Capítulo 3:
Tú tienes reloj, yo tengo tiempo.
Las revueltas del norte
terminaron con la toma de la fortaleza de los cielos por parte de un grupo
rebelde. No se hicieron esperar las respuestas por parte de sus vecinos y el norte de dividió en dos, los que apoyaban
el gobierno actual y los que apoyaban a los rebeldes comandados por un caudillo
que afirmaba ser de un linaje real.
Mientras, los reinos
del sur enviaron diplomáticos y emisarios para conocer mejor las intenciones de
los nuevos regentes.
Manis golpeó el tronco del árbol con sus puños desnudos con
toda su fuerza. La piel se le resquebrajó con los primeros golpes y la sangre
seca oscureció sus nudillos pero aun sentía ganas de descargar toda su furia.
Fue uno de los peores momentos de su vida desde que estaba en ese mundo.
Tras esperar un par de semanas, fue con el curtidor a
reclamar lo que le correspondía, la piel del animal muerto. Sin embargo el
curtidor se desentendió de ello y le cerró la puerta en las narices. Al darse cuenta
de que le habían estafado golpeó la puerta con toda su fuerza. El curtidor
salió enfadado y le reclamó por ello, pero Manis le exigió sus pieles.
La acalorada discusión llamó la atención de la esposa del
curtidor y de su hijo, quien se unió poco después. Cansado de discutir con toda
la familia de estafadores, sintió ganas de hacerlos pedazos y reclamar lo que
era suyo a la fuerza, pero se contuvo porque en el fondo sabía que si los
asesinaba no podría hacer frente a las consecuencias de tener que lidiar con
los soldados, el conde y el resto del pueblo.
Sin llegar a ninguna parte regresó a la casa de su cuidadora,
donde le contó todo a Laiska omitiendo ciertos detalles, pero en vez de
apoyarle le echó una bronca por acercarse a la valla del bosque.
Como guinda del pastel, no faltó la parte donde el artesano daba
su opinión satírica.
Cada recuerdo claro como el agua agregaba gasolina a las
llamas de su furia.
Se detuvo cuando el árbol perdió su corteza dejando libre la
blanca madera interior, y porque el dolor de sus nudillos y codos desgarrados
superó su rabia, pero en un último arrebato redujo el árbol a tablones con sus
cables.
Sumergió las manos en el río sintiendo como el frío
apaciguaba el dolor.
Las sacó y las miró. Los nudillos estaban raspados,
ensangrentados e inflamados con un fuerte color rojo. Frunció el ceño aun más
volviendo a enfadarse.
—Si lo dejo así se va a infectar y no tengo nada a mano para
limpiarlo. Joder, haciendo la pulsera, la armónica y demás he perdido mucho
tiempo y ahora que necesito cosas básicas de higiene no las hay. Asco de época,
asco de mundo ¿Qué clase de tarado fantasearía vivir en una puta edad media? Si
no hay nada— Tomó aire y soltó un fuerte suspiro que se llevó todo su malestar —A
ver, necesito antinflamatorio. Obvio que no voy a encontrar una farmacia normal
con su personal cualificado, aquí solo hay un barbero que quiere amputar cada extremidad
inflamada y receta alcohol para todo. Que maldito desgraciado—
Se secó las manos zarandeándolas.
—Si no tengo medicinas, entonces necesito plantas—
Recordaba muchas cosas de su mundo a la perfección, pero las
plantas no eran su fuerte.
—Oh dios, si tuviera internet… A ver céntrate… este mundo es
muy diferente al mío, pero no completamente—
Buscó alejándose del bosque y siguiendo el curso del río
hasta llegar a una zona arenosa y pedregosa, donde entre varias plantas había
una que crecía sobre unas rocas resquebrajadas.
—Aloe vera. Justo lo que necesitaba—
Arrancó la hoja más grande y gruesa del exterior, dejando las
demás para que sigan creciendo. Luego de lavarla agarró su pala y cortó las
puntas, retiró con mucho cuidado la piel de la parte curvada y la apoyó en una
roca sobre su parte trasera. Pasó con el filo de la pala entre la parte de la
pulpa y la verde, quedándose con el cristal de Aloe, que en realidad era una
gelatina resbalosa.
Lavándola en la pequeña cascada de agua que caía por la
brecha de las rocas, retiró todos los mucílagos y la aloína, que era, las partes
más babosa y tóxicas para la piel. Tras unos cinco minutos lavándola esta quedó
transparente y libre de sustancias. Arrancó un pedazo, lo estrujó y lo aplicó
por todas las partes inflamadas.
La sensación era como si una babosa había tenido una fiesta
loca en sus manos. Con el paso del tiempo notó sus manos suaves y menos
inflamadas.
Tras haberse untado la crema de aloe, esperó a ver si su
nuevo cuerpo desarrollaba alguna reacción alérgica.
Cuando notó que le hinchazón empezó a menguar sin efectos
comprobó que no era alérgico a la planta, pero todavía no estaba seguro. Tenía
que pasar un día para que recibiese su visto bueno.
—La piel de este cuerpo
es demasiado delicada. Esto en mi vida pasada no pasaba, partía cocos
con mis dedos… Que recuerdos… Espero que algún día dejen de ser recuerdos—
Según pasaban los días, cada vez empezaba a hacer más y más
frío, oyó entre los adultos que algo llamado estaba
aproximándose. Manis suponía que estaban hablando del invierno.
—Al menos las estaciones son las mismas, o eso creo. Todavía
me falta deducir en qué afectan a esas dos lunas al este lugar—
Conforme se iba acercando el invierno, la casa de acogida
empezaba a racionalizar cada vez más la comida, lo que significaba que ese día
cenaría poco. Ya apenas desayunaba en condiciones y no almorzaba debido a la
tacañería del artesano.
En sus horas libres debía buscar comida además de entrenar su
cuerpo. Aprovechaba la oportunidad para tantear el terreno y familiarizarse con
la flora y fauna. Teniendo un río a su lado las probabilidades de encontrar
algo eran altas.
Buscando en la orilla encontró muchos mejillones pegados a la
pared de una roca apenas sumergida.
Empezó a recolectarlos uno a uno, todos los que podía
ayudándose de la pala. Cuando extrajo los que cabían en un paño que ató a modo
de sacó, agarró uno y lo analizó minuciosamente.
—A primera vista diría que son mejillones. Huelen a
mejillones y de seguro que saben a mejillones. Que crezcan en este sitio
significa que el agua está limpia, lo cual indica…—
Se situó en una superficie elevada. Los cables golpearon el
agua sacando un pez que salió a tomar el aire y acabó en sus manos luchando por
vivir
—Los peces también son comestibles—
Capturó dos más y se marchó, pero antes de irse se llevó
también unas cuantas hojas verdes de un arbusto frondoso.
Ya de vuelta en la base, clavó en un par de ramas cortas y
bajas las cabezas de los pescados y los dejó ahí colgados.
Agarró la pala de nuevo y buscó un árbol cuyas ramas tuviesen
ramificaciones en Y. Cortó cuatro: dos con ramificaciones y dos rectas.
Agarró la más recta y gorda y empezó a sacarle punta con la
parte afilada de la pala, retirando materiales hasta que estuvo suficientemente
afilada como para llamarse estaca.
—Si hay vampiros, acaban de dejar de ser una amenaza—
Clavó la estaca en el suelo y a golpe de pala la hundió hasta
el fondo. Después la retiró dejando visible un agujero negro en la tierra. A un
metro hizo exactamente otro agujero.
Introdujo las ramas ramificadas dentro de los agujeros
creando dos soportes. Con el tercer y último palo atravesó los pescados,
aprovechando los agujeros que hizo antes para luego dejarlos colgados apoyando
el palo en medio de las ramificaciones.
Reunió un par de madera seca que encontró por ahí y
valiéndose de su pedernal avivó una llama debajo de los pescados.
Introdujo en las llamas las hojas frescas para crear más humo
y así ahumar los peces antes de empezar a cocinarlos. Ahumándolos eliminaba
parte de las bacterias.
Tras eliminar sus escamas, cortó el estómago y sacó todos sus
órganos internos, los empaló de nuevo, esta vez por la boca y los colocó cerca
de la hoguera.
Mientras se asaban, desplegó el manto sobre una piedra lisa y
seleccionó los mejillones que todavía estaban abiertos y los retiró de la
piedra, tras esto llevó la piedra hasta el horno colocándola justo en la boca
del mismo.
Avivó las llamas desde abajo y esperó a que se abriesen por
sí mismos.
—Esperar es lo peor. Si al menos tuviera un reloj…—
Sin ganas de esperar se dirigió hasta un escondite cercano
entre dos árboles. Y ahí se encontraba, el cadáver del primer monstruo que
mató, o lo que quedaba de él: su piel. Lo había despellejado él mismo después
de entregar los restos del segundo al curtidor.
La desplegó sobre el suelo. Todavía faltaba limpiarla y
lavarla para poder usarla como era debido. Había oído que ambos animales eran
una especie de lobos salvajes, aunque a él le parecía más una hiena gigante,
astutos y difíciles de cazar por lo que su piel valía su peso en oro. Asintió
decepcionado por haber perdido una pieza importante. Enrolló la piel y la
guardó bajo el brazo para volver al campamento.
—Fui un ingenuo al pensar en que podía confiar en la gente de
este mundo así como así, pero no fui lo suficientemente idiota como para
entregarle la mejor pieza—
Desplegó la piel cual alfombra y se tumbó sobre ella. Admiró
el cielo sintiendo nostalgia por los colores que le recordaban tanto a los de
su mundo mientras disfrutaba de la suavidad del pelaje. Alzó su mano y miró su
pulsera.
—Un reloj… sería fantástico tener uno, lo podría acoplar a la
pulsera quitando un par de eslabones y no afectaría a su rendimiento. Los
relojes de agua que tienen esta gente apenas funciona. Yo podría fabricar uno,
De hecho recuerdo que hice esta pulsera con las habilidades que gané como
relojero… si, hice muchas cosas en mi vida pasada—
Se levantó cuando vislumbró un mejillón abriéndose y soltando
espuma. Al probarlo ladeó su cabeza como diciendo: no está mal. Aunque no era
un fan del sabor del marisco ni del pescado. Este último tenía cierto gusto a
trucha.
Tras acabar de comer volvió a tumbarse.
—Cuando oscurezca tendré que volver para la cena—
Levantándose de nuevo limpió los mejillones abiertos
quedándose con las cáscaras, las cuales colocó dentro del horno, el cual había
llenado de antemano con mucha madera, también cubrió las cáscaras con madera
antes de encenderla.
Era un horno ascendente por lo que si lo encendía desde la
superficie, hacía que el calor empezase a descender antes al interior que si lo
encendía desde abajo, eso sumado a los dos ventiladores que suministraban
oxígeno constantemente y en abundancia hacía que el horno alcanzase
temperaturas cercanas a los 1400 ºC. Sin embargo, no hacía falta avivar las
llamas ya que el calor generado bastaba para calcinarlas.
Mientras las conchas de calcinaban, Manis mató el tiempo
limpiando minuciosamente el interior de la piel y haciendo tarros de barro.
A veces se sobresaltaba cuando escuchaba chasquidos, los
cuales eran fragmentos de cochas que salían disparadas a fuera y tenía que
volver a echarlas dentro.
Tras más de una hora, el fuego se consumió por completo, pero
debía esperar a que este mismo se enfriase.
Cuando rescató los fragmentos del interior del horno,
introdujo uno de ellos en un plato hondo de arcilla lleno de agua. Al rato el
agua empezaba a calentarse y a burbujear debido a la reacción química que en
este mundo tomarían por magia.
—Lo conseguí. He creado Cal viva, ahora solo falta reducirlas
a polvo y...— Al instante cayó en la cuenta de que no tenía ningún mortero a su
disposición —La reput…—
Al día siguiente en el taller, encontró un trozo grande de
madera dura que el artesano descartó por sus propias razones. Tallándolo
conseguiría un mortero en condiciones.
—Oye niño ¿Me recuerdas donde has encontrado a ese Lykainos?—
—¿El animal ese? Pues en el bosque ¿Por qué?—
—No, quiero decir, como lo has encontrado—
—Pues… ¿Muerto?—
—Que no, que lo que quiero saber es quien lo ha matado—
—Ah, pues… yo que sé, lo habrá matado algún algún aventurero
o algo—
—¿Y dejaron una pieza tan importante así como así?—
Manis asintió con inocencia.
El artesano no parecía confiar en la versión del chico, pero
tampoco podía comprobarla, por lo que dio por concluido el asunto por ahora,
aunque Manis sospechaba que una visita a la taberna le haría olvidarse del tema
para siempre.
—Padre ¿Son valiosas las pieles de Lykainos?— Preguntó Rogi.
—Oh, ya te aseguro que sí lo son. Un abrigo confeccionado con
esa piel no se la permite ni nuestro conde—
—¿Y eso por qué?—
—Porque no solo son difíciles de obtener, ya que esas bestias
tienen la fuerza de un minotauro, la mordida de un cocodrilo, la agilidad de
una liebre y la inteligencia de un zorro. Pero además su pelaje es
increíblemente suave, sus hebras perduran y mantienen su brillo a diferencia de
otras pieles. Por esas cosas valen una fortuna— Señaló a Manis, quien escuchaba
disimuladamente mientras tallaba la madera —Y aun así, el idiota va y se las
regala al curtidor en lugar de traernoslas—
Al oírle casi rompe la herramienta de la fuerza ejercida.
—¿Y por qué tendría que haber hecho eso?—
—Coño, porque trabajas para nosotros y te estamos cuidado
¿Qué más quieres?—
—¿Trabajo para vosotros y encima tengo que pagaros?—
—Si, por eso y por todos los materiales que tocas sin mi
permiso—
Manis ya estaba cansado de escuchar a ese hombre.
—Pues sabes una cosa. No se las he regalado, las pieles
siguen siendo mías aunque estén en sus manos. Y si tanto las quieres, pues ve a
reclamárselas ¿O es que faltan huevos?—
El artesano dejó lo que estaba haciendo y se acercó
amenazantemente.
—Oye, tu a mi no me hablas en ese tono ¿Oíste?—
—Tu sigue buscándome las costillas, venga— Dijo Manis
preparado para hacerle pedazos en cualquier momento.
En ese momento la oportuna intervención de un cliente evitó
una tragedia haciendo que el artesano volviese a su trabajo y Manis a seguir
tallando la madera.
Antes de que el taller cerrase, había logrado hacer su
mortero.
Tras salir de aquel lugar, fue hacia las praderas donde
estaban los campos de cultivo en lugar de du ruta diaria. Ahí, se encontraban
las almazaras, unos molinos donde hacían el aceite.
—Ya te lo he dicho niño, no te voy a dar aceite a menos que
me pagues— Dijo el anciano encargado de la almazara.
—Lo se, por eso quiero hacer un intercambio—
—¿Un intercambio dices? Jeje. Cuesta creerlo ¿Pero qué
tendría un huérfano que me interese? No tienes posesiones propias ni padres que
las posean—
—Pero tengo habilidades. Puedo ayudaros con la destilería—
—Mis cinco hijos con sus siete nietos ya se encargan de ello—
—Soy un chapuzas, puedo arreglar cualquier utensilio roto—
—Si quiero arreglar algo lo hago yo mismo. Soy más habilidoso
que el cretino para el que trabajas—
—No vengo de parte de él—
—Entonces para qué necesitas el aceite. Si dices que lo
quieres para jugar, te voy a dar una paliza aquí y ahora—
—Para asuntos propios—
—¿Qué asuntos?—
—Cocinar y esas cosas—
—¿No sería mejor que se lo pidieses a la cuidadora? De seguro
que tiene aceite de sobra en su cocina—
—No quiero depender de ella, el aceite es un bien valioso y
limitado, pero tu lo produces en grandes cantidades—
—Si, pero no te lo voy a dar así como así. Piérdete—
El viejo se levantó de su mecedora donde descansaba con la
intención de volver a su trabajo, pero el chico se interpuso cortándole el
paso.
—¿Y qué me dices de los animales?—
—¿Qué pasa con ellos?—
—Estas tierras deben tener plagas que se comen los cultivos
que usas para destilar tu aceite, yo podría cazarlos a cambio de un poco ¿Que
me dices?—
—Te digo que te vayas de mi molino—
Manis apretó los puños, se marchó de ahí no sin antes patear
una piedra contra la casa del molinero.
—Joder, que pasa en este puto mundo ¿Por qué todos son tan
escoria? ¿Tanto cuesta hacer un maldito trueque? Pero menuda panda de
desconfiados ¿Como es que se esta sociedad fue capaz de prosperar?— Se miró en
el reflejo del río —O a lo mejor es por este puto cuerpo que nadie me toma en
serio. Otra razón más para odiar todo esto—
Agarró una roca y entre gritos la aporreó contra hasta que
una de ella se hizo añicos.
—Está bien… está… bien, lo he entendido. Cuando crezca los
voy a matar a todos, así de simple, pero solo pedía un poco de colaboración
¿Acaso es tan difícil?... Tendré que hacerlo todo yo solo, para variar. A ver
como se realizaba el aceite…—
Cruzó sus brazos y se sentó sobre la roca lisa mientas
exploraba sus recuerdos buscando alguna forma de extraer ese líquido, estaba
seguro de que lo había visto y leído sobre ello varias veces.
Agarró más barro, lo mezcló con agua y le dio forma de una
olla. En el tiempo en que esta se cocía en el interior del horno, salió a
buscar plantas que le pudiesen servir.
Se encontró con una especie de conejo blanco un cuerno de
unicornio, el cual le atacó de repente. Los cables partieron su cuerno e
hicieron trizas su cuerpo.
—Esto podría servir, pero si extraigo la grasa no me lo podré
comer luego y el conejo sabe bien, pero por otro lado necesito la glicerina,
así que me lo guardo— Después de un rato buscando, encontró un arbusto cuyas
hojas verdes puntiagudas desprendían un olor característico —Lavanda, justo lo
que necesitaba—
Con los materiales conseguidos regresó al campamento.
Molió los restos de las conchas hasta conseguir polvo de cal
blanca, luego comprobó que la olla resistía al agua sin disolverse, la puso en
el fuego.
Colocó todas las hojas de lavanda dentro del mortero y las
trituró hasta dejarlas hechas una pasta verde que desprendía una fuerte
fragancia. Echó la pasta en la olla y removió entre diez y quince minutos con
una espátula de madera que hizo previamente en el taller. Se detuvo cuando vio
que empezaba a hervir.
Vertió la mezcla en un trapo usado y la colocó sobre un tarro
de barro y con cuidado para no quemarse empezó a estrujar la masa haciendo que
el aceite empezase a escurrir entre las fibras de la tela, cayendo al interior
del tarro.
Después de dos días de arduo trabajo, consiguió reunir el
aceite suficiente como para continuar con su proyecto. Sabía que era aceite
pues cuando lo vertió sobre el agua este se quedaba flotando sin llegar a
mezclarse.
Una vez listo el aceite, prosiguió con los restos del conejo
cornudo. Como no se lo iba a comer, pues no le importaba que la carne se
pudriese, pero necesitaba la glicerina.
Separó los trozos de carne de la piel, del hueso y de la
grasa blanca visible. Troceó los trozos de carne y los depositó en la olla que
previamente había lavado a consciencia, los dejó cocerse hasta que el vislumbró
el sebo, el cual separó con cuidado en un tarro. Extrajo toda la grasa que
pudo.
Podía usar esa misma grasa para hacer el jabón, pero el jabón
hecho con grasa el aceite de lavanda era más beneficioso para su cuerpo que uno
hecho solo de grasas animales.
Tapó el tarro y cubrió la tapa con más barro hasta que quedó
herméticamente sellada, luego la colocó en el río rodeándola de piedras para
que no se la llevase la corriente.
Al anochecer, el río bajaba su temperatura, lo cual lo
convertía en un frigorífico natural.
Rescató el tarro y lo partió revelando la masa solidificada.
Se preciaban dos colores, un blanco puro arriba y un tono más pastel abajo.
Retiró la capa de glicerina y la colocó en otro tarro.
—Por fin— Exclamó al tener los tres ingredientes colocados en
frente de él —Ahora empieza lo divertido—
Preparó un molde rectangular hecho de barro con una tapa y lo
metió a dentro del horno para que endureciera.
Se tapó la boca con su paño negro, agarró la olla y la lleno
de agua fría. Debía asegurarse de que el agua estaba fría o su experimento no
serviría de nada. Echó la cal viva a dentro de la olla. Esta en unos segundos
comenzó a burbujear a consecuencia de la reacción química. El agua y la olla se
calentaron como si estuviesen colocados sobre el horno.
Cuando el agua pasó de estar hirviendo a estar templada y sin
dejar de remover vertió el aceite y la glicerina. Siguió removiendo por casi
una hora hasta que el líquido empezó a espesarse. En ese momento sintió fuertes
calambres en los brazos.
En el tiempo que pasó removiendo, el molde se solidificó.
Tras limpiarlo, lo rellenó con el jabón, lo tapó y lo dejó solidificarse.
Pasado un cierto rato lo sacó del molde y lo partió en varios trozos. Uno lo
dejo consigo y el resto los envolvió en hojas y los dejó de nuevo dentro del molde.
Ya en el río sintió una sensación nostálgica al ver como
salía espuma y burbujas contacto con el
agua. Contuvo las ganas de echarse a llorar, pero no las de bañarse.
—Me encanta este olor. Acerté con la mezcla, no hay reacción
alérgica y lo mejor de todo es que ya puedo bañarme de verdad, e incluso esto
sirve para lavar la ropa. Gracias edad moderna— Olió de nuevo la fragancia que
emanaba del jabón antes de aclararse y salir del agua. Pasó una mano por su
ahora rubia cabellera —Que pelo tan sedoso. Creo que es la primera vez en esta
vida que puedo lavarme el pelo y que buena sensación de frescura se siente al
estar limpio. Una verdadera lástima que ellos jamás lo sentirán— Dijo esto
último entre risas.
Con el problema de la higiene resuelto, Manis había dado un
gran paso para sobrevivir en este nuevo mundo, el primero fue la pulsera.
Tras lavar y secar su ropa alzó su mirada hacia el cielo
sorprendiéndose de lo tarde que era.
—O los día se están oscureciendo antes por la llegada del
invierno o el tiempo se me pasa volando. El no poder controlarlo es un
problema. Creo que va siendo hora de mejorar mi pulsera, lo malo es que los
trabajos de precisión son un verdadero dolor de cabeza—
Soltando un suspiro agarró un par de hojas hechas de corteza
y con su carboncillo que usaba a modo de lápiz dibujó el esquema completo de un
reloj de pulsera tal como venía en los libros de instrucciones que leyó en su
vida pasada.
El mecanismo interno de un reloj de pulsera consistía en 5
partes: Energía, Tren de engranajes, Escape, Elemento regulador y un Indicador
horario.
La energía consistía en un barrilete con una lámina de cobre
enrollada en su interior llamada Muelle real, la cual almacenaba la energía y
la liberaba desenroscándose. El barrilete transmitía la energía a las ruedas
del tren de engranajes.
El tren de engranajes consistía en tres ruedas que seguían
transmitiendo dicha energía, pero para que estas no girasen sin control
necesitaban de un escape.
El escape era una rueda con largos dientes que se movía de un
lado y a otro, mediante unas paletas que lo retenían y lo liberaban. Las
paletas conectaban con una horquilla, la cual era golpeada por un elemento
regulador.
Un elemento regulador era una rueda con un volante que se
movía en dos direcciones, este tenía su propio muelle espiral que mantenía el
movimiento.
Todo esto servía para mover tres manecillas por un mapa
circular numerado llamado indicador horario.
Cuando Manis terminó de dibujarlo, se dio cuenta de que era
imposible hacer un reloj moderno con la tecnología de ese mundo era
prácticamente imposible, aun con el metal mágico, las piezas tenían que ser
exactas o el reloj no funcionaría.
Además de esto Manis planeó incorporar un rotor para que el
reloj se diese cuerda a sí mismo, convirtiéndose en un reloj automático, lo que
complicaba el diseño.
—Supongo que si el problema es el tamaño, puedo ampliar unos
milímetros la escala, lo cual haría que fuese demasiado grande para mi muñeca,
pero si crezco… será igual de grande, por no hablar de también hay rubíes en el
mecanismo que reducen las rozaduras y tampoco hay goma que le proteja del agua—
Se rascó la cabeza y se dejó caer sobre la piel que usaba a
modo de alfombra.
—Mejor lo pienso mañana—
Después de tres días planificando sin parar sobre su construcción,
llegó a una conclusión y empezó a crear primero las herramientas necesarias, ya
que estas tampoco existían en este mundo.
—Míralo padre— Dijo Rogi señalando a Manis, quien estaba
sentado junto al metal mágico —Otra vez está perdiendo el tiempo—
—Anda déjale, por lo menos ya no molesta con sus cuentos
sobre pieles y derechos— El artesano terminó de montar una silla por encargo de
un cliente y se estiró haciendo crujir sus articulaciones —Ya no tengo la
vitalidad de mi juventud ¡Rogi!—
—¿Si padre?—
—Ve arriba y dime cuando va a bajar tu hermano y hace más de
diez lunas que está con ese ánimo ensombrecido—
—Madre me dijo que Lio no volvería a trabajar en un lugar tan
peligroso como este—
—¿Me estás diciendo que todo este tiempo ha estado con tu
madre haciendo calcetas?— El asombro del hombre casi le quitó parte de su
esperanza de vida —Hay la ostia que me parió ¿Pero qué pasa con los hombres de
este taller? ¿En qué momento nos hemos vuelto todos tan maricas? Primero el
niño ese que lleva pulseras y ahora se está echando perfume y ahora tu hermano
está tomando clase de confección de ropa. Joder, que el aventurero le cortó el
estómago, no los cojones—
—Padre yo sigo siendo hombre, me gusta el trabajo en la forja
y golpear cosas—
El artesano abrazó a su hijo y le agarró por los hombros.
—Hijo. Tu eres el único que sigue siendo un hombre de verdad.
Por eso heredarás todo esto. Anda dile al afeminado ese que deje de pintarse
las uñas o lo que sea que esté haciendo, que vamos a cerrar temprano—
—¿Por qué?
—Ya he terminado todo el trabajo por hoy. Voy a ir a la
taberna—
—¿Me llevarás contigo?—
—No hasta que tengas mi mismo tamaño—
Rogi se acercó a Manis y le dio un par de patadas en el
trasero. No se dignaba a tocarle.
—Oye afeminado, deja de hacer lo que estés haciendo y lárgate
de mi casa—
Manis guardó todo en una nueva bolsa de cuero, para luego
levantarse lentamente y encarar al niño.
—Os he oído perfectamente, tu padre grita más que habla. Si
me vuelves a patear, te arranco la cabeza ¿Lo has entendido?—
—Padre dice que te comportas como una mujer. Como eres una
mujer, entonces golpeas como una mujer—
—Que yo puedo contigo, niñato de mierda—
—A verlo— Dijo alzando los puños hasta la altura de su cara.
En un rápido movimiento, el puño de Manis impactó en el
estómago de Rogi. Este se inclinó hacia delante sujetándose la zona afectada
mientras Manis aprovechó golpeando su mandíbula con un puñetazo ascendente
ejecutado con la misma mano.
Rogi cayó al suelo llorando. Cuando vio a su padre, se
levantó y corrió hacia él entre lagrimas.
—Padre. Me ha hecho daño—
El artesano indignado abofeteó a su hijo en la cara.
—Pero que haces llorando pedazo de marica. Ve y respóndele—
Ordenó entre gritos.
—Se lo voy a decir a mamá—
Sus palabras le valieron una nueva bofetada.
—A tu madre no le vas a decir una mierda. Ve a por ese
afeminado y regrésale los golpes—
Rogi se limpió las lágrimas con la manga de su jubón y salió
corriendo tras Manis. Le encontró a mitad de camino de las casas del pueblo. De
un par de golpes cayó al suelo, mareado, adolorido y enfadado. Trató de
vengarse arrojándole una piedra, pero esta se partió en dos en el aire
inexplicablemente. Una última vez se levantó gritando, insultado y maldiciendo
al rubio, quien se detuvo, dejó sus cosas dándose media vuelta en su dirección.
Eso fue lo último que recordó Rogi al despertarse en al barro con el cuerpo
adolorido. Miró en dirección hacia las murallas de madera y se prometió no
volver a enojar al ayudante de su padre.
Regresó a casa humillado, sin poder encarar a su familia. No
dijo una sola palabra de lo ocurrido a nadie.
Para Manis dejar inconsciente a Rogi no fue algo de lo que
estar orgulloso, pero tampoco era algo de lo que lamentarse. Puso a prueba su
entrenamiento, estuvo satisfecho con los resultados pero si tenía que
enfrentarse a un adulto a base de artes marciales podría ganar pero le saldría
caro. Decidió terminar el ensamblaje del reloj a toda costa para volver a
retomar su entrenamiento, el cual quedó aplazado debido a las investigaciones.
Ensamblar un reloj era una tarea fácil para alguien con
experiencia. No dejaba de ser un puzzle más. Pero para montarlo solo con
herramientas, sin lupa o lente era agotador para la vista y a la mitad del
montaje se dio cuenta de que había pasado por alto un detalle importante.
—No tengo cristal—
Se maldijo por dar por sentado algo tan obvio. No podría
completar el sistema sin una capa de vidrio.
El vidrio era algo relativamente escaso y caro en ese mundo
donde la información estaba restringida a unos pocos, los cuales teorizaban más
que practicaban.
La magia era otra opción para conseguir susodicho material,
pero según fuentes, el cristal se usaba mayormente para crear báculos mágicos y
demás cosas. Costaba mucho crearlo y manipularlo por lo que los pocos que lo
hacían trabajaban para los nobles, reyes y gente adinerada.
Manis decidió ponerse a su nivel y crear su propio cristal
transparente.
Para crear cristal eran necesarios tres ingredientes: Arena,
cal y sosa.
Sin embargo solo tenía dos de los tres ingredientes. Pero aun
así decidió experimentar ya que era la primera vez que hacía cristal.
En un principio decidió hacer algo simple: en una taza de
arcilla colocó arena de la orilla de la playa y su cal a partes iguales. Lo
enterró en lo profundo del horno mientras hacía rotar los ventiladores con toda
su fuerza. No sirvió de nada.
Al rescatar el tarro no pudo extraer el vidrio ya que este se
no estaba derretido por completo. Rompió el tarro en fragmentos. Gradualmente
conforme se enfriaba se iba fusionando con los restos resquebrajados. Dando ese
vidrio por perdido decidió meterlo directamente en el agua para acelerar su
enfriamiento.
Los trozos no eran transparentes del todo. Se apreciaba una
textura verdosa.
Manis atribuyó el color a los granos de hierro mezclados con
la arena.
—Creo que para conseguir una mayor pureza debo filtrar
primero la arena. Interesante, pero necesito una criba—
De vuelta en el taller al día siguiente observó que las cosas
estaban más calmadas que de costumbre, con Rogi tranquilo y con su padre
empinando el codo desde temprano. Según él, trabajaba mejor de esa forma.
Inspeccionó la zona buscando una criba pero no encontró nada,
mas el artesano se negaba a darle cualquier tipo de ayuda. En cuanto a su hijo,
pues este le evitaba por miedo a ser herido de nuevo.
Agarró un trozo de madera tirado por ahí y lo recortó hasta
conseguir una lámina, la cual colocó en el fuego. Sin llegar a quemarla, cuando
la madera se calienta se vuelve más maleable. Consiguió una circunferencia, a
la cual le incorporó unos tornillos con cabeza redondeada, unos cerca de otros,
a los cuales ató un hilo de un ovillo que obtuvo en su momento, creando una
malla.
De regreso en su base filtro la arena hasta conseguir granos
finos carentes de hierro y demás elementos innecesarios. Con la arena sobrante
fabricó mortero al mezclara con tierra y cal. Recubrió el interior y el
exterior del horno con el mortero para conseguir una mayor temperatura.
Repitiendo de nuevo el proceso esta vez consiguió verter el
vidrio fundido, sin embargo se dio cuenta de que no tenía donde verterlo, salvo
en la roca grande más cercana. Al enfriarlo el vidrio se fundió con la roca.
Inspeccionó el vidrio nuevamente. Esta vez sí que era
transparente, pero era demasiado grueso y poco maleable. Al no tener impurezas,
podía reciclarlo añadiendo más arena y cal. Tenía el material, pero para darle
forma de lámina necesitaba que el material no se fusionase y algo para
estirarlo.
Había elementos que no se fusionaban con el vidrio, uno de
ellos era el estaño. Fácil de conseguir con el metal mimético.
Creó una pequeña prensa compuesta por una lisa plancha de
estaño sobre un soporte metal, al que iba acoplado un pequeño rodillo hecho de
estaño con una manivela.
La idea era simple: vertía el vidrio fundido sobre la plancha
y con el rodillo uniformaba el vidrio hasta crear una lámina. Sin embargo
requirió de muchos intentos para obtener un cristal transparente y liso.
—Esto me ha ha costado más que montar un reloj a ciegas—
Usando un compás arañó la superficie del cristal logrando una
circunferencia exacta con el tamaño del reloj y partió los trozos. Calentó de
nuevo el disco de cristal y lo sumergió en agua fría templándolo como si fuese
hierro. Con unos golpes comprobó su dureza y tras ajustarla a la carcaza del
reloj lloró de alegría al ver que encajaba.
Desmontó su reloj abandonado, limpió todas las piezas
asegurándose de que no hubiese ni la más mínima mota de polvo.
Al montarlo pensó en hacer el indicador horario con papel de
corteza, pero en el último segundo decidió sustituirlo por uno de metal,
alterado con el metal mágico le dio un acabado azul metalizado. Los números eran
decimales en lugar de romanos, aunque estos últimos le daban más estilo,
prefería la funcionalidad a la estética. Estos los grabó creando surcos en el
indicador horario, los cuales fueron rellenados con una pintura verdosa que
había en el taller, la cual brillaba por las noches y era usada en las fiestas.
Cuando ajustó el bisel terminó su más ambiciosa obra.
—La hora de la verdad—
Empezó a darle coba manualmente. Esos segundos que tensaba la
lámina de cobre le parecieron una eternidad, pero para su sorpresa y asombro,
las manecillas empezaron a moverse. Respiró aliviado, cual padre orgulloso.
Ahora tenía un reloj automático acoplado a su pulsera de
filamentos, pero a pesar de todo desconocía la hora en que la estaban.
—Antiguamente se ajustaban los relojes mecánicos usando uno
solar y eso es lo que voy a hacer—
Clavó un palo en el suelo y marcó la línea formada por la
sombra, esperó a que la línea se moviese unos pocos centímetros.
—¿Qué estás haciendo?— Preguntó una voz femenina detrás de
él. Manis alzó la mirada encontrándose con Laiska, su cuidadora.
—Calculando— Dijo Manis marcando la nueva ubicación de la
sombra y uniendo ambos puntos —La primera punta indica el oeste, la otra el
este— Trazó una línea perpendicular y clavó el palo en la intersección ambas
líneas —El lado oeste son las seis de la mañana y el este son las seis de la
noche. A juzgar por la dirección en la que se mueve la sombra, esto es el norte
y ese el sur. Entonces son más o menos las 6:30—
Laiska le miró con curiosidad pero no atinó a entender lo que
estaba haciendo.
—¿Qué estás murmurando?—
—Que es muy temprano— Dijo mientras ajustaba el reloj —Solemos
levantarnos a esta hora ¿No?—
—Siempre nos despertamos cuando sale el sol y nos vamos a
dormir cuando se va ¿Por qué lo preguntas?—
—Solo quería saberlo—
—Como sea, ve a lavarte. Que está aun caliente el desayuno—
—Enseguida. Por cierto, una cosa quería saber—
—¿Si?—
—¿Cuando sea la estación fría como nos bañaremos?—
—No lo haremos— Respondió Laiska dejándolo descolocado —Si
te bañas con agua fría cuando hace frío te enfermarás. Ten un poco de sentido
común—
—Cierto, pero aun así pretendo bañarme incluso en invierno—
—¿Invierno?—
—Así es como he decidido llamar cuando haga frío—
Laiska se quedó mirando como se marchaba. Soltó un suspiro mientras colocaba sus manos sobre su cintura y meneaba la cola de un lado a otro.
—No entiendo para nada a ese niño—
Gracias por un capítulo más de esta historia
ResponderEliminarMe he quedado enganchado
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