Capitulo 13:
Anacronía fantástica.
La situación en el reino del sur no podía ser peor. La muerte
del rey dejó un vacío de poder, que en situaciones normales lo ocuparía un
descendiente o un familiar, pero en su caso la situación era distinta, pues fue
colocado por una poderosa familia, los Savanger, que intentaron ganarse el
poder de la realeza por medio de mantener un antiguo linaje real ya diluido.
Su idea era formar su nueva línea sucesora conectándola con
aquella, algo muy común entre la nobleza que desea elevar su estatus. Sin
embargo, la traición del rey, la purga de casi todos los líderes de la familia
Savanger, sumado al hecho de que el rey murió en batalla, dejó el vacío de
poder que ahora todos los altos nobles buscaban llenar, ya sea apelando a una
genealogía ficticia o a un derecho autoproclamado.
Siendo conscientes los unos de otros, empezaron a reclutar
fuerzas para alzarse por encima de sus rivales, desentendiéndose de la
invasión, pues a sus ojos los territorios perdidos pertenecían a la
competencia, y la caída de los mismos significaba menos gente con la que
disputarse el derecho de gobernar.
Y en esa misma situación, Valian estaba desamparado.
Había perdido su trabajo y puesto en el palacio, mas su
abandono prematuro de su familia para salvarse de la purga, le hizo perder su
rango de noble y lo que quedaba de los Savanger no le permitirían volver, pues
pertenecía a una rama baja de la misma. Para ellos él era un traidor, eso sí se
dignarán a considerar su existencia.
Se hallaba viendo en medio de los mismos refugiados que logró
sacar de Portobriga quienes aún le seguían porque aparte de hacerles creer que
tenía derechos nobiliarios, les prometió devolverles su ciudad y con su dinero
se aseguraba de mantenerlos alimentados. Veía en ellos una oportunidad surgida
de la crisis y no la iba a dejar pasar.
Los refugiados se movían en carromatos donde llevaban las
pocas pertenencias que lograron rescatar. Pero en raras ocasiones se
desplazaban, pues el viaje era peligroso a la vez que costoso y consumía mucha
energía, tanto de las personas como las de los pocos animales de tiro. Preferían
estacionarse cerca de fuentes de agua y pastos abundantes, pero eran incapaces
de asentarse, porque o bien el terreno no ofrecía recursos a largo plazo o
porque la tierra pertenecía a otro señor que no quería más gente a su cargo.
Dormían en tiendas de tela que se empapaban con la lluvia, o
en el interior de los carromatos, los cuales vaciaban previamente a riesgo de
ser desvalijados.
Comían todos juntos una vez al día, priorizando a los niños,
mientras los ancianos y los enfermos se resignaban a aceptar su ocaso, pues un
estilo de vida nómada desgastaba rápidamente la salud y los médicos no siempre
podían elaborar nuevas medicinas.
Era un estilo de vida que nadie deseaba, pero tampoco había
lugar a donde regresar o asentarse. Inconscientemente sabían que si se
separaban acabarían siendo esclavizados o muertos a manos de los bandidos que
volvían a organizarse. Pero a pesar de vivir todos juntos, el sentimiento de
soledad y desamparo no hacía más que incrementarse.
Durante una cena con ellos, les propuso una idea.
—¿Dices que tomemos Portobriga nosotros mismos?— Preguntó uno
de los refugiados llamado Septus, quien desde hace varios meses se había vuelto
cercano a Valian.
—Eso es— Respondió Valian —El ejército real que debía salvarnos
ha muerto y todos los demás nobles se volvieron egoístas y ya no piensan en la
gente que perdió su casa, como vosotros, por eso es momento de tomar las armas
y luchar—
La idea no pareció convencer a la gente, pero Valian siguió
hablando.
—No solo hay que luchar por nosotros mismos, sino por ellos—
Señaló a los niños que comían todos juntos en una mesa en el centro del
círculo, despreocupados de la situación en la que se encontraban, pues
confiaban en que sus padres les protegerían.
Habiéndose resignado a su destino, pero queriendo algo mejor
para sus hijos, la gente aceptó la idea de Valian.
—De acuerdo ¿Pero con qué hacemos frente a las tropas del
norte?— Preguntó uno.
—No tenemos armas, ni dinero suficiente para comprarlas— Dijo
otro.
—Las armas ahora mismo son lo último de lo que preocuparnos—
Dijo Valian —Pero tenéis razón, ahora no podemos ir a enfrentarnos a los norteños
y vivir para contarlo. Primero necesitamos asentarnos, organizarnos y armarnos.
Por eso voy a hacer una última migración y será aquí— Desplegó un mapa y señaló
su siguiente destino.
Valian ubicó a los refugiados en las orillas cercanas al río
Husk, un río conocido por su extraña arena negra que se acumulaba en sus
orillas.
Eligió esa ubicación por varios motivos:
El primer motivo era que cerca de ese río se hallaba una
ciudad amurallada conocida como Keilerwand, llamada así por la familia Keiler.
El segundo motivo era por su situación estratégica: pues la
ciudad se ubicaba en un llano rodeado de pueblos y aldeas, las cuales podían
mantener un suministro de comida y mano de obra, pero, además, la lejanía de su
ubicación mantenía a raya a los ejércitos invasores. Desmotivándoles a iniciar
una campaña de saqueo y conquista.
El tercer motivo era la propia arena negra: era una arena
rica en titanio y era uno de los motivos más importantes, pues el titanio era
un metal desconocido para la gente de ese mundo. Valian tenía la esperanza de
que podría extraer ese metal, a pesar de carecer de maquinaria especializada,
profesionales y electricidad. En su interior sabía que estaba pidiendo
milagros, pero para ciertas cosas había que tener fe.
El cuarto y último motivo era el gobernador de la ciudad
quién según los espías de Valian, este en secreto se estaba uniendo a la causa
nórdica y planeaba atacar a los ducados por la espalda. Con ese motivo Valian
tenía una justificación para ocupar la ciudad.
Como todos los demás señores terratenientes, Keiler no quería
tratar con refugiados, y esa crispación era lo que Valian buscaba, tanto para
unir aún más a los refugiados, como para luchar contra él.
Una vez asentados y organizados,
Valian se reunió con un antiguo armero llamado Ottmar, quien era el encargado
de la fabricación de armaduras en Portobriga. Valian le convenció para que se
encargara del procesamiento de la arena y le construyó un gran taller, hecha de
piedras y hornos hechos de ladrillos.
Mientras se construía el taller,
Valian les explicó a grandes rasgos y de manera simple como se extraía el
titanio y las cualidades de ese metal con respecto al hierro.
Ottmar miró escéptico los planes de
Valian, pero decidió investigar ese supuesto metal que no se oxidaba sin
necesidad de recubrir el metal con magia.
—¿Cómo sabes que hay metal que valga
la pena en esta arena?— Preguntó Ottmar.
—Hace tiempo un conocido mío, al que
tenía en mucha estima, que era muy apasionado por los elementos, me habló de
que la arena negra debe su color a ciertos metales que la componen— Tomó un
puñado de arena —Mira, esta arena posee trazas grises y no blancas o
transparentes como las piedras corrientes y por eso creo que es metal— Contó
Valian.
—Puede que sea metal, pero veo
tampoco estás tan seguro de que sea ese metal que llamas titanio— Soltó Ottmar —Quizás
sea hierro de baja calidad, si hubiera un metal tan valioso ya lo estarían
extrayendo—
—Te equivocas— Dijo Valian convencido
—Según sé, el titanio está presente pero combinado con otros metales y rocas.
Extraerlo quemándolo solo hará que se una al carbón. Por eso quiero que hagas
la prueba. No tenemos nada que perder—
—Bueno, lo investigaré, solo que no
prometo nada. Además, estoy intrigado por conocer nuevos metales, al menos no
me pides que trabaje con la porquería esa del metal mágico—
—¿Y qué tiene de malo ese metal?—
Preguntó Valian.
—Que no sirve ni para forjarlo—
Respondió Ottmar —Por cierto, gracias por el taller—
Ottar reunió a su familia y a los
jóvenes voluntarios, aspirantes a ser herreros para que le ayudaran.
Apostar todo a una sola carta no era
la costumbre de Valian. Su mente estratégica no lo dejaría dormir sin elaborar
varios planes alternativos, independientemente de la fe depositada en el proyecto.
Para el plan B, decidió crear una ruta clandestina de hierro o armas, pero
había un problema: comprar hierro era imposible pues estaba siendo adquirido en
grandes cantidades por todo aquel que quería armar a sus huestes. En tiempos de
preparación para una guerra el precio se había disparado. La solución estaba en
los países vecinos.
—Septus, voy a salir en un viaje, tal
vez tarde meses, pero volveré— Dijo Valian.
—¿Puedo preguntar donde va?— Preguntó
Septus.
—Voy a ir a ver si puedo conseguir
más rutas de suministros, pero a los países más cercanos— Respondió Valian —Por
si no podemos extraer metal de este río, al menos tengamos algo—
—¿Puedo ir con usted?— Sugirió
Septus.
—Prefiero que te quedes y cuides de
este asentamiento. Cualquier cosa me mandas un mensajero— Dijo Valian —Vigila
también al gobernador Keiler, temo que intente echarnos de aquí—
—Técnicamente es su tierra— Recordó
Septus.
—La tierra es de la corona, no de los
traidores— Respondió Valian.
Tras asegurar un suministro de comida
continuo de manos de los mercaderes con los que tenía contactos, inició su
viaje yendo al país más cercano. Consiguió una audiencia con el rey pagando a
su primer consejero y mano derecha.
—Le agradezco de antemano permitirme
tener una audiencia con usted, rey Wulfray— Habló Valian.
—Me honra que los ciudadanos del
reino de Shiza Frenik aun conserven sus modales, pero no llego a comprender del
todo el motivo de su visita— Contestó el rey.
—Mi visita llega acompañada de una
proposición comercial— Dijo Valian.
—Proposición comercial— Repitió el
rey no muy convencido —Ya, continua—
—Solicito una ruta de abastecimiento
de hierro y armamento para poder defendernos de las hordas del norte— Dijo
Valian.
El rey Wulfray pareció pensárselo,
pero sintió que ese momento ya lo había vivido y respiró con fuerza antes de
levantarse de su trono.
—Curioso, juraría que oí unas
palabras similares años atrás, de boca de… tu rey— Dijo haciendo que Valian
tragase saliva y empezase a sudar frío al darse cuenta de que había metido la
pata —¿Le va mal a vuestro rey en su contienda? Ah, recordé. Ha muerto. Mis condolencias,
pero por desgracia sus deudas no murieron con él, pues nos prometió una
retribución acorde por nuestro apoyo a su causa. Le enviamos todo cuanto
pudimos y hasta ahora no hemos recibido nada a cambio. Esperaba que con la
llegada de su embajador saldase sus cuentas, o al menos nos diese una
explicación, pero me viene con ¿Proposición comercial? ¿Qué es eso exactamente?
¿Algo así como: denos todo lo que tiene y ya nos pensaremos en compensarle?—
Valian sintió que había caído en una
trampa, como si hubiese acudido al padrino de una mafia a responder por los delitos
de un tercero por equivocación.
—Me… me temo que se equivoca, mi buen
rey. Yo no soy el embajador de la corona. Solo soy un comerciante más que desea
entablar un acuerdo comercial y a diferencia de mi rey, soy un hombre de
palabra, le propongo un intercambio equivalente de suministros por dinero y
puedo pagarle por adelantado, como muestra de confianza—
El rey Wulfray se masajeó la cabeza.
—Siguen saliendo las palabras de tu
rey por tu boca. Con lo débil que es tu moneda, por un trozo de piedra me
llenarías el palacio de bronce sin valor alguno. No tengo interés alguno en
mantener acuerdo alguno contigo. Lárguese de mi vista y comuníquele a quien
sostenga su corona que page lo que me debe—
Valian salió de ahí enfadado y hasta
que no salió de aquellas tierras, no dejó de sentirse perseguido. Aun así,
decidió no renunciar a su plan, pero decidió abarcar el tema de otra forma.
Mandó a representantes a diferentes países para ahorrarse viajes y evitar
quedar acorralado en medio de un territorio hostil.
Las noticias que le llegaron no
fueron positivas. Algunos reyes tuvieron la misma reacción que Wulfray, otros
mandaron directamente a ejecutar al mensajero y los últimos mostraban
tendencias de invadir para saldar su deuda.
El rey Shiza se encargó de arruinar
la relación con todos los países vecinos, no hubo uno al que no le debiese
algo.
Desalentado, Valian sintió que todo
fue una pérdida de tiempo y de dinero, no recibió otra cosa que disgustos. Y
ahora sentía que de nuevo había vuelto al principio.
Mientras meditaba, se dio cuenta de
que, aunque extrajesen el titanio, e hiciesen las armas y armaduras, todavía
quedaba instruir a esos refugiados para convertirlos en soldados y dios sabe
cuánto durará eso.
Su tercer plan era contratar
mercenarios para tomar la ciudad, eso chocaba con sus principios, pues su idea
era tener un ejercito profesional compuesto por soldados, no por guerreros,
quienes, a pesar de estar curtidos en batallas reales, muchas veces mostraban
una indisciplina y un salvajismo innecesario en la batalla. Su deseo era
recrear al soldado más letal que conoció su mundo antiguo, el legionario
romano.
Los mercenarios se usaban como fuerza
de choque para romper la primera línea enemiga y ellos lo sabían por eso sus
integrantes eran más temerarios que valientes.
Entre ellos había organizaciones más profesionales
con soldados de calidad y tácticas avanzadas, pero igualmente seguían usando el
sistema de choque de grupos densos y combate singular, lo cual provocaba
numerosas bajas. Sin embargo, de entre todas las demás organizaciones, esos
eran los mejores y en esos momentos, Valian tenía que ser flexible.
Reunió a los capitanes de cada
organización, en un gran banquete de celebración, con la esperanza de que
cualquiera de ellos apoyara su causa.
Los capitanes se comieron toda su
comida, bebieron su vino, escucharon sus súplicas y se rieron de él. Más tarde
se enteraría de que todos ellos ya habían sido comprados y firmaron contratos
con los duques más poderosos y a pesar de todo se aprovecharon de su
hospitalidad. Tal humillación Valian no la olvidaría.
Enfadado y humillado regresó al
campamento de refugiados, tras mes y medio de viaje y derroche. Al regresar se
reunió con su amigo Septus.
—¿Ha habido suerte?— Preguntó Septus.
—No, para nada. De haberlo sabido, me
habría quedado— Respondió Valian —¿Hubo suerte aquí?—
—Si, algo, de hecho, iba a enviar a
un mensajero porque se acumularon las nuevas—
—¿Habéis logrado extraer el titanio?—
Preguntó Valian sorprendido.
—Creemos que sí, pero no estamos
seguros— Dijo Septus.
Septus condujo a Valian a la
herrería, que estaba parcialmente funcionado. De camino le puso al tanto de la
situación en el campamento y en la ciudad Keilerwand. La mayoría de las
noticias eran detalles triviales y problemas menores con la aldeas vecinas,
pero al parecer el señor de las tierras estaba de retiro temporal, algo que
alegró a Valian.
Una vez en la herrería, se reencontró
con Ottmar, quien le mostró el pedazo de metal que habían conseguido extraer.
Era un trozo metal similar a una piedra, llena trozos que sobresalían por todas
partes.
Valian tomó el metal y lo analizó meticulosamente
basándose en los recuerdos, mientras que Ottmar le daba una explicación.
—Sabemos que no es hierro, estaño o
cobre o plomo, por las pruebas que hicimos. No es cobre por obvias razones;
tampoco hierro porque es demasiado oscuro y ligero y lo más importante, no se
oxida, incluso teniéndolo tres días sumergido en agua; el estaño y plomo
quedaron descartados debido a que no se derretía incluso en las más altas
temperaturas—
Tras una pausa, ottmar volvió a
preguntar.
—Esto debe de ser titanio ¿Verdad?—
—No exactamente— Dijo Valian mientras
lo devolvía al armero —¿Cómo lo habéis conseguido?—
—No fuimos nosotros— Dijo Ottmar —Fue
el alfarero—
Ottmar condujo al grupo hasta la
alfarería que estaba cerca de la forja, en donde presentó al jefe de los alfareros,
un hombre muy delgado y alto, con un bigote recortado y un peinado que le caía
por un lado de la cabeza.
—Fue él quien lo descubrió— Indicó
Ottmar.
—Te conozco, eres Landolf Mittler—
Dijo Valian.
—Cuanto tiempo, señor Valian— Dijo el
Alfarero —¿Le sirvieron los utensilios que le hice para su viaje?—
—Si, todavía las tengo conmigo, y los
dibujos son bonitos y los colores muy agradables—
—Me honran sus gustos, mi sueño
siempre fue ser artista, pero mi talento es la escultura—
—Y espero que así continue, pero hoy he venido
para saber otra cosa ¿Cómo extrajiste el metal de la arena?— Preguntó Valian
confuso.
—¿No te lo contó Ottmar?— Le pasó la
pregunta al armero.
—A eso iba— Dijo Ottmar —Hicimos
muchas pruebas y mientras probábamos el método tradicional de separación
mediante carbón ardiente, sin ningún resultado, salvo algunas perlas de hierro,
pero se generó mucha ceniza negra y entonces vino Landolf que se llevó la arena
y ¿Qué hiciste con ella?—
—Pues era una ceniza negra, muy
interesante, la usé para darle más flexibilidad a la arcilla, para que no se
agrietase dentro del horno, pero al sacar las jarras de vino y lavarlas, me di
cuenta que di cuenta de que presentaba zonas grises metalizadas, las llevé de
vuelta a Ottmar y nos dimos cuenta de que esa ceniza era polvo de metal— Contó
Landolf.
—La cuestión es que conseguimos una
pista, pero no por el método que nos contó, así que decidimos seguir
investigando, tirando del hilo a nuestra manera, al final conseguimos este
trozo de metal— Finalizó Ottmar.
—Ya lo entiendo todo. Os doy la
enhorabuena todos. Recibiréis, una bolsa llena de monedas— Dijo Valian alegrando
a los demás, aunque uno todavía permanecía dubitativo.
—No me ha quedado claro, ¿Es titanio
o no lo es?— Preguntó Septus.
—Si… pero no es titanio puro— Dijo
Valian —El titanio reacciona con el carbón y se fusiona con él. Podemos
llamarlo carburo de titanio—
—¿Pero en qué se diferencia del
titanio puro?—
—Es más rígido y menos flexible, pero
también más frágil y más que metal, podemos considerarlo un tipo especial de
cerámica— Dijo Valian.
—Si, pero se puede forjar— Dijo
Ottmar —Ya lo hemos intentado, y si te preocupa la rigidez, conozco formas de
flexibilizar el metal. Lo que quiero saber ahora es: ¿Esto sirve, o seguimos
buscando como hacer puro el titanio?—
Valian meditó seriamente, el milagro
se había cumplido y ahora tenían algo entre manos, pero el tiempo jugaba en su
contra. Todo dependía del señor de las tierras, quien estaba aún ausente, pero
nada más llegar buscaría deshacerse de los refugiados al enterarse de que ellos
no van a trabajar para él como sus sirvientes o soldados. Ya tenían a Valian
como señor.
—¿Puedes fabricarlo en grandes
cantidades?— Le preguntó al armero.
—Es un metal complicado, necesitaría
aumentar la herrería y más trabajadores— Contestó Ottmar.
—Haremos reformas y conseguiré a
todos los trabajadores que quieras. Usaremos el carburo de titanio y si de por
casualidad conseguimos extraer titanio puro, lo usaremos igualmente— Dijo
Valían con determinación, contagiando esa emoción a los demás.
De inmediato se pusieron a trabajar,
cada uno en su especialidad. Se empezó a reunir y organizar a los voluntarios,
junto a capataces de obra, a la par que se ponían en marcha empresas
secundarias que aportaban materia prima.
Al asentarse, la calidad de vida del
campamento aumentó ligeramente. En cena, la cantidad de comida aumentó debido a
la cercanía de las aldeas, a quienes compraron grano, verduras, pero no carne
pues era un bien de lujo escaso y muy caro.
—Considerando que hemos reunido a
muchos trabajadores, las ampliaciones terminarán pronto, pero no hemos venido
aquí solo para extraer metal ¿Cierto?— Preguntó Ottmar.
Valian dio un mordisco al pan duro
mientras le escuchaba.
—Cierto, con la arena hacemos metal y
con el metal construimos armaduras resistentes— Dijo Valian.
—En Portobriga hice armaduras de todo
tipo y sé que tienes ya alguna experiencia militar pese a tu joven edad, pero
deberías saber que hay más tipos de panoplias a parte del metal, las hay de
tela acolchada, de cuero, tachonadas, de piel, revestidas ¿Por qué el titanio?—
Habló Ottmar.
—Las armaduras de tela y pieles, son
para infantería ligera, pero no son los mejores materiales y la infantería
ligera es la primera en morir en el campo de batalla. Por otra parte, las
armaduras de metal, aunque pesadas, garantizan que el soldado sobreviva. Por
eso el titanio, que tiene lo mejor de ambos estilos, es duro como el hierro y
ligero como el cuero— Respondió Valian —Además, nos vamos a enfrentar a un
ejército enemigo mucho más numeroso y experimentado, necesitamos toda la
ventaja posible—
—Si, es lo mejor, y a la vez lo más
costoso ¿Sabes el tiempo que se tarda en hacer una armadura? Cada parte
costaría meses en hacerse… Por no hablar de que ese titanio necesita mucho
calor para moldearse— Se quejó Ottmar.
—¿Y qué me dices de una armadura de
cotas de anillos o de escamas?— Preguntó Weimar, uno de los hijos del armero —Podemos
partir el metal en piezas pequeñas y luego unirlas—
—¿Con ese metal? Sería tremendamente
engorroso. Calentar cada anillo para unirlo al siguiente llevaría una
eternidad. Además, no basta solo con un tejido, son como mínimo dos o tres
capas de anillos una detrás de otra para evitar perforaciones, las más pesadas
llevan hasta cinco capas y no puedes ni moverte, por eso ningún caballero se
baja del caballo, apenas podría moverse— Dijo Ottmar comiendo una cebolla —Las
de escamas solo basta con dos capas, pero tienes que taladrar cada una y luego
coserlas siguiendo un patrón, mucho trabajo de precisión tardaríamos una
eternidad—
—¿Si nos limitamos solo a la coraza y
al casco, eso no nos llevaría tanto tiempo?— Sugirió Weimar.
—No— Intervino Valian —Tiene que ser
de cuerpo completo, de tener una armadura parcial hecha de metal, preferiría
tener una de cuero—
Weimar le replicó, pero su padre
intervino.
—Nuestro señor es Valian, hijo mío—
Le dijo Ottmar a su hijo —Y él tiene la última palabra. Nosotros somos
trabajadores, hacemos lo que nos pagan por hacer, recuérdalo— Se dirigió a
Valian —¿Qué tipo de panoplia tiene en mente?—
Valian sacó unas páginas plegadas de
su bolsa y se las pasó al armero.
—Es una armadura en la que llevo
tiempo pensando— Dijo Valian.
Ottmar observó los grabados los
cuales mostraban una armadura romana, la legendaria lorica segmentata, una coraza
atribuida a los romanos, una cultura antigua de otro mundo, en la cual se creía
que esa era su armadura por excelencia, de inicio a fin de su cultura, cuando
realmente era la armadura menos usada en toda su historia.
En los dibujos se mostraba
detalladamente las piezas que componían la armadura, su forma escalonada, las
láminas que la formaban, su forma de abrocharse y el interior.
—Veo que quieres una armadura de
bandas— Resumió el armero.
—¿La conoces?— Preguntó Valian
sorprendido casi atragantándose.
—Si, las protecciones de bandas se
usan habitualmente. Comúnmente debajo de las hombreras, para sí proteger mejor
la zona del brazo ¿No lo sabías?—
—Nunca me había fijado en ese detalle—
Dijo Valian riéndose ligeramente.
—Aun así nunca había pensado en una
armadura hecha de bandas y mucho menos en una que se equipase como si fuera un
abrigo—
Su mirada brilló mientras dibujaba
una sonrisa contemplando los grabados, eso atrajo la curiosidad de sus hijos y
de Septus, quienes fueron a echar un vistazo.
—Podría funcionar, bastaría con
extender el metal ese y cortarlo en tiras. Mucho más simple que cualquiera otra
armadura de metal. Pero aun así temo que hacer una lleve demasiado tiempo—
—Si lo haces de forma de producción
en cadena, quizás ahorrarías tiempo— Sugirió Valian.
—¿Qué es la producción en cadena?—
Preguntó Ottmar.
—Una doctrina de trabajo que aumenta
la producción por medio de la especialización— Resumió Valian.
—Te escucho— Dijo Ottmar.
—Tenemos que producir algo, en este
caso una armadura. Piensa en todos los pasos que necesitas hacer para fabricar
la armadura luego divídelos en fases, como, por ejemplo: una fase de forja, otra
de corte y así sigue. Y una vez que tengas las fases solo asigna a los
trabajadores para que solo hagan la fase específica—
Ottmar dejó los planos y estiró la
espalda, para luego soltar un suspiro.
—Suena engorroso—
—Solo durante la planificación, pero
si se hace bien, puedes hacer una armadura al día— Dijo Valian.
—¿Una armadura al día?— Preguntó
escéptico.
—Un país usó este método para
fabricar barcos y sacaban un barco al día y no hablo de barquitos de pescar,
no, barcos militares enormes. Yo lo vi. De ahí me interesé por ese método— Dijo
Valian, pero teniendo en mente otro vehículo que no era el barco, en un intento
por convencer al armero.
—Pero habría que modificar el taller
y la forja— Dijo Ottmar.
—¿Y para qué están las reformas?— Preguntó
Valian.
Ottmar le miró pensativo, no se le
había pasado por la cabeza la idea de aprovechar las reformas para probar
nuevos modos de producción.
Con la armadura en producción, Valian
se enfrentó a la desagradable perspectiva de reclutar soldados de entre los
refugiados que no habían tocado una espada en su vida y enseñarles el oficio de
soldado, pero a pesar de todo descubrió que esas personas eran ideales para
poner en práctica sus nuevos métodos de batalla, pues al no tener formación o
experiencia en batalla, no contaban con ideas preconcebidas y encima todos
tenían conocimiento de las brutales derrotas y represalias que sufrirían si
intentaban enfrentarse a sus enemigos librando las batallas de una forma
convencional.
Valian empezó a imponer la disciplina,
la instrucción y la moral. Empezó enseñándoles y explicándoles la necesidad de
trabajar en grupo, haciéndolos marchar todos juntos, acondicionando el cuerpo
con entrenamientos físicos y de formaciones cerradas. Los entrenó para
responder ante el uso de tambores, cuernos, banderas y señales estándares.
Infligió castigos a la indisciplina y a aquellos que abandonaban las
formaciones.
Con la falta de personal, intentó
reclutar a las mujeres, pero a pesar de que ellas mostraban una gran
beligerancia que alentaba a los hombres a tomar las armas, ellas mismas se
negaban a participar en los entrenamientos y pocas que lo hacían se retiraban a
la semana de la misma.
Durante el tiempo de preparaciones,
el señor de las tierras, Keiler, regresó a su ciudad y nada más enterarse de la
existencia de los refugiados, mandó una delegación para convencerles de que
trabajen para él, pero al recibir una negativa regresó a la ciudad, no sin
antes contemplar la creciente organización militar que se desarrollaba.
Cuando Keiler recibió la noticia,
mandó a los soldados de su guarnición a destruir el campamento de refugiados, no
obstante, en el último minuto decidió no hacerlo. Sabía perfectamente que su
guarnición no era muy numerosa y si el ataque fracasaba podía dejar a la ciudad
indefensa, así que decidió esperar y reclutar una fuerza considerable, pero eso
no podía dejar que aquel campamento siguiese prosperando. Emitió un decreto a
las aldeas circundantes prohibiéndoles todo tipo de comercio con los
refugiados, con el fin de desgastarlos.
Sus órdenes fueron emitidas, pero en
las mismas pasó por alto un pequeño detalle, pues no especificó a qué tipo de refugiados
se refería, lo que ocasionó que la ley fuese aplicada indiscriminadamente a
todo grupo que migrase a esas tierras.
La prohibición de comercio trajo
consigo una discriminación a todo forastero que se instalase en cualquier lugar
de sus tierras. La discriminación trajo altercados que rápidamente escalaron en
crímenes y pronto esos grupos fueron obligados a huir de sus hogares.
Aprovechando el momento, Valian lanzó
una anónima campaña de propaganda, instando a los demás refugiados a unirse a
su campamento y así nutrir su creciente ejército.
La falta de comercio empobreció a las
aldeas, quienes en secreto crearon un mercado negro para subsistir.
Cuando Keiler se dio cuenta de su
error, era demasiado tarde para rectificar. Sabía que la situación le quedaba
grande y en vez de formular nuevos edictos, decidió reunir un consejo de sabios
de confianza para que le ayudaran con esta creciente rebelión.
Tras muchos debates, decidieron que
era momento de llamar a las armas a todas las organizaciones de mercenarios con
los cuales consiguió un contrato en sus viajes y de todos los castellanos,
miembros de su familia, para que le apoyaran con sus huestes de caballería. La
idea era usar esta rebelión como una excusa para aventajar a los demás rivales en
la carrera de rearme y con la victoria sobre los rebeldes, aumentaría la moral
de sus tropas, las cuales no tendrían problema en iniciar la guerra civil atacando
al ducado vecino y posteriormente unirse al bando de los norteños para así
abrir un frente más, esta vez desde el sur.
Mandó mensajeros indicando el punto
de reunión de sus ejércitos en un lugar seguro, alejado del campamento enemigo,
para que estos no les emboscaran por sorpresa. Las noticias volaron y en poco
tiempo ejércitos de mercenarios empezaron a llegar desde todos los rincones.
Cuando Valian se enteró de aquello,
se temió lo peor, pues no se esperaba que esto escalase tan rápido y por
consiguiente todavía no estaban preparados, siguiera tenían armas y apenas
habían terminado las reformas. Intentó agotar la vía diplomática para ganar
algo de tiempo, pero siquiera llegó a hablar con nadie, pues todo aquel emisario
que hablase de paz era decapitado y su cuerpo colgado de los muros.
La situación iba a contrarreloj y
había dado un acelerón importante en su contra, lo que minó la moral de Valian,
quien al ver todavía la indisciplina y el bajo acondicionamiento de su ejército
empezó a deprimirse.
Ottmar salió en su ayuda, llevándole
un regalo para levantarle la moral antes de que inconscientemente contagiara al
resto del ejército. Llevó al chico al patio trasero del taller, el cual usaban
como campo de pruebas.
—Nos hemos esforzado como nunca
planificando las fases de producción de ese método que me recomendaste y me
llevé una grata sorpresa. Al principio me preocupaba que los chicos se
volvieran perezosos mientras esperaban a que las piezas de la armadura llegasen
y no te cuento como costó trabajar con ese metal, por algún motivo lijarlo era
un suplicio, se come las lijas ¿Te lo puedes creer?, pero cuando todo se puso
en marcha, fue como un río cuesta abajo, y aquí tenemos los resultados—
Acto seguido, Ottmar procedió a
levantar la manta que cubría la armadura. Valian se mostró expectante, cual
niño pequeño esperando con emoción su regalo de navidad. Frente a él estaba una
coraza de bandas.
La emoción inicial del chico fue
apagándose cuanto más la miraba. Esa no era una lorica segmentata. Para empezar
las hombreras características de la coraza romana no caían de forma
descendente, estaban al revés y al llegar al cuello se doblaba hacia arriba.
Las protecciones de los brazos llegaban hasta el codo. La armadura terminaba en
la cintura, donde comenzaba un cinturón que separaba las placas de una falda
hecha de cota de anillos que llegaba hasta las rodillas.
—Esto… Esto no es igual…— Se quejó
Valian, mientras la sostenía en sus manos.
—Ya, bueno. Ahora mismo iba a
explicarte eso—
Ottmar se aclaró la garganta antes de
comenzar.
—Esta… coraza… en realidad, no es la
primera armadura que fabricamos ¿Recuerdas que te hablé de tu método de
producción? Pues funcionó mejor de lo que esperábamos, y rápidamente
construimos la coraza siguiendo tus indicaciones… y una vez hecha, la probamos.
El resultado fue positivo, la tecnología laminar sorprendentemente ofrece una
movilidad mayor que una armadura de escamas, pero manteniendo la misma
protección—
—¿Entonces, si era tan buena, por qué
los cambios?— Preguntó Valian interrumpiéndole.
—Era tosca— Resumió Ottmar.
—¿Qué era tosca?— Preguntó Valian
incrédulo.
—Si. Y a pesar de su comodidad, tras
un tiempo, empezamos a notar varios fallos en el diseño. La coraza que
diseñaste, no eran unas hombreras que sujetaban un peto, sino unas hombreras
con una extensión en forma de peto— Explicó Ottmar
Valian miró de nuevo la armadura,
sintiendo que había hecho algo mal, pero se había basado en sus recuerdos para
diseñarla, por lo que no debía haber problema alguno.
—¿Cuál es la diferencia?—
—Un peto tiene sus propias correas y
las hombreras se colocan encima. Pero en este caso, no hay peto, te colocas las
propias hombreras y estas se extienden hacia la cintura. Y ahí es donde está el
primer problema: las hombreras pesan, y una coraza sostenida por hombreras,
hace que cuanto más tiempo la lleves más vas a sentir como el peso se concentra
en los hombros, por eso le agregamos este cinturón a la mitad para así
distribuir el peso. El siguiente problema lo tenemos aquí—
El armero señaló las bisagras de la
parte posterior y luego abrió la armadura revelando su interior.
—Como en tu dibujo, las placas se
sujetan por correas de cuero desde el interior, pero para conseguir que pudiese
ser equipada como un abrigo, lo cual es novedoso, tuvimos que construirla sobre
una barra que serviría de eje con estas bisagras que permiten abrir y cerrarse,
y además ofrecen una mayor protección. Ah, hablando de protección, ese era otro
problema—
Señaló la parte delantera donde había
un extraño cierre en forma de ganchos.
—En tu dibujo señalaste el uso de una
correa entrelazada para cerrar la coraza, pero eso es un punto débil crítico
que debía ser corregido inmediatamente, pues la hacía vulnerable a estocadas y
golpes frontales ¿Qué tan buena armadura debía ser, si dejaba expuesto a su
portador al primer golpe de frente? Convertimos ese punto débil en un punto
fuerte con estos ganchos—
Cerró la armadura mostrando como las
láminas se sobreponían unas sobre otras otorgando una defensa adicional.
—Vale, me queda claro que has
corregido los errores de mi diseño ¿Pero por qué las hombreras están al revés?—
Preguntó Valian.
—Porque las juntas escalonadas
dejaban huecos y por eso las invertimos para proteger mejor los hombros y así
esto está cerrado y además le da una curvatura más natural, que a mi parecer le
da un toque más estilizado. Además, le incluimos un saliente al final para
proteger mejor el cuello, que en tu diseño quedaba muy expuesto— Señaló Ottmar.
—Entonces me queda claro que los
romanos no tenían ni idea— Susurró Valian para sus adentros. El armero había
modificado su diseño y tenía una respuesta lógica para cada cambio, haciendo
imposible que Valian pudiese replicarle, sin quedar mal.
—¿Está todo bien?— Preguntó Ottmar.
—Si… pero ¿Qué me dices de esta
falda? ¿Qué no te quejabas sobre cotas de anillos?— Señaló el chico.
—Oh, bueno eso, mi idea era seguir
extendiendo las placas de la coraza por debajo de cinturón, dividiéndolas en
dos partes para proteger cada pierna hasta las rodillas y estas se atarían a su
vez con una correa a cada pierna, pero mi hijo insistió en la cota de anillos,
porque decía que las placas molestarían, así que le dejé que se encargara de
ello. Son dos capas de anillas que también se abrochan, pero si quieres podemos
retirar la falda—
—No, ya que estamos, vamos a dejarlo
así— Dijo Valian ya rindiéndose ante los cambios. Desabrochó la coraza y se la
puso encima —No está mal, pero es un poco grande, supongo que debajo de esto
tendré que llevar un gambesón—
—Así es, ninguna armadura se pone
encima de la tela, siempre debe haber algo acolchado debajo para disipar el
golpe, el metal solo está para evitar ser rebanado— Aclaró Ottmar.
—Es muy ligera y no restringe para
nada el movimiento, puedes iniciar la producción— Dijo Valian mientras hacía
ejercicios básicos y se movía de un lado a otro —La falda no molesta, podemos
dejarla—
—Eso, tráiganle una falda a la niña—
Se burló Septus, a lo que Valian se le quedó mirando.
—Tú serás el primero en ponerte esto
cuando el equipo esté completo— Le regañó Valian, mientras se quitaba la
armadura.
—Hablando de equipo, tengo más parta
ti. Aunque la coraza cubre todo el torso hasta las rodillas, todavía hay zonas
desprotegidas y se necesitan más piezas protectoras— Dijo Ottmar mostrando el
resto de los complementos —Usando la tecnología laminar, hice un casco, grebas
y guanteletes—
El casco era un bacinete hecho con el
sistema de placas que tanto le gustó a Ottmar, lo que le daba un aspecto muy de
fantasía, con las bandas escalonadas.
Las grebas eran simples láminas lisas
redondeadas con dos correas, unidas a unas rodilleras, en su conjunto
recordaban a las protecciones de los jugadores de hockey.
Los guanteletes eran mitones hechos
de láminas unidas que parecían guantes de boxeo.
Salvo el casco, todo lo demás se veía
muy medieval, que contrastaba con la armadura, lo que hacía que Valian empezase
a temer que sus legionarios se viesen más como tardolegionarios, que cohortes
del águila, pues tener esos guerreros no auguraba nada bueno, pero no tenía
tiempo de explicarles cómo debía ser una galea romana, pero hizo unos pequeños
ajustes.
—Para el casco taladra unos agujeros
a cada lado para que el soldado pueda oír algo, recorta la parte trasera,
dóblala hacia fuera y añádele una placa extra, como si fuera una cola de
langosta…—
—Cola de langosta, entiendo, eso
permitirá mover la cabeza arriba y abajo— Dijo Ottmar tomando apuntes
mentalmente.
—Y protegerá mejor la espalda, ah,
también agrégale un visor que se pueda subir y bajar. Las grebas están bien y
los mitones no restringen el movimiento de la muñeca, ni de la mano, lo que es
de agradecer—
—Lo tomaré en cuenta— Dijo Ottmar.
—Sabes que estamos en serios problemas
¿Verdad?— El tono de Valian se tornó muy serio de pronto —La fuerza de castigo
se está reuniendo antes de tiempo—
—Si, pero aun hay tiempo. Podemos
hacer armaduras para casi todos, pero quizás si priorizamos las espadas sobre
las armaduras…—
—No, olvídate de las espadas y
escudos— Interrumpió Valian —No voy a entrenarlos en esgrima, no hay tiempo de
pulir técnicas y nos enfrentamos a gente que vive de su destreza, casi es mejor
suicidarse. No, tengo otra idea mejor, pero necesitamos picas en gran cantidad—
—Hacer las puntas de lanza es más
sencillo y rápido que hacer una espada. Hablaré con Raimundo, el carpintero
para todo lo demás— Dijo Ottmar.
—Asegúrate que las picas midan seis
metros— Ordenó Valian.
—¡¿Seis metros?!— Preguntó Ottmar
sorprendido —Si las más largas alcanzan solo cuatro. No hay arboles
suficientemente largos para hacer ese astil—
—Pues que lo haga en piezas que se
unan para ganar longitud— Su respuesta pareció tranquilizar a al armero, quien
prometió encargarse de ello —Y también que comiencen a producir ballestas—
—¿Ballestas? ¿No prefieres arcos?—
Preguntó Ottmar.
—Ballestas… es más fácil de instruir
y requiere menos destreza— respondió Valian —¿Conoces el sistema de poleas?—
—Si, pero eso se usa en construcción—
Respondió Ottmar.
—Añádele a la ballesta dos discos a
cada lado del arco y pasa la cuerda entre ellos— Detalló Valian.
Ottmar meditó por un momento antes de
dar una respuesta. Se preguntó qué tenía que ver una cosa que se usaba aliviar
el peso, con una herramienta de caza. Y cuando se dio cuenta, un brillo pasó
por sus ojos.
—Claro, reduce la fuerza necesaria
para tensar el arco—
—Eso es— Señaló Valian con una
sonrisa.
—Y al reducir la tensión, aumenta la
cadencia de disparo— Dedujo Ottmar.
—Pero de poco servirá contra un
caballero de armadura completa— Dijo Valian.
—Lo sé, pero si se reduce el esfuerzo
de tensión, podemos aumentar la rigidez del arco. Seguiría requiriendo una
palanca para ser cargada, pero duplicaría la descarga… Me pondré a ello— Dijo
Ottmar.
Las forjas trabajaban de mañana a
noche, haciendo rotación de personal. Los talleres de cerámica, hacían crisoles
y moldes que aceleraban la producción. Las carpinterías tallaban la madera para
hacer las picas, ballestas y dardos. Los talleres de costura tejían gambesones
y acolchaban jubones.
Con toda la producción en marcha,
solo faltaba terminar de instruir a los soldados.
Para agilizar el entrenamiento de los
soldados, Valian designó a capitanes de entre aquellos que más destacaban en el
entrenamiento y entendían mejor sus enseñanzas. En total se nombraron cinco
capitanes, cada uno con cien hombres asignados, estos se llamaron centuriones.
Valian les instruyó en el uso de
tácticas de falange de picas, algo desconocido, pues la doctrina en lo
referente a esas armas era muy diferente, e imitaba a los lanceros, requiriendo
de un portaescudos, un soldado cuya única tarea era portar un escudo pavés
enorme y un piquero detrás de él.
La columna de falange era un muro
tanto para defender como para atacar y permitía mantener a raya tanto a la
infantería, como la caballería, pero solo si iban de frente. La realidad era, que
esa formación era muy vulnerable a cualquier ataque que no sea frontal y
también a las armas de larga y media distancia.
Con la estrategia adecuada, Valian
planeaba juntar a la escasa caballería pesada de Keiler, como a su infantería mercenaria
y rodearles con sus tropas. Pero subestimó a su enemigo, pues no esperaba que
este reclutara a todas sus fuerzas, con las que planeaba ir a la guerra civil.
Valian solo tenía en mente enfrentarse a una fuerza de castigo o pacificación,
y con la llegada del pariente de Keiler, proveniente de los llanos, reveló a
Valian que el problema al que se enfrentaba era mayor a lo esperado. Ya no solo
tenía que enfrentarse a unos cuantos espadachines y caballería de guarnición,
ahora se enfrentaba a un contingente de caballeros, entre los cuales había
caballería de choque, caballería ligera y lo peor de todo: arqueros a caballo,
todos acompañados de una guardia de lanceros pesados.
Con la llegada de los caballeros, las esperanzas de Valian se
deshacían como un terrón de azúcar en una taza de café y las cosas empeoraron,
cuando sus espías informaron de la llegada de grupos mercenarios de renombre.
Ahora todo estaba perdido.
Aunque se estrujara la mente
intentando idear alguna táctica para aprovechar a los piqueros, lo cierto es
que eran inútiles. El terreno tenía pocas colinas y de muy baja altura, nada de
desfiladeros en donde poder crear un cuello de botella, ni densos bosques que
anulasen a la caballería. Era el peor escenario con las peores tropas y en
proporción de diez a uno.
Lamentó haber entrado en esa guerra,
reconoció que le quedaba grande y lo único que empezaba a ocupar su mente, era
ir al campamento rival, usar su carta de triunfo y arrasarlo todo.
Una vez más, Ottmar llegó para
animarlo, pero el enterarse de la situación ni él pudo disimular su
desmotivación.
—Siempre supe que debimos haber
muerto hace tiempo, defendiendo Portobriga— Contó Ottmar —Ninguno de nosotros
debía estar aquí, hoy. Debimos haber luchado con valentía y aceptar nuestra
muerte. Pero no lo hicimos. No sé que planes tenías para nosotros, pero el
hecho es… que tú nos has salvado, nos convenciste de vivir, nos diste
alimentos, un motivo para vivir. Me construiste un taller que en mi vida soñé
con tener… si hay un líder a quien quiero seguir es a ti. Yo quiero luchar.
Esquivamos a la muerte en Portobriga, pero nos la hemos vuelto a encontrar y
esta vez quero terminar con todo. No voy a huir de nuevo—
—Las formaciones de piqueros son
sorprendentes— Dijo Septus.
—Vamos, Valian piensa algo— Insistió
Ottmar —Desde que te conozco, he visto las ideas sacadas de la fantasía,
volverse realidad. No voy a enumerarlas, pero me niego a creer que se te haya
acabado. Debe haber algo más que podamos hacer—
En vista de la desesperación que
creía a su alrededor, Valian sentía que debía llegar el momento de actuar como
un verdadero líder. Dejar sus sueños e improvisar con lo que tenía a mano.
Dirigió su mirada a los alrededores y al ver los carromatos, le vino un
recuerdo a su mente y contra su voluntad decidió apostar por él.
—La hay— Dijo levantando el ánimo a
su alrededor. Señaló al carromato —Vamos a hacer vagones de guerra—
Sin perder tiempo, dibujó un esbozo
frente al armero y carpintero. El vagón de guerra, estaba basado en los carros
de guerra husitas, de 1419.
Se hicieron a partir de los carros
existentes, modificándolos a medida, reforzando las ruedas, pues estas se
encadenarían unas a otras y estarían protegidas por un mantelete. Así mismo se
añadió un travesaño inferior para mayor estabilidad.
Se añadiría una doble pared de
refuerzo y dos tablones articulados, con aberturas que permitiesen a los
ballesteros disparar con la máxima protección y contrarrestar a los arqueros a
caballo.
El segundo tablón servía para cerrar
el espacio bajo el carro, permitiendo al mismo tiempo que la infantería pudiera
disparar debajo del carro con relativa seguridad.
En la pared opuesta se añadió abrió
una ranura, con una rampa escalonada que permitía el rápido acceso o salida al
interior del carromato.
Valian instó a modificar también los
mayales que se usaban para tillar el trigo, agregándoles puntas de metal y
flechas y dardos en abundancia.
Modificó los horarios de entrenamiento,
al dar por sentado que ya sabían como debían luchar en formación y los castigos
que les esperaban al abandonar una. Les enseño como armar y disparar una
ballesta, eso como entrenamiento matutino, por la tarde, los soldados ayudarían
con la creación y modificación de los carros. Solo los cazadore y algunos
excombatientes se les permitía el uso del arco.
Las mujeres tampoco se libraban de las tareas, si querían
luchar ayudarían con la logística: coserían los gambesones, prepararían la
comida, cuidarían de los animales y aprendían a curar para brindar apoyo en la
batalla.
Con el material sobrante, se hicieron abrojos y estacas.
Cuando las armaduras estaban listas, Valian mandó a sus
capitanes a equipárselas y como ordenó Septus fue el primero en ponérsela.
A los ojos de Valian, ver esa
formación, era ver a unos campesinos medievales germanos con armas macedónicas,
que disfrazados de gladiadores crupellarius con guantes de boxeo, pretendían
usar tácticas de guerra checas renacentistas para enfrentarse a un ejército
puramente medieval.
Sinceramente, le daban ganas de
vomitar, él solo quería ver una legión romana del alto imperio, pero ante él se
hallaba algo. Eso ya no era anacronía, era fantasía, como el mundo en el que
ahora vivía. Solo deseaba que todo esto terminara de una vez, pero daba gracias
de que al menos no se viese tardorromano o bizantino.
A pesar de que se veían preparados,
no había armaduras ni gambesones para todos y solo pudieron construir once
vagones de guerra. Pero aun así decidieron plantar batalla.
Distribuyó en cada carro a veinte
hombres, de los cuales: dos era conductores armados, ocho ballesteros o
arqueros, cuatro mayaleros, cuatro piqueros y dos auxiliares que recargaban las
armas. La mayoría de ellos carecían de armaduras, pero para su oficio no
requerían demasiada protección.
Los doscientos cuarenta y dos
piqueros, treinta y ocho arqueros o ballesteros auxiliares formaban el grueso
de la falange y estos eran los que estaban pertrechados.
En total, el ejército de Valian
contaba con quinientos hombres y once carros.
Keiler llegó al campamento militar a
lomos de su caballo y acompañado por su guardia de élite. A su lado cabalgaba
su primo, Luthier y detrás de él su columna de soldados, listos para unirse a los
milicianos. No era la primera vez que iba allá. Su intención era supervisar a
las tropas que llegaban irregularmente. Concretamente ese día, traía noticias
para los mercenarios.
Su llegada fue recibida por todos los
capitanes de las diferentes compañías que su dinero pudo conseguir. Tras las
presentaciones iniciales, fueron a la tienda central, donde había una mesa
redonda, la cual él presidio.
—Como sabréis, tenemos un campamento
rebelde acampado al otro lado del río, según mis espías, se están armando para
saquear mi ciudad, pero sus soldados son solo levas de campesinos. Su
destrucción servirá para levantar la moral de nuestras tropas y mostrar nuestro
poderío a los demás terratenientes—
—Estamos todos listos para la batalla
¿Cuándo, el señor desea que ataquemos?— Preguntó el jefe de los mercenarios.
—Pronto. El río Husk sufre de
crecidas y sequías a lo largo de las estaciones, dentro de poco bajará el nivel
del agua lo suficiente como para que podamos cruzarlo. Nuestros enemigos se han
percatado de ello y están intentando desplazarse, cuando lo hagan será el
momento de atacar— Dijo Keiler.
—Podemos hacerlo ahora y de paso
trabajaremos en la coordinación de nuestras fuerzas— Sugirió su primo, a lo que
Keiler se negó y dejó que su mano derecha, el caballero Harlan, le contestara.
—Si atacamos ahora, el agua nos
ralentizará y podríamos sufrir una emboscada. Si queremos ganar, debemos tener
las pérdidas al mínimo. Además, el enemigo siempre será más vulnerable cuando
se desplaza— Dijo Harlan.
—Totalmente de acuerdo— Expresó el
jefe de los mercenarios.
—Por eso esperaremos a que las aguas
bajen, que será dentro de dos lunas. Cuando el tiempo llegue, los ejércitos
deben estar movilizados— Ordenó Keiler.
Al regresar a su torreón, llamó a
Harlan, invitándole a su mesa para compartir la cena. Su primo había terminado
de cenar y se marchó a sus aposentos, tomando Harlan su lugar.
—¿Con cuántos hombres contamos en
total?— Preguntó Keiler.
—Contamos con varias compañías a
sueldo, ochocientas cincuenta espadachines ligeros; cien arqueros; cincuenta
honderos; doscientos lanceros pesados; cien espadachines pesados; cincuenta
maceros y hacheros divididos entre diez pesados y cuarenta ligeros— Explicó
Harlan.
—Más la guarnición de la ciudad— Añadió
Keiler.
—Cuenta con trescientos treinta
espadachines ligeros, cien lanceros ligeros y cincuenta caballeros con armadura
pesada. Más los cien jinetes de su guardia personal… Si incluimos a las fuerzas
de su primo y su guardia personal de cien jinetes; junto con setenta lanceros
pesados; veinticinco caballeros desmontados junto con sus dieciocho escuderos
armados; catorce espadachines. También están las trescientas unidades de
caballería dividas entre; doscientos treinta de caballeros lanceros pesados y ciento
diez de caballería ligera. En total son unos… dos mil quinientos efectivos—
Respondió Harlan haciendo el cálculo mentalmente.
—¿Crees que eso será suficiente para
tomar el ducado de las aguas?— Preguntó Keiler con inseguridad —Me informaron
de que ahí hay una hueste de más de cuatro mil hombres y entre ellos hay
escuadrones de magos que pueden abrir la tierra y desintegrar ejércitos enteros—
—Reunieron el doble de tropas, pero
no hay que olvidar que ahora ellos están en guerra con el ducado vecino. No
podrán luchar en dos frentes al mismo tiempo. Si manda huestes, será para
reforzar sus castillos, pero los tomaremos y nuestra victoria haría
replantearse su posición a la nobleza local. Respecto a la magia, no es tan
conveniente, ni por asomo. Usar magia en un combate singular, te otorgará la
victoria, pero en una guerra las cosas son diferentes. Exceptuando a un par de
individuos extraordinarios, los magos necesitan tiempo y concentración para
lanzar sus conjuros, pero tiempo y concentración son dos lujos que nunca se van
a poseer en medio de una batalla, hay que estar pendientes de mil cosas— Contó
Harlan.
—Pero una bola de fuego carbonizaría
a un pelotón— Dijo Keiler.
—¿Y cuánto tiempo precisará el mago
para primero crear una bola de fuego lo suficientemente poderosa como para
calcinar a un hombre y encima que pueda expandirse manteniendo su poder,
llevarla a la batalla y confiar en que el enemigo no se disperse al notar sus
intenciones? No… la magia en la guerra funciona de forma diferente. Estoy
seguro de que muchos de los mercenarios poseen gente capaz de encantar sus
armas, bien para poder ganar más alcance, más filo, lanzar la flecha a más
distancia, pero incluso algo como eso también requiere tiempo y concentración.
Pongamos un ejemplo: Si un guerrero decide encantar sus armas y las de sus
compañeros, tendrá que pensar y mantener ese poder durante todo el combate,
pero basta con solo distraerse para que el encantamiento se desvanezca, o
también pueden matarlo, en ese cualquier caso, dejaría indefensos a sus
compañeros. Se usa en momentos puntuales y muy organizados. Pero al final no
deja de ser una apuesta— Dijo Harlan
—Yo solo espero no cometer más
errores. Ya lo hice con esa dichosa ley y solo conseguí fortalecer a mis
enemigos— Dijo Keiler soltando un pesado suspiro.
—No se preocupe, ese campamento será
arrasado, se lo garantizo. Incluso si deciden atrincherarse y fortificarse, su
empalizada no aguantará nuestra embestida. Atacar un campamento es como
enfrentarnos a un ejército inmóvil, nada más rodearlo y abrir varias brechas,
conseguiremos rodearles y ese será su final— Dijo Harlan.
—¿Luchaste contra un campamento
fortificado?— Preguntó Keiler.
—Si, y no en pocas ocasiones. Si
quiere podemos realizar un ataque nocturno, contamos con tropas de primera—
Sugirió el general.
—No, Harlan. En ese caso será una
victoria algo sucia y quiero algo que inspire a nuestras tropas, incluso a los
mercenarios, para que así no se cambien de bando a la menor oportunidad, algo
que haga cantar épicas gestas a los trovadores, bufones y poetas, para así
demostrarles a mis enemigos el poder que puedo llegar a manifestar— Respondió
Keiler apretando su puño en frente de su cara.
—Como desee…— Dijo Harlan —Por
cierto, el cerdo curado está especialmente delicioso—
En los últimos días previos a la bajada
del río, Valian ordenó movilizar los carromatos en medio de la noche, una
jugada astuta que el señor de las tierras no pudo prever. Abandonando los
edificios y llevándose solo lo necesario, para así que no pudiesen usar el
campamento como rehén y tampoco ganarían gran cosa al saquearlo, pues los
efectos personales y los carros que no fueron convertidos en vagones de guerra,
también se los llevaron.
Ubicó los carromatos en un terreno
elevado. Debido a la baja cantidad de carromatos, los desplegó en forma de
media luna. Se cavó una zanja alrededor del campamento para aumentar la
elevación del terreno y se añadieron estacas y abrojos como una defesa
adicional, se marcaron con piedras las distancias máximas y mínimas a las
cuales podían llegar los proyectiles.
—Mañana es posible que llegue el
ataque— Dijo Valian.
—Somos quinientos contra dos mil—
Dijo Septus.
—Será nuestra batalla final— Dijo
Ottmar.
—No— Gritó Valian —Podemos ganar. He
hecho, vamos a ganar… Todas las condiciones para nuestra victoria ya están
puestas. Si, el enemigo cuenta con una numerosa caballería pesada y todos
podemos hacernos una idea de lo aterrador que es, pero para eso tenemos nuestra
formación cerrada de falange, un muro de picas que parará su carga en seco. En taticas
militares, mandar la caballería a cargar, de frente, contra una formación de
lanzas es un suicidio y si es una falange de piqueros, es el doble de suicido.
Solo un idiota haría algo así y adivinad qué, quien comanda el ejército
enemigo, es un idiota, y señor nunca luchó en su vida, que reduce a bandidos y
rebeldes, pero nunca se enfrentó a un ejército profesional. Lo poco que él sabe
de militar es lo que leyó en cuentos de hadas y lo que le aconsejaron unos
viejos soldados que en su vida se enfrentaron a una falange de piqueros, ni a
una guerra de carros. ¿Y qué si el enemigo ha conseguido a los mejores
mercenarios y aventureros que el dinero pudo comprar? Nosotros lucharemos usando
los carromatos, una nueva forma de combate a la que jamás se han enfrentado, ni
se enfrentarán porque los mataremos a todos. Nuestros vagones anularán su
infantería, y nuestra falange anulará su caballería… ¿Qué les quedará entonces?
¿Traerán dragones, grifos o cualquier bestia alada? Pues que los traigan y
cenaremos sus monturas cuando hayamos arrasado a su ejército—
Un gran grito de ovación resonó en el
campamento mientras, los soldados eufóricos golpeaban las mesas con sus tazas.
El día amaneció con la bruma matutina
revelando la fuerza de combate mercenaria cruzando el río.
Al divisar el ejército enemigo
aproximándose, sonaron las trompetas y los tambores dentro del campamento.
Los soldados se ataviaron con sus
armaduras, tomaron armas y corrieron hacia sus posiciones, prepararon
ballestas. Se distribuyó la línea de suministros. Reunieron a los niños en la
tienda central y cercaron el lugar con una empalizada ligera de estacas
amarradas, al cargo de las mujeres que decidieron tomar armas, ya sea para
defenderse o para matar a los niños en el peor de los casos para evitar un
destino más sombrío.
Valian izó una bandera en el mástil
ubicado en el centro del campamento.
La bandera era de color rojo con una
serpiente dorada con alas en el centro y unas letras del mismo color arriba y
debajo del animal que rezaban: Legio I - Kyouka.
Ottmar se acercó a él, llevaba puesta
una armadura y le dio la mano a Valian.
—Si morimos, quiero partir en amistad
contigo— Dijo el armero.
—Igualmente— Correspondió Valian.
Las tropas de Keiler llegaron hasta la
fortaleza de carros y se desplegaron en formación.
La infantería de mercenarios tomó la
primera línea de batalla, grupos de espadachines, algunos con escudo y otros
con mandobles; hacheros tanto con un hacha larga como con dos cortas; paveseros
con glaives y lanceros colocados de cualquier manera en que ellos llamaban
formación militar.
En la segunda línea se colocaron los
arqueros, ballesteros, honderos, jabalineros y unos pocos magos entre ellos.
En los flancos se desplegó la
caballería ligera de arqueros y exploradores y lanceros pesados detrás de ellos.
Entre la caballería pesada estaban los jinetes de la guardia de Luthier, junto
con los caballeros de la guarnición.
En la retaguarda se encontraba
Keiler, junto con su primo montados a caballo, a su lado estaba Harlan junto a
los capitanes mercenarios.
Al ver el campamento de refugiados,
mostró preocupación por aquella fortificación de madera.
—Tal como me temía, se fortificaron—
Dijo Keiler.
—Si, por no con empalizadas— Dijo
Harlan —Si se fija bien, señor, verá que eso son carromatos—
Los capitanes se rieron.
—¿Carromatos?— Preguntó Luthier —¿Cómo los que usamos para transportar
suministros? ¿Con eso se están defendiendo?—
—Eso es. Supongo que, en su desesperación,
recurrieron a lo que tenían a mano. Es más común de lo parece ¿No es cierto?—
Preguntó Harlan a los capitanes.
La mayoría de los capitanes
asintieron.
—Hubo unos que se defendieron con
muros de paja, bastó un soplido para sacarlos— Contó uno de los capitanes,
luego echó un ojo al campamento —Las paredes de los carromatos son delgadas,
con un par de hachazos las echaremos abajo—
—Así es…— Dijo Harlan —Una simple
empalizada con foso nos daría más problemas, pero acabaremos con esto para el
atardecer—
—Cuento con ello— Dijo Keiler —¿Cómo
organizaremos el ataque?—
—Con un ataque frontal bastará. Mis
mercenarios con hacha podrán encargarse de abrir brecha y luego los mataremos a
todos— Sugirió uno de los capitanes.
—¿Y por qué tienen que ser tus
hacheros?— Le replicó otro capitán —Mis espadachines treparán a los carros y
les despellejarán como a los cerdos.
—Mis tropas son mejores— Intervino el
capitán de la tercera compañía, al igual que los demás, hasta que Harlan puso
orden.
—Si tanto queréis demostrar vuestra
valía en batalla, elegid un frente y atacad, el primero en crear brecha será
más recompensado— Dijo Harlan apelando a la codicia característica de esas
empresas.
—¿Crees que está bien provocarles de
esa manera?— Preguntó Keiler con preocupación.
—No se preocupe señor, la
competitividad les hará luchar mejor— Respondió Harlan.
Los grupos mercenarios se reunieron y
echaron a suertes sobre donde van a atacar. Cuando decidieron su objetivo,
movieron sus formaciones hacia dichos objetivos.
Mientras los mercenarios se
reorganizaban, desde la altura, Luthier señaló algo inusual.
—Harlan ¿Qué es círculo negro que hay
alrededor del campamento?—
Harlan y Keiler sintieron curiosidad
y mandaron a un explorador a investigar. Este volvió rápidamente trayendo
consigo una estaca carbonizada. Al verla, Harlan, quien en un primer momento
había pasado por alto el estado del terreno, se fijó bien en los alrededores
del campamento y divisó detrás de aquel anillo negro, pequeños montículos
coloreados con tonos chillones, pero solo en dirección al campamento. Estos
montones seguían un patrón en dirección al campamento. Nada más percatarse de
ello, un mal presentimiento recorrió todo su cuerpo, pues ahora sentía que algo
no iba bien.
Regresó cabalgando hacia donde se
encontraba su señor.
—¿Qué has descubierto?— Preguntó
Keiler.
—Han delimitado el terreno— Respondió
Harlan.
—¿Y eso es malo?— Volvió a preguntar
el señor sin entender lo que significaba.
—Creo que deberíamos parar el ataque—
Sugirió Harlan, pero en ese momento sus oídos captaron las melodías de carga.
Sonaron los cuernos, trompetas y
tambores de las respectivas compañías, en una orquesta desincronizada a la par
que caótica, y entonces, los gritos de los soldados resonaron cual un coro
colérico y enloquecido, dando inicio a la batalla con una veloz carrera hacia
la muerte. Un nuevo instrumento se unió a la orquesta, pero de parte de los
enemigos, eran las flechas que caían como lluvia sobre los guerreros.
Numerosos soldados fueron alcanzados,
sufriendo heridas tanto ligeras como mortales, los más veteranos elevaron sus
escudos mientras seguían corriendo, pero esos mismos pisaron sin querer los
abrojos ocultos entre la hierba cayendo al suelo y haciendo tropezar al
compañero que corría detrás.
A pesar de las bajas iniciales, las
cargas solo se ralentizaron, los guerreros seguían corriendo ignorando a los
camaradas caídos, y en ese momento, una oleada de virotes de ballesta resonó al
ser disparada el unísono desde los carromatos en don salvas simultáneas, tanto
por arriba como por abajo. Los guerreros mercenarios, ataviados con armaduras
de cuero ligero y gambesones reforzados, sucumbieron al impacto y con ello el
empuje inicial de la carga.
A pesar de todo, los mercenarios eran
muy numerosos y muchos continuaron avanzando mientras los ballesteros
recargaban. Algunos lograron llegar hasta el foso, donde se detuvieron en seco
para no ser ensartados por las estacas, pero igualmente fueron ensartados en
ellas cuando sus propios camaradas los empujaron en su imparable avance. Cuando
se dieron cuenta de habían ocasionado la muerte de sus compañeros, se pararon
en seco, solo para ser acribillados por los ballesteros, acumulando así una
baja tras otra.
Viendo el estancamiento de sus
soldados los capitanes mercenarios ordenaron a sus tropas de proyectiles disparar
contra los carromatos. Las flechas volaron y se estrellaron contra las paredes
de madera, sin lograr detener el contraataque de los ballesteros, quienes disparaban
a todo soldado que intentaba escalar la empinada colina.
Los tenientes que lograron sobrevivir
alentaron con sus gritos, a continuar el ataque.
La masa de soldados poco a poco
continuó avanzando, resguardándose detrás de sus escudos y con los cadáveres de
quienes en algún momento fueron sus compañeros lograron llegar hasta los
carromatos y una vez ahí fueron recibidos con los contundentes ataques de los
mayaleros, que los hicieron retroceder. Debajo del carro, los lanceros apoyaban
la defensa pinchando y ensartando a todo enemigo que osara acercarse.
Cuando la infantería de hacheros y
maceros consiguió llegar hasta los carros, golpearon los carromatos en un
desesperado intento por abrir brecha, pero los laterales estaban bien
reforzados, volviendo su intento inútil. Los espadachines y junto con los
lanceros intentaban contraatacar buscando eliminar a los defensores y proteger
a los hacheros, consiguiendo algunas bajas que rápidamente fueron repuestas.
El terreno empinado comenzó a influir
en la batalla desgastando a las fuerzas enemigas y pronto los mercenarios se
quedaron sin fuerzas, ocasionando que las bajas empezaran a multiplicarse.
Desde la retaguardia, Keiler junto
con sus subordinados observaban atónitos el grotesco espectáculo. Harlan
decidió tomar acciones y mandó mensajeros hacia los capitanes, dándoles órdenes
explicitas de retirada y reagrupamiento.
Con el sonido de las trompetas, los
mercenarios recibieron la orden de retirarse.
Abandonaron su ofensiva y
retrocedieron rápidamente, bajo el vuelo de los virotes que los centinelas
disparan sin cesar.
Cuando llegaron al penúltimo
montículo una lluvia de flechas cayó sobre ellos desde la fortaleza de carros,
tal como había sucedido al principio, matando e hiriendo a todo aquél que tuvo
la mala suerte de estar en su trayectoria.
Tras pasar el último montículo,
lograron ponerse a salvo de los centinelas. El primer asalto había terminado.
Las tropas estaban en pésimas
condiciones, el cansancio, las heridas y el hecho de haberse retirado sin poder
hacer un mínimo daño, volviendo prácticamente al principio, arruinó por
completo la moral, sobre todo la de los novatos, quienes al echar la vista
atrás, veían cadáveres desde los carros hasta su posición. A sus ojos, lo que
había sido una defensa improvisada de carromatos, ahora parecía una verdadera
fortaleza.
El plan de Keiler de una rápida
victoria se esfumó tan pronto como presenció la retirada de su ejército. Su
ánimo estaba por los suelos, mientras que Harlan estaba furioso tanto con la
ineptitud de los guerreros, como consigo mismo, al subestimar al enemigo.
Reunió a los capitanes mercenarios y
trazaron un nuevo plan. Retirarse era impensable, pues a ojos de los demás
duques quedarían en ridículo al mostrar que siquiera podían vencer a unos
humildes rebeldes. Abandonar la batalla por ese día, fortalecería a los
refugiados y les debilitaría, pues los heridos podrían morir durante la noche o
quedarían incapaces de combatir, lo que mermaría aún más sus fuerzas.
Sin embargo, Harlan mantuvo la cabeza
fría. Sus largos años como guerrero y asesor no iban a dejar que la pesadumbre
inundara su mente. Replanteó la estrategia y ordenó a los capitanes volver a
preparar a sus hombres para un nuevo asalto.
—Hay que reconocer que sus defensas
son más robustas de lo que pensaba, pero su punto débil también es su mayor
debilidad— Explicó Harlan.
El primo de Keiler, quien meditaba
con seriedad expuso una idea que le vino a la mente:
—Movieron el campamento en una sola
noche, tal vez sea para ocultar un punto débil—
—Exacto— Señaló Harlan mientras trazaba
un dibujo en un pergamino —Construir buenas defensas requiere mucho tiempo y
teniendo en cuenta lo numerosos que son y la cantidad de carros, apuesto detrás
de esos carros debe de haber alguna abertura que no lograron cerrar.
Considerando también su férrea resistencia, diría que concentraron todos sus
recursos y la mayoría de sus hombres, con capacidad de luchar, en los
carromatos frontales—
—¿Y si nos equivocamos, Harlan?—
Preguntó Keiler mientras veía el dibujo en forma de media luna que hizo su
general.
—Lo acabo de considerar y es posible
que esté equivocado. Por eso enviaremos a la caballería ligera para que explore
los alrededores—
—Eso es algo que debiste hacer desde
un principio— Le reclamó Keiler.
—Ni vos ni yo, pudimos llegar a
vislumbrar que esos, a priori, frágiles carros pudiesen aguantar cual muro de
piedra— Se defendió Harlan.
—Está bien, solo falta que nos
peleemos entre nosotros por un puñado de rebeldes andrajosos— Intervino Luthier—Mandaré
mi destacamento de caballería ligera a que den un rodeo—
—Evitad los montículos, calculan el
rango que pueden alcanzar sus proyectiles— Sugirió Harlan.
—Lo tendré en cuenta— Dijo Luthier
montando sobre su caballo y cabalgando hacia sus tropas, las cuales seguían
estacionadas, desmontadas, y con los caballos pastando tranquilamente.
La caballería ligera partió de
inmediato dividida en dos grupos rodeando la fortaleza de carros, a la vez
manteniéndose fuera de su alcance.
Ya era medio día y en lo que tardaban
en regresar los exploradores, se proporcionaron primeros auxilios a las
infanterías mercenarias. Keiler observó como los capitanes intentaban aumentar
la moral de sus hombres, de entre los cuales menos de la mitad podían volver al
combate.
—Contratamos sus servicios por un
año, pero parece que solo duraran un día— Dijo Keiler desanimado.
—Lo bueno de los mercenarios, es que
nunca les va a faltar personal. No se preocupe por ellos— Dijo Harlan.
—No creo que vuelvan a ir al combate—
Dijo Keiler.
—Lo harán. Para eso les pagamos, pero
tiene razón han sido muy diezmados, en el próximo asalto tendremos que usar
nuestras propias fuerzas— Dijo Harlan.
—En el siguiente asalto tendríamos…—
Keiler no llegó a terminar la frase, pues los exploradores habían regresado y
con ellos buenas noticias.
Se volvió a celebrar un nuevo consejo
de guerra, en donde Harlan explicó los nuevos detalles de su próxima ofensiva:
—Como había imaginado, poseen un gran
punto débil en la retaguardia de su formación. Un gran hueco a cargo de un
puñado de lanceros que, según los exploradores, carecían de escudos. Bien, a
pesar de todo no vamos a arriesgarnos a entrar todos por ese agujero porque
entonces lo cerrarían reubicando a los centinelas de los carromatos. Por eso
vamos a realizar una acción coordinada. Imaginad esto como un ensayo antes de
medirnos con enemigos de verdad, como el ducado del este. Concentraremos
nuestro ataque en cuatro frentes contra los carromatos, los escuderos
absorberán los impactos de los ballesteros, acercando a la infantería. Con ello
tendremos ocupadas a sus tropas. Nuestros mejores espadachines darán un rodeo y
atacarán su retaguardia y destrozarán a sus lanceros y penetrarán en el
campamento causando el pánico. Con sus defensas tan cerradas, no tendrán lugar
donde huir—
—Yo tengo una propuesta mejor— Habló Luthier.
—Te escuchamos— Dijo Harlan.
—Yo me encargaré de los lanceros. Mi
caballería de caballeros terminará todo esto en una sola carga—
—Preferiría evitar usar la caballería
en esta contienda— Dijo Harlan —Lo mejor será reservarlos para batir a las
fuerzas del duque—
—Ya hemos tenido suficientes bajas,
innecesarias. Reponer un caballo cuesta más que reponer a un infante— Dijo
Keiler.
—¿Y para qué hemos traído caballería
al campo de batalla, para empezar? Según mis exploradores, el terreno de la
retaguardia está nivelado, no hay cuestas, así como tampoco hay arboledas. Es
un terreno perfecto para una carga ¿Tanto os cuesta verlo?—
Harlan pareció dudarlo y el joven
insistió.
—Pensadlo de este modo ¿Cuánto tiempo
creéis que les tomará a vuestros espadachines llegar a la abertura?
Perfectamente podrían verlos llegar y tendrían tiempo para movilizar tropas en
apoyo a los lanceros y así fortalecerían sus líneas y volveríamos a una batalla
de desgaste— Argumentó el joven —Mi caballería llegaría a la brecha en un
instante. Y de una carga acabaríamos con todo esto—
Un silencio imperó en el lugar de reunión.
—Y ¿Qué hacemos con los arqueros y
honderos?— Le preguntó uno de los capitanes —Los carromatos están bien protegidos
contra las flechas y los honderos necesitan acercarse mucho y quedan
vulnerables—
Tras meditar un momento, Harlan
decidió reajustar su plan. Primero se dirigió al capitán.
—En esta batalla en concreto no
necesitamos arqueros, el viento ahora está en nuestra contra. Les daremos un
hacha y los usaremos como infantería, ayudarán a romper sus muros—
—Entendido— Dijo el capitán.
Luego les habló a todos.
—No vamos a subestimar más a nuestros
enemigos. Vamos a enseñarles todo nuestro poder militar. En el momento en que
nuestra infantería llegue hasta los carromatos, la caballería partirá y atacará
por la retaguardia— Finalizó Harlan.
Una vez acordado el plan, pusieron
sus esfuerzos en marcha.
—¿Seguro que quieres hacerlo?— Le
preguntó Keiler a su primo.
—Son mis hombres, luchan para mí y
solo me obedecen a mí— Respondió su primo —Además, mis caballos están acorazados,
sí, se cansan más rápido a pesar de ser animales de tiro, pero ver llegar una
carga hacia ti, asusta. Ya me enfrenté a verdaderos lanceros, e incluso ellos
se asustaron y rompieron su formación ¿Te lo he contado alguna vez?—
—Tenías que haberlo hecho, durante la
cena el día pasado— Le dijo Keiler.
—No dejabas de preguntar sobre mi
vida amorosa— Contestó su primo.
—Porque tienes veintidos años, ya va
siendo hora de que sientes la cabeza— Dijo Keiler.
—Cuando regrese, preséntame a una
linda princesa— Se subió a su caballo.
—Llévate también a mis caballeros de
la guarida, te serán útiles— Dijo Keiler haciendo un gesto con el cual llamó a
toda su guardia montada.
—¿Estás seguro de ello?— Preguntó su
primo.
—Si, te protegerán y también quiero
que ganen experiencia, les servirá para futuras batallas— Dijo Keiler.
—No olvidaré tu generosidad ni tu
hospitalidad— Dijo el joven, cabalgando junto con el séquito del duque.
Keiler dirigió la mirada a sus
mercenarios, quienes eran forzados a volver al campo de batalla, por órdenes de
sus capitanes y comandantes, a pesar de las heridas. Solo dejaron a los más
graves, llevándolos a su campamento montados en sus propios carros de
suministros.
Harlan por su parte se encargaba de
distribuir él mismo a sus soldados, a los ojos del duque, no había mucha
diferencia entre él y los capitanes. Trataba también de elevar los ánimos ante
unos soldados que no habían combatido, pero que veían en los cuerpos esparcidos
por el campo de batalla, su propio destino.
Se logró organizar una segunda oleada
de asalto, pero esta vez más organizada: Los paveseros y lanceros pesados con
grandes escudos, iban al frente, detrás de ellos estaban los honderos que
utilizarían a la primera línea como defensa para responder a los proyectiles
enemigos; en columna estaban los hacheros y arqueros con hacha. Rodeándolos
había formaciones de lanceros ligeros y en la retaguardia estaban los
espadachines. Los mercenarios hicieron una configuración similar.
El ejército se dividió en grupos que
se concentraron en zonas donde no había cadáveres que dificultaran su avance.
La caballería siguió desplegada en
los flancos del ejército, pero esta vez estaban listos para entrar en combate
una vez recibieron la orden de reagruparse detrás del anillo de carros.
Cuernos, trompetas y los tambores
resonaron de nuevo en un segundo movimiento orquestal, les siguieron los
clamores de los capitanes y posteriormente los gritos de los soldados.
Las columnas de todo el ejército
avanzaron, tan solo dejando a Keiler y a Harlan, en su posición, con una guardia
de infantes pesados protegiéndolos. No era una carga enloquecida como el primer
asalto, ahora era un paso ligero. Todos los grupos marcharon al mismo tiempo.
Al pasar los primeros montículos
fueron recibidos por tercera vez por las flechas de larga distancia disparadas
por los arqueros. Esta vez sabían a lo que se enfrentaban y elevaron sus
escudos deteniendo la lluvia de proyectiles, pero con algunas bajas a pesar de
todo, pues no todos los escudos se podían levantar.
Los virotes de ballesta volaron a su
encuentro, chocaron contra los escudos de los paveseros y lanceros pesados.
Como no era una formación completamente cerrados, muchos pasaron de largo
llevándose a algunos honderos de la segunda línea.
Con la infantería pesada yendo de
frente, el avance era lento, lo que permitía a los centinelas disparar con
mayor frecuencia.
Al llegar a una distancia
considerable, los honderos se desplegaron con el fin de reducir las bajas y
comenzaron a lanzar sus piedras bien pulidas contra los centinelas, cuyos
disparos certeros, les forzados a resguardarse para recargar con seguridad.
Este contraataque permitió a la infantería ganar unos metros más.
Desde la fortaleza de carros, los
arqueros recibieron órdenes de centrarse en los honderos y así lo hicieron,
pero no recuperaron los metros perdidos.
Los abrojos, todavía esparcidos por
el suelo, ralentizaron el avance al herir a los lanceros de la primera línea,
pero a pesar de todo lograron llegar hasta los fosos, donde esquivaron como pudieron
las estacas y llegaron a las paredes, en donde entablaron un combate intenso
con los mayaleros, lanceros y ballesteros.
En el momento en que lograron arribar
a la muralla de carros, un portaestandarte agitó su bandera dándole la
indicación a la caballería que podían avanzar.
Levantando una nube de polvo, los
caballeros partieron de sus posiciones a toda velocidad, sorteando los
proyectiles llegaron en poco tiempo a la retaguardia de los refugiados, en
donde pudieron ver a los pocos piqueros apostados en cubrir el hueco, pero
estos piqueros no estaban cubriendo la brecha como cabría imaginar, sino unos
metros a dentro del campamento.
Los caballeros formaron en línea,
colocándose en varias filas una tras otra.
El primero de Keiler, tenía motivos
para sospechar que ese hueco no estaba tan desprotegido como a priori podía
aparentar, por lo que sin dudar mandó a la caballería ligera a iniciar la
primera carga.
Los jinetes cabalgaron después de
formarse y corrieron a toda prisa con sus espadas desenvainadas.
Desde los carromatos apostados en los
flancos, los ballesteros dispararon a discreción contra ellos. Los caballos y
jinetes escasamente protegidos cayeron con la misma rapidez con la que
cabalgaban. Eso les obligó a juntarse para evitar los virotes y al acercarse lo
suficiente, el suelo se abrió ante ellos. Una fosa, excavada atrapó a las
primeras líneas, que perecieron al ser ensartados en las estacas ocultas.
La carga paró en seco, con los
jinetes intentando controlar a sus caballos para evitar llenar la fosa. En ese
momento, sonaron cuernos y tambores desde el interior de la fortaleza. Ballesteros,
arqueros cazadores y algunos honderos aparecieron sin ningún orden, desde ambos
lados de los carromatos, llenaron la brecha y comenzaron a hostigar a los
jinetes en un ataque sorpresa que acabó con la mayoría de ellos, obligando a
los supervivientes a escapar, pero estos lo hicieron intentando esquivar los
proyectiles que iban disparados justamente al centro y por consiguiente les desviaron
a los lados de los carromatos, en donde los centinelas ahí apostados los
diezmaron hasta acabar con ellos. Tras el ataque, la infantería se retiró por
donde había venido.
El joven noble sonrió en sus adentros
al darse cuenta de que sus sospechas se hicieron realidad y se alegró de no
haber mandado a su mejor caballería. Ahora sabía que había un agujero a medio
llenar en medio de los carromatos y que había hostigadores apostados a ambos
flancos.
Los caballeros se desplegaron en
formación de cuña, liderados por dos lanceros portaestandartes. Su intención
era hacer dos cargas seguidas, una que se enfrentara a los defensores y otra
que se desplegaría arrollando a los hostigadores y sembrara el caos en el
lugar.
Rebosando confianza, dio la orden de
carga.
Los caballos comenzaron a trotar a
mediana velocidad hacia el enemigo. La famosa y temida fuerza de caballería
pesada estaba en marcha. Cuando se hallaron a la mitad del campamento,
golpearon los costados de sus monturas haciendo que sus corceles se lanzaran
hacia delante a galope tendido con toda su velocidad. Saltaron el foso y
esperaban arrollar a su enemigo, pero para su sorpresa, los piqueros no se
movieron de su posición.
La densa formación de la falange
detuvo en seco a los caballos, los cuales se negaron a avanzar deteniendo así
la carga y la siguiente. Eso ocasionó que muchos caballeros de la retaguardia terminaran
cayendo de nuevo en la fosa.
Pero las sorpresas nunca llegaban
solas, pues donde se supone que debían estar los hostigadores, había más
formaciones de piqueros, los cuales rodearon a los jinetes por ambos flancos
Al sonido de las trompetas y con los
tambores marcando la percusión, los piqueros avanzaron poco a poco ensartando a
jinetes y caballos por igual.
Las armas que portaban los jinetes
eran más cortas que las picas, lo que les impidió contraatacar. Solo podían
retroceder, pero al hacerlo se acercaron peligrosamente a los carromatos en
donde les esperaban más enemigos.
Mientras intentaban no perder el
control de sus caballos, fueron alcanzados por virotes y flechas disparadas por
los hostigadores, quienes veían a los jinetes como un blanco fácilmente
alcanzable y disparaban a bocajarro.
En medio de ese caos el joven noble
intentó replegarse, pero al otro lado estaba la fosa, la cual no podían saltar
de vuelta, porque carecían de velocidad e impulso, estaban desordenados y los
caballos cansados. Detrás de la fosa llegaron más hostigadores. En ese momento el
noble entendió que la trampa no era el foso, sino todo el campamento, pues, en
primer lugar, no existía ningún hueco, era una fortaleza en su totalidad, pero
de nada le sirvió aquella lección, debido a que una flecha se le clavó en su garganta
y cayó del caballo.
Los pocos jinetes que quedaban se
rindieron, igualmente fueron asesinados, ya que la orden de cese nunca llegó.
Con la caballería destruida, los
refugiados consiguieron una gran ventaja, cosa que los nobles ignoraban y continuaron
su asedio a unos carromatos que no podían tomar.
La batalla se tornaba cada vez más
encarnizada y continuó hasta bien entrada la tarde, mientras los capitanes
empezaban a luchar contra los desertores en un vano intento de mantener la
cohesión en sus fuerzas.
Keiler empezó a temer que algo iba
mal. Hace rato que no recibía noticias de su primo y la situación en el frente
no cambiaba, salvo por la cantidad de bajas acumuladas. El supuesto caos en el
interior del campamento no llegaba. En vez de eso hubo un contraataque: dos
grupos salieron por los laterales de la fortaleza y sin bajar desde las
alturas, comenzaron a hostigar a la pelota de unidades que se había formado
desde los flancos.
La infantería, agotada, cargó contra
ellos cuesta arriba, pero los piqueros formaron un muro de picas y apoyados por
los mayaleros en los flancos, mantenían a raya a los enemigos. Los ballesteros
no se quedaron de brazos cruzados, cuando recargaron, rodearon a la infantería
enemiga, soltaron virotes y volvieron a refugiarse tras los piqueros. Los
nobles comandantes no entendían absolutamente nada.
Keiler envió a un explorador montado,
por su cuenta para saber qué estaba ocurriendo detrás del campamento. La
noticia que recibió le dejó helado.
—Harlan— Gritó cabalgando hacia él —La
caballería de mi primo ha sido destruida, manda un grupo para rescatarle—
La noticia impactó al general del
mismo modo que al noble, pero con la diferencia de que él no perdió la
compostura. Envió un emisario con la siguiente orden:
—Ordena retirada—
—¡¿Qué?!— Exclamó Keiler —¡No!
Mantengan los puestos, id a rescatar a mi primo—
Harlan intervino y detuvo al
mensajero.
—Hemos perdido la caballería, no hay
nada que hacer, debemos retirarnos. Negociaremos para recuperar a su primo—
Dijo Harlan en un vano intento por convencer a su señor—
—No, me niego a abandonarle y perder
esta batalla— Gritó Keiler con testarudez.
Cabalgó rápidamente hacia la
retaguardia donde estaba su guardia personal.
—Guardias de honor, mi primo ha sido
emboscado y necesita ayuda urgente. Rodead el campamento y sacadle de ahí—
Ordenó.
—¡Deteneos!— Exclamó Harlan.
—¿Por qué insistes en interrumpirme?
¿Qué traición es esta?— Le recriminó Keiler.
—No ve que no podemos abrir brecha en
sus murallas. Si la caballería ha caído ¿Qué va a poder hacer la infantería? Es
una trampa— Razonó Harlan desesperado.
—Me da igual, es mi primo— Le gritó
Keiler.
—No le quedará ni un solo hombre si
no se retira ¿Con qué protegerá las tierras de su familia?— Le gritó de vuelta —Le
prometo que recuperaremos a su primo… Mire, su primo es tan noble como usted,
seguro que exigen un rescate por su vida, ahora mismo deben de mantenerlo como
su prisionero. No lo matarán, se lo garantizo—
Keiler respiró agitadamente, mientras
apretaba los dientes en un intento de pensar en una alternativo.
—Hemos perdido, hay que aceptarlo, a
cada hora que pasa perderemos a mas hombres, voy a dar la orden de retirada—
Dijo Harlan.
Harlan tomó el silencio de Keiler
como una afirmación e hizo sonar los instrumentos con la melodía de retirada.
El ejercito comenzó a replegarse, sufriendo numerosas perdidas en el proceso,
mientras escuchaban humillados las ovaciones de júbilo a sus espaldas.
El día acabó con la victoria de la
legión de refugiados de Valian.
La batalla enfrentó a quinientos
refugiados armados, contra más de dos mil soldados y mercenarios. La legión de
Valian sufrió treinta bajas y más de cincuenta heridos, mientras el ejército
del señor tuvo mil seiscientas bajas y quinientos heridos y ciento cincuenta
desertores.
Esa noche, tras mover el campamento a
su lugar original, se celebró en el campamento una fiesta por todo lo alto, se
tocó música a todo volumen, poco importaba si era desafinada, el vino y la
cerveza corrió a raudales, se comió en el banquete hasta la carne de los
caballos muertos, todos llenos de alegría y euforia por haber ganado la batalla
y vivir para contarlo.
Al amanecer del día siguiente, Ottmar
se despertó con pesadez cuando la luz le atravesaba las corneas. Estaba tumbado
sobre un banco de madera que estaba en frente de la mesa del banquete. Al
intentar levantarse, aun aturdido, se volvió y cayó al suelo. Entre maldiciones
consiguió ponerse de pie.
Sintiendo los efectos de la resaca miró
a su alrededor aun aturdido. Salió de la fortaleza de carros y llegó al río,
donde estaba Valian sentado sobre una roca mirando al horizonte, cerca de él,
Septus echaba una meada en las raíces de un árbol cercano.
—Vaya noche— Se quejó Ottmar —Si nos
hubiesen atacado en ese momento, nos habrían matado y quizás hubiese sido lo
mejor, así no tendría este dichoso dolor de cabeza… ¿Tú cómo estás?—
—Estoy como nunca. No hay nada como
una buena victoria y un buen banquete. He comido como para tres días ¿Has
dormido con la armadura puesta?— Observó Valian.
—Yo, usted y todos los demás.
Francamente, me he olvidado de quitármela y ahora estoy por vomitar— Dijo el
armero.
—Hazlo lejos de mí— Dijo Valian asustado.
—Tranquilo, lo tengo controlado— Dijo
Ottomar yendo al agua para refrescarse.
Al cabo de un rato volvió con Septus,
ambos totalmente mojados. Se sentaron al lado de su líder y disfrutaron de los
calientes rayos del sol.
—Menos mal que todo ha acabado— Dijo
Septus.
—¿Acabado?— Le replicó Valian —Esto
acaba de comenzar. Hemos destruido casi el noventa por ciento del ejército
enemigo, pero tras los muros de la ciudad, el enemigo se reagrupa, esto solo se
acabará cuando tomemos la ciudad—
—Nosotros también hemos sufrido
pérdidas— Dijo Ottmar —Bebimos anoche para olvidar el dolor de su ida, pero al
amanecer los recordamos. Reponerlas nos va a costar más—
—Les rendiremos homenaje, pero tengo
la esperanza de que más gente vendrá a apoyar nuestra causa. Siempre hay gente
descontenta y con muchas ganas de pelear, nuevas estrategias que trazar y demás—
—Supongo que nuevas ideas vendrán de
esa cabeza tuya— Dijo Ottmar.
—Eso es, ahora que hemos ganado,
tenemos tiempo para prepararnos mejor y dejar de improvisar— Respondió Valian —Hay
que empezar a construir máquinas de asedio—
—Y de paso terminar las armaduras—
Añadió Ottmar.
—Ah, hablando de eso, creo que es
hora de que hacer armas— Dijo Valian.
—Ya tenemos la falange— Dijo Septus.
—La falange es poderosa, pero tan
poderosa como unidireccional, de hecho, tiene más debilidades de que las
aparenta— Contestó Valian.
—¿Cómo cuáles?— Preguntó Septus.
—A parte de ser vulnerable a los flancos
y a la retaguardia, es una formación extremadamente rígida, es muy vulnerable a
hostigamientos y es muy lenta tanto para atacar como para defenderse, si el
enemigo tiene más movilidad, la falange no tendrá tiempo de reorganizarse y,
además no sirve para asedios. Necesitamos una nueva formación más flexible, que
de hecho… ¿Ottmar, puedes hacer espadas y escudos?—
—Con todo respeto ¿Podemos hablar de
esto más tarde? No tengo la cabeza en su sitio— Se quejó Ottmar tumbado con su
brazo tapándole los ojos.
—Cuando te recuperes de la resaca, me
avisas. De todos modos, tenemos muchas cosas que organizar antes de hacer nada—
Dijo Valian soltando un suspiro.
Durante la mañana se realizaron
ofrendas y homenajes a los muertos, por la tarde repararon los carromatos y
clasificaron los cadáveres, algo que tomó más tiempo debido a la gran cantidad
de los mismos. Se recuperó todas armas y armaduras y las enviaron al taller. La
ropa de los guerreros fue hervida a máxima temperatura por orden de Valian,
quien no se arriesgaba a sufrir una epidemia, antes de ser procesada por las
costureras. Pocos caballos habían sobrevivido y eran insuficientes para crear
un cuerpo de caballería.
Durante la clasificación se encontró
al primo de Keiler, Luthier, quien estaba enterrado debajo de los cuerpos de
sus compañeros, fue fácil reconocerle, pues llevaban una armadura ornamentada
con bordados de oro, plata y piedras preciosas, algo común entre los caballeros
de clase alta que intentaban distinguirse de los demás y dejar claro su rango.
—Si, es él— Verificó Valian tras
lavarle un poco la cara al cadáver, el cual estaba cubierto por sangre y barro.
—¿Qué hacemos con él?— Preguntó
Septus.
—Poca cosa. Si hubiera sobrevivido,
lo normal sería tomarlo de rehén para llegar a un acuerdo con su familia,
económico, político, pero qué más da, está muerto. Y muerto nos será más útil
que vivo, porque con su ayuda, vamos a debilitar la ciudad— Contó Valian.
—¿Y cómo hacemos eso?— Preguntó
Septus rascándose la cabeza.
—Confía en mí, luego te cuento los
detalles. Pero antes vamos a lavarlo y prepararlo para evitar que se pudra y que
esté presentable, como está ahora no lo reconocería ni su propia madre— Dijo
mientras agarraba al cadáver por los hombros, mientras que Septus lo agarraba por
las piernas.
—Es curioso que no hayan llegado
emisarios para llevarse los cuerpos— Observó Setpus.
—Los mercenarios no siempre recuperan
los cadáveres de sus compañeros. Al señor de estas tierras no parece
importarles mucho su gente, solo vino un emisario esta mañana preguntando por
su primo, como hasta ahora no lo hemos encontrado, lo mandé de vuelta— Contó
Valian.
Mientras tanto, en el torreón de la
ciudad fortificada, Keiler había organizado una reunión a la que asistieron: su
comandante Harlan; el tesorero de su familia; el sacerdote del templo local; el
capitán a cargo de la guardia de la muralla; su consejero de los rumores; el
consejero de los víveres; el representante de los gremios; el representante de
los comerciantes; el pregonero del populacho; tres grandes señores de la ciudad,
los cuales eran parientes de Keiler y la maga que cumplía el rol de escriba de
la familia y guardaba el registro de sus hazañas.
En aquella mesa ovalada, el señor de
la ciudad estaba fuera de sí, sus planes habían fracasado incluso antes de que
comenzaran y para colmo, la pérdida de un miembro importante de su familia, no
solo mermaba su linaje, sino su poder sobre los llanos.
—¿Ha habido alguna noticia acerca del
paradero de mi primo?— En su voz se notaba la ansiedad y la desesperación.
—Esta mañana mande un emisario— Dijo
Harlan —Al parecer, lo tienen retenido, pero no pidieron rescate alguno.
También informó que ellos estuvieron de celebración durante toda la noche
mientras lo torturaban—
Keiler soltó varias maldiciones
seguidas, mientras golpeaba la mesa. El secuestro de su primo era algo que no
sabía, pero que no quería reconocer y eso le quemaba por dentro. En el fondo
tenía la esperanza de que hubiese escapado de alguna forma milagrosa.
—Teníamos que haber lanzado un asalto
nocturno para rescatarle, dejamos pasar esa oportunidad mientras ellos estaban
borrachos. Les habría masacrado con mis propias manos— Se lamentó sin dejar de
apretar sus puños.
—¿Con qué ejercito? La mitad de los
soldados están heridos, con la moral por los suelos, no habrían ido ni para
hacer un reconocimiento, y tres de las compañías mercenarias se han disuelto,
los que quedan están reorganizándose— Soltó el comandante de golpe, provocando
que Keiler golpeara la mesa con su puño.
—Con mi guardia les habríamos hecho
pedazos— Dijo el noble levantándose de golpe.
—No podemos romper sus defensas y
según mi emisario, llevaban puestas sus armaduras, probablemente esperaban un
asalto nocturno y la fiesta era otra trampa urgida por su líder, si hubiésemos
atacado habríamos muerto— Dedujo Harlan —Lo volveré a enviar mañana, quizás
para entonces lo hayan encontrado—
Keiler se desplomó sobre su asiento
entre quejas y lamentos.
—Esta campaña es el mayor desastre de
mi vida ¿En qué momento pensé que era buena idea meterme en guerra?... ¿Cuánta
fortuna nos queda?— Le preguntó a su tesorero, quien tragó saliva al ver el
estado de su señor.
—Siento decir, que tenemos una gran
deuda que eclipsa nuestro patrimonio… Pero… pero lo bueno es que… como ya han
desaparecido tres compañías mercenarias, no hay que pagarles y eso nos permitirá
recortar la deuda— La voz del tesorero dejaba claro el sudor frío que recorría
por su cuerpo.
—Hay que sacar dinero de donde sea—
Dijo Keiler —Comunicad una nueva subida de impuestos a los gremios y a los
comerciantes. Aumentaremos el tributo de grano y venderemos hasta las reservas—
—Entendido— Dijeron y asintieron los
representantes de los gremios y comerciantes, así como el pregonero del
populacho.
—Pero señor, si hacemos eso, nos
quedaremos sin reservas de comida para el invierno— Intervino el consejero de
los víveres.
—Es un riesgo que estoy dispuesto a
asumir, habrá que ajustarse el cinturón— Respondió Keiler.
—Los campesinos montarán en rebelión—
Dijo el pregonero.
—Es preferible eso a que nos invada
uno de los reinos vecinos a los que pedí un préstamo. Reprimir una revuelta de
campesinos no es nada en comparación a enfrentarnos a un ejército preparado—
Dijo Keiler.
—Ni siquiera has podido reprimir un
alzamiento de refugiados— Dijo uno de los nobles por lo bajo, pero que de todos
modos llegó a oídos de su señor.
—¡¿Qué acabas de decir?!— Exclamó
Keiler golpeando la mesa.
—Tiene razón, el principal problema
son esos refugiados. No nos desviemos con asuntos triviales, ahora mismo ellos
son la principal amenaza. Hemos de tener en cuenta que ellos cuentan con un
buen comandante, pues ahora mismo estarán preparándose para asediarnos— Dijo el
comandante Harlan.
—¿Quién demonios los dirige?— Keiler
se dirigió al consejero de los rumores —¿De dónde sacaron unos refugiados andrajosos
a un líder estratega como ese?—
—Según mis pajaritos, se trata de un
tal Valian— Dijo el anciano consejero ojeando un libro hecho de piel de cordero.
—No lo conozco, ni me suena su nombre
¿Alguien ha oído hablar de él?— Preguntó Keiler mirando a todo el mundo.
Los consejeros y representantes, se
miraron entre sí, susurraron su nombre, pero luego negaron con la cabeza.
—¿Nadie? ¿Acaso apareció de la nada?—
Keiler volvió a preguntar.
—Ajá, aquí está— Dijo el consejero de
los rumores para sí mismo, llamando la atención de los presentes. El anciano
depositó el libro abierto sobre la mesa, al cual todos echaron un vistazo. En
el libro se mostraba un árbol genealógico —Valian de la casa Savanger—
—¿La familia Savanger nos está
atacando?... ¿Por qué?— Preguntó Keiler con una incredulidad que superó su
rabia —No tiene sentido. Nada de esto tiene sentido—
El anciano agarró otro libro y
comenzó a ojearlo con toda la velocidad que le permitían sus temblorosos dedos.
Parecía conocer la respuesta, pero necesitaba demostrarla para evitar
malentendidos.
—Si estamos intentando hacer lo mismo
que ellos, aliarnos con el norte para ganar puestos en la nueva administración.
No deberían considerarnos sus enemigos— Dijo Keiler.
—No es de la rama principal y a
juzgar por la fecha de su nacimiento sigue siendo un niño que hace poco llegó a
edad adulta. Por la distancia de su cuna, puede que su rango no sería mayor al
de un escudero, probablemente solo llegue a sargento— Dijo Harlan mientras estudiaba
el árbol de la familia.
—Ni siquiera llega a caballero y se
cree comandante— Escupió el capitán indignado.
—Pues ha demostrado tener talento
digno de ese rango— Le contestó Harlan —Tanto que logró rechazar y diezmar
nuestro ejército con un par de carromatos y unos refugiados—
—¿Ahora lo admiras?— Preguntó el
capitán.
—Te sugiero que sigas manteniendo esa
lengua tuya detrás de tus dientes, no vaya a ser que tengas que agacharte a
recogerlos— Amenazó Harlan.
—Ahora no es momento de peleas— Dijo
Keiler —Guardaos vuestra rivalidad para cuando vayáis a una taberna—
—Mi señor. Quizás él esté actuando
por su cuenta. La bandera, que ondeaba en su campamento, no llevaba ni el
símbolo ni el color de la familia Savanger… de hecho, su bandera que siquiera respetaba
las normas cromáticas, puede que sea suya propia— Dijo Harlan tratando de
volver al asunto.
—¿Y su familia se lo permite?— Keiler
no se salía de su asombro escéptico —Sé que fueron purgados, pero recuerdo que miembros
importantes lograron escapar, aunque me sorprende no que se fuera con ellos…
¿Cuál es la historia de ese niño? ¿Cómo acabó siendo un refugiado?—
—No sabemos de él hasta hace poco—
Dijo consejero de los rumores, volviendo a ganarse la atención de todo el mundo
—Este rumor del año pasado dice que mintió acerca de su rango y posición
social, con tal de ganar el control de la ciudad de Portobriga, e intentó
fortalecer las defensas para resistir un asedio. En las negociaciones plantó
cara a una valquiria de alto rango… cuanta impertinencia… pero al final rindió
la ciudad sin luchar y se marchó con parte su población—
—De ahí, los refugiados— Concluyó el
capitán.
—Portobriga… recuerdo haber oído
recientemente que en esa ciudad se montaron defensas inusuales, tratándose de
él, el relato cobra sentido, pero… me sorprende que, teniendo una ciudad bajo
su control, decida rendirla en vez plantar batalla, sobre todo después de lo
visto. Nuestro ejército y el suyo cumplían casi la misma proporción que los
ejércitos en ese día— Dijo Harlan.
—Tal vez no estaban lo
suficientemente preparados— Indagó el capitán.
—¿Y aquí sí? Llegaron hace un par de
estaciones, tenían casi el mismo tiempo de preparación— Le respondió Harlan.
—¿Qué pasaría si pido ayuda a su
familia? ¿Eso le haría desistir?— Preguntó Keiler.
—Quizás— Dijo el consejero de los
rumores —Pero la familia Savanger ahora está en algún lugar del norte, tardaría
tiempo en encontrarles—
—Encuéntralos y envía emisarios tan
pronto como puedas— Ordenó Keiler.
—Como desee— Respondió el anciano.
—¿Contamos con reservas suficientes
para soportar un asedio?— Volvió a preguntar esta vez a su capitán y a su
consejero de los víveres.
—Nuestras reservas son escasas,
tendríamos que traer grano de los silos circundantes. En cuanto al agua, la
decisión de crear un canal para aprovechar el agua del río para rellenar los
pozos, nos permitirá tener un abastecimiento infinito— Dijo el consejero.
—¿No podrían cortar el río?— Preguntó
Keiler.
—Con sus números, si lo intentan,
tardarán demasiado tiempo, tendrán que aplazar el asedio y así podremos
reagruparnos— Dijo Harlan.
—Rezaremos para que cometan ese error—
Pronunció el sumo sacerdote.
Keiler miró a su capitán.
—La muralla está en perfecto estado y
los guardias de la muralla están listos para luchar cuando lo ordene— Dijo el capitán
—Pero nos falta personal—
—Dispondrás de mis hombres y si hace
falta traeremos también a los mercenarios desde el campamento— Dijo Keiler.
—Se lo agradezco— Dijo el capitán
inclinándose —De inmediato comenzaré con las preparaciones para resistir el
asedio—
Cuando terminó la reunión, se
comenzaron los preparativos para resistir un asedio.
Al día siguiente, Valian llegó al
taller, el cual fue puesto de nuevo en funcionamiento.
—¿Quieres que haga escudos de metal?—
Preguntó Ottmar.
—Si, serían más ligeros que los de
madera— Dijo Valian.
—No subestimes los escudos de madera—
Ottmar sacó un escudo destrozado hecho de madera parecido al contrachapado —Los
escudos suelen tener de cuatro a cinco capas de láminas de madera, este solo tiene
dos capas y todo esto— Señalo las zonas dañadas —Se lo hicimos con mayales,
puntas de pica y resistió todo, al final agarramos el hacha más grande y
estuvimos un buen rato maltratándolo hasta que quedó así. Y como ves todavía le
queda cuerpo para defender— Tiró el escudo y se sacudió las manos.
—¿Pero uno de metal no sería mejor?—
—¿Mejor en qué sentido, en que cuando
lo golpeas suene tan bien como un tambor, o que cuando le dejes al sol se
caliente tanto como para poder usarlo de sartén? Además, no disponemos de tanto
metal como para hacer escudos—
Valian se replanteó su propuesta,
pues no cayó en esos detalles.
—Está bien, que sean de madera pero
que resistan hasta las jabalinas— Dijo el chico.
—¿Qué tipo de escudo quieres?— Preguntó
Ottmar, listo para tomar nota.
—Un escudo rectangular, pero curvado
hacia dentro. Para que te hagas una idea, tiene que tener forma de teja— Contó
Valian mientras hacía un dibujo en el suelo.
—¿En forma de teja?— Preguntó Ottmar
ya que era la primera vez que oía de un diseño similar.
—¿Lo conoces?— Preguntó Valian.
—No. En mi vida he visto escudos
redondos, ovalados, triangulares, en forma de lágrima, paveses, pero nunca uno
en forma de teja— Dijo Ottmar.
—¿Tampoco conoces el escudo de
caballería en forma de hexágono alargado?— Preguntó Valian.
—Mira, no conocía ni la armadura
laminar, ni la falange, ni los vagones de guerra, ni las picas que llegan hasta
el cielo, ni nada de lo que tenemos ahora mismo. Contigo estoy descubriendo el
mundo ¿De dónde sacas toda esa información?— Preguntó Ottmar con mucha
curiosidad.
Valian sudó frío y ladeó los ojos
mientras pensaba qué responder, al final dijo media verdad respecto a su vida
anterior.
—Solía leer mucho, imaginar nuevas
armas y formaciones, con figuritas de madera y esas cosas— Contó mientras le
venían recuerdos nostálgicos de él jugando con su hermana.
—¿Qué me dices del titanio? Nadie
conocía ese metal excepto tú— Dijo Ottmar.
—Yo tampoco conocía ese metal hasta
que alguien me habló de él y de cómo se extraía. Era un hombre mucho mayor que
yo, pero su sabiduría sobre los metales y ciencia era asombrosa, podía recordar
todo con detalle, le vi memorizar libros enteros con solo ojearlos y luego era
capaz de recitarlos desde cualquier página— Habló Valian emocionado mientras
recordaba su pasado.
—Entiendo… Volvamos al tema ¿Cómo de
largo quieres que eses ese escudo tuyo?— Preguntó el armero.
—Tiene que llegar desde el hombro
hasta debajo de la rodilla— Señaló Valian.
—Será un escudo grande y con una
forma curvada, como una teja… en general, cubrirá al soldado casi como si
envolviera, lo que le daría una protección digamos… tidimensional. Y la curvatura,
además, serviría para desviar golpes, en vez de recibirlos de lleno como lo
haría un escudo plano… Es un buen diseño, pero ¿Dónde irán las correas?—
—No, no tendrá correas, la
pronunciada curvatura se lo impediría. El centro y los bordes deben de estar
recubiertos de metal. Sobre todo, en el centro, que tiene una chapa cuadrada
con una protuberancia, creo que la llaman umbo. Detrás tiene una barra de
madera trasversal por el cual se sujeta. Esta debe de ser fija— Contó Valian.
—Pero sin correa es más fácil que lo
agarren y lo quiten de las manos— Objetó Ottmar.
—La curvatura lo dificultaría mucho.
Además, de esta forma, también pude usarse de forma ofensiva, sin exponer al
usuario— Contó Valian.
—Veremos como sale— Dijo Ottmar, no
muy convencido —Le pasaré las instrucciones al carpintero—
—¿Puedes añadirle arriba una lámina
curvada llena de pequeños agujeros? Así, se podrá ver lo que se tiene delante—
Argumentó Valian.
—Es una buena idea, lo tendré en
cuenta. Pero con la cantidad de metal que necesitamos, será, en futuro. Ahora
dime ¿Cómo quieres que forje las espadas?— Preguntó Ottmar.
—Tiene que ser una espada de dos
filos, recta y corta— Dijo Valian.
—Escudo grande y espada corta, es una
buena combinación— Anotó el armero.
—La punta ha de ser muy aguda, que
nada le impida penetrar cotas de anillos, escamas o lo que sea— Especificó
Valian —La guarda me da, igual, pero proteja bien la mano—
—¿Será otra de esas formaciones
cerradas?— Preguntó Ottmar.
—Si, pero mucho más flexible y
dinámica— Dijo Valian —Llamaré a esta nueva formación “Cohorte” y los
espadachines serán “Legionarios”—
—Siempre inventas los nombres más
raros… Maldita sea, se me olvidaba, por aquí— Ottmar fue a su puesto de
trabajo, en donde le entregó a Valian un yelmo —Ten, tu nuevo casco, a tu
petición—
El nuevo yelmo que le entregó era el bacinete
modificado, con el interior acolchado y una visera móvil, pero este en concreto
tenía una cresta metálica, sobre la cual había plumas incrustadas. Valian
intentó que su casco al menos recordase a la galea de centurión, pero el armero
hizo de las suyas, pues la cresta iba a lo largo del caso en vez de ir de lado
a lado y el cepillo no era uniforme, pues las plumas variaban de longitud y
eran de diferentes colores, algunas incluso eran tan flexibles que se doblaban.
—Te lo agradezco— Dijo Valian
intentando no llorar al ver como sus sueños se deformaban en esta realidad —Pero
con tantos colores parezco un bufón de la corte—
—Más bien diría que pareces un gallo—
Dijo Septus.
—Si quieres puedo cambiar las plumas—
Dijo Ottmar.
—Con teñirlas es más que suficiente—
Dijo Valian —¿Puedes hacer otro para Septus y los centuriones?—
En eso momento la sonrisa de Septus
desapareció.
—Claro— Dijo Ottmar.
—Pero para ellos que la cresta sea de
lado a lado— Especificó Valian.
—Entendido— Dijo el armero.
Habiendo terminado sus asuntos en la
forja, fue al taller de carpintería, el cual había crecido casi tanto como la
forja, habiendo duplicado su plantilla en cuestión de días.
Allí discutió acerca las máquinas de
asedio. Tras muchas discusiones, decidieron transformar uno de los carromatos
en un ariete. Para ello recubrieron el techo con tejas y barro con el fin de evitar
que los materiales inflamables que iban a ser lanzados desde los matacanes.
Para trepar a las murallas necesitaba
escaleras, pero no unas convencionales. Estas estarían hechas con una base
triangular, y se moverían sobre grandes ruedas. Tan largas como para alcanzar
la cima y tan anchas como para permitir que un grupo entero suba al mismo
tiempo. Se encargó un par de catapultas y grandes dardos de punta pesada.
También le instó a hacer escudos y
espadas de gran peso para practicar.
Finalmente fue a la alfarería donde
hizo un último encargo: Esferas de cerámica frágiles.
Mientras los materiales de
entrenamiento estaban fabricándose, Valian instó a sus soldados a construir un
pequeño circuito de entrenamiento, el cual incluía una escalera simple hecha de
troncos, colocada sobre una pared rocosa. La idea era entrenar a sus soldados
para que pierdan el miedo a escalar, una vez empiece el asedio. El circuito
contaba también con un campo lleno de postes, los cuales tenían salientes y
estaban acolchados.
Cuando las armas de entrenamiento
estuvieron listas, Valian se encontró con una resistencia de sus soldados a
abandonar la falange. Pero se alegraron cuando dijo que les enseñaría esgrima,
aunque esa alegría les duró tan poco como vieron las armas con las que iban a
entrenar, las quejas no tardaron en oírse.
—Las espadas cortas son mejores— Dijo
Valian intentando convencerles —Sé muy bien que os gustaría usar las espadas
incautadas, pero la verdad y os lo puedo asegurar, las espadas largas no sirven
y mucho menos en una batalla. Las espadas largas solo son para duelos y torneos
individuales, pero ni eso y os lo demostraré ¿Quién de vosotros ha manejado una
espada o algo similar?—
Al principio hubo silencio, los reclutas
se miraron de reojo, pero luego uno se atrevió a levantar la mano.
—Yo practicaba con mi hermano bajo la
tutela de un soldado retirado en la aldea— Dijo el recluta.
—Estupendo, aquí tienes— Dijo Valian
dándole un palo largo con la forma y longitud de un mandoble.
El soldado agarró el arma de madera
dubitativo, mientras Valian agarraba el escudo y su espada corta de madera, con
la misma le indicó donde colocarse.
—Cuando quieras puedes atacarme—
Ordenó Valian.
—¿Perdón?— Preguntó el chico.
—¿No queríais usar espadas largas?
Aquí tienes. Si logras vencerme con ella, prometo replantearme usar espadas
largas y enseñaros esgrima que solo conocen los altos nobles y caballeros— Dijo
Valian refiriéndose a todos.
Motivado, el chico blandió la espada
y se colocó en posición de combate con la espada en alza y las rodillas
dobladas. Con un grito se lanzó a la carga, con su espada levantada, lista para
dar un tajo descendente. Valian le recibió con un golpe recto de su escudo,
como si de un boxeador se tratase, mandando al chico al suelo mientras él
volvió a su posición defensiva con solo retraer su escudo.
—¿Quién dijo que el escudo solo se
usa para defender?— Preguntó Valian en tono de burla causando un par de risas
entre sus soldados. Para luego tocar el estómago del chico con la punta de su
espada.
El recluta se levantó enfadado y
cambió de postura, esta vez con la espada apuntando a Valian, dando a entender que
iba a realizar una estocada. Avanzó hacia Valian, lanzando un golpe extendido,
como si en su mano sujetase una lanza, la curvatura del escudo desvió la
embestida. Valian pudo contraatacar en ese momento, pero decidió contenerse,
cosa que el chico aprovechó para dar una vuelta con la intención de realizar
una barrida con su espada. Valian usó la parte baja de su escudo para atacar la
parte trasera de las rodillas del chico mientras este estaba de espaldas,
obligándolo a arrodillarse en el pasto y con un segundo movimiento colocó su
espada en el cuello del chico e hizo un ademan, como si le degollase. Con su
escudo lo empujó al suelo.
—No acabo de entenderlo ¿Tu maestro
te enseño ballet?— Preguntó haciendo reír a más soldados, a los cuales señaló
con su espada, mientras su contrincante se levantaba.
—Recordad esto, es lo más importante.
Nunca deis la espalda a vuestro enemigo en mitad de un combate, ya habéis visto
las diferentes formas en la que podéis morir— Dijo Valian con seriedad —Luchad
así en una batalla, acabareis muertos, éste ya lo ha hecho dos veces—
—Tienes un escudo, no es justo— Se
excusó el chico.
—¿Querías usar un escudo?— Valian
agarró en la pila de materiales un escudo redondo pequeño y un escudo como el
suyo —¿Por qué no lo dijiste antes? Elige el que quieras—
El chico dudó, pero eligió un escudo
como el suyo. Avanzó hacia él intentando imitar su golpe, pero Valian le alejó
sin problema. Con el siguiente choque, el recluta primero intentó golpear, pero
al levantar el escudo, sus golpes fueron detenidos o desviados, luego trató
apuñalar a Valian, pero para hacerlo tuvo que levantar mucho su brazo y su
espada apuñaló al aire. Valian terminó golpeándole en la pantorrilla y el
costado y el chico cayó al suelo.
—¿Has tenido suficiente? ¿Quieres
probar con el escudo redondo?— Preguntó Valian apoyándose sobre su escudo,
colocado sobre el suelo. El chico negó con la cabeza —Entonces suelta las armas
y vuelve a la formación.
Valian ordenó a Septus traer un poste
de entrenamiento.
—Cuanto más grande es el escudo, más
corta debe de ser la espada y cuanto más larga es la espada, más pequeño es el
escudo. Esa es la proporción universal. Pero imaginemos que tenemos una espada
larga con este escudo—
Soltó su espada corta y agarró la
espada larga.
—Para los que no prestasteis
atención, nosotros luchamos como un grupo, luchamos en formación cerrada.
Imaginad que detrás de mí hay dos o tres líneas de camaradas—
Se colocó al lado del poste para que
todos los soldados pudiesen ver sus movimientos claramente.
—Estamos en una batalla y el enemigo
logra acercarse hacia nosotros— Tocó el poste con su escudo.
—Si tuviésemos una lanza, u otra
arma, la soltaríamos y primero tendremos que desenvainar la espada— Hizo un
ademán de desenvaine muy exagerado —Observad la distancia que debe recorrer mi
brazo y el trayecto que realiza la hoja, y tened en cuenta que a mi lado hay
compañeros. Con este gesto perfectamente puedo decapitarlos en vez del enemigo—
Colocó la espada sobre el poste e
hizo un intento de golpearlo.
—La excesiva longitud de la espada me
imposibilita atacar, pero tampoco me permite retirar la espada sin que toque al
soldado que tengo detrás. Observad cuanto debo estirar mi brazo para poder
colocar la punta sobre el cuerpo del enemigo—
Se separó del poste.
—Una espada larga, en una formación
cerrada es un peligro para todo el mundo y realmente no sirve para asedios,
pues el terraplén es limitado— Soltó la espada larga y agarró de nuevo la
espada corta —Pero con una espada corta, todo cambia. Para empezar, puedo
desenvainar sin problema—
Tocó el poste y replegó el brazo.
—Puedo, golpear, apuñalar y recuperar
sin problemas ¿Lo habéis entendido?— Preguntó Valian, mirando como sus soldados
asentían en silencio —Quiero oírlo alto y claro ¿Lo habéis entendido?—
—Si, señor, lo hemos entendido—
Dijeron todos al unánime.
—Bien. Agarrad vuestro equipo y
escoged vuestro equipo— Ordenó Valian.
Los soldados se acercaron a la pila y
agarraron las armas. Una vez estuvieron todos armados, Valian siguió la
instrucción.
—Os enseñaré los movimientos básicos.
Esta espada sirve puede cortar, pero, sobre todo, está hecha para apuñalar, por
eso empezamos con este movimiento— Valian golpeó el poste horizontalmente —Estocada
central— Atacó por arriba —Estocada descendente— Atacó por abajo —Estocada baja—
Para terminar, golpeó el poste con el escudo —No olvidéis que con el escudo
también se puede atacar. Nadie se lo espera y es igual de efectivo y luego,
Golpe bajo—
Una vez terminada la explicación, los
soldados eligieron un poste y comenzaron a practicar mientras Valian y Septus
les supervisaban. Cuando terminaron el entrenamiento, Valian les obligó a hacer
una marcha larga sin soltar las armas.
En los siguientes días se practicaron
las formaciones, se simularon combates dividiendo grupos numerosos de atacantes
y defensores, y luego se invertían los roles, con el objetivo de que los
soldados no tuviesen miedo de sufrir una carga.
Los días pasaron y ambos bandos
trabajaban en sus propios preparativos para contrarrestar al otro, pero en
medio de esa carrera a contrarreloj, el bando de los refugiados tenía la batuta.
Entonces, cuando nadie se lo esperaba, ocurrió un milagro para los nobles.
El consejero de los rumores llegó corriendo
a toda velocidad la sala del trono, su mayor velocidad era como si una persona
normal caminase normalmente. En aquella
sala se encontraba Keiler rezando en su capilla privada.
—Mi señor han llegado a mis oídos grandiosas
noticias— Habló el consejero.
—Te escucho— Dijo Keiler terminando
sus rezos.
—El ducado de los ríos, ha llegado a
un acuerdo con una valquiria y se cambiado de bando, pero ha solicitado una
protección en vez de participar en el conflicto, por lo que el ejército del
norte está a cargo de defender su territorio— Contó el anciano.
—¿Y a donde quieres llegar con eso?—
Preguntó Keiler.
—A que ha disuelto sus levas y
canceló sus contratos con sus mercenarios— Dijo el anciano.
Para Keiler esa era una gran noticia,
pues eso significaba que podía contratar nuevos guerreros.
—¿Hay alguna empresa de mercenarios
en las cercanías?— Preguntó Keiler.
—Si, y una de buen renombre—
Respondió el anciano.
—Envía un mensajero urgentemente y
diles que solicito contratar sus servicios por un año— Dijo Keiler.
—Pero señor, el tesoro de su familia…—
Advirtió el anciano preocupado.
—No te preocupes por ello. Harlan
tenía razón, hay que eliminar a la amenaza que está a nuestras puertas. Ya me
las arreglaré para pagarles, quizás les deje saquear una u dos aldeas del
ducado vecino. Pero les necesito aquí inmediatamente. No sabemos cuándo nos van
a atacar. Pero hazlo en secreto, hazles una generosa oferta, pero diles que
vengan de incógnito, luego enviaré en una indicación para que pueda entrar a
recibirme—
—Como desee— Dijo el anciano.
El mensajero partió a caballo al
encuentro con los mercenarios en su campamento.
Sorprendentemente, el líder aceptó
los términos y decidió reunirse con Keiler, pues luego se supo que la noticia
de su derrota no salió de su tierra. Aprovechando la mentira, el duque llegó a
un acuerdo con el comandante mercenario, Garwir.
Los soldados se reunieron poco a
poco, haciéndose pasar por aldeanos que llegaban al campamento de mercenarios. Pronto
se reunieron todas las tropas. No llegaban a los dos mil quinientos de la
primera vez, pero superaban dos mil hombres y volvían a tener la ventaja
numérica a su favor.
Keiler propuso lanzar su ataque
sorpresivo ahora que los refugiados estaban distraídos con las preparaciones
del asedio. Lo que Keiler no sabía era que Valian se informaba más rápido de lo
que ellos pensaban.
Sabiendo que, si montaba de nuevo su
fortaleza de carros, esto disuadiría a los atacantes obligándoles a tomar un
rol defensivo. Valian no podía permitir liderar un asedio contra una fuerza muy
superior, pues la primera regla del asedio era que se debía librar con el doble
de soldados de la guarnición. Un ejército inferior condenaría el asedio al
fracaso.
Ottmar le entregó las armas
encargadas que logro hacer en ese tiempo. El escudo recordaba al sucutm romano,
por solo por su forma, mientras que la gladius mantenía la hoja aguda, pero su
guarda tenía forma de copa que cubría más la mano y su pomo era un disco
pesado. Eran las suficientes para armar a la mayoría de los soldados. Pero eran
suficientes, por eso, cuando estuvieron listas, llamo a todos sus soldados,
incluyendo piqueros, aceptando que no se libraría jamás de esa formación, pero
ideó su estrategia basada en ellos.
Eligió como campo de batalla un claro
frente a unas arboledas no muy frondosas, un terreno llano sin variaciones de
terreno. Ordenó llevar madejas de hierbas secas y frescas, ramas de árboles y
muchas hojas verdes. Luego filtró a los nobles que iba a comenzar el asedio y
el camino por donde iban a ir.
Keiler nada más enterarse, ordenó
reunir a todas sus tropas, los nuevos mercenarios, como los antiguos, junto con
su guardia de élite, pero por consejo de Harlan, dejó a los voluntarios y los
centinelas en la muralla por si estos intentaran tomar la ciudad. Su intención
era atacarles en medio de viaje, así los pillaría desorganizados y acabaría con
ellos, pero para su sorpresa se encontró solo con un grupo de soldados
esperándolos.
—Parece que quieren librar una
batalla— Dijo Garwir.
—Piensan que estamos en igualdad de
condiciones, huirán nada mas ver nuestra superioridad numérica— Dijo Harlan.
Cuando los ejércitos formaron una
inmensa línea y empezaron a bajar la colina, el ejército de Valian se replegó.
—Tenías razón, Harlan. Ataquémosles
ahora que están huyendo— Dijo Keiler.
—Espere un momento, no debemos
confiarnos, les seguiremos, pero despacio— Sugirió Harlan.
—Entonces volverán a encerrarse
detrás de sus carros y no podremos vencerles— Lamentó Keiler.
—Yo no estaría tan seguro. Si han
empezado su despliegue de asedio, estarán moviendo ahora mismo sus carromatos.
No van a tener tiempo de agruparse ni establecer defensas. Apostaría que
esperan retenernos en una batalla campal— Dedujo Harlan.
Siguiendo las indicaciones de Harlan,
llegaron a un claro, donde divisaron a lo lejos una falange de piqueros.
Valian desplegó a sus piqueros en dos
grupos en formación cuadro estirado, pero sin las filas traseras, cubriendo así
casi todos los flancos. Ambos grupos permanecían a distancia el uno del otro,
dejando un gran hueco entre ellos. En sus flancos habían prendido los matojos
creando una gran columna de humo a cada lado. Detrás de los piqueros, ubicó sus
nuevas unidades de cohortes en cuatro grupos, dos detrás de cada falange.
—Nunca había visto una formación como
esa— Dijo Harlan.
—Esos eran, los malditos lanceros que
secuestraron a mi primo— Dijo Keiler con odio —Acabaremos con todos ellos—
—No se precipite— Dijo Harlan
señalando la formación —Vee ese gran hueco que dejaron entre sus lanceros,
probablemente Valian haya intentado aplicar la misma estrategia que usó con los
carromatos. Ese hueco es una trampa—
—¿Valian?— Preguntó Garwir extrañado —Conozco
ese nombre—
—¿Ah sí?— Preguntó Harlan.
—Si, nos invitó a un banquete y no
suplicó que luchásemos para él. Creyó que podía comprarnos con una mísera bolsa
de oro. Cuanto nos reímos de él. Ya ahora vamos a matarle, que vueltas da la
vida— Dijo Garwir con una sonrisa.
—¿Algún grupo mercenario se unió a su
causa?— Preguntó Keiler antes que Harlan.
—No señor. Ninguno sería tan idiota
como para luchar por un niño que no tiene tierras ni estatus— Dijo Garwir —Si
reunió a un par de plebeyos como él, esto acabará para la tarde y hasta la
noche estaremos ahogándonos en vino y cerveza ¿Te apuntas Harlan?—
—Antes vamos a ganar esta batalla—
Dijo Harlan.
—¿Alguna estrategia?— Preguntó el
comandante mercenario.
—Tengo algo en mente, de hecho, yo
también voy a luchar— Dijo Harlan.
—¿Qué?— Preguntó Keiler alterado a la
vez que sorprendido —¡No! Es peligroso, si te capturan como a mi primo, me voy
a quedar sin comandante—
—El general enemigo debe de esta
entre ellos. Lo sé. Sea lo que sea que esté planeando, tiene que estar presente
para poder comandar maniobras. Por eso mismo yo debo ir para así poder
contrarrestar sus movimientos— Dijo Harlan.
—Te tomas muy en serio tu trabajo
¿Eh?— Bromeó Garwir.
—Yo siempre me tomo mi trabajo en
serio. No quiero bajas innecesarias— Dijo Harlan desenvainando su espada y
señalando a los enemigos —Prendieron las hogueras para que con el fuego y el
humo nos viésemos forzados a entrar por el hueco. Nosotros evitaremos ese hueco
a toda costa, detrás nos están esperando para emboscarnos, por eso, nos anticiparemos
y les rodearemos por ambos flancos—
Señaló a la guardia de lanceros
pesados.
—La guardia de los lanceros atacará a
los suyos de frente. Mientras tanto, yo comandaré a mis fuerzas y atacaremos
por el flanco. Garwir, tu y tus hombres atacad por el otro flanco. Los
envolveremos en vez de que nos envuelvan ellos y cuando estén rodeados por
completo, los mataremos a todos—
—Suena bien, mi general— Dijo el
mercenario.
—Pues en marcha— Ordenó Harlan.
Inmediatamente las huestes empezaron
a formar. Con los lanceros al centro y los espadachines a los flancos. Los
arqueros permanecieron en la retaguardia mientras las tropas avanzaron a paso
ligero.
Cuando estuvieron a mitad de camino,
los grupos se dividieron. Los lanceros continuaron su marcha, mientras Harlan y
Garwir comenzaron a extenderse por los flancos aumentando gradualmente su
velocidad.
Cuando pasaron de largo a los
lanceros, las cohortes exteriores salieron para enfrentarlos, formando un
extenso muro de escudos tal como habían estado entrenando. Mientras los
lanceros atacaron a los piqueros, defendiéndose con sus escudos mientras
trataban de llegar hasta ellos.
Tras el choque inicial, las cohortes
lograron frenar la avanzada carga de los mercenarios.
Golpes iban y venían llenando la
tierra, las espadas y a los soldados de sangre y cuerpos.
Los soldados de Valian aguantaban
como podían, respondiendo a los ataques tan bien como podían. Mientras los
mercenarios intentaban traspasar sus defensas, atacándoles con hachas, mazas y
espadas.
La ventaja parecía estar a favor de
los soldados de Valian, pues su armadura y acolchado, les protegía de los cortes
y contusiones mucho mejor que la sencilla cota de anillos de los mercenarios,
pues esta era penetrada con facilidad por la punta del gladius. Los que tenían
un peto de metal o de cuero y laca, eran apuñalados por las zonas no
protegidas.
Sin embargo, a pesar de su
resistencia, los mercenarios eran mucho más numerosos y para cuando llegaron a
la retaguardia del ejército de Valian, este hizo sonar una trompeta repetidas
veces. Keiler al oírles se alegró, pues pensaba que estaban dando la orden de
retirada, pero la realidad era que estaba llamando refuerzos.
Desde los bosques y ocultos por la
humareda negra empezaron a sonar cuernos en respuesta. Desde la nube de humo
aparecieron escuadrones de ballesteros, los cuales formaron detrás de los
mercenarios y dispararon sus virotes en un ataque que se llevó líneas enteras.
Harlan y Garwir, al verse rodeados
dirigieron sus esfuerzos a atacar a los ballesteros antes de quedar totalmente
aislados y estos respondieron con una salva que ralentizó su carga.
Desde los bosques, aparecieron los
piqueros restantes que no fueron incluidos en la formación, que junto con los
mayaleros y ballesteros atacaron a los mercenarios por la espalda, atrapándolos
entre sus picas y las cohortes.
Al ver a los piqueros salir de los
bosques Valian empezó la tercera parte de su plan.
—¡Septus, es la hora!— Dijo el chico
dirigiéndose tanto a su lugarteniente, como a sus hombres —¡Iremos en dos
grupos, tu, por un lado, yo por el otro, saldremos, los rodearemos y los
mataremos!—
—¡Entendido!— Gritó Septus —Tocad la marcha
¡Vamos!—
—¡Seguidme!— Gritó Valian.
—¡Proteged a nuestro señor!— Exclamó
el soldado que estaba detrás de Valian, corriendo detrás de él.
Nuevos cuernos sonaron en el interior
de la formación y al ritmo de los tambores, las cohortes comandadas por Valian
y Septus salieron por el hueco a marcha ligera. Se dividieron yendo cada uno
por su lado, rodeando a los lanceros.
—¡Empujadles hacia las picas!— Ordenó
Valian entre gritos, los cuales fueron apoyados por sus soldados. En el otro
flanco, Septus gritó algo parecido.
Los legionarios cargaron contra la
retaguardia de los lanceros, en un movimiento de yunque y martillo que los
desmoralizó inmediatamente, a pesar de su resistencia inicial.
El pánico se extendió hacia los
grupos mercenarios, quienes empezaron a entrar en caos al verse rodeados.
Los espadachines al ver que sus
enemigos dejaron de atacarles, por orden de sus comandantes empezaron a atacar
por su lado con más ímpetu, apuñalando a todo aquel que se cruzase en su camino,
derribándolos con golpes de escudo para luego rematarlos una vez estén en el
suelo.
En medio de ese caos, Harlan recibió
una flecha que le penetró en el costado y el golpe de un mayal de abrió la
cabeza sacándole su casco. Una vez en el suelo fue apuñalado repetidamente por
los soldados acabando definitivamente con su vida.
Keiler se temió lo peor cuando
primero vio a Valian salir con sus hombres por el hueco libremente y su temor
se acrecentó cuando vio a sus soldados, junto con los antiguos mercenarios huir
en desbandada, sin orden alguno y presa del pánico. El noble quiso luchar,
ordenó una carga contra la cohorte que atacaba a sus lanceros, pero sus hombres
no se movían, su moral cayó cuando vieron huir a los mejores soldados del
ducado. Las deserciones no tardaron en aparecer.
Al final, por consejo de un lugarteniente,
Keiler huyó también, rezando por Harlan, para que lograse escapar por su
cuenta, al mismo tiempo lamentándose de haberle dejado librar esa batalla.
Cuando Valian liberó a los piqueros,
estos, junto con las cohortes se dieron la vuelta y atacaron a los mercenarios
que quedaban, los cuales al no poder escapar se rindieron, soltando sus armas.
La batalla terminó cuando los
enemigos dispersados, abandonaron por completo el campo de batalla junto con su
líder. Keiler perdió a trescientos hombres muertos y más de cien resultaron heridos,
junto con sus dos comandantes; el primero dejó su vida y el segundo fue
capturado. La legión de Valian solo perdió a diez soldados y otros quince
resultaron heridos.
Cuando todo se tranquilizó, Valian
ordenó reunir a todos aquellos que se rindieron y no pudieron escapar en el
centro del campo, donde no había cadáveres. Se ordenó a los soldados quitarse
sus armaduras y demás armas que portaban y arrodillarse con las manos
levantadas, algo que los mercenarios veteranos consideraron humillante. Un
grupo de soldados recogieron dichas armas y armaduras. Ahora esos mercenarios
no se distinguían de los civiles.
—¿Quién es vuestro jefe?— Preguntó
Valian
Los soldados señalaron a Garwir,
quien les maldijo por su traición en un susurro.
—Acércate— Ordenó Valian.
Garwir se levantó con las manos en
alto, se acercó y volvió a arrodillarse frente a Valian, quien, al verle, se
quitó su casco y lo dejó caer sobre la hierba.
—Ah, sí que eras tú— Dijo Garwir con
un tono tranquilo —Siento mucho haberme reído de ti aquella vez—
En respuesta, Valian le partió la
cabeza con la gladius que sostenía en su mano.
La hoja quedó atascada a mitad del
cráneo y la boca. Al sacar la espada, con una patada al pecho, un chorro de
sangre brotó con fuerza junto con restos de cerebro y cráneo, sobre los
mercenarios que estaban detrás de él, siendo empapados. Y así, el cuerpo de
Garwir se desplomó sobre la pradera.
Tanto sus hombres, como los
mercenarios quedaron asombrados, pues nadie se esperaba aquella reacción por su
parte, pero Valian no iba a dejar pasar aquella humillación. Tras soltar un
suspiro les habló directamente a los mercenarios.
—Vuestro capitán está muerto y
vosotros tenéis dos… no, tres opciones— Dijo Valian levantando su mano —Podéis
iros libremente pero lejos de estas tierras, de este condado; Podéis uniros a
nuestro ejército, pero trabajaréis directamente para mí y cualquier
desobediencia o rebelión será castigada con la muerte; O podéis seguir a vuestro
capitán— Clavó la punta de su espada entre el cuello y el hombro del cadáver y
hundió la espada hasta tocar tierra —¡Elegid!—
Los mercenarios decidieron uno tras
otro. Unos decidieron morir al ver como Valian asesinaba a su comandante.
Valian llamó a voluntarios, quienes les degollaron y mataron brutalmente con
sus espadas. Otros al ver las masacres entendieron que se habían equivocado de
oficio y pidieron irse y como tal fueron liberados, pero sin sus pertenencias y
fueron soltados en la frontera. El resto, quienes no veían otra vida, pero no
estaban dispuestos a morir, decidieron someterse a sus órdenes.
Los nuevos reclutas mercenarios, no
fueron llevados al campamento, se les mantuvo en un lugar apartado, pero
proporcionándoles cobijo, como una tienda de tela, pues a pesar de haberse
cambiado de bando, Valian desconfiaba de ellos y asignó guardias armados, en
turnos rotativos para mantenerlos vigilados a distancia.
Intentaron regresar a recoger los
cadáveres, pero Keiler se les adelantó, por lo que volvieron con las manos
vacías. Terminando así con ese día.
—¿Qué hacemos ahora?— Preguntó Septus
a la mañana siguiente.
—Ahora, vamos a solicitar la ayuda
del primo del duque, para que nos ayude a reducir la guarnición de la ciudad—
Dijo Valian.
—¿Quieres lanzar un ataque a la
ciudad, ahora?— Preguntó Septus.
—¿Se te ocurre un momento mejor?— Le
planteó Valian.
—No señor. Su guarnición está
diezmada y su moral baja, es el momento idóneo— Respondió Septus.
—Pues vamos a por él— Dijo Valian.
En la ciudad, Keiler realizó un
funeral a su comandante Harlan, una vez se consiguió recuperar su cuerpo en el
campo de batalla. Fue un funeral digo de un héroe, el cuerpo fue lavado,
transportado por un la guardia de honor, en donde el propio capitán de la
guardia de la muralla participó llevando el cuerpo, mientras el sumo sacerdote
lideraba el camino mientras recitaba cánticos. Harlan fue colocado en una pila ceremonial
y posteriormente le prendieron fuego.
Haber dejado morir a su comandante,
fue el error de su vida y Keiler lo sabía, pues a falta de un comandante
fuerte, la defensa de la ciudad había sido muy debilitada.
En su salón atiborrado de vino,
trataba de evadirse de la realidad, no quería reunirse con nadie, quería pasar
un momento en soledad, pero una noticia le obligó a regañadientes a volver al
trabajo.
Aquella tarde, cuando aún había luz
suficiente, Valian y un grupo de soldados llegaron hasta una colina cercana,
frente a la ciudad. Traían consigo el cadáver de Luthier.
El señor de la ciudad llegó a las
puertas de la muralla. Temiendo un posible ataque, Keiler trajo consigo a toda
su guardia y envió un emisario al campamento mercenario. Una vez en la cima de
la muralla pudo identificar por la armadura a su primo, el cual yacía inerte,
sostenido por unos soldados con armadura pesada.
Valian se quitó su casco emplumado,
desenvainó su espada gladius, e inmediatamente rebanó la cabeza del cadáver, la
cual rodó cuesta abajo y tuvieron que ir a buscarla, pero la subieron de una
patada. Agarraron tanto la cabeza como el cuerpo decapitado y los ensartaron en
picas, que luego ondearon, todo en frente del señor.
Keiler, aun borracho, lleno de ira,
ordenó disparar contra ellos, pero al ver que sus centinelas no tenían rango,
cosa que hizo reír a sus enemigos, perdió la cabeza y ordenó a su guardia de
élite salir a recuperar el cuerpo de su pariente. Como Harlan ya no estaba para
detenerle, el ataque fue inminente.
Las puertas de madera se abrieron de
par en par. Una columna de guaridas de élite y mercenarios que fueron llevados
a la ciudad, salieron ordenadamente y formaron frente a la puerta, la cual se
cerró a sus espaldas.
Los soldados marcharon ordenadamente
en línea, para luego aumentar su velocidad conforme se acercaban a Valian, el
cual se colocó de nuevo su casco y se retiró. En su lugar, los espadachines de
la primera cohorte, aparecieron y atacaron a la guardia de élite de Keiler.
El choque de ambas fuerzas fue
contemplado desde la muralla, pero desde ahí vieron como dos grupos de
cohortes, liderados cada uno por su respectivo centurión rodearon completamente
a las fuerzas de la guarnición. Los gritos de sus camaradas no lograron alertar
de la emboscada hasta que fue tarde.
La batalla se convirtió en una completa
carnicería. Decapitaciones, mutilaciones, apuñalamientos, la sangre brotaba de
todas partes, gritos llegaban hasta los espectadores de la muralla. Uno a uno
los soldados del duque caían muertos. Unos pocos se suicidaban en su
desesperación y quienes lograban huir eran abatidos por los virotes de los
ballesteros apostados a los flancos.
Keiler, incapaz de seguir viendo se
marchó de ahí.
Cuando cayó el último soldado, las
cohortes de Valian se retiraron sin haber perdido a un solo hombre,
desapareciendo con la llegada de la oscuridad de la noche.
Temiendo un nuevo contratiempo,
Valian apresuró el asedio al día siguiente. Planificó una estrategia de ataque
y contramedidas por si sufrían un contraataque, o una emboscada de refuerzos
milagrosos.
Reunió a todos los mercenarios
reclutados, a los piqueros y a sus unidades de proyectiles en frente de la
puerta de la muralla. Los separó unos de otros, lo suficiente como para que su
ejército pareciese más grande de lo que realmente era.
Las murallas de la ciudad no
uniformes, ni obedecían a ningún patrón geométrico, pues fueron construidas
envolviendo la ciudad tal como había crecido, aprovechando elevaciones
naturales para mejorar su defensa. Teniendo esto en cuenta, Valian ubicó sus
máquinas de asedio en un punto específico y muy bien defendido, una puerta
detrás de una barbacana, con dos gruesas torres a cada lado de la entrada,
detrás estaba el patio de armas que comunicaba con la gran puerta de la ciudad,
la cual era protegida por una enorme torre llamada: la torre del homenaje.
Trajeron un carromato blindado, con un
techo en forma de dos aguas, recubierto de tejas y cerámica, estaba modificado
para llevar en su interior un gran tronco con cabeza de metal colgado de unas
cuerdas, un ariete protegido. Tenían dos torres de asedio, hechas de cuero,
láminas de madera. Estas torres realmente estaban huecas por dentro, no tenían
escaleras, pues eran un señuelo, pero junto con las catapultas hicieron creer
que todo su ataque se concentraba en ese lugar. Cuando la realidad era que ahí
solo había una fracción de su legión.
Las tropas de la ciudad, comandadas
por el capitán de la guardia se reunieron en el adarve encima de la puerta y en
la muralla adyacente, contando con centinelas de la guarida, vigilantes de las
calles y ciudadanos voluntarios a los que equiparon con todas las armaduras que
había en la armería. Reunió al grueso de sus tropas en ese lugar esperando
contener o destruir a los soldados que saldrían desde las torres de asedio. El
resto de los soldados, se encontraban en el patio de armas, justo en frente de
la poterna, como refuerzos adicionales entre los cuales había hostigadores, debido
a que los muros excedieron el número máximo de personas que podían luchar.
Valian aguardó el momento propicio
para atacar, esperando hasta el día siguiente, cuando un emisario llegó a su
campamento un mensajero.
Se ordenó izar las banderas y tras un
largo rato sonaron los instrumentos de viento.
Los mercenarios, equipados con sus
antiguas armas y armaduras, empujaron el carromato junto con las torres, pero
de un modo extremadamente lento.
Los centinelas de las torres alertados
por las trompetas, reaccionaron y empezaron a disparar contra el carromato, y
las torres.
Debido al uso de las flechas
incendiarias con tela impregnada en oleo y encantamientos de fuego, Valian
ordenó detener el avance de sus torres de asedio. En su lugar se movieron otros
carromatos, los cuales se ubicaron ceca de la muralla, uno a unos metros del
otro, creando así un perímetro.
Desde el interior de los carromatos, los
ballesteros y arqueros disparaban contra los centinelas.
Las paredes de los carromatos también
estaban recubiertas de placas de barro, las cuales evitaban servían como respuesta
frente a las llamas de las flechas.
Mientras Valian miraba el intercambio
de proyectiles, sintió una fuerte nostalgia recordándole batallas pasadas.
El ariete logró llegar hasta la
primera puerta sufriendo pocas pérdidas, ya que los mercenarios veteranos,
sabían defenderse contra los proyectiles enemigos. En ese momento, desde los
matacanes, los centinelas vertieron oleo ardiente sobre el carromato, logrando
quemar a un par de mercenarios, para luego lanzar flechas incendiarias creando
una fuerte hoguera. El fuego brotó desde el techo y se escurrió por los lados,
pero el carromato aguantó y entonces, siguiendo el consejo de Valian, los mercenarios
agarraron las vasijas de cerámica que tenían dentro del carro y las lanzaron
hacia el tejado y todo lugar que estaba ardiendo.
Al escucharse el sonido de la
cerámica partiéndose, mágicamente, el fuego se extinguió, para sorpresa de
ambos bandos. Los centinelas trataron de repetir su ataque, vertiendo más óleo
ardiente, pero las flechas que caían se apagaban sin lograr prender el líquido.
En su desesperación, lanzaron un trozo de leña encendida pero el resultado fue
el mismo.
Los mercenarios, empezaron a jalar el
ariete para empezar a derribar las puertas.
—¿Qué contenían esas vasijas?—
Preguntó Ottmar a Valian.
—Viangre y una especie de sal. La
reacción de ambas, produce un gas que ahora el fuego— Dijo el chico sin apartar
la mirada del asedio —¿Cómo van los flancos?—
—Están llegando, todavía no han sido
descubiertos— Respondió Ottmar.
—Como tarden mucho más, perderán la
ciudad hoy mismo— Dijo Valian.
Mientras tanto, el capitán de la
guardia empezaba a sospechar que algo no iba bien, cuando se dio cuenta de que
las torres y las catapultas no estaban funcionando hacía un largo rato. Cuando
en ese momento, malas noticias empezaron a llegar.
—Señor, el ariete está en la primera
puerta, la puerta está resistiendo por ahora— Dijo un centinela.
—Pero verted óleo desde las matacanas
y prendedlo, os lo he explicado mil veces— Gritó el capitán.
—El fuego no prende y nos hemos
quedado sin óleo. Las rocas tampoco pueden derribar el ariete— Informó el
centinela.
El capitán estaba por ir a ver qué
estaba pasando, cuando otro centinela llegó con más noticias.
—Señor estamos siendo atacados, han
tomado las murallas del este, dos torres han caído— Informó el centinela, presa
del pánico.
Aquella noticia tomó por sorpresa al
capitán.
—¿Cómo que han tomado la muralla?—
Preguntó incrédulo.
—Caballeros acorazados con escudo
pesado, señor. Aparecieron de la nada— Informó el centinela.
Cuando el capitán iba a ordenar una
redistribución de sus soldados, mandando a los sobrantes a luchar contra esos
invasores que aparecieron de la nada, otro centinela llegó con más noticias.
—Estamos sufriendo un ataque por el
oeste. Los enemigos han subido a las murallas por una gran escalera. La
guarnición está intentando contenerlos, pero son demasiados, no paran de
aparecer—
—¡¿Qué demonios está pasando?!—
Exclamó el capitán sin entender nada —¿De dónde han salido esos soldados
enemigos?—
El capitán no sabía que hacer, las
noticias no paraban y no tenía tiempo de pensar una solución al ataque a ambos
flancos, teniendo tan pocos efectivos, pero la gota que colmó el vaso llegó con
el primer centinela.
—La puerta está por caer, el enemigo
está movilizando a sus lanceros. Están acercándose a la puerta—
La estrategia de Valian había
funcionado. La noche anterior dividió su ejército, dio instrucciones detalladas
a sus centuriones y se aseguró de que lo entendieron; su plan consistía en
tomar las partes más bajas de la muralla con sus cohortes, mientras hacía creer
que su ataque vendría por el extremo opuesto y más protegido. Se aseguró de que
los asaltos fuesen coordinados, para así desestabilizar la cadena de mando
enemiga, sobresaturándola.
Cuando Valian recibió la noticia de
que la puerta estaba cediendo, ordenó a su falange de piqueros, que tenía
escondidos en la retaguardia marcharan hacia la puerta y formaran una línea de
picas.
Las falanges, a pesar de estar
acorazadas, seguían siendo vulnerables a las flechas, por eso, Valian puso en
marcha las catapultas, no para lanzar piedras, sino dardos.
En una recreación medieval de la
cobertura de artillería moderna, un conjunto de cien dardos, atados a una
cuerda fueron colocados en la catapulta, se prendió fuego al nudo y se bajó el
contrapeso para lanzar los proyectiles. La cuerda se desató en el aire y los dardos
cayeron sobre los arqueros apostados en las murallas y sobre la guarnición que
esperaba en el patio.
El ataque, provino desde el cielo,
por lo que no había defensa alguna para los centinelas. Que sufrieron
cuantiosas bajas, pues las catapultas estaban constantemente lanzando dardos,
mientras la falange avanzaba con relativa seguridad. Los centinelas que sobrevivieron
e intentaron atacar a la infantería, fueron retenidos por los ballesteros
apostados en los carromatos.
La situación era crítica para los
soldados de la guarnición e iba empeorando a cada momento, pues la cohorte
comandada por Septus, había tomado la última torre y se estaban acercando a la
puerta.
El capitán no podía quedarse de
brazos cruzados en ese momento. Si sacaba a su infantería del patio, el ariete
llegaría hasta la puerta principal y perderían la barbacana. Pero tampoco
efectivos para luchar en dos frentes al mismo tiempo. Pero en vista de aquella
desesperada situación, decidió retirar a los arqueros de la muralla exterior.
Esos centinelas tenían armas de cuerpo a cuerpo, por lo que los envió al muro
occidental para que ralentizaran a los enemigos todo lo posible, mientras que
él y todos los soldados que pudo reunir atacarían a los enemigos del muro
oriental.
La puerta se vino abajo por los
constantes golpes del ariete y los mercenarios se retiraron, dejando paso a la
falange, que rápidamente bajó sus picas. La infantería del patio se lanzó a
atacarles, pero no pudo atravesar la pared de picas.
Valian observó que los arqueros
estaban abandonando la muralla exterior, por lo que reunió a sus mercenarios y
les hizo montar una escalera que tenía guardada en la retaguardia, para que así
tomaran la muralla y abriesen un nuevo frente.
El capitán comandó él mismo su ataque
contra la cohorte de Septus, la cual avanzaba lentamente protegiéndose detrás
de sus escudos. Las espadas largas de los centinelas, en aquel angosto adarve,
les obligaba a combatir en pequeños grupos, mientras que la cohorte no tenía problemas
en enfrentarse cinco a uno.
En el interior de la torre del
homenaje se disputó la última batalla en donde el capitán encontró la muere,
cuando su espada se atascó en el escudo de un legionario, lo cual le dejó
vulnerable a varias estocadas que le atravesaron las tripas. En sus últimos
momentos solo pudo escuchar como sus hombres se lanzaban a atacar una formación
completamente impenetrable.
Con la caída de la torre del homenaje
la batalla terminó. Los mercenarios llevaron la escalera hasta la muralla sin
oposición, subieron y persiguieron a los centinelas, acometiendo por la
espalda, cuando ellos estaban luchando contra la tercera cohorte. Al verse
rodeados, los soldados tiraron las armas y sus compañeros siguieron su ejemplo.
La segunda cohorte a cargo de Septus
logró llegar hasta la puerta principal. Bajaron al suelo y formaron en frente,
mientras que dos voluntarios llegaron a la sala de máquinas, en donde estaba la
rueda que permitía abrir la puerta.
Cuando la puerta se abrió, los
soldados del patio quedaron desconcertados, al ver como desde ella salían
enemigos, los cuales los empujaron hacia las picas con sus escudos y al igual
que los centinelas, estos soldados también se rindieron.
Cuando Valian observó como la bandera
de Keiler era retirada para que la suya ondeara sobre las torres, entendió que
había tomado las puertas.
Los mercenarios fueron llamados a
abandonar las murallas y reunirse en la puerta principal, en donde sus armas y
armaduras fueron confiscadas nuevamente, mientras ellos fueron llevados a la
retaguardia, a su propio campamento. Se hico algo parecido con los prisioneros,
pero en su caso, se les dividió entre mercenarios y ciudadanos. A aquellos
mercenarios se les dio a elegir, entre su libertad, su vida o su servidumbre y
aquellos que cambiaron de bando, fueron llevados al campamento junto con los
demás, mientras que, a los centinelas y otros voluntarios, una vez desarmados,
se les permitió regresar a sus casas.
Con las puertas tomadas y la
guarnición destruida. Valian pudo tomar la ciudad sin oposición. En la reunión
que tuvo con sus centuriones dejó específicamente claro que sus hombres no
tocaran a nadie que no portara armas, por lo que la toma de las calles fue más
como un desfile observado por los ciudadanos desde sus ventanas mientras
estaban ocultos en sus casas, a excepción de algunos transeúntes quienes se
apartaban al ver llegar a los soldados.
Valian entró como un conquistador, a
lomos de un caballo, con cuatro portaestandartes en cada esquina. Delante
marchaban los piqueros en formación liderados por un portaestandarte y detrás
caminaba la primera cohorte en grupos cuadrados. Las demás cohortes habían
tomado diferentes caminos, pero todos ellos en dirección al torreón.
Al llegar al torreón, recibidos por
los guardias de la puerta, los cuales tiraron las armas nada más vieron llegar
a la legión. Valian ordenó rodear el lugar y atrapar a todo sospechoso que
intentase escapar.
Cuando llegaron a la sala del trono,
esta estaba vacía y tal como temían el señor de las tierras había escapado. Sin
embargo, no fue demasiado lejos, pues lograron atraparlo y traerlo ante Valian.
En la plaza en frente del torreón se
celebró un juicio público, en donde se expuso la traición de Keiler y sus intenciones
de aliarse con los invasores del norte. Tras el juicio, Keiler fue ejecutado y todas
sus tierras fueron confiscadas por Valian bajo la autoridad de la corona. La
familia de Keiler, junto con muchos de sus consejeros huyeron de la ciudad a la
mínima posibilidad y desaparecieron mezclándose con el populacho en tierras
ajenas sin que nadie sepa nada más de ellos.
Valian lo había conseguido, tenía un
ejército profesional, inspirado en la poderosa legión imperial romana en sus
mejores momentos y tierras a su nombre, en las cuales podía construir su propia
Roma. Lo primero que hizo para consagrar su victoria, fue cambiar el nombre de
la ciudad.
La ciudad pasó de ser llamada
Keilerwand, a Nihondrum. En honor a su lejana tierra natal.
Con la toma de las tierras, Valian volvía a cobrar relevancia en el tablero político, en un momento de inestabilidad, en donde las fronteras eran constantemente redibujadas.
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