Capitulo 14:
Ultrapasando el dogma
Las estaciones del año marcaban el
estilo de vida para todos los reinos e imperios. La primavera y el verano eran
épocas de siembra; movimientos políticos; construcciones y fiestas.
El final del verano marcaba un punto
en casi todas las actividades. Con la llegada del otoño, las guerras se
detenían, las construcciones se apuraban o se abandonaban y los jóvenes,
hombres y mujeres, recogían las cosechas para poder resistir el duro invierno.
Las invasiones del norte comenzaron a
cesar a medida que las hojas comenzaban a teñirse de rojo. Los soldados dejaban
las armas para regresar con sus familias, cargados de botines como fruto de sus
saqueos.
La situación del reino era cuanto
menos peliaguda. Con la llegada del invierno los duques se atrincheraban en sus
fortalezas, amasando su oro y su comida para sus futuros soldados quienes
mostrarían su valía y lealtad luchando contra los pueblos hambrientos que estallarían
en rebelión, antes de empezar la guerra de sucesión por la corona.
Uno de los ducados del sur, fue
devorado por una rebelión prematura y en su lugar emergió un estado autónomo
sin alianzas ni reconocimiento, pero con mucha hambre de poder.
Aquello fue una llamada de atención
para todos los nobles.
A la caída de la tarde, el viento
comenzó a soplar entre los árboles. Soplaba de frente y con mucha fuerza, lo que
dificultaba el pedaleo por la pendiente.
Manis maldijo su situación cuando se
vio obligado a desmontar y empujar la bicicleta desde el suelo. Avanzó hasta
llegar a un terreno más llano en donde pudo volver a montar y seguir
pedaleando.
Tras llevar tiempo pedaleando, se dio
cuenta de las ventajas e inconveniente que tenía su bicicleta de ensueño: Era
demasiado pesada. Si bien sus gruesas ruedas eran ideales para el terreno salvaje
proporcionando mayor versatilidad, tracción y seguridad que una bicicleta de
montaña convencional, también las hacían más lentas y por consiguiente pedalear
durante un largo rato llegaba a ser tedioso a la vez que agotador.
Integrar un motor era la solución
ideal y no fueron pocas las ocasiones en las que Manis fue tentado con dicha
idea. Pero nada más pensar en el tipo de motor que quería desarrollar,
aparecían los problemas: el motor de gasolina, no hay petróleo; biodiesel, el
aceite escaseba; motor de vapor, la ineficiencia personificada; motor eléctrico,
un sueño.
Mientras Manis fantaseaba, oyó a lo
lejos el estruendo del agua y entonces se dio cuenta de que se había perdido.
Siguió el ruido hasta llegar a un escapado valle desde cuya cima emergían
cascadas hasta donde alcanzaba la vista.
Era un paisaje nuevo. Manis sacó su
mapa doblado de su bolsillo y buscó la ubicación de dicho valle. Tras un rato
de búsqueda no logro encontrar nada. La falta de detalle y precisión de la
topografía imposibilitaba la triangulación de su posición.
Volvió a mirar al valle, buscando un
nuevo punto de encuentro, a lo lejos divisó lo que parecían edificios. Sacó sus
prismáticos y ajustó la lente hasta tener una imagen clara. Su preocupación le
impidió disfrutar del agradable paisaje que se mostraba ante sus ojos.
En medio del valle, divisó algo que
parecía un asentamiento, situado en una de las laderas del valle, el lugar
fácilmente podría ser pasado por alto, pues se mimetizaba bien con su entorno.
Varios ríos discurrían por el lugar antes de tornarse de nuevo en cataratas.
Se sintió tentado ir a investigar
dicho lugar, pero estaba anocheciendo, por lo que decidió acampar.
Eligió un lugar en las alturas, donde
podía evitar ser emboscado. Colocó trampas de cable unidas a granadas en un
perímetro de diez metros, a la vez que reunió madera junto con la yesca
necesaria para prenderla.
La caída de la noche se llevó consigo
el calor que quedó durante el día. La pequeña hoguera, arrojaba luz a la vez
que calor.
Sacó de un compartimento una caja en
cuyo interior había raciones de Sampa: una especie de bolas de comida hechas de
trigo, frutos secos, miel y plátano. No eran gran cosa, pues apenas quitaban el
hambre, pero su alto contenido calórico, le permitía recuperar fuerzas.
Degustó su cena, mientras aprovechaba
las últimas horas de luz para intentar coincidir correctamente su mapa con el
paisaje, buscando patrones de referencia. Al no conseguir nada, guardó frustrado
su mapa y lamentó no tener una brújula de verdad. Uno de sus objetivos en la
vida era tener una brújula, pero no encontraba magnetita y la que producía por
medio de metal mágico, no estaba cargada de electricidad y por lo tanto no
emitía magnetismo.
Al día siguiente se despertó dentro
de su tienda improvisada hecha con su poncho extendido y atado a dos árboles.
Miró de nuevo desde el lugar elevado en donde se encontraba. Había una manera
muy sencilla de localizar aldeas medievales, carentes de recursos como
electricidad y era mirar al cielo en dirección al horizonte y buscar columnas
de humo, a más columnas, mayor densidad de población, pues usaban para cocinar,
comer, bañarse y calentarse. Sobre aquella ciudad, no había ninguna.
Como desayuno seguía teniendo las
bolas de Sampa, pero no veía el momento de regresar a su base para comer comida
de verdad.
Manis recogió sus cosas y partió
rumbo a aquella ciudad en medio del valle.
A medida que fue acercándose,
empezaba ver lo que parecían ser muros que probablemente actuasen como defensa
o como pilar para evitar el derrumbe de los demás edificios. El sendero, lleno
de hojas conducía hasta una especie de puente que hacía las veces de entrada a
la ciudad.
Aparcó la bicicleta y la encadenó a
un árbol cercano, comprobó las balas de su revolver y recargó el cartucho de su
Kalashnikov. Con arma en mano, avanzó lentamente, cuidándose de las esquinas
para evitar sorpresas desagradables.
Todo estaba tranquilo a excepción del
rugido de la catarata que se escuchaba de fondo.
La ciudad parecía estar abandonada,
pues muchos de los edificios de madera estaban semi derruidos, los de piedra
permanecían de pie, pero devorados por las plantas trepadoras que conquistaban
poco a poco todos los edificios.
Los pocos lugares que permanecían de
pie mostraban una arquitectura retorcida y entrelazada, simulando las formas de
las mismas enredaderas que ahora las usaban para expandirse. Los puentes que
nivelaban el camino entre las hendiduras del valle con cuestas no muy
pronunciadas. Parecían seguir sólidos.
Los tejados de las casas que seguían
de pie aun tenían tejas de colores en forma de rombos, predominaba el color
verde.
En el centro de la ciudad se alzaba
un gran edificio. No parecía un castillo o un palacio, más bien era una casa de
exageradas proporciones, pero con algunas torres ubicadas tanto a los lados
como detrás, de las cuales, solo una permanecía entera.
En el interior de los edificios,
había mobiliario, como sillas y mesas artesanales, la mayoría estaban podridos
y devorados por termitas y otros insectos. No había nada de valor, los baúles
estaban vacíos.
En el patio interior de la gran
mansión un zumbido diferente al de la cascada. Siguiéndolo encontró una colmena
de abejas que se había apoderado de un kiosco a nivel que había en mitad del
patio, al cual se accedía subiendo unas escaleras que subían en espiral
alrededor de la estructura.
A parte de las abejas, no encontró a
nadie, ni una persona. Era una especia de fortaleza abandonada.
Resignado se sentó en uno de los
bancos de piedra para descansar, pero justo en ese momento, un brillo pasó por
sus ojos. En el suelo, había un anillo. Aparentemente hecho de oro. No pesaba
nada y cuando lo agarró, lo miró detenidamente y pensó que podría sacar un buen
precio por él, o fundirlo para un proyecto. Lo tiró con el pulgar hacia el aire
y cuando cayó, rebotó en la palma de su mano, rodó por el suelo hasta la única grieta
que había en el suelo y saltó por ella hasta perderse entre el agua de la
cascada.
Manis se lamentó de haber hecho ese
gesto, pensó en las probabilidades de que lo que acabó sucediendo y finalmente
dio por perdió el anillo.
Sacó su mapa por enésima vez y se
fijó en la dirección del río. Y una idea pasó por su mente:
—¿Y si este río es el mismo que pasa
al lado de mi base?—
No tenía una brújula, pero había una
forma de orientarse usando las manecillas de su reloj. Apuntó con la manecilla
de las horas hacia el sol, ayudándose de la sombra de una columna para obtener
la ubicación exacta. Trazó la primera línea. La segunda línea, se trazaba hacia
donde apuntaban las doce. Entre esas dos líneas, Manis sabía que ese era el eje
norte-sur. Sabiendo ese detalle, ahora podía colocar el mapa correctamente.
El río nacía desde lo que parecía
unas montañas, y supuso que esa era su ubicación.
Trazó en el mapa su posición
aproximada y al trazar una línea que iba desde su base, esta coincidió, por
ende, dedujo que el río que se formaba en ese valle, sí era el río que pasaba
por su base.
Localizando su ubicación, y sabiendo
como regresar, puedo respirar tranquilo.
Subió a un punto elevado de la
ciudad, en donde se podía ver el perímetro de aquella ciudad. Lo cierto era sus
fronteras estaban bien defendidas; la única forma de acceder era por puentes,
había muros, aunque desgastados, seguían bloqueando los accesos donde los ríos
eran más estrechos, la pared del valle también actuaba como muralla y los ríos
que incluso pasaban por debajo de la ciudad, garantizaban un suministro de agua
y se podían usar para realizar chinampas, regadíos y piscifactorías.
Definitivamente era un sitio perfecto
para hacer una segunda base, perfecta para resistir asedios, pero solo en el
hecho de pensar ubicarse en este sitio ya era una fantasía. Lo cierto era que
la naturaleza había desgastado demasiado la ciudad. Tendría que derruir muchas
casas y reestructurar muchas calles. Incluso para un mundo moderno con
suficiente mano de obra, maquinaria pesada y suministro constante, se tardaría
varios años en construir algo aquí, pues el terreno y la elevación planeaban
desafíos a la logística.
Sin maquinaria, con recursos
autosuficientes, tardaría toda una vida solo con crear la infraestructura. Además,
el sonido del agua llegaba a ser molesto y las paredes rocosas reducían las
horas de luz, pues pasado el mediodía, el sol se ocultaba, a la vez que una
sombra se proyectaba sobre la ciudad.
A parte de su ubicación estratégica, Manis
no podía aprovechar nada de ese pueblo fantasma, salvo una cosa. Dirigió su
mirada hacia la colmena de abejas y pensó que tener un suministro de producción
de miel nunca viene mal. Por el momento, no tenía forma de llevarse la colmena,
pero volvería por ella.
Cuando empezó a oscurecer, salió de aquel
lugar por el mismo lugar por donde entró, y su fiel corcel de metal estaba
esperándole. Volvió a su anterior campamento, en vea de arriesgarse a pasar la
noche en un lugar desconocido.
Al día siguiente emprendió su viaje,
conduciendo por la misma dirección por donde fluía el río y tras un día, se
topó con una imagen muy familiar: Había llegado a su base.
Al llegar, lo primero que hizo fue
revisar el perímetro. La valla que rodeaba su casa, tenía jirones de ropa sobre
el alambre de espino, lo que indicaba que hubo un asalto en su ausencia, aunque
la verja no había sido forzada.
Preocupado, desenfundó su revolver y
entró a dentro del recinto. Tras una rápida revisión, no encontró huellas,
cristales rotos u otro signo de saqueo.
Fue a ver a su perro guardián, el
carcayú estaba esperándole recostado sobre el techo de su caseta.
—Buenas, Víctor— Dijo Manis, mientras
sacaba de su bolsa los restos de carne que sobraron de sus provisiones y los
echó al suelo.
De inmediato el animal saltó a
comerse la carne.
—Como buen ministro de economía, no
para de zampar— Acarició la cabeza de su animal, el cual seguía masticando la
comida —No dejaste entrar a nadie, ¿verdad?—
Finalmente, entró dentro de la casa y
salvo el polvo acumulado sobre el suelo, todo seguía en orden. Volvió a ir a la
valla portando una escalera, para recoger los jirones de ropa. Con cuidado para
no engancharse él mismo, empezó a retirar las telas, cuando se dio cuenta que
había restos de sangre y pequeños trozos de piel humana en la alambrada.
Cuando terminó de limpiar, volvió a
revisar las trampas y se dio cuenta que una había sido activada. Con ello se
hizo una idea de lo que ocurrió.
—Mira Víctor, intentaron asaltar este
punto de la valla, sortearon las púas del suelo subiendo con alguna escalera,
pero se engancharon con el alambre de espino, intentaron liberarse, pero
activaron la trampa, entonces entraron en caos y se vieron forzados a escapar,
o algo así, quizás la escalera se la llevaron otro día. Pero eso tú ya deberías
saberlo— Miró de nuevo al alambre y esbozó una sonrisa —Nunca hay que
subestimar una buena alambrada de varias capas—
En ese momento, se percató de que
alguien se acercaba a él, soltó a su mascota y colocó su mano en su revolver,
pero al girarse, se encontró con Razvan, el clérigo del castellano de la
región, Velkan, para el que trabajaba a cambio de bienes o servicios.
—Salud, Manis— Saludó el clérigo —Veo
que acabas de llegar—
—Si, ya estoy aquí. Y… ¿Tu cuando
llegaste?— Preguntó Manis.
Razvan miró la valla y entendió que
Manis estaba desconfiando de él, luego miró al chico y confirmó sus sospechas
al ver que todavía no había soltado su vara mágica, que era la forma en la que
veía el revolver. Sabía que su presencia aumentaba la sospecha, pues venía a
ver a Manis cuando este ya estaba de regreso.
—Llegué aquí hace unos pocos días. Me
llegó la noticia de que varias personas salieron lastimadas cerca de tu casa.
Temí que hubieses incumplido nuestro acuerdo, así que vine tan pronto como
pude, solo para enterarme que fueron unos alborotadores que intentaron asaltar
tu casa aprovechando tu ausencia y salieron heridos en el proceso por alguna
clase de trampa que pusiste. Pero bien pensado, colocar trampas también viola
nuestro acuerdo— Contó el clérigo.
—Nuestro acuerdo se basaba en que yo
no crucificaría a la gente, a cambio de que mantuvieras a esas turbas de
enajenados, lejos de mi casa. Yo tengo todo el derecho de proteger mi propiedad.
En todo caso, que no hayas podido mantener a raya a esa gente, ya viola nuestro
acuerdo— Corrigió Manis.
—Pero eso no significa que puedas ir
por ahí atacando a la gente— Insistió Razvan.
—Ellos son lo que me atacaron a mí, y
por ende, les ofreceré el castigo que considere más oportuno. A no ser que
quieras encargarte tú de ellos—
—Por supuesto que lo haré, puedes
dejarlo en mis manos— Exclamó Razvan.
—Como quieras, voy a pasar a dentro
¿Quieres tomar algo?—
—Será todo un honor—
Manis entró a dentro del recinto
seguido de Razvan, quien se mantenía cerca del chico, sin apartar la mirada del
carcayú, el cual no les quitaba ojo de encima.
—¿Por cierto, como te fue en tu
cometido?— Preguntó el clérigo.
—Están todos muertos, si es lo que
quieres saber— Contestó Manis.
—Es bueno saberlo. Pero, personalmente
quiero saber más detalles—
—No fue un enfrentamiento especialmente
complicado ni épico— Dijo Manis abriendo la puerta de su casa.
El interior de la casa recibió a sus
visitantes con el silencioso sonido del ambiente, mientras que el polvo se
había acumulado en las superficies, así como en el suelo producto de la larga
ausencia del chico.
—Espero que el polvo no te incomode,
estando fuera me impidió hacer la limpieza— Dijo Manis.
—Para nada, he dormido en posadas más
polvorientas, si me permites sugerir, un sirviente que cuide de la casa en su
ausencia, sería lo ideal— Comentó Razvan.
—No lo descarto, podría contratar a
alguien, o comprar un esclavo—
—Tener esclavos no está bien visto en
este reino, pero en el imperio del este por desgracia, mantienen sus
tradiciones—
Manis llegó a la cocina, en donde retiró
el mantel lleno de polvo, revelando una mesa limpia y barnizada. Sacó del cajón
de la mesa otro mantel y lo extendió por encima de la mesa; colocó posavasos y
vasos para ambos.
—¿Quieres kvass o algún zomo de
fruta?— Preguntó Manis, mientras abría el grifo del barril de kvass para llenar
su jarra de cristal.
—Kvass. El kvass no está mal, tiene
ese gusto a cerveza que solemos preparar en mi abadía. Pero le falta alcohol.
Si quieres puedo traerte un barril de nuestra bodega—
Razvan tomó la bebida de varios tragos,
mientras Manis terminaba de vaciar su jarra de un trago.
—Eso es lo bueno del kvass, fermenta
con alcohol, pero no necesita alcohol para ser disfrutado. Nunca me han gustado
las bebidas alcohólicas, considero que el alcohol opaca el sabor de la bebida—
Dijo Manis.
—¿En serio? A mí me encanta, le da
ese toque fuerte que necesita la bebida— Comentó Razvan —Volviendo al tema ¿No
los habrás hecho saltar por los aires como hiciste con la iglesia aquella vez?—
Manis terminó su segunda jarra
mientras le miraba con sus ojos azules.
—Esa era la intención, pero la
situación no lo permitió. Perseguí a los bandidos mercenarios hasta que se
establecieron en el interior de una caverna. Al no poder sacarlos de ahí por
varios medios, inicié un asalto frontal y los eliminé en varias rondas— Resumió
Manis.
Razvan meditó el informe de Manis. Para
él, quien estaba acostumbrado a los cánticos exagerados de trovadores y
juglares, el informe directo le parecía muy simple. De igual modo se sorprendió
de la naturalidad con la que lo redactó, como si fuese algo cotidiano.
—¿Qué son varias rondas?—
—Varias secuencias de ataques—
Explicó Manis.
—Entonces están todos muertos— Aclaró
Razvan.
—Así es. Me aseguré de ello— Añadió
Manis.
—Por cierto, ese invento tuyo de dos
ruedas. Me contaste que te permitía viajar mejor que a lomos de un caballo, o
eso llego a recordar. Si te permite viajar más rápido ¿Cómo es que tardaste
tanto en llegar?— Observó el clérigo.
—Me perdí— Dijo Manis encogiéndose de
hombros.
—¿En serio?— Preguntó Razvan
arqueando una ceja, a lo que Manis asintió.
—Me desvié en dirección al sudeste o
al noreste y me topé con un valle donde nacen las cascadas, entre ellas, había
una ciudad abandonada ¿La conocías?—
—Creo que sé de lo que hablas… ah,
eso no era una ciudad, era la mansión fortificada de Karningol—
—¿Karningol?— Preguntó Manis.
—Fue el primer rey de los altos elfos
que se estableció en el valle de las cascadas en la primera edad, la edad
dorada y construyó la gran casa de Edel, la llamó así en honor a su primogénito.
Bajo su gobierno su casa prosperó y controlaba las regiones del valle, hasta la
desembocadura, fue considerada una de las fortalezas más poderosas, con la
muerte de Karningol, la fortaleza pasó a manos de sus descendientes—
—Espera— Interrumpió Manis —¿Los
elfos se mueren? Creí que eran inmortales, que solo podían abandonar la tierra
embarcándose hacia… no sé dónde—
—¿Quién te ha dicho eso? Por supuesto
que los elfos se mueren como cualquier otra criatura ¿En tus viajes no llegaste
a enfrentarte a ellos?—
—Me he enfrentado a muchos seres
desde que viene a este mundo, pero me refería a una muerte natural— Aclaró el
chico.
—Claro que se mueren de muerte
natural, la vida de un elfo no es mayor o menor que la de un ser humano,
envejecen y se mueren— Dijo Razvan.
—Pues yo nunca he visto a un elfo
viejo— Dijo Manis.
—Son una raza muy agresiva, normal
que mueran muy jóvenes—
—¿Tú has visto algún elfo anciano?—
Preguntó Manis.
—No, la verdad, pero ahora que están
emigrando a nuestras tierras, es posible que conozca a uno. Aunque no sé si
vivo o muerto— Dijo Razvan.
—¿Cómo terminó la ciudad en ese
estado?— Preguntó Manis intentando reconducir el tema.
—Los altos elfos eran una raza poderosa,
sabia, elegante y muy orgullosa, hasta diría arrogante, tal como cuentan los
escritos. Y como se creían mejores que las demás razas, evitaban el contacto;
no querían comerciar, ni mezclarse con nadie, y se aislaron en sus propios
reinos. Ese aislamiento los condujo a una rápida decadencia, su cultura se
perdió debido a su hermetismo. Por consiguiente, el resto de su gente
involucionó cuando sus líderes fallecieron llevándose con ellos su sabiduría—
—Una historia típica, esperaba algo
más, como una gran batalla o algo así— Dijo Manis desilusionado.
Razvan pidió otra jarra para
despejarse la garganta después de hablar tanto.
—Me llama la atención lo transparente
que es tu vidrio ¿Cómo lo consigues?— Preguntó mientras miraba a través de la
jarra.
—Filtrando la arena, mezclándola con
otros minerales— Resumió Manis.
—¿Qué minerales?— Preguntó el
clérigo.
Manis pensó en cómo explicarle
conceptos químicos, a alguien que no sabía nada, era como explicarle a un niño
cosas que ni tú mismo sabías como llegaste a entender.
—Me centro en las piedras blancas o
en esas, que tengan algo que parezca transparente, ya sabes, los trituro, los
filtro y el polvo lo mezclo con otro polvo que obtengo mezclando la ceniza con
agua ¿Entiendes?—
—Si— Dijo el clérigo asintiendo —Tomaré
nota y lo pasaré a nuestro alquímistas—
—Pues eso— Finalizó Manis.
—Has hecho un gran trabajo, sobre
todo con las ventanas, pero esos barrotes, no sé, hacen ver que esto más que
una casa parezca una cárcel… Pero mira que tarde se nos ha hecho—
El clérigo se levantó y caminó hacia
la puerta seguido del chico. Salió a la calle, y respiró profundamente,
sintiendo como una brisa de viento arrastraba el aroma de las flores cercanas.
—Ahora que lo pienso, la fortaleza de
Karningol queda en dirección contraria a donde estaban los bandidos… Nada,
olvídalo. Por cierto, está cambiando la estación. Nos vemos— Dijo Razvan mientras
se marchaba.
Manis se quedó en marco de la puerta,
hasta que perdió de vista al sacerdote. Todavía había mucha luz, por lo que
aprovechó para poner orden en su casa. Barrió el polvo, retiró las telarañas,
lavó el suelo, tiró su ropa a una cesta y se dio una ducha caliente.
Ya de noche, abrió el farol que
contenía las piedras de luz. La luz de esas piedras era menos fuerte que una
bombilla, pero más que una vela y con los extremos del recipiente forrados en
aluminio reflectante, conseguía una mayor iluminación, pero no necesitaba
varios para alumbrar toda la casa.
En silencio, sentado a la mesa de la
cocina, con el carcayú durmiendo sobre su regazo, cenó la última bola de sampa
en silencio, mientras miraba por la ventana. No tenía televisión, smartphone,
Tablet, o cualquier dispositivo electrónico para entretenerse, como no había
electricidad, tampoco había radio y lo único que podía hacer en ese momento era
descansar, mirar por la ventana y esperar que pase algo, mientras recordaba su
viaje. No le contó a Razvan todo lo que ocurrió con los bandidos, había más:
Los bandidos tenían rehenes; estos
eran nobles, los cuales destacaban por las ropas coloridas y ornamentadas,
llenas de estampados. Manis pensó en que tal vez, si los rescataba, mejoraría
su reputación y evitaría lidiar con futuros enemigos.
La misión pasó entonces, de asalto a
rescate, con todo el problema que ello implicaba, pues tuvo que hostigar y
perseguir durante más tiempo a los bandidos. Cuando logró acabar con todos,
descubrió que entre los rehenes solo uno era noble, pero de un país extranjero
y este le prometió entregarle una recompensa, oro o metal líquido por su
rescate, a petición del propio Manis, a cambio de escoltarle hasta la frontera
de su reino y luego le enviaría la recompensa.
No sabía si obro bien o mal al
rescatarle, pues los terratenientes de su tierra podrían tomarse esa muestra de
humanidad como traición, pero tampoco estaba seguro de que el noble extranjero
mantendría su palabra y le pagaría por sus servicios.
Al día siguiente, se despertó con la
alarma de su reloj despertador, pequeño reloj que tenía acopladas dos campanas a
ambos lados, con un martillo en medio. Fabricó ese reloj poco a poco en sus
ratos libres, cuando el tiempo imposibilitaba salir, o en sus días de descanso.
No tenía ganas de levantarse, por eso
colocó el reloj en el suelo, cuyo sonido le sacaba de quicio y le obligaba
poner los pies en el suelo.
Fue a la cocina, y rebuscó en su
nevera africana, qué podía desayunar. Esa nevera ayudaba a mantener los
alimentos frescos, pero como si fuese una despensa, no se podía comparar con un
buen refrigerador con nevera. A consecuencia de ello, la mitad de los alimentos
estaban podridos. Poco pudo rescatar más, salvo un par de trozos de queso y dos
pimientos en buen estado o al menos no presentaban moho ni estaban muy blandos.
El resto tenía que tirarlo y luego lavar y desinfectar el tarro para no
contraer alguna enfermedad.
—Ventajas que tiene de vivir en el
medievo, supongo—
Colgando sobre la cocina, había unos
pedazos de carne que colgó para salvarlos de los ladrones. Estas estaban
cubiertas con grasas y nitrato de potasio que evitaban que las moscas u otros
insectos anidaran en ellos.
Descolgó un pedazo y lo lavó,
revelando una carne más o menos curada, pues empezaba a presentar el fuerte
olor de dichas carnes, pero no estaba podrido, el exterior sí, pero al
cortarlo, el interior permanecía rojo y maduro.
Para empezar, limpió la carne de
todos los pedazos oscuros. La corteza y desperdicios, se los dio a Víctor,
quien al olerlos los devoró en un instante. Los carcayús o glotones, podían
comer hasta los huesos si quisieran,
Picó la carne con la máquina picadora
que tenía afuera de la casa y regresó para luego freírla en una sartén junto
con uno de los pedazos de queso desmenuzados con sus propias manos, los cuales
empezaron a derretirse y fusionarse con la carne.
Retiró las semillas del interior de
los pimientos y luego los rellenó con la carne con queso, para luego colocarlo
sobre una parrilla y meterlo a dentro del horno. Al cabo de un rato, lo sacó y
lo colocó sobre un plato de madera.
Dos pimientos rellenos para
desayunar. No era gran cosa, pero una comida caliente levantaba mucho la moral.
Con los ánimos renovados, primero
hizo la colada. Metió toda la ropa sucia en la lavadora, cortó finos pedazos de
jabón y los insertó entre prenda y prenda, luego abrió el agua y conectó la
correa a la rueda hidráulica. En poco tiempo la espuma de jabón empezó a
cubrirlo todo, entonces abrió desagüe de la base permitiendo renovar el agua.
Mientras se hacía la colada, que
tomaría un tiempo, fue a un pueblo lejano a comprar víveres. Fue en bicicleta
llevándose su mochila vacía. En el camino de vuelta, mientras sentía el peso de
los ingredientes en su espalda, pensó en la manera de cómo podía transportar la
caja y lo primero que le vino a la mente fue hacer un remolque.
Cuando llegó a su casa, depositó la
comida en la nevera. Agarró un hacha de su taller y fue a talar algunos árboles
a un bosque cercano.
Arrastró los troncos uno a uno hacia el
patio donde descansaba su rueda hidráulica.
Ajustó la sierra que estaba conectada
a la rueda y dejó que el movimiento perpetuo hiciese su trabajo, consiguiendo con
ello, que los troncos fueron cortados en tablas con una superficie plana y
suave, con una sierra diferente.
Con las tablas ya cortadas en las
medidas deseadas, construyó una caja lo suficientemente grande como para
albergar a la colmena de abejas. Esta caja tenía en su base una pequeña salida
rectangular que iba de lado a lado, por la cual entrarían y saldrían las abejas
libremente. Selló la salida temporalmente con una chapa.
Cortó la madera formando cuadros
rectangulares que pudiesen encajar en la caja. Con un pequeño taladro manual
hizo cuatro agujeros a cada lado del cuadro, por donde pasó cuatro alambres
quedando uno debajo del otro. Estos alambres serían la base y la guía para que
las abejas construyan su panal.
En total hizo diez marcos, los cuales
eran suficientes para llenar la caja, pero al mismo tiempo permitía tener
espacio suficiente para las abejas.
Finalmente hizo una tapa de madera con
múltiples agujeros taladrados en el centro, llamada entretapa: esta servía para
facilitar la introducción de alimento a la colmena y mantener el calor a bajas
temperaturas y una tapa de aluminio mucho más grande que cubría la caja para
protegerla de lluvia y depredadores.
Todo ese trabajo le había durado toda
la mañana y ahora era mediodía, casi atardecer.
Regresó a su casa para empezar a cocinar
el almuerzo.
Con las verduras y huevos que compró
en el pueblo, junto con y la carne y queso que sobraba del desayuno, el cual no
escaseaba precisamente, se hizo un revuelto de simple de verduras con carne.
Para ello untó la sartén con aceite y empezó a introducir verduras ya
previamente lavadas y troceadas una a una. No era nada especialmente
complicado.
En el fogón adyacente, preparó otra
sartén en donde introdujo la carne picada y dejó que se friera al mismo tiempo
que el revuelto.
Cuando los ingredientes empezaban a
mostrar los colores que indicaban que ya estaban cocinados. Manis rompió en un
bol un par de huevos, los batió y los vertió sobre las verduras removiéndolas
hasta que se cocinaran juntos.
Retiró de la sartén las verduras con
huevo y las colocó en un plato de madera hasta la mitad, la otra fue ocupada
por la carne.
Tras comer y descansar, fue al patio
donde estaba la lavadora. La ropa estaba aclarada y libre de toda espuma.
Manis cambió el engranaje de correa
por uno más pequeño, colocó una tapa de metal semiesférica que cubría toda la
rueda y cerró el grifo de agua, mientras el tambor seguía girando a máxima
velocidad, ahora la ropa se estaba centrifugando. Y mientras tanto se puso a
construir su remolque.
Hacer un remolque era simple, pues
básicamente era una caja con dos ruedas, que se unía a la bicicleta por medio
de un brazo de metal doblado. Sin embargo, Manis fue más allá, sabía que el
terreno por el que transitaba era irregular y por ende, debía integrar también
una suspensión a las ruedas del remolque para que la carga se mantenga lo más
estable posible.
La base del remolque lo hizo de tubos
de metal ligero y las ruedas eran los repuestos que tenía para la bicicleta. En
las esquinas de la base soldó los guardavivos de forma vertical.
Sobre los laterales de la base soldó
dos barras con muelles, y atornilló las ruedas a ellos.
Para las paredes usó las tablas de
madera, las cuales fueron atornilladas sobre los guardavivos. Tras comprobar
que las suspensiones funcionaban, subiéndose en el remolque y pegando saltitos,
finalizó su proyecto sacando dos tubos del metal líquido.
Usando el horno para calentar los
tubos, los dobló poco a poco, mientras comprobaba constantemente si la
curvatura era la idónea para tirar del remolque, pero no molestar al movimiento
de las ruedas.
Atornilló un extremo de las dos
barras al saliente del remolque y en el otro extremo atornilló un gancho de
mosquetón con palanca, que se anclaban a los laterales de la rueda trasera, sin
interrumpir el movimiento de la cadena ni de los piñones.
Aprovechando las últimas horas de la
tarde salió a dar un paseo con su bicicleta.
Cada poco tiempo miraba hacia atrás
para comprobar si el remolque iba bien. Durante el paseo sintió como el peso
del vehículo había aumentado, lo que hacía que pedalear fuese más costoso.
Mientras pedaleaba puedo contemplar como los árboles empezaban a perder sus
hojas, sin embargo, algunos limoneros y naranjos salvajes empezaban a dar
frutos.
Regresó a casa, dejó la bicicleta a
buen recaudo, sacó toda la fruta recogida y colocó la caja sobre el remolque.
Mañana iría a buscar la colmena.
Retiró la ropa de la lavadora. Seca y
bien escurrida, fue metida en una cesta y llevada de nuevo al interior de la
casa, en donde fue doblada y guardada.
Para la cena comió las sobras del
almuerzo. Siempre se aseguraba de comer periódicamente algo que tuviese
vitamina c, como naranjas o limones, ya sea crudas, en zumo o con azúcar.
Tras la cena, preparó la comida para
el viaje. Sabía el camino, por lo que no debería tomarle todo el día, un
bocadillo o dos serían suficientes, pero mientras los preparaba se dio cuenta
de algo: aunque atrape a las abejas, nada aseguraba que estas se queden en la
caja y formen sus panales ahí. Por eso necesitaba algo que convenciera a la
reina de quedarse.
Después de pensar mucho, recordó
algo, un remedio que consistía en mezclar azúcar, agua y levadura. Técnicamente
con eso se haría vodka o alcohol puro. Pero el azúcar era algo que atraía a los
insectos, así que tal vez funcionaría. Pero para evitar la fermentación decidió
elaborarla al día siguiente.
Al día siguiente, se despertó
temprano y tras preparar todo lo necesario para regresar vivo de su viaje,
empezó a elaborar a último minuto. En un tarro lleno de agua agregó parte de
azúcar y algo de levadura, cerró la tapa agitó el bote y metió el tarro dentro
de la caja.
Mientras preparaba la bicicleta, atando
el remolque a la bicicleta y colocando la caja sobre el remolque, el carcayú se
acercó mientras olisqueaba.
—Víctor, voy a salir otra vez. Espero
no tardar mucho, pero igualmente vigila la casa—
Cerró bien la casa, comprobó las
nuevas trampas y partió siguiendo la ruta del río. Ahora que conocía el camino,
tardó menos de lo esperado en llegar al valle de la hendidura. La fortaleza de
Karningol.
Entró directamente con la bicicleta,
cruzando el puente principal, pues ya sabía que no había nadie.
El lugar estaba tan silencioso como
de costumbre, a excepción del rugido de las cascadas y las abejas también
estaban en el mismo sitio.
Antes de meterlas a la caja, primero
sacó la misma del remolque, la acercó hasta la colmena y la vació de los cuadros
del interior.
Destapó el bote, untó los bordes de
la caja y la base interior con un pincel, luego se ajustó su equipo; el poncho
cubría la mitad superior de su cuerpo; las gafas y la máscara cubrían su cara
su cara; los guantes protegían sus manos.
Con todo listo, acercó la caja hasta
colocarla debajo de la colmena y con un palo dio un golpe seco haciendo que la
colmena caiga a dentro de la caja, una vez dentro, agarró la tapa de aluminio y
cerró la caja.
Dejó la caja tapada durante un rato,
rezando para que el mejunje hiciese efecto. Tras un tiempo, pudo notar que
muchas abejas se aglomeraban en las paredes de la caja como queriendo entrar,
un signo significativo de que la reina se encontraba en el interior.
Manis respiró hondo, untó los marcos
con el líquido hasta que este se agotó, luego destapó la tapa, contemplando el
enjambre de abejas que se habían pegado a las paredes de la caja. Era la
pesadilla para un tripofobico.
Rápidamente colocó los cuadros uno
tras otro, con cuidado de no matar a la reina, las abejas que quedaban
aplastadas no importaban.
Tras colocar todos los cuadros, movió
los grupos de abejas para colocar la entretapa y encima colocó la tapa de
aluminio.
Después de tapar la colmena, movió la
caja al remolque y se arriesgó a abrir la abertura inferior, mientras
supervisaba el comportamiento de los insectos. Vio que las abejas estaban
sacando los cadáveres de sus compañeras que fueron aplastadas por el traslado,
además de hojas y ramitas que había dentro por alguna razón.
Dejó la colmena abierta una hora más
por si acaso y tras ese tiempo, la entrada estaba llena de abejas haciendo
ruido con sus alas, agitándolas sin parar, pero sin alzar el vuelo.
Manis no entendía qué estaba pasando,
pues era la primera vez que se dedicaba a la apicultura. Pero si durante todo
ese tiempo las abejas seguían ahí, eso quería decir que habían decidido
quedarse, por lo que no vio más inconveniente en montarse en su bicicleta y
regresar a su base.
Al llegar a su base, miró el remolque
se alegró de ver a las abejas todavía en el mismo sitio.
Había un sitio donde tenía pensado
colocar el panal. Cerca de la casa había un campo lleno de flores y otras
plantas silvestres. Manis pensó que ese campo podría ser una zona cultivable,
pero sabía que él no era capaz de llevar adelante un huerto, ser granjero no
era lo suyo ya que todo lo que sembró, brotó, creció y murió prematuramente.
Aun así, el campo tenía muchas flores y las abejas podrían aprovechar ese sitio
mejor que un valle rocoso; Además el río que irrigaba el campo, quedaba cerca,
por lo que en teoría este era un lugar apropiado para criar abejas. Pero por
muy paradisíaco que fuese, no había que descartar la presencia de depredadores,
tanto animales como humanos.
Después de dejar la colmena fue a por
varias estacas de madera y varias madejas de alambre de espino que sobraron de
la construcción de la valla.
Cavó agujeros a los cuatro lados de
la colmena, dejando un espacio libre de varios metros, acto seguido clavó las
estacas sobre los agujeros y los rellenó con tierra dejándolos bien sujetos.
Enrolló el alambre de espino a través de las estacas, en las cuales hizo
muescas que aseguraran la sugestión del alambre.
Para la puerta, hizo un marco simple
de cuatro troncos, dos largos y dos cortos con los cuales formó un marco.
Atornilló unas bisagras a los dos postes que formaban una entrada. Tras
comprobar que la puerta se abría y cerraba correctamente, ató una cadena con un
candado a modo de cerrojo.
Al regresar a su base, se dio cuenta
de que había alguien en frente de la puerta de su casa. No parecía un
asaltante, ladrón o aventurero cazafortunas con la percepción de la realidad
alterada o algún heraldo de Razvan. Más bien era un chico joven, de azabaches
cabellos, ojos de color jade; con una complexión delgada y ataviado con lo que
parecía ser un trozo de tela enrollado sobre su cuerpo y sus piernas.
Lo primero que Manis notó fue que
estaba en el porche de la puerta de la casa, a pesar de que la valla estaba
cerrada y lo segundo que notó era que Víctor no le atacaba, estaba escondido en
su casa.
Manis abrió la de la valla y se
encontró frente a frente con su visitante. Entonces pudo notar que a pesar de
que parecía un humano, algo delataba que no lo era.
—¿Quién eres?— Preguntó Manis —…
¿Dices que te habían atrapado y que yo te liberé?—
En primera instancia pensó que tal
vez era uno de los rehenes, pero no recordaba a nadie a alguien así. Tampoco
recordaba haberle visto en otro lugar.
—Lo siento no te recuerdo— Confesó
Manis.
El chico fue más específico.
—Te saqué de una jaula e hice estallar
un edifico, dices… Me acuerdo ¿Pero tú estabas dentro de esa jaula?—
Manis sabía que el chico se refería a
la vez que se enfrentó a aquellos monjes, que fue hace varias semanas, pero a
quién salvó fue a una criatura, no a un ser humano y fue en ese entonces, que, para
confirmarlo, el ser que estaba en frente de él mostró su verdadera forma. Su
cuerpo humano se hizo trizas.
Ante sus ojos, se alzó una bestia
alienígena, salida de los sueños más húmedos de Lovecraft, un ser de tres
metros de alto y seis de largo; piel de color negro grisáceo; su cabeza
recordaba a una orca, con cuernos en forma de peine que se curvaban hacia atrás;
fuertes piernas de dinosaurio y robusto torso, que se extendía en forma de una
larga cola, más en lugar de brazos había tres gruesos tentáculos a cado, seis
en total; cuando abría su boca, revelaba varias hileras de puntiagudos dientes
cual tiburón; en su piel se apreciaba extrañas escamas que reproducían un
efecto cromático; sus ojos brillantes como galaxias teñidas de verde, le
miraban sin ninguna muestra de expresión.
Manis se mostró asombrado ante la
revelación, pero ningún atisbo de temor pasó por sus ojos, pues él conocía a un
monstro aún más grande y siniestro comparado con el que se paraba en frente de
él y entonces entendió que la primera vez que le vio, le confundió con un lobo
por alguna razón, pero ahora entendía por qué su carcayú guardián se había
escondido.
—Está bien, te salvé de aquellos
fanáticos y lo volvería a hacer y ahora si eres tan amable de volver a tu forma
humana, te estaría agradecido— Y tal como Manis pidió, la bestia volvió a su
forma humana —Bueno ¿Y qué quieres de mí? ¿Cómo me encontraste?—
El ser con disfraz de hombre, expresó
que estaba agradecido con Manis, le estuvo buscando y que le costó mucho
encontrarle pues su rastro era muy difícil de rastrear. Él le salvó y ahora quería
vivir con él.
Manis sonrió y negó con la cabeza.
—Eres muy joven, lo siento— Dijo
entrando en la casa y cerrando la puerta tras de sí, dejando al monstruo
esperando en su porche.
Después de un par de hora, miró por
la ventana y divisó al chico que seguía parado, como esperando algo. Eso
enfureció a Manis, quien salió de nuevo a su encuentro. Le miró seriamente a
los ojos, como si fuese un instructor militar ante un recluta.
—¿Crees que esto es un juego? Yo no
estoy jugando, ni tengo ganas de jugar. Eres muy joven, fin de la historia. No
me hagas perder el tiempo y lárgate de aquí—
Acto seguido regresó a su casa y dio
un portazo.
Al día siguiente, por la tarde,
cuando los últimos rayos de sol se desvanecían dejando paso el arribo de la
oscuridad, Manis volvió a mirar y el ser lovecraftiano seguía ahí. En ese
momento suspiró y decidió hablar con más calma. Abrió la puerta y volvió a
encararle.
—Malas noticas amigo. No lo
conseguirás, no vas a vivir conmigo… Lamento el malentendido, pero… no es el
fin del mundo, así que lárgate de aquí—
El chico seguía sin moverse, pero
tampoco le quitaba ojo de encima.
—Vamos, estás en propiedad ajena y
podría matarte, tengo todo el derecho ¿Recuerdas lo que les hice a tus captores?
No quiero hacerlo contigo, por eso te doy la oportunidad de que te largues y
salgas de mi vida—
Acto seguido entró de nuevo en su
casa y cerró la puerta tras de sí.
Al tercer día después del almuerzo,
Manis vio que el visitante se negaba a ir y decidió ir a encararle con más
dureza de una vez por todas, abriendo la puerta de golpe.
—No te atrevas a mirarme— Gritó Manis
—¿Crees que algún día entrarás en esta casa? Nunca entrarás en esta casa—
Desenfundó su revolver y le apunto directamente a la cabeza —Así que vete de mí
porche. Lárgate de mí porche. Vete o de lo contrario te reventaré la tapa que
tienes por cabeza y esparciré tus sesos como abono ¿Lo has entendido?—
Al cuarto día, con los primeros rayos
del sol asomando por el horizonte, anunciando el inicio de un hermoso día,
Manis volvió a salir, encontrándose con el ser lovecraftiano aun parado como en
el primer día. Manis miró el alba y respiró con tranquilidad antes de mirar al
chico. No había ningún sentimiento de agresividad, como en los pasados
encuentros, solo serenidad.
—¿Vas a obedecerme, en todo lo que te
diga?— Preguntó Manis, a lo que el chico asintió —¿Estás dispuesto a
enfrentarte contra todo el mundo que se alce contra nosotros?— El chico asintió
—¿Vas a dar tu vida por algo más grande que tú mismo?— El chico dudó un segundo,
pero al final asintió —¿Estás dispuesto a aprender sin hacer preguntas?— El
chico asintió —Está bien, entra—
De ese modo, Manis aceptó a un
monstruo entre sus filas. Lo primero que hizo fue obligar a desnudarse y
hacerle quemar su propia ropa, la cual estaba podrida, en el patio de la casa.
Luego le enseñó la casa, explicándole qué era cada habitación y qué función
tenía, para terminar en el baño, en donde con tijeras en mano y un peine le
obligó a raparse la cabeza, mientras supervisaba la situación. Este no solo era
un ritual de entrada, también era porque el cabello del chico tenía piojos,
ácaros, suciedad y grasa, todo mezclado. Con la cabeza lisa, le obligó a
recoger su pelo y a quemarlo junto con su ropa.
Para Manis, el recluta era como un
mono dispuesto a ser lanzado al espacio, un ser dispuesto a sacrificarse por un
bien mayor.
—Solo por curiosidad ¿Cómo te ves
transformado?— Preguntó Manis —Es igual, transfórmate— Ordenó, a lo que el
chico volvió a tomar su forma lovecraftiana, la cual ahora tenía la cabeza de
color verdeazulado —Te ver horrible. Siento haberte hecho cortar el pelo, pero
en esta primamos la higiene sobre todas las cosas. Venga, al baño—
Le enseño a usar el lavabo, el
sanitario, el bidé y la ducha, donde le entregó una esponja natural y dos
pastillas de jabón: para la cabeza y el cuerpo.
Una vez limpio, su piel se mostraba
mucho más pálida. Manis le entregó su nueva ropa, un conjunto similar al suyo,
como ropa reglamentaria, pero más holgada, ya que tenía en cuenta su
transformación.
Le otorgó una habitación propia al
lado de la suya con una cama simple, dos pares de relojes para que pueda
controlar el tiempo, uno de muñeca, pero sin cables y otro con alarma; y finalmente
le otorgó un nombre:
—¿Tienes algún nombre por el que
pueda llamarte? A de ser posible que pueda pronunciarlo… Bien, entonces te
pondré uno, desde ahora te llamarás Artemon… Sí, Artemon está bien, eres
mayormente inexpresivo, apenas hablas y puedes transformarte, es el nombre
perfecto— Dijo Manis, a lo que el demonio no mostró oposición o descontento,
quedando Artemon como su nombre.
Durante días siguiente, le enseñó con
todo detalle cómo funcionaba su casa, las reglas que seguía, los electrodomésticos,
las letras cirílicas que usaba, matemáticas, en general una educación básica de
ingreso a la edad moderna.
Cada día al levantarse entrenaban
haciendo una carrera de diez kilómetros, comían raciones, acondicionaban su
cuerpo en el estilo de combate favorito de Manis, el muay boran, luego
regresaban a casa, en donde se duchaban por turnos y luego preparaban el
almuerzo. Llegado el medio día, Manis ejercía como profesor y Artemon como
estudiante. Otros días limpiaban la casa, ayudaba a Manis en el taller, salían
de caza, hacían recados, etc.
Tras un mes, Manis vio que su recluta
estaba preparado para iniciar el adiestramiento con armas de fuego tras muchas
sesiones de teoría, finalmente le dio un revolver sin balas para que aprendiera
a acostumbrarse a él, le enseñó como manejar el arma con seguridad, como
desarmar, limpiar y armar el arma. Poco después le permitió usar balas, aunque
estas solo eran de fogueo, es decir, no tenían una cabeza de bala, solo una
vaina rellena de nitrocelulosa con un parche en su abertura. El objetivo de
esas balas era que el usuario se acostumbrara al repentino estruendo y el
retroceso del arma. Dos semanas después se le permitió usar balas reales en un
entorno controlado. Se usó el mismo sistema tanto para el rifle, como para las
granadas.
Terminado el entrenamiento militar,
tocaba el logístico. Artemon sabía trepar con facilidad aun en su forma humana
y saltar obstáculos no era un problema, pero debía aprender a conducir.
Manis construyó otra bicicleta similar
a la suya. Ahora que sabía cómo hacerlo, lo hizo en la mitad de tiempo.
Debía enseñarle como se manejaba la
bicicleta para que pudiese acompañarle en sus misiones y eso fue lo más
difícil, pues nunca es fácil montar en un vehículo con dos ruedas, se ha de
mantener un cierto equilibrio en todo momento, tanto en marcha como parado. Las
ruedas gruesas ayudaban, pero hacían milagros.
No fueron pocas las veces que Artemon
se cayó intentando pedalear, también le costó aprender a maniobrar. Pero cuando
pudo ir con soltura, fue un momento lleno de satisfacción.
Manis miró orgulloso a su recluta, ya
no era un simple mono del espacio dispuesto a sacrificarse por un bien mayor,
ahora podría decirse que era una persona civilizada, sin ser realmente humano.
Fue entonces que Manis decidió
hacerle un regalo para simbolizar su ascensión y una gorra era lo ideal en ese
momento.
Tomó medidas de la cabeza del
recluta.
Preparó un trozo rectangular de tela,
en donde plasmó las medidas. Primero recortó la parte posterior de la gorra,
llamada la corona, en vez de abarcar toda la cabeza, solo cubría la parte
posterior de la cabeza. Usó dos tipos de tela, una de cáñamo resistente para el
exterior y algodón suave para el interior, ambas dieron cuerpo a la corona.
La siguiente parte eran: los paneles.
Dos tiras rectangulares de lino y otras dos de algodón. Las cosió entre sí y
luego las unió hasta formar una forma elíptica. Cosió los paneles a la corona
dando forma a la gorra, pero todavía no estaba lista.
Unió varios trozos de tela en un
pequeño bloque que recortó en forma de D. Cosió el bloque conformando la
visera, sin embargo, este no era nada rígido, pero con un endurecedor natural
de tela consiguió darle una consistencia que recordaba al plástico tapizado.
Esta visera la cosió a los paneles, terminando la corra.
Manis probó la gorra en su recluta,
la cual le quedaba algo grande, pero no le molestaba. Pero sentía que algo
faltaba y, sabiendo que se acercaba el cambio de estación, sabía que este
necesitaría proteger las orejas.
Recortó dos trozos más de cáñamo y
algodón y los unió, este nuevo trozo parecía ser una extensión de los paneles,
y tenían la suficiente longitud hasta llegar a la nuca. Una vez unido a la
gorra. Desde donde terminaba la visera cortó la tela en forma semicircular y
agregó dos botones en el extremo. Así la gorra no solo protegía las orejas, sino
que también la nariz y boca.
Dobló las orejeras hasta que solo
quedó solo el panel y aprovechó los mismos botones para abrochar la sugestión
por encima de la visera.
Ahora la gorra tenía un mejor aspecto
y era más versátil.
—Esto es para ti, Artemon,
considéralo un regalo para tu uniforme. A partir de hoy te asciendo a capitán—
Dijo Manis entregándole la gorra militar.
Artemon agarró la gorra, la miró con
inexpresividad, pero tras un rato y se la puso con firmeza.
—Veo que te ha gustado, tal vez haga
otra para mí— Divagó Manis —Pero ahora debemos enfocarnos en otro problema: Somos
tres viendo en una misma casa, si estoy contando a Víctor, que tras dos meses
parece que ya te perdió el miedo, o tal vez lo sacó el hambre, no lo sé, pero sé
que como buen ministro de economía que es, nos va a dejar al borde de la
inanición… No sé qué guerras hay en el mundo y si no me pilla de por medio, tampoco
me importa, pero al parecer empieza a haber escases de comida y eso significa que,
aunque tengamos dinero de nada nos va a servir si no podemos gastarlo. Así que,
tal como yo lo veo y corrígeme si me equivoco, necesitamos volvernos más
autosuficientes… que significa que tenemos que construir una granja o algo que
nos proporcione comida ¿Estás de acuerdo con ello?—
El capitán asintió sin decir ni una
palabra.
—Bien ¿Tú sabes cultivar?... ¿No? Qué
lástima, yo tampoco ¿Qué, te sorprende no sea un ser perfecto que domine todas
las ramas de la ciencia? Yo soy el primero que desearía eso, pero, en fin… no
sé qué hacer, aunque atrapemos algunos animales ¿Con qué les alimentaremos? Antes
de tu llegada, traje una colonia de abejas y tal parece que empezaron a llenar
los marcos con panales. Necesitamos algo así—
Tras pensar en las posibles granjas
que podrían fabricar, la, a priori más fácil de hacer era una piscifactoría.
Una piscifactoría era a rasgos
simples, una piscina donde se criaban y alimentaban los peces.
Construir una no era algo sencillo de
hacer, se necesitaba un entorno controlado en el que los peces pudiesen desovar
constantemente y sin depredadores.
Lo primero era encontrar un lugar
ideal para montar una piscina y lo encontró recorriendo el río en dirección al
valle, pero no muy lejos de su base. Era una pequeña depresión natural con
varias paredes que daban acceso a calles que se perdían en las llanuras
colindantes. Para Manis era un buen lugar para empezar.
Una vez ubicado el lugar, calcularon
que la piscina medía casi cien metros de largo y treinta de ancho, distancia
suficiente, pero necesitaban cerrarla y para ello puso en marcha de nuevo la
fábrica de construcción de ladrillos, seleccionaron las herramientas necesarias,
planificaron en un mapa la construcción y ajustaron los horarios de trabajo.
Poco a poco fueron moviendo ladrillos,
preparando los materiales básicos para elaborar hormigón y acumulando tablas de
madera.
Empezaron delimitando el terreno con
estacas e hilo. Una vez delimitado, fueron con pico y pala para cavar zanjas
donde irían los ladrillos que conformarían los muros que delimitarían la
piscina. Cuando estas estuvieron listas, prepararon mortero, mojaron la tierra
para que agarrase mejor la argamasa y empezaron a colocar ladrillos.
—Capitán, recuerda tener cuidado
cuando apilas ladrillos, no debes dejar una misma junta en dos niveles y usa la
regla de nivelar constantemente, nunca des nada por sentado— Aconsejó Manis.
Cuando la piscina estaba casi
cerrada, el último muro era un desagüe que permitía el control del nivel del
agua y este estaba situado para que el agua sobrante regresase directamente al
río, a través de un canal que cavaron en la tierra y recubrieron con argamasa
para luego taparlo con rocas planas encontradas en el propio río y así el canal
quedaba libre y protegido. Con los ladrillos sobrantes hicieron escaleras en
varios puntos de la piscina para un fácil acceso en caso de futuros
mantenimientos y estos fueron recubiertos en totalidad con mortero.
Terminado el cerramiento de la
piscina, ahora tocaba crear los muros de contención de agua, con el fin de
evitar que el agua erosionase las paredes de tierra, para ello cavaron una
zanja interior para luego usar las tablas de madera, las cuales clavaron y
aseguraron con tablones que actuaron como contrafuertes. Estas tablas servían
para hacer el encofrado de mortero.
Empezaron a preparar una gran
cantidad de mortero, trabajo que les llevó varios días y poco a poco fueron
llenado gradualmente las paredes. Cuando retiraron los tablones de madera,
humedecieron la pared de mortero durante dos semanas para que los micro
cristales se formaran en su interior haciéndolo resistente e impermeable.
Los contornos de la piscina estaban
terminados, ahora tenían crear un espacio que parezca natural que permita que
los peces desoven con seguridad, para ello, cuchillo en mano recortaron hierba
junto con tierra y esta fue trasladada para cubrir el suelo de la piscina,
luego fueron a por los helechos, pues necesitaban sus marañosas raíces densas y
entrelazadas, eran lugares ideales para los peces se reproduzcan.
Con el suelo cubierto hicieron el
canal permitía el ingreso de agua, conectándolo con el río para cerrar el
circuito.
El agua tenía que caer como una
cascada, pues era la única forma de oxigenar el agua y evitar que se estanque.
Llenaron la piscina y comprobaron que
no hubiese ninguna fuga y fue entonces que fueron a pescar peces al río.
Usando trampas con señuelos, redes,
cañas de pescar o directamente con los cables de Manis, pescaron una gran
cantidad de peces, los cuales eran introducidos a la piscina.
Los peces seleccionados eran
mayormente herbívoros, Manis sabía eso porque los vio agruparse y comerse las
hojas que caían al río, pero igualmente podían comer insectos y plancton que se
formaría en las raíces en el fondo.
Una vez lista la piscifactoría, esta
tomaría su tiempo para empezar a producir comida, pero era casi autosuficiente,
sin embargo, no era suficiente.
En el bosque había muchas plantas,
pero en especial unos tubérculos rojos del tamaño de una pelota de futbol.
Manis pensó que eran patatas, pero luego descubrió por boca de Razvan, que eran
venenosos para los humanos, pero antiguamente se usaban para teñir las telas de
colores anaranjados, ahora la gente extraía los colores de la cochinilla, un
pequeño insecto cuya sangre otorga un color más intenso.
Manis probó recolectando uno de esos
tubérculos, los hizo trocitos y los esparció sobre trampas para ver qué clase
de animales podrían ser atraídos.
También había un extraño fruto que
recordaba a la calabaza, pero era del tamaño de una pelota de tenis. Sin
embargo, al cortar la fruta madura, solo había semillas en su interior y en
gran cantidad. Esa hortaliza, aún verde, tampoco era comestible y desprendía un
fuerte olor a clorofila nada más ser cortado. Dichas semillas, las molió y la
harina volvía locos a los peces, pero también fueron usadas como carnada para
las trampas.
Después de llenar el bosque de trampas,
pasaron varios días sin que nadie cayese en ellas, por lo que dieron el
proyecto por fracasado, hasta que, un día por casualidad, mientras supervisaban
la piscifactoría, oyeron quejidos provenientes de un bosque.
Encontraron una especie de cerdo salvaje
atrapado en una trampa, no sabían si era un cerdo o un jabalí, pero daba igual.
Atraparon un animal que podía ser domesticado, pero solo uno, así que
debatieron si debían sacrificarlo, o esperar suerte y atrapar otro y que encima
sea del género opuesto.
Al final optaron por la granja, ya
que con la cantidad de trampas era cuestión de probabilidad que atrapasen a
otro.
Para mantener el cerdo a salvo, lo
ataron a un árbol cercano a la piscifactoría, mientras iban por más estacas y
alambre de espino para montar una valla.
La granja de cerdos estaría al lado
de la piscifactoría, para que estos aprovechen el agua, además los cerdos
también comían hierbas, lo que facilitaba su mantenimiento.
Una vez montada la valla, liberaron
al cerdo y vieron como este se alejó de ellos, pero no traspasó el muro de
alambre.
Cavaron una zanja que llegaba hasta
la piscina, pero antes de cerrarla, se aseguraron de darle una capa de argamasa
para que el agua no se filtrase y se mantuviese lo más limpia posible. No la
hicieron muy profunda para evitar que el agua se desbordara.
Solventado el problema del agua,
recogieron todas las hojas posibles y las apilaron con el fin de que el cerdo
las usara como una cama provisional, mientras ellos construían su casa. En vez
de usar ladrillos, optaron por traer piedras desde el río y las colinas rocosas
cercanas, pues era un método más rápido e igual de tedioso que transportar
ladrillos.
Fueron a la orilla y rebuscaron entre
las piedras. Para su sorpresa, había muchas piedras de agua entre las piedras y
tenían que tener cuidado con no juntarlas con el resto, pero las dejaron por si
en el futuro necesitasen volver a por ellas.
—De saber que había tantas piedras de
agua, no habríamos cavado esa zanja, bastaría con un bebedero que vertiese agua
a la piscina— Lamentó Manis, a lo que el capitán asintió.
Después de recoger una gran cantidad
de piedras, cargarlas en los remolques de las bicicletas y luego llevarlas
hasta la granja, se tomaron un descanso y en vez de ir de nuevo al río, decidieron
probar suerte en las colinas rocosas, así no necesitarían esperar a que las
piedras se secaran y no tendrían que lidiar con piedras de agua escondidas,
pues con el frío que llegaba, mojarse era lo último que querían.
Al llegar al monte, se encontraron
con una situación similar, pero a la inversa, pues en vez de piedras de agua,
había piedras de aire que levantaban polvo cuando las descubrían.
—Ajústate bien la máscara, hay polvo
de silicio y óxido de hierro levantándose— Ordenó Manis.
El capitán le hizo caso y se ajustó
la máscara y cuando volvió a recoger una roca, soltó un quejido y se apartó de
inmediato. Manis al notarlo, corrió hacia él para ver si se había lastimado.
Aparentemente no tenía heridas y sus guantes de trabajo no estaban rotos.
El capitán señaló al montoncito de
piedras y evitó acercarse.
Manis se acercó con cuidado,
desenfundando su pala empezó a apartar rocas para ver qué fue lo que lastimó a
su subordinado y fue entonces que, al acercar la pala de metal a una de las
piedras brillantes, hubo un destello. Duró menos que un parpadeo, pero Manis
estaba seguro que lo que vio fue una chispa.
—No… puede… ser— Susurró Manis
mientras en sus ojos no cabía más sorpresa a la par que incredulidad. Tragó
saliva y volvió tocar la piedra con la pala, para confirmar que no se trataba
de una pirita cargada de electricidad estática y por segunda vez saltó una
chispa, en forma un rayo en miniatura que conectó ambos materiales.
Esa roca debía llevarla a su taller
para estudiarla más a fondo, pero para ello debía pode agarrarla. Su la tocaba
sin más, le soltaría una descarga y como no tenía ni idea del voltaje o los
amperios que manejaba, era demasiado arriesgado a la par que peligroso, como
intentar tocar un cable pelado. Tampoco podía agarrarlo con sus cables, pues
estos conducían la electricidad.
Inmediatamente aisló las rocas y clavó
la pala para destacar el elemento. Miró al capitán, quien todavía seguía sin
querer acercarse.
—Capitán, ve y tráeme un bote de
cristal, rápido— Ordenó Manis.
El capitán corrió hasta el remolque,
en donde rebuscó entre las provisiones y encontró un tarro que contenía unas
pocas frutas encurtidas que guardaban, las vació en otro tarro con otros frutos
encurtidos y llevó el tarro con Manis, quien, al recibirlo, lo lavó con el agua
de su cantimplora y lo secó con su poncho.
Ayudado con un palo de madera, movió
la piedra al interior del bote, donde pudo contemplarla de cerca con seguridad.
—Sospechaba que esto existía, pero
nunca supe donde ni nadie me lo dijo y no me extraña, esos magos tienen una
cultura demasiado hermética, hasta ocultan sus propias escuelas de magia—
Acercó la piedra y la miró de cerca.
Pido ver como el aire de la botella empezaba a ionizarse un poco alrededor del
mineral.
—¿Qué opinas capitán? No se
diferencia mucho de las piedras de viento— Observó Manis, aunque el capitán no
dijo nada.
Manis no prestaba mucha atención a
las piedras de viento, pues además de emplearse como respiradero, o como
combustible para incrementar la fuerza de las piedras de fuego y obtener así un
soplete sin gas, no sabía en qué usarlas y en ese momento de lamentó de
haberlas dejado tanto de lado, pues sospechaba que ahora estas podían mutar sus
propiedades en electricidad, al contrario que las piedras de luz que no emitían
electricidad.
Recogió en una cesta tantas piedras
de viento como pudo, entre las demás rocas.
Por más que quisiera dejarlo todo y
ponerse a investigar sobre las nuevas piedras mágicas, sabía que no era el
momento. Primero debía terminar con el problema de la comida.
Llevaron las piedras hasta la granja,
en donde construyeron una caseta de piedra y mortero, empezando con las zanjas,
las cuales servían para facilitar la limpieza y para la calefacción, en las
cuales se podía quemar madera y calentar la caseta en los días de frío. A su
alrededor levantaron las paredes a su alrededor apilando piedras, dejando el
techo sin cubrir y una abertura para la puerta.
Para la puerta, crearon un marco con
un agujero en el centro. Agarraron el tronco de un árbol y le clavaron cuatro
tablas con las medidas justas para que encajase en el marco de la puerta sin
rozar los bordes. Cavaron un agujero con una piedra en la cual tallaron un hoyo
para que sirviese de soporte. Encajaron la puerta en el marco y luego
comprobaron que funcionaba.
En el interior de la caseta, usando
las piedras, levantaron un comedero y al lado un bebedero, el cual era
abastecido constantemente por una piedra de agua, de las que recogieron en el
río y este desembocaba en la piscina como una cascada secundaria. Así los
cerdos podían beber tanto en el interior de la casa como fuera.
Para el techo usaron tablas de madera
junto con tejas para protegerla de la lluvia. Unieron varios tablones con
cuerda y los enrollaron sobre tejado, para que sirviese de cortina desplegable.
Dejaron una gran cantidad de paja y
hojas en su interior para que el cerdo pudiese dormir cómodamente. Finalmente
fueron a buscar al cerdo y cuando le encontraron, vieron que había otro que
intentaba buscar un hueco en la valla para poder rescatarle y como resultado,
ambos terminaron en el corral.
Antes de regresar a la base,
recogieron una gran cantidad de hierbas, las cortaron en trocitos y las dispensaron
tanto en los comederos para cerdos, como en la piscina. Supervisaron como estos
empezaban a acercarse, olisquear y posteriormente devorar la comida a su
manera.
Alimentar a los animales servía tanto
para aclimatarlos en sus respectivos hogares, como para domesticarlos.
Los siguientes días siguieron
alimentando a los animales, estableciendo una rutina, revisando las trampas,
hasta que cazaron a cinco cerdos salvajes, de los cuales siete fueron
suficientes para mantener la granja.
Una vez solventado el problema de los
alimentos, Manis pudo dedicarse a investigar la piedra de electricidad que
tanto ocupaba sus pensamientos.
Fue al taller con toda la ilusión de
poder investigar la electricidad, pero para su sorpresa, la piedra ya no
generaba electricidad. Aquello fue un duro golpe para la moral, deseó no haber
perdido tanto tiempo con la granja, pero el problema de la comida era más
importante. No se dejó vencer por el desánimo. Pensó que podría haber más
piedras eléctricas en el monte, por lo que partió de nuevo, no sin antes crear
dos pares de guantes de goma.
Tras todo un día de búsqueda y
minería, no encontró otra piedra eléctrica, y con el paso del tiempo empezó a
temer que solo fue una coincidencia que hubiese una piedra eléctrica, alguien pudo
haberla perdido, o solo era una rareza de la naturaleza. Al pensarlo mejor,
este monte y las tierras circundantes no entraban en ninguna ruta, ni tampoco
había asentamientos.
—¿Podría haber sido un botín de
alguna banda de bandoleros?— Pensó mientras se recostaba en el pasto.
Pero en ese lugar no había cuevas ni
asentamientos abandonados, la única fortaleza élfica abandonada estaba a
kilómetros de su ubicación, lo que descartaba su presencia, a no ser que
hubiera cuevas escondidas.
El viento agitaba las hojas de los
árboles en un sonido que recordaba el oleaje del mar. Arrastraba las nubes como
si fuesen barcos a la deriva. Al ver una de esas nubes, Manis pensó en que tal
vez fue un rayo, el que probablemente alcanzó la tierra. Se levantó de golpe y
regresó al taller con una nueva idea en mente.
—Mira capitán. Está es la piedra de
electricidad—
Sacó la piedra la puso en la mesa
entre él y su capitán.
—Supongamos que la electricidad que
tenía era limitada. No es muy diferente de una piedra de viento, lo que me hace
pensar que quizás un rayo cayó sobre un lugar, la descarga se extendió sobre el
suelo y convirtió una piedra de viento al azar en una eléctrica. Una piedra
eléctrica, tal como yo lo veo no es muy diferente de una batería. Esta en concreto
ionizaba el aire, cuando la metí en la botella, lo que significa que dejándola
a temperatura ambiente se descarga sola y eso explicaría por qué no había
ninguna. Esto son solo especulaciones y tal vez me estoy equivocando, pero hay
una manera de comprobar mi teoría y es recargando la piedra—
Recargar la piedra eléctrica no
parecía descabellado, innovador y una herejía para la gente de ese mundo, pero
la pregunta era ¿Cómo se genera la electricidad sin usar imanes?
Los imanes emiten campos magnéticos y
manipulándolos, se pueden conseguir mil trucos para generar electricidad, pero
los propios imanes son creados usando electricidad, lo que convierte la
solución en parte del problema, como una pescadilla que se muerde la cola.
Profundizando en sus recuerdos, Manis
recordó que en la historia de la electricidad, hubo un invento que ahora le
sería de utilidad, un invento que terminó con la era del vapor y catapultó la
industrialización a la era de la electricidad.
Hacer una pila volta era sencillo. Empezó
el proyecto recurriendo al metal mágico, sacando cables de cobre y
enrollándolos, hasta tener dos pares; luego empezó el proceso de aislamiento:
Cubrió los cables con aluminio
fundido, creando una capa protectora y finalmente pasó los cables por goma derretida
para terminar con el proceso de aislamiento. El primer cable fue sumergido en
goma teñida de rojo para simbolizar la carga positiva y el segundo cable en
goma negra para el negativo. Una vez listos, cortó los extremos y los ató a dos
pinzas de cocodrilo. Con eso ya tenía los cables, ahora era turno de crear la
pila en sí.
Para hacer la estructura cortó dos
discos de madera de una tabla empleando una sierra y luego hizo cuatro ranuras:
una ranura central y otras tres rodeándola. Esas serían las bases, ahora
necesitaba los soportes, los cuales hizo con también con madera, cortando tres
paletas rectangulares y luego las adelgazó con una lima hasta que lograron
entrar en las ranuras. Exteriores.
Sacó dos vástagos de acero y los
atornilló en las ranuras centrales de cada disco, sobre las cuales enrolló los
extremos de los cables ya pelados.
La estructura montada parecía una
hamburguesa sostenida por tres palos. La chapa de madera superior podía
levantarse y bajarse.
Antes de poner en funcionamiento la
pila, cogió un vaso de cristal y lo rellenó de agua junto con sal, saturándolo
hasta que el agua se pudo blanca después de remover durante un rato. Agarró
unos trozos de papel y los bañó en la mezcla.
—Mira capitán, esto funciona de esta
manera, cogemos un trozo de cobre y un trozo de zinc. Entre medias colocamos
este papel molado y obtenemos una celda. Ahora bajamos esto— Juntó los dos
discos, haciendo que el vástago entrase en contacto con la celda —Ahora
comprobamos— Agarró las dos pinzas de cocodrilo, las cuales agarraban un trozo
de alambre cada una, al juntarlas, las puntas se tornaron naranjas —¿Ves? Se ha
calentado hasta el punto de soldadura porque hay electricidad recorriendo los
alambres. Así se obtiene la electricidad. Ahora supongamos que casa celda emite
un voltio de potencia, si apilamos más, una encima de otra…—
Colocó los discos en ese orden, uno
encima de otro: cobre, papel mojado y zinc, hasta un máximo de cinco. Luego
bajó el vástago cerrando el circuito. Los alambres se tiñeron de naranja
amarillento hasta casi derretirse.
—Conseguimos un mayor voltaje, en
este caso cinco, voltios ¿Entiendes? Esto es una pila Volta. Genera
electricidad moviendo los electrones del zinc al cobre por medio del agua
salada. Pero que genere electricidad no es un problema, de hecho, no es la
única forma de generar electricidad, pero a lo que vamos ¿Podrá esto volver a
activar la piedra eléctrica? Vamos a verlo—
Conectó las pinzas a la piedra y no
pasó nada.
—Curioso— Dijo Manis. Agarró un
destornillador y lo acercó a la piedra, lo que originó un destello entre ambos
materiales —Si, muy curioso, funciona, pero…—
Retiró los cables y tras un rato
volvió a tocar a piedra con el destornillador y esta vez no hubo chispa.
—Necesitamos más potencia— Dijo
Manis.
Apiló otras cinco celdas hasta tener
un total de diez, pero el resultado fue el mismo.
—Quizás necesitemos aumentar el
amperaje y no el voltaje. Mira la electricidad se divide en tres partes,
voltios, amperios y resistencia. Los voltios con la energía que tienen los
electrones, los amperios es la cantidad de electrones que fluyen, se le conoce
como intensidad y la resistencia es por ejemplo la piedra, que es resiste a
conducir los electrones. Si seguimos apilando celdas solo aumentamos el voltaje,
pero la corriente eléctrica sigue siendo continua, así que hay que aumentar la
intensidad, amperios o el flujo de electricidad, llámalo como quieras ¿Y cómo
aumentamos el amperaje? Haciendo cables más gordos. Piensa en ello como si cambiáramos
las tuberías de agua por unas más grandes, iría más agua, pues es el mismo
principio. Por cierto, la electricidad se mide en amperios, no en voltios—
Sacando más cables de cobre y
enrollándolo en cables más gruesos, los cuales aumentaron la intensidad de la
pila, pues al conectarlos a la piedra, el aire a su alrededor empezó a
ionizarse, demostrando que estaba cargándose. Al retirar los cables, la carga
de la piedra se mantenía.
—Lo sabía— Festejó Manis —Esta cosa
funciona como una batería, solo había que recargarla ¿Lo entiendes?— Miró al
capitán quien negó con la cabeza haciendo que toda la euforia desapareciese
gradualmente —Ah, era de esperarse—
La reactivación de la piedra fue un
éxito, aun así, el problema principal seguía vigente y era que, al estar
expuesta a los elementos del medio ambiente, se descargaría.
Manis pensó que un ambiente hermético
evitaría que se desgastara. Primero intentó crear un recubrimiento de litio. El
litio seguía siendo considerado un metal, por lo que el metal mimético podía
tomar sus propiedades, pero también sus inconvenientes ya que nada más crearlo,
empezó a oxidarse al contacto con el oxígeno del ambiente.
Daba igual cuantas veces Manis
intentase crear litio, solo estaba gastando metal mágico. Si quería litio debía
obtenerlo de forma natural, pues realmente era un material muy abundante, pero
el proceso era complejo y tedioso.
Entonces pensó en otra solución más
estable: El sodio.
Podía extraer sodio de muchas
maneras, pero quemando unas plantas y luego lavando sus cenizas, para luego
evaporar su agua conseguía carbonato de sodio.
Por otra parte, mezcló la cal que le
sobraba con agua para conseguir hidróxido de calcio.
Teniendo ambos elementos: el
carbonato de sodio más el hidróxido de calcio, en forma de polvo blanco, los
mezcló ambos en un recipiente con agua caliente, consiguiendo soda caustica.
Desconectó la piedra eléctrica de la
pila Volta y la introdujo en un recipiente de magnesio revestido de aislante,
con dos pasadores que mantenían la piedra centrada.
Con cuidado, al aire libre y a una
distancia segura, vertió la soda caustica en el recipiente con ayuda de una
pinza de mango muy largo.
Manis esperaba que el experimento
saltase por los aires, pero para su sorpresa, permaneció estable.
Entonces probó sellar el recipiente
con cuidado, a presión y tampoco explotó para su alivio, pero tras aminorar
dicho sentimiento, empezó a sospechar que quizás algo iba mal, por lo que hizo
una prueba: Conectó dos cables en ambos polos y con pinas de cocodrilo sujetó
un fino alambre. Al conectar los cables, el cable se calentó de inmediato y se
derritió, indicando que por él circuló una corriente de gran intensidad. Agarró
el recipiente y notó que seguía frío.
—Funciona— Dijo Manis volviendo a
alegrarse —He creado una batería. Oficialmente puedo decir que hemos abandonado
esta edad oscurantista y hemos entrado de lleno en la modernidad ¿Entiendes lo
que eso significa, capitán? Con esto vamos a llevar la comodidad de nuestra
vida al siguiente nivel—
Antes de lanzarse de lleno a explotar
todo el potencial de su nueva batería, quiso asegurarse de un último detalle,
conectó los cables a una resistencia y dejó la batería en un lugar aislado para
ver si el continuo flujo de electricidad sobrecalentaba la batería.
Una semana pasó y la batería no
mostró indicios de sobrecalentamiento, a pesar de estar operando sin parar,
pero tampoco mostraba indicios de agotamiento.
Ya puso la primera piedra para saltar
al siglo moderno, pero necesitaba más. Sabía que la piedra eléctrica compartía algo
en común con la piedra de viento a comparación con las otras y por ello rescató
la bolsa que contenía las demás piedras que recogieron en el monte, la cual
estaba guardada en un armario.
Colocó una piedra de viento sobre la
mesa y conectó dos cables en cada extremo.
La corriente de la pila pasó a través
de la piedra y esta poco a poco fue sustituyendo su viento por electricidad.
Una vez conseguida la piedra
eléctrica, la partió solo para descubrir que cada trozo seguía electrificado.
Esto abría muchas posibilidades, pues podía fabricar diferentes tipos de
baterías.
—¿Y ahora que vamos a hacer?— Le
preguntó al capitán, era una pregunta retórica, pero sentía la necesidad de
hacerla.
—Vamos a crear imanes ¿Sabes lo que
son los imanes?—
El capitán negó con la cabeza.
—Un imán es un metal que atrae a
otros metales, no todos, pero sí la mayoría, pero además tiene infinidad de
funciones. Como dice el dicho, el único límite está en tu imaginación—
Sacó del metal mágico dos pequeños
bloques rectangulares de diferente metal.
—Si recuerdas el dibujo de la tabla
de elementos, observarás que debajo hay dos filas separadas del grupo. Se los
llama lantánidos, no preguntes por qué, ni es importante. Lo importante es que
esos dos grupos están separados del resto por una razón: Sus propiedades. Una
de ellas es su compatibilidad con la magnetización y en este caso, este metal
mimético me ha permitido replicar dos de ellos… bueno, en realidad son tres.
Uno de ellos ya está combinado con otro metal—
Agarró la primera pieza de metal.
—Esto es neodimio. Si conseguí
replicarlo bien, al pasar una corriente de electricidad por él, se magnetizará.
Una vez magnetizado… ya verás lo que podemos hacer con él. El otro metal es una
aleación de samario y cobalto, magnetizado sería tan fuerte como el neodimio,
pero con la diferencia de resiste temperaturas más elevadas. Vamos a probar
magnetizar estos dos metales—
Para magnetizar metales se necesitaba
una máquina magnetizadora. Su diseño y concepción era muy simple: un generador
conectado a una lámina de metal con un interruptor de por medio.
La fabricación de un interruptor era
sencilla: era una caja de aluminio, con dos conectores. En el centro había una
palanca conectada a una placa que cerraba el circuito.
La lámina era una tabla de cobre
revestida de acero para evitar su corrosión. Esta tenía unos salientes en donde
fueron conectados los cables que completaban el circuito eléctrico.
—La electricidad funciona de una
manera simple. Es un circuito cerrado. Puede ser tan grande y complejo como
quieras hacerlo, pero siempre debe cerrarse, si no se produce un corto circuito—
Explicó Manis —Aquí tenemos la batería. Desde un polo positivo sale un cable
conectado a esta tabla y desde ella, hay otro cable que se conecta a este
interruptor y desde el interruptor, sale un último cable que termina en el polo
negativo de la batería. Como ves, está cerrado. Entonces ¿Para qué un
interruptor? Porque esto nos permite controlar el flujo de electricidad. Ahora
mismo el circuito está cerrado, pero desconectado— Tocó la tabla varias veces
sin problema con el trozo neodimio para luego colocarlo en el centro de la
tabla —Pero ahora si muevo esta palanca, el circuito se activa—
Movió la palanca a un lado y luego la
retornó a su posición inicial, agarró el neodimio y notó que le costaba
levantarlo. Eso era una buena señal, acercó el neodimio a un conjunto de clavos
y estos se pegaron al trozo. Demostrando que el metal se magnetizó hasta
convertirse en un imán.
—Y esto es un imán— Dijo mientras
entregaba el material al capitán, quien lo tomó entre sus dedos y lo analizó
intentando entender su funcionamiento —El magnetismo y la electricidad son dos
cosas que van de la mano. Con un se consigue el otro y viceversa—
Cuando magnetizaron el bloque de
samario, el capitán acercó ambos metales y notó como una fuerza invisible
evitaba que se juntaran y por mucha fuerza que pusiera, estos no se juntaban,
sin embargo, cuando por la propia inercia del imán, uno de ellos se volteó,
ambos se unieron en una unión tan sólida que le costó separarlos, era como si
la misma fuerza que los separaba ahora se negaba a separarlos. Miró confundido
ambos bloques.
Mientras el capitán jugaba, Manis se
dio cuenta de que ya estaba cayendo la tarde. Su emoción le había absorbido
completamente y no solo descuidó sus quehaceres diarios, sino que hasta se
olvidó de preparar la comida.
Antes de aplazar su trabajo,
consideró realizar un último experimento, mientras su capitán seguía
entretenido con los imanes. Por su parte era entendible, nunca había imaginado
que algo así acabara en sus manos, era como un niño pequeño descubriendo el
mundo, cuando en realidad su edad era desconocida.
Fue a buscar su linterna, la cual
estaba sobre la mesa de la cocina. La llevó al taller, extrajo la piedra de luz
que brillaba tenuemente opacada por los rayos del sol del atardecer que
invadían la sala desde la ventana.
Conectó la piedra a ambo cables. No
sabía lo que iba a suceder, pero quería sacarse la duda de encima.
La piedra resonó con la pila y su
brillo se incrementó hasta alumbrar toda la habitación, por lo que Manis retiró
los cables inmediatamente, cosa que hizo que la piedra se apagara completamente
revelando estar compuesta de cristales transparentes, como un diamante amorfo
pero pulido.
Tras minutos de ceguera y sufrimiento,
su visión regresó, en donde se replantearon usar más medidas de protección
antes de realizar los experimentos.
Con la nueva información recabada,
esta vez conectó la batería a una pila más pequeña, con cables más finos,
mientras llevaba encima la máscara de soldadura.
La piedra se reactivó y los cristales
emitieron una luz intensa pero no tan deslumbrante.
—Así que esto se intensifica en
proporción al amperaje. Luego le colocaré un regulador, pero me sorprende que
la piedra siga fría. En fin, cosas de la magia, supongo— Dijo Manis.
Miró por la ventana, la cual mostraba
un paisaje oscuro, alumbrado solo por la tenue luz lunar de los diferentes
astros que flotaban alrededor de ese extraño mundo.
Las estaciones cambiaban, acortado
las horas de luz, por lo que las antorchas, velas o piedras lumínicas empezaban
a adquirir una mayor demanda por parte de la gente. La luz potenciada que Manis
desarrolló era más una potente linterna multidireccional, que una lámpara.
—Ya he tenido suficiente. Comamos
algo— Dijo Manis.
Una vez en la cocina, gozando de una
mayor iluminación, calentó las sobras del día anterior en una sartén, a falta
de tiempo y ganas de ponerse a cocinar algo desde el principio.
—Comamos antes de que se enfríe—
Tomando bocado a bocado, vaciaban el
plato poco a poco, en silencio y sin prisas. Hasta que se saciaron tanto de
comer como de beber, pero aun siendo totalmente de noche, ni siquiera era la
hora de irse a dormir.
Antes de que Manis arrasase el templo
de los monjes protectores, incluso antes de liberar a su ahora capitán, rescató
un maletín lleno de botes de pintura y pinceles. De todos los colores, usó solo
el rojo y el negro para recrear poco a poco, las cincuenta y dos cartas de una
baraja, con la ayuda de una pequeña imprenta de madera.
Jugaban para pasar el rato, mientras
cada uno contaba las cartas del otro en silencio, para alzarse con la victoria.
—Si te preguntas qué vamos a hacer
mañana… Alimentaremos al rebaño a primera hora de la mañana. Como el tiempo
está cambiando, llegará el invierno, de hecho, ya empieza a hacer frío. Construiremos
un radiador eléctrico, elaboraremos herramientas de medición de electricidad y
seguiremos trabajando en la creación de un motor eléctrico—
Tiró dos cartas y sacó otras dos de
la baraja.
—Cuando lo tengamos, automatizaremos
todas las herramientas y luego fabricaremos algún que otro electrodoméstico.
Estos nos facilitarán aún más la vida y así dejaremos de depender de la bomba
de ariete… No sé cuánto tiempo nos tomará, por lo que alternaremos los días de
trabajo con los ejercicios para no perder facultades. En fin, he perdido,
mañana me dices qué quieres que te prepare de comer. Yo me voy a dormir—
Al día siguiente, Razvan llegó a la
mansión fortificada de su señor Velkan.
Después de ser recibido por uno de
los mayordomos, fue conducido al gran comedor, en donde se unió a su señor para
desayunar.
El estado de salud de su señor era
paupérrimo. La amenaza de las tropas invasoras del norte, sumando a una guerra
civil por la sucesión a la corona provocaron un continuo sentimiento de estrés
y ansiedad. Ya eran varios días que no conseguía dormir y había perdido cuatro
kilos. Moviendo su desayuno con la cuchara, no sentía gana alguna de ingerir
nada.
—Le veo con peor cada, a medida que
pasan los días— Dijo Razvan preocupado.
—Todo esto me supera— Susurró Velkan —El
señor me ordenó proteger estas tierras, pero no me dijo que tan desprotegidas y
mal administradas estaban. Ya no recuerdo la última vez que pude dormir bien.
Cada vez que pienso en la guerra o cualquier cosa que tenga que ver con lo
militar, me dan ganas de vomitar. Sería maravilloso pedirles a los dioses que
detuvieran el tiempo para poder olvidarme de todos estos problemas. No pido
mucho, uno o dos días—
—Me duele verle en ese estado. Por
ello preparé esta infusión de yerbas. Solo viértala en agua hirviendo— Aconsejó
Razvan mientras le pasaba una caja de madera que aun cerrada desprendía un olor
particular.
Velkan agarró la caja y olió con
fuerza el aroma.
—¿Qué es? ¿Veneno? ¿Por fin? Dime que
con esto podré irme a dormir para siempre— Suplicó el castellano —Aunque
lamentablemente te tocará acompañarme, cabeza en mano—
—En absoluto ¿Quién defenderá estas
tierras? Lo que tiene en sus manos es una mezcla de hierbas de las llanuras con
extracto de lavanda—
Razvan dio una probada a su desayuno,
que consistía en cereales de trigo y avena combinado con frutas y nata.
—Está bueno, debería comerlo, le dará
fuerzas para aguantar el día y mientras come, le relataré las noticas que le
traigo, aunque debo advertirle de antemano que no todas son buenas—
Velkan llevó la cuchara a la boca,
mientras le escuchaba, con la misma mirada de un zombie, después de una intensa
jornada de trabajo laboral.
—Empieza con buenas, quiero al menos
alegrarme, aunque sea un instante— Dijo Velkan.
—La buena noticia trata acerca de la
banda de mercenarios que saqueaban nuestras aldeas, los que llegaron desde el
este, probablemente desde algún Kazayato del imperio Khwarazmiya, esos que
siempre usan caballería ligera— Aclaró Razvan.
—Sí, sé de quién hablas— Dijo Velkan mientras le apresuraba a continuar con su
mano y no detenerse en aclaraciones triviales.
—Han sido completamente erradicados—
Concluyó Razvan.
—Y supongo que fue esa muerte errante
que se acopló en nuestra tierra— Dijo Velkan.
—Así es, Manis es de mucha utilidad
para ese tipo de trabajos— Dijo Ravzan.
—¿Bromeas? Hizo estallar toda una
fortaleza— Dijo Velkan alarmado —Demasiados ojos fueron puestos en nuestra
humilde tierra por su culpa ¿Sabes cuánta gente condenó el simple hecho de
estar en mi territorio? De todos modos, no quiero saber nada de él. Su
presencia me incomoda, sus métodos me asquean, su forma de pensar es
inentendible y él mismo decidió marginarse, así que cuanto menos sepa mejor.
Así será más fácil desentenderme y no lidiar con culpa innecesaria, pues ya pesa
sobre mis hombros la responsabilidad de mil vidas—
—Bueno, entonces pasaré a la
siguiente buena noticia, que nada tiene que ver con la muerte errante. Como
sabrá, está por llegar el tiempo de las nevadas, por lo que es tiempo de
recoger las cosechas y el ejército invasor está conformado en su mayoría de
guerreros. Lo que significa que finalizarán su invasión para regresar a sus
hogares—
—Regresarán cargados, con el botín
del saqueo. Eso incitará a nuevas invasiones en el futuro, mucho más numerosas.
Pero para entonces nosotros estaremos debilitados debido a la guerra de
sucesión que está por venir. Seremos un dulce para ellos— Lamentó Velkan.
—No se preocupe. El futuro no está
escrito. Si nos preparamos debidamente, podremos sobreponeros a las crisis venideras
y tengo otra noticia. Esta no sé si catalogarla como buena o mala. Pero me
según entendí, la familia Keiler ha sido destruida—
La noticia del sacerdote no causo
mayor sorpresa en su señor, pues este ya oyó rumores.
—Sé tenían problemas con un grupo de
rebeldes, pero no visualizo la situación ¿No estaban reuniendo un ejército?—
—Así es. Keiler reunió a casi diez
mil efectivos, según los rumores. Supongo que inflaron esa cifra. Ni su ciudad,
con sus villas tiene tantos hombres disponibles y aun contando con mercenarios,
supongo que rondarían por los ocho o nueve mil— Divagó Razvan.
—Y un grupo de rebeldes en
inferioridad numérica, los derrotó y tomaron su fortaleza. Sería una historia
fantástica, digna de gesta épica, de no ser porque ya viví una situación
similar. Sé que en una guerra pueden pasar muchas cosas. Lo que importa ahora es
que nos hemos librado de una futura amenaza, pero, por otra parte, tampoco
sabemos quién dirige ahora ese ducado. Puede que solo se haya sustituido un
enemigo por otro y ese otro ha inspirado a los conspiradores y enemigos de la
corona, que estaban ocultos hasta hace poco a rebelarse, creyendo que pueden
dar un golpe de estado al que llaman revolución— Lamentó Velkan —Al menos me
alegro de contar con caballeros dignos y leales. Solo en estos ocho días he
sofocado cuatro insurgencias que no han hecho más que menguar al campesinado
¿Acaso han pensado como van a recoger sus cosechas estando muertos? Sus
familias, impulsadas por el hambre serán los siguientes en rebelarse. Ya no sé
ni como llenar los graneros de las villas para evitar que eso ocurra. La comida
escasea, Razvan, ni el oro puede comprar lo que no existe—
—Esa incertidumbre es compartida por
los demás señores. Pero ellos no poseen su determinación, ni su sabiduría.
Seguramente esta crisis los lleve a dar un movimiento en falso, habría que
pensar en cómo podremos tomar ventaja de ello— Meditó Razvan.
—Lo que sucederá, está por ver. Si no
administran bien a sus tropas, eso les debilitará y si no pueden con las
rebeliones, podemos ofrecernos a sofocarlas en su lugar. Y al hacerlo tendremos
«Derechos» sobre sus tierras— Maquinó Velkan —Pero sería más territorio para
administrar—
—O puede que subestime a los rebeldes
y sus tropas sufran un duro revés. Esa posibilidad también hay que tenerla en
cuenta. Lo que les obligaría a mantener dos frentes y otro competidor de mayor
jerarquía, aproveche el momento para hacerse con su territorio, sin dejarnos
intervenir—
—No lo había pensado de esa manera—
Reconoció Velkan.
—Y ahora por desgracia, toca el turno
de dar las malas noticias. Y tiene que ver con Manis, o, mejor dicho, con un
invento suyo: La bomba de ariete—
Razvan mientras desplegaba unos
planos trazados a mano sobre papel de cuero, sobre la mesa.
—Lamentablemente debo comunicarle,
que a pesar de todos mis esfuerzos no he sido capaz de replicar dicho invento—
Lamentó el sacerdote —Su estructura es simple y a la vez compleja. Pero el agua
no se somete a dicho cachivache—
—¿No te explicó como fabricarla? Has
tenido muchas reuniones con él— Dijo Velkan.
—Si, estos planos son suyos. Me los
hizo, a medida que me explicaba— Reveló Razvan —Pero choca con todo lo
establecido. Mandé a construir una réplica hecha de madera y el agua empezó a
filtrarse. Tiene que ser de metal. Pero si es de hierra, el agua lo carcomerá y
al hacerla de bronce, se deformó y estalló—
—¿De qué metal lo hizo él?— Preguntó
Razvan dando otro bocado a su desayuno.
—Según él, es algún tipo de hierro
que resiste el agua— Recordó Razvan.
—¿Seguro que no lo hechizó?— Preguntó
Velkan entrecerrando los ojos, teniendo la sensación que ya había vivido una
escena similar.
—No usó ninguna clase de magia. Estoy
seguro— Dijo Razvan —Llevo tiempo pensando que es posible que nos hayamos
precipitado al catalogarlo de artes divinas. Pueden ser que se trate de lógicas
naturales. En cuyo caso, de ser cierto, indicaría por qué estamos fracasando—
—Lógicas naturales… ¿Tu orden
religiosa no prohibía eso?— Le recordó Velkan.
—Mi rama contempla esa doctrina con mayor
indulgencia— Respondió Razvan.
—Ve con cuidado, podrían declararte
hereje— Advirtió Velkan —Para mí, las lógicas naturales solo me han dado dolor
de cabeza y sus filosofías no explican nada, solo proponen soluciones a situaciones
ideales que nada tienen que ver con la realidad… Quizás debamos abandonar ese
proyecto y centrarnos más en controlar a los mercaderes para ver si podemos mandarlos
a otro país a buscar comida—
—Cierto que necesitamos satisfacer
las necesidades básicas, ¿Pero, cómo va a hacerlo durante un asedio? Cuando se
acabe el agua, no podremos bebernos el dinero. Esta bomba de ariete podría
llevar agua secretamente hasta la cima de la montaña, con agua aseguraremos un
huerto y dispondremos de víveres ¿No lo entendéis? Podríamos convertir la
atalaya de las águilas en una verdadera fortaleza inexpugnable, su posición
estratégica invalidaría un asedio y la bomba esta, es el primer paso— Argumentó
Razvan.
Velkan meditó mientras se rascaba la
cabeza. La propuesta de su consejero era utópica, pero parecía posible.
La atalaya era en realidad una cárcel, edificada sobre una colina para dar un
claro mensaje a los campesinos, sin embargo, la bifurcación del río que rodeaba
las faldas de su montaña la aislaban lo suficiente para considerarla como un
pequeño castillo.
Mientras meditaba, uno de los criados
se acercó a él. Tras reverenciarse le habló a su señor.
—Mi señor, los prisioneros de las
mazmorras están exaltados, las amenazas de fuga y suicidio son alta— Informó el
mayordomo.
—Que mueran es un problema, todavía
no nos ha llegado el dinero de su rescate. Ejecuta a los más pobres para dar
ejemplo y a los demás… Llévales algo ligero de comer, un mendrugo de pan, pero dales
mucha cerveza y duplica los guardias y asegúrate que estos no tomen ni gota—
Tras anunciar sus órdenes, volvió la mirada hacia su sacerdote —¿Qué decías?—
—Decía que, para construir ese
artefacto, necesito conocimientos más específicos— Dijo Razvan.
—Ah, vas a volver a ver a la muerte
errante. Yo personalmente tendría cuidado con él— Dijo Velkan mientras
terminaba de comer su desayuno.
—No. Verá, hace semanas, estuve
mandando cartas a un sabio de la ciudadela de Menozberran, ese lugar donde se
encuentra la biblioteca más grande más grande del mundo. Escribí acerca del
invento y detallé su funcionamiento, mientras pensaba que funcionaba con artes
divinas. Pasaron las lunas y no he recibido noticia alguna, por lo que decidí
ir en persona hasta allá—
Velkan casi escupió el zumo de
manzana que estaba tomando.
—¡¿Vas a ir al reino de Halistra?!—
Exclamó levantándose del asiento —¿Quieres cruzar el gran mar, con los peligros
que eso implica? El riesgo es tal, como ir a saludar a la muerte, con la
diferencia que el mar no te conoce— Volvió a sentarse al darse cuenta de que
estaba llamando demasiado la atención de sus criados.
Razvan levantó las manos intentando
calmar a su señor.
—Le ruego que se calme, mi señor. Considere
que el tiempo que ganamos con la temporada de las nieves, es un regalo divino.
Debemos usarlo con sabiduría. Tengo esperanzas puestas, en que seré capaz de
resolver el misterio antes de los primeros brotes de la próxima estación. En
caso contrario, procuraré traer conmigo nuevos conocimientos que podrían
mejorar vuestra administración y si es posible traer conmigo algún erudito—
Velkan meditó la propuesta de su
sacerdote. Detestaba las argucias que el propio sacerdote empleaba con él, pues
al ofrecer dos opciones y estas ser necesarias para su mandato, le obligaba
indirectamente a aceptar la propuesta inicial. Si se negaba, no solo quedaría
mal, sino que, a la larga tendría remordimientos por haber dejado pasar esas
oportunidades.
—Sabes, tengo curiosidad por saber acerca
de las últimas innovaciones, avances y novedades que yacen en ese sitio. Quizás
incluso hayan inventado algo útil que pueda facilitarnos la vida o sacarnos de
esta situación, aunque eso es pedir mucho. Tenemos algunos magos, pero quedarnos
rezagados tecnológicamente sería como dar ventaja a los enemigos— Dijo Velkan.
—Entonces, cuento con vuestro
beneplácito para realizar dicha expedición— Sugirió Razvan.
—Te facilitaré un salvoconducto con
el sello de mi familia y una escolta. No vayas en un barco simple, embarca en
un convoy. Las escoltas de los mismos disuaden a los piratas— Recomendó Velkan.
Razvan se mostró agradecido con su
señor y al cabo de dos días de preparación, partió hacia el sur montado a
caballo con un grupo de diez caballeros, cinco pajes y diez soldados a pie.
Mientras cabalgaba a lomos de su
corcel, a su mente vino el invento que Manis llamaba bicicleta. Rio para sus
adentros, mientras comparaba ambos sistemas de transporte. El caballo era mejor
que la bicicleta. Ningún esfuerzo humano podría igualar su velocidad, el
esfuerzo corría a cargo de la bestia en vez del jinete, podía llevar cargas de
equipaje y su compañía era mejor que un frío trozo de metal con ruedas. Además
del porte, ir a lomos de un caballo realzaba la figura del jinete, recta y
noble, mientras que montado en una bicicleta parecía un jorobado encorvado.
La biblioteca de la ciudadela Menozberran
no solo era un edificio en cuyo interior se almacenaban libros. Se construyó
como parte de una academia de magia, como cualquier otra que se podría
encontrar en cualquier país, sin embargo, con los cambios políticos y sociales
que tuvieron lugar en el reino de Halistra, la academia diversificó sus
estudios y su biblioteca empezó a aceptar estudios diferentes a las artes divinas.
La gente empezó a reunirse con mayor
frecuencia en la biblioteca y muchos de los autores, siquiera eran magos, lo
que hizo que el edifico se expandiera tomando más la forma de un foro y más
pronto que tarde, a diferencia de las academias homólogas, dejó de ser un
recinto hermético y se abrió a todo el mundo.
Muchos nobles, quienes podían
permitirse salir de viaje, fueron a ese lugar en busca de sabiduría, a la vez
que su séquito traía la suya, fomentando un intercambio de ideas. Los reyes
empezaron a enviar ahí a sus príncipes para enriquecer su formación, ejemplo
que siguieron las demás altas casas.
Tras varias semanas de marchas por
los reinos del sur, la embarcación y navegando por mar del sur, Razvan llegó a
dicho lugar, en donde previó pasar varios meses.
Tardó una semana en instalarse y
organizar su estancia, pero cuanto tuvo un momento libre recorrió la
instalación con mucha emoción.
No era la primera vez que venía, pero
cada vez que regresaba, cambiaban y añadían tantas cosas que siempre parecía
ser su primera vez. Aunque las aulas eran una de las pocas cosas que no
cambiaron.
Ubicadas en el interior de los templos,
las clases eran de oratoria y enseñanza. Carecían de pupitres, tan solo un
atril y en el fondo, tres largos asientos de mármol dispuestos a modo de
escalera, algunos tenían cojines traídos por los estudiantes y a menudo
olvidados.
Los estudiantes podían optar por
recordar las enseñanzas o apuntarlas en hojas tanto de papiro, como pergaminos
de pieles y telas, traídos por ellos.
Los cuadernos de pieles estaban
reservados para los eruditos de alto rango, quienes los usaban para grabar en
ellos su investigación, de manos de un escriba, quienes realzaban la escritura
dotando a las letras de una estética atractiva.
Razvan conocían bien esas clases,
pues asistió a muchas de ellas durante su juventud y no podía evitar soñar con
volver a aquellos días, donde el mayor temor de una persona era una simple
prueba, pero ahora tenía responsabilidades, unas que su antiguo yo nunca
imaginó que tendría y por ello fue hacia aquel lugar en donde se enseñaban
lógicas naturales.
Una voz muy familiar llegó a sus
oídos. Guiado por ella encontró un aula en donde una mujer de cabellos
ondulados, ataviada con una túnica impartía clases.
En sus clases, ella hablaba de la
ingeniería, bajo una visión filosófica, sus pocos estudiantes varones,
prestaban una moderada atención.
La clase acabó cuando un reloj de arena,
colocado sobre una balanza, la inclinó activando un resorte que hizo sonar una
campana.
Después de que los estudiantes
salieran, Razvan entró, siendo recibido con sorpresa por la profesora.
Tras los correspondientes saludos,
ambos fueron a los jardines, en donde pudieron recordar viejos tiempos.
—¿Cómo fue tu viaje?— Preguntó la
profesora —El mar es peligroso desde que esa horda Galvana cruzó el mar y formó
su reino pirata—
—Nuestro convoy fue asaltado cuatro
veces durante nuestra travesía, esos piratas no le temen a nada ¿Quién hubiese
podido imaginar que una horda de las estepas lograría dominar los mares mejor
que los pueblos del mar. Incluso lograron dominar algunas bestias de las
profundidades— Contó Razvan.
—Es terrible, pero afortunadamente
aquí gozamos de buenas defensas, puedes descansar tranquilo y puedes disponer
de mi ayuda cuando lo precises—
—Muchas gracias y de hecho voy a
solicitar su ayuda inmediatamente. Llegué aquí en busca de sabio Fergann, le
escribí muchas cartas, pero no me llegó contestación alguna— Dijo Razvan.
—Desgraciadamente, Fergann falleció
el año pasado. Su corazón dejó de latir mientras dormía—
Aquella noticia causó un gran impacto
en Razvan.
—Qué desgracia. Le tenía mucha estima
a ese profesor. Era el único de todos que me animaba a seguir estudiando y no
abandonar mis estudios. Gracia a él llegué a donde estoy ahora mismo y lo peor
de todo es que nunca pude agradecerle—
—De seguro estaba orgulloso de ti,
era un hombre algo sarcástico, pero muy querido— Le consoló la sabia —Ahora sus
enseñanzas son impartidas por mí, si buscabas consejo de Fergann, quizás yo
podría prestarte ayuda—
—Se lo agradezco, Jita—
Razvan sacó unos pergaminos en los
cuales previamente copió los bocetos de la bomba de ariete y se los mostró a la
mujer. Ella nada más tomar los pergaminos, los miró con el ceño fruncido,
tratando de entender lo había dibujado.
—Es un proyecto en el que ya llevo
trabajando más tiempo del que me gustaría reconocer. Dicho de un modo resumido,
este tubo, de alguna manera lleva el agua desde un punto, hasta un punto
elevado— Explicó Razvan.
—¿Y supuestamente cómo funciona?—
Preguntó Jita mientras giraba el pergamino, tratando de ver verlo bajo otro
punto de vista.
Razvan agarró los pergaminos y los
volteó en la dirección correcta y con su mano a modo de guía explicó el
proceso.
—El agua entra por la parte más
ancha. Sigue la dirección a través del tubo y sube por ambas ramificaciones. La
parte central es por donde el agua fluye, se le puede conectar una tubería y el
agua sube—
—¿Esta cosa para qué sirve?— Preguntó
Jita señalando la cámara de contención de aire comprimido.
—No lo sé, supuestamente para
almacenar agua— Dijo Razvan —Y este contrapeso creo que es para aflojar la
presión de agua—
—¿El mecanismo incluye algún sistema
de magia?—
—Ninguno, es un invento basado en
artes lógicas puras— Dijo Razvan.
—Interesante…—
—Por desgracia, he sido incapaz de
ponerlo en funcionamiento. El agua sube hasta un palmo y tan pronto como llega
a su límite simplemente se estanca y de ella solo emergen gotas, el resto se
queda en la tubería, no hay forma de extraer la presión. La llave, por mucho
que se apriete, no genera presión, simplemente se desborda por la entrada y no
se qué hacer, por eso he acudido aquí en busca de sabiduría— Confesó Razvan.
—A mi me parece que esto es una
especie de sifón— Dedujo Jita.
—¿Un sifón?— Preguntó Razvan.
Agarró una rama y dibujó sobre un
suelo de arena un rectángulo con dos aberturas.
—Es un sistema donde el agua se
conecta en un recipiente y fluye moviéndose de un punto a otro—
Razvan miró el diseño y lo comparó
con el de Manis y negó con la cabeza.
—No, es un sistema diferente. Un
sifón requiere ser tan grande como la altura hasta donde quieres llevar el
agua. Esto permanece dentro del río y empuja el agua hasta arriba—
Jita dejó su dibujo y volvió a
arrugar su frente.
—Lo que me cuentas parece ser obra de
magia. Algo así no podría funcionar. El agua no fluye hacia arriba y tal como
me contaste ya debiste haberte dado cuenta de lo obvio—
Razvan se sintió decepcionado, pero
él sabía que era posible.
—Funciona, lo he visto. Solo que no
puedo replicarlo. Esto existe— Dijo mostrando de nuevo el boceto.
—Así que alguien lo inventó ¿O oíste
hablar de ello?— Preguntó Jita con un entusiasmo apagado, comenzando a barajar
en su mente que al clérigo intentaron estafarle.
—Lo vi con mis propios ojos y conocí
a su inventor en persona. Mis ojos contemplaron como podía mover gran cantidad
de agua hasta hacer funcionar un molino de agua en tierra seca descargando una
gran presión—
—¿Y por qué no conectar el molino de
agua al río?— Preguntó Jita sin entenderlo.
—Qué más da para qué lo usó, yo lo
necesito en mi propio proyecto—
—Si lo conociste ¿Cómo es que no te
dijo el secreto de su funcionamiento?—
Ante aquella pregunta Razvan guardó
silencio. Mirando en retrospectiva, le avergonzaba contar que a pesar de los
intentos de Manis por explicarle el funcionamiento de la bomba de agua, no
entendió nada.
—Digamos que… cada uno hablaba en su
propio idioma— Dijo Razvan.
Jita estaba totalmente convencida de
que Razvan estaba siendo estafado.
—Sabes, hay gente, que a pesar de no
usar artes divinas, son capaces hacer cosas a priori inexplicables, para el
vulgo y los esclavos parece magia, pero en el fondo es un elaborado engaño—
Contó Jita.
Razvan entendió por donde quería ir
la mujer.
—Entonces me gustaría dejar este
proyecto en sus manos— Dijo Razvan entregándole los planos —Si hay algún
engaño, una sabia cuya especialidad son las lógicas naturales podrá
desenmascarar y por supuesto que sus esfuerzos serán debidamente recompensados—
Jita, al ver como Razvan torció su
argumento a su favor, no tuvo más opción que aceptar el reto.
Volviendo a las tierras de Velkan, Manis,
con la ayuda de su capitán terminaron de desarrollar el motor eléctrico, a la
semana siguiente de construir la batería.
—Verás capitán, tal como dije la otra
vez, la electricidad y el magnetismo siempre van de la mano. Por lo que, con un
cable de cobre enrollado, podemos crear un imán alimentado por electricidad o electromagnético,
sin necesidad de metales neodimio. A esto lo vamos a llamar: bobina—
Conectó dos cables a los extremos de
la bobina y colocó una barra de metal en su interior.
Al encender el interruptor, la barra
de hierro se deslizó rápidamente por el interior de la bobina por sí sola. Algo
que había impresionado hasta al sabio más experimentado, pero para el capitán
ya solo le causaba una ligera impresión.
—Ahora, si conectamos a esta barra a
un cigüeñal, unido a un eje y en el otro extremo ponemos otro cigüeñal, con su
correspondiente bobina y conectamos la corriente, la rueda central empezará a
girar. La barra, ahora funciona a modo de émbolo, la corriente la empuja hacia
dentro, moviendo su contraparte hacia fuera, pero la misma corriente la fuerza
a meterse dentro, de nuevo repitiendo el ciclo infinitamente, hasta que la
corriente se corte—
El capitán miró seriamente el
hipnótico baile mecánico, hasta que Manis lo desactivó.
—Esto es lo que llamamos motor. Es el
mismo principio que utiliza el molino de agua, solo que, en vez de agua, usamos
electricidad— Explicó Manis.
Sacó la bobina, la depositó sobre la
mesa y roció sobre ella polvo metálico. Al conectarla de nuevo a la corriente,
el polvo empezó a moverse, dejando un dibujo de surcos ovalados.
—Estas líneas que ves es lo que
llamamos magnetismo. La bobina hace circular los electrones y estos forman el
magnetismo. Entonces podemos decir, que, si una bobina está conectada, es un
imán ¿Qué diferencia hay entre un imán de neodimio y esto? Que el de neodimio
es permanente, mientras que la bobina no y al no serlo es más controlable. Sin
embargo, hay otro detalle que tienes que tener en cuenta—
Agarró otro cable de cobre y lo
enrolló en forma de aro. Al conectarlo a la corriente e introducir la barra de
metal, esta empezó a cambiar de color hasta volverse amarilla brillante, pero
solo la parte que pasaba el aro—
—Dije que la electricidad y el
magnetismo van de la mano y su unión produce calor, a mayor corriente, más
calienta, pero concentrada siempre en el interior de la bobina. Esto
perfectamente podría ser un horno por inducción. Se calienta más que le horno
que tenemos y al apagarlo, deja de generar calor y se enfría con mayor rapidez.
Esto será la base para nuestro calefactor—
Apagó y agarró dos pequeños marcos de
cristal, en cuyo interior había un papel blanco con escalas dibujadas y una
aguja en el centro. En la parte trasera había dos conectores, que recordaban a
un enchufe moderno.
—Recuerda, tenemos voltímetro y
amperímetro. Ambos funcionan con una bobina y como dije que, al poder controlar
la activación de un imán, logramos medir la electricidad. Se los llama también
galvanómetros. Al circular una corriente eléctrica, se mueve esta aguja que
está conectada a una pequeña bobina y dependiendo de la corriente, la moverá a
un lado y al otro. Si lo piensas, el galvanómetro, es un motor eléctrico
limitado. Haciendo el símil con nuestro molino hidráulico, el amperímetro es un
medidor de caudal, cantidad de agua y el voltímetro mide la presión, pero en
vez de agua, manejamos electricidad—
Con las herramientas de medición
explicadas y listas, comenzaron a fabricar los calefactores para pasar el
invierno.
Primero crearon los múltiples de admisión,
que eran bocas redondas, por donde pasaría el líquido. Una vez hicieron varios,
pasaron a la segunda fase: hacer los tubos. Estos eran de aluminio y acero y
fueron soldados a los múltiples de admisión, dos por cada múltiple, creando así
un módulo de radiador.
Metieron los módulos en un tanque de
agua e inyectaron aire a presión, para ver si tenía fugas. En cuyo caso
reforzaban la soldadura y repetían el proceso hasta asegurarse de que los
módulos fuesen completamente herméticos.
Una vez listos los módulos, se
soldaron uno sobre otro, consiguiendo poco a poco la forma de un radiador
tradicional. Se unieron en total quince módulos. Finalmente se introdujo el
radiador de nuevo en el tanque para comprobar si no había fugas.
Listo cuerpo, construyeron una bobina
de inducción con un tubo que iba a dentro del radiador. Esta bobina iba
conectada a un cuadro de interruptores unidos a un transformador.
El transformador eran una serie de
pequeñas bobinas que reducían la intensidad de la corriente.
Se montó el radiaron usando aceite en
vez de agua, debido a sus ventajas; se calentaba más, logrando una temperatura mayor
y distribución del calor; protegía el metal en vez de carcomerlo con el tiempo.
Este era controlado por un inyector solenoide que controlaba la presión para
que radiador no estallase.
Al conectar la batería, encendieron
el interruptor y ajustaron la intensidad con una rueda. Una diminuta bombilla
hecha con una piedra de luz indicaba si el dispositivo estaba encendido o
apagado.
Tras un rato, el radiador empezó a
calentarse y con él la habitación.
Finalizaron el proyecto añadiéndole
ruedas a la base y una carcasa frontal para proteger la batería.
Esa noche ya pudieron prescindir del
calefactor que funcionaba con piedras de fuego y esta sería reciclada para un
futuro proyecto.
Al día siguiente, construyeron otros
tres radiadores y los dejaron en lugares concretos de la casa, como las
habitaciones, la cocina y el taller.
Con el paso de los días, las horas de
luz empezaron reducirse y con la caída de los copos de nieve, salieron a
recoger cristales de luz, los cuales fueron usados a modo de alógenos para
iluminar toda la casa, empezando por el taller, los baños y finalmente las
habitaciones. Sin embargo, no hubo suficientes cristales para toda la casa,
obligando a Manis a reinventar la bombilla. Esto hizo que algunas habitaciones
brillasen con luz blanca y otras con una luz amarillenta.
Ahora tenían luz, calefacción y
comida, comodidades que solo disponible al alcance de las grandes casas
nobiliarias. Pero a diferencia de estos últimos, no había tiempo de relajarse,
Manis estaba demasiado motivado. La electricidad hizo que su casa saltara
directamente a mediados del siglo diecinueve, pero todavía quería avanzar más.
Solucionar todos los eventuales problemas que surgían con el cambio de estación,
le abstuvo de construir su motor eléctrico.
—En resumen, los motores eléctricos
se dividen en dos tipos: radiales y axiales. Se diferencian en el flujo del
magnetismo. Aunque los dos motores pueden girar en el mismo sentido, su
magnetismo no. En el motor radial el flujo electromagnético es perpendicular a
su rotación, va desde delante hacia atrás, mientras, el motor gira a un lado.
El flujo en el motor axial va en el mismo sentido que rotación. Los motores
radiales tienen forma de barriles, son grandes y pesados. Los axiles se parecen
más a una rueda y son más pequeños y compactos. También existen los motores
raxiales, pero ese híbrido tiene lo peor de ambos motores. Nosotros somos
firmes defensores del flujo axial— Dijo Manis con determinación.
El capitán no tenía ni idea de lo que
Manis estaba diciendo, pero igualmente imitó su entusiasmo.
—Bien, habiendo aclarado nuestra
postura, es hora de hacer nuestro motor. Las corrientes se dividen en corriente
continua, que es cuando enciendes una bombilla a una batería, la electricidad
circula tranquilamente y la alterna—
Agarró un galvanómetro y un imán.
Conectó los cables a una bobina y pasó el imán de un lado a otro, haciendo que
la aguja oscilase como un péndulo.
—Ves, la aguja alterna entre el los
números negativos y positivos. Por lo tanto, los motores pueden ser tanto:
alternos, como continuos ¿Entiendes? Empezaremos a hacer motores de corriente
continua, mecanizaremos todas las herramientas del taller y luego, ya veremos—
Durante los siguientes días y
semanas, trabajaron incasablemente fabricando pequeños y medianos motores
eléctricos. Estos estaban hechos sobre un eje de metal, sobre el cual añadieron
un rotor, compuesto de discos laminados con un alambre de cobre enrollado,
formando la bobina. Los extremos de las bobinas, estaban conectadas a un
conmutador, un anillo segmentado en placas y unido alrededor del eje. Alrededor
del motor había imanes permanentes que servían para polarizar la corriente.
Todo se incorporaba a una carcasa redonda, con disipadores de calor.
Con los motores listos, mecanizaron
algunas herramientas.
Uniendo un motor a un disco, crearon
las sierras eléctricas.
Otro motor fue unido sobre un banco,
con un eje de rotación horizontal y mediante el control de manivelas de ajuste,
unidas a una torrera de soporte, obteniendo un torno muy simple.
Uniendo una taladradora sobre una
plataforma movible mediante manivelas, crearon una fresadora manual.
Añadiendo un motor a un brazo de
metal movido por una bomba a presión hidráulica, consiguieron una pequeña grúa mecanizada.
Los días pasaban pacíficamente, algo
que no pasó desapercibido para el propio Manis. No era frecuente tanta tranquilidad.
Anteriormente no faltaban las visitas ocasionales de aventureros, cazadores de
recompensas o muchedumbre en busca de su cabeza, pero ahora parecía que el
mundo se olvidó de ellos. Atinó al hecho de que Razvan estaba empezando a hacer
bien su trabajo. Pero algo dentro de él insistía en que solo era la calma que
precedía a la tempestad. Y tal como vaticinó, ocurrió una tempestad. Sin
embargo, esta fue una tempestad real, con vientos huracanados, lluvias y granizo.
El clima le había tomado por sorpresa,
causando algunos daños al tejado de la casa y haciendo caer varios árboles
sobre la cerca de su granja.
Los cerdos no fueron dañados debido a
la solidez de su refugio, pero tampoco escaparon, puesto que los propios
árboles obstaculizaron la salida.
Cuando Manis vio el desastre,
inmediatamente levantó una valla interior para evitar que los cerdos huyeran.
Los árboles que cayeron no eran
pequeños pinos o castaños de tronco ancho, sino árboles viejos, de cuarenta
metros con una gran anchura. Dos cayeron sobre la vaya, uno cayó a la piscina y
por los alrededores había otros tres tirados. Solo dos o tres eran árboles
vivos, los cuales cayeron por le peso de los más grandes. Observando sus raíces
cortas y podridas, se veía que estos ya estaban muertos, pero no estaban secos
del todo.
Manis resopló mientras se rascaba la
cabeza.
Inicialmente pensó en cortarlos con
una motosierra de espada larga, pero la anchura y la longitud dificultaban el
traslado. Y lo pero de todo era que había muchos. Ir pedazo a pedazo tomaría
mucho tiempo. Podía usar sus cables y con un golpe sónico partirlos en dos y
aun seguirían siendo lo bastante pesados como para manejarlos.
—Un problema detrás de otro. Debí
talar algunos árboles y dejar espacio, pero en su momento pensé que un bosque
tan frondoso serviría para ocultar la granja. Porque no quería que viniesen a
llorar, quejándose los de siempre por cada cosa que hago. Pero en fin hay que
quitar esto— Dio unas palmadas a la corteza robusta —Los apilaremos en un lugar
apartado por si intentan quemarme la casa, pero la pregunta es cómo movemos
esto—
El capitán se transformó e intentó
levantar uno de los árboles enrollando sus tentáculos en las ramas y jalando de
ellas. Al principio movió un poco el árbol, pero enseguida Manis le detuvo.
—Para, te vas a hacer daño. Lo único
que faltaba ahora sería que te lesionaras. Hay otra forma de mover esto, una
mejor y con menos esfuerzo. Usaremos el motor eléctrico. Vamos a construir un
pequeño tractor—
Regresaron al taller, en donde
planificaron el vehículo que sacaría de aquella situación.
Empezaron montando un motor axial con
el tamaño de una rueda. Una vez terminado, hicieron otro por temor de quedar
escasos de potencia. Sin embargo, estos no eran motores de corriente continua,
sino de corriente alterna.
Montaron la estructura del chasis,
robusta y resistente, con placas soldadas unas sobre otras.
Fabricaron los engranajes de los
diferenciales, unidos a cuatro ruedas dentadas, dos delante y dos detrás,
alimentadas por cada motor que actuaba de manera independiente pero
sincronizada.
Desde la batería, tan grande como una
caja de zapatos, salían gruesos cables que se conectaban a un alternador. Un
alternador, no era otra cosa que una dinamo que generaba una corriente alterna.
Esta corriente podía ser generada, tanto por fuerza mecánica, como eléctrica,
como era en este caso.
La parte frontal del tractor estaba
hecha siguiendo el método modular, pues pensando a futuro, este vehículo no
solo serviría como remolcadora, sino que podría tener diferentes usos.
Siguiendo esa corriente de pensamiento, se le agregó una torreta con una tapa,
en el lugar donde debía estar una cabina.
Se colocó sistema de cabrestante hidráulico,
unido a la parte frontal del vehículo, conectado a los motores. Este sistema
permitía la incorporación de varias cadenas para dividir el esfuerzo del
trabajo. Barras de suspensión extensibles
Con un sistema de palancas
provisional se comprobó la funcionabilidad de todos los componentes. Fueron
necesarios muchos ajustes para que el tractor rindiese de forma óptima. Esto
fue lo que le tomó más días de los que tardó en montar el chasis y los motores
juntos.
El penúltimo paso fue crear el
sistema de movilidad.
Tras comprar nuevas vasijas llenas de
metal mágico, quiso probar algo, usando los restos del metal que le quedaban.
Junto con su capitán hicieron un
encofrado usando tres largos tablones. Sellaron las juntas con resina líquida y
vertieron el metal líquido hasta llenar la caja. Tras eso Manis introdujo su
mano en el interior del metal.
En el interior del encofrado empezó a
aparecer pequeños cristales de metal, los cuales fueron uniéndose a lo largo
formando una pieza sólida de metal de alta entropía. Manis formó el acero de
bajo carbono para hacerlo resistente. Aderezó el metal con aleaciones de cromo,
níquel, para que no se oxide y soporte altas temperaturas, y manganeso para que
aguante bien los impactos y la abrasión y no sea magnético. Bien pudo usar esa
copia del vibranium o el adamantium, metales que encajarían mejor en el mundo
de fantasía en el que vivía. Pero para él, eran metales de uso estratégico, por
lo que su uso debía ser en la medida de lo posible limitado, pero sobre todo
que no cayese en manos que puedan usarlo en su contra.
Una vez obtenida la barra, con una
tiza de caliza y una cinta métrica, dibujaron la forma en que debía ser
cortado. Después de haber hechos los cálculos necesarios todo tipo de mediciones,
cortaron la barra en secciones usando sierras radiales. Repitieron el proceso
con otra barra para conseguir suficientes módulos, estos fueron taladrados
individualmente con la fresadora, para luego volver a ser conectados mediante
una barra de metal, formando así un tren de rodaje.
Solo faltaba crear las ruedas, unos
discos de metal simples, los cuales fueron taladrados con la fresadora para
poder encajar en los bujes de la transmisión. Para que encajen sobre el tren de
rodaje, se les amoló una ranura en el lateral usando el torno.
El capitán le llamó la atención de
por qué se empeñaba en usar estas herramientas, en vez de sacar la pieza del
metal como lo hacía con anterioridad.
—Sé que te parece más tedioso este
método y a primera vista suele parecer más lento, pero te aseguro que todavía
estaría sacando eslabones de la cadena, soportando el estrés y la ansiedad
mientras formaba la pieza. Es mucho más fácil medir y calcular, porque te da un
margen de error. Ese metal funciona de manera, que tienes que tener muy claro
lo que vas a sacar. Un agujero de más o una ranura mal formada debido a una
momentánea falta de concentración, es tirar la pieza a la basura y empezar otra
vez. Pero descuida, ya estamos acabando. Solo falta montarlo todo y hacer el
cuadro de mandos—
Con ayuda de la grúa, conectaron la
cadena sobre la rueda de transmisión, esta era una rueda dentada que movió
lentamente la cadena a través de los rodillos, hasta llegar al último eslabón,
el cual fue unido al primero cerrando la cadena. Repitieron este proceso,
completando el sistema de movimiento. Para proteger la cadena, la cubrieron con
una placa lisa.
Finalmente crearon un mando de
control remoto unido mediante un largo cable al sistema eléctrico del vehículo.
Con este podían dar órdenes y mover el tractor o sus módulos incorporados, los
cuales eran independientes, pero podían trabajar en conjunto.
Manis miró el proyecto terminado. En
su cabeza tenía toda la intención de crear un tanque. El resultado era más
parecido a una tanqueta militar modificada, pero estaba satisfecho con el
resultado.
—Lo que sé hacer, lo hago rápido. Lo
que no sé hacer, lo investigo, tardo un tiempo, pero cuando lo consigo, lo
replico rápido. No trates de aprender en un día, lo que otros tardan meses o incluso
años. Tómate tu tiempo y trata de asentar los conocimientos uno a uno y luego
hazlo a tu ritmo—
Con la ayuda del tractor, usado a
modo de remolque, sacó los gigantescos troncos sin ningún problema. Los troncos
se reunieron en un claro del bosque, los suficientemente lejos de la base y de
la granja. El motivo de ello eran los propios aldeanos de los pueblos
circundantes, pues si ellos intentaban atacarle con fuego, la lejanía les
dificultaría la tarea.
Manis estaba contento con el
desempeño del tractor, el cual funcionaba no solo como remolque, sino como
grúa, al incorporar a su torreta móvil, un brazo extensible con cadenas y
correas de acero tranzado para levantar pesadas cargas.
Levantaron de nuevo la valla, talaron
los árboles que consideraban más peligrosos. Las hojas de los mismos fueron
usadas para alimentar a los peces y tras ser hervidas, fueron devoradas
vorazmente por los cerdos.
Con la granja asegurada, regresaron a
su casa para pasar el invierno. Sin embargo, los problemas no cesaban, pues el
frío ese invierno fue con diferencia más gélido que los otros años, hasta el
punto en que el río, si bien no se congeló, en él se formaron cristales de
hielo. Estos cristales obstruyeron el funcionamiento del ariete de agua,
parando a su vez el funcionamiento de la rueda hidráulica, junto con todas las
herramientas acopladas a ella. Sin embargo, no fue una total catástrofe debido
a la migración paulatina hacia los aparatos que funcionaban con electricidad.
—Nos hemos quedado sin lavadora, y
por supuesto no voy a lavar la ropa a mano, pero ¿Y si te dijera que nuestro
motor eléctrico puede lograr lavar ropa? Vamos a crear una nueva lavadora, pero
que además, funcionará como secadora y si encima nos deja la ropa doblada y
planchada ¿Para qué queremos a las mujeres?... En fin, manos a la obra—
El capitán mantuvo su mirada de
inexpresividad, mientras Manis explicaba emocionado, como visualizaba su
electrodoméstico.
Construir una lavadora no era difícil,
pues consistía en un tambor, un motor que lo hacía girar y una toma de agua,
tanto entrante como saliente.
Empezó haciendo el tambor, el cual
consistía en una plancha de acero cromado. Trazó con una tiza una perfecta
cuadrícula y, con un taladro empezó a hacer agujeros sistemáticamente, hasta
que tuvo que apartar la mirada un momento porque casi le provocó tripofobia.
Con la ayuda de una curvadora, le dio
forma cilíndrica a la plancha rematándolo con una soldadura. Finalmente curvó
los bordes dándole un aspecto más cerrado.
Creó una cruceta y una tapa
igualmente agujereada las cuales fueron unidas al cilindro.
Una vez listo, el siguiente paso fue
crear un cilindro de mayor anchura. Este tenía en su interior resistencias que
funcionaban a modo de calentador. En su base había una abertura que funcionaba
tanto como toma de agua, tanto de entrada como de salida.
Insertando un cilindro dentro de
otro, se consiguió el tambor de lavadora. Sin embargo, todavía no estaba listo,
la parte más difícil, fue equilibrar el giro. Para ello lo colocaron sobre un
eje rotatorio y con una aguja unida a un barómetro, controlaron las posibles
desviaciones, añadiendo peso donde necesitaba y lijando material donde sobraba.
Fue un proceso lento y tedioso que llevó un par de días.
Usando una piedra de agua, crearon
una bomba, al cual estaba unida a una toma de corriente. Conectaron la bomba al
tambor y volvieron a comprobar el giro del tambor.
Equilibrar el tambor era crucial para
evitar que la lavadora cobrase vida propia y se escapase vibrando mientras se
hacía el lavado, robando la ropa en el proceso.
Conectó la bomba de agua al tambor y
este a su vez se unía al motor eléctrico mediante una correa. Con ello finalizó
el sistema móvil del electrodoméstico.
Construyó la caja de mandos, un
programador desde la cual podía encender y programar el manejo de la lavadora. El
programador, era una simple caja que funcionaba con un diminuto motor que hacía
girar un engranaje conectado en serie a unos rodillos con levas. Sobre los
rodillos había una segunda caja independiente con pines llamados: contactos.
Los contactos, colocados sobre los
rodillos imitaba el sistema de funcionamiento de la harmónica dentro de una
caja de música: Los rodillos servían para activar unos contactos cerrando el
circuito eléctrico mediante la presión y estos activaban tanto el agua, como la
distribución de jabón y ponía en marcha la rotación del tambor. Así como
también controlaban los tiempos de cada fase. Era como el director de una
orquesta.
Finalmente montó todo el conjunto
sobre una caja de aluminio y tras muchas pruebas, dio por finalizado el
proyecto.
Llevó la lavadora hasta sala contigua
del baño. Este electrodoméstico no necesitaba estar enchufado, pero sí
necesitaba descargar el agua sucia, lo que obligó a Manis a hacer una pequeña
reforma, conectando una manguera directamente al canal de desagüe subterráneo.
—Bonita, verdad. A diferencia de la
otra lavadora, esta no se mueve por la presión del agua, sino por la
electricidad, por lo que el tambor empieza a girar antes de que se llene el
agua y mientras esta se llena cae el jabón del cajetín— Señaló el compartimento
del panel de mando —O podemos cortar el jabón y meterlo junto con la ropa. Las resistencias
calientan el agua a varias temperaturas. El temporizador, dispone de un reloj
interno que actúa como cuenta atrás, así permite el aclarado. Luego centrifuga
al tiempo en que las resistencias vuelven a calentar el tambor y la ropa queda
escurrida y seca. Si, ya sé que esto no plancha, ni dobla, pero no se me
ocurrió nada mejor—
El capitán asintió, mientras Manis
tenía la duda si esa criatura que ahora formaba parte de su unidad, realmente
entendía lo que tenía ante sus ojos.
Aplicando la tecnología de la
lavadora, construyó un lavaplatos, sustituyendo el tambor rotatorio horizontal
por una serie de bandejas bañadas por dos regaderas, una inferior y otra
superior.
Sin quedarse ahí, construyó una
aspiradora uniendo un motor a un ventilador, el cual tenía dos modos: succión y
propulsión. Esos modos variaban intercambiando simplemente la polaridad de los
cables. Tenía planes para hacer una nevera, pero con el frío decidió posponer
el proyecto, centrándose en hacer más herramientas automatizadas para el
taller.
Con el descubrimiento de las piedras
eléctricas, Manis obtuvo muchas soluciones versátiles en un mundo donde el
esfuerzo humano eran la norma y aunque la magia facilitaba en cierta forma la
vida, no era la norma, pues al ser tan variada y en cierto modo limitada, pues
dependía de cada persona, no había un estándar.
El duro invierno pudo ser tolerado
desde la cálida comodidad de su base, mientras que las aldeas, pueblos e
incluso las ciudades luchaban contra el frío, las enfermedades y el
desabastecimiento. Era un pequeño jardín en medio de una selva.
Los días eran tranquilos. Cada día
seguían una rutina dentro de un programa de treinta días que se rehacía cada
mes. Entrenaban, trabajaban, jugaban, cocinaban, investigaban y descansaban. No
necesariamente en ese orden.
Con los debidos cuidados, la granja
empezó a crecer, los cerdos pronto dieron a luz a muchos lechones, los peces se
multiplicaban y para colmo, cuando las temperaturas se estabilizaron, llegó una
bandada de patos que se instaló en la piscifactoría. Los patos, o animales que
Manis le parecían patos, se alimentaban de peces, pero ellos también servían
como comida, practicar puntería y sus plumas rellenaron edredones que nada
tenían que envidiar a los productos escandinavos de su mundo.
La comida empezó a ser abundante y
pronto se dio cuenta que no había espacio en las neveras africanas para tanto
alimento.
Llegó el momento de crear una nevera.
—Antes de que nos pongamos a
construir ese nuevo invento, tengo, no, debo aclararte tres conceptos
fundamentales, que son: Temperatura, calor y energía. Son conceptos muy
sencillos de entender, la energía es capacidad de realizar un trabajo, piensa
en un motor que mueve todo lo que imaginas, eso es energía; el calor es el
flujo de energía, y la temperatura es la cantidad de energía, en este caso
sería presión, a menor presión, menor temperatura. Energía es motor; Calor es
flujo; Temperatura es cantidad ¿Lo entiendes?—
El capitán asintió, por lo que Manis continuó.
—Si colocamos un cuerpo caliente al
lado de uno frío, la temperatura siempre va a ir del cuerpo caliente al frío, a
no ser que alguien use una magia que invierta las cosas, pero eso no es otra
historia. Lo importante es: Si tenemos calor en la base y abrimos la puerta, el
calor se va y el frío llega, porque calor va hacia frío ¿Cómo entonces volvemos
a meter calor a dentro de la casa?—
El capitán señaló el radiador, a lo
que Manis se negó.
—No, el radiador «genera», no «mueve»
lo que buscamos es que mueva ¿Cómo movemos la energía del aire para meterla
dentro de casa? Pues con una bomba de calor. El refrigerador, llámalo
frigorífico, llámalo nevera, es en realidad una bomba de calor, porque lo que
hace realmente es extraer la energía que hay dentro y la echa hacia fuera ¿Y
logramos tal hazaña? Usando un compresor que es el eje principal que hará toda
la magia—
El compresor, que era básicamente un
motor que movía un aceite refrigerante.
Empezó elaborando los diseños sobre
una hoja de papel, calculando las medidas y la presión que podría generar, lo
que le llevó varios días.
Al tener la idea fija, sacó del metal
líquido, un molde tosco que con las herramientas del taller dio forma.
El compresor funcionaba con un
cigüeñal acoplado a una leva que oscila moviendo un pistón, como si de la rueda
de un coche se tratase, pero su función, en vez de mover una rueda sería
comprimir líquido. Al pistón se conectaba una válvula de extracción unos tubos
de cobre que conducirían el aceite hasta un depósito conocido como: trampa para
aceite que servían para controlar la inducción de aceite, el cual servía
también para lubricar el mecanismo. Unos muelles evitaban que el motor haga
ruido.
Un motor eléctrico, sería el
encargado de mover el cigüeñal e iba acoplado debajo del sistema.
El sistema se introdujo en un
depósito herméticamente sellado, el cual al enchufarse empezó a expulsar aire,
mostrando que el pistón funcionaba.
El siguiente paso era crear el
circuito y para ello se necesitaban muchos metros de tubo.
El sistema de tuberías se dividía en dos
partes: evaporador y radiador. El evaporador absorbía el calor y el radiador
expulsaba el calor. A mayor cantidad de tubos evaporadores, mayor sería el frío
generado y mayor cantidad de radiadores mayor calor liberado.
El truco para enfriar los tubos de
evaporación, eran las válvulas de expansión, que no eran otra cosa, sino tubos
finos conectados a un tubo más ancho. Cuando el aceite pasaba de un tubo a
otro, se descomprimía bajando su presión y al bajar la presión, bajaba la
temperatura.
Cuando el refrigerante se movía por
los tubos a baja temperatura y captaba la energía de la nevera, se evapora
convirtiéndose en gas. El gas se llegaba al compresor, donde seguía
comprimiéndose generando calor y ese gas era conducido al radiador, cuya
función era disipar ese calor. A enfriarse el gas, se convertía de nuevo en
aceite.
El cable final del radiador, no se
introducía en el compresor, sino a la salida del evaporador, cerrando el
circuito.
Una vez terminado el sistema, lo
acomodó en el interior de un compartimento con dos puertas que se abrían en
forma de espejo.
Obviamente la nevera fue instalada en
la cocina.
Al terminar de construir la nevera,
vieron que aquello tomó bastante tiempo, tanto que la temporada de las
tormentas había terminado, pero con el frío persistente, los lodazales se
congelaron, permitiendo de nuevo el tránsito.
Una mañana Manis salió a la calle
después de almorzar, las frescas corrientes de aire fluían en una dirección moviendo
las ramas secas de los árboles y los arbustos.
En ese momento Manis tomó consciencia
de lo relajado que estaba y al pensar en los últimos meses se dio cuenta de que
su vida cobró una paz nunca antes vista, tanta que aplazó muchas ideas que
antaño le parecían imprescindibles, pero ahora era poco relevantes.
Dio por sentado que Razvan se tomó en
serio con su labor y por ello no se topó con nadie más excepto su capitán.
Al seguir la corriente del aire, se
preguntó en qué dirección iba y entonces se dio cuenta de que aún no había
creado la brújula. El motivo era obvio, ya no salía de caza y no había misión
alguna. Los bosques cercanos eran como el patio de su casa y con la granja, no
había por qué aventurarse.
Todavía tenía presente que este no
era su mundo. Su mundo era otro, sin magia mística, ni criaturas y razas
inventadas. Los mayores problemas los generaban y los solucionaban los propios
humanos.
Era consciente de que el peligro
asechaba y su mayor arma era su impredecibilidad, bajar la guardia como ahora
podría salirle caro. Debía encontrar al doctor Anneryth y eso no era discutible
ni aplazable. No había tiempo que perder, la vida es una carrera a contrarreloj
hacia un destino sombrío.
Regresó a su taller, en donde formó
una carcasa plegable con una cápsula cilíndrica y una regla en el lateral,
usando metal mágico.
Moldeó dos lentes de cristal
templado, uno grande que encajaba en la capsula cilíndrica y otro de menor
tamaño.
Agarró una hoja de papel y con la
ayuda de un compás, hizo dos circunferencias, en las cuales trazó los grados
empezando desde el cero, hasta el trescientos cincuenta, completando el
círculo. El norte empezaba en el número cero, el este era el noventa, el sur
ciento ochenta y el oeste el doscientos setenta.
Traspuso los grados a una lámina de
aluminio, creando pequeños surcos, los cuales fueron rellenados con pintura
luminiscente. Haciendo especial énfasis en los colores rojo para el norte y
azul para el sur. Hizo un segundo trazado para un anillo de rotación conocido
como: limbo.
Introdujo la lámina en el fondo del
recipiente, sobre ella fijó una aguja de sugestión, la cual serviría de baje
para sostener una aguja magnetizada bicolor, rojo y blanco.
Rellenó con agua, eliminando todas
las burbujas de aire.
Usando la goma extraída del caucho,
selló el recipiente, evitando que saliese el agua.
Añadió una mira trasera, unida a la
carcasa, sobre la cual estaba la segunda lente de aumento.
Comprobó que el mecanismo se plegaba
y desplegaba satisfactoriamente, para luego salir de nuevo a la calle, mapa en
mano, seguido por su capitán, quien no le quitaba el ojo de encima al igual que
el carcayú.
Manis orientó los mapas, tomando una
lejana cordillera como referencia y verificó con la brújula su orientación.
—Tal como pensaba, los mapas están
mal orientados. Se desvían algunos grados de la orientación marcada, por eso
siempre acababa perdiéndome— Dedujo Manis.
Enseño el nuevo invento a sus
subordinados.
—Esto es una brújula. Siempre indica
al norte. Con esto podemos orientarnos con precisión y podemos ir a donde
queramos. Luego te enseñaré como usarlo, pero antes necesitamos un vehículo y
por suerte tenemos un motor con una buena batería—
Llegó la hora de actualizar las
bicicletas para convertirlas en motocicletas. Pero tras pensarlo mejor, decidió
hacer una motocicleta desde cero porque no quería renunciar a la bicicleta.
Manis tenía en mente una motocicleta
BMW de doble propósito, pues ella integraba un cardán en su diseño, en
sustitución de la clásica cadena, así se quitaba el quebradero de cabeza que
era el mantenimiento, pero a medida de iba haciendo los planos, se daba cuenta
que los deseños no encajaban. El cuerpo de una motocicleta estaba diseñado para
sostener un motor de combustión, junto con el depósito de gasolina, en cambio
el motor de una moto eléctrica perfectamente podía estar integrado en alguna de
las ruedas, por lo que el diseño final siempre parecía una bicicleta eléctrica
en vez de una moto. Su bicicleta tenía más aspecto de moto que la que estaba
visualizando.
Podía construir electrodomésticos,
armas y edificios, pero cuando llegaba la hora de inventar algo, Manis se
estancaba y más tarde entendió que lo que hacia era recrear, en vez de crear.
Tener un proyecto limitado, con partes que se pueden adaptar era mucho más
sencillo de hacer que algo totalmente desde cero. La moto que él tenía en mente no existía, así
como sus planos y sus piezas, por lo que llevó bastante tiempo planificar algo,
solo para descartarlo posteriormente. La variedad de diseños y formas,
dificultaba una elección concreta, así pasaron las semanas hasta que le llegó la
inspiración, mientras encajaba las piezas sobre un plano.
Mantuvo el motor integrado en la
rueda, pues la forma cilíndrica del motor axial encajaba en la rueda. El
estator se mantenía fijo y el rotor movía la rueda, sin necesidad de
transmisión, así aumentaba la eficiencia, pero renunciaba a su cardán. El
estator estaba integrado en un buje, el cual sería movido por el rotor. Este
diseño era habitual en las bicicletas eléctricas, pero en su caso duplicó el
grosor de la llanta para un mayor agarre y estabilidad.
Reintrodujo el sistema de transmisión
delantera para no renunciar a la doble tracción.
El siguiente paso era crear el chasis
de la moto.
La batería, el controlador y
alternador, pues el motor funcionaba con corriente alterna, estaban ubicados en
un compartimento rectangular ubicado en la parte inferior del vehículo, pues
así aseguraba un centro de gravedad bajo. Cuanto menor era el centro de
gravedad, más difícil sería volcar y más fácil se tomarían las curvas.
El diseño premontado dejaba mucho que
desear, por lo que ajustó el diseño del chasis, dándole forma de U, en cuyo
centro se pudiese agregar un depósito que servía como maletero, así el vehículo
tenía más apariencia de motocicleta y además de ser más práctica.
Aprovechó los tubos huecos para
distribuir el cableado de una manera más ordenada,
Para medir la velocidad, precisaba un
velocímetro, el cual se componía de una fina barra, conectada a un tornillo sin
fin, a su vez se conectaba a un cable.
El cable finalizaba en un imán, sobre
el cual se colocaba una campana.
El propósito del imán era inducir un
campo magnético para inducir una corriente eléctrica en el interior de la
campana, la cual desarrolla su propio campo magnético. Los campos conectan y se
atraen.
A mayor velocidad generada por la
rueda, más rápido giraría el imán y a su vez la campaña. Solo faltaba conectar
una aguja a la campana para que sobre un papel se moviese de un lado a otro,
señalando sobre un papel los kilómetros que podía alcanzar, que iban desde el
cero, hasta el trescientos.
Manis no se quedó ahí, añadió al imán
una serie de engranajes que movían una rueda compuesta de engranajes numerados,
estos servirían para indicar los kilómetros recorridos.
Al comprobar el velocímetro, se dio
cuenta de que la aguja subía, pero no bajaba, aunque la rueda haya dejado de
girar. Se quedaba en el último número alcanzado, lo cual suponía un problema,
pero de fácil solución, pues solo hubo que agregar un muelle en espiral entre
la campana y la aguja, encargado de retornar al número cero cuando la campana
dejaba de girar.
El sistema se completaba con una
cerradura que funcionaba a modo de interruptor, conectando el motor y
desconectándolo.
Para los faros, optó por dos carcazas
separadas, cada una con dos bombillas conectadas en paralelo, para que, si una
bombilla se fundía, la otra continuase brillando. El interior estaba cubierto
con una lámina de plata que funcionaba como espejo.
Los asientos los hizo con tela
tapizada sobre un conjunto de slimes muertos, cuyo gel actuaba como un cómodo
colchón.
Una vez tuvo listos todos los componentes
solo faltó montar la moto. Atornilló al chasis las ruedas, el asiento, los
faros, una pantalla de vidrio templado y un pico guardabarros delantero;
conectó los cables en el manillar al velocímetro, al acelerador y a la palanca
de cambio, la cual invertía el flujo de electricidad haciendo que la moto pueda
ir tanto hacia adelante como hacia atrás. Agregó un control de direcciones y
unas placas anchas pero cóncavas a modo cubremanos lo suficientemente
adelantadas para poder frenar sin rozar los dedos.
La moto parecía estar lista, pero
faltaba un detalle: los espejos.
Manis odiaba los espejos, pues estos
reflejaban una cara desconocida que él no quería ni podía aceptar y daba igual
cuanto intentase escapar o enmascarar la nueva realidad que tenía en frente de
sus ojos, no podía acostumbrarse, era literalmente ver a otra persona, como
esos fugitivos que se hacían una cirugía estética para escapar de las
autoridades.
Su casa carecía de espejos y ahora
los necesitaba.
—Ven, capitán, voy a enseñarte algo que
te gustará. Es como un truco de magia usando la química—
En una mesa al aire libre, agarró un recipiente,
el cual rellenó con agua y la puso a hervir. Colocó una campana extractora para
recoger el vapor, el cual fue guiado por un tubo de cristal hasta un matraz, en
donde llegó condensado en forma de agua desmineralizada.
En otro recipiente agarró un trozo de
plata y vertió encima ácido nítrico. El contacto con ambos elementos formó
pequeños cristales en polvo de nitrato de plata.
Vertió el nitrato de plata, junto con
amoníaco en el recipiente del agua desmineralizada y removió la mezcla hasta
que se volvió completamente transparente.
Agarró una lámina de cristal
transparente y vertió la mezcla sobre la superficie, cubriendo toda la lámina. Tras
unos minutos enjuagó el cristal revelando un acabado de espejo.
—¿Qué te parece?— Preguntó Manis
sujetando el espejo que relejaba tanto a él, como a su capitán, el cual parecía
asombrado de verse su propio reflejo reproduciendo sus movimientos.
Recortó el espejo y lo introdujo en
una carcasa rectangular. con una varilla en diagonal.
Estos espejos se atornillaron con
abrazaderas sobre el manillar, y con una pata cabra en la base inferior,
finalizando la construcción de la motocicleta eléctrica de estilo doble
propósito.
Manis admiró junto con su capitán su
nuevo vehículo, el cual llevó casi un mes de fabricación.
Se sentó sobre la misma y comprobó
que podía mantener la espalda recta, gracias a su asiento cóncavo. Introdujo la
llave y una pequeña bombilla indicaba que el encendido funcionó con éxito.
Apretó ligeramente el acelerador y la
motocicleta casi salió volando, sorprendiendo a Manis y obligándole a frenar por
instinto.
—Sí que tiene potencia— Dijo Manis
tras soltar un fuerte suspiro.
Probó una segunda vez, rotando el
acelerador con mayor suavidad haciendo que la moto saliese con menor impulso,
aun así, la aceleración fue brusca.
Condujo un par de vueltas por el
patio. Los amortiguadores funcionaban bien y sorteaba los obstáculos con
agilidad.
Salió el recinto y aceleró tanto como
pudo por un camino recto, dio una vuelta tocando el suelo con su rodilla y se fijó
que esta máquina podía acelerar de cero a cien en un par de segundos, algo muy
característico del motor eléctrico. Yendo a altas velocidades podía sentirse
rápido pero no furioso.
—Venga capitán, súbete y damos un
paseo—
El capitán obedeció y se sentó detrás
de Manis, agarrándose a los laterales del asiento. Luego se agarró al poncho de
Manis, cuando este aceleró gradualmente y a cada giro que daba, a cada bache
gordo y a cada oscilación, se apegaba más al cuerpo del chico, tanto que Manis
podía sentir como temblaba.
Subieron hasta una colina cercana,
para probar la potencia del motor en cuestas. Desde ahí se podía ver la base.
En aquel lugar decidió descansar y bajar un poco la adrenalina, tanto suya,
como la de su capitán, quien saltó del vehículo nada más se detuvieron.
Manis aprovechó el momento de que
estaban en un punto elevado para enseñarle al capitán a usar la brújula,
buscando que se olvidase de la moto, la cual fue dejada tirada en el pasto.
La brújula por sí sola no servía para
nada, siempre debía usarse en acompañamiento de un mapa.
Primero se desplegaba y se introducía
el pulgar a dentro del anillo, dejando que esta descansase sobre puño. La
brújula debía estar nivelada en horizontal para no dar un resultado inexacto.
Se orientaba el mapa haciendo
coincidir el norte dibujado con el norte magnético de la brújula.
Para triangular la posición se
elegían tres objeticos en tres direcciones distintas, con la precaución de que
estas aparezcan en el mapa. Se apuntaba la brújula al punto de referencia a
través de la ranura de la tapa y se hacía girar el limbo hasta que coincidiese
con el norte magnético.
Una vez obtenida la posición, se
colocaba la brújula completamente desplegada sobre el mapa, con la esquina de
la regla tocando el punto localizado en el mapa. Luego se giraba la brújula,
hasta que la aguja del norte magnético coincidiese con la flecha del limbo y se
trazaba una línea aprovechando la regla.
Se repetía el mismo proceso para las
ubicaciones restantes y el punto en donde las líneas se cruzaban, revelaba la
ubicación real en el mapa.
Dejó que el capitán jugase con la
brújula, mirando diferentes ubicaciones y familiarizándose con la herramienta.
Se sentó sobre el pasto y suspiró.
Pocas veces podía tomarse un momento para descansar y no hacer nada, pues
trabajar le mantenía distraído del extraño mundo en el que se encontraba, pero
algunas veces debía hacerlo ya que su cuerpo y su mente tenían sus límites.
Había gastado mucho tiempo en
construir una motocicleta. Ahora que la tenía no sabía qué hacer con ella. A
sus ojos no dejaba de ser una bicicleta motorizada sin pedales, pero mucho más
cómoda, pues no tenía que encorvarse al conducirla ni gastar energía
pedaleando.
Se sentía decepcionado. La
motocicleta no era lo que él esperaba. Para ir por una carretera asfaltada a
gran velocidad y sin coches, una moto serviría, pero en el mundo real en que
vivía, las carreteras pavimentadas no se distinguían mucho de un camino de
tierra y una moto tenía muchos problemas, aunque la potencia no era un problema,
el terreno sí lo era. Los días de lluvia, y en nevadas este vehículo se volvía
peligroso.
Podía agregarle un sidecar con un
gancho para colocar un remolque, pero eso no era lo que él quería.
Manis se desplomó sobre la hierba.
Ahora tenía un vehículo motorizado con una autonomía indefinida y una brújula, pero
no tenía a donde ir, ni siquiera una pista por dónde empezar. Pensó en todo lo
que tuvo que pasar desde que dejó esa aldea y todo lo que hizo desde entonces.
Las nubes pasaban tapando el sol en
su trayectoria.
Sintió que todo lo que hizo no sirvió
para nada y se planteó si la tecnología de su mundo realmente podría llevarle
de vuelta. Hasta ahora le ayudó a sobrevivir, pero poco más. Miró al capitán,
quien seguía intentando jugando con la brújula y con el mapa, luego miró su
revolver y se preguntó si realmente era correcto lo que estaba haciendo. Si
pudiese volver a su casa ¿Dejaría todo, lo destruiría o se lo llevaría?
Su tecnología no existía en este
mundo hasta que él apareció y probablemente por la influencia de la magia,
nunca llegarían a existir, pero las fabricó con materiales de este mundo, por
lo que, en algún momento, quizás en un futuro alguien las podría inventar. Pero
ahora que existían, se convertirían en un legado. Si pudiese volver a casa
dejando un legado ¿Alguien podría aprovecharlo para hacer lo mismo?
Observó a su alrededor con los
binoculares; las copas de los árboles se extendían hasta el horizonte; columnas
de humo de los pueblos y aldeas se elevaban como pilares; su base: una aislada
casa de ladrillo y madera rodeada por una alambrada con un foso. Viéndola desde
esa perspectiva, parecía que estaba viviendo en un campo de concentración.
Quitándose esa idea de la cabeza, se
levantó e instó a su subordinado regresar a su casa.
Lejos de ahí, en la ciudadela de
Menozberran, después de varios meses los avances de Jita eran escasos, pues la
sabia no estaba motivada para dedicarse a la investigación y Razvan empezaba a
desesperarse. El invierno terminaba, los días pasaban y su estancamiento se
mantenía.
Junto con Frobailon, apodado Frody
uno de los estudiantes de Jita que se interesó en su proyecto, buscó a otros
sabios que le ayudasen en su tarea. Sus esfuerzos fueron en vano, pero
consiguió que un herrero le fabricase un prototipo más resistente y a pesar de
todo no hubo avances, no había forma de hacer funcionar el aparato, ni usándolo
como sifón, ni a diferentes alturas y formas.
Sentados en una cantina al aire libre
en plena tarde Jita hablaba acerca de sus propias investigaciones, las cuales
también incluían la astronomía, en concreto la rotación del mundo alrededor del
sol. Frody, junto con otros estudiantes asentían a todo mientras la escuchaban
atentamente y Razvan escuchaba desinteresadamente, con la mente sobresaturada
de tanto obsesionarse con dicho invento.
Terminó de dar un sorbo a su sidra
adulterada con miel, la colocó sobre la mesa, cerca del borde. Tomó un par de
dátiles, se los llevó a la boca y escupió las semillas.
A su alrededor había gente moviéndose
sin parar. Fue entonces cuando alguien rozó sin querer el vaso de Razvan. Este
lo agarró antes de que su contenido se vertiera, buscó con su mirada llena de
indignación al responsable perdido en la muchedumbre, pero cuando tornó los
ojos de nuevo al interior del vaso, observó como el líquido del interior fluía
de un lado a otro y cada vez que lo hacía, las ondas se superponían unas a
otras, como si estuviesen empujándose.
Empujándose, esa era la palabra que
resonó en su mente.
Como si hubiese sido poseído por la
esencia de la iluminación, miró de nuevo los planos de la bomba de ariete y
entonces, bajo un nuevo prisma, finalmente entendió lo que Manis intentaba
explicarle muchos meses atrás y sonrió cuando en su mente vio el mecanismo
cobrar vida.
Su sonrisa llamó la atención de la
sabia y con ella, la de los chicos sentados a la mesa.
—¿Qué te causa tanta gracia, Razvan?
Cuando digo que el movimiento de nuestro planeta alrededor de la gran estrella,
podría viajar en un círculo deformado, hablo en serio—
—No, no es eso, es… acabo de darme
cuenta de como funciona esta cosa— Dijo entre risas mientras tocaba con los
dedos los planos que estaban sobre la mesa.
Jita se recostó en el respaldo de su
silla y soltó un suspiro. Estaba bastante harta de escuchar acerca de ese
milagroso invento que ella calificaba como una estafa, una fantasía.
—Entonces, ilústranos por favor— Le
ofreció el turno de la palabra, en un sarcasmo disfrazado de cortesía.
—Bomba de ariete— Empezó Razvan como
un orador exponiendo su visión del mundo —Bomba, puede referirse a la forma de
mover el agua, pero ariete… Ariete es la forma en la que lo mueve, ariete… la
palabra puede significar golpe. No sé de qué idioma proviene, ni su significado
real, pero puede que sea golpe y ahora todo encaja— Señaló con su dedo el
contrapeso de la bomba —Esto nunca fue una llave de presión, esto es el
mecanismo que mueve el agua. Cuando vi este invento por primera vez, mis ojos
percibieron como chorros de agua escapaban constantemente de esta parte, pero
de forma intermitente. En su momento pensé que se debía a su diseño tosco, pero
esto era lo que movía el agua, esto es un contrapeso. Funciona de la siguiente
forma, el agua lo levanta y cae por su propio peso, empujando el agua de
vuelta, de ahí que suba por el tubo—
—Pero el agua es un elemento
intangible, no tiene forma. Podemos almacenarla, pero no manipularla, pues se
escurriría— Dijo Frody repitiendo una lección impartida por la propia Jita.
—Dos olas que chocan la una contra la
otra, empujan el agua en todas las direcciones— Contestó Razvan —No empujamos
nada, ella hace todo el trabajo— Dijo refiriéndose al agua —Redirigimos el agua
taponando la salida, provocando un choque interno— Eran las palabras de Manis —El
agua choca en el interior del tubo, el excedente sale, pero el resto se reorienta,
pero como tu has dicho el agua no tiene forma, por eso que el ariete la vuelve
a golpear repitiendo el proceso hasta el infinito, o hasta que deja de fluir—
—Ahora hablamos de infinitos— Se
quejó Jita —¿Y si te equivocas? Perfectamente esto que has contado ahora puede
ser solo un delirio. Has estado obsesionado con esta… cosa y ahora dices lo
primero que te viene a la mente con esa oratoria de sabio— Jita soltó otro
suspiro reprimiéndose lo que quería decir a continuación.
—No lo estoy— Contestó Razvan —Así
fue como me lo explicó—
—¿Quién?— Preguntó Jita.
—El que inventó esto— Razvan señaló los
planos.
—El loco peligroso que no pudiste
traer contigo— La mujer se frotó la sien con sus dedos —Razvan ya es de noche,
es tarde y estás cansado. Ve a dormir un poco, despeja tu mente y mañana
volverás a ver, con ojos renovados que esto no es más que un engaño—
—Mañana voy ponerlo en práctica— Dijo
Razvan decidido levantándose, recogiendo los planos y marchándose —Con vuestro
permiso, me retiro. Una feliz noche a todos—
—Feliz noche— Le contestaron todos.
Cuando llegó a su habitación, Razvan
prendió una lamparilla de aceite y con una pluma humedecida en tinta de calamar
modificó los planos—
Es noche, finalmente el clérigo pudo
descansar con tranquilidad que desde hace semanas no era capaz de sentir.
Al día siguiente Razvan se levantó
con pereza, pues había disfrutado de la mejor noche de su vida durmiendo como
un bebé y las sábanas le pesaban, pero sus ganas de ver la máquina en
funcionamiento eran igual de intensas.
Mandó a hecer las modificaciones
necesarias y colocaron la bomba a dentro de un canal de agua. Cuando la
corriente inundó la tubería elevando el contrapeso, pero este no bajó, por lo
que aumentaron la cantidad colocando más discos de metal, pero al poner
demasiados este bajó y no volvió a levantarse. Ajustaron el peso hasta que
hacer que émbolo subiese y bajase, obteniendo un golpe seco cada vez que
bajaba.
El agua empezó a ser reconducido y la
tubería superior empezó a expulsar agua a borbotones. Sin embargo, ahora tenían
que comprobar si podía subir el agua, por lo que usaron una manguera hecha de
intestinos de dragón cuadrúpedo, recubierto con resina.
Estos intestinos tenían fama de ser gruesos
y resistentes, lo cual era inadecuado para hacer salchichas comestibles, pero
calzó perfecto como manguera, logrando elevar el agua a cinco metros y
cincuenta de distancia.
Razvan estaba por llorar de la
emoción. Sentía que por fin sus planes podían empezar a tomar forma.
—Lo reconozco, estoy sorprendida—
Confesó Jita mientras admiraba el funcionamiento de la bomba de ariete —Jamás
pensé que algo así pudiese hacerse—
—La primera vez que lo vi, estaba
igual de desconcertado, pero ahora que lo entiendo, sigo estando desconcertado
¿Cómo alguien puedo llegar a imaginar algo así? Cuesta creelo— Dijo Razvan.
—Es una espantosa locura hecha
realidad. Un invento demente creado por un demente. Hazme un favor, no vuelvas
a involucrarte en algo similar. Estos inventos podrían llevarte a la locura—
Dijo Jita.
Razvan meditó el consejo de la sabia.
Ahora que sabía la respuesta del enigma del funcionamiento de dicha máquina,
sentía satisfacción, pero a la vez que se sentía estúpido al preguntarse ¿Por
qué no se dio cuenta desde el principio? La respuesta siempre estuvo ahí, en
frente de él, no era algo tan complicado. Una parte de él deseaba afrontar un
nuevo reto para sentir de nuevo ese sentimiento de satisfacción y al recordar
el coste mental que sufrió, se lo pensó de nuevo.
Ahora disponía de la bomba de ariete,
pero pronto se dio cuenta de que esta era limitada, por lo que escribió a su
señor pidiéndole permiso para prolongar su estancia, entre las muchas cartas
que redactaba a diario, hasta lograr mejorar la bomba, lo suficiente como para
poder llevar agua hasta la cima de una montaña. Perfectamente podía volver y
pedirle ayuda a Manis, pero decidió afronta el reto por sí mismo.
De nuevo en la base, el capitán entró
al taller portando un plato con una empanada rectangular de jamón, queso y
espinacas hecha al horno, tal como Manis le enseñó.
Dentro se encontró con su comandante
mirando por encima los nuevos planos que había desarrollado a lo largo de la
semana. Este al ver la empanda, la cortó en trozos para que ambos degustaran
mientras planeaban su siguiente proyecto.
Manis colgó el plano del nuevo
vehículo sobre una pizarra hecha de corcho y expresó sus pensamientos.
—Como sabrás, la moto fue todo un
éxito y hemos aprendido mucho al construirla. Sin embargo, me he dado cuenta de
que era totalmente innecesaria… no del todo, pues la experiencia siempre es
valiosa, pero ahora la considero como un transporte para pasar el rato.
Sinceramente no iría a ninguna misión importante en ella y menos en los días de
lluvia—
Tocó el plano con dos dedos.
—Necesito… para que lo entiendas, es
algo así como una moto, pero de cuatro ruedas… un cuadriciclo, lo llamaremos
quad. Pero con ciertas modificaciones para hacerlo más adaptable al terreno
¿Qué significa eso? Significa analizar la situación en la que nos encontramos y
seleccionar los elementos que vamos a añadir a nuestro medio de transporte para
no sufrir accidentes y empezamos por la suspensión—
Señaló las ruedas.
—Vivimos en un entorno salvaje e
irregular, sin carreteras. Carreteras como yo entiendo, por superficie
completamente lisa y nivelada, como una alfombra de terciopelo Eso obviamente
no existe, pues estamos rodeados de naturaleza, terreno completamente
irregular, lleno de baches y todo tipo de obstáculos. Por lo que necesitaremos
una suspensión blanda para que absorba mejor los obstáculos. Por lo que los
muelles quedan descartados… Me gustaría probar instalarle un sistema hidroneumático,
para ver cómo se comporta—
Señaló el motor.
—En esta ocasión no fusionaremos las
ruedas con el motor. En su caso instalaremos dos motores para cada par de
ruedas, con ello tendremos tracción cuatro por cuatro. Tendrá suficiente
potencia para remolcar lo que sea que tenga que remolcar—
Miró de nuevo la pizarra y suspiró.
—Además, podríamos ponerle neumáticos
más grandes y gruesos con baja presión y no perderíamos velocidad… como sea,
esto está delicioso— Dijo terminando de comer la empanada —Construyámoslo—
Empezaron creando el chasis sencillo de
acero inoxidable, dejando un espacio interior para colocar los motores.
Trabajaron creando cinco engranajes
para montar el primer diferencial. Este consistía en un eje finalizado en un
engranaje llamado planetario. Un engranaje mucho más grande le rodeaba a modo
de corona. Al engranaje planetario se unían dos engranajes unidos llamados
satélites y un quinto planetario completaba el sistema. Este sistema de montó
en el interior de un compartimento que fue rellenado con aceite y atornillado a
presión. Repitieron el proceso para las ruedas traseras.
Los diferenciales irían conectados a
cada motor, proporcionándoles tracción constante, aunque una rueda quedase
suspendida.
La suspensión hidroneumática
consistía en un sistema de amortiguación alimentado por líquido hidráulico, en
este caso: aceite y un gas. Ambos recogidos en un recipiente conectado al eje
de transmisión de una rueda. Cuando la rueda se elevaba al toparse con un
obstáculo, el líquido rellenaba el recipiente comprimiendo un gas hasta un
tope. Una vez superado el obstáculo, la rueda volvían a su estado normal.
El eje al cual se atornillaría la
rueda, no debería ser vertical, sino horizontal con un movimiento en diagonal.
A ese eje le taladró un agujero
grande en la parte superior y dos agujeros pequeños a cada lado para
atravesarlos con un tornillo o una varilla roscada.
Agarró otra barra y en uno de los
extremos le soldó un tubo que encajase en los agujeros realizados en el eje.
Al introducir la barra en el eje y
pasar un tornillo entre dos barras con un tubo de por medio, lo que se consigue
es: un tubo que gira. Con ello ya tenía la base del cigüeñal.
Repitió el proceso tres veces más.
Para el sistema hidráulico se basó en
la bomba de calor de la nevera, salvo que en ese caso esta operaría con
juntamente con una segunda bomba de aire alimentada con una piedra de viento.
El contendor de ambos fluidos era una
bolsa hecha de goma en la cual se introdujo el cigüeñal y se aseguró de que el
movimiento estuviese bien lubricado y hermético.
Encajar los cables fue un dolor de
cabeza, pues Manis no pensó en las dimensiones de los mismos, lo que le obligó
a modificar el chasis para que estos encajasen.
Terminando con una válvula de control
de presión, consiguió un sistema de suspensión regulable, lo cual fue una
sorpresa, pues no era lo que tenía en mente, pero también era la primera vez
que construía un sistema hidroneumático.
—Solo espero que las sorpresas venideras
sean igual de convenientes— Le dijo Manis a su subordinado —Vamos a ver como se
comportan los motores—
Unió dos discos axiales en un motor,
el cual terminaba en un engranaje, el cual se le acoplaba al eje de transmisión
del diferencial.
Hizo lo mismo para el motor trasero y
luego los probó a ambos para ver como se comportaban y tras unos ajustes
soldado cables para que las ruedas se moviesen en la misma dirección dio por
finalizado el tema de los motores.
Con los motores y el sistema
hidroneumático funcionando, Manis dio por terminada la parte más difícil del
vehículo. El resto era instalar el volante, los frenos, las luces, el
salpicadero, los asientos, etc.
Las ruedas eran mucho más gruesas que
las de la moto para un mejor agarre, pero el tamaño era similar.
Para terminar, fabricó el chasis con chapas
de acero, dándole sin querer un aspecto muy agresivo.
Sacó el vehículo al patio para
testear su comportamiento.
El quad en sí era muy bajo, pero al
ser encendido, el sistema de suspensión hidráulico entraba en funcionamiento elevando
el vehículo hasta quedar a una altura considerable.
A diferencia de la motocicleta, Manis
ajustó la aceleración del quad para que esta fuese más suave y recorriera más
distancia, empezando a moverse a una baja velocidad y acelerando
progresivamente. Aunque igual era capaz de pasar de cero a cien en unos
segundos.
La suspensión blanda se notaba y la
suspensión absorbía los obstáculos manteniendo el chasis recto siempre y cuando
fuese posible, logrando una conducción cómoda. Las curvas las tomaba bien
debido al diferencial, sin embargo, el vehículo se ladeaba bastante al tomarlas,
amenazando con volcar, pero la suspensión intervenía para evitarlo.
Salió del patio y aceleró al máximo
haciendo que las ruedas se volviesen locas levantando polvo y el vehículo salió
disparado. Apretó los frenos y el quad se detuvo a una menor distancia de la
esperada.
Volvió a acelerar y condujo un buen rato
dando curvas, buscando los terrenos más difíciles.
Las ruedas se adherían a cualquier
superficie a una alta velocidad; daba igual que fuese barro, nieve o que una
rueda quedase atrapada o suspendida, el quad no seguía adelante como si no
pasara nada.
Antes de darse cuenta ya estaba
cayendo la tarde. Había estado todo el día conduciendo de un lado a otro,
pegando brincos y en general buscando llevar el vehículo al límite.
Regresó a su base donde el capitán le
estaba esperando junto con Víctor.
—Esto me gusta más que la moto— Dijo
Manis bajándose del quad —Hacía tiempo que no me divertía tanto. Luego te
enseñaré como conducirlo—
Aprovechando las últimas horas del
sol, quiso probar adherir el remolque al quad. Al principio el remolque
aguantó, pero aumentar la velocidad, una rueda del remolque salió volando.
Manis desenganchó el remolque y fue a
buscar la rueda montado en su cuadriciclo. Al agarrarla se dio cuenta de que
esta portaba parte del eje, dando a entender que se partió.
Al día siguiente enseño al capitán
las nociones básicas de la conducción. Él ya sabía montar en bicicleta, por lo
que ya tenía una base, sin embargo, estaba algo desconfiado debido a la mala
experiencia con la moto. Era entendible, pues él no venía de ningún mundo futurista,
los vehículos motorizados eran algo nunca visto y viajar a altas velocidades
era algo que asustaba.
Aun así, la disciplina prevaleció
sobre sus instintos y logró acostumbrarse a la conducción, pero nunca pasando
de los veinte kilómetros por hora. En cambio, Víctor solo quería morder los
neumáticos.
Manis por su parte reparaba el
remolque actualizándolo con mejores neumáticos y agregando un diferencial.
El invierno pasaba lentamente. La
nieve todavía se negaba a derretirse en las zonas más norteñas, pero por lo
general la vida era pacífica. Aprovechando el tiempo Manis hizo un segundo quad
y un segundo remolque y entonces se dio cuenta de que necesitaban ampliar la
casa, agregando un garaje para poder guarnecerlos.
En vez de ladrillos de arcilla, optaron
por probar hacer ladrillos de hormigón.
Hacerlos era muy sencillo, solo
tenían que hacer concreto y colocarlo en un molde. No se necesitaba cocer los ladrillos,
ni andar buscando arcilla y procesándola.
Mientras construían el garaje, oyeron
el sonido de cascos de caballo acercándose desde la distancia. Provenían de la
dirección del noreste, indicando que no era Razvan, Veklan o cualquiera del
reino, pues sus casas estaban al oeste.
Y tal como sospechaban, llegó un
grupo montado a caballo. Sus vestiduras de vivos colores, predominando el rojo
carmesí con detalles amarillos y blancos turbantes con un casco encima,
delataban una procedencia extranjera.
El grupo de componía de caballería
ligera armada con espadas curvas, arcos recurvos y redondos escudos. Estos iban
a la cabeza liderando el grupo mientras portaban sus estandartes. Detrás de
ellos venía un par de carromatos tirados por asnos y algunos pajes con ropajes
menos llamativos, asemejados a gambesones.
El grupo no mostró hostilidad alguna
al detenerse frente a las puertas de la verja.
Aun con desconfianza, Manis se acercó
a ellos, mientras su capitán le cubría la espalda.
Desde el centro de la formación un
caballero salió del grupo. Era un hombre mayor, con claros síntomas de
sobrepeso, de ojos negros como la noche, una cabeza redonda donde su papada se
fusionaba con su cuello y un largo bigote resaltaba sobre sus labios; ataviado
con una túnica de color jade y amarillo llena de detalles bordados con diversos
hilos.
Manis conocía al sujeto que se
hallaba en frente de él, pues fue el rehén que salvó de aquellos bandidos a
finales de otoñó.
A pesar de su obesidad, pudo
descabalgar sin ayuda y con un gesto acompañado de una sonrisa, se acercó a
Manis.
—Salud, mi buen amigo— Habló con un
tono cálido.
—No sé si te acordarás de mí. Me
llamo Fokas, gobernador del Kazayato de Sogdya, perteneciente al imperio
Kwarazmiya—
—Te recuerdo— Respondió Manis manteniendo
la mano sobre su revolver enfundado —Te rescaté de aquellos bandidos antes de
la llegada del invierno. A cambio de acompañarte de vuelta a las fronteras de
tu tierra, me prometiste enviarme una tinaja de metal líquido u oro en equivalencia.
No recibí ninguna de las dos cosas—
—Mis disculpas por la tardanza. Los
caminos estaban bloqueados por la nieve, pero yo, como buen un hombre de
palabra, aquí te traigo, en recompensa por haberme salvado la vida, tu
retribución—
Indicó a los pajes descargar el
contenido de uno de los carromatos.
Los sirvientes inmediatamente
descargaron dos tinajas grandes y un pequeño cofre de madera que depositaron y
abrieron en frente de Manis. Este se acercó primero a las tinajas y comprobó
que ambas estaban hasta arriba de metal líquido y luego verificó el contenido
del cofre. Todas las monedas eran de oro, debajo no había nada extraño, y
aunque no era dinero del reino en el que residía, el oro era puro y tenía
muchos usos. Sin embargo, algo andaba mal.
—Solo te pedí una recompensa y me has
traído tres. Demasiada generosidad para un hombre de palabra que se molestó en
cruzar la frontera personalmente incluso antes de que la nieve se haya
derretido, en vez de enviar a un emisario— Dedujo Manis.
—Admiro su agudeza— Reconoció Fokas
dejando de lado su tono alegre para mostrar un lado más serio —Necesito su
ayuda—
Thank you for creating content that sparks curiosity and reflection.
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