Capítulo 16:
Infantería motorizada
En el oriente más cercano se alzaba el
imperio Khwarazmiya. Gobernado por un Khwarazshah, se extendía desde las
montañas nubladas que hacían frontera con el reino del sur hasta los lejanos
ríos del basilisco en la Asia profunda. Más allá, las lejanas tierras solo eran
mencionadas de la boca de aquellos que narraban las travesías de los antiguos
héroes, quienes las recorrieron en sus mitológicos viajes.
El capitán llevó las tinajas de metal
mágico, junto con el cofre de monedas al interior del domicilio, más
concretamente al taller, por órdenes de Manis, mientras este, a su vez de quedó
escuchando las súplicas de su nuevo cliente.
Por invitación de Manis, el Kaz Fokas,
acompañado de un guardaespaldas, accedieron al interior del edificio. A su
guardia personal se les permitió esperar en el patio, pero fuera del recinto
vallado.
Desde fuera, la casa de Manis no
parecía diferente de cualquier otra casa rural, por lo que esperaban que el
interior fuese igual, es decir: una única habitación con cama, chimenea y mesa;
más cual grande fue su impresión al entrar en un pasillo que bifurcaba en
habitaciones. Ante sus ojos parecía haber entrado en un decorado laberinto.
Fokas y su guardia entraron con
cautela, mirando a cada lado con disimulo, pero a excepción de algunas puertas
cerradas, poco pudieron ver.
Su sorpresa fue en aumento, cuando
Manis abrió la puerta que tenía en frente. El interior estaba completamente
oscuro, pero tras oír un extraño de un golpe seco, el interior de la sala se
iluminó instantáneamente, como si la luz del sol hubiese aparecido de golpe
ante ellos.
El interior de la sala carecía de
decorado, por salvo los radiadores pegados a las paredes, los cuales a ojos de
los invitados eran extrañas esculturas blancas; las paredes eran de madera, al
igual que el suelo; había una mesa de madera ovalada en el centro de la sala y
algunas sillas a su alrededor. No había velas, pero la luz venía desde algunos hoyos
del techo que vomitaban luz como estrellas encapsuladas; el techo estaba
pintado de blanco, un color que reforzaba la iluminación. No había chimenea,
pero hacía calor; un calor totalmente inusual, que les obligó a quitarse un par
de prendas, con el permiso del anfitrión. Contuvieron su sorpresa y su
sensación de incomodidad obedeciendo al chico, que les indicó con un gesto para
que tomaran asiento. El capitán cerró la puerta y se quedó en frente de ella, observando
a los invitados desde la distancia.
—Entonces, si mal no he entendido, desean
encargarme un trabajo— Dijo Manis sentándose en frente de ellos.
—Así es— Dijo Fokas, como si soltara
un suspiro —Pero no en este reino… Dígame señor Manis ¿Qué sabe del imperio
Khwarazmiya?—
—Que es un país que está al este…—
—¿Estás familiarizado con la
situación política del imperio?—
—Creo que no piensan invadir este
reino por el momento ¿Me equivoco?—
—Así es y sé que es una buena noticia
para vosotros, sobre todo con la guerra de sucesión que se avecina—
—Ese tema no puede importarme menos—
Cortó Manis —Siempre y cuando no marchen por aquí, pueden perfectamente matarse
entre ellos. Pero hablábamos de tu imperio ¿Algo malo ocurre en tus tierras?—
—Si, y permíteme recalcar lo
agradecido que estoy que lo hayas adivinado. Eso simplifica mucho las cosas… Verás
nuestro imperio se divide en lo vosotros llamáis provincias, nosotros los
llamamos kazayatos. De hecho, yo soy un kaz regente de una provincia llamada
Sogdya. No son tierras muy vastas, ni tampoco muy conectadas al resto del
imperio y… pero han… hemos sufrido una invasión. Una tribu que salió de algún
agujero de no sé dónde, e invadió nuestras tierras. Fue en la época de la
siembra estival del año pasado. Empezaron viniendo en pequeños grupos de
inmigrantes, pero luego se organizaron en un ejército que empezó a saquear
nuestras aldeas. Reunimos nuestras fuerzas y peleamos contra ellos, pero nos
vencieron… y… yo acabé apresado y vendido a un grupo de bandidos escalvistas.
Ahí fue donde nos conocimos, cuando me rescataste ¿Lo recuerda?—
—Lo recuerdo; continua—
—Cuando regresé a casa, descubrí que
estaban construyendo un castillo en frente de mi ciudad. Probablemente para
reunir efectivos y lanzar un ataque que supere nuestras defensas. Tratamos de
ralentizar su construcción, pero fracasamos… Ahora ellos tienen su fortaleza y
nosotros ya no podemos reunir más soldado. Esa es nuestra situación; pronto
será la temporada de lluvias y tras eso llegará la gelidez y cuando a su vez
pase esta, llegará la temporada de floración. Sospechamos que en ese momento
ellos reunirán un ejército para acabar con nosotros, y por eso, antes de que
pase esa tragedia, quisiera que te encargaras de ellos—
—A ver si lo he entendido. Me estás pidedo
que destruya una fortaleza ¿Correcto?—
—…Prácticamente—
—¿Y qué me dices de tu rey? ¿No está
concienciado con tu situación? Me gustaría saber por qué no acudiste a él en
vez de venir aquí—
—Nuestro rey… Los kazayatos poseen
una cierta autonomía. Se nos convoca a la guerra si así lo desea nuestro rey,
pero los problemas internos deben ser resueltos por el kaz. Pedir ayuda
significa que el gobernante no es competente y perfectamente podrían disolver
mi familia y ceder mis tierras a otro kaz y yo no quiero perder mis dominios,
así que ¿Hay alguna forma de que me ayudes con este problema?—
—Depende de lo que estés dispuesto a
pagarme. Me estás pidiendo que destruya una fortaleza. Atacar una no es como
cazar a bandidos de poca monta, es una tarea más difícil. A mayor dificultad,
mayor precio—
Fokas se mostró inconforme con la
respuesta de Manis.
—Pero si ya te he pagado ¿El metal
mágico no es suficiente?—
—Lo considero como un aval, un pago
por adelantado por el trabajo. Como dije, atacar una fortaleza es costoso
¿Estás conforme con ello?— Sin oposición Fokas asintió —¿Cuál es el plazo de
tiempo máximo que dispongo para realizar la ofensiva?—
—Emm… Perdón, no entendí—
—…¿Hasta cuándo podéis aguantar antes
de que tus enemigos os ataquen? ¿Cuándo creéis que atacaran vuestros enemigos?—
Fokas miró a su guardaespaldas en
busca de asesoramiento y ese a su vez ladeó su mirada entre Manis y su señor
sin saber bien qué decir.
—Podemos aguantar hasta el final de
la temporada gélida— Dijo Fokas —Luego tal vez nuestros enemigos nos ataquen—
—Entiendo. Atacaré antes de que
termine el invierno—
Sacó de un cajón un par de lápices y
un par de folios blancos.
—¿Qué es eso?— Preguntó Fokas
señalando los folios blancos.
—Hojas para tomar apuntes. Háblame de
esos enemigos tuyos. Quiero una visión completa del asunto ¿Cuántos son? ¿Dónde
se encuentran?—
Fokas carraspeó mientras calculaba
como debía expresarse.
—Por donde empiezo… Ellos son los sirukalpes,
llamados así por su líder Siruk. Llegaron desde el noreste, de alguna región
salvaje e incivilizada. Son una tribu nómada; no conocen la siembra ni los
beneficios de esta; se mueven en carromatos a todas partes y también los usan
como una especie de muralla; también tienen mucho ganado que viaja con ellos,
como ovejas, nurrus, homas; estos últimos vuelan por los aires y les ayudan a
cazar… ellos son morenos, de piel gris, algunos tienen ojos grandes y afilados,
pero de facciones duras, con altos pómulos. Tienen un cuerpo corpulento, pero
de nuestra estatura y se dividen en pequeñas castas muy organizadas,
controladas por un consejo de ancianos que veneran como deidades, ya me
entiendes y emm…—
—Háblame de su organización militar ¿Cuántos
son? ¿Qué tipos de tropas tienen?—
—Su ejército, ya… cuentan con dos mil
hombres, distribuidos en cuarenta divisiones. Su grueso está formado por una
infantería armada con mazas, hachas y por supuesto escudos; entre ellos hay
arqueros sin armadura, mayormente pastores cuyos arcos los usan para cazar
depredadores o incluso homas, algunos incluso traen a esas mascotas al campo de
batalla. Los guardias del jefe son su unidad de élite. Esos tienen una armadura
que recuerda a las escamas de un pez, gruesas y con escudos fuertes. Forman un
muro sólido con lanzas largas y luego las cambian por espadas cuando pelean a
corta distancia. Pero la infantería no es su fuerte. Su poder reside en la
caballería. Poseen quinientos jinetes ligeros, armados con arcos y otros quinientos
pertrechados, más dispuestos a pelear y menos a huir—
Con el calor de la sala, el Kaz
empezó a notar como su garganta se secaba a medida que narraba, haciéndole
carraspear de vez en cuando, lo que obligó a Manis a detener el relato para
ausentarse un momento a la cocina y regresar con una bandeja cargada de una
garrafa de cristal con hielo más tres vasos y a su lado había una hogaza de
pan, con un pequeño cuenco encima que contenía sal.
—¿Qué es eso?— Preguntó el
guardaespaldas.
—Agua. Limpia y purificada, para poder
quitaros el polvo del camino y refrescar la garganta para hablar—
Manis le sirvió un vaso y en frente
de los ojos negros del Kaz lo rellenó con el agua de la garrafa, seguido de un
gesto que daba permiso para beber.
Fokas miró a su guardaespaldas, quien
permaneció en silencio. Agarró el vaso y dio un sorbo.
—Es agua—
—¿Con qué cantidad de reservistas
cuentan?— Dijo Manis retomando la conversación.
Tras haberse refrescado, Fokas olvidó
momentáneamente el calor y se relajó, sirviéndose otra taza de agua.
—¿Reservistas?—
—Soldados en espera de reemplazar a
los caídos en un batallón—
—Emm… creo que ninguno—
—¿Ninguno? ¿Me estás diciendo que
toda la tribu esa sale a pelear?—
—Así es—
—¿Mujeres y niños por igual?—
—Esos se quedan en los carromatos
mientras los hombres pelean, ya sabes, para animarlos de cierta manera, pero
durante los asedios colaboran todos, así que sí, podemos decir que pelea la
tribu completa—
Manis tomó apuntes en silencio.
—¿Cómo os derrotaron en batalla?—
—¿Esa información es relevante?—
—Por supuesto. Todo aquello que me
ayude a comprender al enemigo es imprescindible—
—Muy bien… Fue el pasado año, cuando
su invasión empezó a traernos problemas. Reunimos un ejército de cinco mil y
marchamos contra ellos. Tras algunas escaramuzas, nos vimos las caras a finales
de la temporada de la siembra, concretamente la quinta luna de las festividades
del Avankhal. El campo de batalla fue una colina elevada, en donde
establecieron sus carromatos en una fortaleza cuadrada. Desplegaron a sus
guerreros cerca de su muralla improvisada. Cuando llegamos, vimos como
empezaron a quemar los pastos secos en la distancia que nos separaba. Bueno,
entonces la cosa se fue al traste y perdón por la expresión, cuando el ala
izquierda de mis jinetes desobedeció mi orden de permanecer a la espera e
iniciaron una carga por su cuenta. Por algún motivo, mi otra ala de jinetes
hizo lo mismo. No tuve opción que enviar a mis soldados a la carga, pero cuando
cruzamos el humo, nuestra propia caballería cargó contra nosotros, seguidos de
los sirukalpes—
—¿Os traicionaron vuestros soldados?—
—No, me expresé mal, quise decir que
mis jinetes estaban huyendo del enemigo después de fracasar en arrollarlos y
chocaron contra nosotros cuando íbamos avanzando. Eso desorganizó nuestra línea,
encima sufrimos su carga y para colmo, nos estaban rodeando, por lo que ordené
la retirada y escapamos como pudimos para reorganizarnos… Aquello fue un
fracaso tremendo, por no hablar de los hostigamientos de sus jinetes… En
resumen, perdí a muchos hombres, pero todavía éramos más que ellos. Nos
persiguieron hasta casi la frontera con tu reino, pero encontré un lugar donde
hacerles frente. Esta vez logramos chocar nuestras fuerzas en un terreno más
neutral, parecía que íbamos ganando, pero por arte de magia, sus jinetes
pesados aparecieron a nuestra espalda y solo bastó eso para hacer colapsar a
mis tropas, quienes huyeron en desbandada y cazados uno por uno. Fui capturado,
mis generales decapitados y yo vendido cuando se enteraron de que mi familia no
podía pagar mi rescate. Y ahora me entero que están estableciéndose en mis
dominios como si fueran suyos. Pero lo peor de todo fue que me enteré de que
los sirukalpes había conseguido de algún modo; los cuernos trompetas de Hoffar…
Con ellos en su poder, nos llegó la profecía de que nuestras murallas caerán
cuando soplen siete veces esos cuernos. Y eso lo harán cuando la nieve se
derrita; y eso no lo voy a permitir ¡Exijo venganza! Por mis generales muertos,
por todas las aldeas que saquearon, aunque tenga que ir en contra del deseo y
premonición de los dioses, mantendré mi territorio; quiero que los mates a
todos, a todos y cada uno de ellos, mujeres, niños, sus mascotas si hace falta.
Ese es mi deseo—
Fokas, quien narrando su historia se
levantó del asiento sin darse cuenta, se sentó y dio un último trago de agua,
como si fuese vodka.
—Me ha quedado claro, pero esos
cuernos que derriban murallas me han llamado la atención ¿Qué son exactamente?—
—Imagina los cuernos de un ayts a los
que se les ha atribuido magia divina—
—No sé qué es un «ayts»—
Fokas frenó en seco con su
explicación y reorganizó sus ideas en un corto silencio para volver a empezar.
—¿Sabrás lo que es una oveja; una
cabra? Pues un ayts es como esos animales pero con cuernos más grandes—
—Y les imbuyen magia a sus cuernos—
—Eso es, pero lo hacen magos
expertos. El sonido que emiten, carga con el milagro divino legado por los
dioses—
—Suena místico y peligroso. Tendré
cuidado con eso, me alegra se saberlo de antemano— Tomó nota subrayando dos
veces para recalcar la importancia de la amenaza.
—Ahora yo tengo curiosidad ¿Cómo te
encargarás de ellos?—
Manis soltó el lapicero mientras
alzaba la mirada hacia su cliente.
—…Primero he de ir personalmente a
hacer un reconocimiento de su fortaleza, lo que me recuerda ¿Dónde se ubica
exactamente tu provincia, ciudad y esa fortaleza? ¿Tenéis algún mapa?—
El acompañante de Fokas, rebuscó
entre sus pertenencias y sacó un papiro enrollado. Dicho papiro era de un color
anaranjado muy claro, casi blanco; en él había anotaciones y figuras que bajo
cierto punto de vista podría ver un mapa. No era el caso de Manis, quien volteó
el trozo en todas las direcciones hasta que se rindió en intentar entenderlo.
—Este mapa es una mierda. Las
descripciones son confusas, hay elementos que no sé qué son, por no hablar de que
no entiendo vuestro idioma—
—Es lo único que tenemos— Dijo el
guardaespaldas —De hecho es muy preciso—
—Explícaselo bien, para que sepa
donde tiene que ir, y que no ataque mi ciudad por error—
—De acuerdo, mi señor, no se alarme—
EL guardaespaldas señaló presionó el pergamino con un dedo —Nosotros nos
encontramos ahora mismo en este lugar, su casa. Dirigiéndonos por el sendero de
los lobos, llegaremos a las montañas nevadas de la sierra de Estrata, las que
marcan la frontera entre nuestros dos países. Tras ellos hay un valle por el
que fluye el río Haraz, es un río de color verdoso. Sigue su curso hasta que
este desaparezca, para entonces te hallarás en una llanura. En el horizonte
verás una cordillera montañosa en la lejanía. Siguiendo en su trayectoria y
llegarás hasta nuestra ciudad. Continua desde ahí por el sendero hasta llegar a
un lago, cerca de ese lago, sobre una colina, se asentaron los sirukalpes—
Manis meditó la información recibida,
generando un largo silencio, incómodo para los invitados, indiferente para el
capitán, quien no apartaba la mirada del grupo, con su mano colocada en el
revolver de su cintura.
Aun sin comprender donde se
localizaba la dichosa aldea, Manis volvió a abrir el cajón de la mesa, sacando
esta vez un conjunto de mapas, la cuales en su momento traspasó de los trozos
que fue acumulando durante su vida, estandarizando y corrigiendo sus
incongruencias, creando así un mapa que era capaz de entender. Recíprocamente,
sus mapas eran inentendibles para sus invitados.
Pasaron las horas, entre
explicaciones y discusiones, al final, uniendo las pocas coincidencias entre
sus dos mapas, lograron esbozar una aproximación de donde se encontraba el
objetivo, en un mapa con más tachones que apuntes. Y finalmente llegaron a una resolución.
—Sentimientos a parte de nuestro
logro por ubicar una aldea en un mapa, toca hablar de un tema igual de
importante: la paga, o recompensa, como queráis llamarlo ¿Qué es lo que me
proponéis por este nuevo trabajo, al margen del metal mágico?—
—¿Qué es lo que tu deseas?— Preguntó
Fokas.
—Otro cofre de oro, quizás—
Fokas se apretó los labios, pues el
oro era un tema delicado para él. No sabía como decirle que no podía satisfacer
sus exigentes demandas en una moneda que era usada solo por la clase alta para
asuntos nacionales e internacionales.
—Si me permite la pregunta ¿Para qué
usa el oro habitualmente?—
Manis no supo cómo responderle. Por
una parte, no quería revelar sus proyectos que involucraban dicho metal; por
otra, no lograba descifrar la intención de la pregunta.
—Lo cambio por plata y cobre y por
bienes y servicios—
—En ese caso ¿Qué le parecería una
bolsa de monedas de playa con un reconocimiento nobiliario?—
—Prefiero solo la bolsa de monedas,
no tengo intención de recibir título alguno—
—¿No desea ascender en la escala
social?—
—En absoluto. Aceptar un título sería
lo mismo a meterme en política y si hay algo que odio en el mundo es la
política, así que no, gracias. Prefiero más metal mágico—
—Entiendo. Me encargaré de ello—
—¿Por qué no vienes con nosotros?—
Sugirió el guardaespaldas a Manis intentando aliviar la tensión que se generó —Así
sabrás donde está nuestra ciudad y a los que llamas enemigos, ya tiene la
ubicación, pero con un guía sería más… mejor—
—Lo haría encantado, pero para una
misión como esta, se necesita la mayor discreción posible. Su escolta armada
llama mucho la atención; y si voy con vosotros, de alguna manera los enemigos
se enterarían de nuestras intenciones y el trabajo se complicaría mucho, es una
misión delicada—
Fokas miró a su guardaespaldas
sintiendo como una idea llegaba a su mente.
—Como bien dices, es una misión
delicada a la par que importante y por ende creo que es mejor que lleves un
guía. Dos personas no llaman tanto la atención como una escolta armada; y para
aplacar la preocupación de mi buen lacayo, es mejor que él mismo, en persona, le
guíe ¿Le parece correcto?—
—Señor— Dijo el guardaespaldas
empezando a ponerse nervioso.
Manis se lo pensó y al final aceptó
la propuesta del kaz.
—Ya para finalizar esta reunión,
necesito que firmes esta hoja— Dijo Manis, entregando un formulario hecho por
él mismo y que Fokas miró con curiosidad.
—¿Y esto es…?—
—La certificación… Ahora mismo nuestro
acuerdo es verbal, y para evitar problemas futuros, usaremos esta hoja firmada
por ambos, como una promesa de que cumpliremos las condiciones. Mejor dijo, es
un contrato por mis servicios. Sí, debí empezar por ahí—
Fokas agarró la hoja de papel. Sintió
lo fina que era a comparación con el papiro, pero sin su irregularidad y
fragilidad, manteniendo una superficie lisa como el pergamino. En un primer
vistazo no entendió nada de lo que ponía, pues estaba escrita en la lengua
natal de Manis, una que se usaba en otro mundo. Lo que acrecentó su curiosidad.
—Ahora soy yo el que no entiende nada
¿Qué idioma es este?—
Enseguida Manis cayó en la cuenta de
que le había pasado el formulario erróneo. Recogió el impreso y le cedió otro
escrito a mano en el idioma común de ese mundo. El cual fue leído por el Kaz
con detenimiento.
—¿Todo correcto?—
—Solo una última cuestión ¿Cuándo el
clérigo Razvan solicita sus servicios le hace firmar papeles como este?—
Aquello desconcertó a Manis.
—¿Conoce a Razvan?—
—A mis oídos llegó su nombre, mas no
nos conocemos en persona; así como corren rumores de que a sus servicios llegó
un vasallo muy poderoso—
—No soy un vasallo de Razvan—
Interrumpió Manis —Él es otro cliente que solicita mis servicios, y por
supuesto que firma un contrato, tal como está haciendo ahora, señor Fokas—
Fokas aparentó estar convencido, por
lo que firmó el contrato. Después de eso, la reunión no duró más, pues la mitad
del día había terminado. El kaz y su guardaespaldas se reunieron con el resto
de la escolta, quienes estaban holgazaneando en el jardín frente de la verja,
mientras sus monturas pastaban.
—Ya se está haciendo tarde. Hemos de
regresar a nuestro campamento. Quedarnos mucho tiempo, como bien has recalcado,
llamaríamos demasiado la atención. Estaré esperando tus nuevas— Dijo el kaz.
Fokas, se montó sobre su caballo y
cabalgó al trote en una formación estándar cuadrada, con su guardaespaldas a su
derecha, en la posición de guardia de honor y con el portaestandarte liderando
la marcha.
—¿Cómo fue la reunión, señor? ¿Qué
pasó dentro?— Preguntó el portaestandarte —¿Ese dios errante se unirá a nuestra
causa?—
—El tiempo lo dirá. Los dioses son
caprichosos e impredecibles—
—¿Cómo era su morada?— Le preguntó el
guardia que estaba a espalda —Solo llegamos a ver un pasillo oscuro. Por un
momento temimos por su seguridad y valoramos entrar, más la presencia de una
peligrosa criatura asustó a nuestras monturas—
—Es difícil de describir. Por un
lado, su morada era igual que la de un mortal, pero había en su interior una
magia desconocida. Estaba presente en pequeños detalles, como en el techo;
hoyuelos de los que emanaba directamente la luz del sol. No era la tenue luz de
las piedras mágicas, pues su brillo era intenso…—
Fokas continuó relatando su
experiencia durante todo el trayecto hasta llegar al campamento principal, un
par de tiendas desplegadas sobre una elevación, con un simple muro de tierra,
construido con la misma tierra del foso que se extendía a los pies del mismo.
En el interior de dicho campamento relató de nuevo su experiencia, en una cena
conjunta, antes de irse a dormir y a la mañana siguiente. Y tras haber oído
varias veces la experiencia que el guardaespaldas compartió con su señor,
decidió expresarle sus dudas durante una parada, en la cual las monturas
pastaban y los soldados descansaban compartiendo un brebaje caliente mientras
partían el pan entre ellos.
—Mi kaz, admito que yo también quedé
impresionado durante nuestra reunión. Pero una parte de mí mantiene una
desconfianza acerca de él. Y cuanto más pienso acerca de la reunión más duda me
genera. Cierto que hemos visto cosas que nos sorprendieron, pero cuanto más lo
pienso, más me doy cuenta de que esas luces probablemente era como nuestras
linternas y lámparas. El papel es diferente a cualquier pergamino o papiro
tanto del este o del oeste. He de reconocerlo, su blancura era atrayente, pero
sigue siendo un tipo de papiro—
—¿A dónde quieres llegar?— Preguntó
Fokas partiendo el pan entre ellos.
—A que quizás no deberíamos atribuir
a la divinidad, aquello que puede ser expresado por la magia—
—¿Insinúas que puede ser un
estafador?—
—Dichas palabras no deseo pronunciar,
más es la razón la que me lleva a mantener los pies sobre la tierra y
desconfiar incluso de lo que me muestran mis ojos—
—Mira estas letras— Le mostró la hoja
del contrato —Se nota el trazo de la mano en ellas, pero la otra tenía símbolos
más uniformes… estandarizados, es la palabra que quería usar. Quizás ese era el
idioma de los dioses o solo una elaborada estafa, pero era demasiado real. Si
tan grandes son tus dudas, entonces vigílale. Estate atento a lo que hace, e
infórmame de todo lo que haga—
—Así lo haré— Dijo golpeando torso
con su puño mientras hacía una ligera reverencia —Pero ¿Y si nunca llega a
completar el trabajo? ¿Qué será de nosotros?—
—Entonces considerará que hasta los
dioses nos han abandonado. Entonces, cederé los derechos sobre mis tierras al
kaz Zaganos y él triunfará en la gran reunión de consejo, djwan, convenciendo
al khwarazshah de que su política de reubicación de tribus es la correcta.
Negociaré nuestra protección bajo su mandato como último recurso—
—Le mantendré informado. Ahora si me
disculpa, he de partir—
—Suerte y ve con dios— Despidió Fokas
mirando como su lacayo partía con un par de caballos hacia el horizonte, antes
de partir él mismo con su séquito en dirección opuesta.
Cuando la compañía desapareció en el
horizonte, Manis regresó junto con su capitán al interior del edificio.
Quitándose su máscara y su poncho.
Entregó el papel con apuntes a su capitán y se dejó caer sobre la silla que
estaba en la cocina.
—Nuestra primera misión en meses. Ya
estaba echando de menos a Razvan y sus bandidos… Qué a todo esto hace tiempo
que no se pasa por aquí. Espero que solo por eso los pueblerinos no se motiven
e intenten destruirme la casa. Como sea, centrémonos. Tenemos un trabajo por
delante. Nada más y nada menos que destruir una fortaleza y aniquilar a sus
habitantes. Está todo en el papel. El problema es la fortaleza. No tengo ni
idea de cómo luce; los detalles que me dieron eran muy vagos y como de todas
formas no me fio de nada de lo que me han dicho, he de ir personalmente a
investigar… No, esta vez iré solo. Tú quédate aquí vigilando la casa, pues no
sé dónde está ubicada y el protocolo estándar de investigación también podría
tomar un par de días, eso sin contar el viaje de regreso... No, quédate a
vigilar la base. Si la perdemos, será un golpe mucho mayor del que podamos
encajar. En fin, como tenemos fecha de límite en este trabajo, habrá que
apurarse. Empecemos a cocinar, saca la masa madre, vamos a hacer bocadillos—
Para empezar su marcha, lo primero
era asegurarse de tener comida suficiente para el viaje. Esta no debía ser muy
pesada, ni tardar mucho tiempo en laborarse. El alimento idóneo eran los
bocadillos. A diferencia de las galletas marinadas, eran más nutritivos y
tenían más calorías.
Sacaron la masa madre que guardaban
para sobre inflar hogaza de pan y con un trozo recubierto en harina y agua, lo
dejaron reposar en un molde para que la masa madre actúe.
La masa madre solo era una mezcla de
harina y agua, solo había que dejarla reposar en un tarro o cualquier cosa que
sirva como recipiente, y al cabo de dos o tres días, solo se tenía que seguir
añadiendo harina y agua para alimentarla y que esta crezca. Cuando esté bien
espumosa, se desborde del recipiente y parezca vómito, es cuando está lista.
Con ella hicieron desde pan, hasta agua carbonatada para el kvass y vinagre.
La producción de miel iba a buen
ritmo, pues las abejas no paraban de rellenar marcos con sus amarillentas
celdas hexagonales, lo que obligó a Manis a seguir ampliando sus colmenas
agregando nuevas cajas. Al cabo de unos meses ya ni siquiera sabían qué hacer
con tanta miel y la dejaban en tarros para que se cristalizara con el fin de
usarla en otros proyectos. En esa ocasión, necesitaban miel líquida y para
devolver la miel a su estado natural, bastaba con calentarla. Preferiblemente
en un frasco sumergido en agua hirviendo.
Agarró un bol de cerámica, los
rellenó con trozos de frutos secos o avena, comprados a comerciantes errantes,
con los que se topaban por el camino en sus ejercicios matutinos. Añadió miel, removiendo
la mezcla hasta dejarla hecha una masa, la cual posteriormente se aplanó colocándole
una sartén y un par de ladrillos encima y la metió al frigorífico para su
solidificación.
Mientras la comida estaba en reposo, Manis
fue al taller, a donde su capitán llevó tanto el cofre, como el metal mágico.
Las monedas las clasificó y las guardó en una caja fuerte junto con otros
metales. Vertió el metal en un contenedor de seguridad, rellenándolo hasta el
borde y abriendo un nuevo contenedor para seguir vertiendo el metal.
Usando dicho metal, extrajo algunas
barras de acero y un par de láminas cuadradas de aluminio junto con tornillos a
medida.
Las barras, las recortó y soldó
creando una rejilla de un determinado tamaño.
Agarró un par de tablas de madera
negra por un tratamiento pasado por fuego y las colocó sobre la mesa. Tras
medirlas, recortó las piezas, estableciendo una base rectangular. Aplicando una
capa de resina de pino a modo de pegamento, montó las cuatro paredes laterales,
una tras otra hasta que formó un cubo y para mayor seguridad martilleó clavos
en cada junta.
Con el cubo listo, tocaba hacer los
perfiles y para ello agarró una plancha de aluminio y la dobló tres veces con
una plegadora; dicho artefacto era una unión de dos láminas que dejaban un
espacio en el interior, por el cual se insertaba la lámina a doblar y un par de
barras soldadas servían a modo de palancas; siendo el tercero la guía para el
corte. Una vez listos, cortó los bordes con una sierra en ángulo de cuarenta y
cinco grados para que encajaran mejor entre sí. Apoyando un trozo de madera
sobre el metal a modo de amortiguamiento, martilleó hasta que encajar cada una
de las piezas para que se amoldaran al contorno. Repitió ese mismo proceso con
cada lado de la caja y con más resina pegó los perfiles solo para que se
mantuvieran fijos, después los reforzó esta vez con tornillos.
Para mayor refuerzo agregó unas
esquineras. Estas eran unas chapas cónicas que iban atornilladas en cada
esquina, cubriendo las juntas, manteniendo los perfiles sujetos y a su vez
protegiendo mejor los bordes.
Con todos los perfiles puestos,
colocó la caja sobre el suelo volcada a un lado. Con una escuadra y una tiza,
marcó un contorno cuadrado en cuyo interior taladro cuatro agujeros. Dichos
agujeros servían para poder introducir una sierra y recortar el cuadrado.
Agarrando dos chapas, y dobló solo
uno de sus extremos, alrededor de una barra doblada en forma de rectángulo.
Soldó la junta para sellar el anillo, pero dejando un espacio para que la barra
se moviera con soltura, pero añadió un pequeño seguro para que esta pudiese
permanecer fija cuando sea necesario. Había creado dos asas.
Introdujo las asas en el agujero
recortado, asegurando la unión con más resina y tornillos.
Con asas ahora la caja podía
levantarse con mucha mayor facilidad. Colocándola sobre la mesa, fue hasta un
armario de materiales para traer un cilindro enrollado con goma.
Recortando la goma a medida, forró el
interior de la caja con resina, consiguiendo un acolchado para mayor protección
de los materiales que introduciría.
En la parte inferior colocó la
rejilla por fuera de la caja y e hizo unos agujeros con el taladro.
Para la tapa repitió el mismo
proceso, construyendo un segundo cubo, pero solo una parte de largo. Esta iría
unida a la caja por medio de cuatro bisagras traseras y dos cierres en forma de
gancho en la parte delantera.
La caja era suficientemente alta. Agarró
una nueva tabla de madera y la forró en ambos lados con goma. En un lado
atornilló un asa simple con dos pasadores y en la parte trasera marcó los
espacios para dos bisagras. Colocó la tabla al interior de la caja y marcó en
la pared trasera donde irían colocadas las bisagras y dos pequeñas escuadras en
la parte delantera.
Cubriendo el interior con un trapo
taladró los agujeros donde irían las bisagras y escuadras interiores. Montando
la tabla, comprobó que esta podía moverse con soltura y se apoyaba sobre las
escuadras triangulares con relativa seguridad. Así creó un doble fondo.
Llevó la caja, junto con la rejilla
al exterior, en donde se hallaban estacionados sus dos quads, cuales corceles
metalizados esperaban inmóviles en su establo a medio construir, llamado garaje.
En la parte trasera de uno de ellos,
le atornilló la rejilla, y sobre ella colocó la caja, quedando así un vehículo
con maletero.
Sonrió colocando las manos en la
cintura, mientras admiraba su obra. Muchas cosas pasaron por su mente
influenciadas por una intensa nostalgia mezclada con melancolía.
Regresó a la cocina, en donde
prosiguió con la elaboración de sus bocadillos. En el tiempo que estaba
construyendo la maleta para el vehículo, su capitán troceó la carne seca hasta
dejarla completamente picada. La sazonó con ajo, cebolla y sal, para freírlas
en una sartén con grasa de cerdo, hasta que la cebolla se doró, indicio que
aconsejaba retirar la comida del fuego. Vertió la carne en cuenco cuando Manis
regresó del garaje.
Sacó la masa y la dividió en partes. Extendió
la masa sobre una tabla recubierta con harina. Colocó una cucharada de carne en
el centro de la masa, sobre la misma colocó un par de pimientos recortados
cuadraditos con pepinos encurtidos encima, coronados por un par de lonchas de
queso. Envolvió el conjunto con pequeños pellizcos hasta que quedó con forma de
bollo redondo. Lo colocó sobre la bandeja y repitió el proceso hasta que se
quedó sin carne, pero para entonces había conseguido más de quince panecillos.
Al terminar el último, se tomó un descanso,
al mismo tiempo que las empanadas reposaban y el horno se precalentaba a ciento
ochenta grados.
—Creo que con estas tenemos para un
par de días ¿No te parece? Realmente no sé cuánto tiempo estaré fuera y tampoco
sé si será suficiente para el regreso. En fin, iré a revisar las armas, tu mete
esto en el horno hasta que se vuelva entre marrón y dorado, luego déjalo sobre
una bandeja—
Manis regresó al taller, a la mesa de
la armería que estaba al fondo, junto a la sección del arsenal, que era un par
de estanterías con cajas llenas de balas, cargadores, accesorios, dos rifles
Kalashnikov modificados y dos revólveres titan con un tambor de ocho ranuras.
Agarró su mochila y la colocó sobre
la mesa, a su lado colocó el cinturón con cananas para balas, bolsillos
traseros y laterales; y una cartuchera para su revolver; un chaleco táctico con
diferentes tipos de bolsillos cosidos.
Sacó de un cajón dos peines para
balas, los cuales rellenó con balas y con ese peine rellenó un cargador en un
segundo. Repitió el proceso hasta tener siete cargadores. Colocó los cargadores
apilados en la mesa.
Agarró un rifle AK, lo desarmó, lo
limpió mientras lo inspeccionaba minuciosamente, para finalmente volver a
armarlo y dejarlo sobre la mesa. El siguiente en recibir mantenimiento fue el
revolver y mientras lo limpiaba un agradable olor le llegó desde la cocina.
Dejó lo que estaba haciendo para ir a hacer la supervisión de la comida.
En la mesa descansaba el almuerzo y
la cena de mañana, dorado y jugoso. No pudo resistirse a tomar uno de ellos y
realizar el debido control de calidad.
—Están buenos… prácticamente hemos
hecho una especie de hamburguesas con forma de bollos. Solo les falta la salsa
de tomate. Si es que consigo encontrar dicha planta ¿Siquiera existe? De
existir porque la cebolla también existe, aunque esta es de la variedad morada—
El capitán agarró una empanada y la
devoró de un bocado sim emitir sonido alguno, luego ladeó la cabeza de un lado
a otro.
—Parece que no te desagradan, no como
la pasta, que por algún motivo no quieres ni ver. Eso sí, los pelmenis te
vuelven loco. Te los prepararé a la vuelta—
Agarró otros dos panecillos, uno se
lo llevó a la boca y el otro se lo lanzó a Víctor; el carcayú ministro de
economía, quien lo devoró con voracidad e indiferencia, tal como lo hacía su
contraparte humana en el otro mundo, pero con el presupuesto de todo un país.
El resto de la masa que sobró, la metieron en un molde rectangular y la
devolvieron al horno, para hornear pan de molde.
A la mañana siguiente Manis se
despertó con pesadez apagando el reloj despertador antes de intentar
incorporarse de la cama.
Tras vestirse, desayunó untando una
rebanada de molde tostada con una primera capa de mantequilla, sobre ella, una capa
de mermelada, sobre la cual vertió miel hasta rebosar. Llenó su vaso con zumo
de frutas del bosque que fue recogiendo cada que vez que se topaba con un
arbusto frutal.
Tras su dosis de azúcar y energía
diaria, fue al taller, en donde el equipo preparado le estaba esperando. Se
equipó el cinturón con cartuchera y el chaleco. Rellenó con balas tanto las
cananas como el bolsillo trasero. Metió los cargadores del Kalashnikov en los
bolsillos del chaleco y añadió un par de ellos a la mochila táctica. A dentro
de la misma metió una manta, cepillo de dientes, la pala plegable, muda de
ropa, un par de linternas, accesorios para el fusil de asalto, mientas que la
brújula, el cuchillo, los prismáticos y la cantimplora irían a dentro de los
bolsillos del chaleco. Los mapas, un cuaderno y lapiceros los metió en los
bolsillos colgantes de su cinturón.
Enfundó su revolver en su cinturón y
el fusil en el lateral de la mochila.
Agarró un par de minas claymore y
cables de detonación enrollados y los llevó al maletero del quad, junto con una
cesta llena de bocadillos y barritas dulces. Metió también una batería
auxiliar, un kit de herramientas y auxilios, cerró la tapa del contenedor
superior y metió ahí una tienda de campaña con tubos junto con un pequeño
radiador portátil, cerrando finalmente la maleta.
Se echó encima su poncho acorazado y
se colocó su máscara de gas con gafas.
Abrió la cortina que usaba para tapar
el garaje, ya que aún le faltaba instalar una puerta, y sacó su vehículo al
patio principal, en donde abrió la puerta de rejas.
—Volveré a repetirlo si hace falta; Voy
a ese imperio a ver esa fortaleza. Iré yo solo, no me sigáis y esto es una
orden directa y absoluta. Vosotros dos cuidad la casa; no os peléis; haced lo
que queráis en estos días libres; descansad hasta que yo vuelva y por nada en
el mundo dejéis que nada le pase a la base ¿Entendido?—
El capitán levantó su mano a la
altura de la cabeza, mientras que el carcayú se colocó a dos patas y alzó su
garra.
—No sé cuándo vendrá ese guía, pero si
por algún azar del destino, resulta que todo esto es una trampa y acabo muerto…
al menos estaréis lejos cuando eso pase. Portaos bien—
Mientras Manis sacaba su vehículo,
oyó el ruido de los cascos de caballo acercándose en la dirección en la que
estaba por ir. Colocó su mano en su revolver y vio aparecer al guardaespaldas
del kaz Fokas a lomos de un caballo, sosteniendo con su mano derecha las
riendas de otro.
—Que la fortuna esté con vosotros—
Saludó el jinete parando en frente del grupo —Yo, Hashkar, vine por órdenes del
kaz Fokas para ser su guía, Manis—
—Buenos días… ¿Por qué has traído dos monturas?—
—Traje una para usted, pues supuse
que no tenía una, al no ver establos el otro día— El guardaespaldas Hashkar
entornó los ojos al quad que estaba en frente de él —Aunque he de comunicarle,
que estas monturas, son monturas de guerra. No están criadas para tirar de
carros y carrozas—
—Me alegro mucho saberlo, sobre todo
porque no se montar a caballo y hoy tampoco voy a hacerlo— En respuesta Manis
se montó sobre su quad y se colocó su casco dedicando una última mirada a sus
soldados —Volveré—
Arrancó el vehículo y ante la mirada
del guardaespaldas, el quad empezó a moverse solo, pasando a su lado.
Hashkar se sorprendió por un momento,
pero luego atribuyó el hecho a la magia y espoleó su montura, alcanzando
rápidamente el vehículo.
—Me gustaría trasladarte una duda ¿Ese
carro suyo se mueve tirado por algún tipo de criaturas invisibles?—
—Podría decirse que esas criaturas de
las que hablas, están dentro del carro, moviendo las ruedas desde el interior.
Por cierto, este tipo de carros, reciben el nombre de quad, recuérdalo—
—Suena a una magia oscura para mí ¿Pero
por qué quad? Suena como si lo gritara una rana—
—Es el acrónimo de cuadriciclo, lleva
ese nombre porque tiene cuatro ruedas ¿Lo entiendes?—
—Diría que es un nombre muy literal.
Un carro puede tener dos o cuatro ruedas. Te soy sincero cuando digo que nunca
vi un carruaje moverse solo, pero sí recuerdo haber oído que cierta escuela de
magia tiene algo parecido—
—¿En serio? ¿Me estás diciendo que
existen estos medios de transporte?
—Me sorprende que lo preguntes, dicha
escuela mágica se encuentra en tu reino ¿No sacaste de ellos la inspiración
para construir tu carro?—
—No tenía ni idea de que esos carros
existían, hasta que me lo has dicho. Este vehículo es una reinvención propia,
nada tiene que ver con la magia—
—No me extraña que no lo sepas, las
sectas mágicas son muy herméticas: yo lo oí de nuestro mago palaciego y solo lo
comentó cuanto estaba borracho. Todo lo mágico es secreto y solo lo comparten
entre ellos. Si no formas parte de su mundo, por mucho poder que tengas, olvídate,
serás un apestado para ellos… ¿Dijiste reinvención? Si no recuerdo haber oído
mal. Si desconocías los carros mágicos ¿En qué te basaste para construir tu
quad?—
—En varios modelos de ATV, pero me
decidí en adaptar un estilo quad más clásico, porque conserva mejor
aerodinámica, pero agregándole ciertas mejoras para que rindiese como un ATV,
mejor estabilidad, tracción total las cuatro ruedas, detalles—
—Emm, me parece que tu sabiduría eclipsa
mi entendimiento—
—¿Llegaremos a alcanzar a la caravana
de escolta del kaz?—
—No, ellos marcharan su rumbo hacia
Sogdya, nosotros tomaremos una desviación hacia la tierra de los sirukalpes—
—¿Y cuánto tiempo estimas que
tardaremos en llegar?—
—Cuatro días, si vamos al trote
durante todo el día, pero con el descanso para que las monturas pasten, y
cortando las noches, serán seis días aproximadamente—
—Entonces tomaré el viaje con calma—
Avanzaron por el sendero a una
velocidad variable, pues tras un par de horas, el caballo dejaba de trotar y
continuaba caminando, hasta que, llegado el momento, tuvieron que hacer una
parada para que Hashkar pudiese cambiar de montura, aprovechando dicho momento
para almorzar y estirar piernas. Hashkar, como buen jinete de escolta, traída
consigo en sus alforjas trozos de carne seca y pan seco con el cual lo acompañaba.
Dichas raciones eran usadas también por los mensajeros, quienes no podían darse
el lujo de detenerse en su camino. Reanudaron inmediatamente la marcha casi a
la misma velocidad que al principio, pero la primera montura les ralentizaba,
aun así, continuaron hasta el anochecer.
Eligieron una colina cercana por
sugerencia de Manis, y mientras Hashkar preparaba su cama, que consistía en una
recolección de hojarasca, sobre la cual cubrió una sábana, Manis armó una
simple tienda cónica de campaña que trajo desde su casa, pero lo más llamó la
atención del guardaespaldas fue cuando marcó el terreno alrededor de la colina
para colocar los claymores.
—¿Qué estás haciendo?—
—Considera esto como… ¿Cómo lo
llamaríais vosotros? Un… círculo mágico. No te pongas en frente de esto, si lo
haces acabarás hecho pedazos y tus restos quedarán desperdigados por el suelo.
No entres en mi tienda—
A la mañana siguiente, Hashkar se
despertó de golpe con el sonido del reloj despertados que provenía de la tienda.
Había dormido bajo la sobra del árbol, usando su capa como sábana, pasó la
mitad de la noche despierto intentando mantener el fuego de la hoguera
encendido. Todavía estaba oscuro, más el cielo se iluminaba con el pasar del
tiempo.
Manis salió de su tienda tras
asearse. Desmontó la tienda y la guardó en el maletero.
—¿Dormiste bien?— Le preguntó al
guardaespaldas del kaz.
—No me puedo quejar, realmente pasé
noches peores—
—No te he preguntado sobre tus otras
noches, te he preguntado si dormiste bien— Repitió Manis.
—Si, dormí como pude—
—¿Comemos algo o partimos
inmediatamente?—
—Preferiría llenarme un poco la
tripa, fue una noche larga ¿Cómo dormiste tú?—
—Cómodo—
Desayunaron lo que tenían a mano,
Manis sus barritas de cereales y Hashkar cocinó un trozo de carne con las
brasas de la hoguera e hirvió agua para hacer un té con las hojas de pino que
recogió por el camino.
Al terminar, Manis desmontó las minas
y las guardó de nuevo en su maletero junto con su tienda, emprendiendo de nuevo
su camino.
Los días de viaje transcurrieron uno
tras otro, donde la única diferencia era el paisaje que iba cambiando a medida
que se adentraban más en las tierras del imperio.
Una de las cosas que Manis notó, fue
la casi nula cantidad de árboles que había en la zona. Ante él se extendía una
especie de páramo, con algunos arbustos de apariencia seca y muchas plantas
silvestres, entre ellas muchas tenían pinchos y espinas que amenazaban con
perforar los neumáticos.
El páramo se extendía hasta el
horizonte, en donde se podía vislumbrar el brillo del agua perteneciente a un
lago, en culla costa había una elevación rocosa, sobre la cual se hallaba un
asentamiento.
—Ahí están— Señaló Hashkar.
—¿Son ellos?—
—Así es. La fortaleza de los sirukalpes—
—Parece que han tomado la única
elevación varios kilómetros a la redonda—
—¿Qué vas a hacer ahora?—
Manis miró a su acompañante.
—Lo primero es hacer una inspección
del terreno, cartografiar un mapa, estudiar al enemigo y luego regresar a la
base para formar un plan de ataque—
—¿Cuánto tiempo te tomará hacer todo
lo que has dicho?—
—Bueno, eso depende de ti ¿Qué vas a
hacer tú ahora, Hashkar?—
—Yo… prometí a mi señor guiarte hasta
los sirukalpes, y él me encomendó no perderte de vista—
—¿Eso quiere decir que volverás
conmigo en el camino de regreso?—
Hashkar se quedó sin palabras, pues
no había pensado en ello. El viaje fue contra todo pronóstico muy tranquilo,
sin ataques de bandidos ni bestias. Ahora se encontraba en un dilema. Por una parte,
deseaba regresar a retomar sus labores pendientes, pero por otro la orden de su
señor tenía límites difusos, no sabía cuando habría cumplido su voluntad.
—Creo que te acompañaré hasta que
decidas regresar, luego me iré a casa—
—Es lindo tener una casa y un sitio
al que llamar hogar ¿No?—
—Emm, sí. Echo de menos a mi familia,
pero los deseos de mi señor son la prioridad. Ellos lo entenderán—
—Entonces continúa guiándome— Sacó
una libreta y un lapi —Cuéntame ¿Qué hay en esta dirección?— Señaló al sudeste.
—Ahí está Sogdya, la ciudad de mi
señor—
—Al norte veo el lago ¿Es un lago o
un mar?—
—Es en realidad un lago, pues está
aislado del resto otros cuerpos de agua, pero es salado. Es un lago de agua
salada—
—Háblame más de ese lago ¿Hasta dónde
llega?—
—Atraviesa unos treinta kazayatos—
—¿Tan largo es?—
—Si, es un poco largo, pero si subes
a una montaña, o desde esa torre es posible que logres vislumbrar un poco sus
costas finales— Señaló la torre del homenaje que se alzaba sobre la colina en
el interior de la fortaleza enemiga.
—Siento que debí preguntarlo antes,
pero ¿Cuántos kazayatos tiene este imperio?—
—Cerca de trescientos—
A Manis casi se le cae el cuaderno al
oír la cifra.
—Si que son muchos estados… ¿Qué hay
más allá de la fortaleza?— Preguntó señalando en dirección oeste.
—Pequeñas colinas escarpadas—
—¿Y más allá?—
—El río Khoroj. Uno de los ríos que
alimenta el lago. También marca el límite de nuestro kazayato—
Manis tomó nota de todo lo que dijo
el guardaespaldas del kaz. Buscó un punto elevado; sacó un mapa de su bolsillo
junto con unos prismáticos.
Observó la fortaleza; calculó la
longitud de sus muros, el número de sus casas, su proximidad al mar, la
distancia que la separaba de otros asentamientos; inspeccionó los pocos
accidentes geográficos que había en los alrededores y esbozó una tabla del
clima con ayuda de un termómetro de mercurio, para la temperatura; un barómetro
de mercurio, para saber la presión atmosférica y un anemómetro para el viento.
El mapa dibujado empezaba a ganar
detalles, detalles que ayudaban a Manis a idear una estrategia de ataque. Pero
ante los ojos de Hashkar, el chico solo parecía estar jugando con extraños
inventos.
La fortaleza estaba hecha de madera.
Se asentaba sobre la propia piedra de la colina. Sus muros se dividían en dos
círculos: una puerta interior que separaba la cuesta de la colina y un muro
hecho de carromatos, los cuales empezaban desde la pared rocosa, extendiéndose
en un amorfo semicírculo, en cuyo interior se levantaban las casas de los
habitantes, hechas con barro y paja recolectada de las plantas silvestres que
crecían por todo el páramo.
El muro de carromatos estaba
levantado sobre una superficie uniforme de tierra excavada, que servía a modo
de foso, reforzado con estacas anticaballería. Así mismo una capa de barro y
piedra, cerraba los recovecos, asemejándolos más a una muralla de madera, que a
vagones.
El trabajo tardó varios días en
completarse y en esos días Hashkar observó a Manis trabajar de cerca. Primero
nunca estaba quieto, en segundo obligaba al guardaespaldas a seguir un
protocolo de reconocimiento, que consistía en ir arrastrándose por el suelo
varios kilómetros de sus respectivos medios de transportes, solo para que Manis
tomase un par de anotaciones y de regreso del mismo modo. Dichas anotaciones
duraban desde un rato, hasta largas horas en las que debían permanecer
recostados sobre el suelo, con hierbajos cubriéndoles cual sábana, mientras
sentían como insectos y alimañas recorrían sus cuerpos sin poder moverse, o
tener que hacer sus necesidades encima, todo bajo la amenaza de muerte de
Manis. Así como nunca permanecía en un único lugar durante mucho tiempo,
tampoco montaba el campamento en un mismo lugar dos veces.
—Llevas ya media jornada solar
mirando a esa fortaleza. No sé que tan buena es tu vista como para verlos, pero
de seguro que la de ellos no es tan buena como para vernos desde nuestra
distancia, y encima ocultos bajo la hierba—
—Nunca des por sentado nada. En la
guerra todo lo inimaginable llega a ser posible—
El guardaespaldas dejó caer su cabeza
sobre el pasto con pesadez, frustración y aburrimiento, para luego levantar la
mirada hacia el chico una última vez.
—¿Al menos me vas a decir qué son
esos tubos por los que siempre miras? ¿Qué mundo ves a través de ellos?—
—Después de tanto tiempo ¿Ahora
muestras interés?—
—Si, porque me aburro muchísimo. No
sé cuándo piensas atacarles, pero a este paso seré yo quien se muera de aburrimiento—
Manis le pasó los prismáticos,
aprovechando que debía tomar nota.
Hashkar al mirar por ellos solo fio
figuras borrosas.
—No se ve ni una golondrina ¿Me has
estado tomando el pelo todo este tiempo?—
—Entre los tubos hay una rueda de textura
rugosa, gírala de un lado a otro hasta que se aclare la imagen—
Palmeando el aparato, efectivamente
notó que había algo que se movía, un cilindro con pequeños surcos, el cual
giraba solo a derecha y a izquierda. Obedeciendo el consejo, miró de nuevo
mientras movía la rueda con escepticismo, más su sentimiento cambió a sorpresa
cuando lo borroso se fue volviendo nítido.
—¿Qué clase de magia es esta?—
Expresó mientras quitaba la vista del aparato, para volver a mirar
intermitentemente —Puedo verlos… es como si estuviesen en frente mí, pero están
allá ¿Cómo es posible?— Miró el artilugio lamentándose de no haber entendido su
utilidad desde el principio.
—Se llaman prismáticos. Es un objeto
que multiplica tu poder de visión, permitiéndote ver a largas distancias—
—Prismáticos… por su nombre…
significa que dentro hay un prisma de cristal ¿Eso es lo que te hace ver a lo
lejos?—
—Sabes lo que es un prisma. Ahora soy
yo el que está impresionado. Si, funciona con un prisma. La rueda lo alinea con
tus ojos y así puedes ver con más o menos claridad— Dijo Manis mientras sacaba
la mira telescópica
—No somos unos bárbaros ignorantes
¿Sabes? Ese tono es ofensivo. Pero esto es increíble. Vale su peso en oro— Dijo
acercando su mirada a los pechos de una chica que labraba la tierra inclinada.
—Esa gente parecen humanos, pero hay
algo en ellos que no me convence ¿Qué raza son?—
—No sé de qué o quién descienden de los
sirukalpes. Son de esas tribus que llegan desde tierras lejanas, donde no llega
la civilización, luego se asocian con un kaz y… Parece que están intentando
cultivar, pero pierden el tiempo. Esta tierra no es apta para cultivo y el agua
del lago es salada. No van a conseguir nada. Por cierto ¿Qué son estos puntos
negros que hay en los cristales de los prismáticos?—
—Símbolos para saber con exactitud la
distancia de lo que estás mirando—
Al caer la tarde regresaron al nuevo
campamento, donde a la luz del fuego y la linterna, Manis revisaba el mapa que
dibujo junto con todos los apuntes que hizo tanto para él, como para su capitán.
Al mismo tiempo vigilaba los panecillos que puso a calentar en una sartén con
tapa.
—Has escrito muchas páginas desde que
llegamos aquí ¿Ya tienes lo que querías?—
—La mayor parte sí… Por cierto, he de
confesar que estoy impresionado contigo, has podido seguirme el ritmo—
—Ante todo, soy un guerrero al
servicio de mi señor ¿Qué llegaría a pensar mi señor de mí, si flaqueo cuando
debo ser fuerte? Estar recostados sobre el pasto, o espiar durante horas son
nimiedades frente a la dureza de una campaña militar—
—No, se requiere mucha fortaleza
mental y concentración para poder hacer labores de inteligencia de lo aburridas
y tediosas que llegan a ser—
—Eso es lo primero que aprendemos
cuando ingresamos al servicio de nuestro señor. Aprendemos a luchar, a pasar
hambre, a obedecer sin rechistar y a trabajar sin descanso—
Manis sacó el bocadillo de la sartén
y lo devoró mientras Hashkar proseguía con su narración, la cual le dejó con la
garganta seca. Tomó un trago del jugo de vino aguado que guardaba en su bota.
—Siempre te he visto comer esos panes
redondos, y hasta hoy me doy cuenta de están rellenos, quizás de carne. Me
preguntaba si me darías a probar si no es inconveniente—
—Hice más de lo que necesito— Dijo
Manis sacando dos últimas empeñadas de la cesta —¿La quieres al fuego o fría?
Porque se puede comer de ambas maneras—
—Caliente, hoy la noche es más fría
de lo habitual. Pronto empezará a nevar en las montañas. El frío bajará y
helará la tierra—
Manis colocó las hamburguesas en la
sartén y cerró la tapa.
—¿No nieva directamente en esta
tierra?—
—Las montañas detienen las nubes y
exprimen su contenido. Pero no detienen el frío—
—¿Entonces esto no va a llenarse de
nieve?—
—En esta tierra no, pero los senderos
entre nuestros estados se tapian por la nieve. Es imposible atravesarlos. Es
muy raro que nieve y más que se acumule, pues sería una tormenta que lograría
atravesar las montañas. Para algo parecido con la lluvia—
—¿Qué me dices de las demás
estaciones? ¿Qué ocurre cuando pasa la temporada de frío?—
—Las temperaturas son suaves, mucho
sol y viento fresco, es lo más frecuente, pero luego llega un seco y abrasador
calor, respirar se hace que sientas como arden los pulmones, luego vuelve a
suavizarse la temperatura, hasta que llega de nuevo el frío extremo—
—Entonces es una tierra de extremos—
Dijo Manis sacando la comida de la sartén y entregándole su parte al
guardaespaldas.
—En realidad, los días más intensos,
son también los más cortos. Por lo general aquí es mucho sol y viento fresco…
Esto está lleno de carne; y queso… Es muy sabroso. Normalmente no como carne
porque una de mis queridas esposas no soporta la carne, lo cual, me prohíbe
comer carne—
—¿Tienes varias esposas?—
—Si ¿Tan rato te parece? Tener varias
esposas es aceptado, sobre todo en las clases altas, pero muchos dicen que con
una mujer le es suficiente, sobre todo el populacho ¿Tú estás casado?—
—No. Pero tuve algo parecido a una
esposa, aunque de eso… hace mucho tiempo. No llegamos a casarnos, pero vivíamos
tiempos difíciles y esos se la llevaron de mi lado—
—Mis condolencias—
—Ah, no. No te disculpes. No pasa
nada. Será mejor que vaya a dormir. Echa más leña al fuego, la temperatura está
descendiendo—
Esa noche las temperaturas bajaron lo
suficiente como para que Manis tuviese que aumentar al máximo la calefacción,
durmiendo casi abrazado a ella. Cuando sonó el despertador, costó despegarse
del calor de las sábanas, sobre todo cuando al respirar dejaba una nube blanca
de vaho.
Al salir de la tienda, vio al
guardaespaldas sentado en frente de la hoguera, con la manta extendida a ambos
lados para captar el mayor calor posible. Bajo sus ojos se podían apreciar las
grandes ojeras producto del insomnio. Al ver a Manis, señaló el árbol donde
estaban atados los caballos.
—Uno de los corceles no sobrevivió a
la noche y francamente yo estuve a punto de seguirle—
—¿Tuviste suficiente leña para pasar
la noche?—
—Gracias a dios— Dijo Levantándose
sin disimular el dolor de sus articulaciones —¿Qué haremos hoy?—
—Yo regresaré a la base, creo que por
ahora tengo todo lo que necesito. Si me hace falta algo más volveré. No hace
falta que me acompañes, sé el camino de regreso. Tú puedes volver a tu ciudad—
—¿Cancelas tus planes por mí? El
dolor no me impedirá seguir acompañándote—
—Tenía planeado desde anoche. Creo
que ya tengo la información suficiente como para lanzar un ataque. Ahora solo
tengo que regresar y traer el equipamiento necesario. Te recomendaría regresar
a tu casa y tomarte un baño caliente. Con suerte no te enfermarás—
—¿Entonces ya has decidido donde vas
a atacar?—
—Si— Manis señaló la atalaya más
alejada de la fortaleza —Atacaré en ese punto, aunque la torre puede suponer un
problema, los muros son bajos, puedo abrir brecha e ingresar al interior.
Probablemente atacaré… a mediodía, cuando estén saciados; les será difícil luchar.
Confiaré en terminar con ellos antes de que caiga la noche—
—¿Qué día podrás realizar ese ataque
tuyo?—
—Antes de que finalice el plazo que
le prometí a tu señor Fokas ¿Alguna otra pregunta?—
—No, con esto mi señor estará más
tranquilo. Te deseo suerte en tu regreso a casa—
—Si, yo también deseo regresar a mi
casa algún día—
Recogió la tienda junto con las minas
claymore desactivadas y las metió al maletero. Por su parte Hashkar, cavó una
tumba para ocultar el cadáver de su caballo. No hubo desayuno, tan solo una
despedida formal en la que ambos siguieron su camino.
Volteándose una última vez, Hashkar
pudo contemplar con asombro, la velocidad a la que Manis se alejaba.
A una gran velocidad, recorrió la
distancia de seis días en seis horas, vislumbrando su casa al mediodía. Al
llegar, fue recibido por su capitán y su ministro de economía.
—Parece que pudisteis apañároslas sin
mí. La casa está en perfecto orden; no falta comida; no hubo batallas campales
con los vecinos… Como os prometí. He vuelto y me alegro de que la hayáis pasado
bien, pero tengo muchas cosas que contar—
Después de almorzar un estofado de
verduras preparado anteriormente por el capitán, que Manis agradeció después de una dieta a
base de hamburguesas, pudo relajarse, mientras que el capitán revisaba con
mucha atención los apuntes traídos.
—Como puedes ver, es una fortaleza en
altura, cuenta con una muralla sólida y un foso que puede servir de trinchera.
Está ubicada en un páramo sin obstáculos ni elevaciones que nos puedan servir
de cobertura. Su retaguardia está cubierta por una masa de agua, por la cual el
sol se posa, lo que les da una ventaja ya nos deslumbraría al caer la tarde, da
igual por donde ataquemos. Es impenetrable y muy disuasoria, al menos para nosotros
tal y como estamos ahora mismo. Pero no es perfecta. Sus casas están hechas de
una mezcla de paja y barro, con techos de paja acumulada. Lo único hecho de
piedra sólida es esa… llamémoslo torre. A juzgar por sus ventanas, solo tiene
dos pisos y un tejado de paja como todos. Está construida directamente sobre la
colina. Su único acceso está restringido por una puerta de más de dos metros.
Encontré tocones cerca de la fortaleza. Al parecer talaron los árboles, lo que
da a entender que esperaban un ataque—
El capitán señaló el mapa con su
dedo.
—Tiene que ser un asalto nocturno, o
uno en madrugada, pero fíjate. Estos círculos son pequeñas hogueras que
encienden a diez metros del foso. Iluminan los alrededores para tener tiempo de
alertar en caso de ataque. Inteligente. Lo hacen todos los días a la caída del
sol. No sé con qué usan de combustible, solo sé que eso es otro problema.
Encima de todo hay muchas cosas en las que me mintieron. Ellos no son nómadas,
están asentados. Luchar contra nómadas que se mueven sin parar es diferente a
un pueblo asentado, debido a que con estos últimos hay una mayor probabilidad
de que luchen hasta la muerte para mantener su territorio. Los nómadas ceden
terreno, eso obliga a reajustar la logística y el plan de ataque. Y hablando
del plan de ataque, necesitamos más potencia de fuego. Por eso, construiremos
morteros de ciento veinte milímetros, pero no serán los típicos morteros que se
recargan manualmente, les incorporaremos la tecnología del Kalashnikov.
Comenzaré con los planos después de darme una ducha—
Después de un descanso donde se quedó
dormido por un par de horas después de salir de la ducha, Manis entró en el
taller, dejó sus armas y municiones en su respectivo sitio y fue a la mesa de
planificación, la cual se ubicaba en la esquina contraria al arsenal, al fondo
del taller.
El capitán entró al taller después de
terminar con el cronograma que tenía prefijado, para ayudar a su amo en su
trabajo.
—Mira Artemon esto es… un mortero—
Dijo Manis enseñándole un dibujo muy simple de un rectángulo inclinado con una
circunferencia a un lado y algunas anotaciones —Consta de solo cuatro
componentes principales: Un tubo, como cualquier arma que tenemos, pero sin
ánima, la rotación correrá a cargo del proyectil; luego tenemos una placa base
circular o cuadrada, que sirve para dispersar la fuera del retroceso cuando el
proyectil estalle dentro del tubo; un bípode con un par de manivelas para
elevar o girar el tubo y una mira para calcular el ángulo de caída. Como puedes
ver todo gira en torno a que tenemos un tubo y lo vamos moviendo para que pueda
disparar, como un rifle muy xxl. El principal problema es que es de avancarga,
es decir, hay que meter el proyectil desde la boca del cañón manualmente. La
ventaja es su gran alcance, porque es artillería y que el proyectil traza un
arco al caer, lo cual puede servir para esquivar obstáculos que con rifle no
podrías hacer por obvias razones. En nuestro caso solo somos dos los que vamos
a manipularlo, pero el enemigo al que tenemos que enfrentar está atrincherado y
nos supera por mil a uno. Así que el modelo convencional no nos sirve, por eso
mejoraremos este diseño, lo transformaremos en un híbrido entre cañón y
mortero, agregándole un sistema de disparo automático en su base, con ello
reducimos el tiempo de recarga y le agregamos más versatilidad al defendernos
¿Lo has entendido?—
El capitán se mantuvo estático
durante todo el discurso, moviendo solamente las órbitas de sus ojos.
—Estupendo, empecemos a fabricarlo
enseguida—
Empezó creando el mecanismo de
disparo. Este consistía en un compartimento dividido en tres partes; un
cargador, por el que se introducirían los proyectiles; el sistema de retroceso
y contraretroceso, que servía para recargar el siguiente proyectil y un
percutor en la base que serviría para accionar el mecanismo.
Manipulando el metal mágico, creo la
infraestructura, un cerrojo que se introducía en el un compartimento cuadrado,
el cual iba unido a unos dos tubos que terminaban en un anillo. El tubo más
grueso fue rellenado con aceite junto con un grueso resorte insertado a presión
con un pistón de acero introducido en el centro. El tubo más fino estaba
conectado al cargador y al grueso por medio del anillo, el cual tenía un
agujero por el cual circularía el gas entre ambos tubos. Estos eran el
mecanismo de retroceso y contraretroceso.
Para hacer el percutor, repitió el
mismo paso que hizo con el tubo de retroceso y este estaba conectado en la
parte trasera del cargador, funcionando a modo de base.
Una serie de engranajes conectaban la
palanca de ignición y el mecanismo de selección del proyectil.
Una vez listo el corazón del mortero,
lo siguiente era crear el tubo de propulsión. Para ello fabricó un trozo de
metal de un metro de largo cuyo diámetro interior era de ochenta y cinco
milímetros. Su grosor variaba, siendo más fino en la boca del cañón e iba
incrementando su grosor a medida que llegaba a la parte trasera, pero el
diámetro interior permanecía intacto.
Con el mecanismo terminado, tocaba
crear la base.
Sacó varios discos de metal, a los
cuales les talló dientes usando la fresadora. Luego los cortó por la mitad y
los unió a una cuna de metal, que era una plancha rectangular curvada de
extremo a extremo.
La cuna se colocó sobre un eje
giratorio que incorporaba un gran rodamiento de bola unido a una base y esta
estaba unida a un soporte de metal que contenía el mecanismo.
Con la base hecha, colocó sobre ella
el mecanismo de disparo e insertó el cañón dentro del cilindro entre los dos
tubos, para que coincidiera con un tope que sobresalía del cargador.
Para las manivelas de rotación y
elevación, optó por un disco metal ennegrecido, en el cual hizo muescas y talló
números intercalados antes de colocar la manivela con una empuñadura giratoria.
Usando una pintura fosforescente de color chillón, rellenó los surcos para que
la numeración fuese clara incluso en plena noche.
Miró su obra, suspirando después de
todo un mes de trabajo.
—Tiene pinta de obús ¿No crees? pero
la estética es lo de menos. Lo importante es que puede elevarse en un ángulo de
ciento ochenta grados y girar en trescientos sesenta, pero lo más importante,
es que dispare. Si no, todo el trabajo de un mes tirado a la basura y si esto
no funciona, estaremos en una situación delicada. Saquémoslo a fuera a ver cómo
se comporta—
Colocando el dispositivo sobre un
remolque, fue sacado del taller arrastrado por un quad.
Llevaron el nuevo invento hasta el
campo de pruebas, una especie de llanura con vistas a una serranía.
—En teoría esto sigue el mismo
principio que el Kalashnikov. La munición entra por la ranura del cargador, que
es esta caja con abertura. Tiramos del cerrojo, este libera el resorte de
ignición prendiendo la mecha del proyectil y cuando este sale disparado, el gas
avanza por estos tubos reiniciando el proceso. Fácil de entender ¿Verdad?
Veamos cómo funciona—
Colocó una munición de prueba, una
granada de mortero sin carga explosiva, dentro de un cargador de cuatro
ranuras. Ese cargador eran solo un par de anillos unidos por varillas.
Insertó el cargador dentro de la
ranura del mortero, giró el cerrojo atado con una cuerda y no pasó nada.
Esperaron algunos minutos creyendo que el proyectil estaba defectuoso, pero el
tiempo pasó y todo seguía inmóvil. Jaló de nuevo de la cuerda y tampoco pasó
nada.
Confundido se acercó al motero y vio
que el cargador no se había movido. Lo retiró comprobando que efectivamente la
mecha no había alcanzado a prender.
Preocupado llevó de nuevo el mortero
al taller. Lo desmontó y examinó cada pieza por separado, para luego comprobar su
funcionamiento en conjunto poco a poco. Descubrió que le problema residía en
que la aguja percutora no estaba lo suficientemente tensada.
Aprovechó para ajustar la alineación
entre el cañón y la caja percutora, entre otros detalles, antes de volver a
sacar el invento al campo de pruebas, tras dos semanas de perfeccionamiento.
Introdujo el cargador con cuatro
municiones de prueba. Jaló la cuerda esperando que el proyectil cayese sobre la
cumbre del monte, pero este siguió volando hasta quedar fuera del rango de
visión al caer en alguna parte detrás del monte.
Manis soltó un bufido de frustración.
Había pasado de un invento que no funcionaba, a un invento que funcionaba
demasiado bien.
—O me he equivocado en todos mis
cálculos, o he creado un obús de granadas por accidente. En todo caso ya no hay
tiempo de crear algo nuevo, tendremos que ver como batallamos con esto, tiene
más distancia de la que imaginé. No es algo malo en sí, pero complica los
cálculos a la hora de fijar blanco porque hay tener más elementos en cuenta. De
todas formas, tenemos que calcular qué rango de alcance tiene este mortero
realmente—
Regresaron de nuevo al taller, en
donde empezó a elaborar la receta para hacer bombas de humo. Para ello agarró
un matraz y vertió dentro orina fermentada por más de una semana, le agregó
polvo de carbón y lo removió antes de ponerlo a calentar. Cuando la mezcla
empezó a emulsionar, los vapores pasaron por un captador de humo, a través de
un tubo conducidos hasta un recipiente con agua.
Cuando los vapores hicieron contacto
con el agua en el interior del recipiente, empezaron a formarse pequeños
cristales conocidos como fósforo blanco, los cuales se apilaron hasta formar un
mineral. En ese mismo reciente insertó una manguera conectada a un bote con una
piedra de viento dentro. El agua comenzó a burbujear tiñendo el fósforo poco a
poco de color rojo.
Sacó el fósforo del agua y lo molió
hasta hacerlo polvo.
Mezcló el polvo de fósforo con
clorato de potasio y lactosa en polvo que hizo hirviendo la leche hasta que
solo quedó el suero lácteo y este al secarse se convirtió en polvo, con el cual
fue rellenado el proyectil.
Preparó el cuerpo de la granada de
mortero, la cual no se diferenciaba mucho de una granada de mano, salvo que su
forma ovalada terminaba en una serie de hélices fijos. Su interior era de un
compartimento con un tubo interno terminado en un compartimento sellado.
—Mira capitán esto funciona de esta
manera: El cabezal ovalado es en realidad un botón que por medio de un resorte
insertado en el tubo interior libera el detonante, que, en este caso es fulminato
de plata, e incendia la carga explosiva, pero en este caso solo buscamos que se
produzca humo. La parte inferior, tiene un compartimiento relleno de munición
propulsora. Que es munición normal, pero al explotar impulsaba la granada.
Estas aspas sirven como las… plumas que tiene una flecha, seguro que has visto
algunas flechas, detrás le meten plumas para que gire en el aire y mantenga la
trayectoria, pues esto es el mismo principio, pero en vez de plumas, son aspas
de metal y para que asegurarnos de que explota en todo caso, le añadimos una
espoleta de tiempo. Con esto tendremos cierta versatilidad dependiendo contra
quién y cómo vamos a luchar—
Hicieron algunas granadas más por si
alguna fallaba y luego regresaron al campo de pruebas.
La primera salva atravesó los picos y
a lo lejos se empezó a vislumbrarse una columna de humo. Manis se alejó del
mortero buscando encontrar punto en el que pudiese ver la posición del mortero
y el humo al mismo tiempo. El resto era aplicar el teorema de Pitágoras para
descubrir la distancia.
—Tiene un alcance de más de cuatro
mil kilómetros— Dijo Manis regresando con el capitán, el cual le esperaba junto
al mortero —Es muchísimo alcance. Y si aumentamos la carga propulsora podría
llegar aún más lejos. Pero al tener cargador, no podremos ponerle suplementos… Nos
viene bien, no me quejo, pero, aunque sea automático, solo disponemos de un cargador
para cuatro bombas. Si mejoramos el cargador ampliando su capacidad, aun así,
tendremos que rellenarlo a mano para cada tanda. Tararíamos mucho. Pero las
granadas no son balas, por eso no se le puede instalar una cinta corredera ¿Alguna
idea?... ¿Usar la tecnología del revolver? ¿Quieres que le instale un tambor?
Pero igual tendremos que recargarlo a mano—
El capitán negó con la cabeza, señaló
agarró el cargador del mortero, lo dobló por la mitad, luego sacó su revolver,
le quitó las balas, dejó el tambor fuera mientras apuntaba en dirección en la
que apuntaba el mortero, metió una bala, hizo girar el tambor e hizo como que
disparaba.
—¿Quieres que instale un engranaje en
forma de tambor con una cadena de en forma el cargador que envuelve la caja de
recarga en ambas direcciones para poder retroalimentarlo indefinidamente?— El
capitán asintió —Pero igual tendremos que recargarlo a mano… Aun así,
multiplicaremos por mucho la carga inicial, pero tardaremos también el doble en
la recarga. Está bien, probaremos tu sistema—
Sacó piezas del metal mágico con la
cual formó eslabones de una cadena con cilindros en cada eslabón. La cadena
tenía las dimensiones del cargador del mortero y encajaba en el engranaje interno
que movía el cargador.
Soldó en ambos laterales dos
soportes, con un engranaje rotatorio entre cada soporte, con la diferencia era
que uno servía para recargar munición con mayor facilidad y el otro ayudaba a
mover y tensar la cadena.
El mecanismo funcionaba de forma rudimentaria,
pero permitía cargar hasta más de diez proyectiles.
—Bueno, al menos funciona, pero me
preocupa que con uno solo no sea suficiente. Mejor construir otro más. Sí, sé
que será un coñazo, no me mires así, pero lo haremos en menos tiempo—
Tras tres semanas más de producción
sacaron del taller otro híbrido entre mortero y cañón, el cual funcionaba como
el primero.
—Ahora que tenemos el arma, debemos
crear la munición, y esta debe ser acorde a la misión a realizar… Sé que ese
pueblo tiene casas hechas de paja, sus murallas son de madera… ¿Munición
incendiaria tal vez? Funcionaría para abrir brecha, pero debemos tener en
cuenta que el enemigo usa caballería, por lo que podrían realizar una
contraofensiva, así que, necesitaremos también munición de alto poder explosivo
lleno de perdigones; y esto me lleva a pensar, que, si en el mejor caso tomamos
la posición y ellos realizan su propia ofensiva, teniendo en cuenta lo
numerosos que son, puede que con las Kalashnikov no sea suficiente. Disparan
una bala por ronda. El mortero nos puede venir bien, hasta cierto punto, pero
llegado el momento, es posible que rebasen nuestras defensas. Apuntar el
mortero por su tamaño llevará tiempo y ellos van a caballo. Un caballo puede
alcanzar los setenta kilómetros por hora, nos alcanzarán enseguida. Necesitamos
un arma que afecte a varios enemigos en un corto-medio alcance, una escopeta
nos podría venir bien… ¿Qué que es una escopeta? Una escopeta es prácticamente
un rifle, pero en vez de balas dispara cartuchos llenos de perdigones, estos al
ser disparados se dispersan en arco a los lados y a corta media distancia
pueden alcanzar a varios objetivos. Hacer una es fácil, construiremos una
Kalashnikov normal, adaptamos el cañón y el sistema de recarga para que dispare
cartuchos, que son más grandes que las balas. Lo bueno de la escopeta es que al
disparar perdigones no necesita ánima, de hecho, esta podría jugar en su
contra, los perdigones se atascarían dentro. Si, haremos primero un par de
escopetas, nos vendrán bien—
Dejando la creación de la munición
del mortero en reposo, dedicaron sus esfuerzos a crear dos escopetas, agregando
dos nuevas armas más al arsenal. Lo hizo en menos de dos semanas, aprovechando
los modelos fallidos que hizo con anterioridad buscando mejorar sus rifles de
asalto..
—Sabes; la escopeta se intentó prohibir
en cierta guerra. Era porque su munición de dispersión limpiaba por completo
trincheras y espacios cerrados ¿Por qué no fabriqué esto en vez de la
Kalashnikov? Por varias razones. La pólvora que usaba en aquel entonces no era
muy fiable y la penetración de la escopeta ya es de por sí inferior a la de un
rifle; no sabía contra qué me iba a enfrentar y necesitaba algo mucho más
fiable—
El capitán asentía mientas comparaba
el rifle con la escopeta. Estéticamente la no se diferenciaban mucho, incluso
el cargador era igual, pero si uno se fijaba bien vería que ese mismo al igual
que el cañón era mucho más abombado.
—Volviendo al tema de las bombas, vamos
a hacer munición incendiaria, que es la que más vamos a necesitar. Perfectamente
lo podríamos fabricar usan fósforo mientras sigue siendo blanco, pero en
realidad el fosforo blanco sirve más para señalar objetivos y crear cortinas de
humo para escapar. Nosotros necesitamos algo que se esparza, alcance altas
temperaturas y mantenga su calor por mucho tiempo. Necesitaremos termita y
munición termobárica—
Empezó conectando un par de barras de
hierro a una pila. Los más gruesos iban conectados al polo positivo y los más
finos al negativo. Estos fueron colocados en un matraz con una campana
extractora de gases que a su vez estaba conectada a una gruesa bombona de acero
con un medidor de presión.
El matraz estaba lleno de agua
mezclada con sal.
—Sabes, irónicamente el agua no conduce
la electricidad, necesita un aditivo para sea conductora, como sales o ácidos—
El capitán miró como en el interior
del recipiente se empezaban a formar burbujas, mientras el agua se teñía de
rojo y posteriormente se ennegrecía.
—Lo que está pasando dentro se llama
electrolisis. Es decir, la descomposición de elementos por medio de la
electricidad. Es el mismo proceso que hicimos calentando metales para
separarlos, pero en vez de fuego usamos electricidad, es un poco más controlado
que usando fuego. Ahora lo que ves, es hierro y agua descomponiéndose al mismo
tiempo, El hierro se une al oxígeno del agua y forma esta mancha negra,
mientras que el hidrógeno se separa, viaja por este tubo hasta esta bombona y
se almacena aquí—
Cuando las barras se disolvieron
convirtiéndose en una masa rojiza negra, Manis cerró la llave de la bombona,
retiró el matraz colocándolo sobre una llama para que el agua restante se
evaporase. Quedando solo una masa cremosa, la vertió sobre una plancha de metal
y esta la colocó sobre el fuego para continuar con el proceso de secado.
Retiró el óxido de hierro ya seco
pero apelmazado y lo metió en un bote con bolas de metal. Colocó el bote en el
plato del torno y activó la máquina. Las bolas molieron la masa del óxido de
hierro y a través de un tamizador consiguió el polvo de hierro.
Construyó su granada colocando un
papel alrededor del tubo interior, lo llenó de nitrocelulosa, en la parte
interior y de polvo de hierro, mezclado con magnesio en la parte exterior.
Entre ellos colocó un par de cápsulas alargadas llenas de hidrógeno con algunas
barras de ferrocerio. Retiró el papel con cuidado dejando que ambas partes se
unan, pero no se mezclen.
—Sabes, en realidad la termita no
sirve para hacer bombas. Su reacción química es muy lenta. Tarda en quemarse. Las
bombas necesitan que las reacciones sean instantáneas, hay que generar mucha
energía en muy poco tiempo, por eso añadimos estas esferas de hidrógeno. El
hidrógeno es muy inflamable, cuando estalle dispersará la termita por todas
partes, o eso es lo que espero esto haga—
Manis no quiso probar su bomba
directamente en los morteros híbridos por temor de que un accidente los deje
hechos chatarra. Por ello sacó un tubo normal con un bípode simple y una base
con aguja activadora. La granada fue insertada en la boca del cañón, soltada
inmediatamente mientras se apartaba tapándose los oídos a pesar de tener
algodón dentro.
La granda causó una onda expansiva
que levantó el polvo del campo y voló hasta la falda del monte, incendiándose
antes de tocar el suelo. La carga cayó como una ducha de lava, lo cual no llegó
a satisfacer al esminets. Esto le obligo a reajustar la composición de sus
bombas hasta conseguir que esta realizase el efecto deseado.
Una vez obtenidos los prototipos,
estandarizó el proceso dejando al capitán a cargo su la fabricación, mientras
el propio Manis preparaba la comida distrayéndose del trabajo.
Comieron cansados por el trabajo
repetitivo que era crear la munición de mortero debido a que la máquina que
hacía las balas no podía adaptarse para hacer las granadas, pero sí para la
munición de escopeta. La comida ese día era pasta gratinada con carne de cerdo.
Apenas sintieron el sabor de la comida.
Al día siguiente, el desayuno
consistía en una taza de zumo de frutas varias. Se habían empachado demasiado
debido a que comieron en exceso.
—Tomémonos un par de días de descanso
de la munición. Por ahora nos vamos a centrar en otra igual de importante,
ahora que tenemos armas. Estoy hablando de nuestro equipo de protección
individual, creo que es tiempo de mejorarlo un poco, pues creo que vamos a
luchar en la oscuridad, necesitaremos gafas de visión nocturna. Las podemos
incorporar al casco del quad, su visera hará de soporte y además podemos
blindar un poco el chaleco para los cargadores, así, aunque tengan proyectiles,
no nos matarán de inmediato, pero primero es hacer las gafas de visión nocturna
y tenemos todo lo necesario para fabricarla—
Las gafas de visión nocturna
simplemente detectan la poca luz visible y la amplifican y para ello necesitaba
crear un tubo fotomultiplicador.
En primer lugar, necesitaba un
material que absorbiese la luz y la convirtiese en señales eléctricas.
Metió a dentro del horno dos pequeñas
cajas de titanio con tubos que salían a fuera del horno, se unían mediante una
conexión y terminaban a dentro de un tubo de vacío, encima de un sustrato. En
el interior de las cajas había depositado un metal conocido como antimonio y
otro metal llamado cesio. Calentó las cajas hasta que alcanzaron los
seiscientos ochenta grados, temperatura en la cual los metales internos no solo
se fundían, sino que se evaporaban, mientras que las cajas de titanio
aguantaban pues necesitaban mil grados más para empezar a fundirse.
Los vapores de cesio y antimonio
fueron transportados hacia el frío sustrato, condensándose para formar una
lámina de antimoniuro de cesio. Tanto el
cesio como el antimonio podían conducir la luz y esta nueva lámina tenía la
capacidad de amplificar las señales de luz.
Vertiendo el vapor solo del antimonio
sobre una superficie de vidrio consiguió crear un fotocátodo.
Estos dos electrodos los introdujo a
dentro de un tubo de vacío con una capa interna de fósforo blanco en polvo
mezclado con polvo del cristal luminoso.
La estructura de las gafas era muy
ancha, distanciándose de las gafas nocturnas parecidos a binoculares. Estos
tenían más parecido a gafas de motorista fusionadas con binoculares. Las ató a
la visera del casco de moto para mantenerlas a la altura de los ojos.
Terminó de construirlas cuando el sol
y la noche empezaba a teñir el campo con su oscuridad. Sin perder tiempo
siquiera en cenar, salió a probarlas.
—Sorprendentemente funcionan— Dijo
Manis emocionado —Se ve un poco granulado, pero puedo ver, pruébalos—
Le pasó el caso a su capitán. Cuando experimentó
la visión nocturna quedó muy confundido. Mientras Manis regresó a su casa
estirando sus brazos con la sensación de que se quitó una carga de encima.
Tenía hambre, y como le prometió a su capitán, hizo pelmenis. La receta era
simple: carne picada con cebolla y especias envuelta en masa en forma de
esferas, las cuales se hervían hasta que se arrugaban, luego se sacaban de la y
se servían en un plato. A Manis le gustaba comerlos con un poco de caldo de la
olla, con mantequilla y pimiento molido, mientras que el capitán los prefería
escurridos con una crema agria. Las bolas sobrantes sin cocinar, se colocaron
sobre una bandeja y se congelaron en la nevera para su posterior disfrute en
otra ocasión.
Pasaron algunos meses desde que
regresó de la expedición al imperio. La fecha límite se estaba acercando, así
como la preocupación por el estado de los caminos era lo que quitaba el sueño a
Manis, porque ahora que tenían el armamento, debían idear el modo de
trasladarlo hasta el lugar del conflicto.
Agarró el quad y salió a dar una
vuelta, pero no logró ir demasiado lejos y menos cruzar la frontera, pues la
nieve y el barro hacían resbalar las ruedas. Puso la marcha en reversa,
desmontó del vehículo y lo empujó en dirección contraria mientras aceleraba,
logrando sacar su quad del lodazal.
Regresó a casa e informó sobre las
condiciones del camino. Decidieron colocar cadenas en las ruedas, pero eso solo
solucionaba una parte del problema. La nieve de las montañas no se derretiría
hasta pasada la primavera. Su espesura podía llegar hasta los muslos. Los
pueblerinos de las aldeas montañosas ataban raquetas a sus pies para sortear la
nieve, pero no se podía colocar raquetas a las ruedas de un carro, necesitaban
apartar la nieve, pero los quad no tenían fuerza suficiente como para abrirse
paso por la nieve y cargar con los morteros y la munición al mismo tiempo.
Fue entonces cuando Manis volvió su
mirada al polvoriento tractor olvidado en el garaje. Su potencia era suficiente
como para arrastrar troncos pesados y las cadenas de sus ruedas son ideales
para terrenos sin camino. Sin embargo, se manejaba a través de un cable
conectado a un mando; no tenía asientos, ni forma de instalarlos.
Comenzó desmontando el mando de
control unido al grueso cable del chasis. Soldó un par de brazos en la parte
frontal.
Trajo el segundo quad del garaje, le
retiró las ruedas traseras y su carrocería.
Atornilló el chasis a los brazos del
tractor. El cable de control fue conectado al sistema de dirección del quad,
pero con el sistema de giro del propio tractor desconectado. Esto permitía que
la dirección quedase a cargo de las ruedas delanteras del quad, mientras que
las ruedas del tractor se encargaban de la tracción del vehículo. El propio
motor del quad proporcionaba tracción delantera, mientras que la batería
interna actuaba como fuente auxiliar del tractor.
El sistema hidroneumático que ambos
vehículos compartían, permitió ajustar su altura, y obtener un equilibrio opimo.
Creó una plancha cóncava usando una
aleación de acero de alta resistencia, pues mover tanto la nieve como la tierra
castigaba mucho el metal. Esta plancha fue instalada en el frontal del quad,
sobre un pequeño motor hidráulico que controlaba su elevación.
Extrajo varias chapas más, las cuales
soldó en los laterales de la parte posterior del tractor, asegurándose de que
la lámina de la parte trasera, fuese móvil colocándose un par de bisagras en la
base y unos ganchos a cado lado que la mantendrían unida a las demás.
Con la incorporación de la pala
quitanieves, volvió a montar el chasis y los asientos al quad, terminando así
su nuevo invento, un vehículo semioruga con pala de quitanieves.
Salió con él a dar una vuelta,
seguido de su capitán, quien por insistencia de Manis, conducía el segundo quad
a regañadientes.
Atravesaron valles, subieron colinas
escarpadas y llegaron hasta donde la nieve imponía su presencia sobre los
viajeros. La pala rindió bien en cada situación apartando los obstáculos y
creando caminos por los cuales el quad no tenía problemas para recorrer.
Llegaron hasta la cima de una colina
nevada, en donde realizaron una parada para contemplar el horizonte, mientras
tomaban una sopa caliente en un termo. Momento en el cual Manis se levantó del
medio de transporte, para poder verlo en perspectiva.
—Ventajas del diseño modular. Fue un
acierto haber implementado esta práctica para todo; puedes unir un tractor a un
quad y seguirá funcionando como si fuese diseñado y construido desde el
principio. Aunque el diseño semioruga realmente no me termina de agradar, le da
una apariencia muy anticuada, pero funciona mejor de lo que esperaba y eso es
lo importante. Ahora solo queda construir los vagones, continuar fabricando
munición y entrenar con los morteros—
Al regresar a su base, después de
entrar en calor, empezaron a construir los vagones.
Empezaron soldando varas de metal
entre sí, formando la base del carro. No era algo muy elaborado, pues tampoco
pusieron diferenciales, solo una suspensión de muelle para que la carga
asegurara la suficiente estabilidad como para no activar la munición al pasar
por un bache. Las ruedas eran las mismas que sueño para el quad, pues con la
suspensión, el carro ya había ganado una altura considerable, unas ruedas bajas
contribuirían a mantener un centro de gravedad bajo y así evitar que volcasen.
Fueron al almacén de madera y de los
troncos más grandes, cortaron tablas gruesas. Estas servirían para hacer el
suelo y las paredes del carro.
Abriendo la válvula del soldador,
sacaron una potente llama con las cual carbonizaron las caras de las tablas,
con ello la madera ganaría resistencia frente a las inclemencias del tiempo.
Atornilló las tablas formando las
paredes y luego las pintó con colores verdes y grises complementando el color
negro para crear el efecto camuflaje.
Construyó un total de cuatro carros, pero,
además, soldando planchas de metal en los laterales del tractor, consiguió una
caja de carga, que actuaría como un quinto carro.
Terminados los carros, el resto del
tiempo la pasaron creando munición y realizando ejercicios de práctica hasta
que terminó el último mes del invierno.
La última semana se prepararon para
partir a la batalla. Habían preparado comida para más de un mes, la cual
introdujeron en los carros junto con algunos utensilios y un par de hornillos
eléctricos; llenaron los carros hasta arriba con munición, alambre de espino,
granadas claymore, tiendas de campaña, herramientas varias, así como un par de
ruedas de repuesto y un par de radiadores para combatir el frío.
Ataron cadenas a las ruedas del quad;
distribuyeron los carros conectando tres de ellos al semioruga y uno al quad
del capitán. Los morteros iban acoplados detrás del último carro, quedando uno
en cada vehículo.
Por último, se equiparon con el
equipo de protección individual: Cascos con gafas nocturnas, chalecos
blindados, rodilleras y el poncho blindado que llegaba hasta los muslos.
Antes de partir, Manis ordenó al
capitán formar detrás de los transportes, a cuyo lado se incorporó el carcayú,
mientras Manis se colocaba en frente de ellos.
—¡Soldados!… ¡Firmes!… ¡Descansen!… Estos
últimos días nos hemos preparado tan bien como hemos podido. Hemos fabricado
suficiente munición como para invadir Polonia dos veces. Hemos mejorado
considerablemente nuestro poder de fuego, integrando con nuevas armas, nunca
antes vistas. Poseemos el mejor entrenamiento y los mejores guerreros. No hay
nada, ni nadie que pueda hacernos frente. Desde hoy… El mundo recordará el día
en que nació el primer ejército motorizado de la historia. Ya no somos una
infantería regular que iba caminando a todas partes ¡Ahora somos el primer
cuerpo de infantería motorizada! ¡Victor, te encargo la misión de cuidar y
proteger la base! ¡El resto… todos a sus puestos!—
Encendiendo motores, pisando el
acelerador partieron hacia el combate.
Entrando a la capital del kazayato,
la ciudad de Sogdya, el kaz Fokas, acompañado de su séquito llegó desde la
capital del imperio, Rafsanjan, portando un semblante decaído que difícilmente
lograba ocultar.
Desmontó de su caballo purasangre,
dejando que los sirvientes se lo llevaran al establo.
Avanzó por la puerta que daba acceso
a su mansión, un gran arco ojival en medio de dos torres hecha de cuatro
columnas que terminaban en una cúpula en forma bulbo, las cuales eran en
realidad las atalayas de los centinelas.
Llegó hasta el patio interno, un
entorno delimitado por columnas con arcos de herraduras de colores rojos y
blancos alternados, en cuyo centro había una fuente rectangular, cuya agua
llegaba desde una fuente hexagonal detrás de la misma, desde la cual el agua
salía a chorros. La fuente rectangular estaba rodeada de palmeras que daban
sombra a un banco orientado a la fuente. Dicha fuente era usada a menudo por
los centinelas y criados, quienes discretamente se refrescaban en ella. En
dicho lugar, la escolta del kaz empezó a desbandarse poco a poco, tomando de
nuevo los roles que abandonaron al acompañar a su señor en su viaje.
El patio terminaba en una gran puerta
de madera, en la cual, el mayordomo encargado a la administración y gestión del
lugar, le recibió con la suma cortesía que imponía la etiqueta, una rodilla en
el suelo, cabeza agachada y mano derecha en el corazón.
—Álzate, Javangir— Ordenó el kaz.
El mayordomo se levantó y acompaño a
su señor a su habitación, la cual era poco espaciosa comparado con los amplios
salones de altos techos. Una vez ahí, le ayudó a cambiarse de ropa en
colaboración con otros mayordomos.
—¿Cómo fue en su reunión en el djwan?—
—Una sucesión de catastróficas malas noticias—
—¿Logró el apoyo del khwarazshah?—
—Esto te lo cuento a ti y solo a ti—
Dijo antes de echar a los demás sirvientes de sus aposentos —Fue todo a peor. Primero
estuvimos cuatro días debatiendo sobre la cuestión de la futura guerra civil
del reino vecino y nuestra intervención en la misma, cómo podríamos sacar
tajada de ello y demás temas del exterior. Digo debatimos, porque yo no tuve ni
media palabra en el asunto. Entonces llegamos a mi petición de más fondos para
reconstruir el ejército. Apelé a la voluntad del khwarazshah, argumentando que,
por nuestra cercanía con el reino vecino, teníamos problemas con unos
invasores, y necesitábamos más fondos, pero entonces intervino Zaganos, y ya te
lo estarás imaginando, con su sonrisita de niño mimado en esa cara afeminada y
su gran lengua de oro, envenenó el oído de todos con el pretexto de que yo era
indigno de mi posición porque mis artes llevaron a la ruina de todo el
ejército, que era un peligro para el imperio porque no podía lidiar con una
simple revuelta ¡Cuando él mismo fue el armó y financió a esos mismos rebeldes!—
—¿Le hizo saber eso mismo al djwan?—
—Lo intenté, pero el khwarazshah
emitió su edicto: le dio nuevos poderes a Zaganos, obligándome a trabajar en
conjunto con él para resolver el problema— Se sentó sobre la cama y agachó la
cabeza —Este asunto con los sirukalpes… maldito seas, Zaganos—
—¿Llamo al general para una reunión
de emergencia?—
—Por ahora no… ¿Ha habido alguna noticia
de Hashkar?—
—Me temo que los caminos han sido
sepultados por la nevada. Su tránsito es imposible, pero él sigue haciendo
guardia. Según informó, ese sujeto, Manis, viaja en un carromato que se mueve
solo, sin tracción animal, esas fueron sus palabras—
—No recuerdo haber visto tal
carromato cuando fui a visitarle, pero quizás con ese transporte mágico pueda
sortear la nieve—
—Señor, los carromatos no son trineos,
siquiera la magia consiguió hacer que las ruedas no se atascasen en la nieve o
el barro. Mi mejor consejo es mantener las ilusiones al mínimo y afrontar la
realidad inmediata—
—Tienes razón. Si el gobierno no me
presta dinero, pagaré nuestra supervivencia con mis propias arcas, aunque eso
me lleve a la ruina—
En la pradera, un frío y seco viento
arrastraba nubes que sorteaban el paso montañoso cubriendo el cielo poco a poco
con su manto. Bajo el mismo, en una improvisada tienda de campaña, ubicada en
una colina, con vistas al valle que conducía al reino vecino, Hashkar vigilaba
el camino mientras tomaba un sorbo del brebaje caliente de una taza.
Acercándose a él, un joven chico de ojos oscuros y cabellos ondulados, le trajo
un plato cóncavo de madera con un guiso de verduras cocidas con queso.
—Gracias, Mazræj. Siéntate, come
conmigo—
El chico obedeció, agarrando su
propio plato y sentándose a su lado.
—Llevamos mucho tiempo aquí. Ya he
perdido la cuenta las noches que han pasado— Dijo Mazræj —Los caminos están
sellados por la nieve—
—Eso parece—
—Dios ruegue de que quiero mantener
buena cara a esta situación, pero llevamos esperando demasiado tiempo, tengo la
sensación de que no va a venir—
—Es lo que yo llevo pensando desde el
primer mes—
—¿Entonces por qué seguimos aquí?—
—Porque es mi deber. He de cumplir
las órdenes del señor Fokas. Mi honor y el de mi familia está en ello y esto
también te concierne. En un futuro el señor depositará su confianza en ti.
Incumplirá y traicionarla es el peor crimen—
El joven se atragantó con la comida,
pero su miedo le impidió reaccionar a ello y simplemente tragó el dolor y la
molestia tomándose un trago.
Con la caída del sol del mediodía,
Hashkar vislumbró de casualidad, un camino en el valle que antes no estaba ahí
y algo parecí arrastrarse en su dirección. Hashkar no tenía prismáticos, pero
sí tenían cuarzo pulido, el cual lo utilizaban para ver la lejanía, con ello
pudo vislumbrar dos vehículos, uno de ellos lo reconoció. Inmediatamente se
levantó sorprendiendo a su escudero.
—Ha llegado—
Tras atravesar la nieve del valle, el
camino comenzó a perder nieve gradualmente, lo que hizo que la pala del quad semioruga
ya no sea necesaria, pero al levantarla, tapaba la visión del conductor, un
error de diseño que Manis tardó en descubrir, pero a pesar de ello vio como dos
jinetes se acercaban hacia él.
Aparcaron los vehículos en un
perímetro circular y tomaron posiciones de defensa, hasta que Manis reconoció a
Hashkar, momento en el que depuso sus armas, pero dejó al capitán en su
posición, mientras salía a recibirles.
—Buenos días— Soltó Manis levantando
la mano, haciendo el gesto del saludo.
—Que la fortuna esté con vosotros—
Saludó Hashkar después de desmontar, quedando cara a cara con Manis —Me alegra
que hayas podido venir, pero el camino estaba sepultado, hasta hubo avalanchas
¿Cómo lograsteis abriros camino?—
—Conduciendo con seguridad— Manis
miró al segundo jinete, un chico de más o menos su edad, muy delgado a
diferencia de él.
Hashkar enseguida entendido la mirada
de Manis y extendió la mano hacia el jinete, indicándole que desmontara.
—Este es mi criado, Mazræj— Miró al
capitán, esperando que Manis entendiese también su intención y le presentara.
—¿Ha habido algún cambio con respecto
a la situación o con el enemigo?—
—No entiendo—
—Que, si ha ocurrido algo, movimiento
en el campamento, anulación unilateral del contrato, algo fuera de lo común—
—Ah… nada fuera de lo común, salvo…
de algún modo, los sirukalpes se enteraron que alguien les a atacar y
reforzaron el lugar que dijiste, que iba a atacar y reforzaron los centinelas,
sobre todo al mediodía—
—Eso son malas noticias—
—¿Qué hacemos ahora?—
—Volved a montar, nos reubicaremos en
aquella dirección— Dijo Manis señalando en dirección a una elevación del
terreno lejos del campamento enemigo —Manteneos a mi lado—
Subió al quad semioruga, y condujo
hacia la dirección señalada. Redujo la velocidad lo suficiente para igualar el
trote de los caballos, a lomos de los cuales, Hashkar se dio cuenta de iban en
dirección contraria al sitio que dijo que iba a atacar, además de que no se
detuvieron en el sitio indicado, sino que continuaron alejándose de la
fortaleza, lo que aumentó su preocupación.
Manis se detuvo a varios metros
detrás del montículo, estacionando los vehículos a las faldas del montículo.
Los jinetes desmontaron detrás de él y ante su mirada, desenganchó los vagones
del mortero y el quad, para luego usar el propio vehículo y remolcar los
morteros detrás de los carromatos, en donde los montó con ayuda del capitán.
—Tenía razón, señor, esos carromatos
se movían solos ¿Qué clase de magia era esa?—
—¡Así que… ¿Eso es en lo que has
dedicado tantos meses? ¿Un par de tubos y carros!?—
—Lo que el tiempo me permitió—
Hashkar se contuvo en hacer preguntas
mirando para otro lado.
Manis terminó de instalar los
moteros, para luego subir al montículo, llegando a rastras a la cima, desde la
cual tenía visión completa de la fortaleza enemiga. Tras estimar la distancia
bajó y reajustó los morteros de nuevo.
El sol estaba ocultándose en el
horizonte, pero todavía la luz no se había desvanecido. Momento que Manis
aprovechó para tomarse un pequeño descanso antes de iniciar su operación.
—No vamos a hacer ninguna hoguera, si
quieres calentar o cocinar algo, usa esto—
Sacó un hornillo eléctrico, que era
una caja cuadrada, con una resistencia en forma de espiral de metal, conectada
a una pila ubicada en el interior de la caja. Y lo colocó sobre una roca.
Colocó una taza de aluminio sobre ella, ya para sorpresa del guardaespaldas, el
agua empezó a ebullir.
—Reconozco que tienes unos artilugios
muy interesantes y prácticos me atrevería a decir ¿Eso puede calentar en
cualquier lugar?—
—Así es, lo he construido con ese fin.
Puedes disponer del hornillo como te plazca—
Pasaron las horas y el grupo, se
reunió alrededor del hornillo eléctrico, no preparando la cena, pues a pesar de
haber pasado el resto del día conduciendo, ninguno tenía apetito, sino un té de
frutas con miel que se caracterizaba por tener un sabor intenso, tanto que hizo
toser a Hashkar con solo tomar un sorbo.
—Válgame, ni siquiera tiene alcohol y ya me está faltado el aliento. Pero es
muy dulce—
—La última vez no llegué a
preguntarte— Habló Manis —¿Cómo se entretiene tu gente?—
—Bueno, tenemos varias fiestas
religiosas a lo largo de las estaciones. En ellas realizamos rituales con
comida y música, una de ellas…—
—Me refería a cómo se divierte la gente,
al margen de las fiestas. Imagina que un día no hay celebraciones religiosas
programadas y estás aburrido y sin nada que hacer ¿Cómo te entretendrías?—
—Es una pregunta un poco vaga ¿Te
refieres a alguna actividad en específico?—
—Entretenimiento, espectáculos de
música, torneos de deportes, juegos ¿Los hay aquí?—
Hashkar se rascó la cabeza mientras
meditaba.
—…Si… Tenemos ese tipo de
actividades, salvo eso de los torneos de deportes, no sé a qué te refieres—
—Pues, como su nombre lo indica, un torneo
normal y corriente, pero centrado en un deporte—
—¿Algo así como un torneo de cacería?—
—No, como un juego donde se compite
por un premio—
—Eso con cosas muy del vulgo, mi
señor no participaría en algo así, ni él, ni ningún otro kaz—
—No estaba hablando de Fokas
precisamente— Susurró Manis disgustado —¿Y qué hay de los teatros, qué cosas
muestran o cuentan?—
—Se cuentan historias antiguas,
gestas heroicas… mis disculpas, no soy muy aficionado a esos eventos. No sabría
decirte mucho más, pero me sorprende que le interesen esas cosas, en el buen
sentido—
—Simplemente me dio curiosidad saber qué
clase de gente sois—
Mazræj, cansado oír conversaciones
banales, intervino llamando la atención del esminets.
—Oye… Manis ¿De verdad eres el
asesino que contrato el señor Fokas?—
—Me contrataron para un trabajo, eso
es todo—
—Recuerdo que me contaron aquella
batalla que tuviste en el bosque, te enfrentaste a más de quinientos y los
mataste a todos y cada uno de ellos, y saliste sin ningún rasguño— Narró lleno
de emoción —Dime ¿A cuántos llegaste a matar en total? Y tu amigo ¿A cuántos ha
matado él? Yo he matado a cinco hombres y mi valentía me permite afrontar
cualquier situación. No tengo miedo a nada…—
Manis volvió la mirada hacia Hashkar.
—¿Qué tipo de música tenéis? ¿Qué
instrumentos tocáis en esta tierra?—
—Tenemos, instrumentos parecidos a
los que hay en tu reino, un poco con otro nombre y con otra forma, pero la base
es de cuerda y viento, flautas de caña, tambores de fan, ruds de quince cuerdas—
—¿Quince cuerdas? Deben faltarles
dedos a los músicos para tocarlas todas—
—He escuchado a varios y créeme,
apenas pasan de la mitad de ellas, las cuerdas superiores están un poco como
decoración, pues sueltan un ruido muy grave que no llega a combinar con la
melodía ¿Tocas algún instrumento?—
—Aquí… solo uno— Manis sacó su
harmónica —Un instrumento de metal ¿Te suena de algo?—
Hashkar miró el instrumento, pero sin
llegar a tocarlo.
—Es la primera vez que oigo acerca de
instrumentos de metal—
Enfadado debido a la falta de
atención, Mazræj alzó la voz interrumpiendo la conversación.
—Esos tubos que has colocado son muy extraños
¿Sirven para algo?—
El chico se levantó sin previo aviso para
acercarse a los morteros, cosa que alarmó a Manis, quien se levantó de golpe
gritándole que se detuviera, pero ante la negativa, desenfundó su arma al igual
que el capitán. Hashkar, quien entendió la gravedad de la situación, fue el que
más gritó a su sirviente para que se detuviera. Le agarró por el brazo y lo
alejó de las armas, tranquilizando al esminets. Aquello fue el punto de
inflexión, pues desde ese momento, Manis tomó distancia de ellos, terminando
aquella conversación de hoguera y enfriando los ánimos.
Mientras Hashkar reprendía a su
sirviente de duras maneras, Manis volvió a subir a la cima del monte para hacer
una nueva evaluación del estado en el que se encontraba el enemigo.
Cayó la noche con el manto oscuro
alcanzando el horizonte, y Hashkar sentía que algo no iba como debía. En el
tiempo que pasó con Manis, notó que él preparaba todo con antelación, en un
orden sistemático y muy disciplinado. En comparación, no montó la tienda y
tampoco daba indicios de querer hacerlo. Con todos esos carromatos que trajo
consigo, de seguro que trajo una tienda de campaña consigo, pero el que no la
haya montado solo significaba una cosa: Un ataque nocturno.
La idea de un ataque nocturno era una
táctica a tener en cuenta en cualquier ejército. Era una forma de castigar la
indisciplina y confianza del enemigo con la muerte y esta, a su vez servía de
ejemplo a futuros generales. Sin embargo, se precisaban ciertas condiciones
para su éxito.
Primero debía haber luna llena para
que los ejercicios pudiesen ver mínimamente a donde se dirigían y contra qué
iban a pelear. Se podía lanzar ataques en luna nueva, pero para ello, se
necesitaba un conocimiento profundo del terreno, y aunque Manis realizó un
reconocimiento previo, una cosa era estudiar el terreno y otra cosa era
conocerlo. Y sin embargo este día, no solo no había luna, sino que el cielo
estaba nublado. No había amenaza de lluvia, ni tormenta. Pero la oscuridad era
total, podrías desorientarte con solo voltear un momento.
Segundo, se atacaba aprovechando el
descuido enemigo, pero aquí, no solo los sirukalpes estaban al tanto de un
ataque, sino que habían duplicado su guardia.
Tercero, estaban demasiado lejos como
para hacer algo.
Hashkar intuía que esos tubos debían
cumplir alguna función que su imaginación no lograba vislumbrar, además de que,
con la oscuridad imperante, no veía ni sus propios caballos, que estaban a uno
pasos de ellos, pues Manis les prohibió encender farol o antorcha alguna.
Entendió el porqué de la estufa mágica que se calentaba sola, no quería fuego o
humo alguno que delatase su posición, pero no entendía, cómo era posible que
esos dos pudiesen moverse con tanta agilidad. Fijándose mejor, distinguió un tenue
brillo verde dentro de sus cascos, brillo que les distinguía en medio de la
noche, justo a la altura de los ojos. Se llevó la mano a la boca preguntándose
si realmente había construido algo que le permitía ver en la oscuridad, como un
búho. De ser así, podría atacar en cualquier momento.
Pasaron las horas. Lentamente. El
silencio, el cansancio, la inactividad y la oscuridad incitaban al
guardaespaldas a irse a dormir, tal como mandó hacer a su sirviente. Pero su
sentido del deber, al igual que la curiosidad, en menor medida, le obligaban a
seguir manteniendo los ojos abiertos, con tal de ser testigo de todo lo que acontecería,
para informar a su señor con la mayor completitud.
Se tornó las tres de la mañana, tal
como marcaban las manecillas del reloj de pulsera. El momento de actuar.
Revisaron la orientación del mortero
y dispararon una salva de mano del capitán, mientras Manis supervisaba el
trayecto del proyectil, el cual cayó en la trinchera enemiga, lo que sería un
éxito en el mundo moderno, en este nuevo mundo fue un fracaso. Elevaron el
cañón y dispararon otra salva, la cual recorrió el cielo e impactó contra la
muralla más lejana. Trazando un rango desde el punto del primer impacto hasta
el segundo impacto, teniéndose en cuenta los grados de inclinación vertical
usados, Manis bajó de su posición y procedió a dar las órdenes.
—¡Inclinación vertical entre
cincuenta y seis con setenta y cuatro, hasta setenta y uno con veinte! ¡Disparo
automático, rotación cero cinco tres!—
Los morteros escupieron proyectil
tras proyectil, hasta agotar el barril de recarga. Generando una onda expansiva
con cada explosión, hizo saltar de la cama a Mazræj, quien miró sin entender
nada, al igual que su señor lo que estaba pasando.
Granadas de mortero volaban entre la
fría noche en dirección al interior de la fortaleza. Estallaban al tomar
contacto o por acción de una espoleta de tiempo. Liberaban olas ardientes que
envolvían a los residentes, alejando la lúgubre gelidez de la noche, para dar
paso un luminoso manto ígneo, que los abrasaba hasta su último aliento.
Explosiones de fuego por todas
partes, perdigones camuflados entre ellos herían e inmovilizaban a los
sirukalpes, haciéndolos presa fácil de las llamas.
Una nueva ola de bombas impacto repetidas
veces sobre la torre ubicada en altura.
El fuego de la termita carbonizó y
desintegró la madera del techo pasando a los niveles inferiores, causando una
reacción en cadena que derrumbó la torre.
Los sirukalpes fueron sorprendidos y
sobrepasados. Muchos abandonaron sus casas, sus posesiones y a sus familias,
buscando escapar para salvar su vida. Quienes intentaban ser héroes acababan
devorados por las llamas.
Las bombas no paraban de caer. El
ruido de las explosiones y la luz del fuego llegaron hasta la ciudad Sogdya, en
donde Fokas, sin cambiarse de ropa de noche, se asomó al balcón junto con su
esposa obesa, preguntándose qué estaba pasando.
Manis interrumpió el ataque tras
gastar la cuarta salva, para valorar la situación. No necesitó usar visión
nocturna, pues el brillo de la hoguera ya iluminaba con suficiente intensidad.
Aunque logró alcanzar objetivos
específicos, como la torre y sectores de la muralla, el fuego no cubría la
totalidad de la fortaleza, lo que promovía acumulación de los residentes en
zonas muy aisladas, además de que el propio fuego derruía las murallas de
madera abriendo brecha por la cual el enemigo buscaba escapar.
—Primer mortero continua con la
munición incendiaria, gíralo cinco grados a las nueve en punto. Segundo
mortero, alterna entre incendia y de fragmentación, rótalo quince grados a las
tres, objetivo fuera de las murallas—
Lamentó no haber construido un rifle
de francotirador, para cazar a los enemigos que estaban huyendo. El haberlo
construido probablemente le hubiese dejado carente de munición, pues la
realidad era que por muy poderosas que fuesen las granadas de mortero, no eran
del todo precisas y su impacto en salpicadura dañaba al azar, permitiendo la
osadía de que alguien pudiese sobrevivir.
Poco a poco el cielo fue aclarándose
con la salida del sol, momento en el cual se detuvo completamente el bombardeo.
Los enemigos estaban muy dispersos, además de fuera de rango.
Tras comprobar que la fortaleza
estaba carente de actividad, empezó a desmontar los monteros para volver a
anclarlos a los quads.
Hashkar y su sirviente, presenciaron
el ataque toda la noche, olvidándose del sueño mientras miraban las armas del
chico con otros ojos y temeros de acercarse.
Una vez anclados los morteros,
procedieron a dirigirse a baja velocidad en dirección a la fortaleza, seguidos
por sus observadores, quienes a diferencia de antes mantenían la distancia.
Hashkar sintió como temblaban sus
manos, mantenía la mirada fija en Manis, y meditaba en silencio, casi en trance
sobre lo que acababa de experimentar. Desde el principio subestimó al esminets,
tomándolo muy a la ligera, pues a excepción de su altura, no parecía hacer
honor a la leyenda que circulaba a su alrededor, pero ahora, en medio de su
meditación empezó a temer por la seguridad de Sogdya. Esas nuevas armas ignoraban
las defensas que serían un quebradero de cabeza para cualquier ejército y el
caos que provocaban, estaba presente, justo en frente de él, en forma de negras
columnas de humo ascendente. Ahora, en su mente todo encajaba, su reputación no
eran cuentos inventados por bardos sobornados, sino relatos de todos aquellos
que tuvieron la bendición de los dioses de poder salir vivos y avisar de lo que
habían experimentado. Los objetos que portaba, sus costumbres, no eran simples
adornos o gestos, que líderes militares y mercenarios mostraban para exhibirse,
todos y cada uno de ellos cumplían un propósito, provocar este cataclismo. Y
ahora que lo sabía, se culpaba de no haberlo visto venir, pero ¿Cómo iba a
imaginar algo así?
—¿Qué mentalidad llevaría a una persona a
inventar algo así?— Susurró con preocupación, más para sí mismo, pero siendo
escuchado por su sirviente.
Su preocupación solo iría en aumento,
cuando llegaron a los restos de lo que en su momento fue un muro de madera.
Atravesaron la brecha ingresando al
interior de la fortaleza. Dentro todo estaba en silencio, un silencio roto por
las pequeñas llamas que aun se negaban a extinguirse, mientras un fuerte y
denso olor a humo, madera y carne quemada impregnaban el aire. Y a pesar que
era invierno, hacía mucho calor.
Con extrema cautelosidad, Manis
ingresó al recinto después de desmontar, dejando los quads a una distancia
prudente. Portaba en sus manos una escopeta Kalashnikov, que a ojos de Hashkar
era una versión en miniatura de esos tubos.
Ante sus ojos, cadáveres, cuerpos
desmembrados, restos de lo que su momento fueron humanos, o seres que parecían
humanos, se extendían por todo el recinto. Las casas habían sido reducidas a
cenizas, no existía la torre, pero sus ojos se posaron sobre un cuerpo en
concreto, una madre intentando proteger a su hijo en sus brazos. Esos cuerpos
que aun humeaban, que parecían seguir sufriendo incluso en la muerte, quedaron
grabados en sus ojos, y por más que lo intentaba, no era capaz de apartar su
mirada.
Hacia él, se acercó Manis con una
actitud mucho más relajada, como si se hubiese quitado todos los problemas de
encima, caminando como si todo esto no tuviese nada que ver con él, acompañado
de su capitán.
—Hemos revisado la fortaleza entera,
no hay presencia de enemigos. El perímetro está asegurado. Esto está más
caliente que horno en Auschwitz, nadie diría que estamos en invierno ¿No te
parece capitán?... ¿Qué pasa Hashkar? Te veo muy pálido— Miró los restos
humanos con indiferencia —Parece una barbacoa muy carbonizada—
Hashkar le miró con estupefacción,
aquello fue la gota que colmó el vaso.
—¿Qué diablos es esto? ¿Te das cuenta
de lo que has hecho?—
—¿A qué te refieres?—
—¡A todo esto! ¡Este salvajismo!
¡Esto excede a la barbarie!— Hashkar trazó un arco con su mano extendida,
señalando a todos los cadáveres de su alrededor.
—He hecho lo que acordamos que iba a
hacer—
—¡Nosotros no acordamos esta
inhumanidad!—
—¿Y qué esperabas que iba a pasar?
¿Es que acaso te esperabas que fuese educadamente, tocando su puerta diciendo
con una sonrisa: Buenos días, gente, en nombre del señor Fokas, kaz de estas
tierras, os vengo a matar, colóquense en una fila ordenada mientras les voy
quitando la vida a uno a uno, pero con vuestro consentimiento, ¡¿Eso es lo que
esperabas?!—
Hashkar apretó los puños de la rabia
al igual que sus dientes.
—¡Esto no quedará así, el señor Fokas
se enterará de esto!... ¡Mazræj no toques los cuerpos!— Señaló de pronto a su
sirviente, quien inmediatamente replegó su mano asustado.
—Eso espero, no omitas ni un detalle,
sobre todo lo que vamos a hacer ahora, porque todavía no hemos terminado con el
trabajo—
—¡¿Qué?!— Preguntó Hashkar con incredulidad.
—Nuestra ofensiva fue un éxito, hemos
desalojado al enemigo de su fortaleza y hemos tomado las alturas. Ahora es
momento de reforzar la posición y esperar un contraataque—
—¿Tu te estás oyendo? ¿Qué
contraataque? ¡Huyeron despavoridos!—
—Si, deja de gritar. Solo los hemos
dispersado. Estos son solo daños colaterales. Los establos están vacíos, solo
hemos encontrar un par de docenas de animales muertos y solo la mitad eran
caballos y no hay indicios de grandes arsenales. Si tal como me dijisteis, los
sirukalpes concentran su fuerza en la caballería y no la veo por ningún lado,
probablemente están en algún cuartel que construyeron lejos aquí durante estos
meses. Si es así, es solo cuestión de tiempo de que se reorganicen y lancen su
contraofensiva. Por lo que debemos construir defensas cuanto antes—
Manis señaló el lugar donde antes
estaba la torre, una elevación natural que contaba con una barrera a su
alrededor.
—Con los números que contamos ahora,
no podemos defender todo el perímetro y muchas partes del muro de madera
presentan boquetes. Centraremos nuestra resistencia en la altura, construiremos
defensas y taparemos solo los boquetes de las murallas más estratégicos—
—¿Y cómo lo vas a hacer, de donde
sacarás los materiales?—
—Tenemos todo lo necesario en los
vagones, los llevaremos hasta esa cima. Los propios coches servirán como una
segunda defensa adicional. Pero para la muralla apilaremos los cadáveres en los
huecos—
—¿Vas a profanar sus cuerpos?—
—Si ¿Por qué no? Siguen enteros, perfectamente
pueden servir como un muro de carne—
—Esto es demencial—
—Podéis ayudar si queréis—
—Me niego a ser parte de esto—
—Entonces no te entrometas— Advirtió
Manis señalándole —Mantente al margen. Si por algún casual noto indicios que
intentas sabotearnos, acabarás igual que ellos ¿Lo has entendido? ¡Quiero oírte
decir que lo has entendido!—
—Si, lo he entendido— Dijo Hashkar a
desgana —No voy a entrometerme en tus asuntos—
—Que así sea. Vamos capitán—
Despejando el camino de los escombros
a medio quemar, abrieron una ruta por la cual ingresar los quads en formación,
primero el semioruga y luego el auxiliar, pero con las cadenas retiradas, pues
ya no había nieve.
Llevaron los remolques hacia las
alturas, una vez ahí, desplegaron los morteros para cubrirles en caso de
emboscada. Luego bajaron el quad semioruga de la colina para, con su maletero,
poder transportar los cadáveres con mayor rapidez.
Apilaron los cadáveres tapando los
huecos de la muralla externa, pero no todos, pues no había tantos como Manis
hubiese deseado.
Usando la pala de su quad semioruga,
labró la tierra en frente de la muralla interna, encontrándose con numerosas
rocas que dificultaban la tarea. Cuando logró aplanar el terreno, sacó los
cables de alambre de espino en conjunto con los maderos que sobrevivieron al
incendio.
Ató los maderos en forma de X y los
clavó en la tierra dejando un hueco de un metro entre ellos. Enrolló el alambre
de espino entre los maderos, en cuatro líneas verticales, formando con ello,
una barrera improvisada. Repitió el proceso a dos metros de distancia,
construyendo así tres líneas defensivas. La primera formando un perímetro que
cubría la entrada a las ruinas de la torre y las otras dos, como defensa de respaldo.
Entre los huecos dejados entre una barrera y otra enterró las minas trampas.
Mientras construía, un par de jinetes
llegaron desde la ciudad de Sogdya, enviados por Fokas. Entre ellos estaba
Javangir, acompañado por un par de soldados a modo de escolta.
Hashkar salió a recibirles a las
puertas quemadas de la muralla de madera. Tras una formal presentación,
Javangir envió a uno de sus secuaces de regreso.
—Quiero conocerle— Dijo Javangir.
—¿Estás seguro?— Preguntó Hashkar.
—Si, no me hagas repetirlo—
Ante la insistencia de Javangir,
Hashkar le guio a través de la fortaleza. En su interior, esperaba que Javangir
coincidiese con su opinión, tras ver las atrocidades que Manis estaba haciendo.
Atravesaron las calles, limpias de la
mayoría de cuerpos, dio un innecesario rodeo, solo para que Javangir pudiese
ver el muro de cadáveres y llegaron hasta la colina, en donde Manis terminaba
de enterrar minas. Nada más verlos, se puso en guardia, mientras el capitán
tomaba posición en la altura.
—No nos ataques, Manis, vienen
conmigo— Dijo Hashkar —Este es Javangir, mayordomo jefe del señor Fokas—
—Vengo en representación del kaz
Fokas— Intervino el mayordomo antes de que Haskar terminase de hablar —Mi señor
desea saber por qué no se presentó ante él a su llegada a estas tierras—
—Porque estaba ocupado realizando el
trabajo que me encargó, como puede ver—
—Ya ¿Y esto que estás construyendo?—
—Defensas, para una posible
contraofensiva—
—¿Contraofensiva?—
—Ataque enemigo—
Javangir asintió, mientras realizaba
una ojeada a la derruida fortaleza. Sonrió para sus adentros, mientras pensaba
como en una sola noche, el chico que estaba en frente de él, logró algo que sus
ejércitos no pudieron, entendiendo finalmente la visión de su señor.
—Soberbio trabajo— Dijo para sorpresa
de Hashkar.
—Solo cumplo con mi cometido. Por
cierto, no crucen esta barrera, plante minas explosivas detrás de ellas, si las
pisan estallarán por los aires, quedarán como esa torre—
Javangir retrocedió el corcel que
montaba.
En ese momento, el capitán alertó a
Manis, señalando al horizonte, hacia una ola negra que estaba avanzando hacia
ellos. Manis subió a la cima para comprobarlo por sí mismo.
—¡Enemigos a la vista! Caballería
sirukalpe— Dijo el jinete de escolta que regresó mientras estaba inspeccionando
los alrededores.
Javangir frunció el ceño, entendiendo
la situación en la que se encontraban.
—Se han organizado demasiado rápido—
Sospechó frunciendo el ceño —Como sea ¿Cuántos son, Samir?— Le preguntó a su escolta.
—Una gran línea con cuatro hombres de
profundidad. Estimo al menos cuatro mil efectivos—
—Eso es un problema y a estas alturas
no podemos escapar. Bueno señor Manis, vos sois el que está a cargo de la
defensa de esta fortaleza ¿Qué deberíamos hacer? ¿Nos quedamos quietos,
peleamos o nos tiramos al suelo?—
Manis extendió una escalera
improvisada con dos tablas largas, colocadas desde la cima de la muralla hasta
el suelo con un ángulo inclinado.
—Desmontad y subid—
Siguiendo sus órdenes, el grupo de
cuatro treparon por la tabla, con cuidado de carse. Una vez en la cima, vieron
como la infantería motorizada preparaba los morteros, colocaba armas y munición
cerca en el suelo, a la sombra de la pared de las almenas.
—¿Qué están haciendo?— Preguntó Javangir
a Hashkar.
—Preparando esos… morteros, así es
como llaman a eso tubos, pero cuando estos empiecen a gritar, tápate los oídos,
más que un consejo, es una advertencia, aun me pita el oído izquierdo—
Javangir le miró preocupad, mientras
se mantenía al margen intentando no molestar.
Desde el horizonte, un ejército se
estaba aproximando lentamente. Contaba en su mayoría de jinetes montaos a
caballos, animal que solo podía encontrarse en esa región del mundo. No era la
montura más rápida, ni la más poderosa, pero sí, la más numerosa, con ella, los
ejércitos de las naciones del imperio podían hacer frente a los reinos
enemigos, salvaguardando las fronteras. La propaganda del jinete que circulaba
dentro de las tierras, motivaba a las tribus a invertir en la formación de
jinetes, priorizándolo sobre la infantería, la cual en menor número se quedaba
a cargo para proteger puestos y como en este caso, a los refugiados que
lograron escapar del bombardeo, y ahora ansiaban venganza por sus familiares
caídos.
Los sirukalpes, no enviaron a la
caballería de golpe. Empezaron con un emisario, un portaestandarte con dos
banderas, quien, en acto de gala y valor, cabalgó solo a encuentro con Manis.
—Hashkar, ven aquí ¿Entiendes su
lengua?— El susodicho asintió —Traduce lo que está diciendo—
—Está maldiciéndonos—
—No he pedido tu interpretación.
Traduce literalmente lo que está diciendo, palabra por palabra—
—Está bien, dice: Vuestros actos no
serán perdonados, la ira del cielo caerá sobre vosotros, no habrá rendición
para vuestro pueblo—
Manis, miró de reojo, como los
mayordomos recién llegados cuchicheaba señalando al jinete, más en concreto la
bandera que portaba. Intuyó que algo más estaba pasando, pero ahora mismo no
podía averiguar qué era. Cansado de escuchar la traducción sincronizad, agarró
el rifle de asalto y le disparó al jinete en la cabeza.
—¿Qué estás haciendo? Matar a un
emisario es un crimen condenado por todas las culturas y todos los reinos, el
tuyo incluido—
—Hashkar, no sé si recordarás, pero vine
aquí a matarlos a todos, por contrato con tu señor Fokas, el emisario estaba
incluido en la oferta. Para venir a negociar no paraba de soltar insultos,
miraba mucho a los alrededores, en vez de encararnos y para ser tan buenos
jinetes, su caballo no paraba de moverse. Era obvio lo que estaba haciendo y mi
mensaje para ellos espero que sea igual de obvio—
Hashkar se retiró enfadado,
sentimiento que compartía Siruk, el líder de los sirukalpes, quien, al igual
que los mayordomos, se sobresaltó al escuchar el sonido del disparo, mientras
veía con asombro, como su emisario espía caía del caballo, yaciendo inerte en
el suelo.
Dando por sentado que se trataba de
alguna clase de magia, se reunió con sus generales, dándoles instrucciones para
que los pocos hechiceros, bendijeran su armamento y así protegerse.
Manis observaba los movimientos del
enemigo con sus prismáticos, preguntándose qué era lo que tramaba el enemigo. A
su lado, el capitán informó que había cargado los morteros con munición
alternada entre explosivos y de fragmentación. Guardando los prismáticos,
ajustó el casco removiendo por completo la visión nocturna, que a estas alturas
molestaba aun plegada, pues agregaba peso innecesario, para sustituirlas por
gafas blindadas, que, a diferencia de los ejércitos mostrados en las películas,
las puso sobre sus ojos, en vez de usarlas como decoración en su casco.
—Están a cuatrocientos metros,
prácticamente a nuestro alcance, pero sus números son un problema, si atacamos,
por ejemplo, con un barrido mataríamos a unos cuantos, pero el resto se
dispersarían. En el mejor de los casos verían que tenemos la ventaja y podrían
rodearnos para hacer incursiones en pequeños grupos. Tardaríamos mucho en
apuntar a un objetivo en movimiento, mientras los demás se acercan. En el peor
de los casos, esto se prolongaría demasiado. La guerra está llena de falsas
alarmas, las cuales podrían agotar nuestra munición. Otro problema es que son
jinetes a caballo, muchos jinetes a caballo. Ejércitos tártaros como esos,
destruyeron Moscú dos veces y ahí tenían murallas de piedra, no intentos de
empalizadas como estas. Si atacamos, se dispersarán y yo quiero que vengan.
Ellos saben que incendiamos esta fortaleza, pero no saben cómo y esa es nuestra
ventaja. No atacaremos, esperaremos a ver su movimiento. Esto es como una
partida de ajedrez, le toca mover al enemigo—
El capitán asintió, tomando un rife
de su lado y colocándose en posición.
Siruk no necesitaba enviar
exploradores, conocía el terreno mejor que los propios lugareños. Veía los
huecos a medio tapar con los cadáveres y a pesar de que le horrorizaban las
acciones de sus enemigos, sabía que se habían atrincherado en una fortaleza
agujereada. No dudó en ordenar una carga frontal contra ellos, confiados en su
defensa contra la magia. Su estrategia era usar a los jinetes arqueros a modo
de hostigadores, mientras que su caballería pesada irrumpiría en la fortaleza y
acabaría con los invasores.
Confiando plenamente en su
estrategia, ordenó el avance de su ejército. Los portaestandartes ordenaron las
huestes en bloques que respondían al sonido de un instrumento, ya sea, una
corneta, o una caracola rescatada del lago. Cuando se organizaron, marcharon al
trote y luego aceleraron poco a poco hasta alcanzar el pico de velocidad.
—Capitán, aumenta el ángulo mortero
en cinco grados, responderemos a su concierto con nuestra propia música—
Jalando la cuerda del gatillo del
mortero, disparó una andada de proyectiles sobre las formaciones de caballería.
Los jinetes corrieron hacia la
muralla mientras las bombas estallaban sobre sus cabezas llevándose todo aquel
que tuviese la mala suerte de estar en su rango, y aun así ignorando a los caídos,
continuaron su carga aumentando la velocidad.
Desde las murallas abrieron fuego con
sus fusiles de asalto en fuego automático llevándose las primeras líneas por
delante.
Los jinetes experimentados saltaron
sobre los cadáveres como pudieron o caían en el intento y continuaron su avance
entre el silbido de las balas. El grupo se dividió en dos, en donde la
caballería pesada viró para entrar a la fortaleza, mientras los arqueros se
habían acercado lo suficiente como para empezar a responder al fuego de
fusilería con sus flechas, en una formación especial, en la cual cabalgaban
formando un círculo que permitía disparar y recargar con fluidez. Si bien esa
táctica era una pesadilla para la infantería enemiga, contra estos nuevos
enemigos a los que se enfrentaban, no suponía diferencia alguna, pues sus
flechas eran muy imprecisas al ser disparadas en movimiento. Solo levantaban
polvo mientras esperaban a ser acribillados.
—¡Continua con el fuego de supresión!—
Ordenó Manis dirigiéndose hacia los morteros, los cuales apuntó hacia el muro
interior, cambiándoles al modo semiautomático.
Sus disparos no iban en dirección a
la caballería, sino para bloquear rutas de retirada.
La caballería, desconociendo el
alambre de espino, buscó atravesar las alambradas en una carga frontal.
Su ignorancia sentenció su vida,
cuando la alambrada se enrollo en la piel de los caballos enloqueciéndolos y
haciéndoles tropezar. Su continuo avance activó las minas, que estallaron
llevándose a varios de ellos, pero más importante, deteniendo su carga en seco
y amontonándoles en una pelota de unidades, cuya retaguardia intentaba seguir
adelante, mientras la vanguardia luchaba por vivir.
Manis soltó su fusil de asalto, agarró
la escopeta, se posicionó en el borde de la muralla y abrió fuego
indiscriminado contra la pelota de unidades, ignorando las flechas y las lanzas
que volaban en su dirección.
El sonido de la escopeta era casi tan
estruendoso como el propio mortero, y sus perdigones de metal ignoraban
armadura alguna y se dispersaban alcanzando numerosos blancos al mismo tiempo.
El capitán, al igual que su
comandante, cambió su rifle por una escopeta acabando con las formaciones de
jinetes, las cuales caían como moscas.
Gritos, disparos, maldiciones,
insultos, súplicas y llanto. Todo sonaba al mismo tiempo como una macabra ópera
rapsódica, no solo en el campo de batalla, sino en la propia fortaleza.
Mazræj lloraba y chillaba acurrucando
contra los restos de la torre, como una niña a punto de perder su virginidad de
manera forzada.
Hashkar estaba en el suelo rezando
frenéticamente, mientras aceptaba su destino.
Javangir se ocultaba detrás de Samir,
el único soldado, quien mantenía una mente fría y tranquila. No se dejaba
intimidad por las explosiones ni por la presencia enemiga. Parado con firmeza,
espada en mano, el escudo en el pecho, preparado para entrar en combate en
cualquier momento.
El caos desatado llegó con el mismo
impacto a los sirukalpes, pero en su estupefacción, no se atrevían a dar la
orden de retirada. El humo y el ruido no les daban chance a entender el teatro
de la guerra.
Manis agotó la munición de la
escopeta, pero en vez de cambiar el cargador, regresó al mortero, el cual por
inactividad se había enfriado, y estaba listo para volver a escupir bombas.
Bajó el cañón apuntando directamente a la masa, mientras el segundo seguía
apuntando al cielo.
Jalando de la cuerda un proyectil
voló hacia la masa causando una gran explosión que desperdigó carne desgarrada
en todas las direcciones. Un segundo proyectil salió disparado al cielo, voló alejándose
momentáneamente del pandemónium, tranzando una placida parábola y cayendo con
fuerza justo en las cabezas de los nuevos refuerzos que se acumulaban en la
entrada desatando toda la furia que pudo albergar en forma de abrasadoras llamas
de termina.
Las numerosas bajas y el enemigo que
se alzaba imponente en la altura terminó por desmoralizar a los jinetes. Muchos
dieron media vuelta buscando regresar a la seguridad de su campamento, otros se
arrastraban como podían buscando salir de ese infierno, aunque eso significara
pasar por encima de sus camaradas.
—¡Se están retirando, agarra el
Kalashnikov, mira telescópica acoplada y dispara primero a los jinetes!—
Recargó de nuevo los morteros con
munición incendiaria y apuntó en dirección al campamento enemigo.
Entendiendo que había sido derrotado,
Siruk recibió a sus soldados y movilizó el campamento, intentando retirarse de
manera ordenada, cuando desde el cielo cayeron más proyectiles desatando un
nuevo caos.
La batalla se terminó, junto con el
miedo y la desesperación de los presentes.
Javangir se acercó a las almenas,
despacio y con precaución. Contempló la escena que se hallaba ante sus ojos con
una mezcla entre curiosidad y asombro. Se rascó la cabez intentando entender
cómo un ejército tan poderoso acabó reducido a carne picada por la mano de dos
personas, en tan solo un momento, cuando por regla general, los combates se
alargaban horas e incluso tomaban días enteros.
—Cuando mi señor Fokas me dijo que
había contratado a un dios para deshacerse de los sirukalpes, en mi interior me
negué a creerlo. Cuan equivocado he estado y qué impertinencia, el haber dudado
de su palabra—
—No es ningún dios— Dijo Hashkar.
—Abre bien tus ojos y mira bien a tu
alrededor, Hashkar. Esto de ningún modo es la obra de un humano. Esto es la
obra de un dios de la guerra y la muerte— Caminó hacia el chico e hizo una
reverencia —Mis más humildes disculpas por haber dudado de tu divinidad. Las
leyendas sobre tus hazañas serán contadas por toda la eternidad—
—Sobre todo me interesa que se las
narres a tu señor Fokas, para que sea consciente de que estoy cumpliendo mi
parte del contrato—
—Sin duda alguna, se lo haré saber en
persona. Y si se me permite, me gustaría saber ¿Qué va a hacer ahora que venció
a los sirukalpes en batalla?—
—Seguir cumpliendo con el contrato.
Hemos rechazado su contraofensiva, lo que significa que es el momento de lanzar
una segunda ofensiva, aprovechando su retirada—
Javngir asintió con la cabeza
frenéticamente.
—Me gustaría acompañarle en su
cometido, pero tengo mis propias responsabilidades. Pero dejaré a Samir a su
cargo. Será mis ojos. Si no le molesta, claro—
—Siempre y cuando no estorbe, ni
intente sabotearnos—
—Oh, no. Eso sería un sacrilegio— Se
volvió a su escolta con una mirada seria, a la vez que llena de preocupación —Quedas
a cargo de este dios. Considéralo un honor. Escúchale y obedécele como se
merece—
—Lo haré. Será todo un honor servir a
una deidad— Dijo Samir con determinación.
—Espera un momento, Javangir. El
señor Fokas me encomendó su custodia personalmente. Es mi deber—
—Ya no, Hashkar. Quedas liberado de
tus obligaciones para con Manis. Regresarás conmigo a Sogdya como mi escolta y
trae a tu sirviente, cuando deje de denigrarnos ante un dios con su lamentable
comportamiento—
—Me niego. Tengo órdenes del propio
kaz— Respondió Hashkar con determinación.
—¿Has olvidado que mi palabra es la
del propio kaz? Soy su representante. Insubordinación ante mí, es faltarle el
respeto al propio kaz—
Hashkar hincó su rodilla en el suelo.
—Mis disculpas Javangir. Mis
comentarios estaban fuera de lugar, así como el comportamiento de mi siervo.
Peri ruego que me deje cumplir con mi cometido en lugar de Samir—
—No. Denegado. Necesito una escolta
y, tu actitud para con nuestra nueva deidad es ofensiva. No nos conviene perder
su favor—
A regañadientes, Hashkar tuvo que
aceptar. Se acercó a Mazræj, quien aún sollozaba en el suelo, y de un fuerte
jalón lo levantó del suelo, para acto seguido, regañarle por su comportamiento.
Samir se presentó ante Manis haciendo
una reverencia.
—Señor. Soy Samir. Estaré a su
servicio—
—Un placer, Samir— Dijo Manis
incitando con un gesto a que se levantara del suelo —Ahora, ten muy presente
esto. Yo estoy al mando. Podrás hacernos compañía en calidad de observador,
pero bajo mis órdenes, eso significa que, si te digo que corras, corres como si
te fuera la vida en ello; si te digo que te agaches, te agachas ¿Queda claro?—
—Todo claro—
—Quiero oírte repetir lo que he dicho—
—Emm… dijo que siguiera sus
órdenes. Si me dice que me agache, me
agacho y si me manda correr, correré con todas mis fuerzas—
—Extraordinario. Puedes subir a la
parte trasera de este vehículo. Partimos enseguida, cuando acabe de anclar los
morteros—
—¿Desea mi ayuda?—
—No. No toques nada, absolutamente
nada ¿Entiendes? Nada. Ya tengo a alguien que me ayuda— Señaló al capitán —Cuando
terminemos con esto habrá que despejar los caminos ¿Ahí nos prestarás tu ayuda?—
—Cuente con ello—
Tras organizar los vehículos,
retiraron los cuerpos tanto con vida, como sin ella, despejando el camino. Fue
una tarea tediosa, pues, aunque las llamas se hubiesen extinguido, los cuerpos
aun ardían.
Los caballos se habían escapado por
el repentino ataque. No pudieron subir por la rampa y quedaron a merced del
fuego y los proyectiles. Cosa que obligó al grupo a regresar a pie a la ciudad.
Por su parte, el ejército de Manis,
salió de la fortaleza a toda la velocidad que permitía el semioruga, siguiendo
las huellas dejadas por sus enemigos.
Empezó a caer la tarde y la
infantería motorizada tuvo que hacer una pausa en su viaje para descansar y
reorganizarse. Mas después de haber tenido un par de escaramuzas con la
caballería sirukalpe.
Habían seguido el rastro después de
cada combate, pero en algún punto este mismo empezó a desvanecerse.
Montaron un improvisado campamento en
un punto llano, pues no había elevaciones por la zona.
Sin prender una hoguera, usando los
hornillos eléctricos, calentaron una sopa de verduras secas, las cuales se
hidrataron dando sabor a la comida.
—No sé si puedo comer después de lo
presenciado esta mañana— Dijo Samir.
—Si, reconozco que es un poco duro
tragar sin sentir arcadas. Pero con el tiempo te acostumbras—
—¿Hizo algo como eso antes?—
—Vi cosas peores que un par de
cuerpos chamuscados. La guerra es sucia y asquerosa. No sé por qué la gente la
romantiza tanto. Pero hay que seguir trabajando— Extendió un mapa dibujado a
mano del terreno —El rastro ha desaparecido inexplicablemente, no hay indicios
de que se hayan dispersado y mover un grupo tan grande no es precisamente ágil.
Samir ¿Alguna idea de donde pueden estar? Tu conoces el terreno ¿No se te
ocurre ningún lugar?—
Samir miró el mapa intentando
entender lo que estaba mirando.
—Creo que este mapa está incompleto.
Solo muestra la fortaleza y sus alrededores, pero aseguraría que estamos mucho
más lejos—
Manis le entregó un lápiz y una hoja
en blanco.
—Dibuja como debería continuar el
mapa. Las elevaciones son círculos y las líneas son ríos—
—A ver, salimos de la fortaleza en
esta dirección. Al este, creo—
Manis miró la brújula y asintió.
—No te equivocas, continua—
Samir trazo un par de líneas junto
con una flecha en la hoja, mientras la colocaba al lado del mapa principal.
—Seguimos su rastro que llevó al sur
y luego volvimos a virar al este, por esta zona hay riscos escarpados.
Pertenecen al reino vecino. Es posible que se hayan escondido entre ellos—
Manis sacó sus prismáticos y ojeó en
la dirección señalada.
—Los veo. Parece que nos desviaron
sacrificando a los restos de su caballería— Desvió su mirada al cielo —Ya está
anocheciendo. Es un problema—
—Si, no se puede luchar por la noche—
—No, me refería a que, si
continuamos, serán dos días seguidos despiertos. Tendremos que buscar un sitio
para dormir, pero también sin dejar de hostigarlos. Avanzaremos dando un rodeo,
les presionaremos empujándolos hacia el río. Sería un verdadero problema si
entran al reino—
—Si, podrían solicitar asilo y
guerreros a caballo son muy bien valorados por los duques—
—Me refería a que hay más bosques y
zonas que nos dificultarían la cacería. Los nobles me dan igual— Miró al
capitán, quien estaba cabeceando —¡Capitán! En marcha, ya descansaremos más
tarde—
Avanzando con el atardecer a sus
espaldas, recurrieron al uso de las gafas nocturnas para no usar los faros que
delataban su ubicación.
Rodearon los riscos encontrando en el
camino, una cueva natural. No era muy espaciosa, pero servía para establecer un
nuevo campamento.
Colocaron los carros en forma de
media luna rodeando la entrada en un ancho perímetro. El primero en irse a
descansar fue el capitán, el cual era quien más cansado estaba. Manis se quedó
vigilando junto con Samir, en parte porque aún quería continuar, y porque no se
fiaba de su nuevo compañero, quien fue el siguiente en irse a dormir, pero
lejos del capitán, para la seguridad de ambos.
Las horas pasaron, lentamente, así
como la noche. Sin internet, sin televisión y sin juegos, luchar contra el
aburrimiento era tedioso. Necesitaba mantener la mente ocupada. Hizo recuento
de municiones, de provisiones, actualizó los mapas, e incluso hizo pequeñas
rondas de reconocimiento, esperando encontrar indicios de que le llevasen hasta
el escondite de los sirukalpes. Lamentó no disponer de drones de
reconocimiento. El enemigo también era precavido, pues no encendieron hoguera
alguna, buscando cobijo en la oscuridad.
Cuando el capitán se despertó,
aprovechó para dar una cabezada, hasta que le tocó el turno a Samir de
despertar. En ese momento, aprovecharon para volver a ponerse en marcha.
Tres chicos sirukalpes se despertaron
antes del amanecer, y se aventuraron a explorar la zona en la que el pueblo
acampó.
Habían sufrido mucho y habían perdido
a muchos. Incluso en tal situación, el ser humano necesitaba desconectar y
entretenerse. En su caso, se divertían explorando. Llegaron hasta los bordes de
una caldera natural. Era el camino que Siruk señaló y por el cual debían
seguir. La caldera, era una gran depresión geológica de origen volcánico,
formada por el hundimiento de una cámara magmática, en este caso, fue causado
por la erosión de un río, que dejó piscinas naturales a su paso.
Mientras uno de ellos aprovechó para
nadar en esas aguas cálidas, los otros dos se acercaron al borde del barranco,
en cuyo horizonte vieron la columna de quads que se acercaban a ellos.
—¡Hey, chicos! ¿Qué hacéis ahí
tumbados? Venid, el agua está perfecta—
—Te quieres callar. Creo que nos han encontrado—
—¿Encontrado? ¿De quién estáis
hablando?—
—¿De quién sino va a ser? Del
monstruo que nos persigue desde ayer—
—Imposible. Estamos en medio de las
rocas. No se pueden dejar huellas sobre las rocas ¿Seguro que es él?—
—Ven a verlo. Está viniendo por el
camino que íbamos a seguir—
—Se ha detenido ¿Crees que nos habrá
visto?—
—Estamos a mucha distancia. Creo que
no—
El sirukalpe salió caminando del agua
y rápidamente volvió a entrar en ella, pero de espaldas y con un agujero en la
cabeza.
—Parece que si nos ha encontrado
¡Corre!—
Alejándose del borde del barranco, el
segundo amigo recibió un disparo en la espalda, justo en la zona de los
riñones, cuyo impacto le dejó sin aire.
El tercer sirukalpe, al ver a su
amigo en el suelo, inmediatamente fue a socorrerlo.
Avanzaron juntos todo lo que
pudieron, pero el dolor se volvía cada vez más agudo.
—¡Espera, para! No puedo más— Dijo
quitándose el brazo de su amigo, para apoyarse sobre una roca.
—¿Qué estás diciendo? Apenas es un
agujerito, un rasguño. La herida de una flecha es más grande. Haz un último
esfuerzo, ya casi estamos cerca—
—No. Ya me está llegando la hora. No
tengo fuerzas para resistir ante esta magia. Ve. Regresa. Avísales ¡Corre!—
El último de los tres amigos, con una
mueca de disconformidad asintió apretando los labios con fuerza y abandonando a
su camarada. Se detuvo a medio camino para verlo una última vez, con la
esperanza de que hubiese recuperado fuerzas, pero una manada de lobos salvajes
lo estaban devorando. Asustado reanudó la marcha corriendo con todas sus
fuerzas.
Llego al campamento, agotado, y
tomando una bocanada de aire, gritó alertando de la llegada de la muerte.
Asustados de que regresen las
explosiones, salieron corriendo por su vida, dejando atrás gran parte de sus
pertenencias.
Un grupo de valientes y últimos
guerreros de infantería, se quedaron atrás para intentar ganar tiempo,
emboscándoles en el campamento. Solo se oyeron disparos.
El pueblo migró sin poder cruzar la
frontera. Recorrieron senderos y valles hasta llegar a un ancho río que
desembocaba en el lago. En su momento cruzaron ese mismo río en pequeños barcos
proporcionados por un kaz. Ahora debían cruzarlo de nuevo, pero sin barcos.
Aconsejado por sus sacerdotes
chamánicos, Siruk procedió realizar el ritual mágico de las aguas rojas.
El rey de los sirukalpes se arrodilló
en frente del río, sobre su arena; se quitó su corona y su armadura de cuero
enjoyado con oro y piedras preciosas; se arrancó su camisa con ambas manos;
pidió perdón por sus pecados; oró por el futuro del pueblo mientras los
sacerdotes vertían sobre él agua del río, con cuencos de cerámica y huesos; los
sacerdotes enrollaron el filo de su sable con las tiras de su ropa mojada con
el agua del río; le devolvieron el sable, mientras el sumo sacerdote
desenvainaba su propia espada bendecida.
Con decisión, Siruk se abrió las
entrañas con su sable. Aguantando el dolor del metal atravesando sus órganos,
alzó la mirada una última vez hacia el horizonte y con un tajo limpio, de manos
del sumo, su cabeza fue separada del cuerpo
El sumo sacerdote agarró el sable y
lo retiró con brusquedad del cuerpo.
La sangre brotó del cadáver a
borbotones. Como si hubiese cobrado vida propia se dirigió en dirección hacia
el sable, el cual fue clavado en el río. Y al contacto con el agua, estas se
abrieron elevándose como muralla de quince metros, dejando un sendero a su paso
hacia la otra orilla.
Liderados por el hijo de Siruk, quien
se había ataviado la corona de su padre, guio a su pueblo con la ayuda del sumo
sacerdote, priorizando la vida de su gente a las pertenencias de su padre,
dejadas inerte sobre la arena.
Dawir, el pastor, un chico sirukalpe
quien vivió toda su vida, rodeado de ganado, decidió, en su delirio, tomar las
armas y luchar por su pueblo, con la esperanza de poder matar al mal que los
acechaba y convertirse en el nuevo rey.
Armado con una honda mágica, decidió
plantar cara al destino, incluso si eso iba en contra de los deseos de su
familia. Su valor inspiró a otros a tomar las armas en una última resistencia.
Se posicionaron sobre una colina,
dando la espalda a los grupos que se aventuraban a entrar al sendero acuático y
aguardaron la llegada de la muerte.
Cuando divisaron los quads. Dawir fue
el primero en atacarles. Agarró una roca cualquiera del suelo. La colocó en su
honda mágica y la disparó con todas sus fuerzas a doscientos metros de
distancia, con la fuerza de una bala de mosquete.
La piedra chocó contra el casco de
Manis, quien al grito de ¡Emboscada! Posicionó los vehículos a modo que
sirvieran como escudos.
El resto de los civiles armados con
piedras, lanzas, arcos y hondas, se unieron al ataque, más sus proyectiles
cayeron al suelo uno tras otro sin alcanzar su objetivo.
La respuesta a su ofensiva llegó en
forma de balas, las cuales les convencieron de que luchar no era una buena
idea, sobre todo a Dawir, quien fue el primero en agarrar un caballo y escapar,
tras experimentar la molesta sensación de perder los dedos por el impacto de
una bala, mientras el resto de sus camaradas morían entre sufrimiento y
maldiciones.
Conquistando la cima de la colina,
pasando sobre los últimos supervivientes, ahorrándoles sufrimiento con sus
neumáticos de oruga, descubrió para su sorpresa, el motivo de tal tenar
resistencia.
—¿Qué es esto, han llamado a Moises
para que les abriera las aguas o qué? ¡Capitán prepara los morteros, todavía
van a mitad de camino! Menos mal que van en línea recta. Inclinación ascendente
de ochenta grados—
Apenas llegando al final del camino,
oyeron un silbido muy familiar que les dejó la sangre más fría que las aguas
del río por el que transitaban.
Una explosión cubrió de llamas el
tramo final, impidiéndoles salir del corredor e agua. Más proyectiles
llovieron, castigando a los osados que trataban de sofocar las llamas con
feroces proyectiles.
Es entonces que la magia del hechizo
se agotó.
La sangre que teñía las paredes de
agua y las mantenía erguidas, se disolvió inmediatamente. Toneladas de
kilolitros de agua cayeron sobre los sirukalpes, descargando sobre ellos todo
su peso. Con un estruendoso desplome, acabó con la vida que se hallaba en aquel
pasillo, una verdadera tumba de agua. Los cuerpos despedazados fueron el festón
de los feroces tiburones de río, los cuales devoraron toda carne que se
interponía en su nado, cegados por el frenesí, causado por la misma sangre que
partió las aguas. Y entre todo ese caos aun se oían gritos de los afortunados
que sobrevivieron a la inundación, solo para ser devorados vivos.
Mientras tanto en la orilla, Samir
recogió la cabeza de Siruk, su armadura y su espada. Regresó con Manis, quien
supervisaba el trabajo de sus inesperados aliados acuáticos, disparando a
quienes intentaban llegar a la otra orilla.
—Mira, Manis, te presento al líder de
los Sirukalpes, Siruk— Dijo Samir mientras sujetaba la cabeza por su larga
melena morena.
—Un placer de conócele, y saber que
decidió aligerarme el trabajo suicidándose, se ha ganado mi respeto— Bromeo
Manis.
—Espero que no le resucite, como hizo
con los soldados esos del campamento—
—No tengo por qué hacerlo. Tampoco
nos diría nada…— De reojo pudo ver como una pequeña columna de humo se
levantaba bajo el galope en el horizonte —Parece que se nos ha escapado uno—
—A estas alturas los Sirukalpes están
extintos, sus líderes están muertos, por lo que su clan y su influencia han
terminado. Uno que otro superviviente no cambiará nada— Dijo Samir.
—Si, tienes razón. Pero el contrato
es el contrato. Tu señor Fokas pidió la muerte de todos y cada uno de ellos, y
con cada uno, también incluía a ese ¡Capitán, partimos! ¡Sube, Samir!—
—A sus órdenes—
Dawir huyó siguiendo el curso del río
hasta llegar hasta la frontera del sur. Recorrió valles, subió colinas y
aprovechando el tramo de poca profundidad, cruzó el río, saliendo a una
explanada de hierba verde y amarilla. Miraba hacia atrás constantemente,
producto de su paranoia. Ignorando su mano sangrante, solo quería escapar sin
importar nada a su alrededor.
Lejos de ahí, Manis localizó al
fugitivo desde un punto elevado.
—Capitán, pásame el rifle— Dijo
entregándole los prismáticos a cambio del arma —Distancia… seiscientos metros,
desvío uno, punto, cinco… Definitivamente debí haber construido un Dragunov—
Susurró antes de disparar.
La bala voló recorriendo el espacio
entre el tirador y su objetivo, quien seguía espoleando un caballo que hace
tiempo gastó todas sus fuerzas. Un impacto perforó su espalda y reventó su
pecho, deteniendo tanto su vida, como a su caballo. Cayendo al suelo junto con
sus sueños, el último de los sirukalpes fue erradicado del mundo.
—Ha sido un buen tiro. Vamos a por su
cadáver—
—Bueno, con este, ya no quedan
enemigos ¿Qué vas a hacer ahora?— Preguntó Samir montándose en la parte trasera
del semioruga.
—¿Te refieres a después de verificar
la muerte de ese sujeto? Regresaremos con tu señor Fokas. Cobraremos la
recompensa y luego regresaremos a la base. Nos tomaremos un buen descanso y
seguiremos con nuestra vida, por cierto ¿Te suena el nombre de Anneryth?—
—Nunca lo he oído ¿Es otra deidad?—
—Espero que no... Solo preguntaba—
—Pues no, no sé quién es ¿Es alguien
a quien buscas?—
—Ya déjalo, si no lo conoces, no
importa. Creo que siquiera usa ese nombre ahora—
—Ah… Por cierto, viajar en esta
carroza es una experiencia curiosa. No es muy cómodo estar sentado aquí, y
nosotros no nos desplazamos en carrozas, eso es propio de otros reinos.
Nosotros las usamos solo para trasladar objetos y mercancía—
—¿A dónde quieres llegar, Samir?—
—Quería decir que es la primera vez
que viajo en carroza. Y es la primera vez que viajo en una carroza que se mueve
sola. Cuando lo cuente en la taberna nadie lo va a creer, creerán que estoy
loco. Pero, por otra parte, esta ha sido una aventura muy loca ¿No te parece?—
—Para mí, es solo otro día en la
oficina—
Después de verificar el estado
fallecido del cadáver, regresaron directamente rumbo a Sogdya, en donde se
estaba celebrando una reunión, donde Hashkar y Javangir narraban la batalla al
kaz.
Primero hablaron por turnos, en donde
cada uno contó su propia versión al kaz, sin estar el otro presente. Cuando
terminaron las explicaciones, transcurrió un pequeño período de reflexión por
parte de Fokas, antes de llamarles de vuelta al salón de reuniones, en donde
agradeció el servicio de cada uno, asegurándoles una recompensa solicitada por
ellos en cualquier momento.
Fokas se sentía contento y a la vez
aliviado. Mandó a sus tropas a controlar la fortaleza, en donde sus soldados
encontraron la grotesca escena entre humo y muerte.
No tardaron en poner orden. Llamaron
a los carpinteros, para llevarse toda la madera que quedaba, pues esta misma
era igual de valiosa que los tesoros encontrados entre los escombros de la
torre.
Apilaron los cadáveres en el patio de
lo que antes era una fortaleza. La tradición local exigía que los muertos
fuesen enterrados, pero el odio que tenían a los sirukalpes, los hacía indignos
de ser enterrados en dichas tierras, pues eso sería reconocerles como
habitantes de la misma. Apilaron a todos ellos, junto con los restos de sus
corceles, los bañaron con aceite y les prendieron fuego. La hoguera era tan
grande que se podía ver a kilómetros y su luz facilitó a Manis, el regreso a la
ciudad. Las cenizas fueron esparcidas con el viento del este, mediante un
ritual, para purificar la tierra corrompida por su presencia y también para
mandar un mensaje de tranquilidad a las aldeas que sufrieron saqueos. El resto
de la ceniza sobrante fue usada para hacer jabón.
Llegando a la ciudad de Sogdya, los
guardias abrieron las puertas ante Samir, uso su blasón de la casa de Fokas
como identificación.
Estacionando los vehículos en frente
de la casa del kaz, atrajo muchas miradas curiosas.
El propio Fokas salió al encuentro
recibiendo a los tres con los brazos abiertos.
Manis dejó a su capitán a cargo de la
custodia de su vehículo y entró al interior del establecimiento junto con
Samir.
Caminando por aquellos jardines,
guiados por un eufórico kaz, recuerdos de antiguas batallas urbanas que libró en
viviendas similares, llegaban de improviso a su mente.
Una vez llegados a la sala de
audiencias, una espaciosa sala con un gran sofá en la pared del fondo,
integrado en una terraza con columnas de piedra talla, mientras en el centro se
ubicaba una mesita redonda sobre una alfombra cuadrada muy decorada. Una
réplica a menor escala de la gran sala del khwarazshah, en la cual se celebra
el sagrado djwan.
Nada más llegar, Samir colocó la
armadura, la espada y la cabeza del líder de los sirukalpes, sobre la mesa.
—Te lo agradezco Samir. Puedes
retirarte—
Con una reverencia, el mayordomo
salió de la sala dejando a los dos completamente solos.
—En primer lugar, quiero expresarte
mi más profundo agradecimiento. Tu labor salvó a mi pueblo y mi gente.
Eliminaste una amenaza que creíamos imposible y por ello te lo agradezco—
—Apreciaría tu agradecimiento, con la
recompensa prometida— Respondió Manis.
—Respecto a eso, aquí tengo justo una
recompensa acorde a tu hazaña—
El kaz sacó una campanilla de su
bolsillo con la cual llamó a un mayordomo, el cual vino desde las puertas que
estaban en cada esquina, al lado del sofá. Dicho sirviente traía consigo una
bandeja con pergaminos. Agarrando dichos pergaminos, el kaz se los ofreció al
propio Manis.
—En recompensa por tu contribución a
mi kayazato, en nombre del imperio te hago entrega de las escrituras de
propiedad y el título de regente de la colina conquistada y sus alrededores—
Confundido, a la vez que preocupado,
Manis agarró los pergaminos y los revisó. Estaban escritas en ambas lenguas, la
propia del imperio, con sus iconogramas, y la lengua común del reino. En dichos
pergaminos efectivamente se hacía entrega del terreno donde se ubicaba la
fortaleza de los sirukalpes y su dominio se extendía hasta el río que hacía
frontera natural con otro kazayato.
—¿Qué traición es esta? Esto no es lo
que habíamos acordado. Nuestro contrato especificaba una recompensa concreta,
monetaria y salarial, no esto—
—Consideré que sería una mejor
recompensa que un par de monedas y poco de líquido viscoso—
—No, has incumplido clausulas
importantes del contrato y te dije claramente que no quería tener nada que ver
con la política—
El enfado del esminets provocaba en
el kaz una preocupación que le alteró visiblemente. Su cuerpo comenzó a
transpirar y tiritar, mientras intentaba mantener la compostura.
—Lo sé… quiero que tengas muy
presente, que tuve muy en cuenta tus deseos y pacto acordado, mas la situación
me impedía cumplir el contrato—
—¡¿Qué?!—
—No hay plata— Soltó el kaz
encogiéndose de hombros, mientras formaba una sonrisa nerviosa —No tenemos
forma de pagarte y por eso lo único que me queda son tierras y ahora son tuyas—
Manis contuvo su ataque de ira,
mientras caminaba de un lado a otro. Había dado por sentado que le pagarían,
que las personas de este mundo respetarían sus costumbres, pero dio por sentado
demasiadas cosas y ahora estaba en una situación que no había previsto.
—¿En serio no puedes pagarme a plazos
como hiciste la última vez?—
—No. Y te explicaré por qué. Nuestro
imperio tiene intención inmiscuirse en la próxima guerra de sucesión del tu
reino. Están solicitando mucha cooperación de todos los kazayatos, si me
entiende. Pídame plagarle en plazos y no podremos pagarle nunca—
Manis volvió a revisar el pergamino,
cuando una idea le vino a la mente.
—¿De verdad puedo fiarme de esto,
cuando ya me has demostrado que no eres capaz de cumplir con tu palabra firmada?—
—Los terrenos son tuyos, puedes
disponer de ellos a como de lugar, incluso te daré una extinción de impuestos
por cinco años—
—Espera ¿Qué? ¿Encima de todo lo que
he hecho, pensabas cobrarme?—
—Bueno… Así es como funciona el
vasallaje—
Manis estaba furioso, llevó su mano
hasta su cintura, en donde desabrochó el broche de su mochila, en la cual
guardó los documentos.
—Mira, esto es lo que vamos a hacer.
Voy a quedarme con estos documentos— Cerró la cremallera de su mochila —Pero no
voy a firmarlos todavía, primero los revisaré detenidamente y cambiaré las
clausulas según me convenga, y luego lo firmarás. Eso será en compensación por
el incumplimiento de tu parte—
—Espera, no puedo estar de acuerdo
con algo como esto— Se quejó Fokas imaginando lo que podría cambiar, temiendo
que, al quitarse a una amenaza, hubiese atraído a otra aun mayor—
—Esto ya no está sujeto a
negociación. Que tengas un buen día— Dijo Manis saliendo de aquella habitación,
dejando al kaz con la palabra en la boca.
Cuando salió con recinto, fue
recibido por su capitán, quien le preguntó sobre la recompensa.
—Conseguimos una recompensa, pero la
recompensa que queríamos. Regresemos a la base—
Con una sensación agridulce salieron
de aquella ciudad. No regresaron directamente, sino que se quedaron un par de
días en un campamento improvisado para descansar, recuperar fuerzas y poder
soportar el camino de regreso.
Tras un largo viaje, en donde las
avalanchas desorganizaron el terreno obligándoles a usar rutas alternas que les
desviaron demasiado. Aprovechando el desvío decidieron pasar por su granja
secreta y ahí encontraron un paisaje familiar, pero no de la forma que esperaban.
Encontraron la cerca destrozada, los animales desaparecidos y dos personas
pescando alegremente en su piscifactoría.
Aquello fue la gota que colmó el vaso.
Desenfundó la pistola y con la misma energía con la que quería proyectar al
kaz, acabó por reventarle la cabeza en trocitos al pescador.
Su compañero, sorprendido por la
repentina muerte de su camarada, al ver a Manis, estalló en pánico tirando su
caña a la piscina y corriendo por su vida, más una bala le reventó la pierna
con un tiro certero de parte del capitán, haciéndole caer al suelo, y aun así
intentaba escapar.
Usando las ruedas del quad semioruga
atropelló las piernas mientras se arrastraba.
Cuando el pescador se cansó de
chillar de dolor, Manis le rompió la mano con la culata de su revolver
sacándole un último chillido, y mientras gritaba, el capitán trajo las cubetas
de madera, llenas de peces.
Manis movió el quad, liberando las
piernas del pescador, le sentó contra el tocón de un árbol y puso la cubeta en
frente de él.
—¿Esto es tuyo verdad?—
—Si— Dijo el pescador entre gemidos.
—Muy bien, ahora me vas a decir qué
mierda pasó con mis animales y quién os dio permiso para robarme. Habla—
—Yo no se nada. Oy dios, mataste a mi
hijo—
Agarró al pescador de su pierna, tan
suelta como una cuerda y lo jaló de nuevo bajo las ruedas del quad, mientras el
susodicho gritaba por su vida.
—¡No, por favor! Dijeron que habías
muerto. Que una avalancha acabó contigo después de que destruyeran tu casa—
Manis se detuvo de golpe y giró lentamente la cabeza hacia él.
—¿Qué?... ¿Has?... ¿Dicho?—
Con solo recibir chillidos histéricos
como respuesta, Manis terminó con todo disparándole la cabeza para terminar con
su agonía. Volvieron a subir a los vehículos y marcharon rumbo a la base a toda
velocidad.
Cuando llegaron, se encontraron con
lo que más temían. La verja destrozada, cuya alambrada tenía restos de tela,
piel y carne; el patio revuelto, como si la tierra hubiese sufrido un terremoto
y la casa en ruinas; la mitad de ella presentaba signos de incendio, mientras
la otra mitad estaba inundada. Pero lo más importante.
—¡Víctor! ¡Víctor!— Gritó Manis buscando
desesperadamente por el patio a su mascota.
Avanzando en el patio, empezaron a
aparecer restos humanos, dedos, manos, piernas, y luego aparecieron torsos y
cadáveres. En el centro del mismo estaba la caseta de su mascota.
Sin perder tiempo extendió sus cables
al interior y sacó a la bestia blanca de su escondrijo. Retiró los cables para
asegurarse de que no pertenecía a su división Z y se alegró al ver que el
carcayú seguía vivo e intentaba morderle. Los abrazó contra su pecho sacándole
un quejido y luego lo alzó mientras respiraba aliviado.
—Estás vivo, y eso es lo que cuenta.
Pero no pudiste defender la base ¿Qué demonios pasó?—
El carcayú le miró con sus ojos rojos
y su boca entreabierta.
—Da igual. Vamos a buscar a los
responsables de esto—
Colocando a su mascota en la parte
trasera de su quad, puso rumbo al pueblo más cercano, del cual emergían todos
los problemas. Y al llegar ahí, se encontraron con un lugar vacío y desolado.
Revisaron casa por cada buscando algún indicio de vida y no había nada. Parecía
un pueblo fantasma.
—Algunas de sus pertenencias siguen
aquí. No hace mucho que se fueron. O mejor dicho se escaparon. Tal vez había
más escoria escondida en la granja, o alguien nos vio en la distancia y corrió
la voz. Yo que sé. Ahora mismo solo sé, que mucho tiempo de trabajo y esfuerzo
fue tirado a la basura—
En un ataque de rabia agarró los
cables de su pulsera y de un movimiento, como un destello de luz, en tan solo
un instante, todas las estructuras del pueblo fueron partidas a la mitad,
elevándose verticalmente, ante de chocar con su mitad inferior destrozándose
mutuamente, en un estruendoso derrumbe, presenciado por la mirad atónita de sus
soldados.
Sin haberse quedado tranquilo, puso
rumbo a la ciudad en busca de Razvan para exigirle explicaciones. Una vez ahí,
acabó con los guardias que le impedían pasar, despedazándolos con sus cables; irrumpió
en la mansión de Velkan, y reunió a todos los sirvientes a la fuerza en una
sala común para exigir la ubicación de sus señores. Sin embargo, poca
información pudo sacar de ellos. Nadie tenía noticias de Razvan desde hacía
meses, tras partir en su viaje al mar. Por parte de Velkan, se había ido a la
capital Bhravenna y nadie sabía cuándo podría volver.
Sabiendo que no podría sacar nada más
de unos sirvientes, Manis les entregó una granada explosiva con chaqueta de
fragmentación, con la instrucción de entregársela a Razvan a su regreso, con la
condición de quitar la anilla antes de hacerlo.
Nada más salir de la mansión, el
ruido de la explosión desde el interior le pilló por sorpresa.
—Estúpidos analfabetos, les dije
específicamente que quitaran la anilla antes de entregársela a Razvan, no
ahora. A veces olvido en que mundo vivo. En fin, regresemos a la base—
Al llegar de nuevo a las ruinas de su
base, montaron un campamento improvisado con las tiendas de campamento.
Revolvieron los escombros recuperando
todo aquello que no hubiese sido destruido, que, para su sorpresa, era mucho
más de lo imaginado, había herramientas, máquinas y hasta la nevera había
sobrevivido, estaba quemada y deformada, pero se podía arreglar.
Lo más importante, el metal mágico,
estaban a buen recaudo, pues temiendo cualquier cosa, lo guardaba en un
recipiente especial a prueba de fuego y explosiones y en sus viajes, dejaba el
metal en un escondite subterráneo secreto, debajo de la mesa de dibujo. Este
escondite servía como una caja fuerte. Ahí guardaba todo aquello de valor e
imprescindible en su trabajo.
A pesar de todo lo que pudieron recuperar,
la realidad era que estaban en la calle, habían perdido toda su comida y las
raciones que prepararon no durarían mucho tiempo.
—Y volvemos a empezar de cero— Dijo
Manis en un quejido —Justo cuando pensaba en como hacer una radio, van y nos
destruyen la casa. Fui muy ingenuo al pensar que una simple alambrada sería
suficiente. Acepté una misión cuya recompensa era en realidad un páramo
inhabitado. Un páramo lleno de regulaciones y obligaciones, más que una
recompensa, parece un contrato de esclavitud. Por supuesto voy a poner mis
propias clausulas. Un maldito páramo. Tantos esfuerzos para un cacho de tierra…
tierra en altura y con acceso al agua… Bien tal como yo lo veo, tenemos la
opción de quedarnos aquí, reconstruir la casa y esperar que en un futuro la
vuelvan a destruir, o probar hacer lo mismo, pero en un lugar más defendido y
controlado. La respuesta es obvia, pero ah un problema— Agarró al carcayú en
brazos y le quitó la correa —Víctor, no nos sobra comida para ti y vamos a
mudarnos a una tierra con un hábitat diferente al que posiblemente no te
acostumbres, así tu decides, ¿Quieres seguir con nosotros o irte en libertad?—
El carcayú le miró con sus ojos rojos
cristalinos, en una mirada tan vacía, como inexpresiva. No dudó en salir
corriendo al bosque y perderse entre la espesura.
—Al final es como alguien dijo
«Puedes sacar al animal de la selva, pero no puedes sacar la selva del interior
del animal» Adiós Víctor, tal como buen ministro de economía, devoraste todo lo
que pudiste y cuando tus escándalos salieron a la luz, huiste a América del sur
para no ser juzgado… En fin, capitán vamos a recoger todo. Partimos mañana—
Dejaron las ruinas, estallaron la
pared de carga de la piscina, dejando que esta se vacíe. Recogieron a todos los
peces más grandes que quedaron varados en el barro para evitar que los
pueblerinos tengan acceso a comida fácil y rápida. Tras ahumarlos, los
saltearon y los añadieron al resto de los víveres. Fueron a la granja de miel
para inspeccionar el estado de la misma. Aunque fueron con pocas esperanzas,
fue toda una sorpresa ver que los panales seguían intactos, llenos de abejas y
cuadros repletos de miel, incluso la centrifugadora de miel estaba intacta,
cubierta bajo una lona de tela, mas en su interior encontraron más colmenas,
pues de alguna forma, las abejas lograron entrar el interior y colonizarlo. El
sitio elegido era los suficientemente recóndito como para evadir a los
aldeanos. Sin perder tiempo recogieron las cajas las llevaron junto con el
resto de los víveres.
Organizaron el convoy y partieron
rumbo al kazayato de Sogdya, en donde el kaz se hallaba reunido junto con su
mayordomo Javangir, para escuchar el relato de Samir.
—Entonces encontramos el campamento
enemigo en medio de unas rocas. Detuvimos los carromatos mágicos y caminamos
hacia el campamento—
—Espera ¿Dejasteis los carromatos
fuera del campamento? ¿No entrasteis con ellos?— Preguntó Javangir.
—Manis sospechaba de una emboscada, y
tenía razón. Nos estaban esperando. Avanzamos en fila, Manis a la cabeza, yo en
el centro y el otro que llamaba capitán detrás, como una columna. Íbamos
escondiéndonos de árbol en árbol, de piedra en piedra, hasta que visualizamos
la entrada al campamento. No había otra manera de entrar, así que decimos ir de
frente. Fue ahí donde esos dos se dividieron y avanzaron en paralelo. Yo me
quedé siguiendo a Manis. Pues fue cuando estábamos lo suficientemente cerca,
que vimos un grupo avanzando. Entonces, Manis, sacó algo que parecía una piña
invernal, si una piña que crecen en los pinos—
—Sabemos lo que es una piña, continua—
—La arrojó rodando por el suelo y
cuando estalló, esos dos abandonaron sus escondites y se lanzaron al ataque.
Sus armas emitían un ruido… como de tambores, pero tocando frenéticamente, muy
frenéticamente y enemigo tras enemigo caía al suelo—
—¿Y tú que rol tuviste en su ataque?—
—A mí, Manis me dijo que me quedara
cerca de ellos y vigilara la retaguardia. Estaba con escudo y espada en mano y
nunca llegué a utilizarla, así que miraba a todas partes para ver por vendían y
vaya que venían, aparecían enemigos por todas partes y hubo una cosa que me
llamó la atención antes de que resucitara a los muertos; era que los enemigos
que se acercaban demasiado cuando dejaba de atacar, estos se partían por la
mitad—
—¿Se partían por la mitad? ¿Cómo es
eso?—
—Como cuando cortas una barra de pan,
se dividían antes de llegar a él. Era increíble, macabro, la sangre brotaba,
como… como la fuente del patio. Nadie podía acercarse a él. Era una magia
divina y otra cosa que me olvidé de contar, el humo que dejó la explosión no
desaparecía, se quedaba y lo que entraban en contacto con el empezaban a
ahogarse y luego morían partidos—
El kaz, miró a Javangir buscando una
explicación lógica a dicho relato.
—¿Y qué me dices del otro?— Preguntó
el Kaz —¿Qué estaba haciendo?—
—Atacando todo el rato, nunca dejaba
de atacar, al menos eso me parecía, tenía mil cosas que ver y entender al mismo
tiempo, mis disculpas por no ver los detalles—
—¿Cómo no te afectó ese humo del que
hablas?— Preguntó Javangir.
—Antes Manis me dijo que me cubriera
la cara, así que usé mi capa para cubrirme, también me entregó unos ojos de
cristal, como los que llevaba, así podía ver entre el humo y pude ver que
cuando este empezaba a disiparse, más y más guerreros se unían a la lucha, es
entonces que me di cuenta de que aquellos que dieron muerte de pronto estaban
caminando a mi lado. Me llevé un susto como no o lo podéis imaginar. Los
muertos caminaban entre los vivos—
—Alguna magia prohibida, puede ser,
como el ritual necroso— Divagó Fokas.
—Para esa magia se necesita un ritual
muy concreto ¿Viste que Manis realizaba algún tipo de ritual en algún momento?—
—Creo que no. Ni sentí magia alguna.
Los muertos se levantaron por sí solos, pero en vez de atacarnos, se
abalanzaron contra sus compañeros. El caos reinó como no os lo podéis imaginar.
La moral enemiga desapreció y luego fuimos cazándolos uno a uno—
—Los muertos se levantaron sin magia
¿Por su propia cuenta?— Preguntó Fokas levantándose del sofá.
—Parecía irreal, pero era real, pude
verlo con mis ojos, incluso me quité esos ojos de cristal para verlo mejor—
—¿Podría ser alguna ilusión causada
por la niebla que convocó antes?— Preguntó Javangir.
—Esa niebla desapareció rápidamente,
los muertos resucitaron después de ella—
—Si, tiene que ser la niebla. Se
depositó sobre los cuerpos y les dio nueva vida—
—¿Estás seguro Javangir?— Preguntó
Fokas.
—Completamente, es un truco
interesante. Verás usó su magia de explosión para camuflar un ritual de
resurrección. Ingenioso—
—Pero ese ritual necesita más cosas
para suceder y tampoco funciona con todos los cadáveres— Dijo Fokas.
—Repito, que yo no sentí magia alguna—
Intervino Samir.
—Ves, dice que no hubo magia alguna
¿Cómo explicas eso?—
Javangir tragó saliva mientras hacía
funcionar su cerebro para hallar una respuesta. Sentía un sudor frío
recorriéndole el cuerpo seguido de un sentimiento de frustración e impotencia.
—…No lo sé, mi señor—
—Bueno, en fin. Continua ¿Qué pasó
luego?—
—Cuando terminó la batalla, los
muertos dejaron de moverse y al propio Manis no pareció importarle, se
comportaba como si eso nunca hubiese sucedido—
—Interesante ¿Enviaste soldados a ese
campamento?—
—Así es, mi señor. Tan pronto como
supe de su existencia, mandé a Hashkar junto con un nutrido grupo, con carros
vacíos. Posiblemente encontremos más tesoros que los sirukalpes saquearon—
—Después de la batalla en el
campamento ¿Qué ocurrió?—
—Ah, si… Seguimos el rastro y
llegamos al río de la frontera, en donde las aguas se abrieron tiñéndose de
rojo—
—Ese lo conozco, ritual de las aguas
rojas. Apuesto que ahí fue donde encontraste la cabeza de Siruk ¿Viste que su
cuerpo tenía un agujero en el vientre?— Samir asintió —Se lo hizo con su espada
y usó su sangre para abrir las aguas— Javangir resopló contento de haberlo
deducido quedando bien ante su señor.
—¿Cruzaron las aguas?— Preguntó Fokas
preocupado.
—Se lo impedimos. Quemamos la salida
y las aguas los devoraron, junto con las criaturas que en ella vivían, nadie
sobrevivió, el propio Manis se aseguró de ello, mató a todo el que parecía
moverse. Pero lo mejor vino al final, descubrimos por casualidad que uno logró
escapar a caballo en otra dirección. Le perseguimos hasta el reino del sur, y
ahí a largas distancias, imposibles de alcanzar con un arco, Manis logró
matarle estallándole el pecho. Fue asombroso—
—Ah, sí que viviste una interesante
aventura— Reconoció Fokas sentándose de nuevo en el sofá soltando un suspiro —Puedes
retirarte—
Cuando Samir se marchó el mayordomo
le se sirvió un sorbete de frutas calentado.
—Un problema menos, pero igual
Zaganos, o Mahmut, o cualquiera de ellos se inventará un pretexto para inculparme.
Que bien me sentiría al saber que el flanco este estaría protegido ¿Crees que
Manis regresará?—
—Si hubiese querido que el dios se
quedara en el terreno conquistado ¿Por qué incluyó tantas trabas en su pergamino?—
—No lo escribí yo, fue mi mujer. Ella
quería inmiscuirse, estaba muy preocupada y yo le dije que podía redactar la
concesión de tierras—
—Señor ¿Cómo no se leyó el documento
antes de entregárselo al dios? ¿Acaso no pensó que su ira podría caer sobre
nosotros de igual forma que cayó sobre los extintos sirukalpes?—
—Confié en ella. No entiendo por qué
haría algo así—
—Quizás no quería ceder nuestra
tierra—
Fokas apretó el vaso hasta agrietarlo.
—Maldita sea, Javangir ¿Crees que he
provocado un problema mayor?—
—Es muy posible señor. Los dioses son
muy orgullosos y Manis se veía orgulloso de cumplir con su contrato,
probablemente se sienta traicionado—
—Oh, no ¿Qué puedo hacer? ¿Qué
debería sacrificar?—
—No lo sé, he de consultarlo con nuestros
sacerdotes, pero si por algún casual regresa, tiene que ir a su encuentro ¿Entiende?
Es crucial para toda nuestra supervivencia. Intente agradarle, muéstrele su
carisma natural e intente mencionar lo mínimo el documento. Eso es lo que yo
haría—
—Aprecio tu consejo. Debí aceptar la
modificación de las cláusulas cuando lo mencionó—
—No mencione el contrato. Hable de
ello como una negociación, así podremos saber qué es lo que él quiere y tal vez
salgamos de esta—
—¿Tú crees?—
En ese momento, un mensajero irrumpió
en la sala con un mensaje muy importante.
—Mi señor kaz, he de comunicarle, que
el dios Manis ha sido avistado en la colina donde se hallaba la fortaleza enemiga—
La sangre del kaz se congeló por un
momento. Su piel palideció perdiendo su ligero bronceado característico. La
mano de su mayordomo se posó en su hombro trayéndole de regreso a la realidad,
a la vez proporcionándole cierto alivio.
—Es la hora, mi señor— Habló Javangir
con un tono solemne.
—Apresúrate y prepara mi caballo—
Reuniendo fuerzas, fokas se levantó
del sofá y caminó hacia la salida iluminada por el radiante sol del mediodía.
0 comentarios:
Publicar un comentario