Capítulo 1:
La pala de macho y la riñonera también de macho.
Manis se encontraba en la rivera del río algo alejado del
pueblo. Despertó temprano, antes de que el sol saliera y caminó sin rumbo fijo
hasta llegar hasta ahí.
Se arrodilló sobre la fresca hierba, bajó la cabeza
encerrando los ojos en el agua del río. En ese momento el sol del amanecer
iluminó el agua volviéndolo cristalina. El reflejo que creyó ver en el agua
desapareció ante sus ojos siendo sustituido por una cara de niño angelical de
rubios cabellos finos y alborotados que le caían casi llegando al cuello.
Detrás de esos mechones se encontraban grandes ojos azules.
Al ver su nueva apariencia su mente entró en pánico, los
latidos de su corazón estaban por sacar el órgano de su cuerpo.
Con sus manos temblorosas se agarró la cara buscando algún
rastro de sus antiguos rasgos.
Sentía como si hubiese despertado de un sueño solo para
entrar en una pesadilla.
—Esto no es real… esto no está pasando— Repitió entre susurros.
Poco a poco fue aceptando el hecho de lo que estaba ante sus
ojos era real. Volvió a ver su reflejo en el agua lamentándose de su actual
apariencia.
Repasó en su mente los últimos acontecimientos que vivió en
su vida pasada. Estaba en una torre con paredes por las que circulaban
corrientes de luz en forma de circuito eléctrico, los cuales estaba
parcialmente opacados por gotas de sangre que salpicaban cada vez que un nuevo
cadáver caía al suelo. Frente a él se hallaban numerosos enemigos vistiendo
ropas de protección de color negro, llevaban armas de alto calibre y disparaban
contra él en un desesperado intento de abatirle. Las grandes ventanas que daban
acceso al exterior se iluminaron cuando los cazas pasaron
volando sobre ellos soltando sus bombas. El resto fue como en su sueño.
El recuerdo era tan claro como si lo hubiese vivido ahora
mismo. Sacudió su cabeza de lado a lado. Ese recuerdo no explicaba su
apariencia actual, cerró los ojos y visualizó un nuevo recuerdo más antiguo,
uno donde se encontraba hablando con un hombre vestido con una bata de
laboratorio.
—Claro, el doctor Annerith— Dijo incorporándose.
Si alguien podría ser un potencial responsable de su
situación, era ese hombre.
—¿Pero como voy a encontrarle?— Pensó.
Sus antiguos recuerdos ya no estaban mezclados con los
nuevos, sino a parte. Rebuscó entre los nuevos pero fue infructuoso. Ninguna
persona que había visto recientemente cumplía con los requisitos faciales.
Pensó que tal vez el doctor tuviese una nueva apariencia, como él. En el pasado
el doctor lo encontró una vez, quizás vuelva a hacerlo.
Se arrodilló sobre la fresca hierba y colocó una mano sobre
la tierra, cerró los ojos y sintió que a mucha profundidad había una gran
corriente de energía que circulaba hasta el horizonte. Asintió tranquilizándose.
—Hay una posibilidad— Pensó mientras se levantaba.
Con aquella esperanza decidió aguantar hasta ser encontrado y
volvió a su vida cotidiana tratando de no despertar sospechas en los que le
conocían.
Los días fueron pasando y Manis se daba cuenta de qué clase
de mundo estaba viviendo. Era un mundo medieval, parecido al que veía tiempo
atrás en los cines, en la televisión e internet.
Había animales comunes, pero pocos, otros eran raros de
especies desconocidas que jamás había visto y otros que podían ser considerados
mitológicos, como el Wyvern que sobrevoló el pueblo una vez.
Había magia, alquimia pero ni rastro de tecnología moderna.
No había más electricidad que la que se generaba en las nubes en los días de
lluvia, tampoco había televisión, ordenadores, smartphone, tablets, videojuegos,
siquiera una mísera radio. Las casas carecían de electrodomésticos, tampoco
había trenes, coches, motos, aviones. Las calles apestaban, había estiércol por
el suelo embarrado y sin pavimentar, la gente apestaba y tiraban sus heces por
la ventana. Para Manis estar en ese mundo era como vivir en el mismísimo
infierno.
—Nunca pensaría que echaría tanto de menos el plástico—
Susurró mientras recogía los restos de serrín del suelo.
—¿Has dicho algo niño?— Preguntó el artesano.
—Bonita obra de madera— Dijo Manis sin mirarle.
—Parece que por fin estás aprendiendo a socializar. Más vale
tarde que nunca aunque no me esperaba nada de ti—
Los ojos inyectados en sangre del niño se posaron en la
espalda del viejo artesano, quien sintió un escalofrío.
—No… tengo que controlarme, todavía— Susurró.
A medida que pasaban los días, la espera se hacía cada vez
más insoportable. Empezaba a perder la esperanza por ser encontrado y esta empezaba
a ser sustituida por rabia, una rabia que intentaba contener, porque sabía que
si se dejaba llevar enloquecería.
Se arrodilló una vez más junto al rio en una rivera apartada
del pueblo pero sin entrar en el bosque. Ver aquella cara que no era la suya le
enfurecía. Golpeó el reflejo del agua con su puño hundiéndolo hasta llegar a
las piedras del fondo, golpeó el agua frenéticamente, se agarró la cabeza, cayó
de rodillas golpeó el suelo tanto con los puños como con la misma cabeza intentando
liberar su rabia acumulada deseando despertarse de ese extraño sueño pero era
inútil, sentía que en cualquier momento perdería la cabeza, si no la ha perdido
ya. Entonces, en ese momento una persona se paró en frente de él.
La sombra que proyectaba sobre el chico, le hizo alzarse.
—Mírate, dejándote consumir por el odio. No recuerdo haberte instruido
para que pierdas la cabeza ¿de donde tal deshonor?— Dijo la voz de un anciano
alto y fornido, con una resplandeciente calva. Llevaba una ropa parecida a la
de los monjes budistas. En su mano derecha portaba una linterna y la otra
resguardada en el interior de sus ropas. Las arrugas en su rostro dibujaban una
expresión severa.
Manis se quedó boquiabierto al verle, incluso se le olvidó
respirar.
—Maestro Kalí— Se arrodilló inmediatamente con las
palmas unidas en frente de su cabeza inclinada, un gesto de reverencia y
respeto —No es posible, usted está muerto. Le vi morir—
—El muay thai que te transmití, solo es para aquellos que no
se dejan abatir por la adversidad y hallan la paz en su corazón y en su
espíritu. Una mente enturbiada corrompe el espíritu y deja paso al odio.
Expande tus horizontes para hallar la paz—
Un cálido viento acarició al chico llevándose consigo la
imagen de su maestro.
Manis no daba crédito a lo que vio ante sus ojos, pero ahora
estaba tranquilo. Respiró como el maestro le había enseñado, primero hondo y
luego con suavidad.
—Cierto ¿Qué estoy haciendo? ¿En qué momento de mi vida me
senté a esperar un milagro?— Se preguntó a si mismo en voz alta —Haré lo que
siempre he hecho: Sobrevivir. Usaré todo lo que haga falta para volver a casa—
Vació todo el aire de sus pulmones y luego volvió a llenarlos
mientras adoptaba una postura firme con las palmas de las manos juntas. Bajó su
cabeza hasta que su frente tocó las puntas de los dedos, luego tomó una postura
de combate.
—Pies a tierra, cola de cocodrilo, cara de elefante, anillo
de Hanuman, caballo erguido, espada de ogro, caída de Hera, marcha del soldado,
elefante enojado, garra de león, hacha de acero, daga afilada, pico de
águila, espada de oro, golpe de dragón,
garra de halcón, defensa de tigre, baile de grulla, ataque de leopardo, salto
de tigre, fuego de dragón, golpe de cobra, golpe de látigo, defensa de cóndor—
Cada nombre se asociaba a un movimiento, movimientos nada
fluidos y un poco torpes. Con cada movimiento se daba cuenta de lo poco
entrando que estaba ese cuerpo. Aun así continuó ejecutando todas y cada una de
las enseñanzas que pasaban por su mente. Finalmente terminó en la misma postura
que empezó.
—Vaya asco de cuerpo. Tendré que endurecerlo hasta que llegue
a casa. En cuanto llegue encontraré el modo de encontrar mi antiguo cuerpo—
Comenzó a entrenarse haciendo ejercicios básicos: flexiones,
abdominales, sentadillas carreras. Encontró un árbol grueso cerca de la orilla,
ese tenía una corteza poco gruesa, perfecta para practicar sus golpes.
Al caer la tarde detuvo su entrenamiento. Sentía que para ser
el primer día se había pasado. Hacía algo de calor y se bañó en el río, lavó su
ropa y dejó que se secase mientras intentaba cazar peces con la mano. No
consiguió ninguno, pero era un buen ejercicio extra. Olisqueó el aire, el clima
era agradable tanto que incitaba a hacer una acampada al aire libre, pero se
dio cuenta de que no tenía herramientas para hacer un fuego o un refugio,
tampoco tenía víveres para pasar la noche, tenía que volver.
De camino sintió como rugía su estomago, se dio cuenta de que
estaba desnutrido para su edad.
Llegó hasta la casa de acogida, un edificio de dos plantas,
pero el doble de ancho que las demás casas del pueblo. Estaba construido de
madera sobre una base de piedra, las paredes eran troncos gruesos partidos por
la mitad y encajados uno sobre otro. El tejado era a dos aguas bastante más
pronunciado, con piedras colocadas para asentar la estructura. Las ventanas
carecían de cristales, en su lugar había contraventanas de madera con agujeros
que sustituían a las mismas. Dentro el suelo era de madera que crujía con cada
paso. No había casi nada de mobiliario. Las paredes tenían farolas en cuyo
interior había una vela que alumbraba tenuemente el lugar, compensaban con
cantidad la falta de visibilidad.
Llegó al comedor donde ya había niños jugando. En total eran
doce, pero faltaban los más mayores, que se encargaban de la cocina al fondo
junto a la chimenea. Había una mesa larga de madera y unas sillas rusticas.
La encargada, una mujer de pelo largo de color fucsia, con
ojos rojos cuyo iris era como el de los gatos, su piel era blanca. Su cuerpo
era proporcionado, con la tetas algo caídas, por detrás tenía una cola peluda
oculta que levantaba la larga falda marrón. Los niños la llamaban mama, los
adultos Laiska.
Algo cierto es que no era una mujer cien por ciento humana.
Llamó a todos a sentarse a la mesa dando palmas. Su cara era
alargada y su nariz respingona,
Contó lentamente señalando a cada uno para asegurarse de que
no faltaba ninguno.
Sobre la mesa había unos platos hondos de madera. Había panes
secos, queso, una ensalada de diversas verduras, huevos cocidos y carne seca.
Se servía desde una olla una especie de potaje de verduras y carne.
El potaje era insípido, los panes tan duros como piedras, el
queso era azul con un aroma fuerte que nadie osaba tocar, pero las verduras
eran frescas. También había tazas de madera que se llenaban con zumo de frutas,
los mayores podían permitirse el lujo de beber vino, pero no cerveza.
Los niños comían sin modales y Laiska los regañaba. Muchos
niños eran humanos, los demás presentaban alguna anomalía física consecuencia
de hibridación, o eso es lo que pensaba Manis.
Cogió un poco de cada cosa que había en la mesa procurando
que su alimentación fuese variada, independientemente del sabor de la comida.
Se dio cuenta de que una de las chicas, concretamente la que tenía orejas de
gato sobre un cabello negro y ojos de diferente color le miraba. La ignoró.
Se fijó en que además había un par de mujeres que ayudaban a
Laiska en sus labores diarias., estas vestían con el mismo vestido marrón y
gris con encajes en los hombros y las muñecas.
Tras la cena tocó el tiempo de que los niños se fuesen a
dormir no sin antes lavarse los dientes con una hierba de pelo duros pelos que
simulaba un cepillo de dientes.
El sol hace poco se escondió, no era tan noche como para irse
a la cama. Manis quería gritar que era un adulto, quería irse de ahí, quería
irse a casa. Se quedó hasta el final intentando ganar el máximo tiempo posible.
En ese momento la niña con orejas de gato se acercó.
—Oye ¿Por qué tus manos están tan rojas?— Preguntó con una
voz aguda llena de curiosidad. Hablaba la lengua típica del pueblo pero muy
diferente del mundo del que Manis procedía, pero que aprendió de tanto oírla.
Manis miró sus manos. Sus nudillos ardían, tenían sangre seca
por culpa del entrenamiento.
—Oh cielos— Dijo Laiska acercándose a él —¿Te has caído y te
has rasurado las manos?— Preguntó preocupada —No te preocupes, estoy yo para
curarte— Colocó sus manos sobre las del niño y usó una magia de curación
cerrando las heridas y aliviando el dolor.
Manis miró con asombro y curiosidad el uso de ese poder
desconocido que llamaban magia. No sabía que era exactamente, pero lo tenía ya
que recordaban haber usado ese poder para darle forma al metal mágico del
artesano.
Una vez curadas sus heridas, Laiska le envió al dormitorio
que estaba en el segundo piso. Ese se dividía en dos partes: las chicas por un
lado y los chicos por otro.
Las camas eran colchones de paja recubiertos por una manta,
las almohadas tenían plumas cuyas puntas sobresalían de la manta y se clavaban
en la cabeza y la sábana un par de mantas unidas.
Como cada noche, le costaba dormir. El no hacer nada le traía
recuerdos que alimentaban su frustración, la cual se convertía en rabia.
Intentando alejar esos recuerdos puso la mente en blanco y aguantó hasta
quedarse dormido, fue inútil. Soltó un fuerte suspiro, se movió de un lado a
otro pero no conciliaba el suelo. Escuchaba susurros y conversaciones entre
algunos chicos que se habían reunido en una esquina y jugaban a algo. El resto
se quedaron dormidos o hacían como que dormían.
Con la última vuelta quedó mirando al techo de madera, la
escasa luz de la luna se filtraba a través de la ventana abierta. Una melodía
pasó por mente, era la melodía de un antiguo videojuego, alguien muy cercano a
él la tocaba con su armónica.
—Eso es— Pensó mientras la armónica que siempre llevaba encima.
Eran solo dos láminas y un peine de madera. Las lengüetas
estaban torcidas y la lámina doblada debido a su finura. Esto era la causa que
le despertó o la culpa dependiendo del punto de vista.
Miró con nostalgia el instrumento que tenía entre las manos.
Asintió con la cabeza, guardó la armónica y cerró los ojos tratando de
dormirse.
Al día siguiente nada más levantarse el dolor de las agujetas recorrió por todo su cuerpo haciendo casi imposible levantarse. Cuando se incorporó siguió a los niños a fuera donde se tenían que asear echándose agua fría del pozo. Manis miró su reflejo en el cubo de madera y lo volcó marchándose del lugar enfadado.
No le gustaba que las superficies reflectantes le devolvieran una cara de alguien que no era la suya. Entró en la casa y vagó por las habitaciones ya que tenía tiempo libre. El trabajo en la granja terminó con la recogida de la cosecha y la siembra, el resto dependía de los granjeros, los ayudantes ya no eran necesarios.
Manis encontró un trozo de tela negra limpia. Fue corriendo a buscar a Laiska.
—¿Qué es esto?— Preguntó Manis.
Laiska miró con curiosidad, puesto que era la primera vez que Manis venía a ella. La mujer observó la tela que traía en sus manos.
—Es una de las piezas que sobraron— Dijo refiriéndose al trabajo que realizaban las mujeres, la costura y confección de ropa.
—¿Me la puedo quedar?— Preguntó Manis.
La mujer le miró dudosa con los brazos cruzados bajo las inmensas tetas que se desparramaban.
—Está bien. Puedes quedártela pero ¿qué vas a hacer con ella?— En respuesta Manis dobló la pieza de tela en diagonal y la ató al cuello cual pañoleta. La mujer echó a reír con delicadeza al verle —Parece que estás a punto de ir a comer—
Manis se dio la vuelta y se marchó subiéndose la pañoleta tapándose la boca.
Tocaba desayunar fruta y cereales con leche. No soportaba el sabor de la leche, pero su cuerpo lo necesitaba. Se terminó los cereales con leche, exprimió una fruta sobre el vaso de leche y le agregó miel, lo batió y lo tomó de un trago con el que casi se atraganta.
En el taller de artesanía, después de terminar el trabajo diario procedió a mejorar la armónica. Para mejorarla debía comprender mejor el metal líquido, pero antes cogió un trozo de madera recta y con un palo untado en ceniza negra mezclada con agua, marcó unas líneas creando una regla improvisaba con la que midió la armónica.
Tras hacer diferentes pruebas comprobando los tipos de metales que se pueden extraer, el grano, la dureza y flexibilidad, sacó una lámina de latón menos flexible con la misma longitud del peine y recortó los agujeros para las lengüetas con una herramienta cortante que el artesano usaba para tallar la madera.
Para las lengüetas creó una lámina de latón mucho más fina y elástica. Después de recortar las lengüetas las unió con remaches a modo de golpes.
Una vez terminado creó las carcazas. Se dio cuenta de que el metal en el momento en formarse aun era maleable. Lo modificó dándole una forma más específica, era como manejar plastilina.
Hizo los agujeros para los tornillos a cada lado y sobre el dorso grabó los números de los agujeros. Sin embargo antes de terminar de formar la pieza sintió que le faltaba algo para que no se viera tan sosa. Tras mucho pensar, grabó sobre la cubierta superior en grandes letras la palabra [Эсминец]
—Esminets— Deletreó, luego asintió al verlo bien escrito. Aquella palabra significaba mucho para él tanto como la armónica.
Finalmente creó los tornillos de cabeza redonda con ranuras en forma de cruz, un par de tuercas roscadas con forma hexagonal, un destornillador acorde a las ranuras de los tornillos y una llave que encaba con el diámetro de la tuerca.
Atornilló perforando la lámina de latón junto con el peine hasta llegar a la carcaza inferior, donde añadió las tuercas ayudándose de la llave.
En principio estaba bien hecha, pero al tocarla sintió que estaba desafinada, lo que tocaba desarmarla, limar las lengüetas y volver a montarla.
—¿Qué es ese sonido?— Preguntó Lio al oír las notas más agudas —Suena como un gato gritando por su vida— Manis le mostró la armónica —Así que esto es en lo que has estado trabajando todo este tiempo ¿Qué son estos símbolos? ¿Cómo los has hecho?—
—Con el metal— Señaló el contenedor.
—Entiendo… bueno ¿Y qué es esto?— Volvió a preguntar.
—Un instrumento musical—
Lio soltó una carcajada al escuchar la respuesta.
—Tonto, los instrumentos musicales tienen teclas, cuerdas, pistones o agujeros con los que tapas con los dedos. Esto no tiene nada de eso, solo es una caja que hace ruido y lo que me preocupa es que harás con todo eso que has sacado— Señaló a una pequeña pila de materiales.
—Es metal templable, si lo sueldo puedo forjar una espada—
Desde el fondo del taller se escuchó la risa del artesano.
—Aquí no hacemos espadas, niño— Dijo el artesano en voz alta.
—¿Y eso por qué?— Preguntó Manis.
—Porque no somos una armería. Esto es un taller, por si no te ha quedado claro, aquí reparamos, restauramos y afilamos. No creamos armas, si eso es lo que buscas ve a la forja de la armería— Señaló con su dedo hacia el cuartel del pueblo.
—¿Si voy ahí podré conseguir armas?—
—Si te vuelves un soldado tal vez— Contestó Lio.
—¿Y si no quiero ser soldado aun así puedo conseguirlas?—
El artesano se levantó de su asiento cansado del constante bombardeo de preguntas. Se acercó a Manis quedando en frente de él como una montaña sobre un arbusto.
—Te lo voy a decir con claridad tan solo una vez. Solo los nobles y los solados tienen permitido llevar armas, si un plebeyo como tu toca una espada, te cortarán las manos—
—Así que la ley prohíbe a la población llevar armas— Dedujo el chico en voz alta —Era de esperarse, lo primero que hacen los tiranos cuando llegan al poder es desarmar a la población—
El artesano alzó su mano y propinó una fuerte cachetada a la cara del niño, quien le miró sin expresar el mínimo gesto de dolor.
—Habla con más respeto niño. El conde Vormund creó esa casa de acogida para que escoria huérfana como tu no tengáis que dormir en la calle, así que ten más respeto a quien te ha brindado un hogar—
Manis se frotó la mejilla. Hace dos días habría atacado a ese hombre y en su vida pasada lo que quedaría del artesano cabría en una caja de cerillas.
—Está bien, lo entiendo. No debí hablar mal de tu héroe—
—Desgraciado— El artesano agarró al niño por las solapas de su jubón, levantándole hasta que sus pies dejasen de tocar el suelo quedando suspendido en el aire, pero en ese momento una voz gritó desde fuera paralizando al artesano.
Una mujer de cuerpo rechoncho entró al taller. Su cabello castaño ondulado estaba recogido a un lado de la cabeza con ojos marrones miraban con enfado al artesano. Era su mujer.
Nada más llegar hizo que su marido soltase al Manis y le regañó por tratarle de esa manera. El artesano no volvió a dirigirle la palabra al chico durante todo el día.
De vuelta en el lecho del río Manis continuó su entrenamiento. El cuerpo le dolía y el dolor le ralentizaba porque lo que detuvo su entrenamiento a la mitad de este.
Forzar el cuerpo no era bueno, debía cultivarlo poco a poco antes de empezar a exigir un entrenamiento más duro.
Alzó la vista viendo pasar una bandada de pájaros que hacían formaciones aéreas, un halcón se entrometió entre ellos y raptó a uno. Las nubes eran todavía blancas y el cielo azul. Esas cosas eran iguales a su mundo anterior y eso le tranquilizaba. Hacer la armónica fue como quitarse un peso de encima al recuperar algo que aquí no existía, pero no tenía ganas de tocarla.
El día pasaba lentamente y a consecuencia de ello tenía mucho tiempo libre. No tenía ganas de volver al pueblo, peor tampoco podía quedarse sin hacer nada.
—Entrenar está bien, pero tengo que ser realista. Necesito equipo y demás cosas—
Mirando el río una idea le vino a la mente. Recorrió el caudal siguiendo el flujo buscando una roca característica. Tenía en mente que en este mundo no podía existir pero ya vio a los alfareros trabajar, por lo que en algún lugar debía haber arcilla.
Después de un largo rato de búsqueda encontró lo que parece ser un pequeño yacimiento, en el cual vio a unos trabajadores sacar barro. No tardaron en irse.
Acercándose al yacimiento comprobó que efectivamente se trataba de arcilla. Aun así no podía hacer nada con ella, puesto que lo que tenía en mente requería de madera y para talarla necesitaba herramientas. Dudaba de que el Artesano fuera tan amable de prestarle algunas.
Volvió a su claro donde se sentó bajo el árbol que usaba para practicar sus ataques. Escuchó el viento, observó el oscurecimiento del cielo, a los extraños animales que revoloteaban. Sacó su armónica y la colocó en dirección donde soplaba el viento. Un par de tenues notas salieron del instrumento que le recordaron al inicio de una melodía sacada de algún video. Probó recrearla pero no se le daba bien tocar, aun así siguió practicando hasta que se cansó. La armónica sonaba a escala menor.
—Estoy en un extraño mundo, en un nuevo cuerpo. Daría lo que
fuera por volver a ser el de antes. No merezco esta segunda vida, todavía hay
cosas que tenía que hacer, series que ver, juegos que jugar, gente con quien
chatear, cursos que aprender— Sacudió su cabeza de lado a lado —Vale, este
mundo carece de tecnología y en cierto modo no la necesitan esa supuesta magia
que usan es conveniente. Diablos es demasiado conveniente y eso explicaría la carencia
de la tecnología— Se levantó —Encima no hay solo humanos, sino esos híbridos
extraños con partes de animales— Sintió una asquerosa sensación al pensar sobre
ellos.
Al volver a la casa de acogida se fijó en el detalle de su
ropa. Era algo desigual, su jubón de color blanco se había impregnado de tanta
suciedad que ahora se volvió gris además de que le quedaba grande por ciertas
partes y era estrecho por otras, sus pantalones eran marrones con varios
parches que desentonaban. No tenía bolsillos ni en el jubón ni en los
pantalones, guardaba sus cosas en una bolsa atada a aun tosco cinturón. Sus
zapatos tampoco se libraban, estaban hechos de un cuero que rozaba la piel, la
suela era deficiente y uno era más largo que otro.
—Supongo que tengo mil cosas más que hacer antes de nada y lo
peor es que no se ni por donde empezar— Suspiró con cansancio —El sistema
gubernamental es monárquico e injusto. No nací como noble así que aunque
intente aspirar a una vida mejor no me lo permitirán. Que problema— Volvió a
soltar un suspiro —Pero, tal vez pueda aprovecharme de eso. Si a nadie le
importo, nadie me prestará atención. En sí eso es una ventaja… Me pregunto
cuanto tiempo tengo antes de que algún vecino decida invadir estas tierras—
Con el comienzo de un nuevo amanecer mi cuerpo temblaba, pero
no por frío, era como si los músculos hubiesen cobrado vida propia. Era una
sensación incómoda que no tenía desde su otra vida.
—Niño— Habló el artesano —Quiero que vayas a la casa del
curtidor y me traigas las pieles que encargué ¿Sabes donde se encuentra?— Manis
asintió —Pero por si acaso… ¡Lio!— Llamó a gritos
—Deja lo que estés haciendo y acompáñale a visitar a Tomás—
—Deja lo que estés haciendo y acompáñale a visitar a Tomás—
—Ya voy— Dijo Lio.
—Lévale un par de cajas con las herramientas que hice ayer y
dile que es un regalo de mi parte— Dijo el artesano.
La casa del curtidor se encontraba a fuera de la empalizada,
casi al límite del pueblo. La razón de que ubicación era simple, su trabajo
apestaba. En el sentido más literal de la palabra, porque trabajar el cuero
desprende un olor putrefacto.
—Oye Lio ¿Qué longitud debe tener un arma para que sea
considerada legal?— Preguntó Manis.
—¿Aun sigues con eso? Parece que no te quedó claro. Escucha, nosotros no tenemos permitido llevar espadas ni mazas ni dagas, en general no podemos llevar armas— Habló Lio como una madre que regaña a su hijo.
—Y qué me dices de los cazadores, ellos si que pueden llevarlas— Replicó Manis.
—¿Sabes quienes van de caza? Los nobles. Solo ellos pueden cazar animales en el bosque. Sin su permiso serás un furtivo y si te pillan estás penado. Te pueden meter en una celda o cortarte un brazo— Habló con seriedad ya había visto lo que hacían los guardias con los que no cumplen con las leyes. Ni siquiera los niños se libraban de los castigos.
—Eso es un problema, pero volviendo al tema ¿qué longitud tiene que tener una hoja para ser permitida? Como un cuchillo—
Lio soltó un suspiro, no recordaba que su ayudante fuese tan persistente.
—¿Dime Manis has visto a muchos niños armados con cuchillos?—
—Ni, ninguno— Dijo con honestidad.
—Eso es. Los niños no llevan cuchillos ni espadas, al menos la mayoría ¿Por qué quieres una espada? ¿Acaso quieres ser soldado? Si es eso podrás alistarte cuando cumplas los quince años—
—No quiero ser soldado. No voy a servir a nadie por obligación, por muy bien que me haya tratado— Dijo con seriedad. Ya servía a alguien y no podía traicionarlo ya que era la única persona que puede sacarle de este sitio.
—¿Entonces quieres ser un aventurero?— Lio le miró con algo de lástima —Seguro que has oído los cuentos de la vieja nana. Padre fue aventurero, ya debes de saberlo y según lo que cuenta no es tan bonito como las canciones que cantan las viejas y los bardos. Esas cosas me hacen ver que seguir sus pasos es lo más seguro. La guerra y las batallas son para los que tienen un objetivo más allá de dañar a los demás—
—Está bien dejaré de fantasear con ser un aventurero cazador
de dragones— Dijo Manis respondiendo lo que Lio quería oír —Ya demás creo que me
has malentendido por completo, no voy a hacer un arma para matar a nadie, solo
pensaba que tener una se vería genial—
Lio sonrió y acarició la cabeza del niño.
—Sabes— Continuó Manis —Ver trabajar a tu padre, el señor
artesano, es casi contagioso. Por eso quería probar a construir cosas con mis
manos—
—¿Cómo esa caja de metal?— Preguntó Lio refiriéndose a la
armónica.
—Exacto— Mintió Manis —No pienso matar a nadie, ni tampoco
podría aunque tuviese mil espadas. Solo quiero saber las dimensiones de un
cuchillo para cortar madera y demás cosas—
—Si quieres cortar madera para eso es mejor un hacha que un
cuchillo— Dijo Lio con un tono más divertido intentando sonar profesional.
—Pensaba preguntar sobre eso pero me responderías de la misma
manera. El cuchillo que tengo en mente sirve tanto para talar como para cortar—
—No me imagino esa clase de cuchillo mágico. Las hachas no
son armas estrictamente hablando. Si tanto quieres saberlo te lo diré: la mitad
de un codo, eso es lo permitido—
—Gracias— Dijo Manis sintiéndose aliviado —No permiten llevar
armas a nadie ¿qué clase de edad media es esta?— Pensó decepcionado.
Un nauseabundo olor impregnó el aire, lo que indicó que
estaban cerca de la casa del curtidor. Manis cubrió su boca con la negra
pañoleta mientras que Lio se tapó la boca con su mano hasta que se acostumbró
al olor.
Llegaron a la casa del curtidor. Un edificio rústico hecho de
madera con muchas ventanas, un techo a dos aguas y una veleta que indicaba la
dirección del viento, algo importante ya que el mal olor procedía de las
columnas de humo que se alzaban detrás del edificio.
La primera persona en recibirlos fue el hijo del curtidor, un
joven de pelo oscuro y grasiento que vestía poca ropa debido al calor que
había. Les recibió a ambos con un fuerte apretón de manos, luego los guio hasta
el patio trasero de la casa donde estaban las piscinas excavadas en tierra y
recubiertas por pequeñas piedras encajadas en las paredes de las mismas por lo
que parecía ser mortero o concreto.
En las piscinas flotaba el cuero recién cortado, las demás
servían para teñir la ropa de lana y lino. El calor de una hoguera situada
debajo de la piscina llevaba el agua al punto de ebullición. Manis evitó acercarse
a ellas por miedo a caerse, caminando con mucho cuidado mientras que Lio pasaba
entre ellas sin preocuparse.
Al lado de una piscina estaba el curtidor. Era un hombre de
piel cobriza, de pelo corto y una cara redonda con una expresión dura resaltada
por un gran bigote negro como su pelo. Al ver a Lio sonrió y se acercó a
grandes pasos a recibirlo.
Después del saludo, Lio le entregó los regalos, el curtidor
se los entregó a su mujer y los llevó hasta su almacén donde les entregó los
pedazos de cuero seco y curado. Además les regaló un par de telas teñidas de
lino, algodón y lana.
Hacer regalos era una costumbre entre los gremios, pero ambos
tuvieron que llevar los materiales a cuestas ya que el curtidor se negó a
regalarles una carretilla. De camino pudieron ver al conde Vormund. Era un
joven pelirrojo de ojos verdes que portaba un arco negro colgado sobre su
chaleco marrón, debajo llevaba un jubón azul, pantalones y botas altas de color
oscuro.
El conde estaba acompañado por un hombre mayor que sufría de
calvicie parcial, el resto de su pelo y barba eran de color blanco canoso y un
guardia que portaba una armadura de cuero ligera con una lanza y un escudo
redondo. Venían de una cacería portando un ciervo adulto con una flecha en el
cuello.
Al llegar al taller dejaron caer las telas al suelo por el
cansancio.
El taller también se encargaba de la manufacturación de la
ropa. Tejer y diseñar la ropa era tarea de mujeres y la propia sastrería era en
realidad un capricho de la esposa del artesano, quien se enemistó con la esposa
del sastre personal de la familia Vormund.
La mujer del artesano se alegró por ver las piezas, pero
luego se dio cuenta de que le faltaba mano de obra. Su marido sin ninguna duda
le prestó a Manis para el trabajo. De ninguna manera dejaría que sus hijos se
deshonraran a sí mismos haciendo una labor femenina.
Manis fue obligado a cargar de nuevo las telas y fue guiado
al otro taller, el cual se encontraba al lado de la herrería. La diferencia era
que esta vez tenía que cargar las cosas él solo.
—Esto debe contar como entrenamiento— Pensó mientras sentía
como su cuerpo le amenazaba con desfallecer —Quiero irme a casa—
El taller de costura era un lugar poco iluminado. Había
varios telares de madera, un armario grande donde guardaban los accesorios de
costura y una chimenea encendida. En la pared de la chimenea había un pequeño
altar de madera parecido al que había en la forja. Representaba a la diosa de
la casa mientras que el otro altar al dios de la forja.
Depositó las telas sobre una mesa tal como dictaba aquella
mujer. Lo siguiente que hizo fue encender unas velas y colocarlas en las
lámparas para añadir iluminación a la sala, mientras que la esposa del artesano
sacaba una caja de madera llena de agujas, hilos y diversos utensilios.
Poco después llegaron unas pocas ancianas y algunas niñas
jóvenes y adolescentes que trabajaban para la señora. Las ancianas llevaban
ropa negra que tapaba su pelo, las niñas vestidos con volantes.
De inmediato todas empezaron a trabajar clasificando los
materiales, preparando las herramientas y sobre todo cotilleando. La silenciosa
habitación se convirtió en un pandemonio. Algo de lo que se dio cuenta Manis
era que cuando trabajaban no siempre hablaban de cotilleos, algunas entonaban
cánticos para hacer mover la aguja, enhebrar hilos o mantener juntas las
costuras. Al igual que el artesano y sus hijos, las mujeres también dependían
de la magia para trabajar.
—¿Sabes coser?— Preguntó la señora a Manis, quien simplemente
se limitó a asentir —Pues entonces deja de estar ahí mirando como un búho, ven
y ayúdanos— Le dio una aguja, una bobina, un trozo de cuero recortado e
instrucciones sobre como debía coser las piezas —Cuando termines me avisas—
Dijo volviendo a su tarea de cotillear.
Manis se sentó cerca de una vela, algo apartado de la
muchedumbre para no molestar.
—Esto sería más fácil con una máquina de coser— Pensó
mientras trabajaba.
La señora no dijo nada acerca de qué tipo de costura quería
que hiciera, por ello se decantó sobre una básica y resistente recorriendo la
unión dos veces antes de asegurar la costura.
Una vez terminado se lo mostró a la señora.
—Si que trabajas rápido— Dijo asombrada al ver que la pieza
estaba terminada —Las costuras están bien hechas. No es el punto que yo hubiese
dado, pero diría que es resistente—
—Se me da bien hacer manualidades— Dijo Manis —¿Qué más
quieres que haga?—
—Ah, si— Dijo la señora. Se levantó de su asiento para
asignarle más tareas.
—Mira un hombre cosiendo como una mujer en lugar de trabajar
en el campo. Me alegra de que no sea nieto mío—
—Abuela que él no está aquí por capricho— Dijo su nieta
señalando con sus ojos a la señora.
—Si mi marido siguiese vivo le hubiese arreado una buena tonda— Prosiguió la anciana —Ya no quedan hombres como los de antes—
—Abuela se dice tunda… tuuunda— Le corrigió la niña.
—Un buen sopapo es lo que ese niño necesita para que aprenda a no meterse en los asuntos de las mujeres— Habló con orgullo mientras cortaba el hilo.
Cuando casi era mediodía, las mujeres terminaron el trabajo ya que tenían que ir a sus casas para preparar la comida. Le tocó a Manis y a una chica de cabello castaño rizado llamada Glyer recoger los trozos que estaban dispersos por toda la habitación.
—Nunca vi a un chico coser y menos tan rápido como tu— Dijo Glyer —¿Cómo lo haces?—
—Siempre he sido un chapuzas— Respondió Manis —Hacer cosas con las manos es algo normal para mí—
—Me enseñas a coser tan rápido— Pidió la chica emocionada.
—Práctica, mucha práctica. Ese es el secreto— Contestó mientas seguía recogiendo.
Su respuesta no agradó a la niña, quien hizo un puchero hinchando sus mofletes.
Al finalizar de recoger la habitación Manis preguntó a la señora, quien dudó en hacerle caso, pero con algo de insistencia cedió bajo ciertas condiciones.
Agarró la bolsa y seleccionó las piezas de cuero colocándolas sobre la mesa.
Había trozos de todo tipo, desde los más pequeños hasta los más largos que fueron tirados por ser considerados inadecuados por las mujeres, sin embargo al examinarlo vio que a parte de su aspecto, el trozo era bastante duro y había suficiente para lo que pensaba hacer.
Fue rápidamente al taller para recoger la regla de madera que estaba donde la había dejado y todavía tenía los números escritos aunque algo difuminados. También recogió un trozo de carbón negro y regresó. Todo ello lo hizo tan rápido que apenas se dieron cuenta ya se había ido.
Desplegó el cuero sobre la mesa. Con ayuda de la regla y marcando un trazo con el carbón hizo un boceto de varias figuras rectas que encajaban entre ellas como si de un rompecabezas se tratase. Lo siguiente era recortar el cuero, cosa que no era sencilla por su grosor, pero en el armario había herramientas para hacerlo. Una vez recortadas las piezas debía coserlas.
Primero preparó el cuero pegando dos trozos juntos con ayuda de una especie de resina que usaban a modo de pegamento, a continuación con un raspador creó un canal los puntos de sutura a ambos lados. Con un punzón y con ayuda de la regla marcó espaciados uniformes a lo largo de la pieza.
El siguiente paso era preparar la aguja y el hilo. Para coser el cuero no era necesaria una aguja que estuviese afilada ya que tendría que hacer los agujeros con el punzón. Seleccionó un hilo grueso, cortó lo necesario y lo enhebró a través del ojo de la aguja, lo plegó hacia atrás de la misma y atravesó el grosor del hilo con la punta e insertó el extremo a través del bucle. Hizo lo mismo con otra aguja en el otro extremo del hilo.
Perforó sobre las marcas y pasó la primera aguja a través de ellas y la segunda por el mismo agujero en dirección contraria. Una vez cosida remató la costura dos veces sobre los dos últimos orificios. Repasó la sutura con una herramienta y luego la alisó con un trozo de madera. Siguió trabajando uniendo los demás trozos.
—¿Eso es una bolsa?— Preguntó Glyer observando con mucho interés. La chica de había quedado mirando como el rubio niño trabajaba.
—Una riñonera— Corrigió Manis sin desviar la mirada mientras cortaba una nueva tira de cuero —¿No tienes que ir a casa?—
—¡Ah, cierto!— Exclamó la niña —¡Es la hora de comer!— Corrió hasta la puerta pero se detuvo y volteó a ver al chico —¿No vienes?—
—Cuando termine esto. No tardo nada— Respondió.
La chica sonrió y se marchó dejando la puerta abierta.
Manis miró por un momento la puerta abierta, luego miró por la ventana y siguió trabajando. Añadió un pasador en la parte trasera por donde pasaría el cinturón. Cuando lo terminó observó su obra: una riñonera rectangular bastante grande pero todavía no estaba terminada.
Dejó la riñonera y rebuscó buscando un nuevo trozo de cuero. Encontró una tira bastante larga, la cual igualó y la agujereó a través de toda su longitud. Guardó la tira dentro de la riñonera, volvió a meter en el saco los restos de lo que quedaba de la pieza de cuero y la sacó tal como le ordenó la mujer del artesano, junto con el resto de la basura.
Después de almorzar en la casa de acogida regresó al taller.
El metal mágico le intrigaba pues su conveniencia era espeluznante y no entendía el desprecio por tal material.
—Puede adoptar cualquier forma, siempre y cuando la visualices a la perfección en la mente y que el objeto en cuestión no exceda la boca del contenedor, pero también puede alterar el color y su dureza, por lo que puedo sacar diferentes tipos de metal ¿hará también aleaciones?— Se preguntó. Metiendo la mano y sacando un material que solo se consigue por aleación, en ese caso la fusión de cobre y estaño: el bronce —Wow, increíble. Esto ofrece tantas posibilidades—
Sacó un par de cierres de mochila de acero cromado y los unió a la riñonera. Sacó los remaches en forma de anillos y los unió a cada agujero del cinturón y por último creó una hebilla sencilla del mismo metal que los remaches.
Ahora tenía un cinturón de verdad y una bolsa resistente en lugar de la bolsa de tela que amenazaba con romperse Lo malo era que no podía ajustarse los pantalones con ese cinturón ya para ello tenía que destrozarlos. La única opción era crearse un equipo totalmente nuevo.
—Vaya, es una sorpresa encontrarte aquí en la tarde— La voz del artesano le sacó de sus pensamientos.
—Si tanto te molesto puedo irme— Dijo Manis.
—Haz lo que quieras— Respondió el artesano.
—¿Eso quiere decir que puedo usar la forja?— Preguntó esperanzado.
—Dime niño ¿de quién es la forja?—
—Tuya—
—Y como es mía, la utilizo para trabajar ¿qué harás si me lo rompes?—
—No se como se puede romper una forja, pero si por casualidad la rompo entonces puedo hacerte una más grande y más dura—
El artesano soltó una carcajada.
—Te crees un artesano ¿eh? Uno ve trabajar a los demás y ya
cree poder hacer lo mismo— Al mirarle de nuevo sus ojos captaron algo que
llevaba —¿Qué es eso que llevas en la cintura?—
—Un cinturón—
—Déjamelo ver— Dijo casi ordenándoselo. Manis se lo quitó
junto con la riñonera y se lo entregó. El artesano lo miró por todos los lados —Bonito
¿te lo ha hecho mi mujer?—
—No, lo he hecho yo mismo con los restos que sobraron—
Respondió Manis.
El artesano le miró como quien miraba a un mentiroso, pero
luego se fijó en los cierres reconociendo el metal líquido, volvió a mirar al niño
esta vez con algo de asombro.
—Tal vez tengas más talento tejiendo que forjando. Pero es
una lástima que hayas nacido hombre— Dijo con sarcasmo devolviéndole el
cinturón.
Manis lo recibió decepcionado y regresó en silencio hacia
donde se encontraba la vasija de metal mágico, al menos no dijo nada sobre eso.
Ese metal de textura semejante a la clara de huevo que no se pegaba ni a las paredes de la vasija. Probó crear un ferrocerio, una aleación metálica de al menos seis metales. Desde la vasija sacó un minúsculo trozo de metal negro. Salió a fuera, se paró junto a una roca y con un trozo de metal con dientes rascó la superficie de la cual saltaron chispas que desaparecieron antes de caer al suelo. Ver las chispas brillando le dio la idea.
Manejando el metal mágico sacó una barra de ferrocerio negra
y gruesa incrustada en el lateral de una pieza rectangular de magnesio
plateado. La pieza de magnesio tenía un agujero por el cual ató un cordel atado
a una pieza de acero. Esa pieza de acero servía para frotar el magnesio para
luego con las chispas de ferrocerio incendiar las virutas y que estas ayudasen
a prender el fuego.
—Niño ven aquí necesito que me ayudes con esto— Gritó el
artesano desde la otra parte del taller.
Manis dejó lo que estaba haciendo y acudió en su ayuda a
regañadientes. Tenía que ayudar a sujetar una pieza de madera mientras el
artesano clavaba los clavos.
—¿Dónde están Lio y Rogi? Porque no los veo por aquí—
Preguntó Manis.
—Han salido a pasar el rato con sus amigos— Respondió
desinteresadamente —Los amigos son gente ajena a la familia con los que sales
para divertirte ¿Tienes alguno?—
—Por suerte no— Expresó Manis aliviado.
—¿Y eso?—
—Deberías saberlo mejor que nadie—
—Suficiente, ve a perder el tiempo por ahí— Ordenó con un tono molesto.
—Por cierto ¿qué estás preparando con tanto empeño? También he visto a la gente corriendo de un lugar a otro estos últimos días—
—Se acerca el festival—
—¿Qué clase de festival?—
—El que sucede cada año, cuando las caravanas de los comerciantes pasan por aquí en su camino al norte nos venden productos exóticos del sur y compran los nuestros—
—Eso explicaría por qué la señora está tan apurada con la ropa—
—Dentro de diez lunas empezará y si mi querida esposa necesita tu ayuda con gusto se la proporcionarás hasta que termines no vuelvas a este sitio ¿me has comprendido?—
Manis asintió. Sus planes habían dado un giro inesperado,
pero aun no era tarde. Había algo que él podía hacer y el día aun faltaba por
terminar.
No le permitían tener armas como hachas o cuchillos, pero había algo que podía usar, una herramienta versátil con la cual podía talar, cortar, cavar y hasta cazar. Una pala.
Cogió un carboncillo y en el suelo dibujó un boceto de la herramienta separada, sus partes más importantes y su diseño final. Los dibujos tenían anotaciones breves que le daban una idea general de lo que quería ya que a mayor claridad en la mente, mayor era la precisión con la que el metal recreaba el objeto.
Sacó la cabeza de la pala, tenía forma pentagonal ligeramente combada terminando con un afilado pico. A un lado tenía unos dientes y una sierra, en el otro el dorso se agudizaba hasta tener un falso filo.
Lo siguiente fue una barra casi de la misma altura que la cabeza junto con un mango en forma de triángulo isósceles. Por último sacó las herramientas necesarias para unir los componentes. No hacía falta hacer modificaciones, al menos no por ahora. La pala solo necesitaba ser montada, las piezas eran grandes eso ayudaba en su creación.
Una vez montada probó sus diversos modos ajustando la rosca de la barra. El primer modo era una simple pala, el segundo doblando la cabeza y ajustando la rosca era el modo azada y el tercero era la pala ya plegada, la cual cabía en la riñonera.
—¿Y ahora que estás haciendo niño?— Preguntó el artesano mientras se limpiaba las manos con un paño.
—Una pala plegable—
—¿Y eso que puñetas es?—
Manis le mostró la pala plegada y la desplegó.
—Puede ser una pala, un pico, una azada, una sierra, un cuchillo y hasta puede ser usado como escudo. Su uso es ilimitado—
—Debo reconocer que eres un niño con mucha imaginación. Anda ve a jugar con tu pala que voy a cerrar— Dijo el artesano.
—¿Tan pronto?—
—He quedado en la taberna con… ¿por qué te cuento esto? Largo de aquí—
Manis salió del taller no sin antes lograr tomar en secreto una piedra de afilar. Observó como su jefe se marchaba, luego miró la pala que tenía en sus manos e imaginó como sería la misma clavada en el cráneo de ese hombre, pero descartó la idea debido a que el arma no estaba afilada. Era acero inoxidable endurecido, no templado puesto que no recibió tratamiento térmico, pero su dureza equivalía al acero templado ya que al pasar la lima por el borde del falso filo, esta se deslizaba sin problemas lo que indicaba que el acero en cuestión estaba duro. A Manis le hubiese gustado poder templar la pala, pero tenía que conformarse con esto.
Mientras salía del pueblo pensó acerca de tener amigos. Por una parte tener amigos podía ser beneficioso y por otro eran una verdadera molestia puesto que dependía de la persona y las circunstancias.
En el claro del río afiló la pala hasta que esta pudiese cortar ramas con facilidad. El proceso le llevó todo el día, hasta que el sol empezaba a ocultarse. Alzó su arma, su filo reflejó los rayos de la tarde. De un tajo cercenó una gruesa rama de un árbol cercano. Asintió convencido y la volvió a plegar.
Había dado el primer paso de su plan, pero todavía faltaba mucho.
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