7 jun 2019

Isekai genérico capítulo 2



Capítulo 2:

Microfilamentos, las cuerdas del pasado.


El continente de Wayard se encontraba fragmentado en diversos reinos regidos por señores de la nobleza, los cuales ostentaban rangos acordes a la proporción de la tierra que controlaban. Las alianzas entre los señores eran delicadas y de vez en cuando estallaban guerras entre ellos. Se rumoreaba que los reinos del norte había disturbios que ocasionaban un cambio en el gobierno.


Varias lunas pasaron cuando los trovadores anunciaron la llegada de las caravanas de los comerciantes. Estos se incorporaron al mercado en el centro del pueblo.
Un ambiente de festival inundó el pueblo de la noche a la mañana. Se celebraron torneos de espectáculos entre los aventureros y los soldados del conde. Los magos hacían gala de sus extraordinarios poderes para atraer a los clientes mostrando su mercancía. Los bardos tocaban instrumentos como flautas, laudes, arpas, entre otros instrumentos extraños, pero ninguno de ellos tocaba tambores, pues estos estaban reservados para las guerras. Por las noches las prostitutas incitaban a los campesinos a acompañarlas en los carruajes.
A los ojos de Manis parecía una feria medieval como las que solían celebrarse en los cascos antiguos de los pueblos de su mundo anterior, esas fiestas a las que rara vez iba y que no echaba de menos porque le resultaban aburridas, opinión que la familia del artesano no compartía pues los dos hijos quienes se escapaban en cuanto podían para ir a pasar el rato con sus amigos para disgusto del propio artesano, quien en el fondo quería ir a la taberna a tomarse unos tragos.
—Si quieres puedes irte a divertirte, yo me haré cargo del taller— Sugirió Manis.
—Antes que dejar este negocio en tus manos prefiero incendiarlo— Respondió de forma ruda —Que no tenías que ayudar a mi mujer ¿Qué estás haciendo aquí?—
—La señora me dijo que ya no requería de mis servicios— Contestó el niño.
En el tiempo en que trabajó para la mujer del artesano, pudo tejer para sí mismo una camisa y unos pantalones. Coleccionó las piezas sobrantes de cáñamo y algodón, de las cuales escogió los colores más grises, verdes y negros.
Recortó las piezas y las cosió dando como resultado un dibujo como de camuflaje. Le añadió pasadores para el cinturón, un refuerzo en las rodillas y un par de bolsillos en forma de parches a ambos lados además de los bolsillos normales. No se deshizo de su ropa antigua pues la usaba como ropa de trabajo y de repuesto cuando sabía que iba a mancharse más de la cuenta.
Su equipo estaba lejos de considerarse completo, pero ahora se sentía más aliviado ya que logró recuperar algo de su vida anterior aunque era solo algo estético.
Paseando por el festival viendo a los magos y demás usando poderes que desafiaban la lógica y las leyes de la física, se preguntó como libraría una lucha contra uno de ellos. Podía ser optimista y pensar que volvería a su casa y con suerte conseguiría su antiguo cuerpo, pero sería de inconsciente creer que nadie se metería en su camino.
Necesitaba algo más que sus habilidades físicas. Necesitaba algo para neutralizar la magia. En principio pensó usar su propia magia para neutralizar a la de los magos, pero de inmediato desechó esa idea puesto que la suya era demasiado escasa y el plan requería de muchas variables como para ser practica. Lo siguiente que pensó fue en construir algún tipo de arma, pero sus recursos eran limitados, de hecho él único material con el que podía trabajar era el metal mágico, debía exprimir a fondo todas las posibilidades que ofrecía esa cosa tan conveniente que escapaba a su lógica.
—A ver… este metal puede imitar cualquier tipo de metal que me venga a la mente por lo que debería llamarse metal mimético. Partiendo de esa base y dado por hecho de que este mundo funciona como quiere, debería dejar de limitarme a la tabla periódica—
—¿Qué estás murmurando?— Le habló una voz la cual pertenecía a Dacher, uno de los chicos mayores de la casa, el cual estaba por cumplir la mayoría de edad al tener quince años.
—Nada— Respondió Manis.
—¿Estás disfrutando del festival?—
—Dentro de lo que cabe—
—¿Cómo entiendo eso?— Le preguntó el chico confundido.
—¿Me lo estás preguntando a mí?— Le respondió Manis arqueando una ceja.
Dacher se sintió estúpido al preguntarle y entendió porque los demás decían que era mejor evitar hablar con ese niño, pero aun así no se rindió.
—Sabes, los chicos acaban de terminar de construir su refugio secreto y están jugando a los caballeros, pero necesitan gente ¿quieres unírteles?—
—No me interesa— Respondió Manis de forma tajante.
—Venga, será divertido. Podrás jugar con ellos hasta tarde, Laiska nos ha dado permiso hasta que termine la hoguera—
Manis se detuvo y le encaró.
—¿Qué te hace pensar que tengo ganas de jugar?—
—No te lo tomes a mal. Como siempre está solo vagando de un lado para otro pensé que tal querías socializar un poco—
—Como dije no me interesa, tampoco me importa estar solo. Paso mucho tiempo en el taller, hablar con el artesano es toda el contacto humano que puedo aguantar en un día—
—Hablar con ese hombre siquiera puede llamarse contacto humano—
—Por eso mismo, después de hablar con él ya no tengo ganas de hablar con nadie más— Le interrumpió.
—Por eso te convendría cambiar de aires, ven a jugar con los demás anda— Insistió para disgusto del chico.
—A jugar a los caballeros… ¿Dime como se juega a los caballeros?—
—Pues. Os dividís en dos grupos, unos son los héroes que tienen que enfrentarse al rey demonio y derrotarle—
—Derrotar al rey demonio— Resumió Manis.
—Si, eso es—
—¿Acaso el rey demonio ha hecho algo malo para ser derrotado?—
—Pues… Es el rey demonio, tiene que ser derrotado porque es malo ¿Qué otra razón ha de tener para no ser derrotado?—
—Porque es malo— Dijo Manis deteniéndose —Por eso hay que derrotarlo… juzgar a alguien por quien es en lugar de por lo que hace ¿No es así?—
La mirada seria de Manis hizo sudar a Dacher.
—Solo es un juego—
—Un juego de roles en el que unos abusan de otros ¿A eso es a lo que te gusta jugar con tus amigos?—
—Yo no he dicho eso—
—Si, si lo has hecho y la respuesta es no. Da igual cuando insistas, paso de ti, dais asco— Se dio la vuelta y caminó entre la multitud.
Dacher se enfureció y caminó en dirección contraria. Llegó hasta donde estaban sus amigos.
—¿Has encontrado a alguien con quien jugar?— Le preguntó uno de los chicos que estaba a cargo de los demás.
—A nadie. Solo a un idiota— Respondió con voz rencorosa.
—Ah, ya. Te dije que pasaras de él. O te ignora, o te insulta. Ese niño está mal de la cabeza. No se por qué Laiska insiste en que nos llevemos bien—
—Si, no voy a hablar más con él— Dijo Dacher.
Al día siguiente Manis observó con impotencia como el taller estaba cerrado. La causa era que el artesano había bebido demasiado la noche anterior y la resaca le impedía salir de la cama. Decepcionado salió de la aldea.
—Precisamente hoy tenía que estar cerrado— Se quejó.
Llegó hasta su base en el claro del río, donde había dejado una cesta hecha con corteza entrelazada que fabricó a lo largo de la semana. Agarró la cesta y se dirigió hacia el yacimiento de arcilla.
Esperó hasta que los alfareros terminaran su jornada laboral para tomar su turno y en secreto obtener recursos.
Con ayuda de la pala plegable le fue fácil obtener el material.
Al regresar a la base, se cambió de ropa y empezó a cavar.
—Puede que ahora viva en la edad media, pero con las prohibiciones que me impone todo el mundo, para hacer lo que quiero tengo que regresar a la edad de piedra—
Primero retiró la hierba cortando la tierra para luego retirarla junto con los escombros hasta obtener un agujero bastante grande y profundo. Cuando decidió que ya tenía suficiente profundidad, salió de allí y empezó a cavar otro agujero a su lado. Este solo era una abertura que conectaba con el mayor.
Mojó los trozos de arcilla y los echó dentro el agujero mayor junto al polvo cerámico que recogió con anterioridad.
Dentro del agujero amasó un buen trozo y lo sacó. Salió de allí y sobre una roca lisa tiró el trozo de masa una y otra vez hasta que quedase esta quedase uniforme y todas las burbujas hayan desaparecido.
Dejó al trozo a un lado. Amasar la arcilla de esa manera era duro debido a que esta se quedaba pegada a la roca.
Remojó la masa y la partió en trozos los cuales alargó hasta que tuviesen la forma de largas salchichas. Colocó unas encima de otras uniendo las juntas moviendo material hasta que la masa obtuvo la forma de un jarrón con el resto de la masa creó uno brazos horizontales para poder sujetarlo con mayor facilidad.
En el agujero todavía quedaba arcilla. Usó el mismo método para crear un par de vasos y al resto les dio forma de discos gruesos de diferente tamaño con un agujero en el centro.
Una vez terminado fue al bosque donde recogió los troncos más grandes que encontró esparcidos por el suelo. El bosque no era como las reservas nacionales de su mundo anterior, los cuales estaban bien cuidados, aquí todo era salvaje por lo que no era extraño encontrar arboles muertos.
Encajó todos los trozos de madera hasta llenar por completo el agujero. Encajar los últimos pedazos fue como un puzzle.
Sobre la madera colocó todas las piezas de cerámica. Clavó unos palos en el perímetro de la boca del agujero creando una especie de valla en forma de cono.
Regresó al pueblo, pues ya era la hora de comer, así anunciaban las campanas de la iglesia que estaba en la cima de la montaña y cuyo eco resonaba por todo el bosque.
Después de comer se dirigió a la granja y al establo, donde reunió la mayor cantidad de paja dorada que le cedieron los campesinos.
Con la paja rellenó el interior y el exterior de las estacas hasta cubrirlas totalmente. Regresó a por más arcilla con la cual tapó el cono creando un pequeño montículo liso. En el segundo agujero prendió la madera del fondo con el ferrocerio. Al cabo de un rato empezó a salir humo y fuego.
Manis cayó al suelo. Trabajar tanto la cerámica era agotador, no tenía ni fuerzas para ejercitarse.
—Ahora a dejar que se cueza hasta que esto se desmorone, o eso es lo que mostraba en el vídeo—
Había seguido las indicaciones que recordaba haber visto en un video sobre su vida pasada, pero dudaba de que funcionase, aun así había otras cosas que podía probar en caso de que ese improvisado horno fallase.
En momentos como esos, cuando no tenía nada que hacer, entrenada la meditación y el control de la respiración o practicaba con su armónica.
Cuando recuperó las suficientes energías se dirigió al bosque donde cortó con su afilada pala varias ramas gruesas, las cuales serían el combustible durante la noche.
—Si las cosas funcionan y consigo endurecer la arcilla construiré mañana los soportes para las pesas… ¿Y si por la noche llueve?—
Manis alzó la mirada. El cielo estaba completamente despejado, pero sin un pronóstico más allá de la superstición era imposible predecir que pasaría. Por si acaso creó un techo hecho de hojas apiladas entrelazando corteza y colocándola sobre postes de madera.
Al día siguiente, tal como había creído, el montículo estaba derruido pero los postes estaban intactos.
—Menos mal que no hubo lluvia— Pensó.
Rebuscó entre los escombros del improvisado horno que aun soltaba humo. Sacó con cuidado los donuts de arcilla endurecida, los cuales pesaban lo suyo pero se veían intactos.
Para las vasijas removió la tierra como un arqueólogo desenterrando una reliquia. Cuando la sacó de inmediato la examinó. A primera vista parecía no haber grietas. Comprobó metiéndola en el agua y jalando de los brazos para ver cuanto aguantaban.
—Menos mal que le puse brazos gordos. Aquí caben perfectamente cinco litros y la tapa sigue encajando bien. Qué mas puedo pedir—
Regresó al bosque a conseguir más leña y cuerda hecha de fibras extraídas de hojas largas.
Con la madera recortada en forma de tubos unidos a los discos de arcilla Manis creó las pesas de mano y pesas de dos manos para los discos más grandes. Con el resto hizo equipos de gimnasia.
—Ningún arte marcial sirve de algo si no tienes un cuerpo preparado. Con esto puedo fortalecerme con más facilidad. Lástima que tenga que ser mañana— Dijo mirando las pocas horas de luz que quedaban.
Al día siguiente el taller estaba abierto. La esposa del artesano se enfadó mucho al ver que su marido perdía el tiempo en lugar de trabajar y aprovechar la época festiva para hacer un buen negocio.
Cuando el artesano trabajaba de mal humor se nota, pues lo hace todo de mala gana y por tanto era grosero con los clientes.
Mientras tanto Manis seguía investigando las propiedades del metal mágico. Su idea era que si estaba en un mundo mágico entonces debía poder sacar metal especial que no existía en la tabla periódica, un metal que solo existía en leyendas. La idea le parecía estúpida pero el mundo la respaldaba.
Probó sacar un metal conocido como Vibranium. Por lo que había leído en los comics en su antiguo mundo este metal poseía la capacidad de absorber todas las vibraciones cercanas y la energía cinética dirigida a él. La energía era almacenada en sus moléculas para luego ser disipada o reflejada dependiendo del impacto, por lo que una armadura con dicho material sería la defensa perfecta.
Amarró la pieza a un tornillo y la golpeó varias veces con el martillo. Como se esperaba del metal no emitió sonido alguno. A pesar del fino grosor de la pieza, por muy fuerte que la golpease esta no se doblaba.
—Ciertamente esto es Vibranium— Dijo Manis mientras sostenía la pieza acariciándola con los dedos —Este líquido replica cualquier cosa que tengas en mente adaptándose a cualquier forma y composición, sería más correcto llamarlo metal mimético…—
Unos gritos provenientes de la entrada le sacaron de su asombro.
En la entrada, la mala actitud del artesano enfadó a un aventurero que quería que le arreglaran su mandoble, cosa que el artesano se negaba a hacer. La discusión empezó a subir de tono y en un parpadeo ambos estaban luchando.
El aventurero desenvainó el puñal de su cinto con el cual intentó apuñalar al artesano, pero este agarró la hoja con su mano desnuda. La mano al contacto con el filo del arma empezó a sangrar, cosa que poco importó al artesano pues agarró una barra de madera con su mano libre y golpeó al aventurero en la cabeza, pero como este llevaba un casco pudo resistir el impacto. Atacó repetidas veces con su arma mientras el artesano trataba de defenderse como podía.
Lio intervino a detener la pelea pero fue herido en el estomago y cayó al suelo entre quejidos y jadeos de dolor.
El artesano, al ver a su hijo herido en el suelo sacó fuerzas y apartó al joven aventurero propinándole un fuerte puñetazo con tanta fuerza que le desencajó la mandíbula, pero el aventurero contratacó clavando su puñal en el costado del artesano, quien soltó un grito de dolor.
Manis por su parte agarró una larga tira de cuero que había por ahí, envolvió el trozo de metal de Vibranium y a modo de honda golpeó al aventurero, quien iba a rematar al artesano, pero el trozo de metal lo detuvo al tiempo en que le quitaba el caso debido al impacto.
El aventurero fijó la mirada en el niño y consumido por la furia corrió hacia él. Manis se agarró la muñeca esperando llevar algo que creía que tenía, pero al notar que no llevaba nada su corazón casi se detiene. Miró al aventurero mientras planeaba como lo iba a derrotar, pero en ese momento la pica del martillo se calvó en el cráneo del mismo y el hombre cayó al suelo soltando su puñal, el cual se deslizó hasta llegar a las piernas de Rogi, quien estaba apoyado en la pared del fondo, temblando de miedo.
El artesano acabó con el aventurero con un ataque por la espalda. Se acercó a Lio, quien presionaba su herida entre sollozos. Alzó la mirada hacia los niños y gritó que buscaran ayuda.
Al poco tiempo llegaron los soldados del conde, la señora de la casa, el barbero del pueblo quién hacía las veces de médico junto con la cuidadora de la casa de acogida.
Se llevaron a los heridos a la habitación del piso superior.
Una multitud empezó a agruparse. Llegaron los compañeros del aventurero quienes al ver el cadáver de inmediato exigieron explicaciones así como los soldados, con la diferencia de que algunos de estos ya habían desenvainado armas por si no les gustaba la respuesta. Un segundo conflicto parecía inminente hasta que llegó el conde y puso algo de orden en medio del caos.
Exigieron explicaciones tanto a Rogi como a Manis, pues eran los únicos en el taller que habían presenciado el incidente. Manis dio su versión culpando tanto al artesano como al aventurero mientras que Rogi solo lloraba. Cuando bajó su madre defendió a su marido culpando a los aventureros de todo.
Las cosas comenzaron a calmarse conforme a que los aventureros fueron superados en número por los soldados. Manis aprovechó para escapar sigilosamente al primer momento que tuvo.
En su interior siempre sabía que algo le faltaba, su imaginación le provocó la alucinación con la que vivió en ese nuevo mundo. Acariciándose la muñeca donde se supone que debía haber un brazalete no había nada. Sentía que debía recuperarlo.
Cuando curaron al armero este les contó su versión de los hechos culpando al aventurero como hizo su familia. Su versión fue la más verosímil por parte de los soldados pero el grupo de aventureros no quedó conforme, pues se marcharon del pueblo con el cadáver de su amigo. El comerciante que les contrató también se fue.
A los pocos días el festival terminó con partida de las últimas caravanas por el camino norte. El pueblo volvió a su rutina habitual con la excepción de que el taller volvía a estar cerrado, cosa que no le agradaba a Manis porque ralentizaba su proyecto.
Detestaba al artesano y a toda su familia por interferir en sus planes a la vez que le limitaba con todo lo que intentaba hacer, lo cual le enfurecía.
Buscó otra fuente de metal mimético yendo a la herrería que se encontraba dentro del recinto amurallado de piedra. Tras insistir mucho logró hablar con el jefe de la armería, quien le dijo que el producto que buscaba era un insulto a su trabajo por lo que no lo tenía.
Resignado, Manis pensó en otra forma de conseguir el dichoso metal. Primero pensó en robarlo, pero le atraparían de inmediato. Forzar la cerradura era tan buena idea como pedirle permiso al artesano, pero ¿Y si pedía permiso a su mujer?
La idea era buena pero la realidad superaba la fantasía. La señora también negó su petición de acceder al metal hasta que su marido volviese al trabajo, cosa que iba a tardar bastante tiempo.
La idea de esperar hasta que al viejo le diese la gana de abrir el taller era agobiante. Manis se regañó a sí mismo por no haberse dado cuenta antes, pero qué se le iba a hacer. Debía aprovechar el tiempo y lo sabía muy bien.
Regresó al claro del río donde le esperaban su equipo de gimnasio primitivo, pero no era tiempo de ejercitarse. Agarró la cesta y fue a por más barro y arcilla.
Sobre el suelo del campamento hizo un semicírculo con barro mojado, dejando una abertura. Añadió una segunda capa de barro. Sobre la entrada colocó un palo que cubrió con más barro. Colocó más palos en paralelo tapando toda la estructura y sobre los mismos añadió aun más barro y mientras este seguía mojado hizo muchos agujeros para la ventilación.
Juntó toda la madera seca que pudo, cogió un trozo del cual sacó virutas con ayuda de la pala, las cuales prendió colocándolas por debajo de la estructura de ventilación. A poco rato la madera comenzó a arder.
Mientras el fuego ardía, Manis seguía ampliando la estructura colocando más barro en los bordes. Cuando el fuego disminuía, añadía más leña para avivarlo.
Una vez listo el horno agarró la arcilla y le dio forma de discos más planos y ligeros comparados a como los hizo la última vez. Los metió dentro del horno junto aun montón de madera y colocó una tapa para que se cociera bien.
Al tiempo en que la arcilla se cocinaba buscó por el río un par de piedras específicas. La primera tenía que ser una piedra terminada en punta mientras que las otras dos debían ser planas. En la parte alta del río, la cual descendía desde las montañas estaba llena de piedras de todos los colores y tamaños. Encontró las que buscaba junto a una losa plana, la cual también se la llevó consigo.
Frotando la piedra triangular sobre la piedra plana logró hacerle un pequeño agujero, el cual no la atravesaba del todo. Hacer eso le llevó todo el día y agujerear la segunda losa le consumió otro día, días en los que el artesano no se levantaba de la cama.
Buscó por todos lados las ramas más rectas, pero no encontró ninguna, sin embargo halló una planta seca parecida a una caña. La recortó hasta el tamaño deseado. Con la ayuda del borde filoso de la pala hizo un de fisuras en la base de la caña.
Agarró un tozo largo de corteza y lo cortó en dos partes, le hizo una fisura a la mirad y encajó ambas una sobre otra creando una cruz.
Unió la cruz de hecha de corteza entre las fisuras de la caña, colocó una piedrecita a modo de tapón y amarró por arriba y por debajo. Colocó la caña sobre la piedra agujereada y comprobó que giraba uniformemente sin problemas. Había creado un ventilador. Repitió el proceso creando un segundo ventilador usando la otra piedra de base. Pasó un largo cordel por un agujero que hizo con anterioridad.
Para ese entonces la arcilla ya estaba bien cocida y fría, por lo que la sacó del horno. Al extremo opuesto de la boca del horno, hizo otra boca raspando el barro con la pala.
Con más arcilla hizo una caja cilíndrica donde colocaría el ventilador. Esta terminaba en una boca, la cual conectaba con ambas entrada del horno. Una vez seco repitió el proceso creando otra caja para la segunda entrada.
Unió ambas cajas cerrando las bocas del horno. Colocó los ventiladores en su interior. La rueda grande se colocaba sobre la caja para que evitara que el ventilador saltara por los aires, mientras que la pequeña se encajaba en la caña, la cual se sujetaba sobre un trozo de madera suspendida por dos pilares de madera clavados a ambos lados de la caja. Un agujero en la madera sujetaba la caña y hacía que esta mantuviese el eje de giro.
Al final del largo cordel se ató un palo.
Puso en práctica su invento. Giró la rueda pequeña enrollado el cordel alrededor de la caña, cuando jalaba del cordel el ventilador funcionaba, cuando llegaba al límite del cordel, este se enrollaba en la dirección opuesta por lo que solo había que jalar de nuevo. Ambos movimientos hacían funcionar el ventilador, lo malo era que emitía un molesto chirrido cada vez que giraba, pero asumió que no tenía que ser perfecto, bastaba con que funcionara.
Montó el segundo en un momento y ya tenía su horno personal con dos sopladores a cada lado.
La primera parte de su proyecto estaba listo, ahora debía pasar a su segunda fase.
En la estepa que conectaba con los campos de cultivo había un sauce, un árbol cuyas ramas se usaban para hacer carboncillo. Recortando las varillas del tamaño de un lápiz, metiéndolas en un recipiente lleno de arena extraída de la parte más baja del río, se podía cocer las ramas hasta que estas se tornasen carbón. Manis colocó el recipiente en el fondo del horno y lo selló con una tapa con pequeños agujeros, luego cubrió hasta la boca del horno con grandes trozos de leña.
La leña no la cortó con la pala, pues le llevaría bastante tiempo. En su lugar tenía una sierra desmontable hecha de acero que hizo a partir del metal mimético. El mango consistía en dos trozos curvos de madera tallada, un trozo en el centro y una cuerda atada en el extremo opuesto con la que se ajustaba la herramienta retorciéndola con un palo corto.
Jalando una y otra vez ambos cordeles avivaba el fuego bajo el ritmo que le convenía. Debía hacer eso por tres horas.
—Esto cuenta como entrenamiento—
Calculando la hora a ojo por la caída del sol y el aumento de la sombrar, Manis sacó el recipiente con cuidado usando unas pinzas de madera que previamente había fabricado.
Cuando el tarro estuvo completamente frío vertió el contenido sacando las varillas completamente ennegrecidas. Los probó todos pintando sobre un tocón de madera clara y eligió los más blandos.
—Lápiz listo, ahora solo falta el papel—
Buscó aquél árbol de hojas azules cuya corteza interna era blanca y lisa. Arrancó la corteza y la recortó hasta darle el tamaño de una hoja de papel, repitió el proceso hasta tener una buena cantidad aunque para ello dejó al árbol desnudo.
El proyecto que intentaba replicar, era algo que hizo en su vida pasada con mucho esfuerzo, aunando los conocimientos adquiridos en varios trabajos entre ellos el de relojería. Por lo que aunque tenía las imágenes claras en su mente, estas debían ser precisas. Debía calcular todos los pequeños componentes mecánicos a la perfección y para ello usaría el lápiz y la corteza para el diseño.
La pulsera en sí no era difícil de hacer, pero los componentes de su interior eran imposibles de obtener con la tecnología actual, solo se podía soñar con ellos y a través de los sueños podía conseguirlos dándole forma al metal mimético.
Apuntó todos los componentes con una extensa descripción a cada lado de cada uno de ellos. La lista se extendió por varias páginas. Hizo bocetos de como debían verse las piezas encajadas guiándose por sus recuerdos y experiencias. Las mejoras que hizo el doctor Annerith eran aplicables, pero este mundo carecía de microscopios, cámaras microscópicas guiadas por drones o cualquier lente de aumento. Se podía usar magia para aumentar la precisión visual, pero era limitada por lo que debía guiarse por su instinto cuando manejase las conexiones.
Finalmente el taller abrió sus puertas tras mucho tiempo, parecía que todo volvió a la normalidad, pero no era así. El artesano se veía más callado y amargado.
Lio estaba ausente pues no quería saber nada de armas ni herramientas, por lo que Rogi debía sustituirle. La nueva situación era más favorable a Manis pues le daban más tiempo para sí mismo.
Poco a poco empezó reuniendo las piezas de su invento. Empezó sacando las piezas centrales, seguido de las herramientas adaptas a su tamaño.
Sus manos no estaban tan acostumbradas a trabajar tanta precisión, pues su pulso no era tan firme como antaño, cosa que le frustraba y ralentizaba el avance del proyecto.
Tras mucho esfuerzo y concentración logró completar los eslabones de la pulsera con su correspondiente mecanismo, el cual consistía en placas con muelles que servían a modo sensores conectados mecánicamente entre sí.
—Por fin— Suspiró alzando la pulsera hacia el cielo para verla mejor —La carcaza y las capsulas están hechas. Se ve igual que como era, ahora viene lo más importante—
Creó unos gruesos engranajes, los cuales lijó eliminando las impurezas logrando una textura más uniforme. Los encajó en un pilar unido a una manivela que hacía rodar los engranajes. La maquina servía para manipular los microfilamentos antes de insertarlos en la pulsera.
La mejora del doctor Annerith fue convertir las cuerdas del invento original en cables de titanio y wolframio alterados para darles una mayor flexibilidad.
Manis se preguntó qué pensaría el doctor al ver el metal conveniente ¿Se enfadaría? ¿Se alegraría? ¿Lo utilizaría? Todas esas preguntas podrían tener su respuesta si podía encontrarlo y para encontrarlo necesitaba de su pulsera.
Sobre la base de un hilo de wolframio bajo en carbono diez veces más fino que un pelo humano se enrollaba un hilo similar de titanio. El grosor del metal apenas perceptible para el ojo humano, podía herir la piel si se lo forzaba, por ello necesitaba de la máquina para enrollarlo uno sobre el otro.
Los cables terminaban unidos en un garrote que servía de peso. Todo ello se encajaba dentro de las capsulas que sobresalían entre los eslabones de unión.
La pulsera actuaba como una prótesis, un músculo, mientras que los cables eran los dedos. Se controlaba manipulando los sensores con los músculos de la muñeca y el movimiento de los tendones.
El simple hecho de tenerla en la muñeca llenaba el interior del chico con una agradable sensación de euforia que no había sentido desde su otra vida. Se sentía más completo y un paso más a como era. Solo faltaba recuperar su cuerpo para ser él mismo de nuevo.
—Te ves muy contento— Dijo el artesano —Ya veo, así que es por una pulsera… A veces pienso que te has nacido con el sexo equivocado—
—Pero padre, el conde también lleva pulseras— Dijo Rogi.
—Eso son brazales de cuero. Se usan para proteger el antebrazo, lo que este niño lleva es un adorno. Lo llevan las mujeres y también esos ricos nobles caballeros que creen que el mundo es suyo. Dioses que asco me dan todos—
Salió del taller pateando un barril que estaba al lado de la puerta desperdigando todo su contenido.
Manis desvió la mirada del lugar por donde se fue su jefe y volvió a su trabajo: ajustar la pulsera para que se adapte correctamente a su muñeca. Cuando vio que podía activar y desactivar el mecanismo que hacía emerger los cables, se propuso como meta readquirir todas sus habilidades.
Primero empezó sincronizando sus movimientos de la mano, muñeca y dedos para controlar los cables, haciendo que estos realizasen ondulaciones, subidas y suspensión en el aire. El siguiente ejercicio consistía en enredar los cables y desenredarlos solo con instrucciones, sin tocarlos directamente, creó figuras como redes y tejió paredes.
Cuando aprendió a controlar los cables a su voluntad empezó a practicar con objetos. Empezó cortando hojas y madera, la cual estaba fija para afinar su puntería, aumentó el nivel con madera en movimiento y hojas flotando sobre las corrientes de aire. Llegó hasta el punto de poder cortar piedras con facilidad.
La última etapa de su entrenamiento consistía en el agarre de objetos. Ese nivel era completamente superior ya que los cables hacían pedazos todo lo que tocaban. Esta vez empezó agarrando piedras, levantándolas, acercándolas y alejándolas; siguió con madera y finalmente con hojas tan finas y frágiles.
Tras muchas lunas consiguió completar su entrenamiento. Seguro de sí mismo decidió dar el paso y aventurarse en el bosque.
El bosque estaba delimitado por una valla, la cual separaba la zona segura del bosque salvaje en donde residían las bestias más aterradoras, las cuales no se acercaban al pueblo gracias al hechizo de protección colocado en la valla, el cual emitía un olor que hacía que los animales se alejaran de aquél lugar.
Manis evitaba poner su vida en peligro por lo que no se acercaba a la valla, pero para su prueba final, una demostración de que podía defenderse usando su invento como antaño, no dudó en poner en peligro su vida.
Parado en frente de un alto árbol en cuya copa crecían frutas de color anaranjado parecido a la naranja de su mundo, pero esta estaba conformada en su totalidad por bolas picudas con aspecto de llamas. Eran difíciles de agarrar pues el árbol era alto y su tronco demasiado grueso para treparlo. Las únicas formas de conseguir esa fruta eran o bien con un palo largo con un cuchillo dentado en su punta para cortar el duro tallo que sostenía la fruta, o bien con una escalera. Ambas cosas eran limitadas y la zona donde florecía el árbol era salvaje, por lo que se necesitaba un equipo completo para poder recoger unas pocas frutas. El esfuerzo no valía lo que costaba.
Los cables podían partir madera, huesos, e incluso metal si se ponía el empeño gracias a su resistencia y su fino grosor.
Se enrollaron sobre la fruta y jalaron de ella. Uno pasó por encima cercenando el tallo que la mantenía unida al árbol en un fugaz movimiento. El movimiento retráctil acercó la fruta hasta el alcance de sus manos.
Examinó con cuidado la fruta una vez retirado los cables. Esta que parecía pequeña desde la distancia tenía el tamaño de una pelota de balonmano. Sonrió al ver que estaba en perfecto estado, sin marcas.
Dio un mordisco disfrutando del jugo que inundaba sus papilas gustativas con un sabor tan dulce como nostálgico. Tenía un sabor parecido melocotón, naranja y mango.
—Como diría un superviviente: Esta fruta me dará las proteínas necesarias para poder sobrevivir a este sitio—
Una mirada penetrante se clavó en su ser haciéndole estremecer. Se volteó en la dirección mirando con ojos curiosos a la bestia acechante, la cual al ver que su presa había notado su presencia soltó un gruñido.
La bestia era un animal cuadrúpedo de pelaje gris pardo de morro alargado y orejas puntiagudas alzadas. Sus extremidades se veían musculosas, como si hubiese tomado esteroides toda su vida. Desde su boca llena de dientes puntiagudos emanaba saliva. Sus ojos de color carmesí brillaban emanando una sed de sangre inagotable.
Manis le miró mientras daba otro bocado a la fruta. Por dentro estaba nervioso, pero su semblante estaba inalterado.
La bestia corrió contra él a una gran velocidad. Dio un salto abalanzándose sobre el niño y su cabeza cayó al suelo separada del cuerpo el cual se estrelló levantando una nube de humo.
Manis se apartó dejando que el cuerpo cayera delante de él y se deslizara por el suelo un par de metros antes de detenerse. Miró al animal mientras masticaba.
Detrás de él otro animal igual que yacía muerto se abalanzó sobre él. Manis siquiera se inmutó, se quedó parado en el sitio tragando los restos de comida en la boca y dando otro mordisco a la fruta.
Un cable partió en dos a la bestia, cercenándole también una pata. Las dos partes de la bestia pasaron al lado del niño cayendo al suelo mientras regaban todo el camino de sangre. La pata cayó sobre su cabeza, pero fue detenida en el aire por los cables.
Soltó un suspiro.
—Por un momento creí que no funcionaría—
Terminó de comer, se frotó las manos sobre su camiseta. Estaban completamente empapadas en jugo de fruta por la presión puesta durante el ataque, luego se acercó a las bestias mientras se tapaba la boca para no respirar el desagradable olor de la sangre sobre el césped.
La sensación de matar era muy nostálgica, pero para su desgracia su nuevo cuerpo no estaba acostumbrado a eso, quería evitar vomitar y acostumbrarse lo antes posible.
—Qué animal tan raro— Dijo mientras sostenía la cabeza de la bestia entre sus manos —Parece una especie de cruce entre hiena, lobo y gato— Los cables se enrollaron alrededor de la cabeza de la bestia elevándola en el aire para luego hacerla añicos. Manis sonrió por primera vez desde hace mucho tiempo —No se como he podido sobrevivir todo este tiempo sin esta cosa. Ahora si que puedo irme a buscar al doctor Annerith… No espera, me estoy precipitando— Volvió la mirada a la los restos del animal en el suelo —Este no es mi mundo, no debo ignorar ese detalle. Podría hacer frente a cualquier animal que reconociese, pero no tengo ni idea de qué hay ahí fuera— Juntó los cadáveres y con la pala abrió en canal al animal decapitado —Veamos, qué tenemos aquí… estomago, hígado, páncreas, corazón… tiene dos, increíble. Intestinos, pulmones y demás. Su esqueleto parece estar hecho de hueso y el hueso es de calcio… No es una forma de vida muy diferente a la que estoy familiarizado, pero he visto dragones y demás criaturas extrañas. Tal vez los cables no sean suficientes, pero por ahora me bastan—
Ató los cadáveres juntos con sus cables y los arrastró hasta su base. Ambas bestias pesaban mucho y dejaban un rastro de sangre entre otras cosas al ser arrastradas.
En el campamento terminó de despellejar al monstruo partido en dos. Sin embargo la piel no estaba limpia, tenía trozos de carne, cartílagos adheridos ya que cortar con una pala curvada no era como usar un cuchillo.
Tras mucho pensarlo decidió arriesgarse a confiar en una ayuda externa. Colocó las dos pieles sobre una tabla hecha de ramas unidas y las arrastró hasta la casa del curtidor.
Habló con el curtidor pidiéndole que le limpiase las pieles, pero como no tenía dinero le ofreció una de ellas como pago.
De vuelta en su campamento, la carne del animal no mostraba signos de putrefacción y a Manis le daba curiosidad por el sabor de la misma ¿Sabría mal, sabría bien o tal vez sería mejor no tocarla? Eran las preguntas que pasaban por su mente.
—Si quiero sobrevivir a este mundo de mierda, tengo que empezar por adaptarme— Dijo mirando la bestia despellejada que yacía sobre la hierba —Todavía no hay moscas, eso es buena señal—
Con su afilada pala cortó un trozo de carne del muslo del animal, lo lavó y ensartó un palo, colocándola cerca de las brasas del horno, las cuales desprendían calor más que suficiente como para hacer un asado.
No tenía condimentos, pues la sal valía casi tanto como el oro y muchas de las hierbas le eran desconocidas, por lo que prefería no arriesgar.
Se quedó ahí sentado cocinando el pedazo, oyendo como chisporroteaban las llamas al contacto con la grasa que se escurría y caía sobre las brasas. Mientras esperaba tocó algunas melodías con su armónica, deteniéndose solo para voltear la carne. Paró de tocar y se preguntó como era que pudo haber creado él este instrumento musical por sí mismo, o cómo pudo recuperar la pulsera con microfilamentos. Y también pensaba en cómo a la gente le daba igual lo que estaba haciendo.
—Como desearía tener en mis manos un Smartphone. Incluso si fuese de primera clase, o uno de esos desplegables de mierda con pantalla táctil— Acarició con sus dedos la superficie metálica de la armónica imaginando que deslizaba las pestañas digitales.
Había creado instrumentos miles de años adelantados a esta época y a nadie le parecía importar. También influía el hecho de que apenas hablaba con la gente y que también lo mantenía en secreto.
—Pude haber creado una ocarina. Era mucho más fácil pues solo había que moldear arcilla en vez de recortar metal— Susurró esperando la respuesta de la brisa que agitaba sus cabellos —Pero no recuerdo haber creado nunca una ocarina, vi vídeos de gente haciéndolo, explicándolo y demás… hice muchas cosas, pero solo fue porque ella…—
Cuando la carne ya estaba lista la alejó de las brasas. Desprendía un olor que le recordaba a la de conejo y su sabor tampoco era la gran cosa. Volteó a mirar al animal. Tenía semejanzas con los grandes felinos que conocía, por lo que concluyó que estaba comiendo carne de gato.
—Así que la carne de gato sabe a conejo. Interesante— Dio otro mordisco y continuó hasta terminar de comerse el trozo completo —Interesante y asqueroso—
Agarró la bota llena de agua que hizo con pieles sobrantes que obtuvo ayudando de nuevo a la mujer del artesano. Limpió y cepilló las pieles para que se adaptasen al pegamento de resina y con dos cosidos (hilvanado y de cierre) aseguró que el líquido no se escapase.
Las botas de vino se utilizaban para almacenar vino, pero en su caso lo usaba para almacenar agua del pozo hervida.
Cortó más trozos y los puso al fuego luego de lavarlos a conciencia. Cuando empezaba a oír el aleteo de las moscas, agarró los cuerpos y los arrastró hasta el bosque.
—Con esto— Dijo mirando la pulsera —Puedo empezar a investigar todo lo que quiera. Ya nada ni nadie puede detenerme—




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