Isekai genérico capítulo 16

 

Capítulo 16:



Infantería motorizada

 


En el oriente más cercano se alzaba el imperio Khwarazmiya. Gobernado por un Khwarazshah, se extendía desde las montañas nubladas que hacían frontera con el reino del sur hasta los lejanos ríos del basilisco en la Asia profunda. Más allá, las lejanas tierras solo eran mencionadas de la boca de aquellos que narraban las travesías de los antiguos héroes, quienes las recorrieron en sus mitológicos viajes.

 


El capitán llevó las tinajas de metal mágico, junto con el cofre de monedas al interior del domicilio, más concretamente al taller, por órdenes de Manis, mientras este, a su vez de quedó escuchando las súplicas de su nuevo cliente.

 

Por invitación de Manis, el Kaz Fokas, acompañado de un guardaespaldas, accedieron al interior del edificio. A su guardia personal se les permitió esperar en el patio, pero fuera del recinto vallado.

 

Desde fuera, la casa de Manis no parecía diferente de cualquier otra casa rural, por lo que esperaban que el interior fuese igual, es decir: una única habitación con cama, chimenea y mesa; más cual grande fue su impresión al entrar en un pasillo que bifurcaba en habitaciones. Ante sus ojos parecía haber entrado en un decorado laberinto.

 

Fokas y su guardia entraron con cautela, mirando a cada lado con disimulo, pero a excepción de algunas puertas cerradas, poco pudieron ver.

 

Su sorpresa fue en aumento, cuando Manis abrió la puerta que tenía en frente. El interior estaba completamente oscuro, pero tras oír un extraño de un golpe seco, el interior de la sala se iluminó instantáneamente, como si la luz del sol hubiese aparecido de golpe ante ellos.

 

El interior de la sala carecía de decorado, por salvo los radiadores pegados a las paredes, los cuales a ojos de los invitados eran extrañas esculturas blancas; las paredes eran de madera, al igual que el suelo; había una mesa de madera ovalada en el centro de la sala y algunas sillas a su alrededor. No había velas, pero la luz venía desde algunos hoyos del techo que vomitaban luz como estrellas encapsuladas; el techo estaba pintado de blanco, un color que reforzaba la iluminación. No había chimenea, pero hacía calor; un calor totalmente inusual, que les obligó a quitarse un par de prendas, con el permiso del anfitrión. Contuvieron su sorpresa y su sensación de incomodidad obedeciendo al chico, que les indicó con un gesto para que tomaran asiento. El capitán cerró la puerta y se quedó en frente de ella, observando a los invitados desde la distancia.

 

—Entonces, si mal no he entendido, desean encargarme un trabajo— Dijo Manis sentándose en frente de ellos.

 

—Así es— Dijo Fokas, como si soltara un suspiro —Pero no en este reino… Dígame señor Manis ¿Qué sabe del imperio Khwarazmiya?—

 

—Que es un país que está al este…—

 

—¿Estás familiarizado con la situación política del imperio?—

 

—Creo que no piensan invadir este reino por el momento ¿Me equivoco?—

 

—Así es y sé que es una buena noticia para vosotros, sobre todo con la guerra de sucesión que se avecina—

 

—Ese tema no puede importarme menos— Cortó Manis —Siempre y cuando no marchen por aquí, pueden perfectamente matarse entre ellos. Pero hablábamos de tu imperio ¿Algo malo ocurre en tus tierras?—

 

—Si, y permíteme recalcar lo agradecido que estoy que lo hayas adivinado. Eso simplifica mucho las cosas… Verás nuestro imperio se divide en lo vosotros llamáis provincias, nosotros los llamamos kazayatos. De hecho, yo soy un kaz regente de una provincia llamada Sogdya. No son tierras muy vastas, ni tampoco muy conectadas al resto del imperio y… pero han… hemos sufrido una invasión. Una tribu que salió de algún agujero de no sé dónde, e invadió nuestras tierras. Fue en la época de la siembra estival del año pasado. Empezaron viniendo en pequeños grupos de inmigrantes, pero luego se organizaron en un ejército que empezó a saquear nuestras aldeas. Reunimos nuestras fuerzas y peleamos contra ellos, pero nos vencieron… y… yo acabé apresado y vendido a un grupo de bandidos escalvistas. Ahí fue donde nos conocimos, cuando me rescataste ¿Lo recuerda?—


—Lo recuerdo; continua—

 

—Cuando regresé a casa, descubrí que estaban construyendo un castillo en frente de mi ciudad. Probablemente para reunir efectivos y lanzar un ataque que supere nuestras defensas. Tratamos de ralentizar su construcción, pero fracasamos… Ahora ellos tienen su fortaleza y nosotros ya no podemos reunir más soldado. Esa es nuestra situación; pronto será la temporada de lluvias y tras eso llegará la gelidez y cuando a su vez pase esta, llegará la temporada de floración. Sospechamos que en ese momento ellos reunirán un ejército para acabar con nosotros, y por eso, antes de que pase esa tragedia, quisiera que te encargaras de ellos—

 

—A ver si lo he entendido. Me estás pidedo que destruya una fortaleza ¿Correcto?—

 

—…Prácticamente—

 

—¿Y qué me dices de tu rey? ¿No está concienciado con tu situación? Me gustaría saber por qué no acudiste a él en vez de venir aquí—

 

—Nuestro rey… Los kazayatos poseen una cierta autonomía. Se nos convoca a la guerra si así lo desea nuestro rey, pero los problemas internos deben ser resueltos por el kaz. Pedir ayuda significa que el gobernante no es competente y perfectamente podrían disolver mi familia y ceder mis tierras a otro kaz y yo no quiero perder mis dominios, así que ¿Hay alguna forma de que me ayudes con este problema?—

 

—Depende de lo que estés dispuesto a pagarme. Me estás pidiendo que destruya una fortaleza. Atacar una no es como cazar a bandidos de poca monta, es una tarea más difícil. A mayor dificultad, mayor precio—

 

Fokas se mostró inconforme con la respuesta de Manis.

 

—Pero si ya te he pagado ¿El metal mágico no es suficiente?—

 

—Lo considero como un aval, un pago por adelantado por el trabajo. Como dije, atacar una fortaleza es costoso ¿Estás conforme con ello?— Sin oposición Fokas asintió —¿Cuál es el plazo de tiempo máximo que dispongo para realizar la ofensiva?—

 

—Emm… Perdón, no entendí—

 

—…¿Hasta cuándo podéis aguantar antes de que tus enemigos os ataquen? ¿Cuándo creéis que atacaran vuestros enemigos?—

 

Fokas miró a su guardaespaldas en busca de asesoramiento y ese a su vez ladeó su mirada entre Manis y su señor sin saber bien qué decir.

 

—Podemos aguantar hasta el final de la temporada gélida— Dijo Fokas —Luego tal vez nuestros enemigos nos ataquen—

 

—Entiendo. Atacaré antes de que termine el invierno—

 

Sacó de un cajón un par de lápices y un par de folios blancos.

 

—¿Qué es eso?— Preguntó Fokas señalando los folios blancos.

—Hojas para tomar apuntes. Háblame de esos enemigos tuyos. Quiero una visión completa del asunto ¿Cuántos son? ¿Dónde se encuentran?—

 

Fokas carraspeó mientras calculaba como debía expresarse.

 

—Por donde empiezo… Ellos son los sirukalpes, llamados así por su líder Siruk. Llegaron desde el noreste, de alguna región salvaje e incivilizada. Son una tribu nómada; no conocen la siembra ni los beneficios de esta; se mueven en carromatos a todas partes y también los usan como una especie de muralla; también tienen mucho ganado que viaja con ellos, como ovejas, nurrus, homas; estos últimos vuelan por los aires y les ayudan a cazar… ellos son morenos, de piel gris, algunos tienen ojos grandes y afilados, pero de facciones duras, con altos pómulos. Tienen un cuerpo corpulento, pero de nuestra estatura y se dividen en pequeñas castas muy organizadas, controladas por un consejo de ancianos que veneran como deidades, ya me entiendes y emm…—

 

—Háblame de su organización militar ¿Cuántos son? ¿Qué tipos de tropas tienen?—

 

—Su ejército, ya… cuentan con dos mil hombres, distribuidos en cuarenta divisiones. Su grueso está formado por una infantería armada con mazas, hachas y por supuesto escudos; entre ellos hay arqueros sin armadura, mayormente pastores cuyos arcos los usan para cazar depredadores o incluso homas, algunos incluso traen a esas mascotas al campo de batalla. Los guardias del jefe son su unidad de élite. Esos tienen una armadura que recuerda a las escamas de un pez, gruesas y con escudos fuertes. Forman un muro sólido con lanzas largas y luego las cambian por espadas cuando pelean a corta distancia. Pero la infantería no es su fuerte. Su poder reside en la caballería. Poseen quinientos jinetes ligeros, armados con arcos y otros quinientos pertrechados, más dispuestos a pelear y menos a huir—

 

Con el calor de la sala, el Kaz empezó a notar como su garganta se secaba a medida que narraba, haciéndole carraspear de vez en cuando, lo que obligó a Manis a detener el relato para ausentarse un momento a la cocina y regresar con una bandeja cargada de una garrafa de cristal con hielo más tres vasos y a su lado había una hogaza de pan, con un pequeño cuenco encima que contenía sal.

 

—¿Qué es eso?— Preguntó el guardaespaldas.

 

—Agua. Limpia y purificada, para poder quitaros el polvo del camino y refrescar la garganta para hablar—

 

Manis le sirvió un vaso y en frente de los ojos negros del Kaz lo rellenó con el agua de la garrafa, seguido de un gesto que daba permiso para beber.

 

Fokas miró a su guardaespaldas, quien permaneció en silencio. Agarró el vaso y dio un sorbo.

 

—Es agua—

 

—¿Con qué cantidad de reservistas cuentan?— Dijo Manis retomando la conversación.

 

Tras haberse refrescado, Fokas olvidó momentáneamente el calor y se relajó, sirviéndose otra taza de agua.

 

—¿Reservistas?—

 

—Soldados en espera de reemplazar a los caídos en un batallón—

 

—Emm… creo que ninguno—

 

—¿Ninguno? ¿Me estás diciendo que toda la tribu esa sale a pelear?—

 

—Así es—

 

—¿Mujeres y niños por igual?—

 

—Esos se quedan en los carromatos mientras los hombres pelean, ya sabes, para animarlos de cierta manera, pero durante los asedios colaboran todos, así que sí, podemos decir que pelea la tribu completa—

 

Manis tomó apuntes en silencio.

 

—¿Cómo os derrotaron en batalla?—

 

—¿Esa información es relevante?—

 

—Por supuesto. Todo aquello que me ayude a comprender al enemigo es imprescindible—

 

—Muy bien… Fue el pasado año, cuando su invasión empezó a traernos problemas. Reunimos un ejército de cinco mil y marchamos contra ellos. Tras algunas escaramuzas, nos vimos las caras a finales de la temporada de la siembra, concretamente la quinta luna de las festividades del Avankhal. El campo de batalla fue una colina elevada, en donde establecieron sus carromatos en una fortaleza cuadrada. Desplegaron a sus guerreros cerca de su muralla improvisada. Cuando llegamos, vimos como empezaron a quemar los pastos secos en la distancia que nos separaba. Bueno, entonces la cosa se fue al traste y perdón por la expresión, cuando el ala izquierda de mis jinetes desobedeció mi orden de permanecer a la espera e iniciaron una carga por su cuenta. Por algún motivo, mi otra ala de jinetes hizo lo mismo. No tuve opción que enviar a mis soldados a la carga, pero cuando cruzamos el humo, nuestra propia caballería cargó contra nosotros, seguidos de los sirukalpes—

 

—¿Os traicionaron vuestros soldados?—

 

—No, me expresé mal, quise decir que mis jinetes estaban huyendo del enemigo después de fracasar en arrollarlos y chocaron contra nosotros cuando íbamos avanzando. Eso desorganizó nuestra línea, encima sufrimos su carga y para colmo, nos estaban rodeando, por lo que ordené la retirada y escapamos como pudimos para reorganizarnos… Aquello fue un fracaso tremendo, por no hablar de los hostigamientos de sus jinetes… En resumen, perdí a muchos hombres, pero todavía éramos más que ellos. Nos persiguieron hasta casi la frontera con tu reino, pero encontré un lugar donde hacerles frente. Esta vez logramos chocar nuestras fuerzas en un terreno más neutral, parecía que íbamos ganando, pero por arte de magia, sus jinetes pesados aparecieron a nuestra espalda y solo bastó eso para hacer colapsar a mis tropas, quienes huyeron en desbandada y cazados uno por uno. Fui capturado, mis generales decapitados y yo vendido cuando se enteraron de que mi familia no podía pagar mi rescate. Y ahora me entero que están estableciéndose en mis dominios como si fueran suyos. Pero lo peor de todo fue que me enteré de que los sirukalpes había conseguido de algún modo; los cuernos trompetas de Hoffar… Con ellos en su poder, nos llegó la profecía de que nuestras murallas caerán cuando soplen siete veces esos cuernos. Y eso lo harán cuando la nieve se derrita; y eso no lo voy a permitir ¡Exijo venganza! Por mis generales muertos, por todas las aldeas que saquearon, aunque tenga que ir en contra del deseo y premonición de los dioses, mantendré mi territorio; quiero que los mates a todos, a todos y cada uno de ellos, mujeres, niños, sus mascotas si hace falta. Ese es mi deseo—

 

Fokas, quien narrando su historia se levantó del asiento sin darse cuenta, se sentó y dio un último trago de agua, como si fuese vodka.

 

—Me ha quedado claro, pero esos cuernos que derriban murallas me han llamado la atención ¿Qué son exactamente?—

 

—Imagina los cuernos de un ayts a los que se les ha atribuido magia divina—

 

—No sé qué es un «ayts»—

 

Fokas frenó en seco con su explicación y reorganizó sus ideas en un corto silencio para volver a empezar.

 

—¿Sabrás lo que es una oveja; una cabra? Pues un ayts es como esos animales pero con cuernos más grandes—

 

—Y les imbuyen magia a sus cuernos—

 

—Eso es, pero lo hacen magos expertos. El sonido que emiten, carga con el milagro divino legado por los dioses—

 

—Suena místico y peligroso. Tendré cuidado con eso, me alegra se saberlo de antemano— Tomó nota subrayando dos veces para recalcar la importancia de la amenaza.

 

—Ahora yo tengo curiosidad ¿Cómo te encargarás de ellos?—

 

Manis soltó el lapicero mientras alzaba la mirada hacia su cliente.

 

—…Primero he de ir personalmente a hacer un reconocimiento de su fortaleza, lo que me recuerda ¿Dónde se ubica exactamente tu provincia, ciudad y esa fortaleza? ¿Tenéis algún mapa?—

 

El acompañante de Fokas, rebuscó entre sus pertenencias y sacó un papiro enrollado. Dicho papiro era de un color anaranjado muy claro, casi blanco; en él había anotaciones y figuras que bajo cierto punto de vista podría ver un mapa. No era el caso de Manis, quien volteó el trozo en todas las direcciones hasta que se rindió en intentar entenderlo.

 

—Este mapa es una mierda. Las descripciones son confusas, hay elementos que no sé qué son, por no hablar de que no entiendo vuestro idioma—

 

—Es lo único que tenemos— Dijo el guardaespaldas —De hecho es muy preciso—

 

—Explícaselo bien, para que sepa donde tiene que ir, y que no ataque mi ciudad por error—

 

—De acuerdo, mi señor, no se alarme— EL guardaespaldas señaló presionó el pergamino con un dedo —Nosotros nos encontramos ahora mismo en este lugar, su casa. Dirigiéndonos por el sendero de los lobos, llegaremos a las montañas nevadas de la sierra de Estrata, las que marcan la frontera entre nuestros dos países. Tras ellos hay un valle por el que fluye el río Haraz, es un río de color verdoso. Sigue su curso hasta que este desaparezca, para entonces te hallarás en una llanura. En el horizonte verás una cordillera montañosa en la lejanía. Siguiendo en su trayectoria y llegarás hasta nuestra ciudad. Continua desde ahí por el sendero hasta llegar a un lago, cerca de ese lago, sobre una colina, se asentaron los sirukalpes—

 

Manis meditó la información recibida, generando un largo silencio, incómodo para los invitados, indiferente para el capitán, quien no apartaba la mirada del grupo, con su mano colocada en el revolver de su cintura.

 

Aun sin comprender donde se localizaba la dichosa aldea, Manis volvió a abrir el cajón de la mesa, sacando esta vez un conjunto de mapas, la cuales en su momento traspasó de los trozos que fue acumulando durante su vida, estandarizando y corrigiendo sus incongruencias, creando así un mapa que era capaz de entender. Recíprocamente, sus mapas eran inentendibles para sus invitados.

 

Pasaron las horas, entre explicaciones y discusiones, al final, uniendo las pocas coincidencias entre sus dos mapas, lograron esbozar una aproximación de donde se encontraba el objetivo, en un mapa con más tachones que apuntes. Y finalmente llegaron a una resolución.

 

—Sentimientos a parte de nuestro logro por ubicar una aldea en un mapa, toca hablar de un tema igual de importante: la paga, o recompensa, como queráis llamarlo ¿Qué es lo que me proponéis por este nuevo trabajo, al margen del metal mágico?—

 

—¿Qué es lo que tu deseas?— Preguntó Fokas.

 

—Otro cofre de oro, quizás—

 

Fokas se apretó los labios, pues el oro era un tema delicado para él. No sabía como decirle que no podía satisfacer sus exigentes demandas en una moneda que era usada solo por la clase alta para asuntos nacionales e internacionales.

 

—Si me permite la pregunta ¿Para qué usa el oro habitualmente?—

 

Manis no supo cómo responderle. Por una parte, no quería revelar sus proyectos que involucraban dicho metal; por otra, no lograba descifrar la intención de la pregunta.

 

—Lo cambio por plata y cobre y por bienes y servicios—

 

—En ese caso ¿Qué le parecería una bolsa de monedas de playa con un reconocimiento nobiliario?—

 

—Prefiero solo la bolsa de monedas, no tengo intención de recibir título alguno—

 

—¿No desea ascender en la escala social?—

 

—En absoluto. Aceptar un título sería lo mismo a meterme en política y si hay algo que odio en el mundo es la política, así que no, gracias. Prefiero más metal mágico—

 

—Entiendo. Me encargaré de ello—

 

—¿Por qué no vienes con nosotros?— Sugirió el guardaespaldas a Manis intentando aliviar la tensión que se generó —Así sabrás donde está nuestra ciudad y a los que llamas enemigos, ya tiene la ubicación, pero con un guía sería más… mejor—

 

—Lo haría encantado, pero para una misión como esta, se necesita la mayor discreción posible. Su escolta armada llama mucho la atención; y si voy con vosotros, de alguna manera los enemigos se enterarían de nuestras intenciones y el trabajo se complicaría mucho, es una misión delicada—

 

Fokas miró a su guardaespaldas sintiendo como una idea llegaba a su mente.

 

—Como bien dices, es una misión delicada a la par que importante y por ende creo que es mejor que lleves un guía. Dos personas no llaman tanto la atención como una escolta armada; y para aplacar la preocupación de mi buen lacayo, es mejor que él mismo, en persona, le guíe ¿Le parece correcto?—

 

—Señor— Dijo el guardaespaldas empezando a ponerse nervioso.

 

Manis se lo pensó y al final aceptó la propuesta del kaz.

 

—Ya para finalizar esta reunión, necesito que firmes esta hoja— Dijo Manis, entregando un formulario hecho por él mismo y que Fokas miró con curiosidad.

 

—¿Y esto es…?—

 

—La certificación… Ahora mismo nuestro acuerdo es verbal, y para evitar problemas futuros, usaremos esta hoja firmada por ambos, como una promesa de que cumpliremos las condiciones. Mejor dijo, es un contrato por mis servicios. Sí, debí empezar por ahí—

 

Fokas agarró la hoja de papel. Sintió lo fina que era a comparación con el papiro, pero sin su irregularidad y fragilidad, manteniendo una superficie lisa como el pergamino. En un primer vistazo no entendió nada de lo que ponía, pues estaba escrita en la lengua natal de Manis, una que se usaba en otro mundo. Lo que acrecentó su curiosidad.

 

—Ahora soy yo el que no entiende nada ¿Qué idioma es este?—

 

Enseguida Manis cayó en la cuenta de que le había pasado el formulario erróneo. Recogió el impreso y le cedió otro escrito a mano en el idioma común de ese mundo. El cual fue leído por el Kaz con detenimiento.

 

—¿Todo correcto?—

 

—Solo una última cuestión ¿Cuándo el clérigo Razvan solicita sus servicios le hace firmar papeles como este?—

 

Aquello desconcertó a Manis.

 

—¿Conoce a Razvan?—

 

—A mis oídos llegó su nombre, mas no nos conocemos en persona; así como corren rumores de que a sus servicios llegó un vasallo muy poderoso—

 

—No soy un vasallo de Razvan— Interrumpió Manis —Él es otro cliente que solicita mis servicios, y por supuesto que firma un contrato, tal como está haciendo ahora, señor Fokas—

 

Fokas aparentó estar convencido, por lo que firmó el contrato. Después de eso, la reunión no duró más, pues la mitad del día había terminado. El kaz y su guardaespaldas se reunieron con el resto de la escolta, quienes estaban holgazaneando en el jardín frente de la verja, mientras sus monturas pastaban.

 

—Ya se está haciendo tarde. Hemos de regresar a nuestro campamento. Quedarnos mucho tiempo, como bien has recalcado, llamaríamos demasiado la atención. Estaré esperando tus nuevas— Dijo el kaz.

 

Fokas, se montó sobre su caballo y cabalgó al trote en una formación estándar cuadrada, con su guardaespaldas a su derecha, en la posición de guardia de honor y con el portaestandarte liderando la marcha.

 

—¿Cómo fue la reunión, señor? ¿Qué pasó dentro?— Preguntó el portaestandarte —¿Ese dios errante se unirá a nuestra causa?—

 

—El tiempo lo dirá. Los dioses son caprichosos e impredecibles—

 

—¿Cómo era su morada?— Le preguntó el guardia que estaba a espalda —Solo llegamos a ver un pasillo oscuro. Por un momento temimos por su seguridad y valoramos entrar, más la presencia de una peligrosa criatura asustó a nuestras monturas—

 

—Es difícil de describir. Por un lado, su morada era igual que la de un mortal, pero había en su interior una magia desconocida. Estaba presente en pequeños detalles, como en el techo; hoyuelos de los que emanaba directamente la luz del sol. No era la tenue luz de las piedras mágicas, pues su brillo era intenso…—

 

Fokas continuó relatando su experiencia durante todo el trayecto hasta llegar al campamento principal, un par de tiendas desplegadas sobre una elevación, con un simple muro de tierra, construido con la misma tierra del foso que se extendía a los pies del mismo. En el interior de dicho campamento relató de nuevo su experiencia, en una cena conjunta, antes de irse a dormir y a la mañana siguiente. Y tras haber oído varias veces la experiencia que el guardaespaldas compartió con su señor, decidió expresarle sus dudas durante una parada, en la cual las monturas pastaban y los soldados descansaban compartiendo un brebaje caliente mientras partían el pan entre ellos.

 

—Mi kaz, admito que yo también quedé impresionado durante nuestra reunión. Pero una parte de mí mantiene una desconfianza acerca de él. Y cuanto más pienso acerca de la reunión más duda me genera. Cierto que hemos visto cosas que nos sorprendieron, pero cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de que esas luces probablemente era como nuestras linternas y lámparas. El papel es diferente a cualquier pergamino o papiro tanto del este o del oeste. He de reconocerlo, su blancura era atrayente, pero sigue siendo un tipo de papiro—

 

—¿A dónde quieres llegar?— Preguntó Fokas partiendo el pan entre ellos.

 

—A que quizás no deberíamos atribuir a la divinidad, aquello que puede ser expresado por la magia—

 

—¿Insinúas que puede ser un estafador?—

 

—Dichas palabras no deseo pronunciar, más es la razón la que me lleva a mantener los pies sobre la tierra y desconfiar incluso de lo que me muestran mis ojos—

 

—Mira estas letras— Le mostró la hoja del contrato —Se nota el trazo de la mano en ellas, pero la otra tenía símbolos más uniformes… estandarizados, es la palabra que quería usar. Quizás ese era el idioma de los dioses o solo una elaborada estafa, pero era demasiado real. Si tan grandes son tus dudas, entonces vigílale. Estate atento a lo que hace, e infórmame de todo lo que haga—

 

—Así lo haré— Dijo golpeando torso con su puño mientras hacía una ligera reverencia —Pero ¿Y si nunca llega a completar el trabajo? ¿Qué será de nosotros?—

 

—Entonces considerará que hasta los dioses nos han abandonado. Entonces, cederé los derechos sobre mis tierras al kaz Zaganos y él triunfará en la gran reunión de consejo, djwan, convenciendo al khwarazshah de que su política de reubicación de tribus es la correcta. Negociaré nuestra protección bajo su mandato como último recurso—

 

—Le mantendré informado. Ahora si me disculpa, he de partir—

 

—Suerte y ve con dios— Despidió Fokas mirando como su lacayo partía con un par de caballos hacia el horizonte, antes de partir él mismo con su séquito en dirección opuesta.

 

Cuando la compañía desapareció en el horizonte, Manis regresó junto con su capitán al interior del edificio.

 

Quitándose su máscara y su poncho. Entregó el papel con apuntes a su capitán y se dejó caer sobre la silla que estaba en la cocina.

 

—Nuestra primera misión en meses. Ya estaba echando de menos a Razvan y sus bandidos… Qué a todo esto hace tiempo que no se pasa por aquí. Espero que solo por eso los pueblerinos no se motiven e intenten destruirme la casa. Como sea, centrémonos. Tenemos un trabajo por delante. Nada más y nada menos que destruir una fortaleza y aniquilar a sus habitantes. Está todo en el papel. El problema es la fortaleza. No tengo ni idea de cómo luce; los detalles que me dieron eran muy vagos y como de todas formas no me fio de nada de lo que me han dicho, he de ir personalmente a investigar… No, esta vez iré solo. Tú quédate aquí vigilando la casa, pues no sé dónde está ubicada y el protocolo estándar de investigación también podría tomar un par de días, eso sin contar el viaje de regreso... No, quédate a vigilar la base. Si la perdemos, será un golpe mucho mayor del que podamos encajar. En fin, como tenemos fecha de límite en este trabajo, habrá que apurarse. Empecemos a cocinar, saca la masa madre, vamos a hacer bocadillos—

 

Para empezar su marcha, lo primero era asegurarse de tener comida suficiente para el viaje. Esta no debía ser muy pesada, ni tardar mucho tiempo en laborarse. El alimento idóneo eran los bocadillos. A diferencia de las galletas marinadas, eran más nutritivos y tenían más calorías.

 

Sacaron la masa madre que guardaban para sobre inflar hogaza de pan y con un trozo recubierto en harina y agua, lo dejaron reposar en un molde para que la masa madre actúe.

 

La masa madre solo era una mezcla de harina y agua, solo había que dejarla reposar en un tarro o cualquier cosa que sirva como recipiente, y al cabo de dos o tres días, solo se tenía que seguir añadiendo harina y agua para alimentarla y que esta crezca. Cuando esté bien espumosa, se desborde del recipiente y parezca vómito, es cuando está lista. Con ella hicieron desde pan, hasta agua carbonatada para el kvass y vinagre.

 

La producción de miel iba a buen ritmo, pues las abejas no paraban de rellenar marcos con sus amarillentas celdas hexagonales, lo que obligó a Manis a seguir ampliando sus colmenas agregando nuevas cajas. Al cabo de unos meses ya ni siquiera sabían qué hacer con tanta miel y la dejaban en tarros para que se cristalizara con el fin de usarla en otros proyectos. En esa ocasión, necesitaban miel líquida y para devolver la miel a su estado natural, bastaba con calentarla. Preferiblemente en un frasco sumergido en agua hirviendo.

 

Agarró un bol de cerámica, los rellenó con trozos de frutos secos o avena, comprados a comerciantes errantes, con los que se topaban por el camino en sus ejercicios matutinos. Añadió miel, removiendo la mezcla hasta dejarla hecha una masa, la cual posteriormente se aplanó colocándole una sartén y un par de ladrillos encima y la metió al frigorífico para su solidificación.

 

Mientras la comida estaba en reposo, Manis fue al taller, a donde su capitán llevó tanto el cofre, como el metal mágico. Las monedas las clasificó y las guardó en una caja fuerte junto con otros metales. Vertió el metal en un contenedor de seguridad, rellenándolo hasta el borde y abriendo un nuevo contenedor para seguir vertiendo el metal.

 

Usando dicho metal, extrajo algunas barras de acero y un par de láminas cuadradas de aluminio junto con tornillos a medida.

 

Las barras, las recortó y soldó creando una rejilla de un determinado tamaño.

 

Agarró un par de tablas de madera negra por un tratamiento pasado por fuego y las colocó sobre la mesa. Tras medirlas, recortó las piezas, estableciendo una base rectangular. Aplicando una capa de resina de pino a modo de pegamento, montó las cuatro paredes laterales, una tras otra hasta que formó un cubo y para mayor seguridad martilleó clavos en cada junta.

 

Con el cubo listo, tocaba hacer los perfiles y para ello agarró una plancha de aluminio y la dobló tres veces con una plegadora; dicho artefacto era una unión de dos láminas que dejaban un espacio en el interior, por el cual se insertaba la lámina a doblar y un par de barras soldadas servían a modo de palancas; siendo el tercero la guía para el corte. Una vez listos, cortó los bordes con una sierra en ángulo de cuarenta y cinco grados para que encajaran mejor entre sí. Apoyando un trozo de madera sobre el metal a modo de amortiguamiento, martilleó hasta que encajar cada una de las piezas para que se amoldaran al contorno. Repitió ese mismo proceso con cada lado de la caja y con más resina pegó los perfiles solo para que se mantuvieran fijos, después los reforzó esta vez con tornillos.

 

Para mayor refuerzo agregó unas esquineras. Estas eran unas chapas cónicas que iban atornilladas en cada esquina, cubriendo las juntas, manteniendo los perfiles sujetos y a su vez protegiendo mejor los bordes.

 

Con todos los perfiles puestos, colocó la caja sobre el suelo volcada a un lado. Con una escuadra y una tiza, marcó un contorno cuadrado en cuyo interior taladro cuatro agujeros. Dichos agujeros servían para poder introducir una sierra y recortar el cuadrado.

 

Agarrando dos chapas, y dobló solo uno de sus extremos, alrededor de una barra doblada en forma de rectángulo. Soldó la junta para sellar el anillo, pero dejando un espacio para que la barra se moviera con soltura, pero añadió un pequeño seguro para que esta pudiese permanecer fija cuando sea necesario. Había creado dos asas.

 

Introdujo las asas en el agujero recortado, asegurando la unión con más resina y tornillos.

 

Con asas ahora la caja podía levantarse con mucha mayor facilidad. Colocándola sobre la mesa, fue hasta un armario de materiales para traer un cilindro enrollado con goma.

 

Recortando la goma a medida, forró el interior de la caja con resina, consiguiendo un acolchado para mayor protección de los materiales que introduciría.

 

En la parte inferior colocó la rejilla por fuera de la caja y e hizo unos agujeros con el taladro.

 

Para la tapa repitió el mismo proceso, construyendo un segundo cubo, pero solo una parte de largo. Esta iría unida a la caja por medio de cuatro bisagras traseras y dos cierres en forma de gancho en la parte delantera.

 

La caja era suficientemente alta. Agarró una nueva tabla de madera y la forró en ambos lados con goma. En un lado atornilló un asa simple con dos pasadores y en la parte trasera marcó los espacios para dos bisagras. Colocó la tabla al interior de la caja y marcó en la pared trasera donde irían colocadas las bisagras y dos pequeñas escuadras en la parte delantera.

 

Cubriendo el interior con un trapo taladró los agujeros donde irían las bisagras y escuadras interiores. Montando la tabla, comprobó que esta podía moverse con soltura y se apoyaba sobre las escuadras triangulares con relativa seguridad. Así creó un doble fondo.

 

Llevó la caja, junto con la rejilla al exterior, en donde se hallaban estacionados sus dos quads, cuales corceles metalizados esperaban inmóviles en su establo a medio construir, llamado garaje.

 

En la parte trasera de uno de ellos, le atornilló la rejilla, y sobre ella colocó la caja, quedando así un vehículo con maletero.

 

Sonrió colocando las manos en la cintura, mientras admiraba su obra. Muchas cosas pasaron por su mente influenciadas por una intensa nostalgia mezclada con melancolía.

 

Regresó a la cocina, en donde prosiguió con la elaboración de sus bocadillos. En el tiempo que estaba construyendo la maleta para el vehículo, su capitán troceó la carne seca hasta dejarla completamente picada. La sazonó con ajo, cebolla y sal, para freírlas en una sartén con grasa de cerdo, hasta que la cebolla se doró, indicio que aconsejaba retirar la comida del fuego. Vertió la carne en cuenco cuando Manis regresó del garaje.

 

Sacó la masa y la dividió en partes. Extendió la masa sobre una tabla recubierta con harina. Colocó una cucharada de carne en el centro de la masa, sobre la misma colocó un par de pimientos recortados cuadraditos con pepinos encurtidos encima, coronados por un par de lonchas de queso. Envolvió el conjunto con pequeños pellizcos hasta que quedó con forma de bollo redondo. Lo colocó sobre la bandeja y repitió el proceso hasta que se quedó sin carne, pero para entonces había conseguido más de quince panecillos.

 

Al terminar el último, se tomó un descanso, al mismo tiempo que las empanadas reposaban y el horno se precalentaba a ciento ochenta grados.

 

—Creo que con estas tenemos para un par de días ¿No te parece? Realmente no sé cuánto tiempo estaré fuera y tampoco sé si será suficiente para el regreso. En fin, iré a revisar las armas, tu mete esto en el horno hasta que se vuelva entre marrón y dorado, luego déjalo sobre una bandeja—

 

Manis regresó al taller, a la mesa de la armería que estaba al fondo, junto a la sección del arsenal, que era un par de estanterías con cajas llenas de balas, cargadores, accesorios, dos rifles Kalashnikov modificados y dos revólveres titan con un tambor de ocho ranuras.

 

Agarró su mochila y la colocó sobre la mesa, a su lado colocó el cinturón con cananas para balas, bolsillos traseros y laterales; y una cartuchera para su revolver; un chaleco táctico con diferentes tipos de bolsillos cosidos.

 

Sacó de un cajón dos peines para balas, los cuales rellenó con balas y con ese peine rellenó un cargador en un segundo. Repitió el proceso hasta tener siete cargadores. Colocó los cargadores apilados en la mesa.

 

Agarró un rifle AK, lo desarmó, lo limpió mientras lo inspeccionaba minuciosamente, para finalmente volver a armarlo y dejarlo sobre la mesa. El siguiente en recibir mantenimiento fue el revolver y mientras lo limpiaba un agradable olor le llegó desde la cocina. Dejó lo que estaba haciendo para ir a hacer la supervisión de la comida.

 

En la mesa descansaba el almuerzo y la cena de mañana, dorado y jugoso. No pudo resistirse a tomar uno de ellos y realizar el debido control de calidad.

 

—Están buenos… prácticamente hemos hecho una especie de hamburguesas con forma de bollos. Solo les falta la salsa de tomate. Si es que consigo encontrar dicha planta ¿Siquiera existe? De existir porque la cebolla también existe, aunque esta es de la variedad morada—

 

El capitán agarró una empanada y la devoró de un bocado sim emitir sonido alguno, luego ladeó la cabeza de un lado a otro.

 

—Parece que no te desagradan, no como la pasta, que por algún motivo no quieres ni ver. Eso sí, los pelmenis te vuelven loco. Te los prepararé a la vuelta—

 

Agarró otros dos panecillos, uno se lo llevó a la boca y el otro se lo lanzó a Víctor; el carcayú ministro de economía, quien lo devoró con voracidad e indiferencia, tal como lo hacía su contraparte humana en el otro mundo, pero con el presupuesto de todo un país. El resto de la masa que sobró, la metieron en un molde rectangular y la devolvieron al horno, para hornear pan de molde.

 

A la mañana siguiente Manis se despertó con pesadez apagando el reloj despertador antes de intentar incorporarse de la cama.

 

Tras vestirse, desayunó untando una rebanada de molde tostada con una primera capa de mantequilla, sobre ella, una capa de mermelada, sobre la cual vertió miel hasta rebosar. Llenó su vaso con zumo de frutas del bosque que fue recogiendo cada que vez que se topaba con un arbusto frutal.

 

Tras su dosis de azúcar y energía diaria, fue al taller, en donde el equipo preparado le estaba esperando. Se equipó el cinturón con cartuchera y el chaleco. Rellenó con balas tanto las cananas como el bolsillo trasero. Metió los cargadores del Kalashnikov en los bolsillos del chaleco y añadió un par de ellos a la mochila táctica. A dentro de la misma metió una manta, cepillo de dientes, la pala plegable, muda de ropa, un par de linternas, accesorios para el fusil de asalto, mientas que la brújula, el cuchillo, los prismáticos y la cantimplora irían a dentro de los bolsillos del chaleco. Los mapas, un cuaderno y lapiceros los metió en los bolsillos colgantes de su cinturón.

 

Enfundó su revolver en su cinturón y el fusil en el lateral de la mochila.

 

Agarró un par de minas claymore y cables de detonación enrollados y los llevó al maletero del quad, junto con una cesta llena de bocadillos y barritas dulces. Metió también una batería auxiliar, un kit de herramientas y auxilios, cerró la tapa del contenedor superior y metió ahí una tienda de campaña con tubos junto con un pequeño radiador portátil, cerrando finalmente la maleta.

 

Se echó encima su poncho acorazado y se colocó su máscara de gas con gafas.

 

Abrió la cortina que usaba para tapar el garaje, ya que aún le faltaba instalar una puerta, y sacó su vehículo al patio principal, en donde abrió la puerta de rejas.

 

—Volveré a repetirlo si hace falta; Voy a ese imperio a ver esa fortaleza. Iré yo solo, no me sigáis y esto es una orden directa y absoluta. Vosotros dos cuidad la casa; no os peléis; haced lo que queráis en estos días libres; descansad hasta que yo vuelva y por nada en el mundo dejéis que nada le pase a la base ¿Entendido?—

 

El capitán levantó su mano a la altura de la cabeza, mientras que el carcayú se colocó a dos patas y alzó su garra.

 

—No sé cuándo vendrá ese guía, pero si por algún azar del destino, resulta que todo esto es una trampa y acabo muerto… al menos estaréis lejos cuando eso pase. Portaos bien—

 

Mientras Manis sacaba su vehículo, oyó el ruido de los cascos de caballo acercándose en la dirección en la que estaba por ir. Colocó su mano en su revolver y vio aparecer al guardaespaldas del kaz Fokas a lomos de un caballo, sosteniendo con su mano derecha las riendas de otro.

 

—Que la fortuna esté con vosotros— Saludó el jinete parando en frente del grupo —Yo, Hashkar, vine por órdenes del kaz Fokas para ser su guía, Manis—


—Buenos días… ¿Por qué has traído dos monturas?—

 

—Traje una para usted, pues supuse que no tenía una, al no ver establos el otro día— El guardaespaldas Hashkar entornó los ojos al quad que estaba en frente de él —Aunque he de comunicarle, que estas monturas, son monturas de guerra. No están criadas para tirar de carros y carrozas—

 

—Me alegro mucho saberlo, sobre todo porque no se montar a caballo y hoy tampoco voy a hacerlo— En respuesta Manis se montó sobre su quad y se colocó su casco dedicando una última mirada a sus soldados —Volveré—

 

Arrancó el vehículo y ante la mirada del guardaespaldas, el quad empezó a moverse solo, pasando a su lado.

 

Hashkar se sorprendió por un momento, pero luego atribuyó el hecho a la magia y espoleó su montura, alcanzando rápidamente el vehículo.

 

—Me gustaría trasladarte una duda ¿Ese carro suyo se mueve tirado por algún tipo de criaturas invisibles?—

 

—Podría decirse que esas criaturas de las que hablas, están dentro del carro, moviendo las ruedas desde el interior. Por cierto, este tipo de carros, reciben el nombre de quad, recuérdalo—

 

—Suena a una magia oscura para mí ¿Pero por qué quad? Suena como si lo gritara una rana—

 

—Es el acrónimo de cuadriciclo, lleva ese nombre porque tiene cuatro ruedas ¿Lo entiendes?—

 

—Diría que es un nombre muy literal. Un carro puede tener dos o cuatro ruedas. Te soy sincero cuando digo que nunca vi un carruaje moverse solo, pero sí recuerdo haber oído que cierta escuela de magia tiene algo parecido—

 

—¿En serio? ¿Me estás diciendo que existen estos medios de transporte?

 

—Me sorprende que lo preguntes, dicha escuela mágica se encuentra en tu reino ¿No sacaste de ellos la inspiración para construir tu carro?—

 

—No tenía ni idea de que esos carros existían, hasta que me lo has dicho. Este vehículo es una reinvención propia, nada tiene que ver con la magia—

 

—No me extraña que no lo sepas, las sectas mágicas son muy herméticas: yo lo oí de nuestro mago palaciego y solo lo comentó cuanto estaba borracho. Todo lo mágico es secreto y solo lo comparten entre ellos. Si no formas parte de su mundo, por mucho poder que tengas, olvídate, serás un apestado para ellos… ¿Dijiste reinvención? Si no recuerdo haber oído mal. Si desconocías los carros mágicos ¿En qué te basaste para construir tu quad?—

 

—En varios modelos de ATV, pero me decidí en adaptar un estilo quad más clásico, porque conserva mejor aerodinámica, pero agregándole ciertas mejoras para que rindiese como un ATV, mejor estabilidad, tracción total las cuatro ruedas, detalles—

 

—Emm, me parece que tu sabiduría eclipsa mi entendimiento—

 

—¿Llegaremos a alcanzar a la caravana de escolta del kaz?—

 

—No, ellos marcharan su rumbo hacia Sogdya, nosotros tomaremos una desviación hacia la tierra de los sirukalpes—

 

—¿Y cuánto tiempo estimas que tardaremos en llegar?—

 

—Cuatro días, si vamos al trote durante todo el día, pero con el descanso para que las monturas pasten, y cortando las noches, serán seis días aproximadamente—

 

—Entonces tomaré el viaje con calma—

 

Avanzaron por el sendero a una velocidad variable, pues tras un par de horas, el caballo dejaba de trotar y continuaba caminando, hasta que, llegado el momento, tuvieron que hacer una parada para que Hashkar pudiese cambiar de montura, aprovechando dicho momento para almorzar y estirar piernas. Hashkar, como buen jinete de escolta, traída consigo en sus alforjas trozos de carne seca y pan seco con el cual lo acompañaba. Dichas raciones eran usadas también por los mensajeros, quienes no podían darse el lujo de detenerse en su camino. Reanudaron inmediatamente la marcha casi a la misma velocidad que al principio, pero la primera montura les ralentizaba, aun así, continuaron hasta el anochecer.

 

Eligieron una colina cercana por sugerencia de Manis, y mientras Hashkar preparaba su cama, que consistía en una recolección de hojarasca, sobre la cual cubrió una sábana, Manis armó una simple tienda cónica de campaña que trajo desde su casa, pero lo más llamó la atención del guardaespaldas fue cuando marcó el terreno alrededor de la colina para colocar los claymores.

 

—¿Qué estás haciendo?—

 

—Considera esto como… ¿Cómo lo llamaríais vosotros? Un… círculo mágico. No te pongas en frente de esto, si lo haces acabarás hecho pedazos y tus restos quedarán desperdigados por el suelo. No entres en mi tienda—

 

A la mañana siguiente, Hashkar se despertó de golpe con el sonido del reloj despertados que provenía de la tienda. Había dormido bajo la sobra del árbol, usando su capa como sábana, pasó la mitad de la noche despierto intentando mantener el fuego de la hoguera encendido. Todavía estaba oscuro, más el cielo se iluminaba con el pasar del tiempo.

 

Manis salió de su tienda tras asearse. Desmontó la tienda y la guardó en el maletero.

 

—¿Dormiste bien?— Le preguntó al guardaespaldas del kaz.

 

—No me puedo quejar, realmente pasé noches peores—

 

—No te he preguntado sobre tus otras noches, te he preguntado si dormiste bien— Repitió Manis.

 

—Si, dormí como pude—

 

—¿Comemos algo o partimos inmediatamente?—

 

—Preferiría llenarme un poco la tripa, fue una noche larga ¿Cómo dormiste tú?—

 

—Cómodo—

 

Desayunaron lo que tenían a mano, Manis sus barritas de cereales y Hashkar cocinó un trozo de carne con las brasas de la hoguera e hirvió agua para hacer un té con las hojas de pino que recogió por el camino.

 

Al terminar, Manis desmontó las minas y las guardó de nuevo en su maletero junto con su tienda, emprendiendo de nuevo su camino.

 

Los días de viaje transcurrieron uno tras otro, donde la única diferencia era el paisaje que iba cambiando a medida que se adentraban más en las tierras del imperio.

 

Una de las cosas que Manis notó, fue la casi nula cantidad de árboles que había en la zona. Ante él se extendía una especie de páramo, con algunos arbustos de apariencia seca y muchas plantas silvestres, entre ellas muchas tenían pinchos y espinas que amenazaban con perforar los neumáticos.

 

El páramo se extendía hasta el horizonte, en donde se podía vislumbrar el brillo del agua perteneciente a un lago, en culla costa había una elevación rocosa, sobre la cual se hallaba un asentamiento.

 

—Ahí están— Señaló Hashkar.

 

—¿Son ellos?—

 

—Así es. La fortaleza de los sirukalpes—

 

—Parece que han tomado la única elevación varios kilómetros a la redonda—

 

—¿Qué vas a hacer ahora?—

 

Manis miró a su acompañante.

 

—Lo primero es hacer una inspección del terreno, cartografiar un mapa, estudiar al enemigo y luego regresar a la base para formar un plan de ataque—

 

—¿Cuánto tiempo te tomará hacer todo lo que has dicho?—

 

—Bueno, eso depende de ti ¿Qué vas a hacer tú ahora, Hashkar?—

 

—Yo… prometí a mi señor guiarte hasta los sirukalpes, y él me encomendó no perderte de vista—

 

—¿Eso quiere decir que volverás conmigo en el camino de regreso?—

 

Hashkar se quedó sin palabras, pues no había pensado en ello. El viaje fue contra todo pronóstico muy tranquilo, sin ataques de bandidos ni bestias. Ahora se encontraba en un dilema. Por una parte, deseaba regresar a retomar sus labores pendientes, pero por otro la orden de su señor tenía límites difusos, no sabía cuando habría cumplido su voluntad.

 

—Creo que te acompañaré hasta que decidas regresar, luego me iré a casa—

 

—Es lindo tener una casa y un sitio al que llamar hogar ¿No?—

 

—Emm, sí. Echo de menos a mi familia, pero los deseos de mi señor son la prioridad. Ellos lo entenderán—

 

—Entonces continúa guiándome— Sacó una libreta y un lapi —Cuéntame ¿Qué hay en esta dirección?— Señaló al sudeste.

 

—Ahí está Sogdya, la ciudad de mi señor—

 

—Al norte veo el lago ¿Es un lago o un mar?—

 

—Es en realidad un lago, pues está aislado del resto otros cuerpos de agua, pero es salado. Es un lago de agua salada—

 

—Háblame más de ese lago ¿Hasta dónde llega?—

 

—Atraviesa unos treinta kazayatos—

 

—¿Tan largo es?—

 

—Si, es un poco largo, pero si subes a una montaña, o desde esa torre es posible que logres vislumbrar un poco sus costas finales— Señaló la torre del homenaje que se alzaba sobre la colina en el interior de la fortaleza enemiga.

 

—Siento que debí preguntarlo antes, pero ¿Cuántos kazayatos tiene este imperio?—

 

—Cerca de trescientos—

 

A Manis casi se le cae el cuaderno al oír la cifra.

 

—Si que son muchos estados… ¿Qué hay más allá de la fortaleza?— Preguntó señalando en dirección oeste.

 

—Pequeñas colinas escarpadas—

 

—¿Y más allá?—

 

—El río Khoroj. Uno de los ríos que alimenta el lago. También marca el límite de nuestro kazayato—

 

Manis tomó nota de todo lo que dijo el guardaespaldas del kaz. Buscó un punto elevado; sacó un mapa de su bolsillo junto con unos prismáticos.

 

Observó la fortaleza; calculó la longitud de sus muros, el número de sus casas, su proximidad al mar, la distancia que la separaba de otros asentamientos; inspeccionó los pocos accidentes geográficos que había en los alrededores y esbozó una tabla del clima con ayuda de un termómetro de mercurio, para la temperatura; un barómetro de mercurio, para saber la presión atmosférica y un anemómetro para el viento.

 

El mapa dibujado empezaba a ganar detalles, detalles que ayudaban a Manis a idear una estrategia de ataque. Pero ante los ojos de Hashkar, el chico solo parecía estar jugando con extraños inventos.

 

La fortaleza estaba hecha de madera. Se asentaba sobre la propia piedra de la colina. Sus muros se dividían en dos círculos: una puerta interior que separaba la cuesta de la colina y un muro hecho de carromatos, los cuales empezaban desde la pared rocosa, extendiéndose en un amorfo semicírculo, en cuyo interior se levantaban las casas de los habitantes, hechas con barro y paja recolectada de las plantas silvestres que crecían por todo el páramo.

 

El muro de carromatos estaba levantado sobre una superficie uniforme de tierra excavada, que servía a modo de foso, reforzado con estacas anticaballería. Así mismo una capa de barro y piedra, cerraba los recovecos, asemejándolos más a una muralla de madera, que a vagones.

 

El trabajo tardó varios días en completarse y en esos días Hashkar observó a Manis trabajar de cerca. Primero nunca estaba quieto, en segundo obligaba al guardaespaldas a seguir un protocolo de reconocimiento, que consistía en ir arrastrándose por el suelo varios kilómetros de sus respectivos medios de transportes, solo para que Manis tomase un par de anotaciones y de regreso del mismo modo. Dichas anotaciones duraban desde un rato, hasta largas horas en las que debían permanecer recostados sobre el suelo, con hierbajos cubriéndoles cual sábana, mientras sentían como insectos y alimañas recorrían sus cuerpos sin poder moverse, o tener que hacer sus necesidades encima, todo bajo la amenaza de muerte de Manis. Así como nunca permanecía en un único lugar durante mucho tiempo, tampoco montaba el campamento en un mismo lugar dos veces.

 

—Llevas ya media jornada solar mirando a esa fortaleza. No sé que tan buena es tu vista como para verlos, pero de seguro que la de ellos no es tan buena como para vernos desde nuestra distancia, y encima ocultos bajo la hierba—

 

—Nunca des por sentado nada. En la guerra todo lo inimaginable llega a ser posible—

 

El guardaespaldas dejó caer su cabeza sobre el pasto con pesadez, frustración y aburrimiento, para luego levantar la mirada hacia el chico una última vez.

 

—¿Al menos me vas a decir qué son esos tubos por los que siempre miras? ¿Qué mundo ves a través de ellos?—

 

—Después de tanto tiempo ¿Ahora muestras interés?—

 

—Si, porque me aburro muchísimo. No sé cuándo piensas atacarles, pero a este paso seré yo quien se muera de aburrimiento—

 

Manis le pasó los prismáticos, aprovechando que debía tomar nota.

 

Hashkar al mirar por ellos solo fio figuras borrosas.

 

—No se ve ni una golondrina ¿Me has estado tomando el pelo todo este tiempo?—

 

—Entre los tubos hay una rueda de textura rugosa, gírala de un lado a otro hasta que se aclare la imagen—

 

Palmeando el aparato, efectivamente notó que había algo que se movía, un cilindro con pequeños surcos, el cual giraba solo a derecha y a izquierda. Obedeciendo el consejo, miró de nuevo mientras movía la rueda con escepticismo, más su sentimiento cambió a sorpresa cuando lo borroso se fue volviendo nítido.

 

—¿Qué clase de magia es esta?— Expresó mientras quitaba la vista del aparato, para volver a mirar intermitentemente —Puedo verlos… es como si estuviesen en frente mí, pero están allá ¿Cómo es posible?— Miró el artilugio lamentándose de no haber entendido su utilidad desde el principio.

 

—Se llaman prismáticos. Es un objeto que multiplica tu poder de visión, permitiéndote ver a largas distancias—

 

—Prismáticos… por su nombre… significa que dentro hay un prisma de cristal ¿Eso es lo que te hace ver a lo lejos?—

 

—Sabes lo que es un prisma. Ahora soy yo el que está impresionado. Si, funciona con un prisma. La rueda lo alinea con tus ojos y así puedes ver con más o menos claridad— Dijo Manis mientras sacaba la mira telescópica

 

—No somos unos bárbaros ignorantes ¿Sabes? Ese tono es ofensivo. Pero esto es increíble. Vale su peso en oro— Dijo acercando su mirada a los pechos de una chica que labraba la tierra inclinada.

 

—Esa gente parecen humanos, pero hay algo en ellos que no me convence ¿Qué raza son?—

 

—No sé de qué o quién descienden de los sirukalpes. Son de esas tribus que llegan desde tierras lejanas, donde no llega la civilización, luego se asocian con un kaz y… Parece que están intentando cultivar, pero pierden el tiempo. Esta tierra no es apta para cultivo y el agua del lago es salada. No van a conseguir nada. Por cierto ¿Qué son estos puntos negros que hay en los cristales de los prismáticos?—

 

 —Símbolos para saber con exactitud la distancia de lo que estás mirando—

 

Al caer la tarde regresaron al nuevo campamento, donde a la luz del fuego y la linterna, Manis revisaba el mapa que dibujo junto con todos los apuntes que hizo tanto para él, como para su capitán. Al mismo tiempo vigilaba los panecillos que puso a calentar en una sartén con tapa.

 

—Has escrito muchas páginas desde que llegamos aquí ¿Ya tienes lo que querías?—

 

—La mayor parte sí… Por cierto, he de confesar que estoy impresionado contigo, has podido seguirme el ritmo—

 

—Ante todo, soy un guerrero al servicio de mi señor ¿Qué llegaría a pensar mi señor de mí, si flaqueo cuando debo ser fuerte? Estar recostados sobre el pasto, o espiar durante horas son nimiedades frente a la dureza de una campaña militar—

 

—No, se requiere mucha fortaleza mental y concentración para poder hacer labores de inteligencia de lo aburridas y tediosas que llegan a ser—

 

—Eso es lo primero que aprendemos cuando ingresamos al servicio de nuestro señor. Aprendemos a luchar, a pasar hambre, a obedecer sin rechistar y a trabajar sin descanso—

 

Manis sacó el bocadillo de la sartén y lo devoró mientras Hashkar proseguía con su narración, la cual le dejó con la garganta seca. Tomó un trago del jugo de vino aguado que guardaba en su bota.

 

—Siempre te he visto comer esos panes redondos, y hasta hoy me doy cuenta de están rellenos, quizás de carne. Me preguntaba si me darías a probar si no es inconveniente—

 

—Hice más de lo que necesito— Dijo Manis sacando dos últimas empeñadas de la cesta —¿La quieres al fuego o fría? Porque se puede comer de ambas maneras—

 

—Caliente, hoy la noche es más fría de lo habitual. Pronto empezará a nevar en las montañas. El frío bajará y helará la tierra—

 

Manis colocó las hamburguesas en la sartén y cerró la tapa.

 

—¿No nieva directamente en esta tierra?—

 

—Las montañas detienen las nubes y exprimen su contenido. Pero no detienen el frío—

 

—¿Entonces esto no va a llenarse de nieve?—

 

—En esta tierra no, pero los senderos entre nuestros estados se tapian por la nieve. Es imposible atravesarlos. Es muy raro que nieve y más que se acumule, pues sería una tormenta que lograría atravesar las montañas. Para algo parecido con la lluvia—

 

—¿Qué me dices de las demás estaciones? ¿Qué ocurre cuando pasa la temporada de frío?—

 

—Las temperaturas son suaves, mucho sol y viento fresco, es lo más frecuente, pero luego llega un seco y abrasador calor, respirar se hace que sientas como arden los pulmones, luego vuelve a suavizarse la temperatura, hasta que llega de nuevo el frío extremo—

 

—Entonces es una tierra de extremos— Dijo Manis sacando la comida de la sartén y entregándole su parte al guardaespaldas.

 

—En realidad, los días más intensos, son también los más cortos. Por lo general aquí es mucho sol y viento fresco… Esto está lleno de carne; y queso… Es muy sabroso. Normalmente no como carne porque una de mis queridas esposas no soporta la carne, lo cual, me prohíbe comer carne—

 

—¿Tienes varias esposas?—

 

—Si ¿Tan rato te parece? Tener varias esposas es aceptado, sobre todo en las clases altas, pero muchos dicen que con una mujer le es suficiente, sobre todo el populacho ¿Tú estás casado?—

 

—No. Pero tuve algo parecido a una esposa, aunque de eso… hace mucho tiempo. No llegamos a casarnos, pero vivíamos tiempos difíciles y esos se la llevaron de mi lado—

 

—Mis condolencias—

 

—Ah, no. No te disculpes. No pasa nada. Será mejor que vaya a dormir. Echa más leña al fuego, la temperatura está descendiendo—

 

Esa noche las temperaturas bajaron lo suficiente como para que Manis tuviese que aumentar al máximo la calefacción, durmiendo casi abrazado a ella. Cuando sonó el despertador, costó despegarse del calor de las sábanas, sobre todo cuando al respirar dejaba una nube blanca de vaho.

 

Al salir de la tienda, vio al guardaespaldas sentado en frente de la hoguera, con la manta extendida a ambos lados para captar el mayor calor posible. Bajo sus ojos se podían apreciar las grandes ojeras producto del insomnio. Al ver a Manis, señaló el árbol donde estaban atados los caballos.

 

—Uno de los corceles no sobrevivió a la noche y francamente yo estuve a punto de seguirle—

 

—¿Tuviste suficiente leña para pasar la noche?—

 

—Gracias a dios— Dijo Levantándose sin disimular el dolor de sus articulaciones —¿Qué haremos hoy?—

 

—Yo regresaré a la base, creo que por ahora tengo todo lo que necesito. Si me hace falta algo más volveré. No hace falta que me acompañes, sé el camino de regreso. Tú puedes volver a tu ciudad—

 

—¿Cancelas tus planes por mí? El dolor no me impedirá seguir acompañándote—

 

—Tenía planeado desde anoche. Creo que ya tengo la información suficiente como para lanzar un ataque. Ahora solo tengo que regresar y traer el equipamiento necesario. Te recomendaría regresar a tu casa y tomarte un baño caliente. Con suerte no te enfermarás—

 

—¿Entonces ya has decidido donde vas a atacar?—

 

—Si— Manis señaló la atalaya más alejada de la fortaleza —Atacaré en ese punto, aunque la torre puede suponer un problema, los muros son bajos, puedo abrir brecha e ingresar al interior. Probablemente atacaré… a mediodía, cuando estén saciados; les será difícil luchar. Confiaré en terminar con ellos antes de que caiga la noche—

 

—¿Qué día podrás realizar ese ataque tuyo?—

 

—Antes de que finalice el plazo que le prometí a tu señor Fokas ¿Alguna otra pregunta?—

 

—No, con esto mi señor estará más tranquilo. Te deseo suerte en tu regreso a casa—

 

—Si, yo también deseo regresar a mi casa algún día—

 

Recogió la tienda junto con las minas claymore desactivadas y las metió al maletero. Por su parte Hashkar, cavó una tumba para ocultar el cadáver de su caballo. No hubo desayuno, tan solo una despedida formal en la que ambos siguieron su camino.

 

Volteándose una última vez, Hashkar pudo contemplar con asombro, la velocidad a la que Manis se alejaba.

 

A una gran velocidad, recorrió la distancia de seis días en seis horas, vislumbrando su casa al mediodía. Al llegar, fue recibido por su capitán y su ministro de economía.

 

—Parece que pudisteis apañároslas sin mí. La casa está en perfecto orden; no falta comida; no hubo batallas campales con los vecinos… Como os prometí. He vuelto y me alegro de que la hayáis pasado bien, pero tengo muchas cosas que contar—

 

Después de almorzar un estofado de verduras preparado anteriormente por el capitán,  que Manis agradeció después de una dieta a base de hamburguesas, pudo relajarse, mientras que el capitán revisaba con mucha atención los apuntes traídos.

 

—Como puedes ver, es una fortaleza en altura, cuenta con una muralla sólida y un foso que puede servir de trinchera. Está ubicada en un páramo sin obstáculos ni elevaciones que nos puedan servir de cobertura. Su retaguardia está cubierta por una masa de agua, por la cual el sol se posa, lo que les da una ventaja ya nos deslumbraría al caer la tarde, da igual por donde ataquemos. Es impenetrable y muy disuasoria, al menos para nosotros tal y como estamos ahora mismo. Pero no es perfecta. Sus casas están hechas de una mezcla de paja y barro, con techos de paja acumulada. Lo único hecho de piedra sólida es esa… llamémoslo torre. A juzgar por sus ventanas, solo tiene dos pisos y un tejado de paja como todos. Está construida directamente sobre la colina. Su único acceso está restringido por una puerta de más de dos metros. Encontré tocones cerca de la fortaleza. Al parecer talaron los árboles, lo que da a entender que esperaban un ataque—

 

El capitán señaló el mapa con su dedo.

 

—Tiene que ser un asalto nocturno, o uno en madrugada, pero fíjate. Estos círculos son pequeñas hogueras que encienden a diez metros del foso. Iluminan los alrededores para tener tiempo de alertar en caso de ataque. Inteligente. Lo hacen todos los días a la caída del sol. No sé con qué usan de combustible, solo sé que eso es otro problema. Encima de todo hay muchas cosas en las que me mintieron. Ellos no son nómadas, están asentados. Luchar contra nómadas que se mueven sin parar es diferente a un pueblo asentado, debido a que con estos últimos hay una mayor probabilidad de que luchen hasta la muerte para mantener su territorio. Los nómadas ceden terreno, eso obliga a reajustar la logística y el plan de ataque. Y hablando del plan de ataque, necesitamos más potencia de fuego. Por eso, construiremos morteros de ciento veinte milímetros, pero no serán los típicos morteros que se recargan manualmente, les incorporaremos la tecnología del Kalashnikov. Comenzaré con los planos después de darme una ducha—

 

Después de un descanso donde se quedó dormido por un par de horas después de salir de la ducha, Manis entró en el taller, dejó sus armas y municiones en su respectivo sitio y fue a la mesa de planificación, la cual se ubicaba en la esquina contraria al arsenal, al fondo del taller.

 

El capitán entró al taller después de terminar con el cronograma que tenía prefijado, para ayudar a su amo en su trabajo.

 

—Mira Artemon esto es… un mortero— Dijo Manis enseñándole un dibujo muy simple de un rectángulo inclinado con una circunferencia a un lado y algunas anotaciones —Consta de solo cuatro componentes principales: Un tubo, como cualquier arma que tenemos, pero sin ánima, la rotación correrá a cargo del proyectil; luego tenemos una placa base circular o cuadrada, que sirve para dispersar la fuera del retroceso cuando el proyectil estalle dentro del tubo; un bípode con un par de manivelas para elevar o girar el tubo y una mira para calcular el ángulo de caída. Como puedes ver todo gira en torno a que tenemos un tubo y lo vamos moviendo para que pueda disparar, como un rifle muy xxl. El principal problema es que es de avancarga, es decir, hay que meter el proyectil desde la boca del cañón manualmente. La ventaja es su gran alcance, porque es artillería y que el proyectil traza un arco al caer, lo cual puede servir para esquivar obstáculos que con rifle no podrías hacer por obvias razones. En nuestro caso solo somos dos los que vamos a manipularlo, pero el enemigo al que tenemos que enfrentar está atrincherado y nos supera por mil a uno. Así que el modelo convencional no nos sirve, por eso mejoraremos este diseño, lo transformaremos en un híbrido entre cañón y mortero, agregándole un sistema de disparo automático en su base, con ello reducimos el tiempo de recarga y le agregamos más versatilidad al defendernos ¿Lo has entendido?—

 

El capitán se mantuvo estático durante todo el discurso, moviendo solamente las órbitas de sus ojos.

 

—Estupendo, empecemos a fabricarlo enseguida—

 

Empezó creando el mecanismo de disparo. Este consistía en un compartimento dividido en tres partes; un cargador, por el que se introducirían los proyectiles; el sistema de retroceso y contraretroceso, que servía para recargar el siguiente proyectil y un percutor en la base que serviría para accionar el mecanismo.

 

Manipulando el metal mágico, creo la infraestructura, un cerrojo que se introducía en el un compartimento cuadrado, el cual iba unido a unos dos tubos que terminaban en un anillo. El tubo más grueso fue rellenado con aceite junto con un grueso resorte insertado a presión con un pistón de acero introducido en el centro. El tubo más fino estaba conectado al cargador y al grueso por medio del anillo, el cual tenía un agujero por el cual circularía el gas entre ambos tubos. Estos eran el mecanismo de retroceso y contraretroceso.

 

Para hacer el percutor, repitió el mismo paso que hizo con el tubo de retroceso y este estaba conectado en la parte trasera del cargador, funcionando a modo de base.

 

Una serie de engranajes conectaban la palanca de ignición y el mecanismo de selección del proyectil.

 

Una vez listo el corazón del mortero, lo siguiente era crear el tubo de propulsión. Para ello fabricó un trozo de metal de un metro de largo cuyo diámetro interior era de ochenta y cinco milímetros. Su grosor variaba, siendo más fino en la boca del cañón e iba incrementando su grosor a medida que llegaba a la parte trasera, pero el diámetro interior permanecía intacto.

 

Con el mecanismo terminado, tocaba crear la base.

 

Sacó varios discos de metal, a los cuales les talló dientes usando la fresadora. Luego los cortó por la mitad y los unió a una cuna de metal, que era una plancha rectangular curvada de extremo a extremo.

 

La cuna se colocó sobre un eje giratorio que incorporaba un gran rodamiento de bola unido a una base y esta estaba unida a un soporte de metal que contenía el mecanismo.

 

Con la base hecha, colocó sobre ella el mecanismo de disparo e insertó el cañón dentro del cilindro entre los dos tubos, para que coincidiera con un tope que sobresalía del cargador.

 

Para las manivelas de rotación y elevación, optó por un disco metal ennegrecido, en el cual hizo muescas y talló números intercalados antes de colocar la manivela con una empuñadura giratoria. Usando una pintura fosforescente de color chillón, rellenó los surcos para que la numeración fuese clara incluso en plena noche.

 

Miró su obra, suspirando después de todo un mes de trabajo.

 

—Tiene pinta de obús ¿No crees? pero la estética es lo de menos. Lo importante es que puede elevarse en un ángulo de ciento ochenta grados y girar en trescientos sesenta, pero lo más importante, es que dispare. Si no, todo el trabajo de un mes tirado a la basura y si esto no funciona, estaremos en una situación delicada. Saquémoslo a fuera a ver cómo se comporta—

 

Colocando el dispositivo sobre un remolque, fue sacado del taller arrastrado por un quad.

 

Llevaron el nuevo invento hasta el campo de pruebas, una especie de llanura con vistas a una serranía.

 

—En teoría esto sigue el mismo principio que el Kalashnikov. La munición entra por la ranura del cargador, que es esta caja con abertura. Tiramos del cerrojo, este libera el resorte de ignición prendiendo la mecha del proyectil y cuando este sale disparado, el gas avanza por estos tubos reiniciando el proceso. Fácil de entender ¿Verdad? Veamos cómo funciona—

 

Colocó una munición de prueba, una granada de mortero sin carga explosiva, dentro de un cargador de cuatro ranuras. Ese cargador eran solo un par de anillos unidos por varillas.

 

Insertó el cargador dentro de la ranura del mortero, giró el cerrojo atado con una cuerda y no pasó nada. Esperaron algunos minutos creyendo que el proyectil estaba defectuoso, pero el tiempo pasó y todo seguía inmóvil. Jaló de nuevo de la cuerda y tampoco pasó nada.

 

Confundido se acercó al motero y vio que el cargador no se había movido. Lo retiró comprobando que efectivamente la mecha no había alcanzado a prender.

 

Preocupado llevó de nuevo el mortero al taller. Lo desmontó y examinó cada pieza por separado, para luego comprobar su funcionamiento en conjunto poco a poco. Descubrió que le problema residía en que la aguja percutora no estaba lo suficientemente tensada.

 

Aprovechó para ajustar la alineación entre el cañón y la caja percutora, entre otros detalles, antes de volver a sacar el invento al campo de pruebas, tras dos semanas de perfeccionamiento.

 

Introdujo el cargador con cuatro municiones de prueba. Jaló la cuerda esperando que el proyectil cayese sobre la cumbre del monte, pero este siguió volando hasta quedar fuera del rango de visión al caer en alguna parte detrás del monte.

 

Manis soltó un bufido de frustración. Había pasado de un invento que no funcionaba, a un invento que funcionaba demasiado bien.

 

—O me he equivocado en todos mis cálculos, o he creado un obús de granadas por accidente. En todo caso ya no hay tiempo de crear algo nuevo, tendremos que ver como batallamos con esto, tiene más distancia de la que imaginé. No es algo malo en sí, pero complica los cálculos a la hora de fijar blanco porque hay tener más elementos en cuenta. De todas formas, tenemos que calcular qué rango de alcance tiene este mortero realmente—

 

Regresaron de nuevo al taller, en donde empezó a elaborar la receta para hacer bombas de humo. Para ello agarró un matraz y vertió dentro orina fermentada por más de una semana, le agregó polvo de carbón y lo removió antes de ponerlo a calentar. Cuando la mezcla empezó a emulsionar, los vapores pasaron por un captador de humo, a través de un tubo conducidos hasta un recipiente con agua.

 

Cuando los vapores hicieron contacto con el agua en el interior del recipiente, empezaron a formarse pequeños cristales conocidos como fósforo blanco, los cuales se apilaron hasta formar un mineral. En ese mismo reciente insertó una manguera conectada a un bote con una piedra de viento dentro. El agua comenzó a burbujear tiñendo el fósforo poco a poco de color rojo.

 

Sacó el fósforo del agua y lo molió hasta hacerlo polvo.

 

Mezcló el polvo de fósforo con clorato de potasio y lactosa en polvo que hizo hirviendo la leche hasta que solo quedó el suero lácteo y este al secarse se convirtió en polvo, con el cual fue rellenado el proyectil.

 

Preparó el cuerpo de la granada de mortero, la cual no se diferenciaba mucho de una granada de mano, salvo que su forma ovalada terminaba en una serie de hélices fijos. Su interior era de un compartimento con un tubo interno terminado en un compartimento sellado.

 

—Mira capitán esto funciona de esta manera: El cabezal ovalado es en realidad un botón que por medio de un resorte insertado en el tubo interior libera el detonante, que, en este caso es fulminato de plata, e incendia la carga explosiva, pero en este caso solo buscamos que se produzca humo. La parte inferior, tiene un compartimiento relleno de munición propulsora. Que es munición normal, pero al explotar impulsaba la granada. Estas aspas sirven como las… plumas que tiene una flecha, seguro que has visto algunas flechas, detrás le meten plumas para que gire en el aire y mantenga la trayectoria, pues esto es el mismo principio, pero en vez de plumas, son aspas de metal y para que asegurarnos de que explota en todo caso, le añadimos una espoleta de tiempo. Con esto tendremos cierta versatilidad dependiendo contra quién y cómo vamos a luchar—

 

Hicieron algunas granadas más por si alguna fallaba y luego regresaron al campo de pruebas.

 

La primera salva atravesó los picos y a lo lejos se empezó a vislumbrarse una columna de humo. Manis se alejó del mortero buscando encontrar punto en el que pudiese ver la posición del mortero y el humo al mismo tiempo. El resto era aplicar el teorema de Pitágoras para descubrir la distancia.

 

—Tiene un alcance de más de cuatro mil kilómetros— Dijo Manis regresando con el capitán, el cual le esperaba junto al mortero —Es muchísimo alcance. Y si aumentamos la carga propulsora podría llegar aún más lejos. Pero al tener cargador, no podremos ponerle suplementos… Nos viene bien, no me quejo, pero, aunque sea automático, solo disponemos de un cargador para cuatro bombas. Si mejoramos el cargador ampliando su capacidad, aun así, tendremos que rellenarlo a mano para cada tanda. Tararíamos mucho. Pero las granadas no son balas, por eso no se le puede instalar una cinta corredera ¿Alguna idea?... ¿Usar la tecnología del revolver? ¿Quieres que le instale un tambor? Pero igual tendremos que recargarlo a mano—

 

El capitán negó con la cabeza, señaló agarró el cargador del mortero, lo dobló por la mitad, luego sacó su revolver, le quitó las balas, dejó el tambor fuera mientras apuntaba en dirección en la que apuntaba el mortero, metió una bala, hizo girar el tambor e hizo como que disparaba.

 

—¿Quieres que instale un engranaje en forma de tambor con una cadena de en forma el cargador que envuelve la caja de recarga en ambas direcciones para poder retroalimentarlo indefinidamente?— El capitán asintió —Pero igual tendremos que recargarlo a mano… Aun así, multiplicaremos por mucho la carga inicial, pero tardaremos también el doble en la recarga. Está bien, probaremos tu sistema—

 

Sacó piezas del metal mágico con la cual formó eslabones de una cadena con cilindros en cada eslabón. La cadena tenía las dimensiones del cargador del mortero y encajaba en el engranaje interno que movía el cargador.

 

Soldó en ambos laterales dos soportes, con un engranaje rotatorio entre cada soporte, con la diferencia era que uno servía para recargar munición con mayor facilidad y el otro ayudaba a mover y tensar la cadena.

 

El mecanismo funcionaba de forma rudimentaria, pero permitía cargar hasta más de diez proyectiles.

 

—Bueno, al menos funciona, pero me preocupa que con uno solo no sea suficiente. Mejor construir otro más. Sí, sé que será un coñazo, no me mires así, pero lo haremos en menos tiempo—

 

Tras tres semanas más de producción sacaron del taller otro híbrido entre mortero y cañón, el cual funcionaba como el primero.

 

—Ahora que tenemos el arma, debemos crear la munición, y esta debe ser acorde a la misión a realizar… Sé que ese pueblo tiene casas hechas de paja, sus murallas son de madera… ¿Munición incendiaria tal vez? Funcionaría para abrir brecha, pero debemos tener en cuenta que el enemigo usa caballería, por lo que podrían realizar una contraofensiva, así que, necesitaremos también munición de alto poder explosivo lleno de perdigones; y esto me lleva a pensar, que, si en el mejor caso tomamos la posición y ellos realizan su propia ofensiva, teniendo en cuenta lo numerosos que son, puede que con las Kalashnikov no sea suficiente. Disparan una bala por ronda. El mortero nos puede venir bien, hasta cierto punto, pero llegado el momento, es posible que rebasen nuestras defensas. Apuntar el mortero por su tamaño llevará tiempo y ellos van a caballo. Un caballo puede alcanzar los setenta kilómetros por hora, nos alcanzarán enseguida. Necesitamos un arma que afecte a varios enemigos en un corto-medio alcance, una escopeta nos podría venir bien… ¿Qué que es una escopeta? Una escopeta es prácticamente un rifle, pero en vez de balas dispara cartuchos llenos de perdigones, estos al ser disparados se dispersan en arco a los lados y a corta media distancia pueden alcanzar a varios objetivos. Hacer una es fácil, construiremos una Kalashnikov normal, adaptamos el cañón y el sistema de recarga para que dispare cartuchos, que son más grandes que las balas. Lo bueno de la escopeta es que al disparar perdigones no necesita ánima, de hecho, esta podría jugar en su contra, los perdigones se atascarían dentro. Si, haremos primero un par de escopetas, nos vendrán bien—

 

Dejando la creación de la munición del mortero en reposo, dedicaron sus esfuerzos a crear dos escopetas, agregando dos nuevas armas más al arsenal. Lo hizo en menos de dos semanas, aprovechando los modelos fallidos que hizo con anterioridad buscando mejorar sus rifles de asalto..

 

—Sabes; la escopeta se intentó prohibir en cierta guerra. Era porque su munición de dispersión limpiaba por completo trincheras y espacios cerrados ¿Por qué no fabriqué esto en vez de la Kalashnikov? Por varias razones. La pólvora que usaba en aquel entonces no era muy fiable y la penetración de la escopeta ya es de por sí inferior a la de un rifle; no sabía contra qué me iba a enfrentar y necesitaba algo mucho más fiable—

 

El capitán asentía mientas comparaba el rifle con la escopeta. Estéticamente la no se diferenciaban mucho, incluso el cargador era igual, pero si uno se fijaba bien vería que ese mismo al igual que el cañón era mucho más abombado.

 

—Volviendo al tema de las bombas, vamos a hacer munición incendiaria, que es la que más vamos a necesitar. Perfectamente lo podríamos fabricar usan fósforo mientras sigue siendo blanco, pero en realidad el fosforo blanco sirve más para señalar objetivos y crear cortinas de humo para escapar. Nosotros necesitamos algo que se esparza, alcance altas temperaturas y mantenga su calor por mucho tiempo. Necesitaremos termita y munición termobárica—

 

Empezó conectando un par de barras de hierro a una pila. Los más gruesos iban conectados al polo positivo y los más finos al negativo. Estos fueron colocados en un matraz con una campana extractora de gases que a su vez estaba conectada a una gruesa bombona de acero con un medidor de presión.

 

El matraz estaba lleno de agua mezclada con sal.

 

—Sabes, irónicamente el agua no conduce la electricidad, necesita un aditivo para sea conductora, como sales o ácidos—

 

El capitán miró como en el interior del recipiente se empezaban a formar burbujas, mientras el agua se teñía de rojo y posteriormente se ennegrecía.

 

—Lo que está pasando dentro se llama electrolisis. Es decir, la descomposición de elementos por medio de la electricidad. Es el mismo proceso que hicimos calentando metales para separarlos, pero en vez de fuego usamos electricidad, es un poco más controlado que usando fuego. Ahora lo que ves, es hierro y agua descomponiéndose al mismo tiempo, El hierro se une al oxígeno del agua y forma esta mancha negra, mientras que el hidrógeno se separa, viaja por este tubo hasta esta bombona y se almacena aquí—

 

Cuando las barras se disolvieron convirtiéndose en una masa rojiza negra, Manis cerró la llave de la bombona, retiró el matraz colocándolo sobre una llama para que el agua restante se evaporase. Quedando solo una masa cremosa, la vertió sobre una plancha de metal y esta la colocó sobre el fuego para continuar con el proceso de secado.

 

Retiró el óxido de hierro ya seco pero apelmazado y lo metió en un bote con bolas de metal. Colocó el bote en el plato del torno y activó la máquina. Las bolas molieron la masa del óxido de hierro y a través de un tamizador consiguió el polvo de hierro.

 

Construyó su granada colocando un papel alrededor del tubo interior, lo llenó de nitrocelulosa, en la parte interior y de polvo de hierro, mezclado con magnesio en la parte exterior. Entre ellos colocó un par de cápsulas alargadas llenas de hidrógeno con algunas barras de ferrocerio. Retiró el papel con cuidado dejando que ambas partes se unan, pero no se mezclen.

 

—Sabes, en realidad la termita no sirve para hacer bombas. Su reacción química es muy lenta. Tarda en quemarse. Las bombas necesitan que las reacciones sean instantáneas, hay que generar mucha energía en muy poco tiempo, por eso añadimos estas esferas de hidrógeno. El hidrógeno es muy inflamable, cuando estalle dispersará la termita por todas partes, o eso es lo que espero esto haga—

 

Manis no quiso probar su bomba directamente en los morteros híbridos por temor de que un accidente los deje hechos chatarra. Por ello sacó un tubo normal con un bípode simple y una base con aguja activadora. La granada fue insertada en la boca del cañón, soltada inmediatamente mientras se apartaba tapándose los oídos a pesar de tener algodón dentro.

 

La granda causó una onda expansiva que levantó el polvo del campo y voló hasta la falda del monte, incendiándose antes de tocar el suelo. La carga cayó como una ducha de lava, lo cual no llegó a satisfacer al esminets. Esto le obligo a reajustar la composición de sus bombas hasta conseguir que esta realizase el efecto deseado.

 

Una vez obtenidos los prototipos, estandarizó el proceso dejando al capitán a cargo su la fabricación, mientras el propio Manis preparaba la comida distrayéndose del trabajo.

 

Comieron cansados por el trabajo repetitivo que era crear la munición de mortero debido a que la máquina que hacía las balas no podía adaptarse para hacer las granadas, pero sí para la munición de escopeta. La comida ese día era pasta gratinada con carne de cerdo. Apenas sintieron el sabor de la comida.

 

Al día siguiente, el desayuno consistía en una taza de zumo de frutas varias. Se habían empachado demasiado debido a que comieron en exceso.

 

—Tomémonos un par de días de descanso de la munición. Por ahora nos vamos a centrar en otra igual de importante, ahora que tenemos armas. Estoy hablando de nuestro equipo de protección individual, creo que es tiempo de mejorarlo un poco, pues creo que vamos a luchar en la oscuridad, necesitaremos gafas de visión nocturna. Las podemos incorporar al casco del quad, su visera hará de soporte y además podemos blindar un poco el chaleco para los cargadores, así, aunque tengan proyectiles, no nos matarán de inmediato, pero primero es hacer las gafas de visión nocturna y tenemos todo lo necesario para fabricarla—

Las gafas de visión nocturna simplemente detectan la poca luz visible y la amplifican y para ello necesitaba crear un tubo fotomultiplicador.

 

En primer lugar, necesitaba un material que absorbiese la luz y la convirtiese en señales eléctricas.

 

Metió a dentro del horno dos pequeñas cajas de titanio con tubos que salían a fuera del horno, se unían mediante una conexión y terminaban a dentro de un tubo de vacío, encima de un sustrato. En el interior de las cajas había depositado un metal conocido como antimonio y otro metal llamado cesio. Calentó las cajas hasta que alcanzaron los seiscientos ochenta grados, temperatura en la cual los metales internos no solo se fundían, sino que se evaporaban, mientras que las cajas de titanio aguantaban pues necesitaban mil grados más para empezar a fundirse.

 

Los vapores de cesio y antimonio fueron transportados hacia el frío sustrato, condensándose para formar una lámina de antimoniuro de cesio.  Tanto el cesio como el antimonio podían conducir la luz y esta nueva lámina tenía la capacidad de amplificar las señales de luz.

 

Vertiendo el vapor solo del antimonio sobre una superficie de vidrio consiguió crear un fotocátodo.

 

Estos dos electrodos los introdujo a dentro de un tubo de vacío con una capa interna de fósforo blanco en polvo mezclado con polvo del cristal luminoso.

 

La estructura de las gafas era muy ancha, distanciándose de las gafas nocturnas parecidos a binoculares. Estos tenían más parecido a gafas de motorista fusionadas con binoculares. Las ató a la visera del casco de moto para mantenerlas a la altura de los ojos.

 

Terminó de construirlas cuando el sol y la noche empezaba a teñir el campo con su oscuridad. Sin perder tiempo siquiera en cenar, salió a probarlas.

 

—Sorprendentemente funcionan— Dijo Manis emocionado —Se ve un poco granulado, pero puedo ver, pruébalos—

 

Le pasó el caso a su capitán. Cuando experimentó la visión nocturna quedó muy confundido. Mientras Manis regresó a su casa estirando sus brazos con la sensación de que se quitó una carga de encima. Tenía hambre, y como le prometió a su capitán, hizo pelmenis. La receta era simple: carne picada con cebolla y especias envuelta en masa en forma de esferas, las cuales se hervían hasta que se arrugaban, luego se sacaban de la y se servían en un plato. A Manis le gustaba comerlos con un poco de caldo de la olla, con mantequilla y pimiento molido, mientras que el capitán los prefería escurridos con una crema agria. Las bolas sobrantes sin cocinar, se colocaron sobre una bandeja y se congelaron en la nevera para su posterior disfrute en otra ocasión.

 

Pasaron algunos meses desde que regresó de la expedición al imperio. La fecha límite se estaba acercando, así como la preocupación por el estado de los caminos era lo que quitaba el sueño a Manis, porque ahora que tenían el armamento, debían idear el modo de trasladarlo hasta el lugar del conflicto.

 

Agarró el quad y salió a dar una vuelta, pero no logró ir demasiado lejos y menos cruzar la frontera, pues la nieve y el barro hacían resbalar las ruedas. Puso la marcha en reversa, desmontó del vehículo y lo empujó en dirección contraria mientras aceleraba, logrando sacar su quad del lodazal.

 

Regresó a casa e informó sobre las condiciones del camino. Decidieron colocar cadenas en las ruedas, pero eso solo solucionaba una parte del problema. La nieve de las montañas no se derretiría hasta pasada la primavera. Su espesura podía llegar hasta los muslos. Los pueblerinos de las aldeas montañosas ataban raquetas a sus pies para sortear la nieve, pero no se podía colocar raquetas a las ruedas de un carro, necesitaban apartar la nieve, pero los quad no tenían fuerza suficiente como para abrirse paso por la nieve y cargar con los morteros y la munición al mismo tiempo.

 

Fue entonces cuando Manis volvió su mirada al polvoriento tractor olvidado en el garaje. Su potencia era suficiente como para arrastrar troncos pesados y las cadenas de sus ruedas son ideales para terrenos sin camino. Sin embargo, se manejaba a través de un cable conectado a un mando; no tenía asientos, ni forma de instalarlos.

 

Comenzó desmontando el mando de control unido al grueso cable del chasis. Soldó un par de brazos en la parte frontal.

 

Trajo el segundo quad del garaje, le retiró las ruedas traseras y su carrocería.

 

Atornilló el chasis a los brazos del tractor. El cable de control fue conectado al sistema de dirección del quad, pero con el sistema de giro del propio tractor desconectado. Esto permitía que la dirección quedase a cargo de las ruedas delanteras del quad, mientras que las ruedas del tractor se encargaban de la tracción del vehículo. El propio motor del quad proporcionaba tracción delantera, mientras que la batería interna actuaba como fuente auxiliar del tractor.

 

El sistema hidroneumático que ambos vehículos compartían, permitió ajustar su altura, y obtener un equilibrio opimo.

 

Creó una plancha cóncava usando una aleación de acero de alta resistencia, pues mover tanto la nieve como la tierra castigaba mucho el metal. Esta plancha fue instalada en el frontal del quad, sobre un pequeño motor hidráulico que controlaba su elevación.

 

Extrajo varias chapas más, las cuales soldó en los laterales de la parte posterior del tractor, asegurándose de que la lámina de la parte trasera, fuese móvil colocándose un par de bisagras en la base y unos ganchos a cado lado que la mantendrían unida a las demás.

 

Con la incorporación de la pala quitanieves, volvió a montar el chasis y los asientos al quad, terminando así su nuevo invento, un vehículo semioruga con pala de quitanieves.

 

Salió con él a dar una vuelta, seguido de su capitán, quien por insistencia de Manis, conducía el segundo quad a regañadientes.

 

Atravesaron valles, subieron colinas escarpadas y llegaron hasta donde la nieve imponía su presencia sobre los viajeros. La pala rindió bien en cada situación apartando los obstáculos y creando caminos por los cuales el quad no tenía problemas para recorrer.

 

Llegaron hasta la cima de una colina nevada, en donde realizaron una parada para contemplar el horizonte, mientras tomaban una sopa caliente en un termo. Momento en el cual Manis se levantó del medio de transporte, para poder verlo en perspectiva.

 

—Ventajas del diseño modular. Fue un acierto haber implementado esta práctica para todo; puedes unir un tractor a un quad y seguirá funcionando como si fuese diseñado y construido desde el principio. Aunque el diseño semioruga realmente no me termina de agradar, le da una apariencia muy anticuada, pero funciona mejor de lo que esperaba y eso es lo importante. Ahora solo queda construir los vagones, continuar fabricando munición y entrenar con los morteros—

 

Al regresar a su base, después de entrar en calor, empezaron a construir los vagones.

 

Empezaron soldando varas de metal entre sí, formando la base del carro. No era algo muy elaborado, pues tampoco pusieron diferenciales, solo una suspensión de muelle para que la carga asegurara la suficiente estabilidad como para no activar la munición al pasar por un bache. Las ruedas eran las mismas que sueño para el quad, pues con la suspensión, el carro ya había ganado una altura considerable, unas ruedas bajas contribuirían a mantener un centro de gravedad bajo y así evitar que volcasen.

 

Fueron al almacén de madera y de los troncos más grandes, cortaron tablas gruesas. Estas servirían para hacer el suelo y las paredes del carro.

 

Abriendo la válvula del soldador, sacaron una potente llama con las cual carbonizaron las caras de las tablas, con ello la madera ganaría resistencia frente a las inclemencias del tiempo.

 

Atornilló las tablas formando las paredes y luego las pintó con colores verdes y grises complementando el color negro para crear el efecto camuflaje.

 

Construyó un total de cuatro carros, pero, además, soldando planchas de metal en los laterales del tractor, consiguió una caja de carga, que actuaría como un quinto carro.

 

Terminados los carros, el resto del tiempo la pasaron creando munición y realizando ejercicios de práctica hasta que terminó el último mes del invierno.

 

La última semana se prepararon para partir a la batalla. Habían preparado comida para más de un mes, la cual introdujeron en los carros junto con algunos utensilios y un par de hornillos eléctricos; llenaron los carros hasta arriba con munición, alambre de espino, granadas claymore, tiendas de campaña, herramientas varias, así como un par de ruedas de repuesto y un par de radiadores para combatir el frío.

 

Ataron cadenas a las ruedas del quad; distribuyeron los carros conectando tres de ellos al semioruga y uno al quad del capitán. Los morteros iban acoplados detrás del último carro, quedando uno en cada vehículo.

 

Por último, se equiparon con el equipo de protección individual: Cascos con gafas nocturnas, chalecos blindados, rodilleras y el poncho blindado que llegaba hasta los muslos.

 

Antes de partir, Manis ordenó al capitán formar detrás de los transportes, a cuyo lado se incorporó el carcayú, mientras Manis se colocaba en frente de ellos.

 

—¡Soldados!… ¡Firmes!… ¡Descansen!… Estos últimos días nos hemos preparado tan bien como hemos podido. Hemos fabricado suficiente munición como para invadir Polonia dos veces. Hemos mejorado considerablemente nuestro poder de fuego, integrando con nuevas armas, nunca antes vistas. Poseemos el mejor entrenamiento y los mejores guerreros. No hay nada, ni nadie que pueda hacernos frente. Desde hoy… El mundo recordará el día en que nació el primer ejército motorizado de la historia. Ya no somos una infantería regular que iba caminando a todas partes ¡Ahora somos el primer cuerpo de infantería motorizada! ¡Victor, te encargo la misión de cuidar y proteger la base! ¡El resto… todos a sus puestos!—

 

Encendiendo motores, pisando el acelerador partieron hacia el combate.

 

Entrando a la capital del kazayato, la ciudad de Sogdya, el kaz Fokas, acompañado de su séquito llegó desde la capital del imperio, Rafsanjan, portando un semblante decaído que difícilmente lograba ocultar.

 

Desmontó de su caballo purasangre, dejando que los sirvientes se lo llevaran al establo.

 

Avanzó por la puerta que daba acceso a su mansión, un gran arco ojival en medio de dos torres hecha de cuatro columnas que terminaban en una cúpula en forma bulbo, las cuales eran en realidad las atalayas de los centinelas.

 

Llegó hasta el patio interno, un entorno delimitado por columnas con arcos de herraduras de colores rojos y blancos alternados, en cuyo centro había una fuente rectangular, cuya agua llegaba desde una fuente hexagonal detrás de la misma, desde la cual el agua salía a chorros. La fuente rectangular estaba rodeada de palmeras que daban sombra a un banco orientado a la fuente. Dicha fuente era usada a menudo por los centinelas y criados, quienes discretamente se refrescaban en ella. En dicho lugar, la escolta del kaz empezó a desbandarse poco a poco, tomando de nuevo los roles que abandonaron al acompañar a su señor en su viaje.

 

El patio terminaba en una gran puerta de madera, en la cual, el mayordomo encargado a la administración y gestión del lugar, le recibió con la suma cortesía que imponía la etiqueta, una rodilla en el suelo, cabeza agachada y mano derecha en el corazón.

 

—Álzate, Javangir— Ordenó el kaz.

 

El mayordomo se levantó y acompaño a su señor a su habitación, la cual era poco espaciosa comparado con los amplios salones de altos techos. Una vez ahí, le ayudó a cambiarse de ropa en colaboración con otros mayordomos.

 

—¿Cómo fue en su reunión en el djwan?—

 

—Una sucesión de catastróficas malas noticias—

 

—¿Logró el apoyo del khwarazshah?—

 

—Esto te lo cuento a ti y solo a ti— Dijo antes de echar a los demás sirvientes de sus aposentos —Fue todo a peor. Primero estuvimos cuatro días debatiendo sobre la cuestión de la futura guerra civil del reino vecino y nuestra intervención en la misma, cómo podríamos sacar tajada de ello y demás temas del exterior. Digo debatimos, porque yo no tuve ni media palabra en el asunto. Entonces llegamos a mi petición de más fondos para reconstruir el ejército. Apelé a la voluntad del khwarazshah, argumentando que, por nuestra cercanía con el reino vecino, teníamos problemas con unos invasores, y necesitábamos más fondos, pero entonces intervino Zaganos, y ya te lo estarás imaginando, con su sonrisita de niño mimado en esa cara afeminada y su gran lengua de oro, envenenó el oído de todos con el pretexto de que yo era indigno de mi posición porque mis artes llevaron a la ruina de todo el ejército, que era un peligro para el imperio porque no podía lidiar con una simple revuelta ¡Cuando él mismo fue el armó y financió a esos mismos rebeldes!—

 

—¿Le hizo saber eso mismo al djwan?—

 

—Lo intenté, pero el khwarazshah emitió su edicto: le dio nuevos poderes a Zaganos, obligándome a trabajar en conjunto con él para resolver el problema— Se sentó sobre la cama y agachó la cabeza —Este asunto con los sirukalpes… maldito seas, Zaganos—

 

—¿Llamo al general para una reunión de emergencia?—

 

—Por ahora no… ¿Ha habido alguna noticia de Hashkar?—

 

—Me temo que los caminos han sido sepultados por la nevada. Su tránsito es imposible, pero él sigue haciendo guardia. Según informó, ese sujeto, Manis, viaja en un carromato que se mueve solo, sin tracción animal, esas fueron sus palabras—

 

—No recuerdo haber visto tal carromato cuando fui a visitarle, pero quizás con ese transporte mágico pueda sortear la nieve—

 

—Señor, los carromatos no son trineos, siquiera la magia consiguió hacer que las ruedas no se atascasen en la nieve o el barro. Mi mejor consejo es mantener las ilusiones al mínimo y afrontar la realidad inmediata—

 

—Tienes razón. Si el gobierno no me presta dinero, pagaré nuestra supervivencia con mis propias arcas, aunque eso me lleve a la ruina—

 

En la pradera, un frío y seco viento arrastraba nubes que sorteaban el paso montañoso cubriendo el cielo poco a poco con su manto. Bajo el mismo, en una improvisada tienda de campaña, ubicada en una colina, con vistas al valle que conducía al reino vecino, Hashkar vigilaba el camino mientras tomaba un sorbo del brebaje caliente de una taza. Acercándose a él, un joven chico de ojos oscuros y cabellos ondulados, le trajo un plato cóncavo de madera con un guiso de verduras cocidas con queso.

 

—Gracias, Mazræj. Siéntate, come conmigo—

 

El chico obedeció, agarrando su propio plato y sentándose a su lado.

 

—Llevamos mucho tiempo aquí. Ya he perdido la cuenta las noches que han pasado— Dijo Mazræj —Los caminos están sellados por la nieve—

 

—Eso parece—

 

—Dios ruegue de que quiero mantener buena cara a esta situación, pero llevamos esperando demasiado tiempo, tengo la sensación de que no va a venir—

 

—Es lo que yo llevo pensando desde el primer mes—

 

—¿Entonces por qué seguimos aquí?—

 

—Porque es mi deber. He de cumplir las órdenes del señor Fokas. Mi honor y el de mi familia está en ello y esto también te concierne. En un futuro el señor depositará su confianza en ti. Incumplirá y traicionarla es el peor crimen—

 

El joven se atragantó con la comida, pero su miedo le impidió reaccionar a ello y simplemente tragó el dolor y la molestia tomándose un trago.

 

Con la caída del sol del mediodía, Hashkar vislumbró de casualidad, un camino en el valle que antes no estaba ahí y algo parecí arrastrarse en su dirección. Hashkar no tenía prismáticos, pero sí tenían cuarzo pulido, el cual lo utilizaban para ver la lejanía, con ello pudo vislumbrar dos vehículos, uno de ellos lo reconoció. Inmediatamente se levantó sorprendiendo a su escudero.

 

—Ha llegado—

 

Tras atravesar la nieve del valle, el camino comenzó a perder nieve gradualmente, lo que hizo que la pala del quad semioruga ya no sea necesaria, pero al levantarla, tapaba la visión del conductor, un error de diseño que Manis tardó en descubrir, pero a pesar de ello vio como dos jinetes se acercaban hacia él.

 

Aparcaron los vehículos en un perímetro circular y tomaron posiciones de defensa, hasta que Manis reconoció a Hashkar, momento en el que depuso sus armas, pero dejó al capitán en su posición, mientras salía a recibirles.

 

—Buenos días— Soltó Manis levantando la mano, haciendo el gesto del saludo.

 

—Que la fortuna esté con vosotros— Saludó Hashkar después de desmontar, quedando cara a cara con Manis —Me alegra que hayas podido venir, pero el camino estaba sepultado, hasta hubo avalanchas ¿Cómo lograsteis abriros camino?—

 

—Conduciendo con seguridad— Manis miró al segundo jinete, un chico de más o menos su edad, muy delgado a diferencia de él.

 

Hashkar enseguida entendido la mirada de Manis y extendió la mano hacia el jinete, indicándole que desmontara.

 

—Este es mi criado, Mazræj— Miró al capitán, esperando que Manis entendiese también su intención y le presentara.

 

—¿Ha habido algún cambio con respecto a la situación o con el enemigo?—

 

—No entiendo—

 

—Que, si ha ocurrido algo, movimiento en el campamento, anulación unilateral del contrato, algo fuera de lo común—

 

—Ah… nada fuera de lo común, salvo… de algún modo, los sirukalpes se enteraron que alguien les a atacar y reforzaron el lugar que dijiste, que iba a atacar y reforzaron los centinelas, sobre todo al mediodía—

 

—Eso son malas noticias—

 

—¿Qué hacemos ahora?—

 

—Volved a montar, nos reubicaremos en aquella dirección— Dijo Manis señalando en dirección a una elevación del terreno lejos del campamento enemigo —Manteneos a mi lado—

 

Subió al quad semioruga, y condujo hacia la dirección señalada. Redujo la velocidad lo suficiente para igualar el trote de los caballos, a lomos de los cuales, Hashkar se dio cuenta de iban en dirección contraria al sitio que dijo que iba a atacar, además de que no se detuvieron en el sitio indicado, sino que continuaron alejándose de la fortaleza, lo que aumentó su preocupación.

 

Manis se detuvo a varios metros detrás del montículo, estacionando los vehículos a las faldas del montículo. Los jinetes desmontaron detrás de él y ante su mirada, desenganchó los vagones del mortero y el quad, para luego usar el propio vehículo y remolcar los morteros detrás de los carromatos, en donde los montó con ayuda del capitán.

 

—Tenía razón, señor, esos carromatos se movían solos ¿Qué clase de magia era esa?—

 

—¡Así que… ¿Eso es en lo que has dedicado tantos meses? ¿Un par de tubos y carros!?—

 

—Lo que el tiempo me permitió—

 

Hashkar se contuvo en hacer preguntas mirando para otro lado.

 

Manis terminó de instalar los moteros, para luego subir al montículo, llegando a rastras a la cima, desde la cual tenía visión completa de la fortaleza enemiga. Tras estimar la distancia bajó y reajustó los morteros de nuevo.

 

El sol estaba ocultándose en el horizonte, pero todavía la luz no se había desvanecido. Momento que Manis aprovechó para tomarse un pequeño descanso antes de iniciar su operación.

 

—No vamos a hacer ninguna hoguera, si quieres calentar o cocinar algo, usa esto—

 

Sacó un hornillo eléctrico, que era una caja cuadrada, con una resistencia en forma de espiral de metal, conectada a una pila ubicada en el interior de la caja. Y lo colocó sobre una roca. Colocó una taza de aluminio sobre ella, ya para sorpresa del guardaespaldas, el agua empezó a ebullir.

 

—Reconozco que tienes unos artilugios muy interesantes y prácticos me atrevería a decir ¿Eso puede calentar en cualquier lugar?—

 

—Así es, lo he construido con ese fin. Puedes disponer del hornillo como te plazca—

 

Pasaron las horas y el grupo, se reunió alrededor del hornillo eléctrico, no preparando la cena, pues a pesar de haber pasado el resto del día conduciendo, ninguno tenía apetito, sino un té de frutas con miel que se caracterizaba por tener un sabor intenso, tanto que hizo toser a Hashkar con solo tomar un sorbo.


—Válgame, ni siquiera tiene alcohol y ya me está faltado el aliento. Pero es muy dulce—

 

—La última vez no llegué a preguntarte— Habló Manis —¿Cómo se entretiene tu gente?—

 

—Bueno, tenemos varias fiestas religiosas a lo largo de las estaciones. En ellas realizamos rituales con comida y música, una de ellas…—

 

—Me refería a cómo se divierte la gente, al margen de las fiestas. Imagina que un día no hay celebraciones religiosas programadas y estás aburrido y sin nada que hacer ¿Cómo te entretendrías?—

 

—Es una pregunta un poco vaga ¿Te refieres a alguna actividad en específico?—

 

—Entretenimiento, espectáculos de música, torneos de deportes, juegos ¿Los hay aquí?—

 

Hashkar se rascó la cabeza mientras meditaba.

 

—…Si… Tenemos ese tipo de actividades, salvo eso de los torneos de deportes, no sé a qué te refieres—

 

—Pues, como su nombre lo indica, un torneo normal y corriente, pero centrado en un deporte—

 

—¿Algo así como un torneo de cacería?—

 

—No, como un juego donde se compite por un premio—

 

—Eso con cosas muy del vulgo, mi señor no participaría en algo así, ni él, ni ningún otro kaz—

 

—No estaba hablando de Fokas precisamente— Susurró Manis disgustado —¿Y qué hay de los teatros, qué cosas muestran o cuentan?—

 

—Se cuentan historias antiguas, gestas heroicas… mis disculpas, no soy muy aficionado a esos eventos. No sabría decirte mucho más, pero me sorprende que le interesen esas cosas, en el buen sentido—

 

—Simplemente me dio curiosidad saber qué clase de gente sois—

 

Mazræj, cansado oír conversaciones banales, intervino llamando la atención del esminets.

 

—Oye… Manis ¿De verdad eres el asesino que contrato el señor Fokas?—

 

—Me contrataron para un trabajo, eso es todo—

 

—Recuerdo que me contaron aquella batalla que tuviste en el bosque, te enfrentaste a más de quinientos y los mataste a todos y cada uno de ellos, y saliste sin ningún rasguño— Narró lleno de emoción —Dime ¿A cuántos llegaste a matar en total? Y tu amigo ¿A cuántos ha matado él? Yo he matado a cinco hombres y mi valentía me permite afrontar cualquier situación. No tengo miedo a nada…—

 

Manis volvió la mirada hacia Hashkar.

 

—¿Qué tipo de música tenéis? ¿Qué instrumentos tocáis en esta tierra?—

 

—Tenemos, instrumentos parecidos a los que hay en tu reino, un poco con otro nombre y con otra forma, pero la base es de cuerda y viento, flautas de caña, tambores de fan, ruds de quince cuerdas—

 

—¿Quince cuerdas? Deben faltarles dedos a los músicos para tocarlas todas—

 

—He escuchado a varios y créeme, apenas pasan de la mitad de ellas, las cuerdas superiores están un poco como decoración, pues sueltan un ruido muy grave que no llega a combinar con la melodía ¿Tocas algún instrumento?—

 

—Aquí… solo uno— Manis sacó su harmónica —Un instrumento de metal ¿Te suena de algo?—

 

Hashkar miró el instrumento, pero sin llegar a tocarlo.

 

—Es la primera vez que oigo acerca de instrumentos de metal—

 

Enfadado debido a la falta de atención, Mazræj alzó la voz interrumpiendo la conversación.

 

—Esos tubos que has colocado son muy extraños ¿Sirven para algo?—

 

El chico se levantó sin previo aviso para acercarse a los morteros, cosa que alarmó a Manis, quien se levantó de golpe gritándole que se detuviera, pero ante la negativa, desenfundó su arma al igual que el capitán. Hashkar, quien entendió la gravedad de la situación, fue el que más gritó a su sirviente para que se detuviera. Le agarró por el brazo y lo alejó de las armas, tranquilizando al esminets. Aquello fue el punto de inflexión, pues desde ese momento, Manis tomó distancia de ellos, terminando aquella conversación de hoguera y enfriando los ánimos.

 

Mientras Hashkar reprendía a su sirviente de duras maneras, Manis volvió a subir a la cima del monte para hacer una nueva evaluación del estado en el que se encontraba el enemigo.

 

Cayó la noche con el manto oscuro alcanzando el horizonte, y Hashkar sentía que algo no iba como debía. En el tiempo que pasó con Manis, notó que él preparaba todo con antelación, en un orden sistemático y muy disciplinado. En comparación, no montó la tienda y tampoco daba indicios de querer hacerlo. Con todos esos carromatos que trajo consigo, de seguro que trajo una tienda de campaña consigo, pero el que no la haya montado solo significaba una cosa: Un ataque nocturno.

 

La idea de un ataque nocturno era una táctica a tener en cuenta en cualquier ejército. Era una forma de castigar la indisciplina y confianza del enemigo con la muerte y esta, a su vez servía de ejemplo a futuros generales. Sin embargo, se precisaban ciertas condiciones para su éxito.

 

Primero debía haber luna llena para que los ejercicios pudiesen ver mínimamente a donde se dirigían y contra qué iban a pelear. Se podía lanzar ataques en luna nueva, pero para ello, se necesitaba un conocimiento profundo del terreno, y aunque Manis realizó un reconocimiento previo, una cosa era estudiar el terreno y otra cosa era conocerlo. Y sin embargo este día, no solo no había luna, sino que el cielo estaba nublado. No había amenaza de lluvia, ni tormenta. Pero la oscuridad era total, podrías desorientarte con solo voltear un momento.

 

Segundo, se atacaba aprovechando el descuido enemigo, pero aquí, no solo los sirukalpes estaban al tanto de un ataque, sino que habían duplicado su guardia.

 

Tercero, estaban demasiado lejos como para hacer algo.

 

Hashkar intuía que esos tubos debían cumplir alguna función que su imaginación no lograba vislumbrar, además de que, con la oscuridad imperante, no veía ni sus propios caballos, que estaban a uno pasos de ellos, pues Manis les prohibió encender farol o antorcha alguna. Entendió el porqué de la estufa mágica que se calentaba sola, no quería fuego o humo alguno que delatase su posición, pero no entendía, cómo era posible que esos dos pudiesen moverse con tanta agilidad. Fijándose mejor, distinguió un tenue brillo verde dentro de sus cascos, brillo que les distinguía en medio de la noche, justo a la altura de los ojos. Se llevó la mano a la boca preguntándose si realmente había construido algo que le permitía ver en la oscuridad, como un búho. De ser así, podría atacar en cualquier momento.

 

Pasaron las horas. Lentamente. El silencio, el cansancio, la inactividad y la oscuridad incitaban al guardaespaldas a irse a dormir, tal como mandó hacer a su sirviente. Pero su sentido del deber, al igual que la curiosidad, en menor medida, le obligaban a seguir manteniendo los ojos abiertos, con tal de ser testigo de todo lo que acontecería, para informar a su señor con la mayor completitud.

 

Se tornó las tres de la mañana, tal como marcaban las manecillas del reloj de pulsera. El momento de actuar.

 

Revisaron la orientación del mortero y dispararon una salva de mano del capitán, mientras Manis supervisaba el trayecto del proyectil, el cual cayó en la trinchera enemiga, lo que sería un éxito en el mundo moderno, en este nuevo mundo fue un fracaso. Elevaron el cañón y dispararon otra salva, la cual recorrió el cielo e impactó contra la muralla más lejana. Trazando un rango desde el punto del primer impacto hasta el segundo impacto, teniéndose en cuenta los grados de inclinación vertical usados, Manis bajó de su posición y procedió a dar las órdenes.

 

—¡Inclinación vertical entre cincuenta y seis con setenta y cuatro, hasta setenta y uno con veinte! ¡Disparo automático, rotación cero cinco tres!—

 

Los morteros escupieron proyectil tras proyectil, hasta agotar el barril de recarga. Generando una onda expansiva con cada explosión, hizo saltar de la cama a Mazræj, quien miró sin entender nada, al igual que su señor lo que estaba pasando.

 

Granadas de mortero volaban entre la fría noche en dirección al interior de la fortaleza. Estallaban al tomar contacto o por acción de una espoleta de tiempo. Liberaban olas ardientes que envolvían a los residentes, alejando la lúgubre gelidez de la noche, para dar paso un luminoso manto ígneo, que los abrasaba hasta su último aliento.

 

Explosiones de fuego por todas partes, perdigones camuflados entre ellos herían e inmovilizaban a los sirukalpes, haciéndolos presa fácil de las llamas.

 

Una nueva ola de bombas impacto repetidas veces sobre la torre ubicada en altura.

 

El fuego de la termita carbonizó y desintegró la madera del techo pasando a los niveles inferiores, causando una reacción en cadena que derrumbó la torre.

 

Los sirukalpes fueron sorprendidos y sobrepasados. Muchos abandonaron sus casas, sus posesiones y a sus familias, buscando escapar para salvar su vida. Quienes intentaban ser héroes acababan devorados por las llamas.

 

Las bombas no paraban de caer. El ruido de las explosiones y la luz del fuego llegaron hasta la ciudad Sogdya, en donde Fokas, sin cambiarse de ropa de noche, se asomó al balcón junto con su esposa obesa, preguntándose qué estaba pasando.

 

Manis interrumpió el ataque tras gastar la cuarta salva, para valorar la situación. No necesitó usar visión nocturna, pues el brillo de la hoguera ya iluminaba con suficiente intensidad.

 

Aunque logró alcanzar objetivos específicos, como la torre y sectores de la muralla, el fuego no cubría la totalidad de la fortaleza, lo que promovía acumulación de los residentes en zonas muy aisladas, además de que el propio fuego derruía las murallas de madera abriendo brecha por la cual el enemigo buscaba escapar.

 

—Primer mortero continua con la munición incendiaria, gíralo cinco grados a las nueve en punto. Segundo mortero, alterna entre incendia y de fragmentación, rótalo quince grados a las tres, objetivo fuera de las murallas—

 

Lamentó no haber construido un rifle de francotirador, para cazar a los enemigos que estaban huyendo. El haberlo construido probablemente le hubiese dejado carente de munición, pues la realidad era que por muy poderosas que fuesen las granadas de mortero, no eran del todo precisas y su impacto en salpicadura dañaba al azar, permitiendo la osadía de que alguien pudiese sobrevivir.

 

Poco a poco el cielo fue aclarándose con la salida del sol, momento en el cual se detuvo completamente el bombardeo. Los enemigos estaban muy dispersos, además de fuera de rango.

 

Tras comprobar que la fortaleza estaba carente de actividad, empezó a desmontar los monteros para volver a anclarlos a los quads.

 

Hashkar y su sirviente, presenciaron el ataque toda la noche, olvidándose del sueño mientras miraban las armas del chico con otros ojos y temeros de acercarse.

 

Una vez anclados los morteros, procedieron a dirigirse a baja velocidad en dirección a la fortaleza, seguidos por sus observadores, quienes a diferencia de antes mantenían la distancia.

 

Hashkar sintió como temblaban sus manos, mantenía la mirada fija en Manis, y meditaba en silencio, casi en trance sobre lo que acababa de experimentar. Desde el principio subestimó al esminets, tomándolo muy a la ligera, pues a excepción de su altura, no parecía hacer honor a la leyenda que circulaba a su alrededor, pero ahora, en medio de su meditación empezó a temer por la seguridad de Sogdya. Esas nuevas armas ignoraban las defensas que serían un quebradero de cabeza para cualquier ejército y el caos que provocaban, estaba presente, justo en frente de él, en forma de negras columnas de humo ascendente. Ahora, en su mente todo encajaba, su reputación no eran cuentos inventados por bardos sobornados, sino relatos de todos aquellos que tuvieron la bendición de los dioses de poder salir vivos y avisar de lo que habían experimentado. Los objetos que portaba, sus costumbres, no eran simples adornos o gestos, que líderes militares y mercenarios mostraban para exhibirse, todos y cada uno de ellos cumplían un propósito, provocar este cataclismo. Y ahora que lo sabía, se culpaba de no haberlo visto venir, pero ¿Cómo iba a imaginar algo así?

 

 —¿Qué mentalidad llevaría a una persona a inventar algo así?— Susurró con preocupación, más para sí mismo, pero siendo escuchado por su sirviente.

 

Su preocupación solo iría en aumento, cuando llegaron a los restos de lo que en su momento fue un muro de madera.

 

Atravesaron la brecha ingresando al interior de la fortaleza. Dentro todo estaba en silencio, un silencio roto por las pequeñas llamas que aun se negaban a extinguirse, mientras un fuerte y denso olor a humo, madera y carne quemada impregnaban el aire. Y a pesar que era invierno, hacía mucho calor.

 

Con extrema cautelosidad, Manis ingresó al recinto después de desmontar, dejando los quads a una distancia prudente. Portaba en sus manos una escopeta Kalashnikov, que a ojos de Hashkar era una versión en miniatura de esos tubos.

 

Ante sus ojos, cadáveres, cuerpos desmembrados, restos de lo que su momento fueron humanos, o seres que parecían humanos, se extendían por todo el recinto. Las casas habían sido reducidas a cenizas, no existía la torre, pero sus ojos se posaron sobre un cuerpo en concreto, una madre intentando proteger a su hijo en sus brazos. Esos cuerpos que aun humeaban, que parecían seguir sufriendo incluso en la muerte, quedaron grabados en sus ojos, y por más que lo intentaba, no era capaz de apartar su mirada.

 

Hacia él, se acercó Manis con una actitud mucho más relajada, como si se hubiese quitado todos los problemas de encima, caminando como si todo esto no tuviese nada que ver con él, acompañado de su capitán.

 

—Hemos revisado la fortaleza entera, no hay presencia de enemigos. El perímetro está asegurado. Esto está más caliente que horno en Auschwitz, nadie diría que estamos en invierno ¿No te parece capitán?... ¿Qué pasa Hashkar? Te veo muy pálido— Miró los restos humanos con indiferencia —Parece una barbacoa muy carbonizada—

 

Hashkar le miró con estupefacción, aquello fue la gota que colmó el vaso.

 

—¿Qué diablos es esto? ¿Te das cuenta de lo que has hecho?—

 

—¿A qué te refieres?—

 

—¡A todo esto! ¡Este salvajismo! ¡Esto excede a la barbarie!— Hashkar trazó un arco con su mano extendida, señalando a todos los cadáveres de su alrededor.

 

—He hecho lo que acordamos que iba a hacer—

 

—¡Nosotros no acordamos esta inhumanidad!—

 

—¿Y qué esperabas que iba a pasar? ¿Es que acaso te esperabas que fuese educadamente, tocando su puerta diciendo con una sonrisa: Buenos días, gente, en nombre del señor Fokas, kaz de estas tierras, os vengo a matar, colóquense en una fila ordenada mientras les voy quitando la vida a uno a uno, pero con vuestro consentimiento, ¡¿Eso es lo que esperabas?!—

 

Hashkar apretó los puños de la rabia al igual que sus dientes.

 

—¡Esto no quedará así, el señor Fokas se enterará de esto!... ¡Mazræj no toques los cuerpos!— Señaló de pronto a su sirviente, quien inmediatamente replegó su mano asustado.

 

—Eso espero, no omitas ni un detalle, sobre todo lo que vamos a hacer ahora, porque todavía no hemos terminado con el trabajo—

 

—¡¿Qué?!— Preguntó Hashkar con incredulidad.

 

—Nuestra ofensiva fue un éxito, hemos desalojado al enemigo de su fortaleza y hemos tomado las alturas. Ahora es momento de reforzar la posición y esperar un contraataque—

 

—¿Tu te estás oyendo? ¿Qué contraataque? ¡Huyeron despavoridos!—

 

—Si, deja de gritar. Solo los hemos dispersado. Estos son solo daños colaterales. Los establos están vacíos, solo hemos encontrar un par de docenas de animales muertos y solo la mitad eran caballos y no hay indicios de grandes arsenales. Si tal como me dijisteis, los sirukalpes concentran su fuerza en la caballería y no la veo por ningún lado, probablemente están en algún cuartel que construyeron lejos aquí durante estos meses. Si es así, es solo cuestión de tiempo de que se reorganicen y lancen su contraofensiva. Por lo que debemos construir defensas cuanto antes—

 

Manis señaló el lugar donde antes estaba la torre, una elevación natural que contaba con una barrera a su alrededor.

 

—Con los números que contamos ahora, no podemos defender todo el perímetro y muchas partes del muro de madera presentan boquetes. Centraremos nuestra resistencia en la altura, construiremos defensas y taparemos solo los boquetes de las murallas más estratégicos—

 

—¿Y cómo lo vas a hacer, de donde sacarás los materiales?—

 

—Tenemos todo lo necesario en los vagones, los llevaremos hasta esa cima. Los propios coches servirán como una segunda defensa adicional. Pero para la muralla apilaremos los cadáveres en los huecos—

 

—¿Vas a profanar sus cuerpos?—

 

—Si ¿Por qué no? Siguen enteros, perfectamente pueden servir como un muro de carne—

 

—Esto es demencial—

 

—Podéis ayudar si queréis—

 

—Me niego a ser parte de esto—

 

—Entonces no te entrometas— Advirtió Manis señalándole —Mantente al margen. Si por algún casual noto indicios que intentas sabotearnos, acabarás igual que ellos ¿Lo has entendido? ¡Quiero oírte decir que lo has entendido!—

 

—Si, lo he entendido— Dijo Hashkar a desgana —No voy a entrometerme en tus asuntos—

 

—Que así sea. Vamos capitán—

 

Despejando el camino de los escombros a medio quemar, abrieron una ruta por la cual ingresar los quads en formación, primero el semioruga y luego el auxiliar, pero con las cadenas retiradas, pues ya no había nieve.

 

Llevaron los remolques hacia las alturas, una vez ahí, desplegaron los morteros para cubrirles en caso de emboscada. Luego bajaron el quad semioruga de la colina para, con su maletero, poder transportar los cadáveres con mayor rapidez.

 

Apilaron los cadáveres tapando los huecos de la muralla externa, pero no todos, pues no había tantos como Manis hubiese deseado.

 

Usando la pala de su quad semioruga, labró la tierra en frente de la muralla interna, encontrándose con numerosas rocas que dificultaban la tarea. Cuando logró aplanar el terreno, sacó los cables de alambre de espino en conjunto con los maderos que sobrevivieron al incendio.

 

Ató los maderos en forma de X y los clavó en la tierra dejando un hueco de un metro entre ellos. Enrolló el alambre de espino entre los maderos, en cuatro líneas verticales, formando con ello, una barrera improvisada. Repitió el proceso a dos metros de distancia, construyendo así tres líneas defensivas. La primera formando un perímetro que cubría la entrada a las ruinas de la torre y las otras dos, como defensa de respaldo. Entre los huecos dejados entre una barrera y otra enterró las minas trampas.

 

Mientras construía, un par de jinetes llegaron desde la ciudad de Sogdya, enviados por Fokas. Entre ellos estaba Javangir, acompañado por un par de soldados a modo de escolta.

 

Hashkar salió a recibirles a las puertas quemadas de la muralla de madera. Tras una formal presentación, Javangir envió a uno de sus secuaces de regreso.

 

—Quiero conocerle— Dijo Javangir.

 

—¿Estás seguro?— Preguntó Hashkar.

 

—Si, no me hagas repetirlo—

 

Ante la insistencia de Javangir, Hashkar le guio a través de la fortaleza. En su interior, esperaba que Javangir coincidiese con su opinión, tras ver las atrocidades que Manis estaba haciendo.

 

Atravesaron las calles, limpias de la mayoría de cuerpos, dio un innecesario rodeo, solo para que Javangir pudiese ver el muro de cadáveres y llegaron hasta la colina, en donde Manis terminaba de enterrar minas. Nada más verlos, se puso en guardia, mientras el capitán tomaba posición en la altura.

 

—No nos ataques, Manis, vienen conmigo— Dijo Hashkar —Este es Javangir, mayordomo jefe del señor Fokas—

 

—Vengo en representación del kaz Fokas— Intervino el mayordomo antes de que Haskar terminase de hablar —Mi señor desea saber por qué no se presentó ante él a su llegada a estas tierras—

 

—Porque estaba ocupado realizando el trabajo que me encargó, como puede ver—

 

—Ya ¿Y esto que estás construyendo?—

 

—Defensas, para una posible contraofensiva—

 

—¿Contraofensiva?—

 

—Ataque enemigo—

 

Javangir asintió, mientras realizaba una ojeada a la derruida fortaleza. Sonrió para sus adentros, mientras pensaba como en una sola noche, el chico que estaba en frente de él, logró algo que sus ejércitos no pudieron, entendiendo finalmente la visión de su señor.

 

—Soberbio trabajo— Dijo para sorpresa de Hashkar.

 

—Solo cumplo con mi cometido. Por cierto, no crucen esta barrera, plante minas explosivas detrás de ellas, si las pisan estallarán por los aires, quedarán como esa torre—

 

Javangir retrocedió el corcel que montaba.

 

En ese momento, el capitán alertó a Manis, señalando al horizonte, hacia una ola negra que estaba avanzando hacia ellos. Manis subió a la cima para comprobarlo por sí mismo.

 

—¡Enemigos a la vista! Caballería sirukalpe— Dijo el jinete de escolta que regresó mientras estaba inspeccionando los alrededores.

 

Javangir frunció el ceño, entendiendo la situación en la que se encontraban.

 

—Se han organizado demasiado rápido— Sospechó frunciendo el ceño —Como sea ¿Cuántos son, Samir?— Le preguntó a su escolta.

 

—Una gran línea con cuatro hombres de profundidad. Estimo al menos cuatro mil efectivos—

 

—Eso es un problema y a estas alturas no podemos escapar. Bueno señor Manis, vos sois el que está a cargo de la defensa de esta fortaleza ¿Qué deberíamos hacer? ¿Nos quedamos quietos, peleamos o nos tiramos al suelo?—

 

Manis extendió una escalera improvisada con dos tablas largas, colocadas desde la cima de la muralla hasta el suelo con un ángulo inclinado.

 

—Desmontad y subid—

 

Siguiendo sus órdenes, el grupo de cuatro treparon por la tabla, con cuidado de carse. Una vez en la cima, vieron como la infantería motorizada preparaba los morteros, colocaba armas y munición cerca en el suelo, a la sombra de la pared de las almenas.

 

—¿Qué están haciendo?— Preguntó Javangir a Hashkar.

 

—Preparando esos… morteros, así es como llaman a eso tubos, pero cuando estos empiecen a gritar, tápate los oídos, más que un consejo, es una advertencia, aun me pita el oído izquierdo—

 

Javangir le miró preocupad, mientras se mantenía al margen intentando no molestar.

 

Desde el horizonte, un ejército se estaba aproximando lentamente. Contaba en su mayoría de jinetes montaos a caballos, animal que solo podía encontrarse en esa región del mundo. No era la montura más rápida, ni la más poderosa, pero sí, la más numerosa, con ella, los ejércitos de las naciones del imperio podían hacer frente a los reinos enemigos, salvaguardando las fronteras. La propaganda del jinete que circulaba dentro de las tierras, motivaba a las tribus a invertir en la formación de jinetes, priorizándolo sobre la infantería, la cual en menor número se quedaba a cargo para proteger puestos y como en este caso, a los refugiados que lograron escapar del bombardeo, y ahora ansiaban venganza por sus familiares caídos.

 

Los sirukalpes, no enviaron a la caballería de golpe. Empezaron con un emisario, un portaestandarte con dos banderas, quien, en acto de gala y valor, cabalgó solo a encuentro con Manis.

 

—Hashkar, ven aquí ¿Entiendes su lengua?— El susodicho asintió —Traduce lo que está diciendo—

 

—Está maldiciéndonos—

 

—No he pedido tu interpretación. Traduce literalmente lo que está diciendo, palabra por palabra—

 

—Está bien, dice: Vuestros actos no serán perdonados, la ira del cielo caerá sobre vosotros, no habrá rendición para vuestro pueblo—

 

Manis, miró de reojo, como los mayordomos recién llegados cuchicheaba señalando al jinete, más en concreto la bandera que portaba. Intuyó que algo más estaba pasando, pero ahora mismo no podía averiguar qué era. Cansado de escuchar la traducción sincronizad, agarró el rifle de asalto y le disparó al jinete en la cabeza.

 

—¿Qué estás haciendo? Matar a un emisario es un crimen condenado por todas las culturas y todos los reinos, el tuyo incluido—

 

—Hashkar, no sé si recordarás, pero vine aquí a matarlos a todos, por contrato con tu señor Fokas, el emisario estaba incluido en la oferta. Para venir a negociar no paraba de soltar insultos, miraba mucho a los alrededores, en vez de encararnos y para ser tan buenos jinetes, su caballo no paraba de moverse. Era obvio lo que estaba haciendo y mi mensaje para ellos espero que sea igual de obvio—

 

Hashkar se retiró enfadado, sentimiento que compartía Siruk, el líder de los sirukalpes, quien, al igual que los mayordomos, se sobresaltó al escuchar el sonido del disparo, mientras veía con asombro, como su emisario espía caía del caballo, yaciendo inerte en el suelo.

 

Dando por sentado que se trataba de alguna clase de magia, se reunió con sus generales, dándoles instrucciones para que los pocos hechiceros, bendijeran su armamento y así protegerse.

 

Manis observaba los movimientos del enemigo con sus prismáticos, preguntándose qué era lo que tramaba el enemigo. A su lado, el capitán informó que había cargado los morteros con munición alternada entre explosivos y de fragmentación. Guardando los prismáticos, ajustó el casco removiendo por completo la visión nocturna, que a estas alturas molestaba aun plegada, pues agregaba peso innecesario, para sustituirlas por gafas blindadas, que, a diferencia de los ejércitos mostrados en las películas, las puso sobre sus ojos, en vez de usarlas como decoración en su casco.

 

—Están a cuatrocientos metros, prácticamente a nuestro alcance, pero sus números son un problema, si atacamos, por ejemplo, con un barrido mataríamos a unos cuantos, pero el resto se dispersarían. En el mejor de los casos verían que tenemos la ventaja y podrían rodearnos para hacer incursiones en pequeños grupos. Tardaríamos mucho en apuntar a un objetivo en movimiento, mientras los demás se acercan. En el peor de los casos, esto se prolongaría demasiado. La guerra está llena de falsas alarmas, las cuales podrían agotar nuestra munición. Otro problema es que son jinetes a caballo, muchos jinetes a caballo. Ejércitos tártaros como esos, destruyeron Moscú dos veces y ahí tenían murallas de piedra, no intentos de empalizadas como estas. Si atacamos, se dispersarán y yo quiero que vengan. Ellos saben que incendiamos esta fortaleza, pero no saben cómo y esa es nuestra ventaja. No atacaremos, esperaremos a ver su movimiento. Esto es como una partida de ajedrez, le toca mover al enemigo—

 

El capitán asintió, tomando un rife de su lado y colocándose en posición.

 

Siruk no necesitaba enviar exploradores, conocía el terreno mejor que los propios lugareños. Veía los huecos a medio tapar con los cadáveres y a pesar de que le horrorizaban las acciones de sus enemigos, sabía que se habían atrincherado en una fortaleza agujereada. No dudó en ordenar una carga frontal contra ellos, confiados en su defensa contra la magia. Su estrategia era usar a los jinetes arqueros a modo de hostigadores, mientras que su caballería pesada irrumpiría en la fortaleza y acabaría con los invasores.

 

Confiando plenamente en su estrategia, ordenó el avance de su ejército. Los portaestandartes ordenaron las huestes en bloques que respondían al sonido de un instrumento, ya sea, una corneta, o una caracola rescatada del lago. Cuando se organizaron, marcharon al trote y luego aceleraron poco a poco hasta alcanzar el pico de velocidad.

 

—Capitán, aumenta el ángulo mortero en cinco grados, responderemos a su concierto con nuestra propia música—

 

Jalando la cuerda del gatillo del mortero, disparó una andada de proyectiles sobre las formaciones de caballería.

 

Los jinetes corrieron hacia la muralla mientras las bombas estallaban sobre sus cabezas llevándose todo aquel que tuviese la mala suerte de estar en su rango, y aun así ignorando a los caídos, continuaron su carga aumentando la velocidad.

 

Desde las murallas abrieron fuego con sus fusiles de asalto en fuego automático llevándose las primeras líneas por delante.

 

Los jinetes experimentados saltaron sobre los cadáveres como pudieron o caían en el intento y continuaron su avance entre el silbido de las balas. El grupo se dividió en dos, en donde la caballería pesada viró para entrar a la fortaleza, mientras los arqueros se habían acercado lo suficiente como para empezar a responder al fuego de fusilería con sus flechas, en una formación especial, en la cual cabalgaban formando un círculo que permitía disparar y recargar con fluidez. Si bien esa táctica era una pesadilla para la infantería enemiga, contra estos nuevos enemigos a los que se enfrentaban, no suponía diferencia alguna, pues sus flechas eran muy imprecisas al ser disparadas en movimiento. Solo levantaban polvo mientras esperaban a ser acribillados.

 

—¡Continua con el fuego de supresión!— Ordenó Manis dirigiéndose hacia los morteros, los cuales apuntó hacia el muro interior, cambiándoles al modo semiautomático.

 

Sus disparos no iban en dirección a la caballería, sino para bloquear rutas de retirada.

 

La caballería, desconociendo el alambre de espino, buscó atravesar las alambradas en una carga frontal.

 

Su ignorancia sentenció su vida, cuando la alambrada se enrollo en la piel de los caballos enloqueciéndolos y haciéndoles tropezar. Su continuo avance activó las minas, que estallaron llevándose a varios de ellos, pero más importante, deteniendo su carga en seco y amontonándoles en una pelota de unidades, cuya retaguardia intentaba seguir adelante, mientras la vanguardia luchaba por vivir.

 

Manis soltó su fusil de asalto, agarró la escopeta, se posicionó en el borde de la muralla y abrió fuego indiscriminado contra la pelota de unidades, ignorando las flechas y las lanzas que volaban en su dirección.

 

El sonido de la escopeta era casi tan estruendoso como el propio mortero, y sus perdigones de metal ignoraban armadura alguna y se dispersaban alcanzando numerosos blancos al mismo tiempo.

 

El capitán, al igual que su comandante, cambió su rifle por una escopeta acabando con las formaciones de jinetes, las cuales caían como moscas.

 

Gritos, disparos, maldiciones, insultos, súplicas y llanto. Todo sonaba al mismo tiempo como una macabra ópera rapsódica, no solo en el campo de batalla, sino en la propia fortaleza.

 

Mazræj lloraba y chillaba acurrucando contra los restos de la torre, como una niña a punto de perder su virginidad de manera forzada.

 

Hashkar estaba en el suelo rezando frenéticamente, mientras aceptaba su destino.

 

Javangir se ocultaba detrás de Samir, el único soldado, quien mantenía una mente fría y tranquila. No se dejaba intimidad por las explosiones ni por la presencia enemiga. Parado con firmeza, espada en mano, el escudo en el pecho, preparado para entrar en combate en cualquier momento.

 

El caos desatado llegó con el mismo impacto a los sirukalpes, pero en su estupefacción, no se atrevían a dar la orden de retirada. El humo y el ruido no les daban chance a entender el teatro de la guerra.

 

Manis agotó la munición de la escopeta, pero en vez de cambiar el cargador, regresó al mortero, el cual por inactividad se había enfriado, y estaba listo para volver a escupir bombas. Bajó el cañón apuntando directamente a la masa, mientras el segundo seguía apuntando al cielo.

 

Jalando de la cuerda un proyectil voló hacia la masa causando una gran explosión que desperdigó carne desgarrada en todas las direcciones. Un segundo proyectil salió disparado al cielo, voló alejándose momentáneamente del pandemónium, tranzando una placida parábola y cayendo con fuerza justo en las cabezas de los nuevos refuerzos que se acumulaban en la entrada desatando toda la furia que pudo albergar en forma de abrasadoras llamas de termina.

Las numerosas bajas y el enemigo que se alzaba imponente en la altura terminó por desmoralizar a los jinetes. Muchos dieron media vuelta buscando regresar a la seguridad de su campamento, otros se arrastraban como podían buscando salir de ese infierno, aunque eso significara pasar por encima de sus camaradas.

 

—¡Se están retirando, agarra el Kalashnikov, mira telescópica acoplada y dispara primero a los jinetes!—

 

Recargó de nuevo los morteros con munición incendiaria y apuntó en dirección al campamento enemigo.

 

Entendiendo que había sido derrotado, Siruk recibió a sus soldados y movilizó el campamento, intentando retirarse de manera ordenada, cuando desde el cielo cayeron más proyectiles desatando un nuevo caos.

 

La batalla se terminó, junto con el miedo y la desesperación de los presentes.

 

Javangir se acercó a las almenas, despacio y con precaución. Contempló la escena que se hallaba ante sus ojos con una mezcla entre curiosidad y asombro. Se rascó la cabez intentando entender cómo un ejército tan poderoso acabó reducido a carne picada por la mano de dos personas, en tan solo un momento, cuando por regla general, los combates se alargaban horas e incluso tomaban días enteros.

 

—Cuando mi señor Fokas me dijo que había contratado a un dios para deshacerse de los sirukalpes, en mi interior me negué a creerlo. Cuan equivocado he estado y qué impertinencia, el haber dudado de su palabra—

 

—No es ningún dios— Dijo Hashkar.

 

—Abre bien tus ojos y mira bien a tu alrededor, Hashkar. Esto de ningún modo es la obra de un humano. Esto es la obra de un dios de la guerra y la muerte— Caminó hacia el chico e hizo una reverencia —Mis más humildes disculpas por haber dudado de tu divinidad. Las leyendas sobre tus hazañas serán contadas por toda la eternidad—

 

—Sobre todo me interesa que se las narres a tu señor Fokas, para que sea consciente de que estoy cumpliendo mi parte del contrato—

 

—Sin duda alguna, se lo haré saber en persona. Y si se me permite, me gustaría saber ¿Qué va a hacer ahora que venció a los sirukalpes en batalla?—

 

—Seguir cumpliendo con el contrato. Hemos rechazado su contraofensiva, lo que significa que es el momento de lanzar una segunda ofensiva, aprovechando su retirada—

 

Javngir asintió con la cabeza frenéticamente.

 

—Me gustaría acompañarle en su cometido, pero tengo mis propias responsabilidades. Pero dejaré a Samir a su cargo. Será mis ojos. Si no le molesta, claro—

 

—Siempre y cuando no estorbe, ni intente sabotearnos—

 

—Oh, no. Eso sería un sacrilegio— Se volvió a su escolta con una mirada seria, a la vez que llena de preocupación —Quedas a cargo de este dios. Considéralo un honor. Escúchale y obedécele como se merece—

 

—Lo haré. Será todo un honor servir a una deidad— Dijo Samir con determinación.

 

—Espera un momento, Javangir. El señor Fokas me encomendó su custodia personalmente. Es mi deber—

 

—Ya no, Hashkar. Quedas liberado de tus obligaciones para con Manis. Regresarás conmigo a Sogdya como mi escolta y trae a tu sirviente, cuando deje de denigrarnos ante un dios con su lamentable comportamiento—

 

—Me niego. Tengo órdenes del propio kaz— Respondió Hashkar con determinación.

 

—¿Has olvidado que mi palabra es la del propio kaz? Soy su representante. Insubordinación ante mí, es faltarle el respeto al propio kaz—

 

Hashkar hincó su rodilla en el suelo.

 

—Mis disculpas Javangir. Mis comentarios estaban fuera de lugar, así como el comportamiento de mi siervo. Peri ruego que me deje cumplir con mi cometido en lugar de Samir—

 

—No. Denegado. Necesito una escolta y, tu actitud para con nuestra nueva deidad es ofensiva. No nos conviene perder su favor—

 

A regañadientes, Hashkar tuvo que aceptar. Se acercó a Mazræj, quien aún sollozaba en el suelo, y de un fuerte jalón lo levantó del suelo, para acto seguido, regañarle por su comportamiento.

 

Samir se presentó ante Manis haciendo una reverencia.

 

—Señor. Soy Samir. Estaré a su servicio—

 

—Un placer, Samir— Dijo Manis incitando con un gesto a que se levantara del suelo —Ahora, ten muy presente esto. Yo estoy al mando. Podrás hacernos compañía en calidad de observador, pero bajo mis órdenes, eso significa que, si te digo que corras, corres como si te fuera la vida en ello; si te digo que te agaches, te agachas ¿Queda claro?—

 

—Todo claro—

 

—Quiero oírte repetir lo que he dicho—

 

—Emm… dijo que siguiera sus órdenes.  Si me dice que me agache, me agacho y si me manda correr, correré con todas mis fuerzas—

 

—Extraordinario. Puedes subir a la parte trasera de este vehículo. Partimos enseguida, cuando acabe de anclar los morteros—

 

—¿Desea mi ayuda?—

 

—No. No toques nada, absolutamente nada ¿Entiendes? Nada. Ya tengo a alguien que me ayuda— Señaló al capitán —Cuando terminemos con esto habrá que despejar los caminos ¿Ahí nos prestarás tu ayuda?—

 

—Cuente con ello—

 

Tras organizar los vehículos, retiraron los cuerpos tanto con vida, como sin ella, despejando el camino. Fue una tarea tediosa, pues, aunque las llamas se hubiesen extinguido, los cuerpos aun ardían.

 

Los caballos se habían escapado por el repentino ataque. No pudieron subir por la rampa y quedaron a merced del fuego y los proyectiles. Cosa que obligó al grupo a regresar a pie a la ciudad.

 

Por su parte, el ejército de Manis, salió de la fortaleza a toda la velocidad que permitía el semioruga, siguiendo las huellas dejadas por sus enemigos.

 

Empezó a caer la tarde y la infantería motorizada tuvo que hacer una pausa en su viaje para descansar y reorganizarse. Mas después de haber tenido un par de escaramuzas con la caballería sirukalpe.

 

Habían seguido el rastro después de cada combate, pero en algún punto este mismo empezó a desvanecerse.

 

Montaron un improvisado campamento en un punto llano, pues no había elevaciones por la zona.

 

Sin prender una hoguera, usando los hornillos eléctricos, calentaron una sopa de verduras secas, las cuales se hidrataron dando sabor a la comida.

 

—No sé si puedo comer después de lo presenciado esta mañana— Dijo Samir.

 

—Si, reconozco que es un poco duro tragar sin sentir arcadas. Pero con el tiempo te acostumbras—

 

—¿Hizo algo como eso antes?—

 

—Vi cosas peores que un par de cuerpos chamuscados. La guerra es sucia y asquerosa. No sé por qué la gente la romantiza tanto. Pero hay que seguir trabajando— Extendió un mapa dibujado a mano del terreno —El rastro ha desaparecido inexplicablemente, no hay indicios de que se hayan dispersado y mover un grupo tan grande no es precisamente ágil. Samir ¿Alguna idea de donde pueden estar? Tu conoces el terreno ¿No se te ocurre ningún lugar?—

 

Samir miró el mapa intentando entender lo que estaba mirando.

 

—Creo que este mapa está incompleto. Solo muestra la fortaleza y sus alrededores, pero aseguraría que estamos mucho más lejos—

 

Manis le entregó un lápiz y una hoja en blanco.

 

—Dibuja como debería continuar el mapa. Las elevaciones son círculos y las líneas son ríos—

 

—A ver, salimos de la fortaleza en esta dirección. Al este, creo—

 

Manis miró la brújula y asintió.

 

—No te equivocas, continua—

 

Samir trazo un par de líneas junto con una flecha en la hoja, mientras la colocaba al lado del mapa principal.

 

—Seguimos su rastro que llevó al sur y luego volvimos a virar al este, por esta zona hay riscos escarpados. Pertenecen al reino vecino. Es posible que se hayan escondido entre ellos—

 

Manis sacó sus prismáticos y ojeó en la dirección señalada.

 

—Los veo. Parece que nos desviaron sacrificando a los restos de su caballería— Desvió su mirada al cielo —Ya está anocheciendo. Es un problema—

 

—Si, no se puede luchar por la noche—

 

—No, me refería a que, si continuamos, serán dos días seguidos despiertos. Tendremos que buscar un sitio para dormir, pero también sin dejar de hostigarlos. Avanzaremos dando un rodeo, les presionaremos empujándolos hacia el río. Sería un verdadero problema si entran al reino—

 

—Si, podrían solicitar asilo y guerreros a caballo son muy bien valorados por los duques—

 

—Me refería a que hay más bosques y zonas que nos dificultarían la cacería. Los nobles me dan igual— Miró al capitán, quien estaba cabeceando —¡Capitán! En marcha, ya descansaremos más tarde—

 

Avanzando con el atardecer a sus espaldas, recurrieron al uso de las gafas nocturnas para no usar los faros que delataban su ubicación.

 

Rodearon los riscos encontrando en el camino, una cueva natural. No era muy espaciosa, pero servía para establecer un nuevo campamento.

 

Colocaron los carros en forma de media luna rodeando la entrada en un ancho perímetro. El primero en irse a descansar fue el capitán, el cual era quien más cansado estaba. Manis se quedó vigilando junto con Samir, en parte porque aún quería continuar, y porque no se fiaba de su nuevo compañero, quien fue el siguiente en irse a dormir, pero lejos del capitán, para la seguridad de ambos.

 

Las horas pasaron, lentamente, así como la noche. Sin internet, sin televisión y sin juegos, luchar contra el aburrimiento era tedioso. Necesitaba mantener la mente ocupada. Hizo recuento de municiones, de provisiones, actualizó los mapas, e incluso hizo pequeñas rondas de reconocimiento, esperando encontrar indicios de que le llevasen hasta el escondite de los sirukalpes. Lamentó no disponer de drones de reconocimiento. El enemigo también era precavido, pues no encendieron hoguera alguna, buscando cobijo en la oscuridad.

 

Cuando el capitán se despertó, aprovechó para dar una cabezada, hasta que le tocó el turno a Samir de despertar. En ese momento, aprovecharon para volver a ponerse en marcha.

 

Tres chicos sirukalpes se despertaron antes del amanecer, y se aventuraron a explorar la zona en la que el pueblo acampó.

 

Habían sufrido mucho y habían perdido a muchos. Incluso en tal situación, el ser humano necesitaba desconectar y entretenerse. En su caso, se divertían explorando. Llegaron hasta los bordes de una caldera natural. Era el camino que Siruk señaló y por el cual debían seguir. La caldera, era una gran depresión geológica de origen volcánico, formada por el hundimiento de una cámara magmática, en este caso, fue causado por la erosión de un río, que dejó piscinas naturales a su paso.

 

Mientras uno de ellos aprovechó para nadar en esas aguas cálidas, los otros dos se acercaron al borde del barranco, en cuyo horizonte vieron la columna de quads que se acercaban a ellos.

 

—¡Hey, chicos! ¿Qué hacéis ahí tumbados? Venid, el agua está perfecta—

 

—Te quieres callar. Creo que nos han encontrado—

 

—¿Encontrado? ¿De quién estáis hablando?—

 

—¿De quién sino va a ser? Del monstruo que nos persigue desde ayer—

 

—Imposible. Estamos en medio de las rocas. No se pueden dejar huellas sobre las rocas ¿Seguro que es él?—

 

—Ven a verlo. Está viniendo por el camino que íbamos a seguir—

 

—Se ha detenido ¿Crees que nos habrá visto?—

 

—Estamos a mucha distancia. Creo que no—

 

El sirukalpe salió caminando del agua y rápidamente volvió a entrar en ella, pero de espaldas y con un agujero en la cabeza.

 

—Parece que si nos ha encontrado ¡Corre!—

 

Alejándose del borde del barranco, el segundo amigo recibió un disparo en la espalda, justo en la zona de los riñones, cuyo impacto le dejó sin aire.

 

El tercer sirukalpe, al ver a su amigo en el suelo, inmediatamente fue a socorrerlo.

 

Avanzaron juntos todo lo que pudieron, pero el dolor se volvía cada vez más agudo.

 

—¡Espera, para! No puedo más— Dijo quitándose el brazo de su amigo, para apoyarse sobre una roca.

 

—¿Qué estás diciendo? Apenas es un agujerito, un rasguño. La herida de una flecha es más grande. Haz un último esfuerzo, ya casi estamos cerca—

 

—No. Ya me está llegando la hora. No tengo fuerzas para resistir ante esta magia. Ve. Regresa. Avísales ¡Corre!—

 

El último de los tres amigos, con una mueca de disconformidad asintió apretando los labios con fuerza y abandonando a su camarada. Se detuvo a medio camino para verlo una última vez, con la esperanza de que hubiese recuperado fuerzas, pero una manada de lobos salvajes lo estaban devorando. Asustado reanudó la marcha corriendo con todas sus fuerzas.

 

Llego al campamento, agotado, y tomando una bocanada de aire, gritó alertando de la llegada de la muerte.

 

Asustados de que regresen las explosiones, salieron corriendo por su vida, dejando atrás gran parte de sus pertenencias.

 

Un grupo de valientes y últimos guerreros de infantería, se quedaron atrás para intentar ganar tiempo, emboscándoles en el campamento. Solo se oyeron disparos.

 

El pueblo migró sin poder cruzar la frontera. Recorrieron senderos y valles hasta llegar a un ancho río que desembocaba en el lago. En su momento cruzaron ese mismo río en pequeños barcos proporcionados por un kaz. Ahora debían cruzarlo de nuevo, pero sin barcos.

 

Aconsejado por sus sacerdotes chamánicos, Siruk procedió realizar el ritual mágico de las aguas rojas.

 

El rey de los sirukalpes se arrodilló en frente del río, sobre su arena; se quitó su corona y su armadura de cuero enjoyado con oro y piedras preciosas; se arrancó su camisa con ambas manos; pidió perdón por sus pecados; oró por el futuro del pueblo mientras los sacerdotes vertían sobre él agua del río, con cuencos de cerámica y huesos; los sacerdotes enrollaron el filo de su sable con las tiras de su ropa mojada con el agua del río; le devolvieron el sable, mientras el sumo sacerdote desenvainaba su propia espada bendecida.

 

Con decisión, Siruk se abrió las entrañas con su sable. Aguantando el dolor del metal atravesando sus órganos, alzó la mirada una última vez hacia el horizonte y con un tajo limpio, de manos del sumo, su cabeza fue separada del cuerpo

 

El sumo sacerdote agarró el sable y lo retiró con brusquedad del cuerpo.

 

La sangre brotó del cadáver a borbotones. Como si hubiese cobrado vida propia se dirigió en dirección hacia el sable, el cual fue clavado en el río. Y al contacto con el agua, estas se abrieron elevándose como muralla de quince metros, dejando un sendero a su paso hacia la otra orilla.

 

Liderados por el hijo de Siruk, quien se había ataviado la corona de su padre, guio a su pueblo con la ayuda del sumo sacerdote, priorizando la vida de su gente a las pertenencias de su padre, dejadas inerte sobre la arena.

 

Dawir, el pastor, un chico sirukalpe quien vivió toda su vida, rodeado de ganado, decidió, en su delirio, tomar las armas y luchar por su pueblo, con la esperanza de poder matar al mal que los acechaba y convertirse en el nuevo rey.

 

Armado con una honda mágica, decidió plantar cara al destino, incluso si eso iba en contra de los deseos de su familia. Su valor inspiró a otros a tomar las armas en una última resistencia.

 

Se posicionaron sobre una colina, dando la espalda a los grupos que se aventuraban a entrar al sendero acuático y aguardaron la llegada de la muerte.

 

Cuando divisaron los quads. Dawir fue el primero en atacarles. Agarró una roca cualquiera del suelo. La colocó en su honda mágica y la disparó con todas sus fuerzas a doscientos metros de distancia, con la fuerza de una bala de mosquete.

 

La piedra chocó contra el casco de Manis, quien al grito de ¡Emboscada! Posicionó los vehículos a modo que sirvieran como escudos.

 

El resto de los civiles armados con piedras, lanzas, arcos y hondas, se unieron al ataque, más sus proyectiles cayeron al suelo uno tras otro sin alcanzar su objetivo.

 

La respuesta a su ofensiva llegó en forma de balas, las cuales les convencieron de que luchar no era una buena idea, sobre todo a Dawir, quien fue el primero en agarrar un caballo y escapar, tras experimentar la molesta sensación de perder los dedos por el impacto de una bala, mientras el resto de sus camaradas morían entre sufrimiento y maldiciones.

 

Conquistando la cima de la colina, pasando sobre los últimos supervivientes, ahorrándoles sufrimiento con sus neumáticos de oruga, descubrió para su sorpresa, el motivo de tal tenar resistencia.

 

—¿Qué es esto, han llamado a Moises para que les abriera las aguas o qué? ¡Capitán prepara los morteros, todavía van a mitad de camino! Menos mal que van en línea recta. Inclinación ascendente de ochenta grados—

 

Apenas llegando al final del camino, oyeron un silbido muy familiar que les dejó la sangre más fría que las aguas del río por el que transitaban.

 

Una explosión cubrió de llamas el tramo final, impidiéndoles salir del corredor e agua. Más proyectiles llovieron, castigando a los osados que trataban de sofocar las llamas con feroces proyectiles.

 

Es entonces que la magia del hechizo se agotó.

 

La sangre que teñía las paredes de agua y las mantenía erguidas, se disolvió inmediatamente. Toneladas de kilolitros de agua cayeron sobre los sirukalpes, descargando sobre ellos todo su peso. Con un estruendoso desplome, acabó con la vida que se hallaba en aquel pasillo, una verdadera tumba de agua. Los cuerpos despedazados fueron el festón de los feroces tiburones de río, los cuales devoraron toda carne que se interponía en su nado, cegados por el frenesí, causado por la misma sangre que partió las aguas. Y entre todo ese caos aun se oían gritos de los afortunados que sobrevivieron a la inundación, solo para ser devorados vivos.

 

Mientras tanto en la orilla, Samir recogió la cabeza de Siruk, su armadura y su espada. Regresó con Manis, quien supervisaba el trabajo de sus inesperados aliados acuáticos, disparando a quienes intentaban llegar a la otra orilla.

 

—Mira, Manis, te presento al líder de los Sirukalpes, Siruk— Dijo Samir mientras sujetaba la cabeza por su larga melena morena.

 

—Un placer de conócele, y saber que decidió aligerarme el trabajo suicidándose, se ha ganado mi respeto— Bromeo Manis.

 

—Espero que no le resucite, como hizo con los soldados esos del campamento—

 

—No tengo por qué hacerlo. Tampoco nos diría nada…— De reojo pudo ver como una pequeña columna de humo se levantaba bajo el galope en el horizonte —Parece que se nos ha escapado uno—

 

—A estas alturas los Sirukalpes están extintos, sus líderes están muertos, por lo que su clan y su influencia han terminado. Uno que otro superviviente no cambiará nada— Dijo Samir.

 

—Si, tienes razón. Pero el contrato es el contrato. Tu señor Fokas pidió la muerte de todos y cada uno de ellos, y con cada uno, también incluía a ese ¡Capitán, partimos! ¡Sube, Samir!—

 

—A sus órdenes—

 

Dawir huyó siguiendo el curso del río hasta llegar hasta la frontera del sur. Recorrió valles, subió colinas y aprovechando el tramo de poca profundidad, cruzó el río, saliendo a una explanada de hierba verde y amarilla. Miraba hacia atrás constantemente, producto de su paranoia. Ignorando su mano sangrante, solo quería escapar sin importar nada a su alrededor.

 

Lejos de ahí, Manis localizó al fugitivo desde un punto elevado.

 

—Capitán, pásame el rifle— Dijo entregándole los prismáticos a cambio del arma —Distancia… seiscientos metros, desvío uno, punto, cinco… Definitivamente debí haber construido un Dragunov— Susurró antes de disparar.

 

La bala voló recorriendo el espacio entre el tirador y su objetivo, quien seguía espoleando un caballo que hace tiempo gastó todas sus fuerzas. Un impacto perforó su espalda y reventó su pecho, deteniendo tanto su vida, como a su caballo. Cayendo al suelo junto con sus sueños, el último de los sirukalpes fue erradicado del mundo.

 

—Ha sido un buen tiro. Vamos a por su cadáver—

 

—Bueno, con este, ya no quedan enemigos ¿Qué vas a hacer ahora?— Preguntó Samir montándose en la parte trasera del semioruga.

 

—¿Te refieres a después de verificar la muerte de ese sujeto? Regresaremos con tu señor Fokas. Cobraremos la recompensa y luego regresaremos a la base. Nos tomaremos un buen descanso y seguiremos con nuestra vida, por cierto ¿Te suena el nombre de Anneryth?—

 

—Nunca lo he oído ¿Es otra deidad?—

 

—Espero que no... Solo preguntaba—

 

—Pues no, no sé quién es ¿Es alguien a quien buscas?—

 

—Ya déjalo, si no lo conoces, no importa. Creo que siquiera usa ese nombre ahora—

 

—Ah… Por cierto, viajar en esta carroza es una experiencia curiosa. No es muy cómodo estar sentado aquí, y nosotros no nos desplazamos en carrozas, eso es propio de otros reinos. Nosotros las usamos solo para trasladar objetos y mercancía—

 

—¿A dónde quieres llegar, Samir?—

 

—Quería decir que es la primera vez que viajo en carroza. Y es la primera vez que viajo en una carroza que se mueve sola. Cuando lo cuente en la taberna nadie lo va a creer, creerán que estoy loco. Pero, por otra parte, esta ha sido una aventura muy loca ¿No te parece?—

 

—Para mí, es solo otro día en la oficina—

 

Después de verificar el estado fallecido del cadáver, regresaron directamente rumbo a Sogdya, en donde se estaba celebrando una reunión, donde Hashkar y Javangir narraban la batalla al kaz.

 

Primero hablaron por turnos, en donde cada uno contó su propia versión al kaz, sin estar el otro presente. Cuando terminaron las explicaciones, transcurrió un pequeño período de reflexión por parte de Fokas, antes de llamarles de vuelta al salón de reuniones, en donde agradeció el servicio de cada uno, asegurándoles una recompensa solicitada por ellos en cualquier momento.

 

Fokas se sentía contento y a la vez aliviado. Mandó a sus tropas a controlar la fortaleza, en donde sus soldados encontraron la grotesca escena entre humo y muerte.

 

No tardaron en poner orden. Llamaron a los carpinteros, para llevarse toda la madera que quedaba, pues esta misma era igual de valiosa que los tesoros encontrados entre los escombros de la torre.

 

Apilaron los cadáveres en el patio de lo que antes era una fortaleza. La tradición local exigía que los muertos fuesen enterrados, pero el odio que tenían a los sirukalpes, los hacía indignos de ser enterrados en dichas tierras, pues eso sería reconocerles como habitantes de la misma. Apilaron a todos ellos, junto con los restos de sus corceles, los bañaron con aceite y les prendieron fuego. La hoguera era tan grande que se podía ver a kilómetros y su luz facilitó a Manis, el regreso a la ciudad. Las cenizas fueron esparcidas con el viento del este, mediante un ritual, para purificar la tierra corrompida por su presencia y también para mandar un mensaje de tranquilidad a las aldeas que sufrieron saqueos. El resto de la ceniza sobrante fue usada para hacer jabón.

 

Llegando a la ciudad de Sogdya, los guardias abrieron las puertas ante Samir, uso su blasón de la casa de Fokas como identificación.

 

Estacionando los vehículos en frente de la casa del kaz, atrajo muchas miradas curiosas.

 

El propio Fokas salió al encuentro recibiendo a los tres con los brazos abiertos.

 

Manis dejó a su capitán a cargo de la custodia de su vehículo y entró al interior del establecimiento junto con Samir.

 

Caminando por aquellos jardines, guiados por un eufórico kaz, recuerdos de antiguas batallas urbanas que libró en viviendas similares, llegaban de improviso a su mente.

 

Una vez llegados a la sala de audiencias, una espaciosa sala con un gran sofá en la pared del fondo, integrado en una terraza con columnas de piedra talla, mientras en el centro se ubicaba una mesita redonda sobre una alfombra cuadrada muy decorada. Una réplica a menor escala de la gran sala del khwarazshah, en la cual se celebra el sagrado djwan.

 

Nada más llegar, Samir colocó la armadura, la espada y la cabeza del líder de los sirukalpes, sobre la mesa.

 

—Te lo agradezco Samir. Puedes retirarte—

 

Con una reverencia, el mayordomo salió de la sala dejando a los dos completamente solos.

 

—En primer lugar, quiero expresarte mi más profundo agradecimiento. Tu labor salvó a mi pueblo y mi gente. Eliminaste una amenaza que creíamos imposible y por ello te lo agradezco—

 

—Apreciaría tu agradecimiento, con la recompensa prometida— Respondió Manis.

 

—Respecto a eso, aquí tengo justo una recompensa acorde a tu hazaña—

 

El kaz sacó una campanilla de su bolsillo con la cual llamó a un mayordomo, el cual vino desde las puertas que estaban en cada esquina, al lado del sofá. Dicho sirviente traía consigo una bandeja con pergaminos. Agarrando dichos pergaminos, el kaz se los ofreció al propio Manis.

 

—En recompensa por tu contribución a mi kayazato, en nombre del imperio te hago entrega de las escrituras de propiedad y el título de regente de la colina conquistada y sus alrededores—

 

Confundido, a la vez que preocupado, Manis agarró los pergaminos y los revisó. Estaban escritas en ambas lenguas, la propia del imperio, con sus iconogramas, y la lengua común del reino. En dichos pergaminos efectivamente se hacía entrega del terreno donde se ubicaba la fortaleza de los sirukalpes y su dominio se extendía hasta el río que hacía frontera natural con otro kazayato.

 

—¿Qué traición es esta? Esto no es lo que habíamos acordado. Nuestro contrato especificaba una recompensa concreta, monetaria y salarial, no esto—

 

—Consideré que sería una mejor recompensa que un par de monedas y poco de líquido viscoso—

 

—No, has incumplido clausulas importantes del contrato y te dije claramente que no quería tener nada que ver con la política—

 

El enfado del esminets provocaba en el kaz una preocupación que le alteró visiblemente. Su cuerpo comenzó a transpirar y tiritar, mientras intentaba mantener la compostura.

 

—Lo sé… quiero que tengas muy presente, que tuve muy en cuenta tus deseos y pacto acordado, mas la situación me impedía cumplir el contrato—

 

—¡¿Qué?!—

 

—No hay plata— Soltó el kaz encogiéndose de hombros, mientras formaba una sonrisa nerviosa —No tenemos forma de pagarte y por eso lo único que me queda son tierras y ahora son tuyas—

 

Manis contuvo su ataque de ira, mientras caminaba de un lado a otro. Había dado por sentado que le pagarían, que las personas de este mundo respetarían sus costumbres, pero dio por sentado demasiadas cosas y ahora estaba en una situación que no había previsto.

 

—¿En serio no puedes pagarme a plazos como hiciste la última vez?—

 

—No. Y te explicaré por qué. Nuestro imperio tiene intención inmiscuirse en la próxima guerra de sucesión del tu reino. Están solicitando mucha cooperación de todos los kazayatos, si me entiende. Pídame plagarle en plazos y no podremos pagarle nunca—

 

Manis volvió a revisar el pergamino, cuando una idea le vino a la mente.

 

—¿De verdad puedo fiarme de esto, cuando ya me has demostrado que no eres capaz de cumplir con tu palabra firmada?—

 

—Los terrenos son tuyos, puedes disponer de ellos a como de lugar, incluso te daré una extinción de impuestos por cinco años—

 

—Espera ¿Qué? ¿Encima de todo lo que he hecho, pensabas cobrarme?—

 

—Bueno… Así es como funciona el vasallaje—

 

Manis estaba furioso, llevó su mano hasta su cintura, en donde desabrochó el broche de su mochila, en la cual guardó los documentos.

 

—Mira, esto es lo que vamos a hacer. Voy a quedarme con estos documentos— Cerró la cremallera de su mochila —Pero no voy a firmarlos todavía, primero los revisaré detenidamente y cambiaré las clausulas según me convenga, y luego lo firmarás. Eso será en compensación por el incumplimiento de tu parte—

 

—Espera, no puedo estar de acuerdo con algo como esto— Se quejó Fokas imaginando lo que podría cambiar, temiendo que, al quitarse a una amenaza, hubiese atraído a otra aun mayor—

 

—Esto ya no está sujeto a negociación. Que tengas un buen día— Dijo Manis saliendo de aquella habitación, dejando al kaz con la palabra en la boca.

 

Cuando salió con recinto, fue recibido por su capitán, quien le preguntó sobre la recompensa.

 

—Conseguimos una recompensa, pero la recompensa que queríamos. Regresemos a la base—

 

Con una sensación agridulce salieron de aquella ciudad. No regresaron directamente, sino que se quedaron un par de días en un campamento improvisado para descansar, recuperar fuerzas y poder soportar el camino de regreso.

 

Tras un largo viaje, en donde las avalanchas desorganizaron el terreno obligándoles a usar rutas alternas que les desviaron demasiado. Aprovechando el desvío decidieron pasar por su granja secreta y ahí encontraron un paisaje familiar, pero no de la forma que esperaban. Encontraron la cerca destrozada, los animales desaparecidos y dos personas pescando alegremente en su piscifactoría.

 

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Desenfundó la pistola y con la misma energía con la que quería proyectar al kaz, acabó por reventarle la cabeza en trocitos al pescador.

 

Su compañero, sorprendido por la repentina muerte de su camarada, al ver a Manis, estalló en pánico tirando su caña a la piscina y corriendo por su vida, más una bala le reventó la pierna con un tiro certero de parte del capitán, haciéndole caer al suelo, y aun así intentaba escapar.

 

Usando las ruedas del quad semioruga atropelló las piernas mientras se arrastraba.

 

Cuando el pescador se cansó de chillar de dolor, Manis le rompió la mano con la culata de su revolver sacándole un último chillido, y mientras gritaba, el capitán trajo las cubetas de madera, llenas de peces.

 

Manis movió el quad, liberando las piernas del pescador, le sentó contra el tocón de un árbol y puso la cubeta en frente de él.

 

—¿Esto es tuyo verdad?—

 

—Si— Dijo el pescador entre gemidos.

 

—Muy bien, ahora me vas a decir qué mierda pasó con mis animales y quién os dio permiso para robarme. Habla—

 

—Yo no se nada. Oy dios, mataste a mi hijo—

 

Agarró al pescador de su pierna, tan suelta como una cuerda y lo jaló de nuevo bajo las ruedas del quad, mientras el susodicho gritaba por su vida.

 

—¡No, por favor! Dijeron que habías muerto. Que una avalancha acabó contigo después de que destruyeran tu casa— Manis se detuvo de golpe y giró lentamente la cabeza hacia él.

 

—¿Qué?... ¿Has?... ¿Dicho?—

 

Con solo recibir chillidos histéricos como respuesta, Manis terminó con todo disparándole la cabeza para terminar con su agonía. Volvieron a subir a los vehículos y marcharon rumbo a la base a toda velocidad.

 

Cuando llegaron, se encontraron con lo que más temían. La verja destrozada, cuya alambrada tenía restos de tela, piel y carne; el patio revuelto, como si la tierra hubiese sufrido un terremoto y la casa en ruinas; la mitad de ella presentaba signos de incendio, mientras la otra mitad estaba inundada. Pero lo más importante.

 

—¡Víctor! ¡Víctor!— Gritó Manis buscando desesperadamente por el patio a su mascota.

 

Avanzando en el patio, empezaron a aparecer restos humanos, dedos, manos, piernas, y luego aparecieron torsos y cadáveres. En el centro del mismo estaba la caseta de su mascota.

 

Sin perder tiempo extendió sus cables al interior y sacó a la bestia blanca de su escondrijo. Retiró los cables para asegurarse de que no pertenecía a su división Z y se alegró al ver que el carcayú seguía vivo e intentaba morderle. Los abrazó contra su pecho sacándole un quejido y luego lo alzó mientras respiraba aliviado.

 

—Estás vivo, y eso es lo que cuenta. Pero no pudiste defender la base ¿Qué demonios pasó?—

 

El carcayú le miró con sus ojos rojos y su boca entreabierta.

 

—Da igual. Vamos a buscar a los responsables de esto—

 

Colocando a su mascota en la parte trasera de su quad, puso rumbo al pueblo más cercano, del cual emergían todos los problemas. Y al llegar ahí, se encontraron con un lugar vacío y desolado. Revisaron casa por cada buscando algún indicio de vida y no había nada. Parecía un pueblo fantasma.

 

—Algunas de sus pertenencias siguen aquí. No hace mucho que se fueron. O mejor dicho se escaparon. Tal vez había más escoria escondida en la granja, o alguien nos vio en la distancia y corrió la voz. Yo que sé. Ahora mismo solo sé, que mucho tiempo de trabajo y esfuerzo fue tirado a la basura—

 

En un ataque de rabia agarró los cables de su pulsera y de un movimiento, como un destello de luz, en tan solo un instante, todas las estructuras del pueblo fueron partidas a la mitad, elevándose verticalmente, ante de chocar con su mitad inferior destrozándose mutuamente, en un estruendoso derrumbe, presenciado por la mirad atónita de sus soldados.

 

Sin haberse quedado tranquilo, puso rumbo a la ciudad en busca de Razvan para exigirle explicaciones. Una vez ahí, acabó con los guardias que le impedían pasar, despedazándolos con sus cables; irrumpió en la mansión de Velkan, y reunió a todos los sirvientes a la fuerza en una sala común para exigir la ubicación de sus señores. Sin embargo, poca información pudo sacar de ellos. Nadie tenía noticias de Razvan desde hacía meses, tras partir en su viaje al mar. Por parte de Velkan, se había ido a la capital Bhravenna y nadie sabía cuándo podría volver.

 

Sabiendo que no podría sacar nada más de unos sirvientes, Manis les entregó una granada explosiva con chaqueta de fragmentación, con la instrucción de entregársela a Razvan a su regreso, con la condición de quitar la anilla antes de hacerlo.

 

Nada más salir de la mansión, el ruido de la explosión desde el interior le pilló por sorpresa.

 

—Estúpidos analfabetos, les dije específicamente que quitaran la anilla antes de entregársela a Razvan, no ahora. A veces olvido en que mundo vivo. En fin, regresemos a la base—

 

Al llegar de nuevo a las ruinas de su base, montaron un campamento improvisado con las tiendas de campamento.

 

Revolvieron los escombros recuperando todo aquello que no hubiese sido destruido, que, para su sorpresa, era mucho más de lo imaginado, había herramientas, máquinas y hasta la nevera había sobrevivido, estaba quemada y deformada, pero se podía arreglar.

 

Lo más importante, el metal mágico, estaban a buen recaudo, pues temiendo cualquier cosa, lo guardaba en un recipiente especial a prueba de fuego y explosiones y en sus viajes, dejaba el metal en un escondite subterráneo secreto, debajo de la mesa de dibujo. Este escondite servía como una caja fuerte. Ahí guardaba todo aquello de valor e imprescindible en su trabajo.

 

A pesar de todo lo que pudieron recuperar, la realidad era que estaban en la calle, habían perdido toda su comida y las raciones que prepararon no durarían mucho tiempo.

 

—Y volvemos a empezar de cero— Dijo Manis en un quejido —Justo cuando pensaba en como hacer una radio, van y nos destruyen la casa. Fui muy ingenuo al pensar que una simple alambrada sería suficiente. Acepté una misión cuya recompensa era en realidad un páramo inhabitado. Un páramo lleno de regulaciones y obligaciones, más que una recompensa, parece un contrato de esclavitud. Por supuesto voy a poner mis propias clausulas. Un maldito páramo. Tantos esfuerzos para un cacho de tierra… tierra en altura y con acceso al agua… Bien tal como yo lo veo, tenemos la opción de quedarnos aquí, reconstruir la casa y esperar que en un futuro la vuelvan a destruir, o probar hacer lo mismo, pero en un lugar más defendido y controlado. La respuesta es obvia, pero ah un problema— Agarró al carcayú en brazos y le quitó la correa —Víctor, no nos sobra comida para ti y vamos a mudarnos a una tierra con un hábitat diferente al que posiblemente no te acostumbres, así tu decides, ¿Quieres seguir con nosotros o irte en libertad?—

 

El carcayú le miró con sus ojos rojos cristalinos, en una mirada tan vacía, como inexpresiva. No dudó en salir corriendo al bosque y perderse entre la espesura.

 

—Al final es como alguien dijo «Puedes sacar al animal de la selva, pero no puedes sacar la selva del interior del animal» Adiós Víctor, tal como buen ministro de economía, devoraste todo lo que pudiste y cuando tus escándalos salieron a la luz, huiste a América del sur para no ser juzgado… En fin, capitán vamos a recoger todo. Partimos mañana—

 

Dejaron las ruinas, estallaron la pared de carga de la piscina, dejando que esta se vacíe. Recogieron a todos los peces más grandes que quedaron varados en el barro para evitar que los pueblerinos tengan acceso a comida fácil y rápida. Tras ahumarlos, los saltearon y los añadieron al resto de los víveres. Fueron a la granja de miel para inspeccionar el estado de la misma. Aunque fueron con pocas esperanzas, fue toda una sorpresa ver que los panales seguían intactos, llenos de abejas y cuadros repletos de miel, incluso la centrifugadora de miel estaba intacta, cubierta bajo una lona de tela, mas en su interior encontraron más colmenas, pues de alguna forma, las abejas lograron entrar el interior y colonizarlo. El sitio elegido era los suficientemente recóndito como para evadir a los aldeanos. Sin perder tiempo recogieron las cajas las llevaron junto con el resto de los víveres.

 

Organizaron el convoy y partieron rumbo al kazayato de Sogdya, en donde el kaz se hallaba reunido junto con su mayordomo Javangir, para escuchar el relato de Samir.

 

—Entonces encontramos el campamento enemigo en medio de unas rocas. Detuvimos los carromatos mágicos y caminamos hacia el campamento—

 

—Espera ¿Dejasteis los carromatos fuera del campamento? ¿No entrasteis con ellos?— Preguntó Javangir.

 

—Manis sospechaba de una emboscada, y tenía razón. Nos estaban esperando. Avanzamos en fila, Manis a la cabeza, yo en el centro y el otro que llamaba capitán detrás, como una columna. Íbamos escondiéndonos de árbol en árbol, de piedra en piedra, hasta que visualizamos la entrada al campamento. No había otra manera de entrar, así que decimos ir de frente. Fue ahí donde esos dos se dividieron y avanzaron en paralelo. Yo me quedé siguiendo a Manis. Pues fue cuando estábamos lo suficientemente cerca, que vimos un grupo avanzando. Entonces, Manis, sacó algo que parecía una piña invernal, si una piña que crecen en los pinos—

 

—Sabemos lo que es una piña, continua—

 

—La arrojó rodando por el suelo y cuando estalló, esos dos abandonaron sus escondites y se lanzaron al ataque. Sus armas emitían un ruido… como de tambores, pero tocando frenéticamente, muy frenéticamente y enemigo tras enemigo caía al suelo—

 

—¿Y tú que rol tuviste en su ataque?—

 

—A mí, Manis me dijo que me quedara cerca de ellos y vigilara la retaguardia. Estaba con escudo y espada en mano y nunca llegué a utilizarla, así que miraba a todas partes para ver por vendían y vaya que venían, aparecían enemigos por todas partes y hubo una cosa que me llamó la atención antes de que resucitara a los muertos; era que los enemigos que se acercaban demasiado cuando dejaba de atacar, estos se partían por la mitad—

 

—¿Se partían por la mitad? ¿Cómo es eso?—

 

—Como cuando cortas una barra de pan, se dividían antes de llegar a él. Era increíble, macabro, la sangre brotaba, como… como la fuente del patio. Nadie podía acercarse a él. Era una magia divina y otra cosa que me olvidé de contar, el humo que dejó la explosión no desaparecía, se quedaba y lo que entraban en contacto con el empezaban a ahogarse y luego morían partidos—

 

El kaz, miró a Javangir buscando una explicación lógica a dicho relato.

 

—¿Y qué me dices del otro?— Preguntó el Kaz —¿Qué estaba haciendo?—

 

—Atacando todo el rato, nunca dejaba de atacar, al menos eso me parecía, tenía mil cosas que ver y entender al mismo tiempo, mis disculpas por no ver los detalles—

 

—¿Cómo no te afectó ese humo del que hablas?— Preguntó Javangir.

 

—Antes Manis me dijo que me cubriera la cara, así que usé mi capa para cubrirme, también me entregó unos ojos de cristal, como los que llevaba, así podía ver entre el humo y pude ver que cuando este empezaba a disiparse, más y más guerreros se unían a la lucha, es entonces que me di cuenta de que aquellos que dieron muerte de pronto estaban caminando a mi lado. Me llevé un susto como no o lo podéis imaginar. Los muertos caminaban entre los vivos—

 

—Alguna magia prohibida, puede ser, como el ritual necroso— Divagó Fokas.

 

—Para esa magia se necesita un ritual muy concreto ¿Viste que Manis realizaba algún tipo de ritual en algún momento?—

 

—Creo que no. Ni sentí magia alguna. Los muertos se levantaron por sí solos, pero en vez de atacarnos, se abalanzaron contra sus compañeros. El caos reinó como no os lo podéis imaginar. La moral enemiga desapreció y luego fuimos cazándolos uno a uno—

 

—Los muertos se levantaron sin magia ¿Por su propia cuenta?— Preguntó Fokas levantándose del sofá.

 

—Parecía irreal, pero era real, pude verlo con mis ojos, incluso me quité esos ojos de cristal para verlo mejor—

 

—¿Podría ser alguna ilusión causada por la niebla que convocó antes?— Preguntó Javangir.

 

—Esa niebla desapareció rápidamente, los muertos resucitaron después de ella—

 

—Si, tiene que ser la niebla. Se depositó sobre los cuerpos y les dio nueva vida—

 

—¿Estás seguro Javangir?— Preguntó Fokas.

 

—Completamente, es un truco interesante. Verás usó su magia de explosión para camuflar un ritual de resurrección. Ingenioso—

 

—Pero ese ritual necesita más cosas para suceder y tampoco funciona con todos los cadáveres— Dijo Fokas.

 

—Repito, que yo no sentí magia alguna— Intervino Samir.

 

—Ves, dice que no hubo magia alguna ¿Cómo explicas eso?—

 

Javangir tragó saliva mientras hacía funcionar su cerebro para hallar una respuesta. Sentía un sudor frío recorriéndole el cuerpo seguido de un sentimiento de frustración e impotencia.

 

—…No lo sé, mi señor—

 

—Bueno, en fin. Continua ¿Qué pasó luego?—

 

—Cuando terminó la batalla, los muertos dejaron de moverse y al propio Manis no pareció importarle, se comportaba como si eso nunca hubiese sucedido—

 

—Interesante ¿Enviaste soldados a ese campamento?—

 

—Así es, mi señor. Tan pronto como supe de su existencia, mandé a Hashkar junto con un nutrido grupo, con carros vacíos. Posiblemente encontremos más tesoros que los sirukalpes saquearon—

 

—Después de la batalla en el campamento ¿Qué ocurrió?—

 

—Ah, si… Seguimos el rastro y llegamos al río de la frontera, en donde las aguas se abrieron tiñéndose de rojo—

 

—Ese lo conozco, ritual de las aguas rojas. Apuesto que ahí fue donde encontraste la cabeza de Siruk ¿Viste que su cuerpo tenía un agujero en el vientre?— Samir asintió —Se lo hizo con su espada y usó su sangre para abrir las aguas— Javangir resopló contento de haberlo deducido quedando bien ante su señor.

 

—¿Cruzaron las aguas?— Preguntó Fokas preocupado.

 

—Se lo impedimos. Quemamos la salida y las aguas los devoraron, junto con las criaturas que en ella vivían, nadie sobrevivió, el propio Manis se aseguró de ello, mató a todo el que parecía moverse. Pero lo mejor vino al final, descubrimos por casualidad que uno logró escapar a caballo en otra dirección. Le perseguimos hasta el reino del sur, y ahí a largas distancias, imposibles de alcanzar con un arco, Manis logró matarle estallándole el pecho. Fue asombroso—

 

—Ah, sí que viviste una interesante aventura— Reconoció Fokas sentándose de nuevo en el sofá soltando un suspiro —Puedes retirarte—

 

Cuando Samir se marchó el mayordomo le se sirvió un sorbete de frutas calentado.

 

—Un problema menos, pero igual Zaganos, o Mahmut, o cualquiera de ellos se inventará un pretexto para inculparme. Que bien me sentiría al saber que el flanco este estaría protegido ¿Crees que Manis regresará?—

 

—Si hubiese querido que el dios se quedara en el terreno conquistado ¿Por qué incluyó tantas trabas en su pergamino?—

 

—No lo escribí yo, fue mi mujer. Ella quería inmiscuirse, estaba muy preocupada y yo le dije que podía redactar la concesión de tierras—

 

—Señor ¿Cómo no se leyó el documento antes de entregárselo al dios? ¿Acaso no pensó que su ira podría caer sobre nosotros de igual forma que cayó sobre los extintos sirukalpes?—

 

—Confié en ella. No entiendo por qué haría algo así—

 

—Quizás no quería ceder nuestra tierra—

 

Fokas apretó el vaso hasta agrietarlo.

 

—Maldita sea, Javangir ¿Crees que he provocado un problema mayor?—

 

—Es muy posible señor. Los dioses son muy orgullosos y Manis se veía orgulloso de cumplir con su contrato, probablemente se sienta traicionado—

 

—Oh, no ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debería sacrificar?—

 

—No lo sé, he de consultarlo con nuestros sacerdotes, pero si por algún casual regresa, tiene que ir a su encuentro ¿Entiende? Es crucial para toda nuestra supervivencia. Intente agradarle, muéstrele su carisma natural e intente mencionar lo mínimo el documento. Eso es lo que yo haría—

 

—Aprecio tu consejo. Debí aceptar la modificación de las cláusulas cuando lo mencionó—

 

—No mencione el contrato. Hable de ello como una negociación, así podremos saber qué es lo que él quiere y tal vez salgamos de esta—

 

—¿Tú crees?—

 

En ese momento, un mensajero irrumpió en la sala con un mensaje muy importante.

 

—Mi señor kaz, he de comunicarle, que el dios Manis ha sido avistado en la colina donde se hallaba la fortaleza enemiga—

 

La sangre del kaz se congeló por un momento. Su piel palideció perdiendo su ligero bronceado característico. La mano de su mayordomo se posó en su hombro trayéndole de regreso a la realidad, a la vez proporcionándole cierto alivio.

 

—Es la hora, mi señor— Habló Javangir con un tono solemne.

 

—Apresúrate y prepara mi caballo—

 

Reuniendo fuerzas, fokas se levantó del sofá y caminó hacia la salida iluminada por el radiante sol del mediodía.

 


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