Capítulo Resubido por Problemas Técnicos
Capítulo 03: Conversación
1ra Parte
Ocultos en la neblina pudieron verlo.
Varios soldados bajaron para recoger a Saldinus,
quien permaneció impávido
ante la presencia de estos. Los hombres le rodearon y antes de permitirle
entrar a la fortaleza, le amarraron las manos y vendaron sus ojos. Se podía ver
la prisa y la incomodidad en la cara de estos mientras permanecían vigilantes
hacia la posibilidad de un ataque sorpresa, sin embargo nadie más a parte del
chico se atrevió a salir de la bruma. Habiendo hecho lo acordado giro levemente
su cabeza para dar un vistazo hacia atrás, e hizo un gesto de seguridad con su
mano izquierda que algunos pocos pudieron apreciar. Tras esto, Saldinus fue
escoltado hacia el interior de los muros.
Bajo el resguardo de una tienda de campaña un cuarteto de mercenarios que
hablaban sobre el tema.
—Así
que realmente le llevaran a ver al General… —Dijo un hombre de rostro alargado,
ojos marrones y barba descuidado, cuyo cabello era largo, canoso y desaliñado.
—Sí,
¿quién lo hubiera pensado? —Preguntó una chica de cabellera rojiza, casi
violeta con un peinado particular de dos flecos que se dividían por el lado
derecho de su frente.
—Rarval, ¿Quieres apostar sobre cuando lo matarán? —Propuso un
soldado de aspecto fornido quien portaba una prominente armadura y
cuyo rostro yacía
marcado por dos cicatrices en su frente.
—¡Yo
digo que lo mataran antes de que llegue a hablar con el General! —Dijo la
chica, con una expresión expectante que se marcaba en sus profundos ojos azul
marino y sus largas cejas.
—¡Helia,
deja hablar a Rarval! ¡La apuesta es con él!— Exclamó el hombre de las
cicatrices.
—¿Por
qué? Yo también quiero apostar— Dijo mientras jugaba con bufanda roja que tenía
enredada alrededor de su cuello.
—Agh, pues bien... Entonces, Rarval ¿qué opinas?
—Yo digo que lo mataran después. He oído que usualmente ese tal
General Shaenus permite que los heraldos enemigos hablen antes de matarles
—Dijo Rarval.
—Apostar sobre “cuando lo van a matar” es muy aburrido, deja muy poco a la
imaginación, ¿no creen? —Dijo con un tono jovial la cuarta persona en
el grupo—. Mejor apostemos a algo más
variado, por ejemplo “como lo van a matar”.
El hombre tenía una figura atractiva, era rubio de grandes ojos azules y
larga cabellera. Llevaba una portentosa armadura color bronce compuesta por un
peto y una cota de malla justo debajo de esta, y unos pantalones de cuero marrón.
—¡Ah,
sí! ¡Eso suena mejor que lo que propuso Orake! —Expuso Helia muy animada —¡Creo
que le van a empujar desde el muro!
—¡Hey!
¡Helia!
—Jejeje… Vamos no te enojes, que dices tú Orake, ¿cómo crees que le
maten? —Expresó con un tono asertivo el hombre apuesto.
—Ugh…
Pues, no sé. Quizás lo empalen como sucedió la vez anterior. —Dijo Orake un
poco desganado —. ¿Qué opinas tú, Rarval?
—Hmm…
Empalamiento o caída… Está difícil apostar, pero creo que esta vez será caída.
Dudo que ese bastardo se deje empalar para comenzar —Haciendo un pequeña pausa
pregunta— ¿Por cierto Halko fuiste tú quien propuso esta apuesta, no dirás la
tuya ?
—Hmm…
Tengo mis dudas, sabes. Aunque fui yo quien lo propuso, ahora que lo pienso él
sigue siendo un niño, no sé si realmente lo maten así como así. Puede que
Shaenus se apiade de él… quien sabe… —Habló algo resignado el hombre de
cabellos rubios que respondía al nombre de Halko.
Hubo un gran silencio.
Inmediatamente después, el cuarteto reventó a
carcajadas.
—Si claro, como no… El cabrón de Shaenus siendo misericordioso. Lo van a
reventar como a cualquiera, además alguien como él no se contendría solo porque
se tratase de un chico —Dijo Rarval muy confiado.
—¡Me
pregunto cuanto le habrán ofrecido al “Bastardo” por suicidarse! —Exclamó de
forma burlona y entre risas Orake—. Hay que ser muy estúpido para aceptar ser
el mensajero que entrega a un mal mensaje a alguien como Shaenus!
—¡Jajajaja!
¡Al parecer la jefa se cansó del pequeño bastardo! ¡Ya era hora que se
deshiciera de él! —Exclamó Halko.
—La jefa es realmente astuta, usar al niñato ese durante más tiempo podría
haberle traído problemas. Lo mejor que hizo fue deshacerse de él ahora —Dijo
entre risas Helia.
Los cuatro disfrutaban despreocupados de su
jolgorio, cuando repentinamente fueron golpeados por un aura siniestra se
apoderó del
ambiente alrededor.
Las risas de júbilo y burla pararon en seco. El aire se hizo pesado y el
cuarteto que charlaba no pudo evitar percatarse de la presencia que yacía cerca
de ellos.
Un hombre alto de cabellera azulada y
completamente descamisado se acercó
a ellos a paso lento.
—¡Hey,
chicos! ¿Puedo saber de qué se están riendo? —Haciendo una expresión de auténtica
duda, el hombre preguntó—.
Los cuatro presentes no supieron que responder
al verlo.
¡Maldición, de todas las personas
tenía que ser él! Pensó Halko sumamente preocupado.
—¿Eh?
¿Por qué te interesa? —Dijo claramente perturbado el hombre de cabello rubio.
—No lo sé. Si ustedes fueran buenos combatientes se me haría normal
que estuvieran emocionados en el campo de batalla, pero viendo quienes son,
simplemente se me hace extraño que semejantes pedazos de mierda se sientan tan
cómodos —Dijo Rieph con el mayor indiferencia y descaro posible—. Digo tipos
como yo estamos seguros de nuestra fuerza, pero ustedes… ¡Je! ¡Si me permiten
eso si me da algo de risa!
—¡Oye!
¡Nosotros no te dijimos nada, apareces de repente y comienzas a insultarnos! ¡¿Qué
te pasa?! — Exclamó molesta Helia.
—No me pasa nada. Solo estoy aburrido, ahora que
se llevaron a ese chico no tendré
a nadie con quien pelear hasta que comience la batalla, pensé que quizás si les
insultaba se podrían furiosos y buscarían pelea. Así podría machacarlos para
entretenerme un rato —Afirmó mientras hacía una sonrisa maliciosa que
correspondía claramente con las intenciones expresadas.
Visiblemente furioso Orake se colocó delante de él. Se podía ver el
enfado en su rostro y no solo eso, también se podía sentir en el aire, puesto
que el hombre despedía una presencia aterradora.
—Oye, idiota. No sé de qué vas tú, pero si peleas es lo que estás buscando
puedes tener por seguro que la encontrarás si no desapareces de nuestra maldita
vista—Dijo fastidiado.
Su tamaño un poco mayor al de Rieph parecía hacerle sentir algo
seguro de su victoria. Sin embargo, este último al verlo no se mostró ni un
poco intimidado, y con una gran indiferencia lo miró a los ojos.
—¿Sabes
que me jode? ¡Ustedes no tienen aprecio por sus compañeros! ¡No deberían desear
o apostar por la muerte de aquellos que pelean y mueren cubriendo sus espaldas!
—¡¿Así
que todo eso es por el maldito chico?! —Dijo Orake al caer en cuenta de a que
venían las palabras de Rieph—. ¡¿Qué eres? ¿Su puto novio?! ¡Pedazo de mari…!
Repentinamente, antes de que Orake pudiera
seguir gritando un puño
se precipitó muy violentamente contra su cara. Tras esto, un fuerte estruendo
fue escuchado por todos los que le acompañaban.
El sonido era particular, y claramente
diferenciable, correspondía
al crujir de los huesos en su cara. Uno de los ojos del hombre salió de su
cuenca justo por encima del puño de Rieph cuando este impactaba su cara.
El hombre cayó brutalmente al suelo producto del golpe recibido.
Un grito agónico se escuchó salir de su boca al instante en que el
dolor percibido resonó en todo su cuerpo. Sin más nada que hacer el hombre rodo
por el suelo con las manos puestas sobre su ensangrentada y desfigurada cara,
haciendo evidente su desesperación.
Las personas presentes vieron con asombro como
la mandíbula
del hombre del hombre también se había desencajado.
—¡Orakeeee!—Grito
Helia desesperadamente—. ¡¿Qué hiciste, animal?!
—Solo les estoy enseñando una valiosa lección de compañerismo
—¿Qué
dices? ¡¡Todo esto es por ese niño de mierda!! —Grito furiosa, mientras socorría
a su malherido compañero— ¡¿Quién crees que mató a Sige, Reyny, Rancent y
Draffin?! ¡No fue otro que ese maldito niño!
—¡Gran
pérdida! ¡Tres hombres que fueron asesinados, mientras violaban a una niña y
otro que fue asesinado por el chico que ato los brazos para poder vengarse!! ¡No
podría ni siquiera considerar como compañeros a semejantes idiotas!—
—¡Rieph!
¡No te equivoques, solo por qué crees tener algo de amparo por la jefa! ¡Nadie
te podrá socorrer si te metes conmigo! —Repentinamente expresó Halko, quien con
su mano en la vaina de su espada dejaba en claro sus intenciones.
—¡Me
gustaría verte intentar algo! ¡Sería gracioso recibir algunos arañones de tu
parte, Halko!
—¡Riephhhhhhh!
—Grito Halko a todo pulmón, mientras su ira le hacía cargar contra Rieph.
Sin embargo, antes de poder atacar Halko sintió como una inminente presencia
manifestándose frente de él. En ese momento, toda su ansia y sed de sangre fue
apaciguada, o mejor dicho, ahogada. Sus sentimientos de furia e ira fueron
tragados por un profundo pavor, y tomando la decisión más racional que pudo se
paró a media marcha.
—¿Qué
sucede aquí? —Dijo con una ira controlada la mujer de ojo parchado que se mostró
frente a Halko.
—Ah, jefa… —Halko apenas pudo dar una respuesta coherente—.
—Dime, ¿qué sucede aquí, Rieph? —Repentinamente su atención se
dirigió hacia el hombre de cabello largo azuloso.
—¿Eh?
No, no es nada. Es solo que… —Sin otra opción, el hombre habló vacilante—.
Estos idiotas estaban haciendo apuestas sobre la muerte de Saldy… Simplemente
me molestaron demasiado.
—Ya veo— Dijo muy calmadamente Hildiria al
observar el cuerpo de Orake con media cara partida tumbado en el piso.
Dirigió su mirada nuevamente a Rieph, al que encontró cabizbajo y
sin mayor intención de seguir peleando.
Haciendo una larga exhalación, la mujer se precipitó sobre el
hombre, asustado este intento moverse hacia atrás, pero antes de poder hacer
nada recibió un golpe en el vientre con una fuerza abrumadora.
—Agh…
—El potente puñetazo que recibido le provoco arcadas.
Sintiendo la visión borrosa Rieph calló sobre sus rodillas.
Con las fuerzas que le quedaron sostuvo su estómago y dirigió su mirada hacia
arriba.
Entonces ella habló —Rieph… No te golpeo por golpear a estos tipos, la verdad
no me importa mucho como te guste solucionar tus problemas. Por lo que
realmente te golpeo es por el momento que elegiste para herirlos— Dijo Hildiria
mientras calmadamente se ponía en posición de cuclillas frente a él—. ¡Estamos
frente a la maldita fortaleza enemiga, joder! ¡Lo que menos necesito es que le
hagas el trabajo más fácil esos cabrones de allá arriba!
—Ugh…
Sí… Lo siento.
—Además, no seas tan hipócrita hablando de cosas como el “compañerismo”,
hacer eso solo te hace quedar mal. Sabes bien que tú consideras dispensables a
casi todos los miembros de esta compañía.
Rieph permaneció en silencio al escuchar esas palabras.
No era como si buscaba negarlo, después de todo era consciente de su
propia hipocresía.
Quizás
era cierto Sige, Reyny, Rancent y Draffin tenían una afición perversa a violar
niñas y hacer toda clase de ultrajes durante su toma y asaltos, sin embargo
tanto para Hildiria como parar él eso no tenía demasiada importancia.
“Siempre
que cumplan su cuota en combate esto no sería un problema” al menos esa la
filosofía para la mayoría de casos.
De hecho, el mismo había compartido copas y tenido largas
conversaciones con esos cuatro durante el tiempo en que permanecían con vida, y
aun así no sentía absolutamente ningún tipo de rechazo o aversión a ellos.
Aun así tampoco sentía casi ningún tipo apego o simpatía, puesto
que no sintió absolutamente nada cuando la primera vez que conoció a Saldinus
encontró los cadáveres degollados de los primeros tres. Más que ira o enojo, lo
que sintió Rieph fue una completa indiferencia, ya que toda su atención había
sido absorbida por la emoción de encontrar a alguien como Saldinus, quien a tan
corta edad le resultaba tan prometedor.
Esto no solo paso aquella vez, casi siempre que
Rieph viera a una compañero
ser brutalmente masacrado por un adversario, este en lo único que podría que
pensar seria "Podrá este tipo darme batalla a mí”.
Para Rieph la muerte de un aliado en el campo de
batalla no traía
otra cosa más que la expectación por un posible digno rival. Así había sido su
naturaleza desde hace mucho tiempo.
—Bueno, igual no es como si la posibilidad de
que Saldinus acabe muerto no sea muy alta —Dijo Hildiria, mientras prendía su pipa y se disponía a fumarla.
—¡Jefa!
—Exclamó Rieph, algo molesto por lo dicho.
—No me malinterpretes. No lo mande a que
muriera, pero creo que es bastante posible que pueda suceder.
—Hmph…
—Te estás ablandando demasiado Rieph, recuerda que lo importante en
las salamandras no son sus miembros, sino la salamandra en sí. Somos las salamandras
porque podemos reemplazar cualquier parte de nuestro cuerpo, siempre que aún
queda alguna parte de nosotros. “Todos somos prescindibles”, ¿lo recuerdas? Esa
siempre ha sido nuestra filosofía, sin excepciones. Ni siquiera yo.
Rieph permaneció callado ante lo dicho por Hildiria. No había nada que
hacer, así había sido siempre.
Hildiria siempre disponía de sus miembros como mejor
pudiera, no le importaba ponerles en situaciones de gran riesgo con tal de
conseguir algún beneficio para el grupo, y hasta ese día él nunca había tenido
ningún problema con esa ideología.
Aun así, si alguien
puede entregar ese mensaje es ese chico… Pensó Hildiria para sus adentros.
—Controla tu ira y vuelve a tu posición, podría suceder algo en cualquier
momento.
Sin decir nada más, la mujer de ojo parchado volteo a ver a Orake y a los
otros tres.
—En cuanto a ustedes… No me quiero enterar de que se
dejaron descubrir por Rieph haciendo apuestas sobre la muerte Saldinus, si lo
van a hacer háganlo sin que nadie se dé cuenta.
—Ah, sí… —Apenas pudo balbucear algo impactados Halko y Rarval.
—Bien, eso es todo. Prepárense —Dijo haciendo una pequeña
pausa para fumar algo de su pipa—. Dependiendo de la respuesta de nuestro
adversario tendremos que luchar.
—¡¿Eh?!
¡¡Y qué hacemos con Orake!! ¡Este cabrón le ha partido la cara! —Dijo Helia
abrumada.
—No seas tan llorona Helia, no es la gran cosa.
Encájenle la mandíbula
de nuevo y vayan con Mirilye o algún otro curandero del grupo para que se la
pueda sanar, con respecto a su ojo… Bueno, quizás no se pueda hacer nada ahí.
Aun así Orake es muy afortunado, si Rieph realmente hubiera querido matarlo
probablemente le hubiera descolgado la cabeza con ese golpe.
—Tch— bufó Helia con indignación, pero se aguantó consciente que no
podría hacer nada más ahora.
Lo mismo sucedió con Halko, Rarval, y hasta el mismo Orake quien solo podía
lamentarse por el dolor, ya que una vez Hildiria había hecho su juicio tocaba
acatar aún si la decisión tomada no agradara del todo, así era siempre, una vez esa mujer decía
algo se cumplía.
Sin más nada que decir, Hildiria dejo de lado al grupo marchando
de regreso a su posición junto al general.
—Hildiria, ¿qué mensaje le pediste a ese chico que entregara? —Dijo
Baldwin con algo de intriga y curiosidad—. Creo haber sido muy específico en el
hecho de no enviar mensajeros antes del ataque. Es una pérdida de tiempo…
acabas de enviar a ese pobre chico a su muerte.
—Oh, general, usted es sorprendemente
misericordioso con los niños
—Expresó haciendo un gesto de sorpresa fingida en su rostro—. Aun así eso no lo
evita contratar mercenarios que hagan uso de ellos para llevar a cabo sus
servicios.
—Una cosa es que muera en el campo de batalla,
teniendo una oportunidad de salir vivo de ahí y otra muy distinta es que lo envíes con ese loco para que
sea arrojado desde el muro o empalado sin siquiera una oportunidad para
defenderse.
—No se preocupe general. En el peor de los
casos, aún si
deciden intentar matar a ese chico es probable que se las arregle para causar
un disturbio, así que aunque muera nos podría brindar una oportunidad perfecta
para atacar.
—Hay que ver que fría eres… —Dijo Baldwin algo
sorprendido por la actitud de su compañera.
—No diga eso general, yo soy casi una madre para
ese chico. Me partiría
el corazón que muriera, pero aun así eso no cambia el hecho de que así es como
viven los mercenarios, además no es como si le hubiera obligado a aceptar la
misión sin saber de qué se trataba. Le explique bastante bien que era lo que
debía hacer y si sale vivo le pagare por ello. No creo que nada de lo que le
puede sucederle lo tome por sorpresa —Expreso muy despreocupada.
—Bueno… si tú lo dices.
—Solo sentémonos aquí y esperemos a ver cómo reaccionan nuestros
enemigos.
—Esperemos que sepas lo que has hecho, Hildiria.
—Totalmente.
2da
Parte
El chico se encontró golpeando consecutivamente la
superficie de una mesa de madera con las yemas sus dedos desnudos. Le
habían liberado sus
manos una vez había llegado a aquella habitación.
Era un lugar que daba una sensación de claustro total y aunque no podía
verla debido a las vendas que se encontraban cegando sus ojos era capaz de
intuir que era un cuarto bastante oscuro.
Igualmente podía sentir la presencia de varios soldados a su alrededor,
quienes se encontraban ubicados de forma estratégica, resguardando tanto la
parte trasera como delantera la parte delantera de la habitación. Todo
con el fin de que no intentara siquiera escapar de la habitación, lo cual
parecía sorprender a
Saldinus debido a lo sumamente sumiso había sido durante
todo el trayecto desde que fue atado y vendado antes de subir a la fortaleza
hasta que había
sido llevado a aquella habitación, sabía que forcejear solo alertaría a los
soldados y probablemente dificultaría su tarea, así que pese
a las evidentes incomodidades decidió aguantarse.
Del mismo modo, le fastidiaba llevar vendas
tapando sus ojos, sin embargo entendía la intención de los soldados, al no querer exponer su
valioso General ante alguien tan sospechoso como un chico de apariencia bárbara
que se hacía llamar así mismo un “Heraldo”, y se abstuvo de intentar siquiera
quitar la vendas de sus ojos.
Aun
así, el chico supuso que había logrado su cometido puesto que se le permitiría
hablar con el General del Ejército enemigo, el gran general Shaenus, el hombre
que había mantenido a raya a las fuerzas de Thorley durante casi dos décadas.
Repentinamente, el chico escucho el sonido del
manubrio de la puerta al abrirse.
Escuchó los pasos de otro hombre indicando que se adelantaba hacia
la parte trasera de la mesa con dirección a la entrada de la habitación, después
tomo asiento.
Aunque no podía verlo Saldinus percibió la fuerte presencia de aquel
hombre. Definitivamente era alguien que se encontraba más allá del resto de sus
subordinados, su sola presencia tan imperiosa y dominante también dejaba en
claro que él era el General.
Para no llamar la atención aparento una completa pasividad.
Aún
después de sentarse Shaenus no dirigió palabra alguna a él, probablemente
buscaba determinar qué hacer con el chico una vez acabara su interrogatorio.
Acaso una vez dado su mensaje buscarían torturarle para que este
revelara más datos sobre el ejército enemigo, esa quizás era una probabilidad.
Saldinus empezó a rememorar su paseo por la fortaleza, la cantidad de
pasos que había dado, el sentido en que los dio, descubrir si en algún momento
le habrían hecho caminar de más con tal de despistarlo, todo para crear un mapa
mental sobre la ubicación en la que se encontraba. Algo completamente necesario
si la situación se complicaba y necesitara salir de ahí.
Cosa que probablemente sucedería.
—Chico, puedes quitarte la venda.
Saldinus escuchó una grave y portentosa voz, no lo costó entender que esas
eran las palabras del general. Sin mayor oposición, el joven tomo el paño que
cubría sus ojos y se lo quito, fue entonces cuando pudo verlo.
Era un hombre moreno, de larga cabellera negra y
una frondosa barba en forma de candado. Su rostro presentaba las arrugas y
facciones propias de un hombre entre mediados de sus treinta y principios de
sus cuarenta, aunque con toda probabilidad podría ser más viejo que eso.
A pesar de su melena, su frente se había ensanchado producto de la edad y
la pérdida de pelo en la parte delantera de su cabellera, tenía una nariz larga
y bien perfilada con un mentón prominente.
Le miró con el ceño fruncido con sus ojos de color verde, que tenían
una expresión cansada en ellos.
—¿A
qué has venido aquí, chico?
—Me enviaron a negociar términos de rendición con ustedes.
La sala permaneció en silencio tras las palabras dichas por Saldinus. Muchos
de los hombres simplemente hicieron una mueca burlona al escuchar tales
afirmaciones.
—¿Rendición?
¿Otra vez? Pensé que tus contratistas ya se habían hecho algo más inteligentes,
pero supongo que los perros del rey no pueden aprender más que unos pocos
trucos.
—¿Debo
asumir eso como que tú no estás de acuerdo con la rendición?
—Chico, quien te dijo que puedes “tutearme”, refiérete a mí con “usted”
y llámame General.
—¿Por
qué habría de hacer eso? no lo entiendo.
—¿Hey,
chico? ¿Sabes que se les hace a los idiotas que vienen a darnos esta clase de
mensajes estúpidos?
—Arrojarlos del muro o empalarlos vivos según tengo entendido.
—Así
que viniste consciente de ello, ¿eh?
—Sí.
Me pusieron al tanto del riesgo.
—Y aun así decidiste aceptar, ¿tantas ganas de morir tienes, chico?
—Dijo Shaenus con una expresión de duda en su rostro.
—La verdad no estoy interesado en morir. Si tantas ganas de que no lo tutee tienes,
podría intentar dejar
de llamarme “chico” —Haciendo una pequeña pausa dijo—. Me llamo “Saldinus”.
No hubo más intercambio de diálogo. Un silencio sepulcral se hizo
presente en la habitación.
Los soldados hicieron un gesto de resignación. Como seguros de que algo
horrible sucedería frente a ellos.
Saldinus también se percató del cambio en la presencia del hombre frente a
él. Era obvio que sus constantes replicas le habían enfadado, sin embargo pese
a que había hecho esto intencionalmente, tampoco tenía intención de ser
asesinado en aquel lugar.
En el peor de los casos y a juzgar por la
presencia que despedía
su cuerpo, Shaenus debía tener una fuerza igual o superior a Hildiria,
obviamente no era un enemigo al cual fuera lógico intentar enfrentar.
Si fuera a pretender escapar de allí debía buscar una forma de evadirle
o burlarlo durante su huida. Sin embargo, aún era muy pronto para pensar en
eso, después de todo él todavía no había terminado su trabajo.
—General Shaenus…
—¿Eh?
—El hombre se mostró asombrado ante el súbito cambio de actitud del chico.
—Disculpe mi renuencia anterior, quería confirmar que me encontraba
frente al verdadero general. Alguien con esta presencia es claramente la
persona que estoy buscando.
—¿De
qué vas? ¿Te conozco? —Cuestionó el General con un tono imponente.
—No —Dijo tajantemente Saldinus antes de
continuar hablando—.Probablemente ni siquiera conozcas a en persona a quien me
envió aquí tampoco,
pero ella aún sigue persistente en su deseo de hacer un trato con usted.
—¿De
parte de quien vienes?
—De parte de Hildiria Kinadray, probablemente
este nombre se le haga conocido.
—Hmph… — Haciendo un bufido entrecruzo sus brazos y cerro sus
ojos. Shaenus parecía estar reparando en algo.
—Supongo que al menos a oído de ella —Dijo confiado Saldinus.
—Sí…
—Dijo Shaenus con el ceño fruncido—. ¿Cuál es la propuesta de esa mujer?
—Bien, aquí entre nosotros… —Dijo Saldinus mientras hacía una mueca en
su rostro—. No nos agradan esos perros de Thorley.
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