—¿Me llamabas?
—Oh, hasta que al fin viniste. Te habías
tardado lo tuyo —Dijo expectante Hildiria al verle.
—Sí, Udine me dijo que querías verme
—Prosiguió haciendo una pequeña pausa—. ¿Qué sucede?
—Bueno quería pedirte que realizaras un
trabajo con respecto a algo muy importante. No te preocupes te pagare
correctamente.
—Hmm… —Haciendo un sonido con su boca y
con un gesto de duda, preguntó—. Haber dime, ¿que podría ser?
—Quiero que seas nuestro Heraldo… ¿Qué te
parece?
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