29 feb 2024

Isekai genérico capítulo 14


Capitulo 14:



Ultrapasando el dogma



Las estaciones del año marcaban el estilo de vida para todos los reinos e imperios. La primavera y el verano eran épocas de siembra; movimientos políticos; construcciones y fiestas.

 

El final del verano marcaba un punto en casi todas las actividades. Con la llegada del otoño, las guerras se detenían, las construcciones se apuraban o se abandonaban y los jóvenes, hombres y mujeres, recogían las cosechas para poder resistir el duro invierno.

 

Las invasiones del norte comenzaron a cesar a medida que las hojas comenzaban a teñirse de rojo. Los soldados dejaban las armas para regresar con sus familias, cargados de botines como fruto de sus saqueos.

 

La situación del reino era cuanto menos peliaguda. Con la llegada del invierno los duques se atrincheraban en sus fortalezas, amasando su oro y su comida para sus futuros soldados quienes mostrarían su valía y lealtad luchando contra los pueblos hambrientos que estallarían en rebelión, antes de empezar la guerra de sucesión por la corona.

 

Uno de los ducados del sur, fue devorado por una rebelión prematura y en su lugar emergió un estado autónomo sin alianzas ni reconocimiento, pero con mucha hambre de poder.

 

Aquello fue una llamada de atención para todos los nobles.

 

A la caída de la tarde, el viento comenzó a soplar entre los árboles.  Soplaba de frente y con mucha fuerza, lo que dificultaba el pedaleo por la pendiente.

 

Manis maldijo su situación cuando se vio obligado a desmontar y empujar la bicicleta desde el suelo. Avanzó hasta llegar a un terreno más llano en donde pudo volver a montar y seguir pedaleando.

 

Tras llevar tiempo pedaleando, se dio cuenta de las ventajas e inconveniente que tenía su bicicleta de ensueño: Era demasiado pesada. Si bien sus gruesas ruedas eran ideales para el terreno salvaje proporcionando mayor versatilidad, tracción y seguridad que una bicicleta de montaña convencional, también las hacían más lentas y por consiguiente pedalear durante un largo rato llegaba a ser tedioso a la vez que agotador.

 

Integrar un motor era la solución ideal y no fueron pocas las ocasiones en las que Manis fue tentado con dicha idea. Pero nada más pensar en el tipo de motor que quería desarrollar, aparecían los problemas: el motor de gasolina, no hay petróleo; biodiesel, el aceite escaseba; motor de vapor, la ineficiencia personificada; motor eléctrico, un sueño.

 

Mientras Manis fantaseaba, oyó a lo lejos el estruendo del agua y entonces se dio cuenta de que se había perdido. Siguió el ruido hasta llegar a un escapado valle desde cuya cima emergían cascadas hasta donde alcanzaba la vista.

 

Era un paisaje nuevo. Manis sacó su mapa doblado de su bolsillo y buscó la ubicación de dicho valle. Tras un rato de búsqueda no logro encontrar nada. La falta de detalle y precisión de la topografía imposibilitaba la triangulación de su posición.

 

Volvió a mirar al valle, buscando un nuevo punto de encuentro, a lo lejos divisó lo que parecían edificios. Sacó sus prismáticos y ajustó la lente hasta tener una imagen clara. Su preocupación le impidió disfrutar del agradable paisaje que se mostraba ante sus ojos.

 

En medio del valle, divisó algo que parecía un asentamiento, situado en una de las laderas del valle, el lugar fácilmente podría ser pasado por alto, pues se mimetizaba bien con su entorno. Varios ríos discurrían por el lugar antes de tornarse de nuevo en cataratas.

 

Se sintió tentado ir a investigar dicho lugar, pero estaba anocheciendo, por lo que decidió acampar.

 

Eligió un lugar en las alturas, donde podía evitar ser emboscado. Colocó trampas de cable unidas a granadas en un perímetro de diez metros, a la vez que reunió madera junto con la yesca necesaria para prenderla.

 

La caída de la noche se llevó consigo el calor que quedó durante el día. La pequeña hoguera, arrojaba luz a la vez que calor.

 

Sacó de un compartimento una caja en cuyo interior había raciones de Sampa: una especie de bolas de comida hechas de trigo, frutos secos, miel y plátano. No eran gran cosa, pues apenas quitaban el hambre, pero su alto contenido calórico, le permitía recuperar fuerzas.

 

Degustó su cena, mientras aprovechaba las últimas horas de luz para intentar coincidir correctamente su mapa con el paisaje, buscando patrones de referencia. Al no conseguir nada, guardó frustrado su mapa y lamentó no tener una brújula de verdad. Uno de sus objetivos en la vida era tener una brújula, pero no encontraba magnetita y la que producía por medio de metal mágico, no estaba cargada de electricidad y por lo tanto no emitía magnetismo.

 

Al día siguiente se despertó dentro de su tienda improvisada hecha con su poncho extendido y atado a dos árboles. Miró de nuevo desde el lugar elevado en donde se encontraba. Había una manera muy sencilla de localizar aldeas medievales, carentes de recursos como electricidad y era mirar al cielo en dirección al horizonte y buscar columnas de humo, a más columnas, mayor densidad de población, pues usaban para cocinar, comer, bañarse y calentarse. Sobre aquella ciudad, no había ninguna.

 

Como desayuno seguía teniendo las bolas de Sampa, pero no veía el momento de regresar a su base para comer comida de verdad.

 

Manis recogió sus cosas y partió rumbo a aquella ciudad en medio del valle.

 

A medida que fue acercándose, empezaba ver lo que parecían ser muros que probablemente actuasen como defensa o como pilar para evitar el derrumbe de los demás edificios. El sendero, lleno de hojas conducía hasta una especie de puente que hacía las veces de entrada a la ciudad.

 

Aparcó la bicicleta y la encadenó a un árbol cercano, comprobó las balas de su revolver y recargó el cartucho de su Kalashnikov. Con arma en mano, avanzó lentamente, cuidándose de las esquinas para evitar sorpresas desagradables.

 

Todo estaba tranquilo a excepción del rugido de la catarata que se escuchaba de fondo.

 

La ciudad parecía estar abandonada, pues muchos de los edificios de madera estaban semi derruidos, los de piedra permanecían de pie, pero devorados por las plantas trepadoras que conquistaban poco a poco todos los edificios.

 

Los pocos lugares que permanecían de pie mostraban una arquitectura retorcida y entrelazada, simulando las formas de las mismas enredaderas que ahora las usaban para expandirse. Los puentes que nivelaban el camino entre las hendiduras del valle con cuestas no muy pronunciadas. Parecían seguir sólidos.

 

Los tejados de las casas que seguían de pie aun tenían tejas de colores en forma de rombos, predominaba el color verde.

 

En el centro de la ciudad se alzaba un gran edificio. No parecía un castillo o un palacio, más bien era una casa de exageradas proporciones, pero con algunas torres ubicadas tanto a los lados como detrás, de las cuales, solo una permanecía entera.

 

En el interior de los edificios, había mobiliario, como sillas y mesas artesanales, la mayoría estaban podridos y devorados por termitas y otros insectos. No había nada de valor, los baúles estaban vacíos.

 

En el patio interior de la gran mansión un zumbido diferente al de la cascada. Siguiéndolo encontró una colmena de abejas que se había apoderado de un kiosco a nivel que había en mitad del patio, al cual se accedía subiendo unas escaleras que subían en espiral alrededor de la estructura.

 

A parte de las abejas, no encontró a nadie, ni una persona. Era una especia de fortaleza abandonada.

 

Resignado se sentó en uno de los bancos de piedra para descansar, pero justo en ese momento, un brillo pasó por sus ojos. En el suelo, había un anillo. Aparentemente hecho de oro. No pesaba nada y cuando lo agarró, lo miró detenidamente y pensó que podría sacar un buen precio por él, o fundirlo para un proyecto. Lo tiró con el pulgar hacia el aire y cuando cayó, rebotó en la palma de su mano, rodó por el suelo hasta la única grieta que había en el suelo y saltó por ella hasta perderse entre el agua de la cascada.

 

Manis se lamentó de haber hecho ese gesto, pensó en las probabilidades de que lo que acabó sucediendo y finalmente dio por perdió el anillo.

 

Sacó su mapa por enésima vez y se fijó en la dirección del río. Y una idea pasó por su mente:

 

—¿Y si este río es el mismo que pasa al lado de mi base?—

 

No tenía una brújula, pero había una forma de orientarse usando las manecillas de su reloj. Apuntó con la manecilla de las horas hacia el sol, ayudándose de la sombra de una columna para obtener la ubicación exacta. Trazó la primera línea. La segunda línea, se trazaba hacia donde apuntaban las doce. Entre esas dos líneas, Manis sabía que ese era el eje norte-sur. Sabiendo ese detalle, ahora podía colocar el mapa correctamente.

 

El río nacía desde lo que parecía unas montañas, y supuso que esa era su ubicación.

 

Trazó en el mapa su posición aproximada y al trazar una línea que iba desde su base, esta coincidió, por ende, dedujo que el río que se formaba en ese valle, sí era el río que pasaba por su base.

 

Localizando su ubicación, y sabiendo como regresar, puedo respirar tranquilo.

 

Subió a un punto elevado de la ciudad, en donde se podía ver el perímetro de aquella ciudad. Lo cierto era sus fronteras estaban bien defendidas; la única forma de acceder era por puentes, había muros, aunque desgastados, seguían bloqueando los accesos donde los ríos eran más estrechos, la pared del valle también actuaba como muralla y los ríos que incluso pasaban por debajo de la ciudad, garantizaban un suministro de agua y se podían usar para realizar chinampas, regadíos y piscifactorías.

 

Definitivamente era un sitio perfecto para hacer una segunda base, perfecta para resistir asedios, pero solo en el hecho de pensar ubicarse en este sitio ya era una fantasía. Lo cierto era que la naturaleza había desgastado demasiado la ciudad. Tendría que derruir muchas casas y reestructurar muchas calles. Incluso para un mundo moderno con suficiente mano de obra, maquinaria pesada y suministro constante, se tardaría varios años en construir algo aquí, pues el terreno y la elevación planeaban desafíos a la logística.

 

Sin maquinaria, con recursos autosuficientes, tardaría toda una vida solo con crear la infraestructura. Además, el sonido del agua llegaba a ser molesto y las paredes rocosas reducían las horas de luz, pues pasado el mediodía, el sol se ocultaba, a la vez que una sombra se proyectaba sobre la ciudad.

 

A parte de su ubicación estratégica, Manis no podía aprovechar nada de ese pueblo fantasma, salvo una cosa. Dirigió su mirada hacia la colmena de abejas y pensó que tener un suministro de producción de miel nunca viene mal. Por el momento, no tenía forma de llevarse la colmena, pero volvería por ella.

 

Cuando empezó a oscurecer, salió de aquel lugar por el mismo lugar por donde entró, y su fiel corcel de metal estaba esperándole. Volvió a su anterior campamento, en vea de arriesgarse a pasar la noche en un lugar desconocido.

 

Al día siguiente emprendió su viaje, conduciendo por la misma dirección por donde fluía el río y tras un día, se topó con una imagen muy familiar: Había llegado a su base.

 

Al llegar, lo primero que hizo fue revisar el perímetro. La valla que rodeaba su casa, tenía jirones de ropa sobre el alambre de espino, lo que indicaba que hubo un asalto en su ausencia, aunque la verja no había sido forzada.

 

Preocupado, desenfundó su revolver y entró a dentro del recinto. Tras una rápida revisión, no encontró huellas, cristales rotos u otro signo de saqueo.

 

Fue a ver a su perro guardián, el carcayú estaba esperándole recostado sobre el techo de su caseta.

 

—Buenas, Víctor— Dijo Manis, mientras sacaba de su bolsa los restos de carne que sobraron de sus provisiones y los echó al suelo.

 

De inmediato el animal saltó a comerse la carne.

 

—Como buen ministro de economía, no para de zampar— Acarició la cabeza de su animal, el cual seguía masticando la comida —No dejaste entrar a nadie, ¿verdad?—

 

Finalmente, entró dentro de la casa y salvo el polvo acumulado sobre el suelo, todo seguía en orden. Volvió a ir a la valla portando una escalera, para recoger los jirones de ropa. Con cuidado para no engancharse él mismo, empezó a retirar las telas, cuando se dio cuenta que había restos de sangre y pequeños trozos de piel humana en la alambrada.

 

Cuando terminó de limpiar, volvió a revisar las trampas y se dio cuenta que una había sido activada. Con ello se hizo una idea de lo que ocurrió.

 

—Mira Víctor, intentaron asaltar este punto de la valla, sortearon las púas del suelo subiendo con alguna escalera, pero se engancharon con el alambre de espino, intentaron liberarse, pero activaron la trampa, entonces entraron en caos y se vieron forzados a escapar, o algo así, quizás la escalera se la llevaron otro día. Pero eso tú ya deberías saberlo— Miró de nuevo al alambre y esbozó una sonrisa —Nunca hay que subestimar una buena alambrada de varias capas—

 

En ese momento, se percató de que alguien se acercaba a él, soltó a su mascota y colocó su mano en su revolver, pero al girarse, se encontró con Razvan, el clérigo del castellano de la región, Velkan, para el que trabajaba a cambio de bienes o servicios.

 

—Salud, Manis— Saludó el clérigo —Veo que acabas de llegar—

 

—Si, ya estoy aquí. Y… ¿Tu cuando llegaste?— Preguntó Manis.

 

Razvan miró la valla y entendió que Manis estaba desconfiando de él, luego miró al chico y confirmó sus sospechas al ver que todavía no había soltado su vara mágica, que era la forma en la que veía el revolver. Sabía que su presencia aumentaba la sospecha, pues venía a ver a Manis cuando este ya estaba de regreso.

 

—Llegué aquí hace unos pocos días. Me llegó la noticia de que varias personas salieron lastimadas cerca de tu casa. Temí que hubieses incumplido nuestro acuerdo, así que vine tan pronto como pude, solo para enterarme que fueron unos alborotadores que intentaron asaltar tu casa aprovechando tu ausencia y salieron heridos en el proceso por alguna clase de trampa que pusiste. Pero bien pensado, colocar trampas también viola nuestro acuerdo— Contó el clérigo.

 

—Nuestro acuerdo se basaba en que yo no crucificaría a la gente, a cambio de que mantuvieras a esas turbas de enajenados, lejos de mi casa. Yo tengo todo el derecho de proteger mi propiedad. En todo caso, que no hayas podido mantener a raya a esa gente, ya viola nuestro acuerdo— Corrigió Manis.

 

—Pero eso no significa que puedas ir por ahí atacando a la gente— Insistió Razvan.

 

—Ellos son lo que me atacaron a mí, y por ende, les ofreceré el castigo que considere más oportuno. A no ser que quieras encargarte tú de ellos—

 

—Por supuesto que lo haré, puedes dejarlo en mis manos— Exclamó Razvan.

 

—Como quieras, voy a pasar a dentro ¿Quieres tomar algo?—

 

—Será todo un honor—

 

Manis entró a dentro del recinto seguido de Razvan, quien se mantenía cerca del chico, sin apartar la mirada del carcayú, el cual no les quitaba ojo de encima.

 

—¿Por cierto, como te fue en tu cometido?— Preguntó el clérigo.

 

—Están todos muertos, si es lo que quieres saber— Contestó Manis.

 

—Es bueno saberlo. Pero, personalmente quiero saber más detalles—

 

—No fue un enfrentamiento especialmente complicado ni épico— Dijo Manis abriendo la puerta de su casa.

 

El interior de la casa recibió a sus visitantes con el silencioso sonido del ambiente, mientras que el polvo se había acumulado en las superficies, así como en el suelo producto de la larga ausencia del chico.

 

—Espero que el polvo no te incomode, estando fuera me impidió hacer la limpieza— Dijo Manis.

 

—Para nada, he dormido en posadas más polvorientas, si me permites sugerir, un sirviente que cuide de la casa en su ausencia, sería lo ideal— Comentó Razvan.

 

—No lo descarto, podría contratar a alguien, o comprar un esclavo—

 

—Tener esclavos no está bien visto en este reino, pero en el imperio del este por desgracia, mantienen sus tradiciones—

 

Manis llegó a la cocina, en donde retiró el mantel lleno de polvo, revelando una mesa limpia y barnizada. Sacó del cajón de la mesa otro mantel y lo extendió por encima de la mesa; colocó posavasos y vasos para ambos.

 

—¿Quieres kvass o algún zomo de fruta?— Preguntó Manis, mientras abría el grifo del barril de kvass para llenar su jarra de cristal.

 

—Kvass. El kvass no está mal, tiene ese gusto a cerveza que solemos preparar en mi abadía. Pero le falta alcohol. Si quieres puedo traerte un barril de nuestra bodega—

 

Razvan tomó la bebida de varios tragos, mientras Manis terminaba de vaciar su jarra de un trago.

 

—Eso es lo bueno del kvass, fermenta con alcohol, pero no necesita alcohol para ser disfrutado. Nunca me han gustado las bebidas alcohólicas, considero que el alcohol opaca el sabor de la bebida— Dijo Manis.

 

—¿En serio? A mí me encanta, le da ese toque fuerte que necesita la bebida— Comentó Razvan —Volviendo al tema ¿No los habrás hecho saltar por los aires como hiciste con la iglesia aquella vez?—

 

Manis terminó su segunda jarra mientras le miraba con sus ojos azules.

 

—Esa era la intención, pero la situación no lo permitió. Perseguí a los bandidos mercenarios hasta que se establecieron en el interior de una caverna. Al no poder sacarlos de ahí por varios medios, inicié un asalto frontal y los eliminé en varias rondas— Resumió Manis.

 

Razvan meditó el informe de Manis. Para él, quien estaba acostumbrado a los cánticos exagerados de trovadores y juglares, el informe directo le parecía muy simple. De igual modo se sorprendió de la naturalidad con la que lo redactó, como si fuese algo cotidiano.

 

—¿Qué son varias rondas?—

 

—Varias secuencias de ataques— Explicó Manis.

 

—Entonces están todos muertos— Aclaró Razvan.

 

—Así es. Me aseguré de ello— Añadió Manis.

 

—Por cierto, ese invento tuyo de dos ruedas. Me contaste que te permitía viajar mejor que a lomos de un caballo, o eso llego a recordar. Si te permite viajar más rápido ¿Cómo es que tardaste tanto en llegar?— Observó el clérigo.

 

—Me perdí— Dijo Manis encogiéndose de hombros.

 

—¿En serio?— Preguntó Razvan arqueando una ceja, a lo que Manis asintió.

 

—Me desvié en dirección al sudeste o al noreste y me topé con un valle donde nacen las cascadas, entre ellas, había una ciudad abandonada ¿La conocías?—

 

—Creo que sé de lo que hablas… ah, eso no era una ciudad, era la mansión fortificada de Karningol—

 

—¿Karningol?— Preguntó Manis.

 

—Fue el primer rey de los altos elfos que se estableció en el valle de las cascadas en la primera edad, la edad dorada y construyó la gran casa de Edel, la llamó así en honor a su primogénito. Bajo su gobierno su casa prosperó y controlaba las regiones del valle, hasta la desembocadura, fue considerada una de las fortalezas más poderosas, con la muerte de Karningol, la fortaleza pasó a manos de sus descendientes—

 

—Espera— Interrumpió Manis —¿Los elfos se mueren? Creí que eran inmortales, que solo podían abandonar la tierra embarcándose hacia… no sé dónde—

 

—¿Quién te ha dicho eso? Por supuesto que los elfos se mueren como cualquier otra criatura ¿En tus viajes no llegaste a enfrentarte a ellos?—

 

—Me he enfrentado a muchos seres desde que viene a este mundo, pero me refería a una muerte natural— Aclaró el chico.

 

—Claro que se mueren de muerte natural, la vida de un elfo no es mayor o menor que la de un ser humano, envejecen y se mueren— Dijo Razvan.

 

—Pues yo nunca he visto a un elfo viejo— Dijo Manis.

 

—Son una raza muy agresiva, normal que mueran muy jóvenes—

 

—¿Tú has visto algún elfo anciano?— Preguntó Manis.

 

—No, la verdad, pero ahora que están emigrando a nuestras tierras, es posible que conozca a uno. Aunque no sé si vivo o muerto— Dijo Razvan.

 

—¿Cómo terminó la ciudad en ese estado?— Preguntó Manis intentando reconducir el tema.

 

—Los altos elfos eran una raza poderosa, sabia, elegante y muy orgullosa, hasta diría arrogante, tal como cuentan los escritos. Y como se creían mejores que las demás razas, evitaban el contacto; no querían comerciar, ni mezclarse con nadie, y se aislaron en sus propios reinos. Ese aislamiento los condujo a una rápida decadencia, su cultura se perdió debido a su hermetismo. Por consiguiente, el resto de su gente involucionó cuando sus líderes fallecieron llevándose con ellos su sabiduría—

 

—Una historia típica, esperaba algo más, como una gran batalla o algo así— Dijo Manis desilusionado.

 

Razvan pidió otra jarra para despejarse la garganta después de hablar tanto.

 

—Me llama la atención lo transparente que es tu vidrio ¿Cómo lo consigues?— Preguntó mientras miraba a través de la jarra.

 

—Filtrando la arena, mezclándola con otros minerales— Resumió Manis.

 

—¿Qué minerales?— Preguntó el clérigo.

 

Manis pensó en cómo explicarle conceptos químicos, a alguien que no sabía nada, era como explicarle a un niño cosas que ni tú mismo sabías como llegaste a entender.

 

—Me centro en las piedras blancas o en esas, que tengan algo que parezca transparente, ya sabes, los trituro, los filtro y el polvo lo mezclo con otro polvo que obtengo mezclando la ceniza con agua ¿Entiendes?—

 

—Si— Dijo el clérigo asintiendo —Tomaré nota y lo pasaré a nuestro alquímistas—


—Pues eso— Finalizó Manis.

 

—Has hecho un gran trabajo, sobre todo con las ventanas, pero esos barrotes, no sé, hacen ver que esto más que una casa parezca una cárcel… Pero mira que tarde se nos ha hecho—

 

El clérigo se levantó y caminó hacia la puerta seguido del chico. Salió a la calle, y respiró profundamente, sintiendo como una brisa de viento arrastraba el aroma de las flores cercanas.

 

—Ahora que lo pienso, la fortaleza de Karningol queda en dirección contraria a donde estaban los bandidos… Nada, olvídalo. Por cierto, está cambiando la estación. Nos vemos— Dijo Razvan mientras se marchaba.

 

Manis se quedó en marco de la puerta, hasta que perdió de vista al sacerdote. Todavía había mucha luz, por lo que aprovechó para poner orden en su casa. Barrió el polvo, retiró las telarañas, lavó el suelo, tiró su ropa a una cesta y se dio una ducha caliente.

 

Ya de noche, abrió el farol que contenía las piedras de luz. La luz de esas piedras era menos fuerte que una bombilla, pero más que una vela y con los extremos del recipiente forrados en aluminio reflectante, conseguía una mayor iluminación, pero no necesitaba varios para alumbrar toda la casa.

 

En silencio, sentado a la mesa de la cocina, con el carcayú durmiendo sobre su regazo, cenó la última bola de sampa en silencio, mientras miraba por la ventana. No tenía televisión, smartphone, Tablet, o cualquier dispositivo electrónico para entretenerse, como no había electricidad, tampoco había radio y lo único que podía hacer en ese momento era descansar, mirar por la ventana y esperar que pase algo, mientras recordaba su viaje. No le contó a Razvan todo lo que ocurrió con los bandidos, había más:

 

Los bandidos tenían rehenes; estos eran nobles, los cuales destacaban por las ropas coloridas y ornamentadas, llenas de estampados. Manis pensó en que tal vez, si los rescataba, mejoraría su reputación y evitaría lidiar con futuros enemigos.

 

La misión pasó entonces, de asalto a rescate, con todo el problema que ello implicaba, pues tuvo que hostigar y perseguir durante más tiempo a los bandidos. Cuando logró acabar con todos, descubrió que entre los rehenes solo uno era noble, pero de un país extranjero y este le prometió entregarle una recompensa, oro o metal líquido por su rescate, a petición del propio Manis, a cambio de escoltarle hasta la frontera de su reino y luego le enviaría la recompensa.

 

No sabía si obro bien o mal al rescatarle, pues los terratenientes de su tierra podrían tomarse esa muestra de humanidad como traición, pero tampoco estaba seguro de que el noble extranjero mantendría su palabra y le pagaría por sus servicios.

 

Al día siguiente, se despertó con la alarma de su reloj despertador, pequeño reloj que tenía acopladas dos campanas a ambos lados, con un martillo en medio. Fabricó ese reloj poco a poco en sus ratos libres, cuando el tiempo imposibilitaba salir, o en sus días de descanso.

 

No tenía ganas de levantarse, por eso colocó el reloj en el suelo, cuyo sonido le sacaba de quicio y le obligaba poner los pies en el suelo.

 

Fue a la cocina, y rebuscó en su nevera africana, qué podía desayunar. Esa nevera ayudaba a mantener los alimentos frescos, pero como si fuese una despensa, no se podía comparar con un buen refrigerador con nevera. A consecuencia de ello, la mitad de los alimentos estaban podridos. Poco pudo rescatar más, salvo un par de trozos de queso y dos pimientos en buen estado o al menos no presentaban moho ni estaban muy blandos. El resto tenía que tirarlo y luego lavar y desinfectar el tarro para no contraer alguna enfermedad.

 

—Ventajas que tiene de vivir en el medievo, supongo—

 

Colgando sobre la cocina, había unos pedazos de carne que colgó para salvarlos de los ladrones. Estas estaban cubiertas con grasas y nitrato de potasio que evitaban que las moscas u otros insectos anidaran en ellos.

 

Descolgó un pedazo y lo lavó, revelando una carne más o menos curada, pues empezaba a presentar el fuerte olor de dichas carnes, pero no estaba podrido, el exterior sí, pero al cortarlo, el interior permanecía rojo y maduro.

 

Para empezar, limpió la carne de todos los pedazos oscuros. La corteza y desperdicios, se los dio a Víctor, quien al olerlos los devoró en un instante. Los carcayús o glotones, podían comer hasta los huesos si quisieran,

 

Picó la carne con la máquina picadora que tenía afuera de la casa y regresó para luego freírla en una sartén junto con uno de los pedazos de queso desmenuzados con sus propias manos, los cuales empezaron a derretirse y fusionarse con la carne.

 

Retiró las semillas del interior de los pimientos y luego los rellenó con la carne con queso, para luego colocarlo sobre una parrilla y meterlo a dentro del horno. Al cabo de un rato, lo sacó y lo colocó sobre un plato de madera.

 

Dos pimientos rellenos para desayunar. No era gran cosa, pero una comida caliente levantaba mucho la moral.

 

Con los ánimos renovados, primero hizo la colada. Metió toda la ropa sucia en la lavadora, cortó finos pedazos de jabón y los insertó entre prenda y prenda, luego abrió el agua y conectó la correa a la rueda hidráulica. En poco tiempo la espuma de jabón empezó a cubrirlo todo, entonces abrió desagüe de la base permitiendo renovar el agua.

 

Mientras se hacía la colada, que tomaría un tiempo, fue a un pueblo lejano a comprar víveres. Fue en bicicleta llevándose su mochila vacía. En el camino de vuelta, mientras sentía el peso de los ingredientes en su espalda, pensó en la manera de cómo podía transportar la caja y lo primero que le vino a la mente fue hacer un remolque.

 

Cuando llegó a su casa, depositó la comida en la nevera. Agarró un hacha de su taller y fue a talar algunos árboles a un bosque cercano.

 

Arrastró los troncos uno a uno hacia el patio donde descansaba su rueda hidráulica.

 

Ajustó la sierra que estaba conectada a la rueda y dejó que el movimiento perpetuo hiciese su trabajo, consiguiendo con ello, que los troncos fueron cortados en tablas con una superficie plana y suave, con una sierra diferente.

 

Con las tablas ya cortadas en las medidas deseadas, construyó una caja lo suficientemente grande como para albergar a la colmena de abejas. Esta caja tenía en su base una pequeña salida rectangular que iba de lado a lado, por la cual entrarían y saldrían las abejas libremente. Selló la salida temporalmente con una chapa.

 

Cortó la madera formando cuadros rectangulares que pudiesen encajar en la caja. Con un pequeño taladro manual hizo cuatro agujeros a cada lado del cuadro, por donde pasó cuatro alambres quedando uno debajo del otro. Estos alambres serían la base y la guía para que las abejas construyan su panal.

 

En total hizo diez marcos, los cuales eran suficientes para llenar la caja, pero al mismo tiempo permitía tener espacio suficiente para las abejas.

 

Finalmente hizo una tapa de madera con múltiples agujeros taladrados en el centro, llamada entretapa: esta servía para facilitar la introducción de alimento a la colmena y mantener el calor a bajas temperaturas y una tapa de aluminio mucho más grande que cubría la caja para protegerla de lluvia y depredadores.

 

Todo ese trabajo le había durado toda la mañana y ahora era mediodía, casi atardecer.

 

Regresó a su casa para empezar a cocinar el almuerzo.

 

Con las verduras y huevos que compró en el pueblo, junto con y la carne y queso que sobraba del desayuno, el cual no escaseaba precisamente, se hizo un revuelto de simple de verduras con carne. Para ello untó la sartén con aceite y empezó a introducir verduras ya previamente lavadas y troceadas una a una. No era nada especialmente complicado.

 

En el fogón adyacente, preparó otra sartén en donde introdujo la carne picada y dejó que se friera al mismo tiempo que el revuelto.

 

Cuando los ingredientes empezaban a mostrar los colores que indicaban que ya estaban cocinados. Manis rompió en un bol un par de huevos, los batió y los vertió sobre las verduras removiéndolas hasta que se cocinaran juntos.

 

Retiró de la sartén las verduras con huevo y las colocó en un plato de madera hasta la mitad, la otra fue ocupada por la carne.

 

Tras comer y descansar, fue al patio donde estaba la lavadora. La ropa estaba aclarada y libre de toda espuma.

 

Manis cambió el engranaje de correa por uno más pequeño, colocó una tapa de metal semiesférica que cubría toda la rueda y cerró el grifo de agua, mientras el tambor seguía girando a máxima velocidad, ahora la ropa se estaba centrifugando. Y mientras tanto se puso a construir su remolque.

 

Hacer un remolque era simple, pues básicamente era una caja con dos ruedas, que se unía a la bicicleta por medio de un brazo de metal doblado. Sin embargo, Manis fue más allá, sabía que el terreno por el que transitaba era irregular y por ende, debía integrar también una suspensión a las ruedas del remolque para que la carga se mantenga lo más estable posible.

 

La base del remolque lo hizo de tubos de metal ligero y las ruedas eran los repuestos que tenía para la bicicleta. En las esquinas de la base soldó los guardavivos de forma vertical.

 

Sobre los laterales de la base soldó dos barras con muelles, y atornilló las ruedas a ellos.

 

Para las paredes usó las tablas de madera, las cuales fueron atornilladas sobre los guardavivos. Tras comprobar que las suspensiones funcionaban, subiéndose en el remolque y pegando saltitos, finalizó su proyecto sacando dos tubos del metal líquido.

 

Usando el horno para calentar los tubos, los dobló poco a poco, mientras comprobaba constantemente si la curvatura era la idónea para tirar del remolque, pero no molestar al movimiento de las ruedas.

 

Atornilló un extremo de las dos barras al saliente del remolque y en el otro extremo atornilló un gancho de mosquetón con palanca, que se anclaban a los laterales de la rueda trasera, sin interrumpir el movimiento de la cadena ni de los piñones.

 

Aprovechando las últimas horas de la tarde salió a dar un paseo con su bicicleta.

 

Cada poco tiempo miraba hacia atrás para comprobar si el remolque iba bien. Durante el paseo sintió como el peso del vehículo había aumentado, lo que hacía que pedalear fuese más costoso. Mientras pedaleaba puedo contemplar como los árboles empezaban a perder sus hojas, sin embargo, algunos limoneros y naranjos salvajes empezaban a dar frutos.

 

Regresó a casa, dejó la bicicleta a buen recaudo, sacó toda la fruta recogida y colocó la caja sobre el remolque. Mañana iría a buscar la colmena.

 

Retiró la ropa de la lavadora. Seca y bien escurrida, fue metida en una cesta y llevada de nuevo al interior de la casa, en donde fue doblada y guardada.

 

Para la cena comió las sobras del almuerzo. Siempre se aseguraba de comer periódicamente algo que tuviese vitamina c, como naranjas o limones, ya sea crudas, en zumo o con azúcar.

 

Tras la cena, preparó la comida para el viaje. Sabía el camino, por lo que no debería tomarle todo el día, un bocadillo o dos serían suficientes, pero mientras los preparaba se dio cuenta de algo: aunque atrape a las abejas, nada aseguraba que estas se queden en la caja y formen sus panales ahí. Por eso necesitaba algo que convenciera a la reina de quedarse.

 

Después de pensar mucho, recordó algo, un remedio que consistía en mezclar azúcar, agua y levadura. Técnicamente con eso se haría vodka o alcohol puro. Pero el azúcar era algo que atraía a los insectos, así que tal vez funcionaría. Pero para evitar la fermentación decidió elaborarla al día siguiente.

 

Al día siguiente, se despertó temprano y tras preparar todo lo necesario para regresar vivo de su viaje, empezó a elaborar a último minuto. En un tarro lleno de agua agregó parte de azúcar y algo de levadura, cerró la tapa agitó el bote y metió el tarro dentro de la caja.

 

Mientras preparaba la bicicleta, atando el remolque a la bicicleta y colocando la caja sobre el remolque, el carcayú se acercó mientras olisqueaba.

 

—Víctor, voy a salir otra vez. Espero no tardar mucho, pero igualmente vigila la casa—

 

Cerró bien la casa, comprobó las nuevas trampas y partió siguiendo la ruta del río. Ahora que conocía el camino, tardó menos de lo esperado en llegar al valle de la hendidura. La fortaleza de Karningol.

 

Entró directamente con la bicicleta, cruzando el puente principal, pues ya sabía que no había nadie.

 

El lugar estaba tan silencioso como de costumbre, a excepción del rugido de las cascadas y las abejas también estaban en el mismo sitio.

 

Antes de meterlas a la caja, primero sacó la misma del remolque, la acercó hasta la colmena y la vació de los cuadros del interior.

 

Destapó el bote, untó los bordes de la caja y la base interior con un pincel, luego se ajustó su equipo; el poncho cubría la mitad superior de su cuerpo; las gafas y la máscara cubrían su cara su cara; los guantes protegían sus manos.

 

Con todo listo, acercó la caja hasta colocarla debajo de la colmena y con un palo dio un golpe seco haciendo que la colmena caiga a dentro de la caja, una vez dentro, agarró la tapa de aluminio y cerró la caja.

 

Dejó la caja tapada durante un rato, rezando para que el mejunje hiciese efecto. Tras un tiempo, pudo notar que muchas abejas se aglomeraban en las paredes de la caja como queriendo entrar, un signo significativo de que la reina se encontraba en el interior.

 

Manis respiró hondo, untó los marcos con el líquido hasta que este se agotó, luego destapó la tapa, contemplando el enjambre de abejas que se habían pegado a las paredes de la caja. Era la pesadilla para un tripofobico.

 

Rápidamente colocó los cuadros uno tras otro, con cuidado de no matar a la reina, las abejas que quedaban aplastadas no importaban.

 

Tras colocar todos los cuadros, movió los grupos de abejas para colocar la entretapa y encima colocó la tapa de aluminio.

 

Después de tapar la colmena, movió la caja al remolque y se arriesgó a abrir la abertura inferior, mientras supervisaba el comportamiento de los insectos. Vio que las abejas estaban sacando los cadáveres de sus compañeras que fueron aplastadas por el traslado, además de hojas y ramitas que había dentro por alguna razón.

 

Dejó la colmena abierta una hora más por si acaso y tras ese tiempo, la entrada estaba llena de abejas haciendo ruido con sus alas, agitándolas sin parar, pero sin alzar el vuelo.

 

Manis no entendía qué estaba pasando, pues era la primera vez que se dedicaba a la apicultura. Pero si durante todo ese tiempo las abejas seguían ahí, eso quería decir que habían decidido quedarse, por lo que no vio más inconveniente en montarse en su bicicleta y regresar a su base.

 

Al llegar a su base, miró el remolque se alegró de ver a las abejas todavía en el mismo sitio.

 

Había un sitio donde tenía pensado colocar el panal. Cerca de la casa había un campo lleno de flores y otras plantas silvestres. Manis pensó que ese campo podría ser una zona cultivable, pero sabía que él no era capaz de llevar adelante un huerto, ser granjero no era lo suyo ya que todo lo que sembró, brotó, creció y murió prematuramente. Aun así, el campo tenía muchas flores y las abejas podrían aprovechar ese sitio mejor que un valle rocoso; Además el río que irrigaba el campo, quedaba cerca, por lo que en teoría este era un lugar apropiado para criar abejas. Pero por muy paradisíaco que fuese, no había que descartar la presencia de depredadores, tanto animales como humanos.

 

Después de dejar la colmena fue a por varias estacas de madera y varias madejas de alambre de espino que sobraron de la construcción de la valla.

 

Cavó agujeros a los cuatro lados de la colmena, dejando un espacio libre de varios metros, acto seguido clavó las estacas sobre los agujeros y los rellenó con tierra dejándolos bien sujetos. Enrolló el alambre de espino a través de las estacas, en las cuales hizo muescas que aseguraran la sugestión del alambre.

 

Para la puerta, hizo un marco simple de cuatro troncos, dos largos y dos cortos con los cuales formó un marco. Atornilló unas bisagras a los dos postes que formaban una entrada. Tras comprobar que la puerta se abría y cerraba correctamente, ató una cadena con un candado a modo de cerrojo.

 

Al regresar a su base, se dio cuenta de que había alguien en frente de la puerta de su casa. No parecía un asaltante, ladrón o aventurero cazafortunas con la percepción de la realidad alterada o algún heraldo de Razvan. Más bien era un chico joven, de azabaches cabellos, ojos de color jade; con una complexión delgada y ataviado con lo que parecía ser un trozo de tela enrollado sobre su cuerpo y sus piernas.

 

Lo primero que Manis notó fue que estaba en el porche de la puerta de la casa, a pesar de que la valla estaba cerrada y lo segundo que notó era que Víctor no le atacaba, estaba escondido en su casa.

 

Manis abrió la de la valla y se encontró frente a frente con su visitante. Entonces pudo notar que a pesar de que parecía un humano, algo delataba que no lo era.

 

—¿Quién eres?— Preguntó Manis —… ¿Dices que te habían atrapado y que yo te liberé?—

 

En primera instancia pensó que tal vez era uno de los rehenes, pero no recordaba a nadie a alguien así. Tampoco recordaba haberle visto en otro lugar.

 

—Lo siento no te recuerdo— Confesó Manis.

 

El chico fue más específico.

 

—Te saqué de una jaula e hice estallar un edifico, dices… Me acuerdo ¿Pero tú estabas dentro de esa jaula?—

 

Manis sabía que el chico se refería a la vez que se enfrentó a aquellos monjes, que fue hace varias semanas, pero a quién salvó fue a una criatura, no a un ser humano y fue en ese entonces, que, para confirmarlo, el ser que estaba en frente de él mostró su verdadera forma. Su cuerpo humano se hizo trizas.

 

Ante sus ojos, se alzó una bestia alienígena, salida de los sueños más húmedos de Lovecraft, un ser de tres metros de alto y seis de largo; piel de color negro grisáceo; su cabeza recordaba a una orca, con cuernos en forma de peine que se curvaban hacia atrás; fuertes piernas de dinosaurio y robusto torso, que se extendía en forma de una larga cola, más en lugar de brazos había tres gruesos tentáculos a cado, seis en total; cuando abría su boca, revelaba varias hileras de puntiagudos dientes cual tiburón; en su piel se apreciaba extrañas escamas que reproducían un efecto cromático; sus ojos brillantes como galaxias teñidas de verde, le miraban sin ninguna muestra de expresión.

 

Manis se mostró asombrado ante la revelación, pero ningún atisbo de temor pasó por sus ojos, pues él conocía a un monstro aún más grande y siniestro comparado con el que se paraba en frente de él y entonces entendió que la primera vez que le vio, le confundió con un lobo por alguna razón, pero ahora entendía por qué su carcayú guardián se había escondido.

 

—Está bien, te salvé de aquellos fanáticos y lo volvería a hacer y ahora si eres tan amable de volver a tu forma humana, te estaría agradecido— Y tal como Manis pidió, la bestia volvió a su forma humana —Bueno ¿Y qué quieres de mí? ¿Cómo me encontraste?—

 

El ser con disfraz de hombre, expresó que estaba agradecido con Manis, le estuvo buscando y que le costó mucho encontrarle pues su rastro era muy difícil de rastrear. Él le salvó y ahora quería vivir con él.

 

Manis sonrió y negó con la cabeza.

 

—Eres muy joven, lo siento— Dijo entrando en la casa y cerrando la puerta tras de sí, dejando al monstruo esperando en su porche.

 

Después de un par de hora, miró por la ventana y divisó al chico que seguía parado, como esperando algo. Eso enfureció a Manis, quien salió de nuevo a su encuentro. Le miró seriamente a los ojos, como si fuese un instructor militar ante un recluta.

 

—¿Crees que esto es un juego? Yo no estoy jugando, ni tengo ganas de jugar. Eres muy joven, fin de la historia. No me hagas perder el tiempo y lárgate de aquí—

 

Acto seguido regresó a su casa y dio un portazo.

 

Al día siguiente, por la tarde, cuando los últimos rayos de sol se desvanecían dejando paso el arribo de la oscuridad, Manis volvió a mirar y el ser lovecraftiano seguía ahí. En ese momento suspiró y decidió hablar con más calma. Abrió la puerta y volvió a encararle.

 

—Malas noticas amigo. No lo conseguirás, no vas a vivir conmigo… Lamento el malentendido, pero… no es el fin del mundo, así que lárgate de aquí—

 

El chico seguía sin moverse, pero tampoco le quitaba ojo de encima.

 

—Vamos, estás en propiedad ajena y podría matarte, tengo todo el derecho ¿Recuerdas lo que les hice a tus captores? No quiero hacerlo contigo, por eso te doy la oportunidad de que te largues y salgas de mi vida—

 

Acto seguido entró de nuevo en su casa y cerró la puerta tras de sí.

 

Al tercer día después del almuerzo, Manis vio que el visitante se negaba a ir y decidió ir a encararle con más dureza de una vez por todas, abriendo la puerta de golpe.

 

—No te atrevas a mirarme— Gritó Manis —¿Crees que algún día entrarás en esta casa? Nunca entrarás en esta casa— Desenfundó su revolver y le apunto directamente a la cabeza —Así que vete de mí porche. Lárgate de mí porche. Vete o de lo contrario te reventaré la tapa que tienes por cabeza y esparciré tus sesos como abono ¿Lo has entendido?—

 

Al cuarto día, con los primeros rayos del sol asomando por el horizonte, anunciando el inicio de un hermoso día, Manis volvió a salir, encontrándose con el ser lovecraftiano aun parado como en el primer día. Manis miró el alba y respiró con tranquilidad antes de mirar al chico. No había ningún sentimiento de agresividad, como en los pasados encuentros, solo serenidad.

 

—¿Vas a obedecerme, en todo lo que te diga?— Preguntó Manis, a lo que el chico asintió —¿Estás dispuesto a enfrentarte contra todo el mundo que se alce contra nosotros?— El chico asintió —¿Vas a dar tu vida por algo más grande que tú mismo?— El chico dudó un segundo, pero al final asintió —¿Estás dispuesto a aprender sin hacer preguntas?— El chico asintió —Está bien, entra—

 

De ese modo, Manis aceptó a un monstruo entre sus filas. Lo primero que hizo fue obligar a desnudarse y hacerle quemar su propia ropa, la cual estaba podrida, en el patio de la casa. Luego le enseñó la casa, explicándole qué era cada habitación y qué función tenía, para terminar en el baño, en donde con tijeras en mano y un peine le obligó a raparse la cabeza, mientras supervisaba la situación. Este no solo era un ritual de entrada, también era porque el cabello del chico tenía piojos, ácaros, suciedad y grasa, todo mezclado. Con la cabeza lisa, le obligó a recoger su pelo y a quemarlo junto con su ropa.

 

Para Manis, el recluta era como un mono dispuesto a ser lanzado al espacio, un ser dispuesto a sacrificarse por un bien mayor.

 

—Solo por curiosidad ¿Cómo te ves transformado?— Preguntó Manis —Es igual, transfórmate— Ordenó, a lo que el chico volvió a tomar su forma lovecraftiana, la cual ahora tenía la cabeza de color verdeazulado —Te ver horrible. Siento haberte hecho cortar el pelo, pero en esta primamos la higiene sobre todas las cosas. Venga, al baño—

 

Le enseño a usar el lavabo, el sanitario, el bidé y la ducha, donde le entregó una esponja natural y dos pastillas de jabón: para la cabeza y el cuerpo.

 

Una vez limpio, su piel se mostraba mucho más pálida. Manis le entregó su nueva ropa, un conjunto similar al suyo, como ropa reglamentaria, pero más holgada, ya que tenía en cuenta su transformación.

 

Le otorgó una habitación propia al lado de la suya con una cama simple, dos pares de relojes para que pueda controlar el tiempo, uno de muñeca, pero sin cables y otro con alarma; y finalmente le otorgó un nombre:

 

—¿Tienes algún nombre por el que pueda llamarte? A de ser posible que pueda pronunciarlo… Bien, entonces te pondré uno, desde ahora te llamarás Artemon… Sí, Artemon está bien, eres mayormente inexpresivo, apenas hablas y puedes transformarte, es el nombre perfecto— Dijo Manis, a lo que el demonio no mostró oposición o descontento, quedando Artemon como su nombre.

 

Durante días siguiente, le enseñó con todo detalle cómo funcionaba su casa, las reglas que seguía, los electrodomésticos, las letras cirílicas que usaba, matemáticas, en general una educación básica de ingreso a la edad moderna.

 

Cada día al levantarse entrenaban haciendo una carrera de diez kilómetros, comían raciones, acondicionaban su cuerpo en el estilo de combate favorito de Manis, el muay boran, luego regresaban a casa, en donde se duchaban por turnos y luego preparaban el almuerzo. Llegado el medio día, Manis ejercía como profesor y Artemon como estudiante. Otros días limpiaban la casa, ayudaba a Manis en el taller, salían de caza, hacían recados, etc.

 

Tras un mes, Manis vio que su recluta estaba preparado para iniciar el adiestramiento con armas de fuego tras muchas sesiones de teoría, finalmente le dio un revolver sin balas para que aprendiera a acostumbrarse a él, le enseñó como manejar el arma con seguridad, como desarmar, limpiar y armar el arma. Poco después le permitió usar balas, aunque estas solo eran de fogueo, es decir, no tenían una cabeza de bala, solo una vaina rellena de nitrocelulosa con un parche en su abertura. El objetivo de esas balas era que el usuario se acostumbrara al repentino estruendo y el retroceso del arma. Dos semanas después se le permitió usar balas reales en un entorno controlado. Se usó el mismo sistema tanto para el rifle, como para las granadas.

 

Terminado el entrenamiento militar, tocaba el logístico. Artemon sabía trepar con facilidad aun en su forma humana y saltar obstáculos no era un problema, pero debía aprender a conducir.

 

Manis construyó otra bicicleta similar a la suya. Ahora que sabía cómo hacerlo, lo hizo en la mitad de tiempo.

 

Debía enseñarle como se manejaba la bicicleta para que pudiese acompañarle en sus misiones y eso fue lo más difícil, pues nunca es fácil montar en un vehículo con dos ruedas, se ha de mantener un cierto equilibrio en todo momento, tanto en marcha como parado. Las ruedas gruesas ayudaban, pero hacían milagros.

 

No fueron pocas las veces que Artemon se cayó intentando pedalear, también le costó aprender a maniobrar. Pero cuando pudo ir con soltura, fue un momento lleno de satisfacción.

 

Manis miró orgulloso a su recluta, ya no era un simple mono del espacio dispuesto a sacrificarse por un bien mayor, ahora podría decirse que era una persona civilizada, sin ser realmente humano.

 

Fue entonces que Manis decidió hacerle un regalo para simbolizar su ascensión y una gorra era lo ideal en ese momento.

 

Tomó medidas de la cabeza del recluta.

 

Preparó un trozo rectangular de tela, en donde plasmó las medidas. Primero recortó la parte posterior de la gorra, llamada la corona, en vez de abarcar toda la cabeza, solo cubría la parte posterior de la cabeza. Usó dos tipos de tela, una de cáñamo resistente para el exterior y algodón suave para el interior, ambas dieron cuerpo a la corona.

 

La siguiente parte eran: los paneles. Dos tiras rectangulares de lino y otras dos de algodón. Las cosió entre sí y luego las unió hasta formar una forma elíptica. Cosió los paneles a la corona dando forma a la gorra, pero todavía no estaba lista.

 

Unió varios trozos de tela en un pequeño bloque que recortó en forma de D. Cosió el bloque conformando la visera, sin embargo, este no era nada rígido, pero con un endurecedor natural de tela consiguió darle una consistencia que recordaba al plástico tapizado. Esta visera la cosió a los paneles, terminando la corra.

 

Manis probó la gorra en su recluta, la cual le quedaba algo grande, pero no le molestaba. Pero sentía que algo faltaba y, sabiendo que se acercaba el cambio de estación, sabía que este necesitaría proteger las orejas.

 

Recortó dos trozos más de cáñamo y algodón y los unió, este nuevo trozo parecía ser una extensión de los paneles, y tenían la suficiente longitud hasta llegar a la nuca. Una vez unido a la gorra. Desde donde terminaba la visera cortó la tela en forma semicircular y agregó dos botones en el extremo. Así la gorra no solo protegía las orejas, sino que también la nariz y boca.

 

Dobló las orejeras hasta que solo quedó solo el panel y aprovechó los mismos botones para abrochar la sugestión por encima de la visera.

 

Ahora la gorra tenía un mejor aspecto y era más versátil.

 

—Esto es para ti, Artemon, considéralo un regalo para tu uniforme. A partir de hoy te asciendo a capitán— Dijo Manis entregándole la gorra militar.

 

Artemon agarró la gorra, la miró con inexpresividad, pero tras un rato y se la puso con firmeza.

 

—Veo que te ha gustado, tal vez haga otra para mí— Divagó Manis —Pero ahora debemos enfocarnos en otro problema: Somos tres viendo en una misma casa, si estoy contando a Víctor, que tras dos meses parece que ya te perdió el miedo, o tal vez lo sacó el hambre, no lo sé, pero sé que como buen ministro de economía que es, nos va a dejar al borde de la inanición… No sé qué guerras hay en el mundo y si no me pilla de por medio, tampoco me importa, pero al parecer empieza a haber escases de comida y eso significa que, aunque tengamos dinero de nada nos va a servir si no podemos gastarlo. Así que, tal como yo lo veo y corrígeme si me equivoco, necesitamos volvernos más autosuficientes… que significa que tenemos que construir una granja o algo que nos proporcione comida ¿Estás de acuerdo con ello?—

 

El capitán asintió sin decir ni una palabra.

 

—Bien ¿Tú sabes cultivar?... ¿No? Qué lástima, yo tampoco ¿Qué, te sorprende no sea un ser perfecto que domine todas las ramas de la ciencia? Yo soy el primero que desearía eso, pero, en fin… no sé qué hacer, aunque atrapemos algunos animales ¿Con qué les alimentaremos? Antes de tu llegada, traje una colonia de abejas y tal parece que empezaron a llenar los marcos con panales. Necesitamos algo así—

 

Tras pensar en las posibles granjas que podrían fabricar, la, a priori más fácil de hacer era una piscifactoría.

 

Una piscifactoría era a rasgos simples, una piscina donde se criaban y alimentaban los peces.

 

Construir una no era algo sencillo de hacer, se necesitaba un entorno controlado en el que los peces pudiesen desovar constantemente y sin depredadores.

 

Lo primero era encontrar un lugar ideal para montar una piscina y lo encontró recorriendo el río en dirección al valle, pero no muy lejos de su base. Era una pequeña depresión natural con varias paredes que daban acceso a calles que se perdían en las llanuras colindantes. Para Manis era un buen lugar para empezar.

 

Una vez ubicado el lugar, calcularon que la piscina medía casi cien metros de largo y treinta de ancho, distancia suficiente, pero necesitaban cerrarla y para ello puso en marcha de nuevo la fábrica de construcción de ladrillos, seleccionaron las herramientas necesarias, planificaron en un mapa la construcción y ajustaron los horarios de trabajo.

 

Poco a poco fueron moviendo ladrillos, preparando los materiales básicos para elaborar hormigón y acumulando tablas de madera.

 

Empezaron delimitando el terreno con estacas e hilo. Una vez delimitado, fueron con pico y pala para cavar zanjas donde irían los ladrillos que conformarían los muros que delimitarían la piscina. Cuando estas estuvieron listas, prepararon mortero, mojaron la tierra para que agarrase mejor la argamasa y empezaron a colocar ladrillos.

 

—Capitán, recuerda tener cuidado cuando apilas ladrillos, no debes dejar una misma junta en dos niveles y usa la regla de nivelar constantemente, nunca des nada por sentado— Aconsejó Manis.

 

Cuando la piscina estaba casi cerrada, el último muro era un desagüe que permitía el control del nivel del agua y este estaba situado para que el agua sobrante regresase directamente al río, a través de un canal que cavaron en la tierra y recubrieron con argamasa para luego taparlo con rocas planas encontradas en el propio río y así el canal quedaba libre y protegido. Con los ladrillos sobrantes hicieron escaleras en varios puntos de la piscina para un fácil acceso en caso de futuros mantenimientos y estos fueron recubiertos en totalidad con mortero.

 

Terminado el cerramiento de la piscina, ahora tocaba crear los muros de contención de agua, con el fin de evitar que el agua erosionase las paredes de tierra, para ello cavaron una zanja interior para luego usar las tablas de madera, las cuales clavaron y aseguraron con tablones que actuaron como contrafuertes. Estas tablas servían para hacer el encofrado de mortero.

 

Empezaron a preparar una gran cantidad de mortero, trabajo que les llevó varios días y poco a poco fueron llenado gradualmente las paredes. Cuando retiraron los tablones de madera, humedecieron la pared de mortero durante dos semanas para que los micro cristales se formaran en su interior haciéndolo resistente e impermeable.

 

Los contornos de la piscina estaban terminados, ahora tenían crear un espacio que parezca natural que permita que los peces desoven con seguridad, para ello, cuchillo en mano recortaron hierba junto con tierra y esta fue trasladada para cubrir el suelo de la piscina, luego fueron a por los helechos, pues necesitaban sus marañosas raíces densas y entrelazadas, eran lugares ideales para los peces se reproduzcan.

 

Con el suelo cubierto hicieron el canal permitía el ingreso de agua, conectándolo con el río para cerrar el circuito.

 

El agua tenía que caer como una cascada, pues era la única forma de oxigenar el agua y evitar que se estanque.

 

Llenaron la piscina y comprobaron que no hubiese ninguna fuga y fue entonces que fueron a pescar peces al río.

 

Usando trampas con señuelos, redes, cañas de pescar o directamente con los cables de Manis, pescaron una gran cantidad de peces, los cuales eran introducidos a la piscina.

 

Los peces seleccionados eran mayormente herbívoros, Manis sabía eso porque los vio agruparse y comerse las hojas que caían al río, pero igualmente podían comer insectos y plancton que se formaría en las raíces en el fondo.

 

Una vez lista la piscifactoría, esta tomaría su tiempo para empezar a producir comida, pero era casi autosuficiente, sin embargo, no era suficiente.

 

En el bosque había muchas plantas, pero en especial unos tubérculos rojos del tamaño de una pelota de futbol. Manis pensó que eran patatas, pero luego descubrió por boca de Razvan, que eran venenosos para los humanos, pero antiguamente se usaban para teñir las telas de colores anaranjados, ahora la gente extraía los colores de la cochinilla, un pequeño insecto cuya sangre otorga un color más intenso.

 

Manis probó recolectando uno de esos tubérculos, los hizo trocitos y los esparció sobre trampas para ver qué clase de animales podrían ser atraídos.

 

También había un extraño fruto que recordaba a la calabaza, pero era del tamaño de una pelota de tenis. Sin embargo, al cortar la fruta madura, solo había semillas en su interior y en gran cantidad. Esa hortaliza, aún verde, tampoco era comestible y desprendía un fuerte olor a clorofila nada más ser cortado. Dichas semillas, las molió y la harina volvía locos a los peces, pero también fueron usadas como carnada para las trampas.

 

Después de llenar el bosque de trampas, pasaron varios días sin que nadie cayese en ellas, por lo que dieron el proyecto por fracasado, hasta que, un día por casualidad, mientras supervisaban la piscifactoría, oyeron quejidos provenientes de un bosque.

 

Encontraron una especie de cerdo salvaje atrapado en una trampa, no sabían si era un cerdo o un jabalí, pero daba igual. Atraparon un animal que podía ser domesticado, pero solo uno, así que debatieron si debían sacrificarlo, o esperar suerte y atrapar otro y que encima sea del género opuesto.

 

Al final optaron por la granja, ya que con la cantidad de trampas era cuestión de probabilidad que atrapasen a otro.

 

Para mantener el cerdo a salvo, lo ataron a un árbol cercano a la piscifactoría, mientras iban por más estacas y alambre de espino para montar una valla.

 

La granja de cerdos estaría al lado de la piscifactoría, para que estos aprovechen el agua, además los cerdos también comían hierbas, lo que facilitaba su mantenimiento.

 

Una vez montada la valla, liberaron al cerdo y vieron como este se alejó de ellos, pero no traspasó el muro de alambre.

 

Cavaron una zanja que llegaba hasta la piscina, pero antes de cerrarla, se aseguraron de darle una capa de argamasa para que el agua no se filtrase y se mantuviese lo más limpia posible. No la hicieron muy profunda para evitar que el agua se desbordara.

 

Solventado el problema del agua, recogieron todas las hojas posibles y las apilaron con el fin de que el cerdo las usara como una cama provisional, mientras ellos construían su casa. En vez de usar ladrillos, optaron por traer piedras desde el río y las colinas rocosas cercanas, pues era un método más rápido e igual de tedioso que transportar ladrillos.

 

Fueron a la orilla y rebuscaron entre las piedras. Para su sorpresa, había muchas piedras de agua entre las piedras y tenían que tener cuidado con no juntarlas con el resto, pero las dejaron por si en el futuro necesitasen volver a por ellas.

 

—De saber que había tantas piedras de agua, no habríamos cavado esa zanja, bastaría con un bebedero que vertiese agua a la piscina— Lamentó Manis, a lo que el capitán asintió.

 

Después de recoger una gran cantidad de piedras, cargarlas en los remolques de las bicicletas y luego llevarlas hasta la granja, se tomaron un descanso y en vez de ir de nuevo al río, decidieron probar suerte en las colinas rocosas, así no necesitarían esperar a que las piedras se secaran y no tendrían que lidiar con piedras de agua escondidas, pues con el frío que llegaba, mojarse era lo último que querían.

 

Al llegar al monte, se encontraron con una situación similar, pero a la inversa, pues en vez de piedras de agua, había piedras de aire que levantaban polvo cuando las descubrían.

 

—Ajústate bien la máscara, hay polvo de silicio y óxido de hierro levantándose— Ordenó Manis.

 

El capitán le hizo caso y se ajustó la máscara y cuando volvió a recoger una roca, soltó un quejido y se apartó de inmediato. Manis al notarlo, corrió hacia él para ver si se había lastimado. Aparentemente no tenía heridas y sus guantes de trabajo no estaban rotos.

 

El capitán señaló al montoncito de piedras y evitó acercarse.

 

Manis se acercó con cuidado, desenfundando su pala empezó a apartar rocas para ver qué fue lo que lastimó a su subordinado y fue entonces que, al acercar la pala de metal a una de las piedras brillantes, hubo un destello. Duró menos que un parpadeo, pero Manis estaba seguro que lo que vio fue una chispa.

 

—No… puede… ser— Susurró Manis mientras en sus ojos no cabía más sorpresa a la par que incredulidad. Tragó saliva y volvió tocar la piedra con la pala, para confirmar que no se trataba de una pirita cargada de electricidad estática y por segunda vez saltó una chispa, en forma un rayo en miniatura que conectó ambos materiales.

 

Esa roca debía llevarla a su taller para estudiarla más a fondo, pero para ello debía pode agarrarla. Su la tocaba sin más, le soltaría una descarga y como no tenía ni idea del voltaje o los amperios que manejaba, era demasiado arriesgado a la par que peligroso, como intentar tocar un cable pelado. Tampoco podía agarrarlo con sus cables, pues estos conducían la electricidad.

 

Inmediatamente aisló las rocas y clavó la pala para destacar el elemento. Miró al capitán, quien todavía seguía sin querer acercarse.

 

—Capitán, ve y tráeme un bote de cristal, rápido— Ordenó Manis.

 

El capitán corrió hasta el remolque, en donde rebuscó entre las provisiones y encontró un tarro que contenía unas pocas frutas encurtidas que guardaban, las vació en otro tarro con otros frutos encurtidos y llevó el tarro con Manis, quien, al recibirlo, lo lavó con el agua de su cantimplora y lo secó con su poncho.

 

Ayudado con un palo de madera, movió la piedra al interior del bote, donde pudo contemplarla de cerca con seguridad.

 

—Sospechaba que esto existía, pero nunca supe donde ni nadie me lo dijo y no me extraña, esos magos tienen una cultura demasiado hermética, hasta ocultan sus propias escuelas de magia—

 

Acercó la piedra y la miró de cerca. Pido ver como el aire de la botella empezaba a ionizarse un poco alrededor del mineral.

 

—¿Qué opinas capitán? No se diferencia mucho de las piedras de viento— Observó Manis, aunque el capitán no dijo nada.

 

Manis no prestaba mucha atención a las piedras de viento, pues además de emplearse como respiradero, o como combustible para incrementar la fuerza de las piedras de fuego y obtener así un soplete sin gas, no sabía en qué usarlas y en ese momento de lamentó de haberlas dejado tanto de lado, pues sospechaba que ahora estas podían mutar sus propiedades en electricidad, al contrario que las piedras de luz que no emitían electricidad.

 

Recogió en una cesta tantas piedras de viento como pudo, entre las demás rocas.

 

Por más que quisiera dejarlo todo y ponerse a investigar sobre las nuevas piedras mágicas, sabía que no era el momento. Primero debía terminar con el problema de la comida.

 

Llevaron las piedras hasta la granja, en donde construyeron una caseta de piedra y mortero, empezando con las zanjas, las cuales servían para facilitar la limpieza y para la calefacción, en las cuales se podía quemar madera y calentar la caseta en los días de frío. A su alrededor levantaron las paredes a su alrededor apilando piedras, dejando el techo sin cubrir y una abertura para la puerta.

 

Para la puerta, crearon un marco con un agujero en el centro. Agarraron el tronco de un árbol y le clavaron cuatro tablas con las medidas justas para que encajase en el marco de la puerta sin rozar los bordes. Cavaron un agujero con una piedra en la cual tallaron un hoyo para que sirviese de soporte. Encajaron la puerta en el marco y luego comprobaron que funcionaba.

 

En el interior de la caseta, usando las piedras, levantaron un comedero y al lado un bebedero, el cual era abastecido constantemente por una piedra de agua, de las que recogieron en el río y este desembocaba en la piscina como una cascada secundaria. Así los cerdos podían beber tanto en el interior de la casa como fuera.

 

Para el techo usaron tablas de madera junto con tejas para protegerla de la lluvia. Unieron varios tablones con cuerda y los enrollaron sobre tejado, para que sirviese de cortina desplegable.

 

Dejaron una gran cantidad de paja y hojas en su interior para que el cerdo pudiese dormir cómodamente. Finalmente fueron a buscar al cerdo y cuando le encontraron, vieron que había otro que intentaba buscar un hueco en la valla para poder rescatarle y como resultado, ambos terminaron en el corral.

 

Antes de regresar a la base, recogieron una gran cantidad de hierbas, las cortaron en trocitos y las dispensaron tanto en los comederos para cerdos, como en la piscina. Supervisaron como estos empezaban a acercarse, olisquear y posteriormente devorar la comida a su manera.

 

Alimentar a los animales servía tanto para aclimatarlos en sus respectivos hogares, como para domesticarlos.

 

Los siguientes días siguieron alimentando a los animales, estableciendo una rutina, revisando las trampas, hasta que cazaron a cinco cerdos salvajes, de los cuales siete fueron suficientes para mantener la granja.

 

Una vez solventado el problema de los alimentos, Manis pudo dedicarse a investigar la piedra de electricidad que tanto ocupaba sus pensamientos.

 

Fue al taller con toda la ilusión de poder investigar la electricidad, pero para su sorpresa, la piedra ya no generaba electricidad. Aquello fue un duro golpe para la moral, deseó no haber perdido tanto tiempo con la granja, pero el problema de la comida era más importante. No se dejó vencer por el desánimo. Pensó que podría haber más piedras eléctricas en el monte, por lo que partió de nuevo, no sin antes crear dos pares de guantes de goma.

 

Tras todo un día de búsqueda y minería, no encontró otra piedra eléctrica, y con el paso del tiempo empezó a temer que solo fue una coincidencia que hubiese una piedra eléctrica, alguien pudo haberla perdido, o solo era una rareza de la naturaleza. Al pensarlo mejor, este monte y las tierras circundantes no entraban en ninguna ruta, ni tampoco había asentamientos.

 

—¿Podría haber sido un botín de alguna banda de bandoleros?— Pensó mientras se recostaba en el pasto.

 

Pero en ese lugar no había cuevas ni asentamientos abandonados, la única fortaleza élfica abandonada estaba a kilómetros de su ubicación, lo que descartaba su presencia, a no ser que hubiera cuevas escondidas.

 

El viento agitaba las hojas de los árboles en un sonido que recordaba el oleaje del mar. Arrastraba las nubes como si fuesen barcos a la deriva. Al ver una de esas nubes, Manis pensó en que tal vez fue un rayo, el que probablemente alcanzó la tierra. Se levantó de golpe y regresó al taller con una nueva idea en mente.

 

—Mira capitán. Está es la piedra de electricidad—

 

Sacó la piedra la puso en la mesa entre él y su capitán.

 

—Supongamos que la electricidad que tenía era limitada. No es muy diferente de una piedra de viento, lo que me hace pensar que quizás un rayo cayó sobre un lugar, la descarga se extendió sobre el suelo y convirtió una piedra de viento al azar en una eléctrica. Una piedra eléctrica, tal como yo lo veo no es muy diferente de una batería. Esta en concreto ionizaba el aire, cuando la metí en la botella, lo que significa que dejándola a temperatura ambiente se descarga sola y eso explicaría por qué no había ninguna. Esto son solo especulaciones y tal vez me estoy equivocando, pero hay una manera de comprobar mi teoría y es recargando la piedra—

 

Recargar la piedra eléctrica no parecía descabellado, innovador y una herejía para la gente de ese mundo, pero la pregunta era ¿Cómo se genera la electricidad sin usar imanes?

 

Los imanes emiten campos magnéticos y manipulándolos, se pueden conseguir mil trucos para generar electricidad, pero los propios imanes son creados usando electricidad, lo que convierte la solución en parte del problema, como una pescadilla que se muerde la cola.

 

Profundizando en sus recuerdos, Manis recordó que en la historia de la electricidad, hubo un invento que ahora le sería de utilidad, un invento que terminó con la era del vapor y catapultó la industrialización a la era de la electricidad.

 

Hacer una pila volta era sencillo. Empezó el proyecto recurriendo al metal mágico, sacando cables de cobre y enrollándolos, hasta tener dos pares; luego empezó el proceso de aislamiento:

 

Cubrió los cables con aluminio fundido, creando una capa protectora y finalmente pasó los cables por goma derretida para terminar con el proceso de aislamiento. El primer cable fue sumergido en goma teñida de rojo para simbolizar la carga positiva y el segundo cable en goma negra para el negativo. Una vez listos, cortó los extremos y los ató a dos pinzas de cocodrilo. Con eso ya tenía los cables, ahora era turno de crear la pila en sí.

 

Para hacer la estructura cortó dos discos de madera de una tabla empleando una sierra y luego hizo cuatro ranuras: una ranura central y otras tres rodeándola. Esas serían las bases, ahora necesitaba los soportes, los cuales hizo con también con madera, cortando tres paletas rectangulares y luego las adelgazó con una lima hasta que lograron entrar en las ranuras. Exteriores.

 

Sacó dos vástagos de acero y los atornilló en las ranuras centrales de cada disco, sobre las cuales enrolló los extremos de los cables ya pelados.

 

La estructura montada parecía una hamburguesa sostenida por tres palos. La chapa de madera superior podía levantarse y bajarse.

 

Antes de poner en funcionamiento la pila, cogió un vaso de cristal y lo rellenó de agua junto con sal, saturándolo hasta que el agua se pudo blanca después de remover durante un rato. Agarró unos trozos de papel y los bañó en la mezcla.

 

—Mira capitán, esto funciona de esta manera, cogemos un trozo de cobre y un trozo de zinc. Entre medias colocamos este papel molado y obtenemos una celda. Ahora bajamos esto— Juntó los dos discos, haciendo que el vástago entrase en contacto con la celda —Ahora comprobamos— Agarró las dos pinzas de cocodrilo, las cuales agarraban un trozo de alambre cada una, al juntarlas, las puntas se tornaron naranjas —¿Ves? Se ha calentado hasta el punto de soldadura porque hay electricidad recorriendo los alambres. Así se obtiene la electricidad. Ahora supongamos que casa celda emite un voltio de potencia, si apilamos más, una encima de otra…—

 

Colocó los discos en ese orden, uno encima de otro: cobre, papel mojado y zinc, hasta un máximo de cinco. Luego bajó el vástago cerrando el circuito. Los alambres se tiñeron de naranja amarillento hasta casi derretirse.

 

—Conseguimos un mayor voltaje, en este caso cinco, voltios ¿Entiendes? Esto es una pila Volta. Genera electricidad moviendo los electrones del zinc al cobre por medio del agua salada. Pero que genere electricidad no es un problema, de hecho, no es la única forma de generar electricidad, pero a lo que vamos ¿Podrá esto volver a activar la piedra eléctrica? Vamos a verlo—

 

Conectó las pinzas a la piedra y no pasó nada.

 

—Curioso— Dijo Manis. Agarró un destornillador y lo acercó a la piedra, lo que originó un destello entre ambos materiales —Si, muy curioso, funciona, pero…—

 

Retiró los cables y tras un rato volvió a tocar a piedra con el destornillador y esta vez no hubo chispa.

 

—Necesitamos más potencia— Dijo Manis.

 

Apiló otras cinco celdas hasta tener un total de diez, pero el resultado fue el mismo.

 

—Quizás necesitemos aumentar el amperaje y no el voltaje. Mira la electricidad se divide en tres partes, voltios, amperios y resistencia. Los voltios con la energía que tienen los electrones, los amperios es la cantidad de electrones que fluyen, se le conoce como intensidad y la resistencia es por ejemplo la piedra, que es resiste a conducir los electrones. Si seguimos apilando celdas solo aumentamos el voltaje, pero la corriente eléctrica sigue siendo continua, así que hay que aumentar la intensidad, amperios o el flujo de electricidad, llámalo como quieras ¿Y cómo aumentamos el amperaje? Haciendo cables más gordos. Piensa en ello como si cambiáramos las tuberías de agua por unas más grandes, iría más agua, pues es el mismo principio. Por cierto, la electricidad se mide en amperios, no en voltios—

 

Sacando más cables de cobre y enrollándolo en cables más gruesos, los cuales aumentaron la intensidad de la pila, pues al conectarlos a la piedra, el aire a su alrededor empezó a ionizarse, demostrando que estaba cargándose. Al retirar los cables, la carga de la piedra se mantenía.

 

—Lo sabía— Festejó Manis —Esta cosa funciona como una batería, solo había que recargarla ¿Lo entiendes?— Miró al capitán quien negó con la cabeza haciendo que toda la euforia desapareciese gradualmente —Ah, era de esperarse—

 

La reactivación de la piedra fue un éxito, aun así, el problema principal seguía vigente y era que, al estar expuesta a los elementos del medio ambiente, se descargaría.

 

Manis pensó que un ambiente hermético evitaría que se desgastara. Primero intentó crear un recubrimiento de litio. El litio seguía siendo considerado un metal, por lo que el metal mimético podía tomar sus propiedades, pero también sus inconvenientes ya que nada más crearlo, empezó a oxidarse al contacto con el oxígeno del ambiente.

 

Daba igual cuantas veces Manis intentase crear litio, solo estaba gastando metal mágico. Si quería litio debía obtenerlo de forma natural, pues realmente era un material muy abundante, pero el proceso era complejo y tedioso.

 

Entonces pensó en otra solución más estable: El sodio.

 

Podía extraer sodio de muchas maneras, pero quemando unas plantas y luego lavando sus cenizas, para luego evaporar su agua conseguía carbonato de sodio.

 

Por otra parte, mezcló la cal que le sobraba con agua para conseguir hidróxido de calcio.

 

Teniendo ambos elementos: el carbonato de sodio más el hidróxido de calcio, en forma de polvo blanco, los mezcló ambos en un recipiente con agua caliente, consiguiendo soda caustica.

 

Desconectó la piedra eléctrica de la pila Volta y la introdujo en un recipiente de magnesio revestido de aislante, con dos pasadores que mantenían la piedra centrada.

 

Con cuidado, al aire libre y a una distancia segura, vertió la soda caustica en el recipiente con ayuda de una pinza de mango muy largo.

 

Manis esperaba que el experimento saltase por los aires, pero para su sorpresa, permaneció estable.

 

Entonces probó sellar el recipiente con cuidado, a presión y tampoco explotó para su alivio, pero tras aminorar dicho sentimiento, empezó a sospechar que quizás algo iba mal, por lo que hizo una prueba: Conectó dos cables en ambos polos y con pinas de cocodrilo sujetó un fino alambre. Al conectar los cables, el cable se calentó de inmediato y se derritió, indicando que por él circuló una corriente de gran intensidad. Agarró el recipiente y notó que seguía frío.

 

—Funciona— Dijo Manis volviendo a alegrarse —He creado una batería. Oficialmente puedo decir que hemos abandonado esta edad oscurantista y hemos entrado de lleno en la modernidad ¿Entiendes lo que eso significa, capitán? Con esto vamos a llevar la comodidad de nuestra vida al siguiente nivel—

 

Antes de lanzarse de lleno a explotar todo el potencial de su nueva batería, quiso asegurarse de un último detalle, conectó los cables a una resistencia y dejó la batería en un lugar aislado para ver si el continuo flujo de electricidad sobrecalentaba la batería.

 

Una semana pasó y la batería no mostró indicios de sobrecalentamiento, a pesar de estar operando sin parar, pero tampoco mostraba indicios de agotamiento.

 

Ya puso la primera piedra para saltar al siglo moderno, pero necesitaba más. Sabía que la piedra eléctrica compartía algo en común con la piedra de viento a comparación con las otras y por ello rescató la bolsa que contenía las demás piedras que recogieron en el monte, la cual estaba guardada en un armario.

 

Colocó una piedra de viento sobre la mesa y conectó dos cables en cada extremo.

 

La corriente de la pila pasó a través de la piedra y esta poco a poco fue sustituyendo su viento por electricidad.

 

Una vez conseguida la piedra eléctrica, la partió solo para descubrir que cada trozo seguía electrificado. Esto abría muchas posibilidades, pues podía fabricar diferentes tipos de baterías.

 

—¿Y ahora que vamos a hacer?— Le preguntó al capitán, era una pregunta retórica, pero sentía la necesidad de hacerla.

 

—Vamos a crear imanes ¿Sabes lo que son los imanes?—

 

El capitán negó con la cabeza.

 

—Un imán es un metal que atrae a otros metales, no todos, pero sí la mayoría, pero además tiene infinidad de funciones. Como dice el dicho, el único límite está en tu imaginación—

 

Sacó del metal mágico dos pequeños bloques rectangulares de diferente metal.

 

—Si recuerdas el dibujo de la tabla de elementos, observarás que debajo hay dos filas separadas del grupo. Se los llama lantánidos, no preguntes por qué, ni es importante. Lo importante es que esos dos grupos están separados del resto por una razón: Sus propiedades. Una de ellas es su compatibilidad con la magnetización y en este caso, este metal mimético me ha permitido replicar dos de ellos… bueno, en realidad son tres. Uno de ellos ya está combinado con otro metal—

 

Agarró la primera pieza de metal.

 

—Esto es neodimio. Si conseguí replicarlo bien, al pasar una corriente de electricidad por él, se magnetizará. Una vez magnetizado… ya verás lo que podemos hacer con él. El otro metal es una aleación de samario y cobalto, magnetizado sería tan fuerte como el neodimio, pero con la diferencia de resiste temperaturas más elevadas. Vamos a probar magnetizar estos dos metales—

 

Para magnetizar metales se necesitaba una máquina magnetizadora. Su diseño y concepción era muy simple: un generador conectado a una lámina de metal con un interruptor de por medio.

 

La fabricación de un interruptor era sencilla: era una caja de aluminio, con dos conectores. En el centro había una palanca conectada a una placa que cerraba el circuito.

 

La lámina era una tabla de cobre revestida de acero para evitar su corrosión. Esta tenía unos salientes en donde fueron conectados los cables que completaban el circuito eléctrico.

 

—La electricidad funciona de una manera simple. Es un circuito cerrado. Puede ser tan grande y complejo como quieras hacerlo, pero siempre debe cerrarse, si no se produce un corto circuito— Explicó Manis —Aquí tenemos la batería. Desde un polo positivo sale un cable conectado a esta tabla y desde ella, hay otro cable que se conecta a este interruptor y desde el interruptor, sale un último cable que termina en el polo negativo de la batería. Como ves, está cerrado. Entonces ¿Para qué un interruptor? Porque esto nos permite controlar el flujo de electricidad. Ahora mismo el circuito está cerrado, pero desconectado— Tocó la tabla varias veces sin problema con el trozo neodimio para luego colocarlo en el centro de la tabla —Pero ahora si muevo esta palanca, el circuito se activa—

 

Movió la palanca a un lado y luego la retornó a su posición inicial, agarró el neodimio y notó que le costaba levantarlo. Eso era una buena señal, acercó el neodimio a un conjunto de clavos y estos se pegaron al trozo. Demostrando que el metal se magnetizó hasta convertirse en un imán.

 

—Y esto es un imán— Dijo mientras entregaba el material al capitán, quien lo tomó entre sus dedos y lo analizó intentando entender su funcionamiento —El magnetismo y la electricidad son dos cosas que van de la mano. Con un se consigue el otro y viceversa—

 

Cuando magnetizaron el bloque de samario, el capitán acercó ambos metales y notó como una fuerza invisible evitaba que se juntaran y por mucha fuerza que pusiera, estos no se juntaban, sin embargo, cuando por la propia inercia del imán, uno de ellos se volteó, ambos se unieron en una unión tan sólida que le costó separarlos, era como si la misma fuerza que los separaba ahora se negaba a separarlos. Miró confundido ambos bloques.

 

Mientras el capitán jugaba, Manis se dio cuenta de que ya estaba cayendo la tarde. Su emoción le había absorbido completamente y no solo descuidó sus quehaceres diarios, sino que hasta se olvidó de preparar la comida.

 

Antes de aplazar su trabajo, consideró realizar un último experimento, mientras su capitán seguía entretenido con los imanes. Por su parte era entendible, nunca había imaginado que algo así acabara en sus manos, era como un niño pequeño descubriendo el mundo, cuando en realidad su edad era desconocida.

 

Fue a buscar su linterna, la cual estaba sobre la mesa de la cocina. La llevó al taller, extrajo la piedra de luz que brillaba tenuemente opacada por los rayos del sol del atardecer que invadían la sala desde la ventana.

 

Conectó la piedra a ambo cables. No sabía lo que iba a suceder, pero quería sacarse la duda de encima.

 

La piedra resonó con la pila y su brillo se incrementó hasta alumbrar toda la habitación, por lo que Manis retiró los cables inmediatamente, cosa que hizo que la piedra se apagara completamente revelando estar compuesta de cristales transparentes, como un diamante amorfo pero pulido.

 

Tras minutos de ceguera y sufrimiento, su visión regresó, en donde se replantearon usar más medidas de protección antes de realizar los experimentos.

 

Con la nueva información recabada, esta vez conectó la batería a una pila más pequeña, con cables más finos, mientras llevaba encima la máscara de soldadura.

 

La piedra se reactivó y los cristales emitieron una luz intensa pero no tan deslumbrante.

 

—Así que esto se intensifica en proporción al amperaje. Luego le colocaré un regulador, pero me sorprende que la piedra siga fría. En fin, cosas de la magia, supongo— Dijo Manis.

 

Miró por la ventana, la cual mostraba un paisaje oscuro, alumbrado solo por la tenue luz lunar de los diferentes astros que flotaban alrededor de ese extraño mundo.

 

Las estaciones cambiaban, acortado las horas de luz, por lo que las antorchas, velas o piedras lumínicas empezaban a adquirir una mayor demanda por parte de la gente. La luz potenciada que Manis desarrolló era más una potente linterna multidireccional, que una lámpara.

 

—Ya he tenido suficiente. Comamos algo— Dijo Manis.

 

Una vez en la cocina, gozando de una mayor iluminación, calentó las sobras del día anterior en una sartén, a falta de tiempo y ganas de ponerse a cocinar algo desde el principio.

 

—Comamos antes de que se enfríe—

 

Tomando bocado a bocado, vaciaban el plato poco a poco, en silencio y sin prisas. Hasta que se saciaron tanto de comer como de beber, pero aun siendo totalmente de noche, ni siquiera era la hora de irse a dormir.

 

Antes de que Manis arrasase el templo de los monjes protectores, incluso antes de liberar a su ahora capitán, rescató un maletín lleno de botes de pintura y pinceles. De todos los colores, usó solo el rojo y el negro para recrear poco a poco, las cincuenta y dos cartas de una baraja, con la ayuda de una pequeña imprenta de madera.

 

Jugaban para pasar el rato, mientras cada uno contaba las cartas del otro en silencio, para alzarse con la victoria.

 

—Si te preguntas qué vamos a hacer mañana… Alimentaremos al rebaño a primera hora de la mañana. Como el tiempo está cambiando, llegará el invierno, de hecho, ya empieza a hacer frío. Construiremos un radiador eléctrico, elaboraremos herramientas de medición de electricidad y seguiremos trabajando en la creación de un motor eléctrico—

 

Tiró dos cartas y sacó otras dos de la baraja.

 

—Cuando lo tengamos, automatizaremos todas las herramientas y luego fabricaremos algún que otro electrodoméstico. Estos nos facilitarán aún más la vida y así dejaremos de depender de la bomba de ariete… No sé cuánto tiempo nos tomará, por lo que alternaremos los días de trabajo con los ejercicios para no perder facultades. En fin, he perdido, mañana me dices qué quieres que te prepare de comer. Yo me voy a dormir—

 

Al día siguiente, Razvan llegó a la mansión fortificada de su señor Velkan.

 

Después de ser recibido por uno de los mayordomos, fue conducido al gran comedor, en donde se unió a su señor para desayunar.

 

El estado de salud de su señor era paupérrimo. La amenaza de las tropas invasoras del norte, sumando a una guerra civil por la sucesión a la corona provocaron un continuo sentimiento de estrés y ansiedad. Ya eran varios días que no conseguía dormir y había perdido cuatro kilos. Moviendo su desayuno con la cuchara, no sentía gana alguna de ingerir nada.

 

—Le veo con peor cada, a medida que pasan los días— Dijo Razvan preocupado.

 

—Todo esto me supera— Susurró Velkan —El señor me ordenó proteger estas tierras, pero no me dijo que tan desprotegidas y mal administradas estaban. Ya no recuerdo la última vez que pude dormir bien. Cada vez que pienso en la guerra o cualquier cosa que tenga que ver con lo militar, me dan ganas de vomitar. Sería maravilloso pedirles a los dioses que detuvieran el tiempo para poder olvidarme de todos estos problemas. No pido mucho, uno o dos días—

 

—Me duele verle en ese estado. Por ello preparé esta infusión de yerbas. Solo viértala en agua hirviendo— Aconsejó Razvan mientras le pasaba una caja de madera que aun cerrada desprendía un olor particular.

 

Velkan agarró la caja y olió con fuerza el aroma.

 

—¿Qué es? ¿Veneno? ¿Por fin? Dime que con esto podré irme a dormir para siempre— Suplicó el castellano —Aunque lamentablemente te tocará acompañarme, cabeza en mano—

 

—En absoluto ¿Quién defenderá estas tierras? Lo que tiene en sus manos es una mezcla de hierbas de las llanuras con extracto de lavanda—

 

Razvan dio una probada a su desayuno, que consistía en cereales de trigo y avena combinado con frutas y nata.

 

—Está bueno, debería comerlo, le dará fuerzas para aguantar el día y mientras come, le relataré las noticas que le traigo, aunque debo advertirle de antemano que no todas son buenas—

 

Velkan llevó la cuchara a la boca, mientras le escuchaba, con la misma mirada de un zombie, después de una intensa jornada de trabajo laboral.

 

—Empieza con buenas, quiero al menos alegrarme, aunque sea un instante— Dijo Velkan.

 

—La buena noticia trata acerca de la banda de mercenarios que saqueaban nuestras aldeas, los que llegaron desde el este, probablemente desde algún Kazayato del imperio Khwarazmiya, esos que siempre usan caballería ligera— Aclaró Razvan.


—Sí, sé de quién hablas— Dijo Velkan mientras le apresuraba a continuar con su mano y no detenerse en aclaraciones triviales.

 

—Han sido completamente erradicados— Concluyó Razvan.

 

—Y supongo que fue esa muerte errante que se acopló en nuestra tierra— Dijo Velkan.

 

—Así es, Manis es de mucha utilidad para ese tipo de trabajos— Dijo Ravzan.

 

—¿Bromeas? Hizo estallar toda una fortaleza— Dijo Velkan alarmado —Demasiados ojos fueron puestos en nuestra humilde tierra por su culpa ¿Sabes cuánta gente condenó el simple hecho de estar en mi territorio? De todos modos, no quiero saber nada de él. Su presencia me incomoda, sus métodos me asquean, su forma de pensar es inentendible y él mismo decidió marginarse, así que cuanto menos sepa mejor. Así será más fácil desentenderme y no lidiar con culpa innecesaria, pues ya pesa sobre mis hombros la responsabilidad de mil vidas—

 

—Bueno, entonces pasaré a la siguiente buena noticia, que nada tiene que ver con la muerte errante. Como sabrá, está por llegar el tiempo de las nevadas, por lo que es tiempo de recoger las cosechas y el ejército invasor está conformado en su mayoría de guerreros. Lo que significa que finalizarán su invasión para regresar a sus hogares—

 

—Regresarán cargados, con el botín del saqueo. Eso incitará a nuevas invasiones en el futuro, mucho más numerosas. Pero para entonces nosotros estaremos debilitados debido a la guerra de sucesión que está por venir. Seremos un dulce para ellos— Lamentó Velkan.

 

—No se preocupe. El futuro no está escrito. Si nos preparamos debidamente, podremos sobreponeros a las crisis venideras y tengo otra noticia. Esta no sé si catalogarla como buena o mala. Pero me según entendí, la familia Keiler ha sido destruida—

 

La noticia del sacerdote no causo mayor sorpresa en su señor, pues este ya oyó rumores.

 

—Sé tenían problemas con un grupo de rebeldes, pero no visualizo la situación ¿No estaban reuniendo un ejército?—

 

—Así es. Keiler reunió a casi diez mil efectivos, según los rumores. Supongo que inflaron esa cifra. Ni su ciudad, con sus villas tiene tantos hombres disponibles y aun contando con mercenarios, supongo que rondarían por los ocho o nueve mil— Divagó Razvan.

 

—Y un grupo de rebeldes en inferioridad numérica, los derrotó y tomaron su fortaleza. Sería una historia fantástica, digna de gesta épica, de no ser porque ya viví una situación similar. Sé que en una guerra pueden pasar muchas cosas. Lo que importa ahora es que nos hemos librado de una futura amenaza, pero, por otra parte, tampoco sabemos quién dirige ahora ese ducado. Puede que solo se haya sustituido un enemigo por otro y ese otro ha inspirado a los conspiradores y enemigos de la corona, que estaban ocultos hasta hace poco a rebelarse, creyendo que pueden dar un golpe de estado al que llaman revolución— Lamentó Velkan —Al menos me alegro de contar con caballeros dignos y leales. Solo en estos ocho días he sofocado cuatro insurgencias que no han hecho más que menguar al campesinado ¿Acaso han pensado como van a recoger sus cosechas estando muertos? Sus familias, impulsadas por el hambre serán los siguientes en rebelarse. Ya no sé ni como llenar los graneros de las villas para evitar que eso ocurra. La comida escasea, Razvan, ni el oro puede comprar lo que no existe—

 

—Esa incertidumbre es compartida por los demás señores. Pero ellos no poseen su determinación, ni su sabiduría. Seguramente esta crisis los lleve a dar un movimiento en falso, habría que pensar en cómo podremos tomar ventaja de ello— Meditó Razvan.

 

—Lo que sucederá, está por ver. Si no administran bien a sus tropas, eso les debilitará y si no pueden con las rebeliones, podemos ofrecernos a sofocarlas en su lugar. Y al hacerlo tendremos «Derechos» sobre sus tierras— Maquinó Velkan —Pero sería más territorio para administrar—

 

—O puede que subestime a los rebeldes y sus tropas sufran un duro revés. Esa posibilidad también hay que tenerla en cuenta. Lo que les obligaría a mantener dos frentes y otro competidor de mayor jerarquía, aproveche el momento para hacerse con su territorio, sin dejarnos intervenir—

 

—No lo había pensado de esa manera— Reconoció Velkan.

 

—Y ahora por desgracia, toca el turno de dar las malas noticias. Y tiene que ver con Manis, o, mejor dicho, con un invento suyo: La bomba de ariete—

 

Razvan mientras desplegaba unos planos trazados a mano sobre papel de cuero, sobre la mesa.

 

—Lamentablemente debo comunicarle, que a pesar de todos mis esfuerzos no he sido capaz de replicar dicho invento— Lamentó el sacerdote —Su estructura es simple y a la vez compleja. Pero el agua no se somete a dicho cachivache—

 

—¿No te explicó como fabricarla? Has tenido muchas reuniones con él— Dijo Velkan.

 

—Si, estos planos son suyos. Me los hizo, a medida que me explicaba— Reveló Razvan —Pero choca con todo lo establecido. Mandé a construir una réplica hecha de madera y el agua empezó a filtrarse. Tiene que ser de metal. Pero si es de hierra, el agua lo carcomerá y al hacerla de bronce, se deformó y estalló—

 

—¿De qué metal lo hizo él?— Preguntó Razvan dando otro bocado a su desayuno.

 

—Según él, es algún tipo de hierro que resiste el agua— Recordó Razvan.

 

—¿Seguro que no lo hechizó?— Preguntó Velkan entrecerrando los ojos, teniendo la sensación que ya había vivido una escena similar.

 

—No usó ninguna clase de magia. Estoy seguro— Dijo Razvan —Llevo tiempo pensando que es posible que nos hayamos precipitado al catalogarlo de artes divinas. Pueden ser que se trate de lógicas naturales. En cuyo caso, de ser cierto, indicaría por qué estamos fracasando—

 

—Lógicas naturales… ¿Tu orden religiosa no prohibía eso?— Le recordó Velkan.

 

—Mi rama contempla esa doctrina con mayor indulgencia— Respondió Razvan.

 

—Ve con cuidado, podrían declararte hereje— Advirtió Velkan —Para mí, las lógicas naturales solo me han dado dolor de cabeza y sus filosofías no explican nada, solo proponen soluciones a situaciones ideales que nada tienen que ver con la realidad… Quizás debamos abandonar ese proyecto y centrarnos más en controlar a los mercaderes para ver si podemos mandarlos a otro país a buscar comida—

 

—Cierto que necesitamos satisfacer las necesidades básicas, ¿Pero, cómo va a hacerlo durante un asedio? Cuando se acabe el agua, no podremos bebernos el dinero. Esta bomba de ariete podría llevar agua secretamente hasta la cima de la montaña, con agua aseguraremos un huerto y dispondremos de víveres ¿No lo entendéis? Podríamos convertir la atalaya de las águilas en una verdadera fortaleza inexpugnable, su posición estratégica invalidaría un asedio y la bomba esta, es el primer paso— Argumentó Razvan.

 

Velkan meditó mientras se rascaba la cabeza. La propuesta de su consejero era utópica, pero parecía posible.


La atalaya era en realidad una cárcel, edificada sobre una colina para dar un claro mensaje a los campesinos, sin embargo, la bifurcación del río que rodeaba las faldas de su montaña la aislaban lo suficiente para considerarla como un pequeño castillo.

 

Mientras meditaba, uno de los criados se acercó a él. Tras reverenciarse le habló a su señor.

 

—Mi señor, los prisioneros de las mazmorras están exaltados, las amenazas de fuga y suicidio son alta— Informó el mayordomo.

 

—Que mueran es un problema, todavía no nos ha llegado el dinero de su rescate. Ejecuta a los más pobres para dar ejemplo y a los demás… Llévales algo ligero de comer, un mendrugo de pan, pero dales mucha cerveza y duplica los guardias y asegúrate que estos no tomen ni gota— Tras anunciar sus órdenes, volvió la mirada hacia su sacerdote —¿Qué decías?—

 

—Decía que, para construir ese artefacto, necesito conocimientos más específicos— Dijo Razvan.

 

—Ah, vas a volver a ver a la muerte errante. Yo personalmente tendría cuidado con él— Dijo Velkan mientras terminaba de comer su desayuno.

 

—No. Verá, hace semanas, estuve mandando cartas a un sabio de la ciudadela de Menozberran, ese lugar donde se encuentra la biblioteca más grande más grande del mundo. Escribí acerca del invento y detallé su funcionamiento, mientras pensaba que funcionaba con artes divinas. Pasaron las lunas y no he recibido noticia alguna, por lo que decidí ir en persona hasta allá—

 

Velkan casi escupió el zumo de manzana que estaba tomando.

 

—¡¿Vas a ir al reino de Halistra?!— Exclamó levantándose del asiento —¿Quieres cruzar el gran mar, con los peligros que eso implica? El riesgo es tal, como ir a saludar a la muerte, con la diferencia que el mar no te conoce— Volvió a sentarse al darse cuenta de que estaba llamando demasiado la atención de sus criados.

 

Razvan levantó las manos intentando calmar a su señor.

 

—Le ruego que se calme, mi señor. Considere que el tiempo que ganamos con la temporada de las nieves, es un regalo divino. Debemos usarlo con sabiduría. Tengo esperanzas puestas, en que seré capaz de resolver el misterio antes de los primeros brotes de la próxima estación. En caso contrario, procuraré traer conmigo nuevos conocimientos que podrían mejorar vuestra administración y si es posible traer conmigo algún erudito—

 

Velkan meditó la propuesta de su sacerdote. Detestaba las argucias que el propio sacerdote empleaba con él, pues al ofrecer dos opciones y estas ser necesarias para su mandato, le obligaba indirectamente a aceptar la propuesta inicial. Si se negaba, no solo quedaría mal, sino que, a la larga tendría remordimientos por haber dejado pasar esas oportunidades.

 

—Sabes, tengo curiosidad por saber acerca de las últimas innovaciones, avances y novedades que yacen en ese sitio. Quizás incluso hayan inventado algo útil que pueda facilitarnos la vida o sacarnos de esta situación, aunque eso es pedir mucho. Tenemos algunos magos, pero quedarnos rezagados tecnológicamente sería como dar ventaja a los enemigos— Dijo Velkan.

 

—Entonces, cuento con vuestro beneplácito para realizar dicha expedición— Sugirió Razvan.

 

—Te facilitaré un salvoconducto con el sello de mi familia y una escolta. No vayas en un barco simple, embarca en un convoy. Las escoltas de los mismos disuaden a los piratas— Recomendó Velkan.

 

Razvan se mostró agradecido con su señor y al cabo de dos días de preparación, partió hacia el sur montado a caballo con un grupo de diez caballeros, cinco pajes y diez soldados a pie.

 

Mientras cabalgaba a lomos de su corcel, a su mente vino el invento que Manis llamaba bicicleta. Rio para sus adentros, mientras comparaba ambos sistemas de transporte. El caballo era mejor que la bicicleta. Ningún esfuerzo humano podría igualar su velocidad, el esfuerzo corría a cargo de la bestia en vez del jinete, podía llevar cargas de equipaje y su compañía era mejor que un frío trozo de metal con ruedas. Además del porte, ir a lomos de un caballo realzaba la figura del jinete, recta y noble, mientras que montado en una bicicleta parecía un jorobado encorvado.

 

La biblioteca de la ciudadela Menozberran no solo era un edificio en cuyo interior se almacenaban libros. Se construyó como parte de una academia de magia, como cualquier otra que se podría encontrar en cualquier país, sin embargo, con los cambios políticos y sociales que tuvieron lugar en el reino de Halistra, la academia diversificó sus estudios y su biblioteca empezó a aceptar estudios diferentes a las artes divinas.

 

La gente empezó a reunirse con mayor frecuencia en la biblioteca y muchos de los autores, siquiera eran magos, lo que hizo que el edifico se expandiera tomando más la forma de un foro y más pronto que tarde, a diferencia de las academias homólogas, dejó de ser un recinto hermético y se abrió a todo el mundo.

 

Muchos nobles, quienes podían permitirse salir de viaje, fueron a ese lugar en busca de sabiduría, a la vez que su séquito traía la suya, fomentando un intercambio de ideas. Los reyes empezaron a enviar ahí a sus príncipes para enriquecer su formación, ejemplo que siguieron las demás altas casas.

 

Tras varias semanas de marchas por los reinos del sur, la embarcación y navegando por mar del sur, Razvan llegó a dicho lugar, en donde previó pasar varios meses.

 

Tardó una semana en instalarse y organizar su estancia, pero cuanto tuvo un momento libre recorrió la instalación con mucha emoción.

 

No era la primera vez que venía, pero cada vez que regresaba, cambiaban y añadían tantas cosas que siempre parecía ser su primera vez. Aunque las aulas eran una de las pocas cosas que no cambiaron.

 

Ubicadas en el interior de los templos, las clases eran de oratoria y enseñanza. Carecían de pupitres, tan solo un atril y en el fondo, tres largos asientos de mármol dispuestos a modo de escalera, algunos tenían cojines traídos por los estudiantes y a menudo olvidados.

 

Los estudiantes podían optar por recordar las enseñanzas o apuntarlas en hojas tanto de papiro, como pergaminos de pieles y telas, traídos por ellos.

 

Los cuadernos de pieles estaban reservados para los eruditos de alto rango, quienes los usaban para grabar en ellos su investigación, de manos de un escriba, quienes realzaban la escritura dotando a las letras de una estética atractiva.

 

Razvan conocían bien esas clases, pues asistió a muchas de ellas durante su juventud y no podía evitar soñar con volver a aquellos días, donde el mayor temor de una persona era una simple prueba, pero ahora tenía responsabilidades, unas que su antiguo yo nunca imaginó que tendría y por ello fue hacia aquel lugar en donde se enseñaban lógicas naturales.

 

Una voz muy familiar llegó a sus oídos. Guiado por ella encontró un aula en donde una mujer de cabellos ondulados, ataviada con una túnica impartía clases.

 

En sus clases, ella hablaba de la ingeniería, bajo una visión filosófica, sus pocos estudiantes varones, prestaban una moderada atención.

 

 La clase acabó cuando un reloj de arena, colocado sobre una balanza, la inclinó activando un resorte que hizo sonar una campana.

 

Después de que los estudiantes salieran, Razvan entró, siendo recibido con sorpresa por la profesora.

 

Tras los correspondientes saludos, ambos fueron a los jardines, en donde pudieron recordar viejos tiempos.

 

—¿Cómo fue tu viaje?— Preguntó la profesora —El mar es peligroso desde que esa horda Galvana cruzó el mar y formó su reino pirata—

 

—Nuestro convoy fue asaltado cuatro veces durante nuestra travesía, esos piratas no le temen a nada ¿Quién hubiese podido imaginar que una horda de las estepas lograría dominar los mares mejor que los pueblos del mar. Incluso lograron dominar algunas bestias de las profundidades— Contó Razvan.

 

—Es terrible, pero afortunadamente aquí gozamos de buenas defensas, puedes descansar tranquilo y puedes disponer de mi ayuda cuando lo precises—

 

—Muchas gracias y de hecho voy a solicitar su ayuda inmediatamente. Llegué aquí en busca de sabio Fergann, le escribí muchas cartas, pero no me llegó contestación alguna— Dijo Razvan.

 

—Desgraciadamente, Fergann falleció el año pasado. Su corazón dejó de latir mientras dormía—

 

Aquella noticia causó un gran impacto en Razvan.

 

—Qué desgracia. Le tenía mucha estima a ese profesor. Era el único de todos que me animaba a seguir estudiando y no abandonar mis estudios. Gracia a él llegué a donde estoy ahora mismo y lo peor de todo es que nunca pude agradecerle—

 

—De seguro estaba orgulloso de ti, era un hombre algo sarcástico, pero muy querido— Le consoló la sabia —Ahora sus enseñanzas son impartidas por mí, si buscabas consejo de Fergann, quizás yo podría prestarte ayuda—

 

—Se lo agradezco, Jita—

 

Razvan sacó unos pergaminos en los cuales previamente copió los bocetos de la bomba de ariete y se los mostró a la mujer. Ella nada más tomar los pergaminos, los miró con el ceño fruncido, tratando de entender lo había dibujado.

 

—Es un proyecto en el que ya llevo trabajando más tiempo del que me gustaría reconocer. Dicho de un modo resumido, este tubo, de alguna manera lleva el agua desde un punto, hasta un punto elevado— Explicó Razvan.

 

—¿Y supuestamente cómo funciona?— Preguntó Jita mientras giraba el pergamino, tratando de ver verlo bajo otro punto de vista.

 

Razvan agarró los pergaminos y los volteó en la dirección correcta y con su mano a modo de guía explicó el proceso.

 

—El agua entra por la parte más ancha. Sigue la dirección a través del tubo y sube por ambas ramificaciones. La parte central es por donde el agua fluye, se le puede conectar una tubería y el agua sube—

 

—¿Esta cosa para qué sirve?— Preguntó Jita señalando la cámara de contención de aire comprimido.

 

—No lo sé, supuestamente para almacenar agua— Dijo Razvan —Y este contrapeso creo que es para aflojar la presión de agua—

 

—¿El mecanismo incluye algún sistema de magia?—

 

—Ninguno, es un invento basado en artes lógicas puras— Dijo Razvan.

 

—Interesante…—

 

—Por desgracia, he sido incapaz de ponerlo en funcionamiento. El agua sube hasta un palmo y tan pronto como llega a su límite simplemente se estanca y de ella solo emergen gotas, el resto se queda en la tubería, no hay forma de extraer la presión. La llave, por mucho que se apriete, no genera presión, simplemente se desborda por la entrada y no se qué hacer, por eso he acudido aquí en busca de sabiduría— Confesó Razvan.

 

—A mi me parece que esto es una especie de sifón— Dedujo Jita.

 

—¿Un sifón?— Preguntó Razvan.

 

Agarró una rama y dibujó sobre un suelo de arena un rectángulo con dos aberturas.

 

—Es un sistema donde el agua se conecta en un recipiente y fluye moviéndose de un punto a otro—

 

Razvan miró el diseño y lo comparó con el de Manis y negó con la cabeza.

 

—No, es un sistema diferente. Un sifón requiere ser tan grande como la altura hasta donde quieres llevar el agua. Esto permanece dentro del río y empuja el agua hasta arriba—

 

Jita dejó su dibujo y volvió a arrugar su frente.

 

—Lo que me cuentas parece ser obra de magia. Algo así no podría funcionar. El agua no fluye hacia arriba y tal como me contaste ya debiste haberte dado cuenta de lo obvio—

 

Razvan se sintió decepcionado, pero él sabía que era posible.

 

—Funciona, lo he visto. Solo que no puedo replicarlo. Esto existe— Dijo mostrando de nuevo el boceto.

 

—Así que alguien lo inventó ¿O oíste hablar de ello?— Preguntó Jita con un entusiasmo apagado, comenzando a barajar en su mente que al clérigo intentaron estafarle.

 

—Lo vi con mis propios ojos y conocí a su inventor en persona. Mis ojos contemplaron como podía mover gran cantidad de agua hasta hacer funcionar un molino de agua en tierra seca descargando una gran presión—

 

—¿Y por qué no conectar el molino de agua al río?— Preguntó Jita sin entenderlo.

 

—Qué más da para qué lo usó, yo lo necesito en mi propio proyecto—

 

—Si lo conociste ¿Cómo es que no te dijo el secreto de su funcionamiento?—

 

Ante aquella pregunta Razvan guardó silencio. Mirando en retrospectiva, le avergonzaba contar que a pesar de los intentos de Manis por explicarle el funcionamiento de la bomba de agua, no entendió nada.

 

—Digamos que… cada uno hablaba en su propio idioma— Dijo Razvan.

 

Jita estaba totalmente convencida de que Razvan estaba siendo estafado.

 

—Sabes, hay gente, que a pesar de no usar artes divinas, son capaces hacer cosas a priori inexplicables, para el vulgo y los esclavos parece magia, pero en el fondo es un elaborado engaño— Contó Jita.

 

Razvan entendió por donde quería ir la mujer.

 

—Entonces me gustaría dejar este proyecto en sus manos— Dijo Razvan entregándole los planos —Si hay algún engaño, una sabia cuya especialidad son las lógicas naturales podrá desenmascarar y por supuesto que sus esfuerzos serán debidamente recompensados—

 

Jita, al ver como Razvan torció su argumento a su favor, no tuvo más opción que aceptar el reto.

 

Volviendo a las tierras de Velkan, Manis, con la ayuda de su capitán terminaron de desarrollar el motor eléctrico, a la semana siguiente de construir la batería.

 

—Verás capitán, tal como dije la otra vez, la electricidad y el magnetismo siempre van de la mano. Por lo que, con un cable de cobre enrollado, podemos crear un imán alimentado por electricidad o electromagnético, sin necesidad de metales neodimio. A esto lo vamos a llamar: bobina—

 

Conectó dos cables a los extremos de la bobina y colocó una barra de metal en su interior.

 

Al encender el interruptor, la barra de hierro se deslizó rápidamente por el interior de la bobina por sí sola. Algo que había impresionado hasta al sabio más experimentado, pero para el capitán ya solo le causaba una ligera impresión.

 

—Ahora, si conectamos a esta barra a un cigüeñal, unido a un eje y en el otro extremo ponemos otro cigüeñal, con su correspondiente bobina y conectamos la corriente, la rueda central empezará a girar. La barra, ahora funciona a modo de émbolo, la corriente la empuja hacia dentro, moviendo su contraparte hacia fuera, pero la misma corriente la fuerza a meterse dentro, de nuevo repitiendo el ciclo infinitamente, hasta que la corriente se corte—

 

El capitán miró seriamente el hipnótico baile mecánico, hasta que Manis lo desactivó.

 

—Esto es lo que llamamos motor. Es el mismo principio que utiliza el molino de agua, solo que, en vez de agua, usamos electricidad— Explicó Manis.

 

Sacó la bobina, la depositó sobre la mesa y roció sobre ella polvo metálico. Al conectarla de nuevo a la corriente, el polvo empezó a moverse, dejando un dibujo de surcos ovalados.

 

—Estas líneas que ves es lo que llamamos magnetismo. La bobina hace circular los electrones y estos forman el magnetismo. Entonces podemos decir, que, si una bobina está conectada, es un imán ¿Qué diferencia hay entre un imán de neodimio y esto? Que el de neodimio es permanente, mientras que la bobina no y al no serlo es más controlable. Sin embargo, hay otro detalle que tienes que tener en cuenta—

 

Agarró otro cable de cobre y lo enrolló en forma de aro. Al conectarlo a la corriente e introducir la barra de metal, esta empezó a cambiar de color hasta volverse amarilla brillante, pero solo la parte que pasaba el aro—

 

—Dije que la electricidad y el magnetismo van de la mano y su unión produce calor, a mayor corriente, más calienta, pero concentrada siempre en el interior de la bobina. Esto perfectamente podría ser un horno por inducción. Se calienta más que le horno que tenemos y al apagarlo, deja de generar calor y se enfría con mayor rapidez. Esto será la base para nuestro calefactor—

 

Apagó y agarró dos pequeños marcos de cristal, en cuyo interior había un papel blanco con escalas dibujadas y una aguja en el centro. En la parte trasera había dos conectores, que recordaban a un enchufe moderno.

 

—Recuerda, tenemos voltímetro y amperímetro. Ambos funcionan con una bobina y como dije que, al poder controlar la activación de un imán, logramos medir la electricidad. Se los llama también galvanómetros. Al circular una corriente eléctrica, se mueve esta aguja que está conectada a una pequeña bobina y dependiendo de la corriente, la moverá a un lado y al otro. Si lo piensas, el galvanómetro, es un motor eléctrico limitado. Haciendo el símil con nuestro molino hidráulico, el amperímetro es un medidor de caudal, cantidad de agua y el voltímetro mide la presión, pero en vez de agua, manejamos electricidad—

 

Con las herramientas de medición explicadas y listas, comenzaron a fabricar los calefactores para pasar el invierno.

 

Primero crearon los múltiples de admisión, que eran bocas redondas, por donde pasaría el líquido. Una vez hicieron varios, pasaron a la segunda fase: hacer los tubos. Estos eran de aluminio y acero y fueron soldados a los múltiples de admisión, dos por cada múltiple, creando así un módulo de radiador.

 

Metieron los módulos en un tanque de agua e inyectaron aire a presión, para ver si tenía fugas. En cuyo caso reforzaban la soldadura y repetían el proceso hasta asegurarse de que los módulos fuesen completamente herméticos.

 

Una vez listos los módulos, se soldaron uno sobre otro, consiguiendo poco a poco la forma de un radiador tradicional. Se unieron en total quince módulos. Finalmente se introdujo el radiador de nuevo en el tanque para comprobar si no había fugas.

 

Listo cuerpo, construyeron una bobina de inducción con un tubo que iba a dentro del radiador. Esta bobina iba conectada a un cuadro de interruptores unidos a un transformador.

 

El transformador eran una serie de pequeñas bobinas que reducían la intensidad de la corriente.

 

Se montó el radiaron usando aceite en vez de agua, debido a sus ventajas; se calentaba más, logrando una temperatura mayor y distribución del calor; protegía el metal en vez de carcomerlo con el tiempo. Este era controlado por un inyector solenoide que controlaba la presión para que radiador no estallase.

 

Al conectar la batería, encendieron el interruptor y ajustaron la intensidad con una rueda. Una diminuta bombilla hecha con una piedra de luz indicaba si el dispositivo estaba encendido o apagado.

 

Tras un rato, el radiador empezó a calentarse y con él la habitación.

 

Finalizaron el proyecto añadiéndole ruedas a la base y una carcasa frontal para proteger la batería.

 

Esa noche ya pudieron prescindir del calefactor que funcionaba con piedras de fuego y esta sería reciclada para un futuro proyecto.

 

Al día siguiente, construyeron otros tres radiadores y los dejaron en lugares concretos de la casa, como las habitaciones, la cocina y el taller.

 

Con el paso de los días, las horas de luz empezaron reducirse y con la caída de los copos de nieve, salieron a recoger cristales de luz, los cuales fueron usados a modo de alógenos para iluminar toda la casa, empezando por el taller, los baños y finalmente las habitaciones. Sin embargo, no hubo suficientes cristales para toda la casa, obligando a Manis a reinventar la bombilla. Esto hizo que algunas habitaciones brillasen con luz blanca y otras con una luz amarillenta.

 

Ahora tenían luz, calefacción y comida, comodidades que solo disponible al alcance de las grandes casas nobiliarias. Pero a diferencia de estos últimos, no había tiempo de relajarse, Manis estaba demasiado motivado. La electricidad hizo que su casa saltara directamente a mediados del siglo diecinueve, pero todavía quería avanzar más. Solucionar todos los eventuales problemas que surgían con el cambio de estación, le abstuvo de construir su motor eléctrico.

 

—En resumen, los motores eléctricos se dividen en dos tipos: radiales y axiales. Se diferencian en el flujo del magnetismo. Aunque los dos motores pueden girar en el mismo sentido, su magnetismo no. En el motor radial el flujo electromagnético es perpendicular a su rotación, va desde delante hacia atrás, mientras, el motor gira a un lado. El flujo en el motor axial va en el mismo sentido que rotación. Los motores radiales tienen forma de barriles, son grandes y pesados. Los axiles se parecen más a una rueda y son más pequeños y compactos. También existen los motores raxiales, pero ese híbrido tiene lo peor de ambos motores. Nosotros somos firmes defensores del flujo axial— Dijo Manis con determinación.

 

El capitán no tenía ni idea de lo que Manis estaba diciendo, pero igualmente imitó su entusiasmo.

 

—Bien, habiendo aclarado nuestra postura, es hora de hacer nuestro motor. Las corrientes se dividen en corriente continua, que es cuando enciendes una bombilla a una batería, la electricidad circula tranquilamente y la alterna—

 

Agarró un galvanómetro y un imán. Conectó los cables a una bobina y pasó el imán de un lado a otro, haciendo que la aguja oscilase como un péndulo.

 

—Ves, la aguja alterna entre el los números negativos y positivos. Por lo tanto, los motores pueden ser tanto: alternos, como continuos ¿Entiendes? Empezaremos a hacer motores de corriente continua, mecanizaremos todas las herramientas del taller y luego, ya veremos—

 

Durante los siguientes días y semanas, trabajaron incasablemente fabricando pequeños y medianos motores eléctricos. Estos estaban hechos sobre un eje de metal, sobre el cual añadieron un rotor, compuesto de discos laminados con un alambre de cobre enrollado, formando la bobina. Los extremos de las bobinas, estaban conectadas a un conmutador, un anillo segmentado en placas y unido alrededor del eje. Alrededor del motor había imanes permanentes que servían para polarizar la corriente. Todo se incorporaba a una carcasa redonda, con disipadores de calor.

 

Con los motores listos, mecanizaron algunas herramientas.

 

Uniendo un motor a un disco, crearon las sierras eléctricas.

 

Otro motor fue unido sobre un banco, con un eje de rotación horizontal y mediante el control de manivelas de ajuste, unidas a una torrera de soporte, obteniendo un torno muy simple.

 

Uniendo una taladradora sobre una plataforma movible mediante manivelas, crearon una fresadora manual.

 

Añadiendo un motor a un brazo de metal movido por una bomba a presión hidráulica, consiguieron una pequeña grúa mecanizada.

 

Los días pasaban pacíficamente, algo que no pasó desapercibido para el propio Manis. No era frecuente tanta tranquilidad. Anteriormente no faltaban las visitas ocasionales de aventureros, cazadores de recompensas o muchedumbre en busca de su cabeza, pero ahora parecía que el mundo se olvidó de ellos. Atinó al hecho de que Razvan estaba empezando a hacer bien su trabajo. Pero algo dentro de él insistía en que solo era la calma que precedía a la tempestad. Y tal como vaticinó, ocurrió una tempestad. Sin embargo, esta fue una tempestad real, con vientos huracanados, lluvias y granizo.

 

El clima le había tomado por sorpresa, causando algunos daños al tejado de la casa y haciendo caer varios árboles sobre la cerca de su granja.

 

Los cerdos no fueron dañados debido a la solidez de su refugio, pero tampoco escaparon, puesto que los propios árboles obstaculizaron la salida.

 

Cuando Manis vio el desastre, inmediatamente levantó una valla interior para evitar que los cerdos huyeran.

 

Los árboles que cayeron no eran pequeños pinos o castaños de tronco ancho, sino árboles viejos, de cuarenta metros con una gran anchura. Dos cayeron sobre la vaya, uno cayó a la piscina y por los alrededores había otros tres tirados. Solo dos o tres eran árboles vivos, los cuales cayeron por le peso de los más grandes. Observando sus raíces cortas y podridas, se veía que estos ya estaban muertos, pero no estaban secos del todo.

 

Manis resopló mientras se rascaba la cabeza.

 

Inicialmente pensó en cortarlos con una motosierra de espada larga, pero la anchura y la longitud dificultaban el traslado. Y lo pero de todo era que había muchos. Ir pedazo a pedazo tomaría mucho tiempo. Podía usar sus cables y con un golpe sónico partirlos en dos y aun seguirían siendo lo bastante pesados como para manejarlos.

 

—Un problema detrás de otro. Debí talar algunos árboles y dejar espacio, pero en su momento pensé que un bosque tan frondoso serviría para ocultar la granja. Porque no quería que viniesen a llorar, quejándose los de siempre por cada cosa que hago. Pero en fin hay que quitar esto— Dio unas palmadas a la corteza robusta —Los apilaremos en un lugar apartado por si intentan quemarme la casa, pero la pregunta es cómo movemos esto—

 

El capitán se transformó e intentó levantar uno de los árboles enrollando sus tentáculos en las ramas y jalando de ellas. Al principio movió un poco el árbol, pero enseguida Manis le detuvo.

 

—Para, te vas a hacer daño. Lo único que faltaba ahora sería que te lesionaras. Hay otra forma de mover esto, una mejor y con menos esfuerzo. Usaremos el motor eléctrico. Vamos a construir un pequeño tractor—

 

Regresaron al taller, en donde planificaron el vehículo que sacaría de aquella situación.

 

Empezaron montando un motor axial con el tamaño de una rueda. Una vez terminado, hicieron otro por temor de quedar escasos de potencia. Sin embargo, estos no eran motores de corriente continua, sino de corriente alterna.

 

Montaron la estructura del chasis, robusta y resistente, con placas soldadas unas sobre otras.

 

Fabricaron los engranajes de los diferenciales, unidos a cuatro ruedas dentadas, dos delante y dos detrás, alimentadas por cada motor que actuaba de manera independiente pero sincronizada.

 

Desde la batería, tan grande como una caja de zapatos, salían gruesos cables que se conectaban a un alternador. Un alternador, no era otra cosa que una dinamo que generaba una corriente alterna. Esta corriente podía ser generada, tanto por fuerza mecánica, como eléctrica, como era en este caso.

 

La parte frontal del tractor estaba hecha siguiendo el método modular, pues pensando a futuro, este vehículo no solo serviría como remolcadora, sino que podría tener diferentes usos. Siguiendo esa corriente de pensamiento, se le agregó una torreta con una tapa, en el lugar donde debía estar una cabina.

 

Se colocó sistema de cabrestante hidráulico, unido a la parte frontal del vehículo, conectado a los motores. Este sistema permitía la incorporación de varias cadenas para dividir el esfuerzo del trabajo. Barras de suspensión extensibles

 

Con un sistema de palancas provisional se comprobó la funcionabilidad de todos los componentes. Fueron necesarios muchos ajustes para que el tractor rindiese de forma óptima. Esto fue lo que le tomó más días de los que tardó en montar el chasis y los motores juntos.

 

El penúltimo paso fue crear el sistema de movilidad.

 

Tras comprar nuevas vasijas llenas de metal mágico, quiso probar algo, usando los restos del metal que le quedaban.

 

Junto con su capitán hicieron un encofrado usando tres largos tablones. Sellaron las juntas con resina líquida y vertieron el metal líquido hasta llenar la caja. Tras eso Manis introdujo su mano en el interior del metal.

 

En el interior del encofrado empezó a aparecer pequeños cristales de metal, los cuales fueron uniéndose a lo largo formando una pieza sólida de metal de alta entropía. Manis formó el acero de bajo carbono para hacerlo resistente. Aderezó el metal con aleaciones de cromo, níquel, para que no se oxide y soporte altas temperaturas, y manganeso para que aguante bien los impactos y la abrasión y no sea magnético. Bien pudo usar esa copia del vibranium o el adamantium, metales que encajarían mejor en el mundo de fantasía en el que vivía. Pero para él, eran metales de uso estratégico, por lo que su uso debía ser en la medida de lo posible limitado, pero sobre todo que no cayese en manos que puedan usarlo en su contra.

 

Una vez obtenida la barra, con una tiza de caliza y una cinta métrica, dibujaron la forma en que debía ser cortado. Después de haber hechos los cálculos necesarios todo tipo de mediciones, cortaron la barra en secciones usando sierras radiales. Repitieron el proceso con otra barra para conseguir suficientes módulos, estos fueron taladrados individualmente con la fresadora, para luego volver a ser conectados mediante una barra de metal, formando así un tren de rodaje.

 

Solo faltaba crear las ruedas, unos discos de metal simples, los cuales fueron taladrados con la fresadora para poder encajar en los bujes de la transmisión. Para que encajen sobre el tren de rodaje, se les amoló una ranura en el lateral usando el torno.

 

El capitán le llamó la atención de por qué se empeñaba en usar estas herramientas, en vez de sacar la pieza del metal como lo hacía con anterioridad.

 

—Sé que te parece más tedioso este método y a primera vista suele parecer más lento, pero te aseguro que todavía estaría sacando eslabones de la cadena, soportando el estrés y la ansiedad mientras formaba la pieza. Es mucho más fácil medir y calcular, porque te da un margen de error. Ese metal funciona de manera, que tienes que tener muy claro lo que vas a sacar. Un agujero de más o una ranura mal formada debido a una momentánea falta de concentración, es tirar la pieza a la basura y empezar otra vez. Pero descuida, ya estamos acabando. Solo falta montarlo todo y hacer el cuadro de mandos—

 

Con ayuda de la grúa, conectaron la cadena sobre la rueda de transmisión, esta era una rueda dentada que movió lentamente la cadena a través de los rodillos, hasta llegar al último eslabón, el cual fue unido al primero cerrando la cadena. Repitieron este proceso, completando el sistema de movimiento. Para proteger la cadena, la cubrieron con una placa lisa.

 

Finalmente crearon un mando de control remoto unido mediante un largo cable al sistema eléctrico del vehículo. Con este podían dar órdenes y mover el tractor o sus módulos incorporados, los cuales eran independientes, pero podían trabajar en conjunto.

 

Manis miró el proyecto terminado. En su cabeza tenía toda la intención de crear un tanque. El resultado era más parecido a una tanqueta militar modificada, pero estaba satisfecho con el resultado.

 

—Lo que sé hacer, lo hago rápido. Lo que no sé hacer, lo investigo, tardo un tiempo, pero cuando lo consigo, lo replico rápido. No trates de aprender en un día, lo que otros tardan meses o incluso años. Tómate tu tiempo y trata de asentar los conocimientos uno a uno y luego hazlo a tu ritmo—

 

Con la ayuda del tractor, usado a modo de remolque, sacó los gigantescos troncos sin ningún problema. Los troncos se reunieron en un claro del bosque, los suficientemente lejos de la base y de la granja. El motivo de ello eran los propios aldeanos de los pueblos circundantes, pues si ellos intentaban atacarle con fuego, la lejanía les dificultaría la tarea.

 

Manis estaba contento con el desempeño del tractor, el cual funcionaba no solo como remolque, sino como grúa, al incorporar a su torreta móvil, un brazo extensible con cadenas y correas de acero tranzado para levantar pesadas cargas.

 

Levantaron de nuevo la valla, talaron los árboles que consideraban más peligrosos. Las hojas de los mismos fueron usadas para alimentar a los peces y tras ser hervidas, fueron devoradas vorazmente por los cerdos.

 

Con la granja asegurada, regresaron a su casa para pasar el invierno. Sin embargo, los problemas no cesaban, pues el frío ese invierno fue con diferencia más gélido que los otros años, hasta el punto en que el río, si bien no se congeló, en él se formaron cristales de hielo. Estos cristales obstruyeron el funcionamiento del ariete de agua, parando a su vez el funcionamiento de la rueda hidráulica, junto con todas las herramientas acopladas a ella. Sin embargo, no fue una total catástrofe debido a la migración paulatina hacia los aparatos que funcionaban con electricidad.

 

—Nos hemos quedado sin lavadora, y por supuesto no voy a lavar la ropa a mano, pero ¿Y si te dijera que nuestro motor eléctrico puede lograr lavar ropa? Vamos a crear una nueva lavadora, pero que además, funcionará como secadora y si encima nos deja la ropa doblada y planchada ¿Para qué queremos a las mujeres?... En fin, manos a la obra—

 

El capitán mantuvo su mirada de inexpresividad, mientras Manis explicaba emocionado, como visualizaba su electrodoméstico.

 

Construir una lavadora no era difícil, pues consistía en un tambor, un motor que lo hacía girar y una toma de agua, tanto entrante como saliente.

 

Empezó haciendo el tambor, el cual consistía en una plancha de acero cromado. Trazó con una tiza una perfecta cuadrícula y, con un taladro empezó a hacer agujeros sistemáticamente, hasta que tuvo que apartar la mirada un momento porque casi le provocó tripofobia.

 

Con la ayuda de una curvadora, le dio forma cilíndrica a la plancha rematándolo con una soldadura. Finalmente curvó los bordes dándole un aspecto más cerrado.

 

Creó una cruceta y una tapa igualmente agujereada las cuales fueron unidas al cilindro.

 

Una vez listo, el siguiente paso fue crear un cilindro de mayor anchura. Este tenía en su interior resistencias que funcionaban a modo de calentador. En su base había una abertura que funcionaba tanto como toma de agua, tanto de entrada como de salida.

 

Insertando un cilindro dentro de otro, se consiguió el tambor de lavadora. Sin embargo, todavía no estaba listo, la parte más difícil, fue equilibrar el giro. Para ello lo colocaron sobre un eje rotatorio y con una aguja unida a un barómetro, controlaron las posibles desviaciones, añadiendo peso donde necesitaba y lijando material donde sobraba. Fue un proceso lento y tedioso que llevó un par de días.

 

Usando una piedra de agua, crearon una bomba, al cual estaba unida a una toma de corriente. Conectaron la bomba al tambor y volvieron a comprobar el giro del tambor.

 

Equilibrar el tambor era crucial para evitar que la lavadora cobrase vida propia y se escapase vibrando mientras se hacía el lavado, robando la ropa en el proceso.

 

Conectó la bomba de agua al tambor y este a su vez se unía al motor eléctrico mediante una correa. Con ello finalizó el sistema móvil del electrodoméstico.

 

Construyó la caja de mandos, un programador desde la cual podía encender y programar el manejo de la lavadora. El programador, era una simple caja que funcionaba con un diminuto motor que hacía girar un engranaje conectado en serie a unos rodillos con levas. Sobre los rodillos había una segunda caja independiente con pines llamados: contactos.

 

Los contactos, colocados sobre los rodillos imitaba el sistema de funcionamiento de la harmónica dentro de una caja de música: Los rodillos servían para activar unos contactos cerrando el circuito eléctrico mediante la presión y estos activaban tanto el agua, como la distribución de jabón y ponía en marcha la rotación del tambor. Así como también controlaban los tiempos de cada fase. Era como el director de una orquesta.

 

Finalmente montó todo el conjunto sobre una caja de aluminio y tras muchas pruebas, dio por finalizado el proyecto.

 

Llevó la lavadora hasta sala contigua del baño. Este electrodoméstico no necesitaba estar enchufado, pero sí necesitaba descargar el agua sucia, lo que obligó a Manis a hacer una pequeña reforma, conectando una manguera directamente al canal de desagüe subterráneo.

 

—Bonita, verdad. A diferencia de la otra lavadora, esta no se mueve por la presión del agua, sino por la electricidad, por lo que el tambor empieza a girar antes de que se llene el agua y mientras esta se llena cae el jabón del cajetín— Señaló el compartimento del panel de mando —O podemos cortar el jabón y meterlo junto con la ropa. Las resistencias calientan el agua a varias temperaturas. El temporizador, dispone de un reloj interno que actúa como cuenta atrás, así permite el aclarado. Luego centrifuga al tiempo en que las resistencias vuelven a calentar el tambor y la ropa queda escurrida y seca. Si, ya sé que esto no plancha, ni dobla, pero no se me ocurrió nada mejor—

 

El capitán asintió, mientras Manis tenía la duda si esa criatura que ahora formaba parte de su unidad, realmente entendía lo que tenía ante sus ojos.

 

Aplicando la tecnología de la lavadora, construyó un lavaplatos, sustituyendo el tambor rotatorio horizontal por una serie de bandejas bañadas por dos regaderas, una inferior y otra superior.

 

Sin quedarse ahí, construyó una aspiradora uniendo un motor a un ventilador, el cual tenía dos modos: succión y propulsión. Esos modos variaban intercambiando simplemente la polaridad de los cables. Tenía planes para hacer una nevera, pero con el frío decidió posponer el proyecto, centrándose en hacer más herramientas automatizadas para el taller.

 

Con el descubrimiento de las piedras eléctricas, Manis obtuvo muchas soluciones versátiles en un mundo donde el esfuerzo humano eran la norma y aunque la magia facilitaba en cierta forma la vida, no era la norma, pues al ser tan variada y en cierto modo limitada, pues dependía de cada persona, no había un estándar.

 

El duro invierno pudo ser tolerado desde la cálida comodidad de su base, mientras que las aldeas, pueblos e incluso las ciudades luchaban contra el frío, las enfermedades y el desabastecimiento. Era un pequeño jardín en medio de una selva.

 

Los días eran tranquilos. Cada día seguían una rutina dentro de un programa de treinta días que se rehacía cada mes. Entrenaban, trabajaban, jugaban, cocinaban, investigaban y descansaban. No necesariamente en ese orden.

 

Con los debidos cuidados, la granja empezó a crecer, los cerdos pronto dieron a luz a muchos lechones, los peces se multiplicaban y para colmo, cuando las temperaturas se estabilizaron, llegó una bandada de patos que se instaló en la piscifactoría. Los patos, o animales que Manis le parecían patos, se alimentaban de peces, pero ellos también servían como comida, practicar puntería y sus plumas rellenaron edredones que nada tenían que envidiar a los productos escandinavos de su mundo.

 

La comida empezó a ser abundante y pronto se dio cuenta que no había espacio en las neveras africanas para tanto alimento.

 

Llegó el momento de crear una nevera.

 

—Antes de que nos pongamos a construir ese nuevo invento, tengo, no, debo aclararte tres conceptos fundamentales, que son: Temperatura, calor y energía. Son conceptos muy sencillos de entender, la energía es capacidad de realizar un trabajo, piensa en un motor que mueve todo lo que imaginas, eso es energía; el calor es el flujo de energía, y la temperatura es la cantidad de energía, en este caso sería presión, a menor presión, menor temperatura. Energía es motor; Calor es flujo; Temperatura es cantidad ¿Lo entiendes?—

 

El capitán asintió, por lo que Manis continuó.

 

—Si colocamos un cuerpo caliente al lado de uno frío, la temperatura siempre va a ir del cuerpo caliente al frío, a no ser que alguien use una magia que invierta las cosas, pero eso no es otra historia. Lo importante es: Si tenemos calor en la base y abrimos la puerta, el calor se va y el frío llega, porque calor va hacia frío ¿Cómo entonces volvemos a meter calor a dentro de la casa?—

 

El capitán señaló el radiador, a lo que Manis se negó.

 

—No, el radiador «genera», no «mueve» lo que buscamos es que mueva ¿Cómo movemos la energía del aire para meterla dentro de casa? Pues con una bomba de calor. El refrigerador, llámalo frigorífico, llámalo nevera, es en realidad una bomba de calor, porque lo que hace realmente es extraer la energía que hay dentro y la echa hacia fuera ¿Y logramos tal hazaña? Usando un compresor que es el eje principal que hará toda la magia—

 

El compresor, que era básicamente un motor que movía un aceite refrigerante.

 

Empezó elaborando los diseños sobre una hoja de papel, calculando las medidas y la presión que podría generar, lo que le llevó varios días.

 

Al tener la idea fija, sacó del metal líquido, un molde tosco que con las herramientas del taller dio forma.

 

El compresor funcionaba con un cigüeñal acoplado a una leva que oscila moviendo un pistón, como si de la rueda de un coche se tratase, pero su función, en vez de mover una rueda sería comprimir líquido. Al pistón se conectaba una válvula de extracción unos tubos de cobre que conducirían el aceite hasta un depósito conocido como: trampa para aceite que servían para controlar la inducción de aceite, el cual servía también para lubricar el mecanismo. Unos muelles evitaban que el motor haga ruido.

 

Un motor eléctrico, sería el encargado de mover el cigüeñal e iba acoplado debajo del sistema.

 

El sistema se introdujo en un depósito herméticamente sellado, el cual al enchufarse empezó a expulsar aire, mostrando que el pistón funcionaba.

 

El siguiente paso era crear el circuito y para ello se necesitaban muchos metros de tubo.

 

El sistema de tuberías se dividía en dos partes: evaporador y radiador. El evaporador absorbía el calor y el radiador expulsaba el calor. A mayor cantidad de tubos evaporadores, mayor sería el frío generado y mayor cantidad de radiadores mayor calor liberado.

 

El truco para enfriar los tubos de evaporación, eran las válvulas de expansión, que no eran otra cosa, sino tubos finos conectados a un tubo más ancho. Cuando el aceite pasaba de un tubo a otro, se descomprimía bajando su presión y al bajar la presión, bajaba la temperatura.

 

Cuando el refrigerante se movía por los tubos a baja temperatura y captaba la energía de la nevera, se evapora convirtiéndose en gas. El gas se llegaba al compresor, donde seguía comprimiéndose generando calor y ese gas era conducido al radiador, cuya función era disipar ese calor. A enfriarse el gas, se convertía de nuevo en aceite.

 

El cable final del radiador, no se introducía en el compresor, sino a la salida del evaporador, cerrando el circuito.

 

Una vez terminado el sistema, lo acomodó en el interior de un compartimento con dos puertas que se abrían en forma de espejo.

 

Obviamente la nevera fue instalada en la cocina.

 

Al terminar de construir la nevera, vieron que aquello tomó bastante tiempo, tanto que la temporada de las tormentas había terminado, pero con el frío persistente, los lodazales se congelaron, permitiendo de nuevo el tránsito.

 

Una mañana Manis salió a la calle después de almorzar, las frescas corrientes de aire fluían en una dirección moviendo las ramas secas de los árboles y los arbustos.

 

En ese momento Manis tomó consciencia de lo relajado que estaba y al pensar en los últimos meses se dio cuenta de que su vida cobró una paz nunca antes vista, tanta que aplazó muchas ideas que antaño le parecían imprescindibles, pero ahora era poco relevantes.

 

Dio por sentado que Razvan se tomó en serio con su labor y por ello no se topó con nadie más excepto su capitán.

 

Al seguir la corriente del aire, se preguntó en qué dirección iba y entonces se dio cuenta de que aún no había creado la brújula. El motivo era obvio, ya no salía de caza y no había misión alguna. Los bosques cercanos eran como el patio de su casa y con la granja, no había por qué aventurarse.

 

Todavía tenía presente que este no era su mundo. Su mundo era otro, sin magia mística, ni criaturas y razas inventadas. Los mayores problemas los generaban y los solucionaban los propios humanos.

 

Era consciente de que el peligro asechaba y su mayor arma era su impredecibilidad, bajar la guardia como ahora podría salirle caro. Debía encontrar al doctor Anneryth y eso no era discutible ni aplazable. No había tiempo que perder, la vida es una carrera a contrarreloj hacia un destino sombrío.

 

Regresó a su taller, en donde formó una carcasa plegable con una cápsula cilíndrica y una regla en el lateral, usando metal mágico.

 

Moldeó dos lentes de cristal templado, uno grande que encajaba en la capsula cilíndrica y otro de menor tamaño.

 

Agarró una hoja de papel y con la ayuda de un compás, hizo dos circunferencias, en las cuales trazó los grados empezando desde el cero, hasta el trescientos cincuenta, completando el círculo. El norte empezaba en el número cero, el este era el noventa, el sur ciento ochenta y el oeste el doscientos setenta.

 

Traspuso los grados a una lámina de aluminio, creando pequeños surcos, los cuales fueron rellenados con pintura luminiscente. Haciendo especial énfasis en los colores rojo para el norte y azul para el sur. Hizo un segundo trazado para un anillo de rotación conocido como: limbo.

 

Introdujo la lámina en el fondo del recipiente, sobre ella fijó una aguja de sugestión, la cual serviría de baje para sostener una aguja magnetizada bicolor, rojo y blanco.

 

Rellenó con agua, eliminando todas las burbujas de aire.

 

Usando la goma extraída del caucho, selló el recipiente, evitando que saliese el agua.

 

Añadió una mira trasera, unida a la carcasa, sobre la cual estaba la segunda lente de aumento.

 

Comprobó que el mecanismo se plegaba y desplegaba satisfactoriamente, para luego salir de nuevo a la calle, mapa en mano, seguido por su capitán, quien no le quitaba el ojo de encima al igual que el carcayú.

 

Manis orientó los mapas, tomando una lejana cordillera como referencia y verificó con la brújula su orientación.

 

—Tal como pensaba, los mapas están mal orientados. Se desvían algunos grados de la orientación marcada, por eso siempre acababa perdiéndome— Dedujo Manis.

 

Enseño el nuevo invento a sus subordinados.

 

—Esto es una brújula. Siempre indica al norte. Con esto podemos orientarnos con precisión y podemos ir a donde queramos. Luego te enseñaré como usarlo, pero antes necesitamos un vehículo y por suerte tenemos un motor con una buena batería—

 

Llegó la hora de actualizar las bicicletas para convertirlas en motocicletas. Pero tras pensarlo mejor, decidió hacer una motocicleta desde cero porque no quería renunciar a la bicicleta.

 

Manis tenía en mente una motocicleta BMW de doble propósito, pues ella integraba un cardán en su diseño, en sustitución de la clásica cadena, así se quitaba el quebradero de cabeza que era el mantenimiento, pero a medida de iba haciendo los planos, se daba cuenta que los deseños no encajaban. El cuerpo de una motocicleta estaba diseñado para sostener un motor de combustión, junto con el depósito de gasolina, en cambio el motor de una moto eléctrica perfectamente podía estar integrado en alguna de las ruedas, por lo que el diseño final siempre parecía una bicicleta eléctrica en vez de una moto. Su bicicleta tenía más aspecto de moto que la que estaba visualizando.

 

Podía construir electrodomésticos, armas y edificios, pero cuando llegaba la hora de inventar algo, Manis se estancaba y más tarde entendió que lo que hacia era recrear, en vez de crear. Tener un proyecto limitado, con partes que se pueden adaptar era mucho más sencillo de hacer que algo totalmente desde cero.  La moto que él tenía en mente no existía, así como sus planos y sus piezas, por lo que llevó bastante tiempo planificar algo, solo para descartarlo posteriormente. La variedad de diseños y formas, dificultaba una elección concreta, así pasaron las semanas hasta que le llegó la inspiración, mientras encajaba las piezas sobre un plano.

 

Mantuvo el motor integrado en la rueda, pues la forma cilíndrica del motor axial encajaba en la rueda. El estator se mantenía fijo y el rotor movía la rueda, sin necesidad de transmisión, así aumentaba la eficiencia, pero renunciaba a su cardán. El estator estaba integrado en un buje, el cual sería movido por el rotor. Este diseño era habitual en las bicicletas eléctricas, pero en su caso duplicó el grosor de la llanta para un mayor agarre y estabilidad.

 

Reintrodujo el sistema de transmisión delantera para no renunciar a la doble tracción.

 

El siguiente paso era crear el chasis de la moto.

 

La batería, el controlador y alternador, pues el motor funcionaba con corriente alterna, estaban ubicados en un compartimento rectangular ubicado en la parte inferior del vehículo, pues así aseguraba un centro de gravedad bajo. Cuanto menor era el centro de gravedad, más difícil sería volcar y más fácil se tomarían las curvas.

 

El diseño premontado dejaba mucho que desear, por lo que ajustó el diseño del chasis, dándole forma de U, en cuyo centro se pudiese agregar un depósito que servía como maletero, así el vehículo tenía más apariencia de motocicleta y además de ser más práctica.

 

Aprovechó los tubos huecos para distribuir el cableado de una manera más ordenada,

 

Para medir la velocidad, precisaba un velocímetro, el cual se componía de una fina barra, conectada a un tornillo sin fin, a su vez se conectaba a un cable.

 

El cable finalizaba en un imán, sobre el cual se colocaba una campana.

 

El propósito del imán era inducir un campo magnético para inducir una corriente eléctrica en el interior de la campana, la cual desarrolla su propio campo magnético. Los campos conectan y se atraen.

 

A mayor velocidad generada por la rueda, más rápido giraría el imán y a su vez la campaña. Solo faltaba conectar una aguja a la campana para que sobre un papel se moviese de un lado a otro, señalando sobre un papel los kilómetros que podía alcanzar, que iban desde el cero, hasta el trescientos.

 

Manis no se quedó ahí, añadió al imán una serie de engranajes que movían una rueda compuesta de engranajes numerados, estos servirían para indicar los kilómetros recorridos.

 

Al comprobar el velocímetro, se dio cuenta de que la aguja subía, pero no bajaba, aunque la rueda haya dejado de girar. Se quedaba en el último número alcanzado, lo cual suponía un problema, pero de fácil solución, pues solo hubo que agregar un muelle en espiral entre la campana y la aguja, encargado de retornar al número cero cuando la campana dejaba de girar.

 

El sistema se completaba con una cerradura que funcionaba a modo de interruptor, conectando el motor y desconectándolo.

 

Para los faros, optó por dos carcazas separadas, cada una con dos bombillas conectadas en paralelo, para que, si una bombilla se fundía, la otra continuase brillando. El interior estaba cubierto con una lámina de plata que funcionaba como espejo.

 

Los asientos los hizo con tela tapizada sobre un conjunto de slimes muertos, cuyo gel actuaba como un cómodo colchón.

 

Una vez tuvo listos todos los componentes solo faltó montar la moto. Atornilló al chasis las ruedas, el asiento, los faros, una pantalla de vidrio templado y un pico guardabarros delantero; conectó los cables en el manillar al velocímetro, al acelerador y a la palanca de cambio, la cual invertía el flujo de electricidad haciendo que la moto pueda ir tanto hacia adelante como hacia atrás. Agregó un control de direcciones y unas placas anchas pero cóncavas a modo cubremanos lo suficientemente adelantadas para poder frenar sin rozar los dedos.

 

La moto parecía estar lista, pero faltaba un detalle: los espejos.

 

Manis odiaba los espejos, pues estos reflejaban una cara desconocida que él no quería ni podía aceptar y daba igual cuanto intentase escapar o enmascarar la nueva realidad que tenía en frente de sus ojos, no podía acostumbrarse, era literalmente ver a otra persona, como esos fugitivos que se hacían una cirugía estética para escapar de las autoridades.

 

Su casa carecía de espejos y ahora los necesitaba.

 

—Ven, capitán, voy a enseñarte algo que te gustará. Es como un truco de magia usando la química—

 

En una mesa al aire libre, agarró un recipiente, el cual rellenó con agua y la puso a hervir. Colocó una campana extractora para recoger el vapor, el cual fue guiado por un tubo de cristal hasta un matraz, en donde llegó condensado en forma de agua desmineralizada.

 

En otro recipiente agarró un trozo de plata y vertió encima ácido nítrico. El contacto con ambos elementos formó pequeños cristales en polvo de nitrato de plata.

 

Vertió el nitrato de plata, junto con amoníaco en el recipiente del agua desmineralizada y removió la mezcla hasta que se volvió completamente transparente.

 

Agarró una lámina de cristal transparente y vertió la mezcla sobre la superficie, cubriendo toda la lámina. Tras unos minutos enjuagó el cristal revelando un acabado de espejo.

 

—¿Qué te parece?— Preguntó Manis sujetando el espejo que relejaba tanto a él, como a su capitán, el cual parecía asombrado de verse su propio reflejo reproduciendo sus movimientos.

 

Recortó el espejo y lo introdujo en una carcasa rectangular. con una varilla en diagonal.

 

Estos espejos se atornillaron con abrazaderas sobre el manillar, y con una pata cabra en la base inferior, finalizando la construcción de la motocicleta eléctrica de estilo doble propósito.

 

Manis admiró junto con su capitán su nuevo vehículo, el cual llevó casi un mes de fabricación.

 

Se sentó sobre la misma y comprobó que podía mantener la espalda recta, gracias a su asiento cóncavo. Introdujo la llave y una pequeña bombilla indicaba que el encendido funcionó con éxito.

 

Apretó ligeramente el acelerador y la motocicleta casi salió volando, sorprendiendo a Manis y obligándole a frenar por instinto.

 

—Sí que tiene potencia— Dijo Manis tras soltar un fuerte suspiro.

 

Probó una segunda vez, rotando el acelerador con mayor suavidad haciendo que la moto saliese con menor impulso, aun así, la aceleración fue brusca.

 

Condujo un par de vueltas por el patio. Los amortiguadores funcionaban bien y sorteaba los obstáculos con agilidad.

 

Salió el recinto y aceleró tanto como pudo por un camino recto, dio una vuelta tocando el suelo con su rodilla y se fijó que esta máquina podía acelerar de cero a cien en un par de segundos, algo muy característico del motor eléctrico. Yendo a altas velocidades podía sentirse rápido pero no furioso.

 

—Venga capitán, súbete y damos un paseo—

 

El capitán obedeció y se sentó detrás de Manis, agarrándose a los laterales del asiento. Luego se agarró al poncho de Manis, cuando este aceleró gradualmente y a cada giro que daba, a cada bache gordo y a cada oscilación, se apegaba más al cuerpo del chico, tanto que Manis podía sentir como temblaba.

 

Subieron hasta una colina cercana, para probar la potencia del motor en cuestas. Desde ahí se podía ver la base. En aquel lugar decidió descansar y bajar un poco la adrenalina, tanto suya, como la de su capitán, quien saltó del vehículo nada más se detuvieron.

 

Manis aprovechó el momento de que estaban en un punto elevado para enseñarle al capitán a usar la brújula, buscando que se olvidase de la moto, la cual fue dejada tirada en el pasto.

 

La brújula por sí sola no servía para nada, siempre debía usarse en acompañamiento de un mapa.

 

Primero se desplegaba y se introducía el pulgar a dentro del anillo, dejando que esta descansase sobre puño. La brújula debía estar nivelada en horizontal para no dar un resultado inexacto.

 

Se orientaba el mapa haciendo coincidir el norte dibujado con el norte magnético de la brújula.

 

Para triangular la posición se elegían tres objeticos en tres direcciones distintas, con la precaución de que estas aparezcan en el mapa. Se apuntaba la brújula al punto de referencia a través de la ranura de la tapa y se hacía girar el limbo hasta que coincidiese con el norte magnético.

 

Una vez obtenida la posición, se colocaba la brújula completamente desplegada sobre el mapa, con la esquina de la regla tocando el punto localizado en el mapa. Luego se giraba la brújula, hasta que la aguja del norte magnético coincidiese con la flecha del limbo y se trazaba una línea aprovechando la regla.

 

Se repetía el mismo proceso para las ubicaciones restantes y el punto en donde las líneas se cruzaban, revelaba la ubicación real en el mapa.

 

Dejó que el capitán jugase con la brújula, mirando diferentes ubicaciones y familiarizándose con la herramienta.

 

Se sentó sobre el pasto y suspiró. Pocas veces podía tomarse un momento para descansar y no hacer nada, pues trabajar le mantenía distraído del extraño mundo en el que se encontraba, pero algunas veces debía hacerlo ya que su cuerpo y su mente tenían sus límites.

 

Había gastado mucho tiempo en construir una motocicleta. Ahora que la tenía no sabía qué hacer con ella. A sus ojos no dejaba de ser una bicicleta motorizada sin pedales, pero mucho más cómoda, pues no tenía que encorvarse al conducirla ni gastar energía pedaleando.

 

Se sentía decepcionado. La motocicleta no era lo que él esperaba. Para ir por una carretera asfaltada a gran velocidad y sin coches, una moto serviría, pero en el mundo real en que vivía, las carreteras pavimentadas no se distinguían mucho de un camino de tierra y una moto tenía muchos problemas, aunque la potencia no era un problema, el terreno sí lo era. Los días de lluvia, y en nevadas este vehículo se volvía peligroso.

 

Podía agregarle un sidecar con un gancho para colocar un remolque, pero eso no era lo que él quería.

 

Manis se desplomó sobre la hierba. Ahora tenía un vehículo motorizado con una autonomía indefinida y una brújula, pero no tenía a donde ir, ni siquiera una pista por dónde empezar. Pensó en todo lo que tuvo que pasar desde que dejó esa aldea y todo lo que hizo desde entonces.

 

Las nubes pasaban tapando el sol en su trayectoria.

 

Sintió que todo lo que hizo no sirvió para nada y se planteó si la tecnología de su mundo realmente podría llevarle de vuelta. Hasta ahora le ayudó a sobrevivir, pero poco más. Miró al capitán, quien seguía intentando jugando con la brújula y con el mapa, luego miró su revolver y se preguntó si realmente era correcto lo que estaba haciendo. Si pudiese volver a su casa ¿Dejaría todo, lo destruiría o se lo llevaría?

 

Su tecnología no existía en este mundo hasta que él apareció y probablemente por la influencia de la magia, nunca llegarían a existir, pero las fabricó con materiales de este mundo, por lo que, en algún momento, quizás en un futuro alguien las podría inventar. Pero ahora que existían, se convertirían en un legado. Si pudiese volver a casa dejando un legado ¿Alguien podría aprovecharlo para hacer lo mismo?

 

Observó a su alrededor con los binoculares; las copas de los árboles se extendían hasta el horizonte; columnas de humo de los pueblos y aldeas se elevaban como pilares; su base: una aislada casa de ladrillo y madera rodeada por una alambrada con un foso. Viéndola desde esa perspectiva, parecía que estaba viviendo en un campo de concentración.

 

Quitándose esa idea de la cabeza, se levantó e instó a su subordinado regresar a su casa.

 

Lejos de ahí, en la ciudadela de Menozberran, después de varios meses los avances de Jita eran escasos, pues la sabia no estaba motivada para dedicarse a la investigación y Razvan empezaba a desesperarse. El invierno terminaba, los días pasaban y su estancamiento se mantenía.

 

Junto con Frobailon, apodado Frody uno de los estudiantes de Jita que se interesó en su proyecto, buscó a otros sabios que le ayudasen en su tarea. Sus esfuerzos fueron en vano, pero consiguió que un herrero le fabricase un prototipo más resistente y a pesar de todo no hubo avances, no había forma de hacer funcionar el aparato, ni usándolo como sifón, ni a diferentes alturas y formas.

 

Sentados en una cantina al aire libre en plena tarde Jita hablaba acerca de sus propias investigaciones, las cuales también incluían la astronomía, en concreto la rotación del mundo alrededor del sol. Frody, junto con otros estudiantes asentían a todo mientras la escuchaban atentamente y Razvan escuchaba desinteresadamente, con la mente sobresaturada de tanto obsesionarse con dicho invento.

 

Terminó de dar un sorbo a su sidra adulterada con miel, la colocó sobre la mesa, cerca del borde. Tomó un par de dátiles, se los llevó a la boca y escupió las semillas.

 

A su alrededor había gente moviéndose sin parar. Fue entonces cuando alguien rozó sin querer el vaso de Razvan. Este lo agarró antes de que su contenido se vertiera, buscó con su mirada llena de indignación al responsable perdido en la muchedumbre, pero cuando tornó los ojos de nuevo al interior del vaso, observó como el líquido del interior fluía de un lado a otro y cada vez que lo hacía, las ondas se superponían unas a otras, como si estuviesen empujándose.

 

Empujándose, esa era la palabra que resonó en su mente.

 

Como si hubiese sido poseído por la esencia de la iluminación, miró de nuevo los planos de la bomba de ariete y entonces, bajo un nuevo prisma, finalmente entendió lo que Manis intentaba explicarle muchos meses atrás y sonrió cuando en su mente vio el mecanismo cobrar vida.

 

Su sonrisa llamó la atención de la sabia y con ella, la de los chicos sentados a la mesa.

 

—¿Qué te causa tanta gracia, Razvan? Cuando digo que el movimiento de nuestro planeta alrededor de la gran estrella, podría viajar en un círculo deformado, hablo en serio—

 

—No, no es eso, es… acabo de darme cuenta de como funciona esta cosa— Dijo entre risas mientras tocaba con los dedos los planos que estaban sobre la mesa.

 

Jita se recostó en el respaldo de su silla y soltó un suspiro. Estaba bastante harta de escuchar acerca de ese milagroso invento que ella calificaba como una estafa, una fantasía.

 

—Entonces, ilústranos por favor— Le ofreció el turno de la palabra, en un sarcasmo disfrazado de cortesía.

 

—Bomba de ariete— Empezó Razvan como un orador exponiendo su visión del mundo —Bomba, puede referirse a la forma de mover el agua, pero ariete… Ariete es la forma en la que lo mueve, ariete… la palabra puede significar golpe. No sé de qué idioma proviene, ni su significado real, pero puede que sea golpe y ahora todo encaja— Señaló con su dedo el contrapeso de la bomba —Esto nunca fue una llave de presión, esto es el mecanismo que mueve el agua. Cuando vi este invento por primera vez, mis ojos percibieron como chorros de agua escapaban constantemente de esta parte, pero de forma intermitente. En su momento pensé que se debía a su diseño tosco, pero esto era lo que movía el agua, esto es un contrapeso. Funciona de la siguiente forma, el agua lo levanta y cae por su propio peso, empujando el agua de vuelta, de ahí que suba por el tubo—

 

—Pero el agua es un elemento intangible, no tiene forma. Podemos almacenarla, pero no manipularla, pues se escurriría— Dijo Frody repitiendo una lección impartida por la propia Jita.

 

—Dos olas que chocan la una contra la otra, empujan el agua en todas las direcciones— Contestó Razvan —No empujamos nada, ella hace todo el trabajo— Dijo refiriéndose al agua —Redirigimos el agua taponando la salida, provocando un choque interno— Eran las palabras de Manis —El agua choca en el interior del tubo, el excedente sale, pero el resto se reorienta, pero como tu has dicho el agua no tiene forma, por eso que el ariete la vuelve a golpear repitiendo el proceso hasta el infinito, o hasta que deja de fluir—

 

—Ahora hablamos de infinitos— Se quejó Jita —¿Y si te equivocas? Perfectamente esto que has contado ahora puede ser solo un delirio. Has estado obsesionado con esta… cosa y ahora dices lo primero que te viene a la mente con esa oratoria de sabio— Jita soltó otro suspiro reprimiéndose lo que quería decir a continuación.

 

—No lo estoy— Contestó Razvan —Así fue como me lo explicó—

 

—¿Quién?— Preguntó Jita.

 

—El que inventó esto— Razvan señaló los planos.

 

—El loco peligroso que no pudiste traer contigo— La mujer se frotó la sien con sus dedos —Razvan ya es de noche, es tarde y estás cansado. Ve a dormir un poco, despeja tu mente y mañana volverás a ver, con ojos renovados que esto no es más que un engaño—

 

—Mañana voy ponerlo en práctica— Dijo Razvan decidido levantándose, recogiendo los planos y marchándose —Con vuestro permiso, me retiro. Una feliz noche a todos—

 

—Feliz noche— Le contestaron todos.

 

Cuando llegó a su habitación, Razvan prendió una lamparilla de aceite y con una pluma humedecida en tinta de calamar modificó los planos—

 

Es noche, finalmente el clérigo pudo descansar con tranquilidad que desde hace semanas no era capaz de sentir.

 

Al día siguiente Razvan se levantó con pereza, pues había disfrutado de la mejor noche de su vida durmiendo como un bebé y las sábanas le pesaban, pero sus ganas de ver la máquina en funcionamiento eran igual de intensas.

 

Mandó a hecer las modificaciones necesarias y colocaron la bomba a dentro de un canal de agua. Cuando la corriente inundó la tubería elevando el contrapeso, pero este no bajó, por lo que aumentaron la cantidad colocando más discos de metal, pero al poner demasiados este bajó y no volvió a levantarse. Ajustaron el peso hasta que hacer que émbolo subiese y bajase, obteniendo un golpe seco cada vez que bajaba.

 

El agua empezó a ser reconducido y la tubería superior empezó a expulsar agua a borbotones. Sin embargo, ahora tenían que comprobar si podía subir el agua, por lo que usaron una manguera hecha de intestinos de dragón cuadrúpedo, recubierto con resina.

 

Estos intestinos tenían fama de ser gruesos y resistentes, lo cual era inadecuado para hacer salchichas comestibles, pero calzó perfecto como manguera, logrando elevar el agua a cinco metros y cincuenta de distancia.

 

Razvan estaba por llorar de la emoción. Sentía que por fin sus planes podían empezar a tomar forma.

 

—Lo reconozco, estoy sorprendida— Confesó Jita mientras admiraba el funcionamiento de la bomba de ariete —Jamás pensé que algo así pudiese hacerse—

 

—La primera vez que lo vi, estaba igual de desconcertado, pero ahora que lo entiendo, sigo estando desconcertado ¿Cómo alguien puedo llegar a imaginar algo así? Cuesta creelo— Dijo Razvan.

 

—Es una espantosa locura hecha realidad. Un invento demente creado por un demente. Hazme un favor, no vuelvas a involucrarte en algo similar. Estos inventos podrían llevarte a la locura— Dijo Jita.

 

Razvan meditó el consejo de la sabia. Ahora que sabía la respuesta del enigma del funcionamiento de dicha máquina, sentía satisfacción, pero a la vez que se sentía estúpido al preguntarse ¿Por qué no se dio cuenta desde el principio? La respuesta siempre estuvo ahí, en frente de él, no era algo tan complicado. Una parte de él deseaba afrontar un nuevo reto para sentir de nuevo ese sentimiento de satisfacción y al recordar el coste mental que sufrió, se lo pensó de nuevo.

 

Ahora disponía de la bomba de ariete, pero pronto se dio cuenta de que esta era limitada, por lo que escribió a su señor pidiéndole permiso para prolongar su estancia, entre las muchas cartas que redactaba a diario, hasta lograr mejorar la bomba, lo suficiente como para poder llevar agua hasta la cima de una montaña. Perfectamente podía volver y pedirle ayuda a Manis, pero decidió afronta el reto por sí mismo.

 

De nuevo en la base, el capitán entró al taller portando un plato con una empanada rectangular de jamón, queso y espinacas hecha al horno, tal como Manis le enseñó.

 

Dentro se encontró con su comandante mirando por encima los nuevos planos que había desarrollado a lo largo de la semana. Este al ver la empanda, la cortó en trozos para que ambos degustaran mientras planeaban su siguiente proyecto.

 

Manis colgó el plano del nuevo vehículo sobre una pizarra hecha de corcho y expresó sus pensamientos.

 

—Como sabrás, la moto fue todo un éxito y hemos aprendido mucho al construirla. Sin embargo, me he dado cuenta de que era totalmente innecesaria… no del todo, pues la experiencia siempre es valiosa, pero ahora la considero como un transporte para pasar el rato. Sinceramente no iría a ninguna misión importante en ella y menos en los días de lluvia—

 

Tocó el plano con dos dedos.

 

—Necesito… para que lo entiendas, es algo así como una moto, pero de cuatro ruedas… un cuadriciclo, lo llamaremos quad. Pero con ciertas modificaciones para hacerlo más adaptable al terreno ¿Qué significa eso? Significa analizar la situación en la que nos encontramos y seleccionar los elementos que vamos a añadir a nuestro medio de transporte para no sufrir accidentes y empezamos por la suspensión—

 

Señaló las ruedas.

 

—Vivimos en un entorno salvaje e irregular, sin carreteras. Carreteras como yo entiendo, por superficie completamente lisa y nivelada, como una alfombra de terciopelo Eso obviamente no existe, pues estamos rodeados de naturaleza, terreno completamente irregular, lleno de baches y todo tipo de obstáculos. Por lo que necesitaremos una suspensión blanda para que absorba mejor los obstáculos. Por lo que los muelles quedan descartados… Me gustaría probar instalarle un sistema hidroneumático, para ver cómo se comporta—

 

Señaló el motor.

 

—En esta ocasión no fusionaremos las ruedas con el motor. En su caso instalaremos dos motores para cada par de ruedas, con ello tendremos tracción cuatro por cuatro. Tendrá suficiente potencia para remolcar lo que sea que tenga que remolcar—

 

Miró de nuevo la pizarra y suspiró.

 

—Además, podríamos ponerle neumáticos más grandes y gruesos con baja presión y no perderíamos velocidad… como sea, esto está delicioso— Dijo terminando de comer la empanada —Construyámoslo—

 

Empezaron creando el chasis sencillo de acero inoxidable, dejando un espacio interior para colocar los motores.

 

Trabajaron creando cinco engranajes para montar el primer diferencial. Este consistía en un eje finalizado en un engranaje llamado planetario. Un engranaje mucho más grande le rodeaba a modo de corona. Al engranaje planetario se unían dos engranajes unidos llamados satélites y un quinto planetario completaba el sistema. Este sistema de montó en el interior de un compartimento que fue rellenado con aceite y atornillado a presión. Repitieron el proceso para las ruedas traseras.

 

Los diferenciales irían conectados a cada motor, proporcionándoles tracción constante, aunque una rueda quedase suspendida.

 

La suspensión hidroneumática consistía en un sistema de amortiguación alimentado por líquido hidráulico, en este caso: aceite y un gas. Ambos recogidos en un recipiente conectado al eje de transmisión de una rueda. Cuando la rueda se elevaba al toparse con un obstáculo, el líquido rellenaba el recipiente comprimiendo un gas hasta un tope. Una vez superado el obstáculo, la rueda volvían a su estado normal.

 

El eje al cual se atornillaría la rueda, no debería ser vertical, sino horizontal con un movimiento en diagonal.

 

A ese eje le taladró un agujero grande en la parte superior y dos agujeros pequeños a cada lado para atravesarlos con un tornillo o una varilla roscada.

 

Agarró otra barra y en uno de los extremos le soldó un tubo que encajase en los agujeros realizados en el eje.

 

Al introducir la barra en el eje y pasar un tornillo entre dos barras con un tubo de por medio, lo que se consigue es: un tubo que gira. Con ello ya tenía la base del cigüeñal.

 

Repitió el proceso tres veces más.

 

Para el sistema hidráulico se basó en la bomba de calor de la nevera, salvo que en ese caso esta operaría con juntamente con una segunda bomba de aire alimentada con una piedra de viento.

 

El contendor de ambos fluidos era una bolsa hecha de goma en la cual se introdujo el cigüeñal y se aseguró de que el movimiento estuviese bien lubricado y hermético.

 

Encajar los cables fue un dolor de cabeza, pues Manis no pensó en las dimensiones de los mismos, lo que le obligó a modificar el chasis para que estos encajasen.

 

Terminando con una válvula de control de presión, consiguió un sistema de suspensión regulable, lo cual fue una sorpresa, pues no era lo que tenía en mente, pero también era la primera vez que construía un sistema hidroneumático.

 

—Solo espero que las sorpresas venideras sean igual de convenientes— Le dijo Manis a su subordinado —Vamos a ver como se comportan los motores—

 

Unió dos discos axiales en un motor, el cual terminaba en un engranaje, el cual se le acoplaba al eje de transmisión del diferencial.

 

Hizo lo mismo para el motor trasero y luego los probó a ambos para ver como se comportaban y tras unos ajustes soldado cables para que las ruedas se moviesen en la misma dirección dio por finalizado el tema de los motores.

 

Con los motores y el sistema hidroneumático funcionando, Manis dio por terminada la parte más difícil del vehículo. El resto era instalar el volante, los frenos, las luces, el salpicadero, los asientos, etc.

 

Las ruedas eran mucho más gruesas que las de la moto para un mejor agarre, pero el tamaño era similar.

 

Para terminar, fabricó el chasis con chapas de acero, dándole sin querer un aspecto muy agresivo.

 

Sacó el vehículo al patio para testear su comportamiento.

 

El quad en sí era muy bajo, pero al ser encendido, el sistema de suspensión hidráulico entraba en funcionamiento elevando el vehículo hasta quedar a una altura considerable.

 

A diferencia de la motocicleta, Manis ajustó la aceleración del quad para que esta fuese más suave y recorriera más distancia, empezando a moverse a una baja velocidad y acelerando progresivamente. Aunque igual era capaz de pasar de cero a cien en unos segundos.

 

La suspensión blanda se notaba y la suspensión absorbía los obstáculos manteniendo el chasis recto siempre y cuando fuese posible, logrando una conducción cómoda. Las curvas las tomaba bien debido al diferencial, sin embargo, el vehículo se ladeaba bastante al tomarlas, amenazando con volcar, pero la suspensión intervenía para evitarlo.

 

Salió del patio y aceleró al máximo haciendo que las ruedas se volviesen locas levantando polvo y el vehículo salió disparado. Apretó los frenos y el quad se detuvo a una menor distancia de la esperada.

 

Volvió a acelerar y condujo un buen rato dando curvas, buscando los terrenos más difíciles.

 

Las ruedas se adherían a cualquier superficie a una alta velocidad; daba igual que fuese barro, nieve o que una rueda quedase atrapada o suspendida, el quad no seguía adelante como si no pasara nada.

 

Antes de darse cuenta ya estaba cayendo la tarde. Había estado todo el día conduciendo de un lado a otro, pegando brincos y en general buscando llevar el vehículo al límite.

 

Regresó a su base donde el capitán le estaba esperando junto con Víctor.

 

—Esto me gusta más que la moto— Dijo Manis bajándose del quad —Hacía tiempo que no me divertía tanto. Luego te enseñaré como conducirlo—

 

Aprovechando las últimas horas del sol, quiso probar adherir el remolque al quad. Al principio el remolque aguantó, pero aumentar la velocidad, una rueda del remolque salió volando.

 

Manis desenganchó el remolque y fue a buscar la rueda montado en su cuadriciclo. Al agarrarla se dio cuenta de que esta portaba parte del eje, dando a entender que se partió.

 

Al día siguiente enseño al capitán las nociones básicas de la conducción. Él ya sabía montar en bicicleta, por lo que ya tenía una base, sin embargo, estaba algo desconfiado debido a la mala experiencia con la moto. Era entendible, pues él no venía de ningún mundo futurista, los vehículos motorizados eran algo nunca visto y viajar a altas velocidades era algo que asustaba.

 

Aun así, la disciplina prevaleció sobre sus instintos y logró acostumbrarse a la conducción, pero nunca pasando de los veinte kilómetros por hora. En cambio, Víctor solo quería morder los neumáticos.

 

Manis por su parte reparaba el remolque actualizándolo con mejores neumáticos y agregando un diferencial.

 

El invierno pasaba lentamente. La nieve todavía se negaba a derretirse en las zonas más norteñas, pero por lo general la vida era pacífica. Aprovechando el tiempo Manis hizo un segundo quad y un segundo remolque y entonces se dio cuenta de que necesitaban ampliar la casa, agregando un garaje para poder guarnecerlos.

 

En vez de ladrillos de arcilla, optaron por probar hacer ladrillos de hormigón.

 

Hacerlos era muy sencillo, solo tenían que hacer concreto y colocarlo en un molde. No se necesitaba cocer los ladrillos, ni andar buscando arcilla y procesándola.

 

Mientras construían el garaje, oyeron el sonido de cascos de caballo acercándose desde la distancia. Provenían de la dirección del noreste, indicando que no era Razvan, Veklan o cualquiera del reino, pues sus casas estaban al oeste.

 

Y tal como sospechaban, llegó un grupo montado a caballo. Sus vestiduras de vivos colores, predominando el rojo carmesí con detalles amarillos y blancos turbantes con un casco encima, delataban una procedencia extranjera.

 

El grupo de componía de caballería ligera armada con espadas curvas, arcos recurvos y redondos escudos. Estos iban a la cabeza liderando el grupo mientras portaban sus estandartes. Detrás de ellos venía un par de carromatos tirados por asnos y algunos pajes con ropajes menos llamativos, asemejados a gambesones.

 

El grupo no mostró hostilidad alguna al detenerse frente a las puertas de la verja.

 

Aun con desconfianza, Manis se acercó a ellos, mientras su capitán le cubría la espalda.

 

Desde el centro de la formación un caballero salió del grupo. Era un hombre mayor, con claros síntomas de sobrepeso, de ojos negros como la noche, una cabeza redonda donde su papada se fusionaba con su cuello y un largo bigote resaltaba sobre sus labios; ataviado con una túnica de color jade y amarillo llena de detalles bordados con diversos hilos.

 

Manis conocía al sujeto que se hallaba en frente de él, pues fue el rehén que salvó de aquellos bandidos a finales de otoñó.

 

A pesar de su obesidad, pudo descabalgar sin ayuda y con un gesto acompañado de una sonrisa, se acercó a Manis.

 

—Salud, mi buen amigo— Habló con un tono cálido.

 

—No sé si te acordarás de mí. Me llamo Fokas, gobernador del Kazayato de Sogdya, perteneciente al imperio Kwarazmiya—

 

—Te recuerdo— Respondió Manis manteniendo la mano sobre su revolver enfundado —Te rescaté de aquellos bandidos antes de la llegada del invierno. A cambio de acompañarte de vuelta a las fronteras de tu tierra, me prometiste enviarme una tinaja de metal líquido u oro en equivalencia. No recibí ninguna de las dos cosas—

 

—Mis disculpas por la tardanza. Los caminos estaban bloqueados por la nieve, pero yo, como buen un hombre de palabra, aquí te traigo, en recompensa por haberme salvado la vida, tu retribución—

 

Indicó a los pajes descargar el contenido de uno de los carromatos.

 

Los sirvientes inmediatamente descargaron dos tinajas grandes y un pequeño cofre de madera que depositaron y abrieron en frente de Manis. Este se acercó primero a las tinajas y comprobó que ambas estaban hasta arriba de metal líquido y luego verificó el contenido del cofre. Todas las monedas eran de oro, debajo no había nada extraño, y aunque no era dinero del reino en el que residía, el oro era puro y tenía muchos usos. Sin embargo, algo andaba mal.

 

—Solo te pedí una recompensa y me has traído tres. Demasiada generosidad para un hombre de palabra que se molestó en cruzar la frontera personalmente incluso antes de que la nieve se haya derretido, en vez de enviar a un emisario— Dedujo Manis.

 

—Admiro su agudeza— Reconoció Fokas dejando de lado su tono alegre para mostrar un lado más serio —Necesito su ayuda— 



1 comentario:

  1. Thank you for creating content that sparks curiosity and reflection.

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