Capítulo 9:
La cacería salvaje.
Estaba llegando a la cima de la colina desde donde podía ver
un asentamiento humano. Observando por su mira telescópica notó que las casas
estaban hechas de adobe en lugar de madera, que no había empalizada alguna y
que muchas de esas casas estaban ubicadas alrededor de una plaza cuadrada.
Había dejado su carro con su caballo cerca del río y alejado
de los caminos.
Estaba buscando a alguien entre las pocas personas que
caminaban por la calles sin pavimentar. Logró dar con su objetivo saliendo de
una casa, pero lo perdió de vista cuando desapareció al cruzar la esquina.
Siguió el camino especulando la ruta que había tomado, pero la frondosidad de
los árboles bloqueaba su vista.
Echó su rifle a la espalda oculto en el interior de su poncho
y caminó hacia la casa desde donde había salido su presa.
Empujó la puerta y entro a dentro de aquel lugar. En frente
de la puerta se hallaba una larga barra de madera con un hombre parado detrás
de la misma. Era un hombre obeso y calvo, de baja estatura, con las mejillas
flácidas y ojos redondos que contaban las monedas con una mirada psicópata. Los
ojos rodaron sobre sus órbitas posándose en Manis mientras fruncía el ceño y
guardaba las monedas en un cajón debajo de la barra.
Manis le saludó con educación, pero a mitad de la misma el
sujeto le interrumpió con brusquedad.
—No atiendo a forasteros, largo de aquí—
—Empezamos mal— Pensó el chico pero empeñado en conseguir
respuestas continuó hablando.
—Lo entiendo, pero no pretendo robarle mucho tiempo. Verá,
estoy buscando...—
—Estas sordo o eres gilipollas— Volvió a interrumpirle el
sujeto —Es eso ¿Verdad? ¿Eres gilipollas?... Que te he dicho que no atiendo a
forasteros, fuera, vete a tomar el aire anda—
Manis soltó aire lentamente cansado de los insultos.
—Cierto, no atiendes a extranjeros, pero… a mi sí—
—¿Eh?—
Manis le agarro por las solapas de su jubón ambas manos, con
un movimiento levantó al hombre y lo estampó contra la pared del fondo.
Al caer al suelo soltó un fuerte grito de dolor lleno de
maldiciones y palabrotas pero se detuvo cuando la bota de Manis se le clavó en
su costado. Sus gritos atrajeron a su mujer, la cual estaba limpiando en la
cocina.
—Llama a la guardia, este loco me está atacando sin motivo
alguno— Gritó desesperadamente, casi llorando, a lo que Manis sin voltearse, con
un gesto de su mano descuartizó a la mujer con sus cables antes que ella
siquiera cruzara el umbral de la puerta, y mucho menos salir por la puerta
trasera a pedir auxilio.
Al presenciar, atónito la muerte de su mujer, empezó a
maldecir al chico mientras intentaba incorporarse, cosa que Manis no se lo
permitió.
—Como iba diciendo, estoy buscando a una mujer que salió de
aquí ¿Sabes a donde se fue?— No recibió respuesta alguna —Veo que no quieres
hablar conmigo, quizás por haber matado a tu mujer, pero te voy a presentar a
un amigo que te va a convencer, se llama puerta— Abrió la puerta, pateó la
cabeza del hombre para que quedara entre el marco y la misma para acto seguido
cerrarla y abrirla numerosas veces golpeando la cabeza del hombre en el
proceso. Mientras siguió hablando —Estoy… buscando… a un… grupo… de… mujeres…
una… de ellas… salió… de este, lugar— Se detuvo —¿Sabes donde puedo
encontrarlas?—
Aturdido musitó apenas un susurro.
—Una… taberna, lejos de la plaza… están allí. Mi hija… ahí,
déjala—
Manis desenfundó la pistola.
—Gastar una bala para darte muerte eso sí que sería un
desperdicio—
Dio muerte al hombre partiéndole el cráneo golpeandole con la
esquina de la culata. Cuando salió de la casa se topó con algunos de los
transeúntes, los cuales salieron corriendo nada más verle.
Avanzó siguiendo las directrices y se topó con la taberna a
lo lejos, junto con el grupo de mujeres aventureras que andaba buscando. Se
cruzó con un carpintero de pelo largo castaño vestido con una larga túnica
blanca, que trabajaba al aire libre.
—Prepara cinco cajas— Le dijo Manis, a lo que el carpintero
le miró confuso.
Las cinco aventureras estaban frente a la puerta, reunidas,
charlando con tres chicos de su misma edad, los cuales parecían ser simples
aldeanos, puesto que no llevaban armas ni armaduras a diferencia de las chicas.
El ambiente envuelto alrededor de ellos era agradable y
divertido. Se veían felices riendo y jugando con los chicos, mas cuando una de
ellas presenció a Manis acercarse a ellos, poco a poco ese mismo ambiente fue
diluyéndose hasta tornarse en una tensión tal que podía cortarse con un
cuchillo.
Manis llegó hasta ellas, pero se detuvo a una distancia
prudente, justo en el óptimo rango de tiro.
—Hola amigas— Saludó intentando mantener un tono tranquilo y
educado.
—Eh tú— Le habló la rubia de ojos celestes, quien era la
líder de la pandilla —¿No te habíamos advertido de que no queríamos verte más
por este sitio?—
—¿Quién es?— Preguntó el chico de cabello castaño corto, que
estaba al lado de la rubia. Medía casi dos metros, un poco más alto que Manis.
—Oh, ya te lo he contado. Es el vagabundo que merodeaba por
ahí—
—Ah, es ese. El que acumulaba estiércol de caballo en una
zanja— Habló mientras le apuntaba con el dedo.
—Si, es repugnante— Añadió la lugarteniente de pelo azul
largo atado en una cola de caballo.
—Tranquilas, chicas, yo me ocupo de él— El chico de pelo
castaño se acercó a Manis —Escucha tú, señor enmascarado, ya has oído a las
damas. No queremos verte paseándote por aquí como si estuvieras en tu casa. Así
que ¿Por qué no te vas a hacer guarrerías con tu caballo?— Unas tenues risas se
escucharon a su espalda.
—Hombre, si. De eso venía a hablaros— Habló como si el
grandullón no estuviese frente a él —Veréis, se lo ha tomado a mal—
—¿De qué estas hablando?—
—De mi caballo. Se ha enfadado por las flechas encantadas que
le disparasteis a las patas y ahora no atiende a razones—
Las chicas le miraron confusas y entre ellas, mientras el
chico se desesperó cuando empezó a quedar mal enfrente de sus amigas al no
lograr que Manis se marchara. En un acto de furia agarró al chico por las
solapas de su poncho.
—Eh, me estás tomando el pelo, te he dicho que te largues o
no me has oído…—
Soltó a Manis súbitamente al notar la armadura de escamas
oculta debajo de la tela.
Manis continuó hablando como si nada hubiese pasado.
—Yo comprendí enseguida que estabais bromeando, pero él en
cambio se ha ofendido y me ha mandado para que le pidáis disculpas—
Las chicas se echaron a reír, cosa que no agradó a Manis,
quien cambió su tono de voz revelando lo enfadado que estaba.
—Hacéis muy mal en reíros. Habéis herido a mi caballo,
quemado el excremento y encima estáis de fiesta. Esto no os lo perdonaré. Pero
si me aseguráis que le pediréis perdón, de rodillas, con un par de coces en la
boca os estoy dispuesto a dejar con vida— Movió la tela dejando al descubierto
su revolver.
—He oído suficiente— Exclamó la rubia mientras desenvainaba
su espada —Apártate— Le habló a su novio —Yo misma me encargaré de él—
Las demás chicas también desenvainaron sus armas, pero Manis
fue más rápido.
Empujando al obstáculo que estaba en frente de él con ambas
manos, derribándolo de un puñetazo en la
mandíbula, desenfundó su revolver Magnum Titán de ocho balas y asesinó
sistemáticamente a todo el grupo empezando por las dos arqueras, la maga y las
dos espadachinas, para terminar matando a los dos hombres que estaban a cada
lado, de derecha a izquierda, para luego finalizar con un tiro en la cabeza al
chico que le plantó cara. Todo ello sucedió en un instante.
Enfundó el revolver y se dispuso a irse cuando vio salir al
tabernero.
—Lo he visto todo. Usted los ha matado. No creerá que va a
poder salir ileso después de realizar semejante atrocidad—
Manis volvió a desenfundar el revolver y le apuntó.
—Baje esa varita mágica. Soy Gerald, el jefe del pueblo.
Máteme y toda la guarnición caerá sobre usted—
—Si es el jefe del pueblo encárguese de la sepultura—
Enfundó por tercera vez su arma y se marchó por donde vino no
sin antes hacer una parada en la carpintería.
—Quería decir ocho cajas. Invita el tabernero—
El carpintero asintió con temor, mientras veía como su
cliente se alejaba con absoluta tranquilidad, como si no hubiera matado a
nadie.
Manis regresó a su campamento, preguntándose si hizo bien en
matar a esa gente, pero al ver a su caballo herido intentando incorporarse
sobre sus patas rotas, se le cayó al alma al suelo. Para él sus acciones
estaban más que justificadas.
—Pero que te han hecho amigo mío—
Ladeó su cabeza de lado a lado y fue en ayuda de su corcel.
—Mira esa heridas, no soy veterinario, pero sé reconocer un
corte limpio cuando lo veo. Siento decirte que tardará mucho tiempo en curarte,
si es que no se te infectan las patas antes—
Se levantó y colocó sus manos sobre su cintura con
resignación.
—Que demonios les habrá picado a esas mujeres ¿Por qué
tuvieron que herirte? ¿Que les hemos hecho nosotros para recibir semejante
trato? No entiendo nada. Solo voy vagando de un lado a otro, sin molestar a
nadie y aun así… yo…—
Se desahogó pateando una piedra.
—Que asco de vida, que asco de gente— Señaló al corcel —No
soy veterinario, por lo que no sé como curarte, pero quizás pueda al menos
desinfectarte esas heridas, luego las vendaré y estudiaré como hacerte una
prótesis para que vuelvas a caminar. Tu descansa, que esto puede que te duela—
Sacó una jarra donde previamente había destilado alcohol del
vino que compró tiempo ha. Vertió el contenido sobre las patas del caballo
haciendo que este relinchara de dolor cuando el líquido empezó a desinfectar la
herida.
—Tranquilo, se pasará pronto. Ahora voy a ver como hago tu
prótesis—
En base a sus conocimientos durante el tiempo que pasó en su
juventud trabajando en una fábrica de prótesis, ideó un invento que mantendría
las patas fijas pero a su vez que el caballo pueda andar.
—Sabes, nunca me llevé bien con las mujeres— Le hablaba al
caballo mientras cortaba la madera —¿Sabías que por culpa de una acabé en la
cárcel? Si, en mi vida pasada estuve preso ¿No te lo contado?— Miró al caballo
y este no le dijo nada, aun así continuó hablando —Pues así es, por culpa una
me metieron preso, bueno, eso si consideramos como mujer a esa maldita ballena.
Feminismo de mierda, perdí mi libertad, mi trabajo, mi casa y gran parte de mi
vida por unas locas que…—
Sin querer partió la madera con sus manos al ejercer
demasiada presión. Suspiró y siguió montando el aparato.
Para incorporar a su caballo y mantenerlo erguido utilizó
varias cuerdas atadas a poleas hechas de troncos de madera vaciados.
—Como iba diciendo, acabé en la cárcel y ahí fue donde
aprendí a forjar, como parte de un proyecto de rehabilitación. Así que ya ves
como te trata la vida. Consigues un buen trabajo como relojero, te costeas un
apartamento espacioso y al día siguiente te detienen por violencia de género.
Yo ni siquiera sabía que la había matado, solo le di un merecido puñetazo a un
monstruo obeso que me estaba siguiendo, eso siquiera era humano, es más empezó
ella… en fin, la prótesis esta puesta, te bajaré a ver si puedes caminar—
Cuando desató los nudos, se sorprendió al ver que su invento
funcionaba, las piezas de madera aguantaban el peso del caballo y este podía
caminar. Sin embargo no podía correr así como tirar del carro, por lo que Manis
tuvo que ayudarle.
Viajaron al sur, luego al este ladeando una montaña y luego a
sur de nuevo, siguiendo una ruta que según Manis, le llevaría de vuelta a su
hogar, pero hasta ahora solo le había traído problemas, incluso en ese momento
las heridas del caballo estaban ralentizando mucho su avance. El mundo en el
que hora se encontraba era un lugar mucho más peligroso de lo que había
imaginado, pues no solo se topaba con salteadores de caminos, sino también con
monstruos grandes y peligrosos.
El largo camino había causando un fuerte desgaste para él,
tanto física como mentalmente. Había días en los que se preguntaba qué estaba
haciendo, o a donde iba. La comida muchas veces escaseaba, pero el agua era
abundante, las municiones se agotaban deprisa, por lo que tenía que hacer
largas paradas no programadas para reabastecerse. Sus habilidades aumentaban
las probabilidades de sobrevivir, pero no garantizaban absolutamente nada,
temía que cualquier día cometiera un error y enfermara por ello. Estaba
pensando seriamente en asentarse, pero todavía quería seguir ese camino y
mientras tuviera a su caballo, seguiría.
En una pequeña aldea a las faldas de una montaña llegó
Giltarion a una taberna en donde le esperaba Marcus, reunido con Donovan, un
famoso bandido mercenario aliado.
—Salud, Marcus. He localizado donde está nuestro objetivo—
—¿Donde?—
—En el sur— Desplegó un mapa sobre la mesa —Uno de mis
exploradores lo vio en la aldea de Kurr-Egna, donde mató a unas personas,
pusieron precio a su cabeza, pero todos murieron. Siguiendo los cadáveres, la
pista lo lleva a los campos de Malmedy—
—En ese lugar hay un bosque peligroso con brujas que
transforman a la gente en cerdos, elfos silvanos muy poco amistosos, bestias
salvajes que atacan en manada y luego tras eso hay una meseta escarpada con
trolls y trasgos donde te puedes partir las piernas por tu cuenta o te las
parten ellos ¿Para qué va allí?— Habló Donovan con su voz áspera.
—Probablemente busca atajar a la ciudad de Godos— Respondió
Giltarion —Buscando más gente a la que matar—
—Ese bosque es muy denso para atravesarlo con un carro—
Intervino Marcus —Si va hacerlo, entonces le llevará días ¿Donde podemos
reunirlos a todos sin llamar la atención de los vecinos?—
—Ya me he encargado de ello— Respondió Giltarion —En este
punto hay unas ruinas élficas de la edad de los dioses. Están deshabitadas y
son un buen punto estratégico desde donde podemos peinar el bosque, así mismo están
muy bien protegidas contra los monstruos, los muros siguen intactos. Podemos
reunirlos a todos aquí, hay espacio para mil hombres—
—Me parece bien, hay que enviar mensajeros— Habló Marcus.
—De hecho— Interrumpió Giltarion —Ya lo he hecho y para evitar
llamar la atención, alteré los días de la reunión en intervalos, por lo que
llegarán en pequeños grupos. Si vamos ahora, en cinco lunas estaremos listos—
Marcus sonrió y le dio una palmadita en el hombro.
—Como se esperaba ti, amigo. Eres muy práctico. Bien señores,
partamos al alba, nuestra venganza aguarda—
La abandonad fortaleza élfica se estaba llenando de bandidos.
Venían en grupo, cada día y montaban sus campamentos. Las noticias que
Giltarion desperdigó llegaron a oídos de aventureros y grupos mercenarios
quienes también tenían un ajuste de cuentas con el llamado ‘asesino errante’
—Míralos Gil— Admiró Marcus —Jinetes Hursarios, montaraces de
la sierra oriental, magos picticos, domadores de bestias, incluso mercenarios
de Selyuk. Me parece sorprendente la cantidad de gente que ha logrado enfadar
ese hombre—
—Si hay mercenarios, eso quiere decir que hay nobles o
acaudalados que quieren verle muerto— Dijo Giltarion.
—Te das cuenta de la oportunidad que se nos planta en frente
de nuestras narices. Si esta cacería sale bien, cosa que saldrá, no tengo
ninguna duda, tendremos la posibilidad de hacer tratos con los peces gordos,
por cierto ¿Sigues teniendo miedo aun con todo este ejército?—
—He de decir que mis temores han sido disipados—
Marcus soltó una carcajada y palmeó la espalda de su amigo.
—Míralos, no paran de llegar ¿Cuantos seremos en total?—
—Contando con los clanes bandidos, tendremos más de
doscientos efectivos— Informó Gil.
—¿Hay sitio para uno más?—
La multitud se dividió dejando paso aun hombre alto y
fornido, de negro cabello, largo y liso, atado elegantemente con un adorno
dorado y ojos rojos que brillaban como el fuego. Ataviado con una gabardina
escarlata reluciente, calzas marrones y botas negras, se paró en frente de
ellos. A un lado había una sacerdotisa dorada y al otro una maga azul.
—Es Salazard, el maestro del fuego escarlata, guardián de la
tormenta de fuego, la furia abrasadora del oeste, patriarca del templo solar ardiente—
Exclamaron ambos al unísono, asombrados por la legendaria figura parada ante
ellos.
—Y el único mago que ha logrado domar a los dragones
devoradores de fuego para el emperador— Completó el mismo mago con su voz grave
y profunda.
—¿Qué está haciendo una leyenda como usted en este sitio?—
Preguntó Marus haciendo una reverencia tocando el suelo con la rodilla.
—Levanta, bandido. Ha llegado a mis oídos que vais a cazar al
fulano de Manis, el asesino errante—
—Efectivamente, señor, todos aquí somos la partida de caza
que busca eliminar a ese monstruo ¿Puedo preguntar por qué vos deseáis uniros?—
La pregunta hizo enojar al mago.
—Es una venganza personal. Ese indeseable me dedicó un gran
insulto, escupiendo sobre mi familia, osando masacrar a mi hermano pequeño. No
descansaré hasta hacerle arder hasta los huesos. Escuchad todos los aquí
presentes, si os topáis con él, dejadlo con vida, es mi deber hacerle pasar un
infierno—
—Es usted más que bienvenido. Venga con nosotros, estamos por
debatir la estrategia y nos gustaría que formara parte del consejo— Dijo
Marcus.
Se celebró la reunión de los grandes cabecillas del crimen
organizado, junto con los capitanes de las compañías mercenarias y con
Salazard. Empezaron a discutir acaloradamente como debía llevarse a cabo la
cacería.
El plan original de Marcus era rodear el bosque formando un
perímetro y cercar hasta dar con la presa, dicho plan fue rechazado por obvias
razones tales como: la anchura del bosque, los enemigos externos, entre otras
cosas. Los mercenarios concordaron ir en pequeñas divisiones que peinarían el
bosque, cuando encontraran al objetivo, un delegado haría sonar un cuerno
alertando a los demás. Dicho plan también fue rechazado debido a que no todas
las compañías eran iguales, los ladrones y rebeldes no compartían la disciplina
ni sus tácticas, además de que las compañías famosas por su caballería quedaban
inutilizadas debido a la frondosidad del bosque. Y Salazard propuso reducir el
bosque a cenizas.
La discusión duró casi todo el día hasta Marcus quien
permaneció callado cuando su plan fuese rechazado, intervino contándoles su
nueva estrategia.
—Gran Salazard, usted vino con dos acompañantes ¿Es posible
que uno de ellos fuese un mago azul?—
—Así es. Mi protegida Iria, bajo mi tutela, logró alzarse con
las cinco condecoraciones mágicas. No hay mejor maga azul en todo este
continente— Alardeó lleno de orgullo haciendo sonrojar a la chica.
Los presentes quedaron sorprendidos y elogiaron a la maga por
conseguir pasar tan dura prueba a la que muchos magos se someten cada cinco
años y solo cinco logran pasarlas tras las selecciones que suceden año tras
año.
—¿Qué tiene que ella que ver con todo esto?— Irrumpió
Salazard acallando todas las voces.
—Sé que un mago azul, tiene un buen dominio de la magia
ilusoria ¿Puede ella manipular la niebla?—
La maga estuvo por responder, pero su maestro alzó la mano
deteniéndola para hablar por ella.
—Como ningún otro. Si quisiera podría cubrir todo el bosque
con una niebla tan densa como la oscuridad. Ni veríais más allá de vuestra
nariz—
—Entonces he aquí mi plan: Vuestra maga cubrirá todo el
bosque con niebla atrapando a nuestro enemigo, a la vez que aleja a las
bestias, elfos y cualquier otro ser indeseable. Nos dividiremos en varios
grupos y peinaremos cada tramo del bosque. En cada grupo habrá un emisario que
tocará el cuerno cuando avise a nuestro enemigo. La caballería se mantendrá en
reserva a las afueras del bosque para prestar auxilio por si la cosa se
complica. Que decís a este plan—
—Opino que es una estupidez— Habló el líder de los Hursarios —¿Por
qué mis hombres deben quedarse en reserva? Nuestros caballos pueden recorrer
todo el bosque si se lo propusiesen. Recorrimos las gélidas tierras del norte
contra la campaña de Guldar, atravesamos los océanos de fuego del sur, un
simple bosque no es obstáculo—
—¿Acaso no has oído lo que te hemos dicho? ¿O es que estás
sordo, viejo? El bosque es demasiado frondoso para las formaciones de
caballería— Le respondió Selyuk.
—Que va a saber de mis caballos un lameculos como vos ¿No
deberíais estar en el norte con vuestro señor dejando que los norteños os
rompan vuestro delicado trasero?—
—¿Qué has dicho? Mi espada no te oyó bien— Preguntó Selyuk
con voz tranquila mientras desenvainaba la espada —Mi espada lo alcanzó a oírte—
—¡Señores!— Intervino Marcus —¿No habrán venido aquí a
pelearse entre ustedes? No sé qué les habrá hecho Manis, pero estoy seguro que
está ahí fuera ¿Vamos a pelearnos entre nosotros cuando nuestro enemigo se
escapa en nuestra cara?—
Selyuk entró en razón y envainó su espada, pero los Hursarios
no quedaron tranquilos hasta que les convencieron de que tendrían su parte en
aporte monetario, debido a que nadie en su sano juicio haría frente a los
feroces jinetes nómadas, a excepción de cierto chico.
Los gerifaltes aprobaron el plan de Marcus al no poder idear
otro en tan poco tiempo. Acordaron las formaciones y la distribución de sus
efectivos. Antes del amanecer del segundo día los augures realizaron sus
predicciones. Cada grupo tenía su forma de comunicarse con sus dioses, cada augur
adivinaba el destino a su manera. Los Hursarios echaban los huesos de sus
ancestros sobre una tabla con sellos; los mercenarios Selyucidas destripaban un
cordero e interpretaban las entrañas; los bandidos tiraban monedas al aire; los
magos pícticos tomaban hierbas que los hacían entrar en trance y la sacerdotisa
de Salazard adivinaba el futuro mediante las llamas de una hoguera en forma de
pentagrama hexagonal con circunferencias que hacían referencia tanto al solo
como a las lunas.
Las predicciones auguraban una ardua batalla y una gran
victoria. Los dioses estaban con ellos,
lo que elevó la moral de los soldados, quienes con júbilo y emoción marcharon
hacia el bosque. La cacería había comenzado.
La espesura del bosque dificultaba el avance del carruaje que
ya de por sí apenas avanzaba un par de metros al día.
El estado del caballo no parecía mejorar, se mantenía de pie
gracias al refuerzo que le fabricó Manis, pero se movía más como un zombi que
como un animal. Dejó de comer desde hace tres días, de su boca solo salía una
espuma blanca y quejidos. Manis desinfectaba sus heridas cada vez que podía,
pero se le acabó el alcohol y las vendas.
Usaba prendas viejas que lavaba con agua hirviendo y las
dejaba secar antes de envolver las patas. Se mantenía vivo a duras penas, sus
heridas no se cerraban, había dejado de comer y la última aldea los aldeanos le
sugirieron enterrarlo, pero Manis no podía hacerlo. Dependía de su caballo para
avanzar, pero al verle en ese estado dudaba seriamente si debía hacerlo
¿Mataría a su caballo y le dejaría descansar en paz, o seguiría torturándolo en
su marcha por sus egoístas obsesiones?
Sentía que no podía dejarlo vivir de ese modo, pero a la vez
le necesitaba.
—Sabes, cuando atravesemos el bosque, hay una ciudad por ahí
o eso es lo que parece en este mapa que parece ser cartografiado por un niño de
prescolar. Cuando lleguemos a esa ciudad probablemente encontraremos a un buen
veterinario, con carrera y todo y cuando te cures, lo celebraremos yendo a una
hamburguesería, no dejan entrar caballos, pero comeremos al aire libre, tu la
hierba y yo una big burger de dos carnes, salsa, lechuga, espinacas, queso,
cebollas y pan, con patatas crujientes llenas ketchup y mostaza y de beber una Kvas,
fanta, sprite, 7up, o cualquier gaseosa con limón… Será mejor que nos
detengamos, prepararé una hoguera—
Dejó al caballo parado, limpió la hojarasca y le prendió
fuego. Alimentó al mismo con madera de las ramas que encontró en el suelo,
colocó una piedra cerca del fuego para hacer un asiento y comió un trozo de
carne seca que llevaba encima.
—No es una big burguer… No se como pagaremos al veterinario,
no llevo dinero encima y no creo que acepte estas monedas ni quiera hacer
trueques, pero de algún modo confío en poder convencerle… sabes, nunca llegué a
llevarme bien con la gente. Incluso cuando era un niño. En la escuela nos
obligaban a hacer unos carteles de presentación con cartulinas. Nos obligaban a
hacerlo en grupo y por supuesto yo era el se quedaba en el último, ese grupo
hecho con los quedan y con los que nadie quiere estar. Total, que me toca a mí
comprar la dichosa cartulina azul y los capullos empiezan a dibujar en ella, no
podían hacerlo en el cuaderno, no, tenía que hacerlo en la cartulina y no
escribían nada relevante, solo la manchaban porque sí. Al día siguiente me
reúno con ellos y veo que tienen una cartulina roja, yo o soy daltónico o soy
idiota, voy y les pregunto y resulta que esos capullo tiraron mi cartulina por
ahí y decidieron comprar otra por su cuenta. Dijeron: la manchamos demasiado y
te la tiramos a tu jardín. Y yo ¿Qué jardín? Si vivía en un piso. Hablaban como
si no fuese su culpa, es más decían que como esta nueva cartulina la habían
pagado entre todos, que me tocaba pagar mi parte, yo me negué y ellos se quejaron
al profesor que encima me reprendió por no trabajar en equipo. Dios, cabreo
como ese no tuve en toda mi vida. Me tomaban por idiota, pero recibieron su
merecido y si estuvieran aquí les haría tragar plomo— Sacó su revolver y estuvo
a punto de disparar, pero recapacitó y lo volvió a guardar —Momentos como ese
tuve muchos a lo largo de mi vida y por desgracia uno de ellos acabó costándome
mi empleo y mi vida ¿Por qué siempre me cuesta llevarme bien con la gente? Me
cabreo solo de recordarlo… ¿Por qué soy incapaz de olvidar?... yo no quiero
llevarme mal con nadie, pero incluso ahora me obligan a ser malo y ahora…—
Su reflexión llegó a su fin cuando notó que algo no iba bien
en el bosque. Demasiado silencio. Un ambiente un tanto opresivo y esa sensación
de que alguien tiene el ojo puesto en ti le punzaba en el alma.
Sin levantarse de su asiento hizo como que comía normalmente
pero analizando de reojo a su alrededor.
El bosque era bastante denso, pero no llegaba al nivel de ser
una selva. Había amanecido aunque el sol no había salido, el cielo estaba claro
pero el bosque era oscuro, lo que complicaba el reconocimiento.
Se preguntó qué ese sentimiento tal vez sea una paranoia,
pero cuando la oscuridad se desvaneció empezó a apreciar detalles tales como
hojas moviéndose sin que viento aleteo de pájaros que se alejaban de sus nidos,
etc.
A pesar de que llevaba puesto su poncho acorazado, todavía se
sentía vulnerable, aun teniendo consigo su revolver y sus cables, decidió tomar
más precauciones. Se levantó con tranquilidad y se subió a la carroza. En su
interior se equipó su AK-25 también conocida AKV serie 500 junto con todos sus
cargadores y balas extra para el revolver. Antes de salir dio una última ojeada
por el rabillo de una pequeña grieta en la pared del carro. No vio nada.
Cuando salió hizo como que estaba preparándose para
marcharse, apagando el fuego, recogiendo sus cosas y atando de nuevo a su
caballo al carro. En ese momento las hojas de los arbustos se agitaron. De los
mismos salió una mujer de cabello castaño rizado y ojos verdes.
La misteriosa mujer que había salido de la nada no parecía
llevar nada más que una armadura ligera y una daga atada al cinto. Se la veía
bastante arreglada y simpática. Paso a paso se acercaba lentamente hacia él con
las manos arriba mientras hablaba como si le conociera y soltaba excusa tras
excusa, no parecía tenerle miedo a un sujeto enmascarado en un bosque siniestro
alejado de cualquier asentamiento humano.
Manis respiró hondo y pensó acerca de la situación en la que
se encontraba mientras ella se acercaba, se alejó de su carro y sin dudarlo
degolló la cabeza de la mujer con un pequeño gesto mientras colocaba su otra
mano en el revolver.
Cuando el cuerpo de la mujer cayó al suelo, decenas de
flechas, dardos, piedras entre otros proyectiles cayeron sobre él. Gracias a su
armadura de escamas salió ileso.
Un fuerte grito de guerra retumbó entre los árboles y muchos
guerreros con espada en alto salieron de sus escondites corriendo emocionados y
sedientos de sangre hacia su muerte, pues sin verlo se toparon con una trampa
de cables que les rebanó en pedazos.
Los arqueros apostados en los árboles y flancos siguieron
disparando sus proyectiles, entre ellos también había honderos, lanzadores de
dardos y algún que otro mago.
Para hacerles frente, Manis tuvo que correr de un lado para
otro mientras disparaba su revolver. Tras vaciar su tambor, la situación
parecía estar controlada.
—¿Mas bandidos?— Pensó Manis en primer lugar, pero luego cayó
en cuenta que algunos de los arqueros y lanzadores de dardos llevaba una
armadura similar. En ese nuevo mundo no existían los uniformes, lo más parecido
era su equipo de protección y estos se agrupaban bajo banderas.
De pronto un atronador sonido de un cuerno de guerra retumbó
por todo el bosque, que junto con el ruido de los disparos llamaron la atención
del legendario mago de fuego.
Una gigantesca bola de fuego cayó desde los cielos quemando
los árboles e impactando contra el campamento, entre Manis y su carruaje. Una
segunda columna de fuego rojo vivo avanzó cual serpiente arrasando todo a su
paso en su dirección. Al conectar con la armadura de escamas, la columna
retrocedió por donde había venido sin variar su velocidad, cosa que tomó por
sorpresa a Salazard, quien esquivó su propio ataque conjurando una pared de
fuego con sus manos extendidas.
La primera bola de fuego abrió una brecha entre Manis y su
caballo imposibilitándolo regresar a la casa rodante, así mismo una nueva
oleada de enemigos venía desde otra dirección. Entendiendo que se enfrentaba a
un enemigo numeroso, salió corriendo sin dudar, adentrándose en el interior del
bosque.
La sacerdotisa dorada se acercó a Salazard. Ella servía de
soporte con su magia de restauración.
—Mi propio ataque contra mí ¿Te lo imaginas?— Preguntó
Salazard sorprendido levantándose del suelo —Nunca nadie hizo semejante cosa.
No conmigo—
—Tal como yo lo veo, puede haya usado algún truco que no
conozcamos para reflejar tu magia, quiero decir la técnica de reflejar la magia
es algo que requiere de gran concentración y un poder similar— Dedujo la mujer
con voz seria —Aunque lo que me llama la atención no es eso, mira esto— Se
acercó a los cadáveres —Están despedazados— Se cubrió su nariz ante el mal olor
—Mientras estos otros solo tienen un orificio en sus cuerpos ¿Tendrá esto
alguna relación esto con esos ruidos continuos que escuchamos antes de la
trompeta?—
—Pensaba que solo era un malnacido más, pero miro este
panorama y empiezo a entender como logró matar a mi hermano. Hazard era un
hombre besado por la magia, casi tan poderoso como yo, pero eligió el mal
camino y ahora debo hacerme cargo de sus errores. Además esto explica por qué
hay tanta gente detrás de su cabeza— Reflexionó Salazard.
—Me preguntó que clase de magia utiliza—
—¿Te interesa? Siempre pones esa sonrisa picarona cuando algo
te atrae—
—Solo siento mucha curiosidad en mi interior, sumado al hecho
de que no detecto magia alguna emanando de él—
—Es un brujo poderoso, sabrá como ocultarla— Reconoció
Salazard —Su magia es de largo alcance y encima parece que refleja la magia
enemiga. Un enemigo complicado, cierto— Se acarició la barba mientras trazaba
una estrategia —Pero no es invencible, recuerda que fui yo quien venció al sumo
sacerdote del templo de los astros y te aseguro que ese sujeto no le llega ni a
los talones. En marcha—
—Cierto, fue una batalla inolvidable. Solo tenemos que hacer
algo con esa molesta habilidad suya— Añadió la sacerdotisa.
Ambos se adentraron en el bosque usando los sonidos de los
disparos como guías.
Mientras tanto Marcus recibió una noticia de un explorador
que anunciaba que las tribus élficas silvanas empezaban a movilizarse. Aunque
confiaba en las habilidades de la maga azul, sabía que ella no podía defenderse
mientras ejecutaba su hechizo, por lo que ordenó a un par de magos que apoyaran
a la maga azul y dejó a los jinetes como una defensa adicional a fuera del
bosque. Mientras él junto con Giltarion y su banda se unían a la cacería.
Manis hizo frente a los enemigos con técnicas de emboscadas propias
de la guerrilla.
Incorporó a su ropa de camuflaje ramas y hojarasca que
pillaba mientras se escondía de sus captores, para pasar más desapercibido.
Emboscó al primer grupo sorprendiéndoles por la retaguardia
atacando a los arqueros para luego abatir a los demás a balazos. Cerca de ellos
había otro grupo de entre los cuales uno tocó un cuerno.
Manis se arrastró entre los arbustos y les atacó desde abajo.
Otro cuerno cercano hizo eco con su sonido, por lo que Manis tuvo que ir a
dispararle, sin embargo fue recibido con un contrataque donde una bola de fuego
gigante estalló a su lado. La onda expansiva no le hizo daño pero le sacó de su
escondite, cosa que los arqueros y honderos aprovecharon para iniciar su
ataque. Manis respondió con su propio fuego de artillería, pero ellos eran
demasiados, lo que le obligó a escapar.
Con un par de fintas logró deshacerse de sus captores, pero
otra vez sonó un cuerno, esta vez desde frente y más enemigos aparecieron. Sus
números se incrementaron de forma drástica cuando otros dos grupos se unieron.
Sin embargo iban muy dispersos, lo que jugó en desventaja.
Cuando Marcus se enteró de que su presa estaba acabando con
sus hombres y escapando, se sintió frustrado. Dedujo que el bosque le estaba
dando demasiados problemas a sus soldados y pensó seriamente en que tal ves la
idea de Salazard no era tan descabellada. Entendiendo que había subestimado a
su enemigo, anunció una nueva estrategia: Cuando un grupo encontrara a Manis,
esperaría refuerzos en lugar de atacarle.
Sorprendentemente, tanto los bandidos como los mercenarios
obedecieron sus demandas.
—Manda esta nueva orden. Divide a los grupos en dos partes,
que nuestros hombres vayan por el este y los mercenarios bajen por el noroeste—
Le dijo al mensajero.
—Un movimiento en pinza ¿Has vuelto a tu plan original?—
Preguntó Giltarion.
—Mi plan nunca varió. La idea siempre fue acorralarle, los
métodos pueden cambiar—
—Cierto que la niebla mágica nos está, pero no paro de
preguntarme si esto no se está volviendo en nuestra contra, estamos perdiendo a
muchos hombres—
—Gil, en toda batalla siempre hay bajas. Estará usando el
bosque a su favor, una ventaja temporal, pero cuando le rodeemos se rendirá y
le mataremos—
—¡Abre los ojos Marcus, esto no es una batalla! No es normal
que una sola persona esté enfrentándose a un ejército y encima esté ganando—
—Como dije es temporal… Joder Gil ¿Desde cuando te has vuelto
tan cobarde? Si tienes tanto miedo, puedes irte cuando quieras, pero
despertarás en un ataúd con una flecha clavada en tu espalda—
—¿Vas a matar a un amigo?— Aunque el tono desafiante de
Giltarion le hacía verse confiado, en el fondo estaba asustado, tanto por el
enemigo como ahora por su amigo.
—Voy a matar a un cobarde que me ha abandonado, cuando está
por vengar la muerte de su hermano—
—Siempre has sido así, Marcus. Cuando algo no sale como
quieres haces un berrinche, te enfadas, pierdes la noción de realidad y
empiezas a manipular a diestra y siniestra. Dan igual los métodos porque va a
ser lo que quieres sí o sí, por eso Deren se fue por su cuenta y te dejó de
lado—
Marcus, cansado de que su amigo le echara en cara sus
defectos le apuntó con su espada, pero antes de que la cosa pasara a mayores,
Chelsea, la líder del clan de ladrones intervino.
—¿Pasa algo?— Preguntó con serenidad colocando su mano sobre
el pomo de la empuñadura de su bracamarte.
Marcus bajó la espada al verla. No le convenía que empezaran
a pelear entre ellos en ese momento.
—No pasa nada. Tranquila. Le estaba aconsejando a Gil que
fuera a guiar a nuestros aliados, los mercenarios. Pero él no quería separarse
de mí ¿No Gil?—
Giltarion desvió la mirada.
—No hay ningún problema. Voy enseguida—
Cuando Giltarion se marchó, Marcus ordenó a un lacayo
seguirle por si intentaba escapar por su cuenta.
Las cosas empezaban a complicarse para Manis. Los grupos ya
no estaban tan dispersos, algunos incluso empleaban una formación de escuderos
en vanguardia, honderos detrás de ellos. Magos en la tercera fila, los cuales
parecían controlar bestias caninas y felinas de variante tamaño. Arqueros en la
retaguardia.
Contra esas formaciones sus emboscadas perdieron eficacia, lo
que alargó las batallas forzando al chico a retirarse con mayor frecuencia. Sin
embargo no importaba a donde huyera, siempre aparecían enemigos, tanto nuevos
como aquellos que se reincorporaron a la batalla al huir previamente o resultar
heridos levemente.
Para colmo su munición empezaba a agotarse, así como sus
fuerzas. Sus tácticas guerrilleras requerían de mucho esfuerzo físico. El
entrenamiento que hizo le confirió una gran resistencia, pero dicha tenía un
límite. A diferencia de su antiguo ser, en este mundo no había recibido el
tratamiento de refuerzo humano del doctor Anneryth, tratamiento que le permitía
luchar durante horas sin agotarse.
Se escondió aprovechando uno de los impactos de las bombas de
fuego para recuperar el aliento. Empezaba a agobiarse.
—Joder no paran de aparecer. Esto me recuerda a la batalla de
Ferganá ¿No te parece, Meigo?— Susurró mirando a su lado, pero ahí no había
nadie —Claro no estás aquí ¿Sin ti, como se supone que voy a hacerle frente a
este ejercito de milicianos?—
Cambió de ubicación y recargó su revolver por enésima vez.
—Ya está, estas son las últimas ocho de mi cinturón, pero
todavía quedan los de la riñonera… si tan solo supiera cuantos enemigos hay en
total podría usar la Kalashnikov. No paran de salir de la niebla, como en ese
juego de terror… un momento ¿Niebla?—
En ese momento se dio cuenta de un detalle que en su momento
pasó por alto: la niebla.
—Al principio creí que era normal que haya niebla, por ser
otro mundo y tal, pero ahora sé que esto debe de ser un conjuro de alguien—
Se basaba en varios hechos para afirmar su teoría. Para que
haya niebla debe haber una cierta cantidad de humedad y un clima acorde, pero
en el lugar en que se encontraba no condensaba la humedad. El segundo factor en
el que se basaba era la fauna. No había visto rastro de animal en todo el
tiempo que estuvo luchando. Ver animales en un bosque con niebla es difícil,
pero estando tanto tiempo en movimiento debió haberse topado con algún animal
autóctono. Los únicos animales que encontraba eran los que venían a él
deliberadamente, siendo mascotas de un domador o invocaciones que se
desintegraban al ser asesinados. El tercer factor se basaba en la propia
niebla. Esta no se comportaba como una niebla normal, parecía moverse aunque
aun cuando no había viento, era como si estuviese dentro de unos muros
fantasmales. El último factor era el propio bosque donde parecía estar andando
en círculos, esto lo confirmó por las muescas en los árboles, los cadáveres en
el suelo y el campamento que veía a lo lejos a pesar de haber estado corriendo
en dirección contraria durante más de una hora.
—Si es un hechizo, ese hechizo lo debe de estar ejecutando
una persona. Bien supongamos que soy yo quien debe embrujar el bosque ¿Como lo
haría?... Nunca he lanzado un hechizo y lo poco que sé de magia se reduce a la
curación, pero cada magia tiene un elemento junto con su forma de ejecutarse y
la gente debe tener su propia modo de conjuración… esto no me ayuda. A ver una
niebla que atrapa a un objetivo, lo aísla, pero a su vez guíe a los bandidos
que va a por ese objetivo, lo que significa que ellos están atrapados conmigo,
por lo que el conjurador no debe andar cerca o si no quedaría atrapado en su
propio hechizo, entonces ¿Donde me ubicaría? Si no es dentro tiene que ser
fuera, pero lo suficientemente cerca, en algún lugar elevado donde poder ver lo
que estoy haciendo ¿Tal vez?—
Usando sus cables cortó trozos de madera puntiaguda. Con un
movimiento lo llevó hasta una parte cercana y empaló con ellos a varios
cazadores lanzando las estacas aprovechando el movimiento centrífugo de los
cables al rodear los árboles.
Sonó un cuerno y una bola de fuego cayó sobre el lugar donde
había lanzado las estacas, mientras Manis iba en dirección contraria alejándose
de ellos.
Se subió a la copa desde donde buscó el árbol más alto, el
cual se encontraba en el lugar justo hacia donde se dirigían los cazadores.
Repitiendo la misma trampa intentó que el batallón diese
media vuelta, pero en lugar de eso ellos se quedaron parados.
—No os mováis— Ordenó Salazard, quien se hallaba alejado del
pelotón y daba órdenes mediante un mensajero en forma de pájaro de fuego que
transmitía su voz —Ese sujeto está jugando con nosotros. Quiere que volvamos a
dispersarnos para volver a matarnos uno a uno—
Miró a su compañera, quién parecía tener una idea de lo que
estaba pasando.
—Si tiene que recurrir a esos trucos puede que sus reservas
de poder se hayan agotado y esté buscando una forma de escapar—
—Pero sabe que no puede, ni aunque quisiera— Continuó
Salazard.
—Así que buscará la forma de hostigarnos con hechizos
débiles, a la vez que usa su magia camaleónica combinada con ocultación
mientras busca extender su tiempo de vida— La sacerdotisa sonrió —Pero no
servirá contra mí. Usaré mi técnica de nulificación de magia para encontrarle—
—Y entonces no podrá devolverme mis ataques— Dijo Salazard
haciendo arder su mano —Cuando lo encuentre terminaré mi lucha—
—No, compañero. Esta es nuestra lucha— Hizo especial énfasis
en la palabra: nuestra.
La sacerdotisa clavó su vara en el suelo, acercó sus manos al
orbe azul, reunió una gran cantidad de magia en torno a la esfera para luego
liberarla en todas las direcciones, consiguiendo anular las armas encantadas.
Mientras tanto Manis dio un rodeo saltando de árbol en árbol,
mirando por encima de las copas como guía para no perderse.
—La niebla no cubre por encima de los árboles, tal vez no
pensó en que pudiera hacer esto—
Trepó hasta la copa más alta, desde donde buscó a al mago
responsable. Se dio cuenta a primera vista que la niebla se movía en una única
dirección, sacó su mira telescópica y miró en dirección contraria.
—Ajá, bingo, eureka, lo que sea—
Sonrió por primera vez en mucho tiempo al encontrar a la maga
azul ejecutando lo que parecía ser un ritual, quemando seis velas que estaba a
su alrededor, junto con dos ayudantes. La niebla surgía del fuego de las velas.
Detrás de ella había un grupo numeroso de jinetes acampados.
—Ah, reconozco a esos jinetes, son de aquella vez. Por lo
visto no entendieron que conmigo sus actos tienen un límite— Ajustó la mira
para ver con más claridad a la responsable de su situación —En mi opinión una
escolta exagerada, pero insuficiente—
Sacó su AK, incorporó la mira sobre sus rieles. Se puso
cómodo mientras apuntaba a su objetivo.
—No me gusta ser un francotirador, es un coñazo, pero ahora
mismo me siento como un tirador designado. Espero que la potencia de mi
munición sea suficiente… a ver no hay viento, esto facilita las cosas, pero por
otro lado desconozco la temperatura, la altitud de presión y la rotación de
este planeta, lo que complica las cosas. Para estas cosas me vendría de perlas
tener un compañero que me haga los cálculos ¿Habrá llegado Meigo también a este
mundo? Lo dudo mucho—
Enfocó a su objetivo, calculó la distancia a la que debía
levantar el cañón; la caída de la bala en base a la velocidad inicial de la
caída de la bala, multiplicada por el tiempo en el que la bala estuviese en el
aire, sumado a la potencia de la munición y la longitud del cañón de su arma;
la deriva por rotación multiplicando el factor de estabilidad giroscópica de la
bala por el tiempo de vuelo de la misma.
—Feliz cumpleaños hija de puta, que tengas dulces sueños—
Apretó el gatillo.
La repentina muerte de la maga azul y sus auxiliares
desconcertó a la vez que alarmó a los jinetes, en el especial a su caudillo,
quien no pudo evitar hacer un símil con la muerte que tuvo su hijo. Cegado por
el dolor del recuerdo ordenó a su caballería adentrarse en el bosque.
Con la muerte de la maga azul, la niebla poco a poco empezaba
a desvanecerse. Los árboles se hicieron cada vez más nítidos. Un incómodo
sentimiento azotó tanto a Salazard como a su sacerdotisa. Al darse cuenta de
que su protegida había muerto el mago ígneo soltó un portentoso grito de dolor
seguido de un despliegue de sus mejores habilidades quemando los árboles
cercanos. Su compañera se vio forzada a intervenir antes que perdiera por
completo la cabeza. Utilizó un hechizo de atadura combinado con una burbuja de
agua que al instante se transformó en vapor, ya habiendo sofocado las llamas
llevó a Salazard a un lugar oculto entre los árboles por temor a que Manis les
atacase.
La sacerdotisa había aprendido por las malas a temer a su
enemigo, por su mente pasó la idea de escapar de ahí. Su lógica despertó miedo
en ella ¿Como no lo vio antes? Se preguntaba. Se enfrentaba a un enemigo
invisible que con su mera presencia atraía a la muerte, independientemente de
cuantos osen enfrentarle, todos acababan muertos. Ni su magia ni su ejército
sirvieron de algo contra ese enemigo, un enemigo que no lograba entender por
más que lo analizara, escapaba a su lógica y por primera vez entendió a qué se
referían los testigos cuando hablaban de un ser sobrenatural.
Pero para Salazard fue un golpe más duro, no por la muerte de
su protegida, sino a su propio orgullo. Su enemigo se había burlado de él,
primero de su alabada magia al devolvérsela sin ningún esfuerzo, como si no
fuera más que brasas de polvo, luego evitando pelear con él, porque no
necesitaba perder el tiempo con alguien como él para finalmente hacerle creer
que estaba en las últimas, que estaba vulnerable cuando en realidad buscaba
aprovecharse de su exceso de confianza y arrebatarle su segundo ser querido en
su cara. El saber que aun andaba por ahí esperándole con una sonrisa para
seguir jactándose de su sentimiento de impotencia, le hacía hervir la sangre.
En varias ocasiones la sacerdotisa intentó convencerle de
abandonar la cacería, a lo que Salazard
respondió abofeteándole en la cara y tirándola al suelo, para acto seguido
echarle la culpa de su fracaso, desde entonces ella le siguió en silencio
viendo como calcinaba a todo ser que se encontraba en su camino.
—Se acabó. Voy a ir con todo— Dijo Salazard mientras sacaba
un pequeño saco de su bandolera —Es la segunda vez en toda mi vida en que me
veo obligado a potenciar mi magia con piedras mágicas—
La caída de la niebla dejó de proporcionar protección a los
exploradores, quienes fueron emboscados por una tropa de elfos silvanos, los
cuales ya desde un principio movilizaron a sus tropas cuando se dieron cuenta
de la niebla mágica invadiendo su territorio. Emboscaron a los bandidos y a
parte de las fuerzas mercenarias en una acometida brutal a la vez que salvaje.
Marcus llegó junto con su grupo y al ver a los guerreros
élficos tocó el cuerno dando la orden de agrupación.
—¡Escuderos, al frente! ¡Lanceros detrás, formad un muro!
¡Arqueros, honderos desenvainad espadas o lo que tengáis! ¡Espadachines,
maceros flanquead desde ambos lados! ¡Hay que contenerlos!— Gritó uniéndose a
la batalla.
Las tropas élficas incluían ágiles espadachines de sables
recurvos en cada mano, los cuales decapitaban, desmembraban y retrocedían
usando los árboles a su favor para bloquear los contraataques de los enemigos;
Lanceros ligeros que pinchaban atravesando la armadura de mallas y escamas,
atacaban uno tras otro en una formación, pero sobre todo arqueros, quienes
desde los árboles hostigaban sin parar aprovechando el terreno a su favor. Sus
flechas eran certeras, acertaban en ojos, cuellos, entrepiernas, cualquier sitio
desprotegido. No tenían magos especializados porque todos podían usar magia con
la que encantaban sus armas para convertir la batalla en una carnicería. No
contaban con caballería, pero en su lugar tenían la ayuda de las bestias del
bosque como wargos, ciervos, y dragones de panzaparda, los cuales hacían
estrados en las formaciones.
Las cabezas volaban, los intestinos se desparramaban por el
suelo, brazos cercenados, piernas cortadas, golpe tras golpe, varios guerreros
caía muertos por cada elfo que mataban, el ejército de bandidos empezaba a ser
diezmado con rapidez. Las órdenes de Marcus solo parecían atrasar lo
inevitable, no paraban de retroceder y poco a poco fueron acorralados. Algunos
tiraban sus armas y salían corriendo siendo blanco fácil para los tiradores,
pero otros las agarraban y tomaban su lugar para ser acribillados a flechas igualmente.
Todo parecía perdido hasta en que de pronto el sonido de
varios cuernos retumbó por el campo de batalla. Los jinetes Hursarios
aparecieron de pronto cargando contra los elfos, descargando una poderosa
embestida con sus feroces caballos acorazados.
Los Hursarios atacaban con lanzas de acero, espadas curvas y
arqueros a caballo. La primera embestida mandó a volar a los elfos de la
retaguardia. Las lanzas de acero ensartaron a dos de cada tres elfos antes de
partirse, entonces los Hursarios sacaban las espadas y cortaban cabezas y brazos
mientras se movían.
El ataque sorpresa elevó la moral de los guerreros, quienes
se lanzaron a la batalla con una furia desesperada. Los maceros arrojaban al
suelo a sus enemigos y les partían la cabeza sin que pudieran defenderse, los
espadachines les protegían deteniendo los sablazos de los enemigo, mientras que
los lanceros ensartaban a toda alma enemiga formando un perímetro que avanzaba
sin parar y en orden, totalmente sincronizados.
Los elfos arqueros apostados en desniveles y árboles fueron
abatidos por los arqueros a caballo, los cuales aseguraban la supervivencia de
la infantería.
—Teníais razón, Marcus— Hablo el caudillo mientras decapitaba
a un elfo y ensartaba a otro —El bosque es demasiado denso para nuestros
caballos—
—No, fui yo quien se equivocó. Vuestra carga ha salvado mi
vida, os debo un gran favor que nunca olvidaré—
—Pues concédemelo llevándome hasta ese bastardo escurridizo—
Dijo el caudillo mientras ensartaba a tres elfos con su lanza para luego
desenvainar su espada e ir cortando cabezas.
—En cuanto acabe con estos entrometidos— Respondió mientras
decapitaba a una elfa con su espada.
Las tropas élficas empezaron a retirarse cuando su moral
decayó. Se retiraron a sus aldeas para organizar la defensa de las mismas.
El grito de euforia retumbó más fuerte que cualquier cuerno,
dando fin a la batalla con su victoria, sin embargo antes de que pudiesen tomar
un descanso, Giltarion regresó por la dirección en donde se encontraba Manis.
—Marcus, traigo nuevas. Hemos encontrado al monstruo,
intentamos acorralarle pero está poniendo mucha resistencia, parece que intenta
escapar—
—¿En qué dirección está yendo?—
—Hacia el sur, donde el bosque es más espeso—
Marcus sacó entre sus muchos mapas, uno del bosque, lo colocó
sobre la espada de uno de sus hombres. El caudillo se bajó de su caballo y se
acercó junto con Giltarion.
—¿Os habéis encontrado con elfos?—
—Si, Marcus. Un par de destacamentos, pero fueron diezmados y
huyeron—
Marcus ojeó el mapa trazando una línea con su dedo.
—Vale, según la posición del sol a esta hora, nos hayamos más
o menos en este sitio, Manis está aquí y se dirige hacia el sur ¿Donde están
los mercenarios Selyúcidas?—
—Aquí, al oeste. Selyuk ha muerto, algunos de sus hombres
escaparon pero el resto quiere vengarse ¿Alguna orden?—
—Si, vais a decirles que lo rodeen, pero solo por el lado
sudeste. Vamos a empujarlo al oeste para sacarlo de este bosque de una buena
vez—
—Hacia las escarpadas— Especificó Giltarion —Ese terreno es
muy rocoso, probablemente se escape, además de que no es el terreno ideal para
atacarlo con jinetes—
—No, cállate— respondió Marcus, luego miró al caudillo —Si
vais hacia el oeste atajaréis hacia la salida, ahí daréis un rodeo y pillaréis
a ese malnacido por la espalda—
—Un clásico movimiento de pinza ¿Eh? Me gusta— Dijo el
caudillo subiéndose de nuevo a lomos de su caballo —Su cabeza es mía,
recordadlo—
Tras tocar un cuerno los jinetes siguieron a su caudillo
dejando un rastro de polvo tras de sí.
Cuando la maga azul murió, Manis pudo contemplar como la
niebla poco a poco se desvanecía. Desde su posición pudo determinar el número
de perseguidores, el cual fue sorprendentemente pequeño en lo que pensó en un
principio. Los cazadores se movían en varios grupos, algunos iban bien
equipados, otros solo tenían lo mínimo, espada, escudo y poco más. Al estar
dispersos en tantos grupos, parcialmente ocultos por la niebla, llegaban de
todos lados aparentando ser más de los que eran. Sin embargo no parecían estar
organizados, cada grupo se movía erráticamente.
—La niebla de Maine terminó, hora de exterminar a los bichos—
Dijo desmontando la mira de su rifle y colocando su bayoneta para que haga peso
sobre el cañón y así minimizar el levantamiento del mismo cuando disparaba.
Se propulsó hacia el suelo cayendo sobre uno de los
mercenarios que estaba husmeando. Tras asesinarlo dispersó sus cables
despedazando a la escuadra que estaba con él.
Con su rifle empezó a disparar a todo ser viviente mientras
caminaba tranquilamente de un lado a otro. Mató a los arqueros, luego a los
trompetistas, seguido de la infantería más cercana y por último a un hombre que
parecía ser el líder, puesto que venía con un grupo de guerreros de armadura
pesada y no paraba de gritar mientras le señalaba con su arma.
En ese momento un grito se oyó de los alrededores. Desde los
arbustos y los árboles incontables elfos cayeron sobre ellos.
Manis partió en dos al primero que se le acercó, empaló al
segundo con su bayoneta, justo en el cuello y disparó a los restantes mientras
se movía para evitar ser rodeado.
Los mercenarios, aturdidos por la muerte de su jefe se vieron
sobrepasados, pero no tardaron nada en responder, pues su armadura pesada les
daba ventaja frente a esos enemigos.
Una gran bomba de fuego estalló a su lado tirándole por un
desnivel. Manis cayó rodando al suelo. Perdió su arma, la cual cayó a varios
metros de él. Unos enemigos se acercaron e intentaron ensartarle con sus lanzas
y sus flechas, pero el poncho le protegió la cabeza y la espalda.
Apenas se recuperó del aturdimiento por la caída, intentó
rodar pero la pierna de un mercenario le mantuvo en el suelo. Levantando su hacha
buscó partirle el cuello, pero los cables se enrollaron en la cabeza del hacha
impidiendo que descargue el golpe. Con las cuchillas de su brazal cortó la
pierna del mercenario y acto seguido unas flechas élficas le atravesaron por la
espalda dándole muerte.
Manis rodó colocándose boca arriba, sacó su revolver y mató a
uno de los elfos lanceros reventándole la cabeza. Con las cuchillas de su
brazal desvió la lanza con un brazo a la vez que cercenaba al otro con sus
cables. Cuando un elfo cayó al suelo, Manis se subió sobre él dándole cuenta de
que era una mujer. Tras un breve forcejeo logró partirle el cuello limpiamente.
La levantó y usó como escudo parando las flechas.
Sus microfilamentos se envolvieron en el rifle y lo trajeron
de vuelta a las manos de su usuario, quien no tardó en matar a todo enemigo que
se cruzaba en su mira.
Al ver que los elfos empezaban a retirarse, les dejó escapar
para no malgastar balas, porque sabía que los soldados irían tras él y ha sido.
Los mercenarios, al despachar rápido con la amenaza siguieron con la caza
bajando por el desnivel junto con otra bomba de fuego que estalló cual bala de
cañón impidiendo al chico acabar con los enemigos que eran un blanco fácil.
Manis cambió de cargador y salió corriendo. Los árboles
proporcionaban cobertura a los enemigos y andaba escaso de cargadores, por lo
que si plantaba entrar en combate debía encontrar un lugar más adecuado.
Por donde quiera que pasaba aparecían enemigos que aun siendo
abatidos no parecían querer desistir de la lucha. Los que no eran humanos
resistían hasta dos impactos lo que le obligó gastar más rápido sus balas.
El bosque empezaba a arder en llamas haciendo imposibles sus
ataques de guerrilla. En un momento vio la salida del mismo, corrió hacia ahí.
Al salir se vio ante una llanura rocosa.
—Esas rocas en esa colina podrían servir para montar un nido
de ametralladoras— Pensó.
Entre las rocas y el bosque había una distancia de doscientos
metros. Sin dudarlo, se colgó el rifle al hombro bajo el manto acorazado. Salió
corriendo con todas las fuerzas que aun le quedaban. Corría en zigzag mientras
las flechas, rocas, magia y fuego caían sobre él.
Al llegar a la cobertura, sin tener tiempo ni para recuperar
el aliento tomó posición entre dos rocas en la mitad de la colina y comenzó a
disparar a sus perseguidores. Uno a uno la infantería comenzó a cubrir la
pradera con sus cadáveres.
Marcus llegó junto Giltarion. Observó con asombro como uno a
uno los soldados caían de pronto al suelo mientras cerraban distancia con la
colina.
—¿Así que ese es Manis?— Preguntó Marcus —¿Con qué nos está
atacando?—
—Es una especie de báculo mágico— Contestó el lugarteniente
de los mercenarios quien tomó el mando tras la caída de Selyuk —Creemos que
lanza ráfagas de aire a gran fuerza—
—Si usa magia lo suyo sería esperar a que se le agote. Por
muy poderoso que sea, su magia debe tener un límite. Además está atrapado en
esas rocas, esperaremos a una oportunidad—
—No podemos esperar— Dijo Giltarion —Los elfos no tardarán en
reorganizarse e ir contra nosotros y entonces seremos nosotros quienes
estaremos atrapados. Además puede que si él ve que no nos movemos,
probablemente vuelva a escapar—
—Gil dije que esperaremos, no que nos quedaremos de brazos cruzados
¿O acaso has olvidado de los Hursarios? Van a llegar desde el otro lado.
Mientras tanto, tengo una idea— Miró de nuevo hacia la colina —¿La distancia
que separa el bosque de la colina son de aproximadamente quinientos pies,
cierto?— Su amigo y el lugarteniente asintieron —Bien entonces venid, os
contaré lo que haremos, mientras aseguraos de que los arqueros sigan disparándole,
tenemos que entretenerle lo máximo posible—
Manis cambió de cargador y continuó intercambiando balas por
flechas.
Los muertos se amontonaban poco a poco, sirviendo de
cobertura temporal para los valientes que dejaban su vida cuando dejaban el
escondite, lo que a su vez desmotivaba a los demás de seguir avanzando. Ya
hacía rato que nadie se atrevía a acercarse, solo quedaban los tiradores y el
mago de fuego, quien le obligaba a cambiar su posición debido al humo que
generaban sus bombas. Una de ellas impactó levantando la tierra. Cubriéndose el
impacto los recuerdos de viejas batallas seguían pasando por su cabeza.
—Justo como la batalla de Ferganá. Atrapado en una cobertura,
con un par de armas y la milicia por todas partes… Pero ahora estoy solo, no
hay refuerzos ni apoyo, ni…—
En ese momento de claridad recordó que al estar solo había
dejado desprotegida su retaguardia. Estar en el nido de ametralladoras le
distrajo, ya no en la ciudad de Ferganá, sino en una colina a campo abierto. Se
dio la vuelta y como temía, se encontró con un soldado a escasos metros avanzando
desde la cima de la colina con espada en mano.
De inmediato soltó su rifle, detuvo la espada con las
cuchillas de su brazal. El soldado hursario se cubrió con su escudo redondo,
pero igual fue partido en dos con un cable.
Manis desenfundó su revolver y disparó a los enemigos que
bajaban de la colina hasta que se quedó sin balas. Se detuvo tras una roca a
recargar, pero justo una bomba de fuego impactó a escasos metros mandándolo al
suelo, perdiendo su arma. Empezó a estar muy harto de ese mago que no paraba de
complicarle la vida.
Desplegando sus cables cercenó las piernas de los dos
soldados más cercanos, al primero le cortó el cuello con su propia espada, al
segundo lo levantó y le usó como escudo humano para detener el sablazo de su
compañero que terminó con su vida. Partió el brazo del hursario que se
encontraba en frente de él, le lanzó contra las patas del caballo haciéndole
caer al jinete montado y desnucarse contra las rocas.
Manis rodó por el suelo esquivando las flechas de los
arqueros jinetes. Embistió al soldado que intentaba agarrar el revolver, sus
cables le devolvieron su arma y cargando una bala puso fin a la vida del
enemigo que tenía debajo. Ya con su arma cargada mató primero al que intentaba
robarle el Kalashnikov y luego a los arqueros junto con sus caballos.
Corrió hacia el rifle pero una bomba de fuego se puso en su
camino. Desde el suelo cargó su revolver, pero le costó más de lo habitual
sacar las balas de su riñonera. Volvió a la carga subiendo por la colina
matando a ocho jinetes y soldados de una ronda, para luego detenerse, recargar
y seguir disparando hasta llegar a su rifle, con el cual terminó por hacer que
los jinetes huyeran, pero esta vez mató por la espalda sin dejar escapar a
nadie.
En ese momento vio como un grupo de enemigos salía del
bosque. Llevaban escudos en frente y sobre la cabeza, atados los unos a otros
junto con placas de madera, que formaban una rara formación que parecía la testudo
romana, o eso creyó Manis.
Ver a ese grupo avanzar en conjunto le hizo hechar mucho de
menos tener un lanzagranadas incorporado, en lugar de una bayoneta inútil, o
alguna arma de salpicadura. Estuvo por disparar cuando una nueva bomba de fuego
cayó del cielo obligándole a cubrirse.
—¡Ya esta bien! ¡Se acabó! A tomar por culo todo. Voy a por
ti perro— Susurró con fuerza mientras montaba de nuevo la mira telescópica
sobre los rieles. Se arrastró por el suelo buscando una nueva cobertura más
elevada.
Un segundo grupo salía a una distancia del primero, buscaban
flanquear al chico llegando por ambas partes a la colina, pero para Manis matar
al mago era prioridad, por lo que se quedó escondido. Reclutó a su división Z a
uno de los enemigos, le hizo quitarse su armadura dorada y cubrirse con una
manta. El señuelo estaba listo, el propio Manis estaba colocado, el enemigo
había hecho su movimiento, solo faltaba que el chico hiciera su movimiento y
Salazard cayó en la trampa. El señuelo salió lo que a su vez obligó al mago a
salir, pero justo cuando estaba por lanzar su bomba de fuego una bala le
atravesó la cabeza entrando por parte de la frente y saliendo mientras dejaba
un rastro de sesos y huesos.
La sangre del mago salpicó la cara de la sacerdotisa que se
hallaba detrás de él. Chilló de terror al darse cuenta de la muerte de su
amado.
La bola de fuego que Salazard sostenía cayó sobre el segundo
destacamento. Los gritos de los soldados envueltos en llamas detuvieron el avance
de Marcus y su grupo, quienes se preguntaban qué había pasado, mientras en la
colina Manis festejaba su victoria.
—¡Eso es, joder, for twenty headshot, mira la sangre y el
héroe! ¡Soy el puto amo, ostia!—
Disparó un par de veces más para estar seguro de haber acabado
con el mayor dolor en el trasero, para luego asesinar también a la mujer que
iba con él mientras intentaba escapar. Le acertó en el cuello y la mujer cayó
desangrada.
—Ah, le apuntaba a la cabeza—
Motivado puso su rifle en modo automático y de una andada
acabó con la mayoría de los arqueros. Cambió su cargador, abandonó su posición
para encarar al grupo que llegó a la colina. Se deslizó por la colina, rodó por
el suelo, se puso de rodillas y disparó bala tras bala contra la formación de
bloque enemiga. Las balas atravesaron fácilmente los escudos de madera, junto
con las armaduras de cuero y de metal escamado para finalmente llegar a los
órganos internos. Uno a uno fueron cayendo los cazadores al suelo entre gritos
ahogados por el estruendoso sonido del fusil de asalto. Cuando la última bala
del cargador salió disparada ya no quedaba nadie de pie. Recargó el arma por
última vez antes de regresar al bosque en busca de posibles supervivientes.
La batalla duró desde el alba, hasta que cayeron las primeras
sombras de la tarde. Los bandidos habían sido derrotados, al igual que los
mercenarios y los jinetes, cuyos supervivientes trataron de escapar pero su
destino fue incierto, solo un puñado de hombres lograron salir de aquel lugar
con vida.
No había ni un alma en el bosque, con la muerte de Salazard sus
llamas se apagaron. Los animales se habían escondido, al igual que los elfos.
Manis avanzó de árbol en árbol con cautela. Temía que hubiese
enemigos cerca, pero con el paso del tiempo su temor se fue calmando
gradualmente, hasta que comprendió que la batalla había finalizado. Se quitó su
máscara y respiró sin agobio.
Al llegar al campamento se encontró con su casa rodante
completamente destruida. Sus ropas habían sido saqueadas, su mochila desgarrada,
sus tarros hechos pedazos con su contenido desparramado por el suelo, la comida
quemada, el depósito de metal líquido abollado y su contenido vertido y
endurecido. Y en medio de toda esa destrucción estaba su caballo de pie. Manis
al verlo se sintió aliviado mas su sentimiento fue efímero pues cuando su nariz
captó un olor podrido y sus ojos divisaron el reflejo de un hilo que conectaba
a su reloj, en ese momento su mente regresó a la realidad.
Caminó lentamente hasta un tocón cercano donde se sentó en
frente de su caballo. Las lágrimas de desesperación gotearon. Se cubrió con sus
mangas mientras inclinaba la cabeza hacia delante.
—Realmente deseaba que estuvieses vivo—
El caballo se desparramó sobre suelo cuando el microfilamento
se soltó de su columna. Nunca fue herido, las chicas habían acabado con su vida
y la supuesta prótesis que le puso era en realidad dos tablones pegados a las
patas con clavos.
Pasó un buen rato sin moverse de su sitio asimilando la
situación en la que se encontraba. Había perdido todo lo que tenía, apenas le
quedaba munición y no tenía a nadie a su lado.
Ya habiéndose tranquilizado, volvió a ponerse su máscara y sus
gafas. Ya habiendo aceptado la realidad en la que se encontraba, buscó todo lo
que podía servir entre los escombros y en los cadáveres.
Caminó entre los muertos yacidos sobre la hierba, era la misma
imagen a la que estaba acostumbrado, cuando realizaba recados para el doctor
Anneryth. Sentía el mismo vacío cada vez que miraba cada cuerpo, preguntándose
como había llegado hasta aquí. Llegó hasta el mago de fuego que tanto le había
complicado la vida, ahora no podía hacerle nada, ni él ni la mujer que estaba a
varios metros. Al pensar en él se dio cuenta de que tal vez ese hombre era
alguien asombroso, su magia era como enfrentar a un misil, pero era igual de
frágil como cualquier humano, pero luego recordó todo lo que le había hecho
pasar y le pateó la cabeza desnucándole. Llevaba consigo piedras de fuego,
gemas rojas con una llama ardiendo en su interior, así como algunas piedras de
viento y sus ropas parecían de calidad.
Mientras saqueaba se dio cuenta que algo se estaba moviendo,
desenfundó el revolver. Un hombre se encontraba recostado en las raíces de un
árbol, levantó sus manos cuando Manis le apuntó. Respiraba agitadamente
luchando por vivir cada vez que respiraba. Al parecer era uno de los arqueros
que pereció con el barrido de supresión.
Manis se acercó a él. Lo primero que hizo fue cachearle.
Encontró un par de dagas, pero nada más. Le sacó la armadura de anillos y le
desató el jubón. Al ver sus heridas negó con la cabeza. Una bala le había
perforado el hígado y otra le atravesó uno de sus riñones.
El arquero había aceptado su muerte, un sentimiento que
opacaba al miedo que sentía por el hombre arrodillado en frente de él. Suplicó
de beber. Manis sacó un vaso plegable y su cantimplora. Le dio de beber a
cambio de información, el arquero le contó todo. A modo de agradecimiento se
quedó a su lado hasta que dejó de respirar.
Su carruaje estaba destruido, pero dos de las ruedas estaban
intactas, podía aprovecharlas para hacer una carretilla, tal como es que tenía
cuando salió de su pueblo natal.
Con la información del arquero identificó a los cabecillas
muertos, los cuales tenían una buena recompensa sobre sus cabezas, así como los
jefes de los mercenarios y jinetes. Por supuesto ellos se unieron sin objeción
a la división Z. Consiguió unos mapas más precisos, suficiente metal como para
fabricar un coche y ropas de calidad.
Con la ayuda de los nuevos integrantes de su división, Manis
terminó su carretilla al día siguiente. Antes de irse decidió darle un entierro
digno a su caballo, mientras que los cuerpos desnudos los dejó abandonados.
—Según el mapa tras las escarpadas hay una ciudad. Por vuestro
bien esperemos que haya metal mágico… ¿Quién fue el que garabateó en el mapa?—
Marcus levantó la mano, a lo que Manis le pateó la entrepierna, pero el cadáver
no se inmutó —En fin, vamos allá—
Sin mayores complicaciones el grupo llegó hasta la ciudad, estaba
amurallada. Estos muros se veían bastante gruesos, con una mampostería muy
cuidada, estos medían entre cinco y diez metros de altura. En la cima había
almenas, pero estas estaban cubiertas con un tejado a dos aguas hecho de
madera, había ventanas saeteras a lo largo de la muralla.
La ciudad contaba con un foso lleno de agua, que obligaba a
los comerciantes y viajeros pasar por la barbacana, la cual contaba con dos
torres a cada lado y en el medio había un puente levadizo en la cual había un
control de varios vigilantes.
Antes de acercarse a la barbacana, deshizo el control que
tenía sobre los cadáveres, los depositó en una lona de remolque y los cubrió
con una tela con la intención de aparentar haberlos arrastrado, además, en ir
directamente a la ciudad, dio un rodeo llegando a la carretera que conducía a
la entrada para desde ahí ir a la ciudad.
Manis llegó a la entrada de la ciudad donde los centinelas le
detuvieron.
—Especifica tus intenciones— Exigió uno de los vigilantes.
—Vengo a cobrar la recompensa de estos sujetos— Manis le
mostró los pergaminos con la recompensa.
El vigilante se mostró escéptico, a lo que Manis le enseñó
los cadáveres, cosa que causó un gran impacto tanto en él como en sus
camaradas.
—No puede ser, son los líderes de los clanes bandidos— Se
volvió hacia un compañero y le señaló con su lanza —Tu, trae de inmediato al
capitán— Miró a Manis de nuevo.
—¿De verdad los has matado tú?—
—Se cruzaron en mi camino y terminaron como lo veis—
El guardia quiso seguir preguntando, pero ese momento llegó
corriendo el auxiliar con el capitán de la guardia, quien al ver los cuerpos
sonrió.
—Marcus… Ves ese y su maldito hermano me costaron un ojo de
la cara ¿Los has matado tú? Le preguntó a Manis, quien asintió con la cabeza —Ah,
soñaba con el día en que le mataría con mis propias manos, pero me conformo con
saber que ya no van a seguir con sus fechorías... Reconozco a esos también:
Chelsea la indomable, Rutio el desollador, Korzi el turbado, Marciela la despreciable,
Donovan, El Vargas, Cocito dussy, Opis la rata, Selyuk, Hursar y Kiral el
invocador de bestias salvajes de la fuente negra… ¿Como los mataste?—
—Vinieron a por mí y aquí están— Resumió el chico.
—¿Pero hiciste tu solo?—
—¿Acaso ves a alguien más conmigo? En fin ¿Vas a darle la
recompensa ya o no?—
—Depende. Muéstrame tu insignia de aventurero—
—¿Eh?—
—Que me muestres tu insignia de aventurero, así podré
notificar al gremio y darte la recompensa—
—Emm, verás, no soy un aventurero. Además en otros lugares
cuando entregaba un cuerpo no me pedían nada de eso—
—No sé como serán las cosas en otros pueblos, pero si quieres
cobrar necesitas ser un aventurero—
—¿Y qué pasa si no lo soy?—
—Pues sencillamente no te vamos a poder entregar el dinero—
—Entonces me llevaré los cadáveres a otro lugar. Fue un
placer conoceros— Se dio media vuelta cuando el guardia le gritó, pero entonces
el capitán levantó la mano para que se callaran.
—Espera, todavía no he terminado. Dije que no puedo darte el
dinero, pero te ofrezco una alternativa. Hay un gremio en la ciudad, ve a
registrarte y entonces te daré tu recompensa—
Manis se mostró reacio a la idea.
—¿Cuanto cuesta inscribirme en el gremio ese?—
—Nada, es gratuito, cualquiera puede sacarse una insignia,
además de que hay beneficios en hacerlo—
—De acuerdo iré, no me dejas más remedio—
—Espera, no puedo dejar que pasees por la ciudad llevando
cadáveres encima—
—¿Porque también necesito tener la insignia esa?—
—Porque los cadáveres traen enfermedades, desatarías el
pánico en la ciudad— Exclamó el guardia hablando por experiencia.
—No sugerirás que los deje a vuestro cargo ¿Tú sabes cuanto
me costó matarlos y traerlos? Además me fío de vosotros, otros soldados
intentaron estafarme—
—Pero nosotros no somos esos soldados, tienes mi palabra de
que guardaremos tu mercancía— Prometió el capitán, cosa que no convenció al
chico —Está bien ¿Qué te parece esto? Yo iré personalmente contigo como
garantía, te ayudaré a inscribirte y luego te pagaré en el cuartel ¿Qué me
dices?—
—Interpreto que ofreces tu vida como garantía. De acuerdo,
traicióname y ya sabes lo que os pasará a todos—
—No hace falta amenazar ¿Por cierto a donde vas con todas
esas armas?—
En un principio Manis pensó que se refería a su pistola y
fusil, pero el capitán estaba mostrando a las espadas que saqueó en la batalla.
—¿Esto?— Preguntó Manis retirando la tela que cubría las
armas —Iba a venderlas—
El capitán comenzó a sospechar de sus intenciones.
—¿A quién?—
—Pues ¿A quién va a ser? Herreros, armeros, artesanos del
metal… o a vosotros mismos. Algunas mazas están hechas de buena calidad—
—Ya— Respondió el capitán no muy convencido —¿Puedo saber de
donde las has sacado?—
Manis simplemente señaló a los cuerpos de los bandidos
muertos.
—Está bien, mira, está prohibido vender armas en la ciudad,
nosotros nos encargaremos de ellas—
Manis les miró desconfiado.
—¿Pero me pagaréis por ellas?—
Ante la pregunta del chico, el capitán simplemente suspiró y
asintió dándole su palabra que lo haría. Tras dar las debidas instrucciones a
sus lugartenientes, Ambos entraron al interior de la muralla.
La ciudad parecía ser la típica ciudad medieval de estilo
franco-germano. Casas de madera con techo a dos aguas muy pronunciado,
construidas una al lado de otra formando las calles. Estas no estaban pavimentadas,
llenas de barro y heces que la gente arrojaba por la ventana y de animales de
compañía que iban desde los perros y gatos domésticos hasta animales de granjas
como cerdos, ovejas, patos, caballos, etc…
Manis podía sentir el hedor que emanaba de las mismas, a
pesar de llevar su mascara de gas. Más tarde se dio cuenta de que se lo estaba
imaginando.
Observó que casi no había edificios que no estuviese hechos
de madera, incluso las torres de campanarios de las iglesias y las vigías
estaban hechas del mismo material. Sin embargo, los pozos, el castillo, el
cuartel y el gremio estaban hechos de piedra, no ladrillo, sino piedras
corrientes que fueron cortadas o encajadas con algún tipo de mortero.
Por el camino el capitán trataba constantemente de entablar
conversación haciéndole preguntas triviales, mientras Manis respondía vagamente
sin dar mucha información.
Entraron al gremio donde fueron recibidos por las miradas de
múltiples aventureros que ahí se encontraban. No todos eran humanos algo que ya
no sorprendía al chico, pues el ejército de bandidos y mercenarios tampoco
estaba formado de humanos al cien por ciento.
El edificio del gremio estaba formado por dos partes, una
sala de espera con un tablón que iba desde una punta a otra y la recepción que
consistía de una mesa simple de madera con un hombre sentado escribiendo sobre
un libro grueso. Detrás del mismo había una estantería con los mismos libros, o
al menos la misma encuadernación.
—Ni siquiera tienen un mostrador en condiciones, por no
hablar de una oficina— Pensó Manis sintiéndose molesto por aquella falta de
profesionalidad a la que estaba acostumbrado.
El recepcionista vestía de paisano, no había nada que lo
identificara como personal a excepción de un pañuelo azul atado al brazo. En su
mirada se reflejaba el agotamiento y el aburrimiento de llevar un trabajo tan
sedentario que no se esforzaba en disimular.
—Salud, Bocho— Habló el capitán al recepcionista, como si
fuesen colegas de toda la vida, hasta se abrazaron aun con la mesa en medio —He
venido a registrar a este amigo ¿Nos haces el favor?—
—Oh, claro, eso ni se pregunta. Todo el mundo quiere ser
aventurero— Se dirigió al chico —A ver ¿Sabes leer, escribir y esas cosas?—
—Si—
—Pues da igual, ya te registro yo— Dijo sentándose a la mesa,
mojando la pluma en tinta negra. Mientras Manis se preguntaba mentalmente qué
estaba haciendo en ese lugar y con su vida —A ver ¿Como te llamo?—
—Manis—
—Eres hombre de pocas palabras ¿Eh?— Bromeó mientras escribía
—Bien registrado. A ver Manis— Sacó de un cajón una insignia y talló los glifos
del nombre del chico en ella con un cincel —Esta es tu insignia, es de
porcelana, el rango más bajo, vamos. Hay varios rangos que son…—
—No me interesan los rangos— Interrumpió Manis arrebatándole
la insignia —¿Con esto soy un aventuro, no?— Le preguntó al capitán.
—Si, bueno, ahora lo eres— El capitán se mostró sorprendido
al repentino comportamiento del chico.
—Pero chico, tú, deja al menos que te ponga la cuerda a la
cosa— Se quejó Bocho.
—No quiero, me gusta así ¿Vale?— Respondió Manis guardándola
en el bolsillo de la camisa.
—Como quieras, chico. A ver ahí está el tablón con misiones,
hala—
—Te estamos muy agradecidos, Bocho— Intervino el capitán —Pero
ya nos vamos—
—Pues nada, nos vemos en la taberna—
—Ahí estaré—
Salieron del gremio y fueron al cuartel, en donde estaba el
carro de Manis estacionado frente a la puerta. Habían sacado los cadáveres y
las armas, pero el resto no lo tocaron. Le entregaron un par de bolsas de oro,
una por la recompensa y otra por las armas. Mientras contaba las monedas Manis
preguntó:
—Oye tu… esto… ¿Sabes de algún sitio donde pueda comprar
metal líquido magico?—
El capitán se cascó la cabeza.
—¿Metal líquido mágico?... uff, es raro de encontrar y cuesta
bastante. No hay mucha demanda, pero teníamos una jarra hace años ¿Sabías que
ese metal se extrae de slimes? Pero no de slimes grises plateados, tienen un
color azulado con rayas que parecen ojos y cuando se mueven emiten sonidos que
parece que hablan, pero son ruidos. Hay bastantes granjas para lo poco que
ganan, supongo que tendrán un uso adicional. Hace tiempo estaba prohibido
vender ese metal, por lo de que se puede crear armas de la nada, pero luego eso
se desmintió, porque las armas no cortan nada o se rompen. Supongo que lo usarán
para… algo, no sé—
—Ya y esas granjas, donde puedo encontrarlas—
El capitán señaló a la pared.
—Ve al oeste, en esa dirección ¿No? Vas a encontrarte con un
río muy ancho, síguelo por el sur y llegarás a un condado, ahí creo que hay una
de esas granjas—
—Gracias por la información— Manis le devolvió una moneda
como pago. Guardó las bolsas en los bolsillos de sus pantalones y se marchó.
Antes de irse, el capitán le sugirió comprar una mula para tirar de su carro, a
lo que el chico se negó argumentando que ya no deseaba tener más animales de
compañía.
Cuando el chico se marchó del cuartel, el capitán suspiró
aliviado. En eso entró el lugarteniente.
—¿En serio fue quien acabó con todas los clanes bandidos?—
—No con todos— Respondió el capitán —Solo dejó un vacío será
ocupado en breve por otros clanes—
—Pero disfrutaremos de una temporada de caminos seguros. De
seguro el comercio se incrementará—
—Ya te digo ¿Una copa?— Llenó un vaso de vino.
—Más tarde. Nah, sigo sin creerme de que él lo hizo todo solo.
Probablemente tenga un grupo, pero en ese caso ¿Por qué nos vendió todas esas
armas? También había armaduras de hursarios y mercenarios selyúcidas ¿Te lo
puedes creer? Pero volviendo al tema, esas armas tenían muy buena calidad,
algunas incluso eran mágicas y otras eran élficas, nadie en su sano juicio
vende eso y solo por un puñado de monedas—
—Que conste que el precio lo puso él— Aclaró el capitán.
—Y aun así él no llevaba arma alguna ¿Como los mató?—
—¿Has visto esa máscara que portaba? Daba miedo eh… ¿Y has
visto esos brazaletes? Tenía cuchillas—
—Insinúas entonces que los mató con eso, venga ya—
—Además de que debajo de esa capa tenía una armadura de
escamas, bastante disimulada, por cierto— Se terminó la copa de un trago —A lo
que voy es que iba bien preparado para la guerra, pero a la vez lo disimulaba,
cosa curiosa, es como si buscara verse indefenso para que le enfrentaran.
Supongo que tendrá alguna arma oculta o eso creo. Pero lo que me llama la
atención eran esas cuchillas en sus brazales. Estaban ensangrentadas y él mismo
olía a sangre… los cadáveres empezaban a
ponerse rígidos, cuando los trajo, eso quiere decir que los mató no hace mucho…
a parte de que tu mismo dijiste que
portaba armas élficas—
—¿Insinúas que ese sujeto tiene algo que ver con el incendio
del bosque?—
—Tendría sentido, las armas son las mismas que usan los
espadachines silvanos… Toma una patrulla y ve a investigar el bosque—
—¿Con los elfos rondando? Sería un suicidio—
—Toma a todos los hombres que quieras, pero ve allá, es una
orden—
El lugarteniente saludó colocando la mano en el pecho y
haciendo una reverencia.
Mientras Manis avanzaba tirando de su carro en dirección al
portón de la muralla, un niño pequeño se chocó con él. Manis se detuvo al ver
como corría desesperadamente y tomaba el primer callejón, desde donde se oyó un
fuerte grito de sorpresa y dolor. Continuó caminando como si nada hasta salir
—Lo siento niño, pero ya he tenido suficiente de ladrones por
hoy— Dijo para sí mismo mientras guardaba la bolsa de oro de nuevo en su
bolsillo y tiraba la mano amputada al suelo.
Se detuvo cuando ya dejó de ver la muralla, entonces sacó un
mapa y lo colocó sobre la carretilla. En un primero momento pensó en que podía
continuar con su viaje, puesto que aun tenía munición y podía tirar de la carretilla,
pero eso no eran más que vanos delirios. Aquella batalla le había enseñado un
par de cosas, una era que su equipo era ineficiente, lo único que lo salvó fue
su costumbre de llevar extra de munición, sobre la misma dejaba demasiado humo
y a veces no penetraba como debía necesitando de dos o más disparos para
derribar a un blanco y por si fuera poco, su fuente de recursos había sido
destruida, apenas se conservaba el recipiente. No disponía de daño de área, ni
cortinas de humo. Lo quiera o no había subestimado ese mundo. Necesitaba
empezar de nuevo, asentarse, construir una base en condiciones en lugar de la
base guerrillera que tenía en su pueblo natal. El primer paso era conseguir
metal mágico.
Habiendo fijado su rumbo, miró al este, tocó el suelo
sintiendo la corriente subterránea, para luego prometer que volvería a retomar
su viaje. Agarrando la carretilla marchó hacia el oeste.
0 comentarios:
Publicar un comentario