Isekai genérico capítulo 4


Capítulo 4:


Se acerca el invierno.


Las huestes del caudillo saquearon la ciudad portuaria de Vanger.

La toma de la ciudad dividió por completo los bandos de ambos lados de todo el continente norteño. Incluso las grandiosas valkirias, señoras de la guerra, regentas de los mayores ducados se dividieron por primera vez en cincuenta años.

El caudillo llegó a un acuerdo con los emisarios y les ofreció oro de las ciudades saqueadas a cambio de apoyo. Varios regentes de los reinos del sur, cegados por la codicia se unieron a su bando.

Se libró la batalla de los campos ardientes. El ejército rebelde, superior en número y con apoyo externo destrozó gran parte del ejército real.

Aquella derrota marcó un antes y un después en la monarquía.

El hijo del rey dio un golpe de estado asesinando a su padre, el rey, mientras dormía quedándose con la corona.



Con todos sus problemas resueltos, Manis podía dedicarse por completo a su régimen de entrenamiento. No necesitaba estar cachas, sino ganar las habilidades necesarias que tenía en su vida anterior.

—Por desgracia, en este mundo no existe el tratamiento de refuerzo humano del doctor Anneryth, así como tampoco esas misteriosas células madres—

Se detuvo de su ejercicio de abdominales, que consistía en sacar agua de los cubos del suelo con vasitos para con ellos llenar dos cubos colocados a cada lado de la barra de entrenamiento.

Quedando colgado boca abajo apoyándose sobre la rama con sus rodillas, meditó sobre su vida pasada.

—Ahora que lo pienso ¿Qué eran esas células que me inyectaron?... En ese momento estaba muy afectado y no le di importancia, pero ahora… El tratamiento reforzaba mi cuerpo, según del doctor, pero entonces ¿Qué finalidad tenían las células? ¿Es por ellas que yo podía…? ¿Puedo hacerlo en este mundo?... No, porque este no es mi cuerpo. Necesito recuperarlo y cuando lo haga pediré explicaciones— Retomó su entrenamiento —Volver a casa… Conseguir mi cuerpo… Retomar mi vida… Necesito encontrarle—

Tras un par de horas detuvo su entrenamiento. Se encontraba sudado y cansado. Sus músculos estaban entumecidos, pero poco a poco empezaba a tener un cuerpo cada vez más esbelto y atlético.

—Un poco más… y podré sacar el máximo partido a mis artes marciales— Dijo entre jadeos. En ese momento una fría ráfaga de viento recorrió la zona agitando las plantas cercanas.

Con esa ráfaga de viento Manis entendió que no podía seguir usando el agua del río para bañarse.

Pensó en calentar agua en una olla de barro, pero se dio cuenta de que con una olla no sería suficiente, enfermaría mientras la otra se calentaba. También se le ocurrió crear varias ollas, pero para calentarlas necesitaba mantener el mismo número de hogueras, por lo que descartó esas opciones.

Al analizar la situación, se dio cuenta de que necesitaba una fuente constante de agua caliente. Observó su reloj y luego miró al cielo.

Contaba con cuatro horas de luz, había tiempo suficiente.

Recogió su cesta y fue a buscar piedras al río. Cualquier piedra valía, tanto grandes como pequeñas. Cuando acumuló una cantidad decente de ellas, las llevó hasta una zona cercana al río y colocó las piedras una tras otra hasta formar un perímetro rectangular, a medio metro formó otro perímetro de piedras.

Ahora necesitaba mortero.

Mezclando arena, agua y cal a partes iguales podía crear mortero.

La arena abundaba en una parte del río, el agua procedía del mismo río. El problema era la cal.

Para hacer cal usaba conchas de moluscos y caracoles que encontraba, sin embargo su temporada había terminado hace tiempo y tendría que esperar hasta el próximo año para encontrar más.

Un método alternativo era usar roca caliza, la cual por casualidad descubrió que era abundante mientras quemaba rocas para analizar su composición.

Reunió un par de piedras, y las lanzó al horno. Cuando las piedras se tornaron completamente blancas las sacó y esperó a que se enfriasen. Metió una en un cuenco de barro lleno de agua. Al instante el agua empezó a calentarse y a burbujear al tiempo en que la roca se disolvía. Había re-obtenido la cal.

Con ayuda de su pala cavó un hoyo cuadrado en el suelo. Aplanó la tierra y la llenó de agua. Echó dentro todas las piedras calizas que tenía.

Reunió toda la arena hasta formar un pequeño monte para luego hacerle un pequeño cráter en su cima. Rellenó el cuenco de barro con el agua blanca y la vertió en el cráter.

Con la ayuda de un palo de madera removió la arena hasta obtener el mortero. Con el cual rellenaría los huecos de las rocas formando un perímetro cuadrado solido.

Antes de que el mortero se secase, añadió otra capa de piedras y encima más mortero construyendo un pequeño muro.

Cuando ya había acumulado cuatro capas de piedras, agarró las más grandes y planas y las colocó en medio de ambos creando un puente que unía ambas estructuras. Encajó pequeñas piedras en los huecos y las unió con más mortero.

Terminada la estructura básica, rellenó el interior ambos rectángulos con tierra y arena hasta arriba y con un palo aplanó el terreno hasta dejarlo liso y uniforma. Agregó una capa de mortero sobre la tierra y al alisó con un palo terminando así la primera parte de su obra.

Para cuando iba a continuar, se dio cuenta de que ya estaba anocheciendo, crear el mortero le llevó más tiempo del que había calculado, por lo que dejó su trabajo y se dio un rápido baño en la orilla del río antes de volver a la casa de acogida.

Al día siguiente, se despertó en la cama de paja cubierta por una manta. No era cómodo dormir de esa forma, pues de vez en cuando algunas puntas perforaban a través del material y se clavaban en su cuerpo. Pero aun así no se podía quejar, no existía un buen fabricante de colchones que hacía anuncios de sus productos por la televisión a la hora de comer, así como tampoco existía la televisión, no la radio ni cualquier dispositivo que funcionase con electricidad.

Los mejores colchones estaban rellenos de pluma, recubiertos de seda y terciopelo, estaban reservados aquellos que podían permitírselos.

A Manis, poco le importaba donde dormir. En sus últimos años de vida aprendió a dormir en frías calles y en incómodos sitios. Todo se reducía a acomodarse en una postura estable para obligarse a dormir en dos minutos relajando a la fuerza cada uno de los músculos del cuerpo mientras se imaginaba que se encontraba tumbado en una hamaca negra en una habitación completamente oscura.

No podía dejar que el insomnio ni las pesadillas le mermasen su salud. Pero al mismo tiempo tenía que estar alerta porque no se fiaba ni de su cuidadora semihumana ni de sus compañeros de cuarto.

Cada mañana se despertaba esperando que todo fuese un sueño, que aún vivía en la era de la tecnología y la información, pero la realidad le golpeaba con indiferencia. Miraba su reloj de muñeca, sintiéndose aliviado con el constante movimiento de las manecillas. Por una parte era uno de los pocos vestigios que logró recuperar de su mundo y por otro lado recordó la sensación del imparable avance del tiempo.

Eran las seis de la mañana. En este nuevo mundo la gente se levantaba al amanecer, pero el sol salía tres horas después, sobre la cordillera de montañas que se veían en el horizonte.

Un súbito golpe de frío de aire le hizo temblar. Dormir solo en camisa ligera era una costumbre que llevaba arrastrando desde su antiguo mundo.

Abrió la funda de su almohada y sacó desde dentro su ropa enrollada alrededor de la riñonera. La guardaba ahí temiendo que algún gracioso se la robase mientras dormía. Los niños podían ser a veces bastante idiotas y el chico no estaba por la labor de empezar peleas innecesarias que terminarían en masacres.

Los chicos ya se habían despertado, o al menos la mayoría. El ser antropomorfo conocido como Laiska les había dicho en repetidas ocasiones que si despertaba, se asegurasen de despertar también a los demás, la realidad era que esa norma no la seguía casi nadie.

—Buenos días— Dijo el compañero que dormía a escasos metros. El chico se despertó por inercia y bostezó somnoliento —¿Has dormido bien?—

—Tan bien como he podido— Tan bien como he podido Manis mientras se vestía.

—Uff que frío hace— Dijo el niño —Ayer también hizo frío durante la mañana y también por la noche—

—Creo que el tiempo se pondrá peor— Dijo Manis.

—No quiero. No quiero que se vaya el calor, con lo agustito que se duerme—

—Pues sigue durmiendo— Le respondió Manis —Yo bajo a comer—

De golpe el chico se puso en pie y se vistió a toda prisa.

—¡Espera, yo también quiero comer!—

Manis pasó hacia las escaleras dando patadas a los que seguían durmiendo para que se despertaran. Si le mandaban a hacer algo, lo hacía con el mínimo esfuerzo.

A pesar de que era de día, el interior del edificio estaba algo oscuro. Manis bajaba por las escaleras pegado a la pared de madera para evitar tropezarse con los escalones escondidos bajo las sombras. Su compañero a diferencia de él bajó a toda prisa.

Una vez en la primera planta observaron como la puerta se abría y entraba alguien a toda prisa gritando:

—¡Madre! ¡Rodolf se ha meado en la fuente de agua!—

Una alarmada Laiska salió corriendo al patio. Entró de nuevo arrastrando a Rodolf, uno de los compañeros de Manis, por la oreja. El niño lloraba con toda su fuerza intentando zafarse del agarre.

Desde la habitación de Laiska se oyeron gritos de reprimenda mezclados con llantos y súplicas.

—Que palo, ya no podremos beber del pozo— Se quejó el compañero que tenía al lado.

Manis se sentía igual de enfadado, sentimiento que compartían gran parte de los niños.

—¿Qué vamos a beber si no hay agua?— Preguntó esta vez la niña con orejas de gato.

—Zumo, compota y leche— Respondió la cocinera sacando la olla que colgaba sobre el fuego de la chimenea con sus manos cubiertas por unos guantes hechos de trapos apilados en capas.

—Bien, leche— Exclamó la chica gato saltando de lado a lado.

Con una fuerza sobrehumana, la rechoncha mujer dejó la olla cerca de la mesa y empezó a rellenar los cuencos de madera con el brebaje. Los pasaba al estilo del antiguo oeste: deslizándolos por encima de la mesa con una precisión adquirida por la experiencia de los muchos años de oficio.

—Potaje de verduras— Susurró Manis tocando la comida sin muchas ganas de comer —Es la cuarta semana semana comiendo lo mismo—

Según empezaba a llegar el invierno, se empezaba a racionalizar cada vez más la comida, lo que significaba que aguaban más las sopas, repartían menos pan y cada vez más duro y con suerte alguien era tan generoso que donaba restos de caza, mayormente huesos, a la casa para hacer más sopas. Siguiendo esa dieta era normal sufrir desnutrición, lo que obligaba a Manis a salir en búsqueda de más alimentos por su cuenta.

Tras germinar de desayunar, Manis se dirigió hacia el pozo para investigar el incidente.

A primera vista el agua parecía normal, pero si era verdad que el niño se había orinado dentro, entonces estaba contaminada. Por curioso que parezca no era la primera vez que pasaba, según había oído. Para esos casos, se contrataba a un mago especializado en magia acuática para purificar el pozo, sin embargo para contratarlo se debía ir a otro pueblo, uno que quedaba a dos semanas de distancia y sus servicios eran caros.

—Ahí estás— Exclamó Laiska señalando a Manis —Contigo también quería hablar— Le agarró del brazo para que no se escapara.

—Yo no he tenido nada que ver con esto, solo pasaba a mirar—

—Si, ya lo sé. Lo que quiero saber es qué estás haciendo siempre en las afueras ¿No te estarás adentrando en el bosque? Sabes que está prohibido ir, es peligroso, hay bestias y bandidos—

—…—

—¿Por qué siempre te quedas callado? ¡Respóndeme!—

—No me estoy adentrando en el bosque— Mintió.

Laiska pareció aliviado al recibir la retroalimentación a sus preguntas.

—¿Entonces qué estás haciendo?—

—Cosas—

—¿Que clase de cosas?—

—Pasear... dormir… jugar…— Decía lo primero que se le venía a la cabeza.

—¿Y no puedes hacer todo eso donde yo pueda verte? Siempre estás solo y regresas magullado, herido y mojado. Me preocupo por ti— Le soltó el brazo.

—Lo sé. No hago nada peligroso. Solo que… Me gusta estar cerca del río, nada más—

—El río es el lugar más peligroso que hay— Colocó su mano sobre su cara y movió la cabeza negativamente —Ni siquiera sabes nadar, podrías ahogarte o algo peor. Es mejor que te quedes junto a los demás—

—Sé nadar—

—Eso no importa, no quita el hecho de que te pueda pasar algo—

Manis se mordió el labio. Esa conversación le estaba cansando y mucho y eso que apenas había empezado la mañana. No soportaba que le tratasen como a un niño de primaria.

—Lo tengo muy en cuenta. No me meto en zonas profundas, ni tampoco me acerco al bosque. Solo que… necesito un respiro—

—¿Eh?— Laiska le miró con la ceja arqueada.

—Aguantar al capullo del artesano me quita las ganas de relacionarme con la gente—

Al escucharle, Laiska le abofeteó.

—¿Qué modales son esos? Ese hombre ha sido muy amable al permitirte trabajar en su taller ¿Sabes cuanta gente desea tener una oportunidad como esa? Estar en el gremio de artesanos es casi imposible para los huérfanos. Deberías estarle agradecido—

Manis se reprimió las ganas de hacerla pedazos.

—… Lo… tendré en cuenta— Dijo marchándose dando por terminada la conversación, a pesar de las objeciones de su cuidadora —Qué gran pérdida de tiempo— Pensó mientas miraba su reloj.

Laiska no se quedó conforme con la situación. Regresó a la casa, donde encontró a la chica gato echándose una siesta después de comer. Dormía despreocupadamente junto a la chimenea, como era habitual en ella.

—Shirin, despierta— Ordenó Laiska.

La chica abrió sus ojos rasgados entre ronroneos.

—¿Ya es hora de comer?—

—Pero si acabas de comer—

—Entonces dormiré un poquito más—

—De eso nada, necesito que hagas algo por mí— Dijo Laiska agarrándola de la cola y obligándole a incorporarse.

Después de terminar sus labores en el taller, volvió a su base, donde continuó con su proyecto.

Ya había construido la base de su bañera, ahora tenía que apilar piedras en los bordes para crear las paredes de la misma. Dejó un hueco sin rellenar, el cual serviría para poder cambiar el agua.

Paró un momento para tomar un trago de su bota y se dio cuenta de que eran las últimas gotas que tenía.

Maldijo su suerte, pues ya no podía regresar al pozo y el del pueblo quedaba aun más lejos.

—Ahora tengo que construir una purificadora de agua ¿Por qué no pueden vender agua embotellada? Nunca creí que echaría tanto de menos el plástico— Soltó una carcajada.

Estaba en sus planes desde hacía tiempo hacer una purificadora de agua, pero confiaba en terminar antes la bañera de piedra, pero el calor y la ascendente humedad, le sacaba la garganta.

En sus recuerdos había varios purificadores que podía elaborar, pero analizando a fondo dichos proyectos, se dio cuenta de que algunos purificaban más que otros. Miró a los lados buscando algo específico.

—Aquí no hay bambú… siquiera sé si existe—

En ese momento sus ojos encontraron otra planta que le podía servir.

La planta en cuestión estaba muerta, su tallo estaba seco pero su interior era hueco y eso le convenía. Con la pala trazó un corte separándola de la tierra. Al examinarla bien se dio cuenta de que una parte estaba quebradiza, pero otra era sólida. La cortó hasta obtener un tubo, luego la lavó tanto dentro como fuera.

Con su pala hizo un pequeño agujero, lo rellenó con agua y extrajo el barro. Con el barro creó un horno circular, pero a diferencia del otro, este no sería tan grande.

—Qué estás haciendo— Le preguntó una voz aguda.

Manis alzó la cabeza encontrándose con la chica de orejas de gato.

—Shirin…— Dijo Manis —Así que Laiska te ha enviado a espiarme—

—¿Eh? No se de qué me hablas— Respondió nerviosa mirando hacia otra parte.

—Como sea ¿Qué quieres?—

—Esto… ¿Qué es esto?— Preguntó señalando a la estructura circular, intentando desviar la conversación.

—Barro— Respondió Manis secamente mientras continuaba trabajando.

—¿Y qué haces con el barro?— Volvió a preguntar mientas meneaba la cola de un lado a otro.

—Un horno—

La chica le miró confusa, pero no dijo nada de momento.

—¿Por qué has cubierto las ramas con barro? ¿No las vas a quemar? ¿Y ahora por qué haces agujeros, si las has cubierto?—

—Para ventilar. El aire sube por abajo, y alimenta las llamas, la ceniza cae por los agujeros ¿Algo más?—

—No veo las llamas—

—Todavía es pronto para ello, antes tengo que hacer las paredes— Cogió un trozo grande de barro y lo colocó en le borde del círculo.

—Se ve delicioso— Dijo la chica babeando.

—Por desgracias no es comestible o acaso tu especie puede comer barro—

La chica negó con la cabeza. Caminó se un lado a otro mirando como trabajaba el chico con mucha curiosidad, pero tras un rato se cansó y se echó a dormir acurrucada en la hierba como un gato de verdad.

Manis termino el horno colocando tres grandes soportes hechos de barro donde pondría la olla de barro. Antes de continuar miró a la chica intentando acomodarse en la hierba. La dejó en paz y fue a recoger madera.

Al regresar ella seguía ahí, dormida y acurrucada, moviendo la punta de la cola. El sonido de la madera clavándose en el suelo la despertó, como si le hubiesen echado un balde agua fría. Miró como el chico clavaba cuatro estacas de madera a la misma altura que el horno y pasó a ver lo que hacía.

Tras colocar las cuatro estacas las conectó con cuatro tiras de madera creando un perímetro cuadrado, luego siguió añadiendo más tiras de madera. Finalmente las cubrió con más barro.

—Parece un taburete— Dijo Shirin.

—Veo que ya te has despertado—

—¿Vas a sentarte encima? No parece muy estable—

—No, no, hombre no. Qué va a ser esto una silla— Dijo añadiendo más barro en los bordes creando una especie de cuenco.

Antes de que se haya secado, cogió el tubo y lo puso sobre el cuenco presionándolo para crear una hendidura en las pareces que servían a modo de sugestión.

—Bueno, ya está— Dijo Manis para si mismo.

—¿Ya está qué?—

—Esto— Señaló Manis ambas estructuras —¿Es que no lo ves?—

La niña ladeó la cabeza de un lado a otro, como un turista en frente de una obra de arte.

—No entiendo nada—

—Entonces espera un poco más—

Rellenó el interior del horno con madera y la prendió usando el pedernal.

—Uah, fuego ¿Como has hecho fuego? ¿Tu también sabes magia?—

Manis la miró sintiendo como una gran gota de sudor le recorría la nuca.

—Para nada. Según Laiska, no tengo suficiente mana para lanzar hechizos por lo que es una soberana pérdida de tiempo siquiera enseñarme nada—

—¿Entonces como lo has hecho? Venga dímelo, no te quedes callado—

—¿Quieres dejar de zarandearme?— La chica negó con la cabeza, a lo que Manis suspiró —Mira, si me dejas tranquilo te daré pescado ¿Qué te parece?—

—¿Pescando? Viva, pescado, pescado— Saltó alegremente de un lado a otro hasta que de pronto se detuvo ¿Oye donde está el pescado?—

Manis señaló al río, a lo que la chica hizo un puchero.

—Mentiroso—

Mientras el horno se calentaba, agarró una vasija junto con una tapa. El cuenco lo rellenó con agua del río mientras que a la tapa le hizo un par de agujeros: el primero era para incrustar el tubo y el segundo para que la vasija no se quede sin agua, al mismo tiempo hizo un improvisado tapón con arcilla.

Llenó el cuenco donde se apoyaba el tubo y la vasija con agua del río. Conectó el tubo a la tapa agujereada y selló las cavidades con más barro creando un sello hermético. Observó como desde el borde del tubo empezaba a gotear agua, colocó una hoja verde a modo de tapón y un vaso en el suelo.

—Lo ves ahora—

—Madre dice que el agua de río es mala, produce vapores malvados llenos de espíritus que te hacen enfermar—

—Cierto. Madre tiene mucha razón y a la vez se equivoca. Los vapores no son malos, el agua recién recogida, la que es mala. Hirviéndola separas el agua de las toxinas. Recoges el vapor y dejas que se enfríe. En resumen purificamos el agua—

—Es vapor de río y el vapor es malo. Te enfermarás y morirás como los demás. Se lo diré a Madre—

—Sigues sin entenderlo. Como sea no esperaba nada de ti— Susurró.

Dejó que el vaso se llenara un poco antes de tomar un trago.

—Que agua más limpia. Lástima que esté tan caliente. Aunque si encontrara hierbas podría hacer un té— Rellenó de nuevo la vasija y luego se fue a terminar su otro proyecto.

La bañera de piedra estaba casi lista, pero faltaban cosas. Recogió más piedras y creó más mortero, colocó las piedras en un semicírculo alrededor de la salida del túnel y amontonó las piedras en una chimenea que miraba hacia fuera. El último paso era llenar la bañera con agua.

Al construirla cerca del río le daba la oportunidad de transportar agua. Para ello arrancó mucha corteza, la dobló usando calor y la colocó sobre unos palos en forma de Y. Usó mortero para pegar las piezas salvo la última, la cual se podía retirar a voluntad.

Comprobó que su sistema de cañería improvisado funcionaba la mitad de bien. Había goteras por todas partes y no toda el agua fluía correctamente.

Barrió el interior de la bañera una rama de arbusto y dejó que el agua entrase a la bañera para luego abrir la boca de salida, la cual estaba de madera que obtuvo al cortar los troncos frescos con la pala.

Llenó el túnel con toda la madera que encontró y le pendió fuego. Mientras esperaba, rellenó la bota con agua y juntó más piedras con el fin de amontonarlas en una escalera que permitiese mayor accesibilidad.

Metió la mano y comprobó que el agua estaba caliente. Sin poder resistirse se desnudó y se metió en el agua.

—Que buena sensación— Dijo Shirin.

Manis miro a su lado encontrándose a la chica gata ocupando la otra mitad de la bañera.

—¿Que demonios estás haciendo aquí?—

—Nunca imaginé que se podía bañarse en aguan caliente. Es muy agradable—

—Eso no es lo que te he preguntado—

Shirin chapoteó haciendo como si nadara de un lado a otro.

—Oye, deja de salpicar—

—Jaja, parecemos guisantes en una olla… ¿Así que así es como se sienten los guisantes cuando los vamos a comer? Eso quiere decir…—

—Para nada, el agua siquiera está cerca de esa temperatura—

—Ahora estás muy hablador—

—Cállate— Dijo Manis saliendo del agua para echar más ramas al fuego y de paso coger la toalla y el jabón.

—¿Que es eso lo que huele ten bien?— Preguntó recostada contra el borde de la bañera mientras meneaba su cola frenéticamente —¿Qué es, que es, venga dime qué es?—

—Es jabón— Respondió ya harto de sus insistencias.

—¿Jabón? Esa cosa que tienen los ricos ¿De donde la has sacado? Umm que bien huele ¿Me lo puedo comer?—

—No. Porque morirás—

—No quiero morir—

—Pues no te comas el jabón—

—Anda dime, de donde lo has sacado. A nosotros no se nos permite tener dinero hasta que no cumplamos mayoría de edad. Por cierto me quedan solo un par de… ¿Como dijo Madre como has llamado a la Temporada Gélida?—

—Invierno—

—Si, eso— Señaló con su dedo —Que nombre más raro—

—No lo pronuncies entonces— Dijo mientras frotaba el jabón contra la toalla para usarla a modo de esponja. Sintió la penetrante mirada del ser humanoide estaba detrás de él —Me estoy enjabonando. Así es como se usa el jabón. No se come, quita la suciedad—
Shirin asintió sin parpadear. En un momento salió del agua y se acercó al chico.

—Oye, oye ¿Puedo usarlo yo también?— Preguntó señalándose a sí misma —Yo también quiero oler bien—

Manis le pasó la toalla y Shirin empezó a frotarse con ella. Al principio se frotó la cara y estornudó una burbuja de jabón, la persiguió hasta que explotó. Recogió la toalla del suelo y volvió a frotarse con ella hasta quedar cubierta de espuma. En ese momento un chorro de agua la aclaró. Manis con la misma vasija se aclaró a sí mismo y luego volvió a meterse dentro del agua, cosa que Shirin imitó zambulléndose como si de una piscina se tratase.

—Aun no me has dicho de donde conseguiste el jabón—

—Lo he hecho yo mismo—

—Mientes—

—Mezcla cal, agua y aceite. Es fácil de hacer—

—Mientes muy mal, si fuese tan fácil de hacer, entonces todos tendríamos uno y Madre y los demás olerían tan bien como tu— Se olisqueó frotándose el antebrazo para luego sentir la agradable sensación a lavanda que su piel emanaba.

—Si, yo también me pregunto lo mismo, el por qué no lo fabrican en masa—

Se produjo un momento de silencio que nadie quiso terminar hasta que la Shirin abrió la boca una vez más.

—Oye Manis ¿Por qué no quieres juntarte con los demás?—

—…—

—¿Alguno de nosotros te hizo algo para que te aislaras?—

—No—

—Entonces ¿Por qué no quieres jugar con los demás?—

—Bueno, eso mismo podría preguntártelo a ti—

—A miauw—

—Si—

La chica gata miró con nerviosismo de lado a lado.

—No sé de que me hablas—

—Haces lo que quieres cuando quieres. Te pasas el día durmiendo o jugando, siquiera haces las tareas que te encargan—

—Es que son muy aburridas— Dijo haciendo un puchero mirando a un lado. Manis acarició su oreja sacándole un ronroneo.

—Si, yo pienso igual. Vivo como quiero porque sé como vivir, a mi tampoco me gusta que nadie me digan todo el rato lo que tengo que hacer—

La chica apartó la cabeza.

—¿Que quieres decir que sabes como vivir?—

—Quiero decir que puedo apañármelas… En realidad no me gusta estar cerca de la gente. Siento que no encajo y que estoy perdiendo el tiempo. Y no creas que no lo he intentado, he pedido ayuda, he intentado entenderles, buscar un lenguaje común pero al final siempre es lo igual… Al final me he dado cuenta de que no tengo nada de que hablar con ellos y ellos no tienen nada que decirme. Me gusta estar solo… En fin, el agua se está enfriando y ya no queda leña, creo que voy a salir—

—Yo quiero quedarme un poco más. Se siente muy a gustito y agradable, creo que podría dormirme—

—Que curioso, creí que tu especie odiaba el agua—

—¿Hah, miaw especie? ¿Por qué preguntas eso?— Preguntó alzando las orejas.

—¿Que no eres un gato? Los gatos odian el agua—

—Yo no soy un gato— Dijo frotándose la mejilla con el dorso de la mano.

—Como quieras—

Manis sacó una tercera toalla, que era un trozo de manta más grande y se secó con ella.

—Si sigues dentro del agua cuando esta se enfríe tu también te enfriarás, te resfriarás y morirás— Vio la cara horrorizada de Shirin y continuó —O quizás te duermas y sin querer te ahogues, eso también podría pasar— Dijo mientras se vestía.

Shirin salió de golpe del agua gritando: No quiero morir, a lo que Manis le tiró la toalla encima.

—Si te secas bien y te vistes ahora mismo, no morirás—

Abrió la escotilla de madera permitiendo que toda el agua del interior saliese vaciando la bañera de piedra. Luego apartó el primer canalón que conectaba con el río cortando el flujo. Con la bañera vacía, la cubrió con ramas para evitar que se ensuciase o que se colase algún animal en busca de una madriguera.

—¿Quieres comer pescado?— Le preguntó a la chica, la cual asintió con energía.

Usando de nuevo sus cables pescó un par de peces medianamente grandes, los cuales puso al humo.

—¿Aun no nos los podemos comer?— Se quejó Shirin meneándose de un lado a otro.

—Deja que se ahúmen un poco más, matará a las bacterias y…— Entonces se dio cuenta de que la chica no le prestaba atención —Ahumados son más deliciosos—

—Bieeen— Gritó la chica alzando las manos. A lo que Manis la miró sintiendo como una gota recorría su nuca.

Tras preparar los pescados los dejó sobre el fuego. Usando el bisel de su reloj calculó el tiempo que tardaría en cocinarse. Para ello giró el bisel hasta colocar la punta marcada sobre la flecha de los minutos, cada marca indicaba un minuto, cuando la flecha llegue hasta la última marca indicaría que han pasado tantos minutos como marcas haya recorrido. Era una forma adicional de usar el reloj para medir el tiempo.

—¿Por qué siempre te miras la muñeca? ¿Te duele?— Preguntó la chica.

—No, para nada— Dijo Manis bajando la mano ocultando la pulsera —Cinco minutos más y estará listo—

—¿Qué significa cinco? ¿Y qué es minutos?—

—Cinco es un número y minutos es una unidad de medida del tiempo—

—¿Sabes contar?— Preguntó asombrada, a lo que Manis se limitó a asentir.

—¿Tu no?—

—Madre intentó enseñarme, pero era molesto recordar todo eso y pasé de aprender— Contó alegremente.

—Por favor, aprende a contar— Dijo Manis casi suplicando.

—¿Y tu qué sabes leer o escribir?— Preguntó Shirin.

Manis se lo pensó conocía un par de lenguas y sabía escribir tanto en alfabeto latino como en cirílico, pero desconocía la escritura de este mundo.

—No—

La chica sonrió triunfante, cosa que molestó al chico. Agarró uno de los pescados y se lo ofreció para que se callara.

Los días pasaron y empezó la temporada de las lluvias, las cuales anunciaban el final del verano para dar inicio al otoño. Para los lugareños el otoño e invierno eran uno mismo y se componía las dos partes, una que terminaba con la vida de la vegetación y otra más fría con nieve donde nada florecía.

Las intensas lluvias impedían que Manis siguiera su entrenamiento. Podía arriesgarse, pero enfermaría con total probabilidad y en ese mundo no existían los antibióticos, siquiera había medicina que podía llamarse medicina.

Durante el tiempo en que pasaba en el taller, aprovechaba para prepararse para la llegada del frío.

En la casa de acogida le proporcionaban un jersey de lana hecho a mano, pero con eso solo no bastaba. La lana al mojarse tardaba en secarse, por lo que necesitaba algo más impermeable.

La mujer del artesano se dedicaba a tejer y confeccionar ropa, y como en todas las fábricas, había desechos; trozos de tela que sobraban de la confección y los cuales se tiraban.

Manis coleccionó todos esos trozos asegurándose de que siempre fuesen de cáñamo.

En realidad no estaba seguro de que ese material fuese cáñamo, pues la planta no era igual a la que recordaba, ni poseía las mismas hojas características, ni su color era  verde, sino que era de un amarillo verdoso. Pero a pesar de ello, la tela de la cual se extraía compartía ciertas propiedades, por lo que decidió seguir llamando cáñamo.

Además siempre recogía los trozos de colores que encontraba como: gris, marrón verdoso y negro. Los recortaba dándoles formas desiguales y luego los cosía con hilo negro formando un patrón de camuflaje. Poco a poco iba consiguiendo que tuviese forma rectangular.

Cuando la tela tuvo un tamaño considerable, dejó de trabajar en ella y empezó a hacer  una capucha.

Midió el ancho de la tela doblando la misma y usando su mano extendida junto a la mitad de su cuerpo como referencia. Tras comprobar que efectivamente cumplía con sus expectativas, la volvió a desplegar por el suelo.

Usando una regla y una tiza halló el centro del rectángulo al calcular la mitad del largo y del ancho y trazar la una línea desde un punto a otro. El lugar donde se cruzaban indicaba el centro, en cuyo mismo dibujó un triángulo.

—¿Qué es eso?— Preguntó Rogi tomándose un descanso de su trabajo de tallar madera para su padre —Parece una sábana ¿La has hecho con las telas que mama desecha?—

—Eso parece— Respondió Manis.

—¿Mamá sabe que usas sus telas sin su permiso?—

Manis aun arrodillado en el suelo alzó su cabeza mirando al chico fijamente.

—O mejor me callo y no le digo nada. De hecho… no necesita saberlo—

Manis asintió y volvió a su trabajo.

Plegó la tela para hacer un par de cortes, la volvió a desplegar y recortó el triangulo, dejando una abertura en el centro de la tela. Dobló hacia el interior los bordes de cada lado del triangulo hacia el interior y los cosió dejando una abertura lisa.

A continuación encajó los bordes de la capucha en el interior del triangulo para luego coserlo todo junto con doble punto para asegurar una mayor resistencia.

Finalmente alzó la tela y se la puso encima comprobando que su cabeza entraba por el hueco triangular; la capucha cubría bien su cabeza y la anchura ocultaba sus brazos.

—¿Qué te parece?— Preguntó Manis.

Rogi le miró sin saber bien qué decir, pero para su alivio su padre dijo exactamente lo que pensaba.

—¿Qué es eso, una capa? Parece una especie de disfraz—

—Es un poncho—

—Pon…cho. Por qué te inventas nombres tan raros— Preguntó Rogi.

—No he sido yo quien se inventó esa palabra—

—¿Y quién lo hizo entonces, eh?—

—Los sudamericanos—

—¿Suda qué? No entiendo nada ¡Papá, se está inventando palabras!—

—Vale, que más da como lo llame. Lo que quiero saber es para qué has gastado todas esas telas, en una sábana a la que has agujereado— Dijo el Artesano.

—Nunca fue una sábana. Un poncho es como un abrigo, para resguardarme del frío— Respondió Manis.

—¿Eso, un abrigo?— El artesano soltó un suspiro mientras se llevaba la mano a la cabeza —Niño, tu estás mal de la cabeza. Llamaría al curandero para que te diese un remedio, pero detestaría deberle nada sabiendo que diría que no tienes cura posible—

—No hacía falta insultarme. Si no te gusta dilo y ya está— Dijo Manis con un tono frío.

—Lo que no me gusta es la imagen que das de mi taller. Haces que esto parezca una casa de locos. Si tienes frío pídele a mi mujer que te haga un abrigo o algo. Joder, no sé qué estoy haciendo discutiendo con un retrasado— Dijo para sí mismo en voz alta.

—Así que es eso. Todos me veis como un subnormal— Pensó Manis —Eso explicaría muchas cosas ¿Por qué no me di cuenta antes?... supongo que porque me estaba centrando demasiado en mí mismo. Vale, ahora me pregunto como puedo sacar provecho de esto—

—Oye, ahora que me fijo tienes el mismo patrón que en tus pantalones— Dijo Rogi interrumpiendo la meditación de Manis.

—Si, es un patrón estampado militar de camuflaje— Respondió Manis instintívamente

—¿Militar? Si te refieres a los soldados, no creo que ninguno de ellos se atreva a usar ese tipo de ropas tan feas. Además esa palabra, Camu…f ¿Qué? Esa palabra no existe, te la acabas de inventar—

—Eso es. Me lo acabo de inventar—

—¿Por qué hace eso? Si sigues inventándote cosas, la gente te tomará por un mentiroso y no querrán volver a hablar contigo—

—¿Qué acaso ya no lo hacen?— Preguntó Manis, a lo que Rogi se quedó callado.

Manis se sacó el poncho e hizo un par de retoques para evitar que haya hilos sueltos.

El poncho era lo suficientemente largo como para cubrir casi todo su cuerpo. Incluso si seguía creciendo, todavía le serviría y por si todavía no fuera suficiente, podía seguir agregando trozos hasta estar complacido. Lo bueno de un poncho de tipo camuflaje era que si se rompía o se agujereaba, los parches no desentonaban en absoluto.

Luego empezó a trabajar en hacer una cesta de supervivencia hecha de raíces de pino y tiras de corteza de árbol. Empezó colocando tres raíces más gruesas como base para la cesta coserlas usando una raíz muy delgada. Sostuvo firmemente la base mientras iba envolviendo con firmeza la raíz delgada por encima y por debajo.

Tras completar un círculo envolvió completamente uno de los tallos de la base y modificó el patrón inferior. Esto aseguró cada uno de los tallos de la base. Continuó con el patrón hasta acabar la raíz y para una sugestión extra agregó otra raíz.

Una vez en ese punto, teniendo una base muy segura continuó tejiendo de la misma manera solo que esta vez empleó las tiras de corteza. Al terminar el cuerpo de la cesta, el siguiente paso fue asegurar los extremos doblándolos y escondiéndolos detrás de otro tallo.

Con los bordes terminados pilló una nueva raíz en lugar de una corteza para hacer los bordes de la cesta. Esta parte era la más simple, pero aseguraba los extremos plegados y le daba a la cesta una apariencia más terminada. Necesitaba una raíz en lugar de una corteza porque la raíz era más resistente.

Una vez terminada la cesta, la llenó para ver cuanto podía resistir y el resultado fue satisfactorio.

Del metal mágico que rebautizó como metal mimético, sacó un pequeño recipiente redondo y poco profundo en cuyo lado había un par de agujeros en los cuales se atornillaba un mango de madera. Ya había conseguido su primera sartén de camping.

La temporada de lluvias llenaba la atmósfera de humedad, la cual intensificaba el frío. Sin embargo, las lluvias en sí eran bastante cortas, pero diluviaba como si fuese el fin del mundo.

Entre esos momentos cuando amainaba la lluvia, se podía salir a caminar entre el barro y la hierba mojada.

Recorriendo los bosques cercanos, había arbustos cuyos frutos eran comestibles. Eran bayas rojas y azules, de un sabor agrio y dulce respectivamente. Parecían arándanos o ciruelos. También había frambuesas, limones y granadas, así como madroños y bellotas, sin embargo estos últimos no era muy recomendable comerlos salvo en caso de supervivencia, por su alto contenido en taninos.

Cuando la cesta se llenó, regresó a su campamento.

Sentado sobre una roca comía las bayas como si fuesen caramelos, mientras miraba al cielo sin pensar en nada.

Desde que despertó había recuperado muchas cosas, como indumentaria y artículos, así como su arma personal única, solo le faltaban unas buenas botas, pero esperó a que las suyas se gastaran por completo, mientras reunía pieles de donde podía para hacerse unas nuevas buenas botas, ya sea cazando por su cuenta sin que nadie se diese cuenta o entre los desechos.

Desconfiaba de que de verdad pudiesen venderle algo en esa aldea en la que tuvo la desgracia de despertar.

Echaba de menos su teléfono inteligente, con el cual podía jugar o escuchar música. La armónica dependía de su habilidad y no era precisamente su especialidad, pues el primer instrumento que aprendió a tocar fue una guitarra por influencia de los chicos de su instituto. Sin embargo la armónica tenía mayor valor sentimental.

Meditó también en hacerse una segunda pulsera, pues ya se le habían acabado las ideas.

Recuperar la tecnología del mundo moderno requería de muchas cosas fuera de su habilidad y la convencionalidad del metal mágico. Ya el solo hecho de fabricarse una simple indumentaria llevaba muchas semanas.

Insistió en que le ayudaran a fabricar una máquina de coser antigua sin motor, pero siempre le recordaban su lugar. Por no hablar de cuando intentó convencer a los agricultores de usar su cal obtenida para mejorar la calidad de la tierra y lo único que consiguió fue que prescindieran de su ayuda en la próxima recolecta, cosa que enfadó a Laiska, la cual tuvo que pedir perdón por su comportamiento.

—Si no me escuchan sobre la cal, ya no puedo hablarles sobre la rotación cuatrienal. En fin, supongo que en invierno volveremos a pasar hambre— Pensó desanimado.

Sin embargo había algo positivo. Se mostró a sí mismo que podía obtener sus propios recursos y sobrevivir, como en esos programas donde soltaban a una persona en un clima hostil y veían como se las apañaba para escapar. Se sentía igual que esa persona, salvo por la excepción de que esos programas estaban preparados de antemano y eran grabados en un mundo conocido.

Cuando volvió en sí se dio cuenta de que el tiempo se había oscurecido. Miró el reloj. Todavía era mediodía. Supuso que empezaría a llover, pero no tenía ganas de volver a la casa y el taller estaba cerrado y a la taberna no podía entrar.

—Tendré que construir un refugio— Dijo mientras se levantaba con pesadez.

Sacó un trozo enrollado de piel. En su interior había varias herramientas creadas por él mismo, incluida la sierra desmontable que consistía en una hoja serrada con dos agujeros en ambos extremos y cuatro palos atados con una cuerda, dos curvos que servían para sujetar la sierra y a modo de mango, que separaba los dos primeros y un tercer que servía para enrollar la cuerda que mantenía sujeta la estructura. En los agujeros de la sierra se introducían cortas ramas que servían para evitar que la sierra se cayese.

Adentrándose en el bosque buscó los árboles más delgados y largos que crecían junto a los árboles más antiguos. Y precisamente estos árboles abundaban debido a la falta de cuidado del bosque.

Con la sierra cortó el tronco lo más cerca posible del suelo, para que el tocón no sobresaliese.

Mientras reunía los troncos, escuchó como algo se movía entre las hojas y gritaba.

Dejó los troncos con cuidado de no hacer mucho ruido y avanzó sigilosamente entre los matorrales, o eso pretendía, pues las hojas secas y mojadas crujían bajo sus pies, lo que le obligaba a ralentizar aún más su pasos, mientras se guiaba por el sonido.

Una especie de pájaro gritaba al tiempo en que caminaba mientras extendía sus alas de par en par mostrando sus plumas de color marrón y blanco. Al parecer estaba en su época de apareamiento y buscaba una hembra con sus gritos.

El pájaro parecía ser una codorniz, o eso parecía ser y al parecer el pájaro no le había visto, gracias a su ropa de camuflaje.

Inicialmente Manis no quería cazarla, habría preferido atraparla viva, a ambos pájaros y mantenerlos en un corral secreto para beneficiarse de su prole, pero al ver a un zorro gris asechando a un par de metros, decidió anticiparse.

No necesitaba de armas o trampas. Sus cables eran todo lo que necesitaba. Cables finos, imperceptibles y resistentes.

Cuando vio al zorro preparándose para abalanzarse sobre la presa, Manis atrapó a la codorniz haciendo un gesto con su mano sin que esta lo notara hasta que estuvo en sus manos. El zorro al ver a su presa arrebatada, optó por escapar.

La caza furtiva estaba prohibida, solo el conde tenía el derecho de cazar libremente en el bosque, pero a Manis nada le importaba las leyes de un hombre al que no respetaba y mucho menos si la comida en cuestión se ofrecía por sí misma.

Cortó el cuello de la codorniz con un simple gesto, la dejó colgando entre sus hilos y se la llevó junto a los troncos al campamento.

Desplumó al pájaro y cortó la carne con el filo de la pala, dejándola en un plato. Las plumas las guardó para hacerse una almohada.

Cuando se dispuso a cocinarla se dio cuenta de que había demasiada humedad en el suelo como para mantener una hoguera estable, por lo que tras pensarlo decidió hacer una antorcha sueca.

Para ello agarró un tronco y lo recortó en dos partes usando la sierra. Una de las partes fue clavada firmemente en el suelo.

Realizó por encima una incisión en forma de cruz. Usando madera a modo de cuña abrió las incisiones a base de golpes con la pala sin llegar a partir el tronco. En su interior colocó cortezas, yescas, hasta llegar a cubrir las fisuras por completo.

Con su pedernal de magnesio incendió un trozo de corteza quemo la yesca que estaba en la parte más baja de la fisura. En poco tiempo el tronco empezó a arder.

A falta de aceite o mantequilla, untó la sartén de acero inoxidable con la grasa del propio animal y colocó la sartén sobre el tronco. Cuando oyó chisporroteos, colocó la carne cortada llenando cada espacio. La grasa era para evitar que la carne se pegase a la sartén.

Mientras la carne se cocinaba, Manis agarró una larga y fina rama, la calentó y la retorció hasta lograr que se convirtiese en una especie de cuerda.

Colocó cuatro troncos juntos y los ató con la rama. Tras atarla y asegurarse de que no se iba a soltar, levantó los troncos al tiempo en que los separaba. La estructura tomó forma de tienda tipi, cosa que no convenció a Manis.

—No era lo que estaba pensando hacer, pero me vale—

Siguió añadiéndole troncos hasta tapar tres de los cuatro lados. Con una broca manual hizo dos agujeros a cada lado de la entrada. Agarró el tronco sobrante y cortó la pieza que serviría para hacer de marco, reduciendo el agujero al tamaño de una puerta.

Las tipi, conocidas también como tiendas apaches, solían ser revestidas con pieles, pero al carecer de las mismas, usó un recubrimiento alternativo, el musgo, pero antes le dio la vuelta a la carne para que se asaran por ambos lados.

El muso abundaba en la zona y era fácil de extraer, sin siquiera usar la pala. Bastaba con arrancarlo con las manos y este se desprendía del suelo.

Cubrió con el musgo las pareces de la tienda y añadió encima más troncos para que sujetaran el musgo.

Una vez terminada la tienda, solo tenía que colocar la piel de Lykainos a modo de alfombra y su hogar provisional ya estaba terminado.

—Da igual lo que haga, sigue pareciendo una tienda estereotípica del western. Solo falta el apache con su tocado de plumas danzando mientras fuma la pipa de la paz—

Una gota de agua cayó en su cabeza. Empezó a chisporrotear. Inmediatamente sacó el jabón y fue a lavarse las manos al río.

Manis retiró la sartén del fuego y vertió la carne en el plato, el cual fue depositado en el interior de la tienda, sobre la piel,

Prendió fuego a lo que quedaba del tronco recortado y lo dejó en frente de la tienda para que alumbrara y calentara el interior.

Como no le dejaban usar cuchillos, su único cubierto era un tenedor, cosa que no le importaba, pues tanto en su vida pasada como ahora no solía usar mucho el cuchillo para comer.

Pinchó un trozo de carne y la comió mientras la sujetaba en el aire. La carne era blanda, casi como un chicle y costaba masticarla. Su sabor al ser cocinada en crudo sin sal ni especias, se sentía insípido.

Una gota cayó sobre su cabeza. La tienda apache tenía goteras, al igual que la casa de acogida.

Manis recordó como recomendó a Laiska a reforzar el techo de madera con tejas de arcilla o que reforzaran la estructura de madera con concreto para pasar menos frío en invierno, pero ella lo ignoró como de costumbre.

Mientras comía, a menudo se preguntaba como es que teniendo los materiales para hacer cemento, concreto y demás; las casas seguían siendo de madera. Había casas hechas de roca, pero estas eran apiladas y colocadas encajándose unas sobre otras en lugar de ser unidas por mortero, algo que era muy costoso y molesto de hacer. Sin embargo no había visto ni un ladrillo, ni siquiera en la mansión del conde.

Tras terminar de comer el último pedazo de carne, tomó un trago de su bota. Pero no era suficiente para calmar su sed, así como para quitarle el sabor de la carne de su boca.

Miró en su cesta en busca de una baya, pero solo quedaban algunas granadas.

Agarró una y observó cuidadosamente el color rojo escarlata de su piel. La granada se consideraba un símbolo de fertilidad entre las mujeres y su sabor variaba según la tierra en la que se plantaba. Algunos eran muy dulces y otros muy amargos. Los que sujetaba entres sus manos estaban a medio camino entre dulce y amargo.

Se le ocurrió la idea de hacer zumo.

Agarró el mortero ya limpio de cal y un vaso hecho de barro. Peló las granadas dejando las pepitas en el cuenco. No pudo evitar la tentación de llevarse algunas a la boca.

Usando el pilón de madera aplastó las pepitas exprimiendo el jugo que luego vertía dentro del vaso. Luego partió un limón en dos y lo exprimió dentro del vaso, removió con el dorso del tenedor de madera y añadió las últimas gotas de agua que quedaban en su bota.

El resultado fue un refrescante refresco natural sin gas.

Mirando a los lados se preguntó donde estaría esa niña gato, se suponía que Laiska le había ordenado vigilarle, pero desde la última vez que se bañaron juntos solo apareció en un par de ocasiones.

De regreso en la casa, la encontró en frente de la chimenea monopolizando todo el calor que emanaba para descontento de los demás niños que intentaban alejarla de ahí, a lo que esta se resistía con uñas y dientes.

—Estaba preocupándome por nada— Pensó Manis.

Con el tiempo empezó a hacer cada vez más frío. La estación de las lluvias paró para dejar paso al otoño, luego siguió el invierno.

Nieve blanca empezó a llenar las calles y los prados de un blanco inmaculado.

A medida que entrenaba, Manis se daba cuenta de que algo ralentizaba su progreso. No era el clima, pues ya se había acostumbrado al frío. No era la escases de comida, cazaba lo quería. No era el terreno, eso en cierto modo ayudaba a su desarrollo. Lo que de verdad lo frenaba era él mismo.

Su cuerpo no era el suyo y por mucho que se esforzase, nunca llegaría a sentirse él mismo. Veía efímeramente su antigua apariencia en los charcos cristalinos de agua y se sentía devastado cuando esa imagen se difuminaba para mostrar como se veía en la actualidad.

En sus continuas carreras de entrenamiento cargando las pesas de arcilla endurecida, llegó a conocer bien el entorno en el que se encontraba y sus incursiones en el bosque le otorgaron conocimientos que ni los más aventureros sabían.

Con cautela y esfuerzo prosiguió su día a día, pero aun no sabía donde se encontraba realmente. Los mapas que recurrentemente veía en las tiendas no parecían indicar con certeza el lugar pues cada uno era diferente.

Decidió escalar una de las montañas del valle donde se encontraban para despejar sus dudas y expandir sus horizontes, pero tenía que hacerlo sin equipamiento, solo con sus manos, como parte de su entrenamiento. Pero entonces se dio cuenta de que al menos necesitaba unos buenos zapatos.

Los que tenía ya no se podían considerar como tales. Estaban agujereados, arrugados, apenas se mantenían unidos y se despegaban al andar.

Inicialmente se vio tentado a fabricarlos él mismo, pero le faltaban los materiales porque a diferencia de su ropa no podía hacerlos de trozos reciclados, necesitaba una decente cantidad de cuero.

En un principio pensó en robárselo al curtidor y de paso darle una soberana paliza por estafarle, pero descartó la idea debido a que si ese se aliaba con el artesano y con Laiska, aunque pudiese matarlos a los tres todavía no estaba en forma para masacrar al resto del pueblo. También podía solo robarle el cuero, pero tomaría represalias.

En el pueblo había un zapatero. Era un hombre joven que heredó el negocio de su padre cuando este falleció el año pasado por disentería. Se veía como alguien alegre y fiestero, pero racional.

Manis nació en este mundo sin dinero y por su condición social le prohibían tenerlo. Solo cuando pueda cumplir la mayoría de edad, quince años, podría optar por recibir dinero pero para eso quedaba aun bastante tiempo.

Sin embargo la economía no era como la recordaba. La verdad era que el dinero no siempre se usaba para los negocios, era escaso, difícil de fabricar y solo tenía valor entre comerciantes y nobles. El trueque era la moneda que hacía circular la economía.

Agarró una de las piedras de arcilla fusionadas con el cristal de sus primeros intentos fallidos. Parecía una gema.

Sin nada que perder fue a la zapatería.

—¿Dices que quieres comprarme unos zapatos?— Preguntó el zapatero.

—Si. Como ves, los míos están para el arrastre. Por lo que quiero unos nuevos—

—Mis trabajos no son precisamente baratos ¿Crees que puedes permitírtelos?—

—Tal vez podamos llegar a un acuerdo— Dijo Manis mostrándole la piedra de cristal —He oído que estás cortejando a una señorita. Con esta piedra puedes hacerle un recuerdo, un collar, un anillo, lo que quieras—

El zapatero agarró la piedra y la puso al sol haciendo que sus rayos realzaran los colores que se producían al fragmentarse la luz al pasar por las desordenadas cadenas moleculares.

—Esto… esto es ¡Cristal! ¡Una gema de cristal! ¿De donde la has sacado?— Preguntó estupefacto.

—Cerca del río, donde están las piedras. A veces aparecen— Mintió.

—Gracias tío, me has hecho la vida—

En ese momento Manis arrebató la piedra de sus manos con sus cables.

—De eso nada. No te la estoy dando. Te la estoy vendiendo. Dame un par de zapatos y la piedra será tuya—

El zapatero rebuscó entre los pares y le entregó unos zapatos de cuero, pero Manis los rechazó negando con la cabeza. Él quería que fuesen una talla más grande. Los zapatos que había en el lugar difícilmente se podían comparar con los se exponían en las tiendas de grandes marcas. No tenían su calidad y estaban desperdigados. La zapatería parecía más un cuarto de basura que una zapatería.

Manis buscó unas botas. Una especie de mocasines de suela fina hechos de piel natural. Al probárselos Manis vio que podía aprovecharlos mejor, por lo que decidió quedárselos.

El zapatero agradecido le instó a que regresara cuando quisiera.

Ahora que Manis tenía sus zapatos, tocaba personalizarlos y convertirlos en botas aptas para un paseo en peligrosas montañas.

Empezó con organizar y clasificar todos sus materiales. Una vez hecho todo, empezó recortando el collarín, deshaciendo las costuras del forro y quitando el sobrante de la lengüeta que le molestaba al flexionar.

Luego procedió a agujerear el cuero para que encaje con las costuras que el zapatero hizo en su momento.

Coser un zapato era más tedioso que hacer una riñonera, por el simple hecho de que manejar las dos agujas y hacer un doble refuerzo para asegurar las costuras en un especio reducido requería mucha habilidad y concentración.

—Oye niño ¿De donde has sacado esos zapatos?— Preguntó el artesano.

—Del zapatero, me los dio a cambio de una piedra— Dijo Manis sin apartar la mirada de su trabajo.

—¿De una piedra? Que cosas. No se como sigue en pie ese negocio suyo—

—Yo tampoco—

—Pero si tú fuiste el que le dio la piedra—

—Y parecía muy feliz de tenerla, tanto que me ayudo a elegir los zapatos—

—Si gilipollas hay en todos lados… Qué te iba a decir ¿Por qué estás destrozando esos zapatos que te regalaron?—

—Porque quiero convertirlos en botas adecuadas para climas hostiles—

—Quién demonios te enseñó a hablar de esa manera. Da igual no quiero saberlo. Tú continúa. Mientras no me molestes haz lo que quieras, total aquí todos hacen lo que les sale de la mismísima polla— Grito esto último pegándole una patada a un taburete de tres piernas, estrellándolo contra la pared, fragmentándolo en pedazos.

Manis continuó trabajando. Al terminar de añadir material, cogió un trozo de tela de algodón y la dobló metiendo entre los pliegues otras telas de cáñamo, cosió los bordes y los cosió en las paredes interiores de la bota creando así un forro grueso y suave.

Añadió a la lengüeta recortada, una tira de cuero larga hasta el cuello de la bota, en cuya parte superior agregó pasadores.

Para la plantilla, quería que fuese cómoda y adaptable, pero si gastaba materiales no tendría para la segunda bota.

Por segunda vez prefirió ampliar sus horizontes a lo desconocido y rebuscó entre el vasto contenido del taller hasta dar por suerte con una especie de material gelatinoso.

—¿Qué es eso?— Le preguntó a Rogi ya que su padre había salido al baño y tardaría un largo rato en regresar.

—Material obtenido de Slimes—

—¿Slimes? ¿Barro?—

—No, es una criatura gelatinosa. Si le quitas su núcleo mágico deja de moverse y deja atrás su cuerpo—

—¿Puedo usarlo?—

—¿Para qué?—

—¿Puedo o no?—

—Si, claro. En el trastero tenemos de sobra—

—Oye, una cosa más ¿El Slime este no es peligroso?—

—Que va, si son inofensivos. Hasta el gallina de mi hermano mayor se cargó uno el otro día—

—¿Cómo lo hizo?—

—Pues verás, le dio una patada a una piedra, esta rebotó en una casa y golpeó al Slime que había en el árbol—

—¿Es este?—

—Si, lo trajo ayer—

—Le daré las gracias a Lio más tarde—

—¡Rogi trae agua, la madre que te parió!— Se oyó el grito desesperado del artesano que retumbó por todo el taller.

Rogi salió a toda prisa con el cubo entre sus manos.

Antes de usar la gelatina hizo un par de experimentos con ella, como estirarla y ver su elasticidad, cortar un cacho para meterla en el agua comprobando lo impermeable que era, prendiéndole fuego para ver lo ignifuga que era y finalmente comprobó su pegajosidad en diversos materiales, resultando que podía adherirse bien a casi todo.

Cuando lo que quedaba de la gelatina pasó su control de calidad, la cortó en dos partes iguales. Con un rodillo de madera lisa la aplanó hasta que tuvo el grosor deseado y luego recortó una plantilla usando el zapato como guía. Finalmente hizo agujeros para la transpirabilidad.

Costó lo suyo insertar la plantilla dentro de la bota ya que esta se quedaba pegada con todo lo que tocaba. Al probarla y se sentía cómodo, como aquellas plantillas de gel que fueron moda en su momento. Sin embargo cuando sacó la pierna, esta salió con ella causando en el chico un fuerte sentimiento de frustración.

Manis agarró un trozo de tela, la más suave que encontró y recortó la silueta de la plantilla y la unió al Slime. Tal como sospechó, la tela se pegó al gel como si estuviese llena de pegamento.

—Menos mal que la probé sin los calcetines puestos—

Tras la ardua labor de volver a insertar la plantilla dentro de la bota decidió probársela de nuevo y el resultado fue más que satisfactorio. Se sentía cómoda en el pie, no se resbalaba y le llegaba hasta la mitad de la pantorrilla, incluso podía meter los pantalones dentro, pero aun tenía que ajustarlo.

Cogió una tira ancha y le hizo unos cuantos agujeros, colocó remaches en los mismos para evitar que se abrieran cuando la aguja de la hebilla pasara por ellas.

Al final quedó una bota de aspecto algo gótico, pero era cómoda y ajustable.

Solo quedaba reforzar la suela, pero en este mundo todavía no habían inventado la goma, ni tampoco había caucho procesado, por lo que tanto el esparto como la yuca quedaban descartados y eran más para hacer alpargatas y zapatos de verano.

Había corcho, pero no era recomendable en botas de montaña porque se desgastaría con rapidez, lo mismo pasaba con la crepe, por lo que tenía que volver a usar lo que quedaba de su cuero.

—Al final el cuero es la única solución a todo, el cuero y el metal líquido ese. Ojalá hubiesen más opciones—

Las suelas de cuero eran transpirables pero podían estropearse con la lluvia, pero eso podía solucionarse adhiriéndole unas capas de cera.

Unió varias tiras recortadas pegándolas con pegamento del taller y mediante pinzas las dejó secarse un día entero. Cuando estuvo totalmente seca y pegada, lijó los bordes y luego cubrió con cera fundida con ayuda de un pincel. Volvió a dejar que se secara, hizo los surcos y volvió a darle otra capa de cera.

Mientras las suelas se secaban, Manis aprovechó para arreglar el segundo zapato.

Una vez listos tenía un calzado decente. Casi podía llorar de la emoción. Se ajustaban bien a sus piernas y se sentían calientes y confortables.

Sin embargo aun no se sentía listo para ir a hacer alpinismo. Decidió crear una segunda pulsera con cables.

Al haber construido la primera sus manos ya estaban familiarizadas y por ende no necesitaba seguir las instrucciones ni hace cálculos. Estaba todo en su mente.

Sin embargo, al empezar la construcción de su segunda pulsera, se dio cuenta de algo muy importante. Sus manos estaban temblando.

La primera pulsera la construyó en verano, donde el calor permitía una alta movilidad, pero el frío que había en el taller le hacía temblar las manos y eso era un problema, pues precisaba de precisión absoluta.

En un principio pensó en subir la temperatura, pero a su jefe no le hacía gracia dicha propuesta. El artesano era un hombre bastante alto, gordo y musculoso. Un hombre de su físico tendía a sudar en exceso cuando trabajaba por lo que la temperatura del taller era la ideal para alguien como él, pero para gente como Manis y Rogi, los cuales eran muy delgados en comparación, el calor era tenue.

Manis probó calentar sus manos aun más frotándose las manos, pero calor generado se disipaba rápidamente y trabajar cerca de la forja molestaría al artesano a la vez que llamaría la atención del mismo, dos cosas que prefería evitar.

Pensó también en tejer unos guantes, pero estaba el problema del agarre. Necesitaba un material que permitiese agarrar los objetos con gran adherencia. El algodón y el cuero no proporcionaban el agarre que buscaba, mientras que el slime era demasiado pegajoso, tenía que hacer fuerza para despegar los objetos.

Estaba por rendirse y aplazar el proyecto para la siguiente estación, cuando por pura casualidad halló un tejido que cumplía con sus exigencias egoístas.

—Eso es piel de Ramidreju, dicen que cura todas las enfermedades y encuentra tesoros—

—¿En serio?— Preguntó Manis sorprendido.

—Claro que no ¿Cómo va a existir algo así, estamos tontos o qué?— Se burló el artesano.

—Y para qué te has marcado ese cuento—

—Yo no me he marcado nada, niño, solo te he contado lo que me han contado a mí. Esa piel fue un regalo de un antiguo amigo—

—¿Y por qué se encontraba en el montón de basura?—

—A ver niño ¿Tú me has visto cara de sastre?— Manis negó con la cabeza —A que no ¿verdad? Pues no me has visto cara de sastre porque no es mi puñetero trabajo ¿Lo entiendes?— Manis asintió con la cabeza —Bien, pues si lo entiendes piérdete por ahí. Ya es hora de ir a comer, no toques nada mientras estoy fuera—

Manis volvió a asentir y al instante en que se fue, recogió todas las herramientas necesarias para la elaboración de sus guantes.

Lo primero fue sacar un papel de corteza y estirarlo en el suelo, con ayuda de un par de piedras presionó los bordes para que no se enrollaran.

Colocó su mano cerca de la mitad superior de la hoja dejando un pequeño margen entre sus dedos y el límite de la hoja.

A continuación, con su carboncillo trazó el contorno de su mano. El resultado fue un rectángulo. Dividió en dos el rectángulo basándose en la longitud de sus dedos.

Con una regla tomó las medidas de la plantilla de su mano, trazó una línea horizontal y una perpendicular para calcar el diseño de la plantilla, como si fuera un espejo. Una parte sería la palma de la mano y la otra correspondería la dorso.

A continuación midió el tamaño del dedo índice y su distancia de la raya perpendicular para trazar una elipse por donde supuestamente entraría el pulgar.

Para la plantilla del pulgar marcó dibujó en otra parte de la hoja, un cuadrado. Trazó una raya horizontal y vertical dividiendo el cuadrado en cuatro partes. Midió la curva derecha de la elipse y la calcó en la sección inferior izquierda del cuadrado. Luego copió la medida en la casilla de al lado. Midió la línea horizontal y dibujó los puntos guías hasta el límite del cuadrado. Finalmente unió los puntos terminando la plantilla.

Para terminar, volvió a medir los dedos y marcó unas líneas para los fuelles que irían entre los dedos.

Al terminar tomó aire y soló un suspiro de alivio. La parte tediosa de la costura, había terminado, ahora empezaba la parte práctica.

Cogió un pedazo de tela de algodón y la recortó siguiendo la plantilla del dorso de la mano, luego agarró la piel de Ramidreju y la recortó siguiendo la plantilla de la palma. Hizo lo mismo con la plantilla del pulgar y con los fuelles. Unió las partes tal como se veía en el dibujo.

Decidió empezar cosiendo la plantilla del pulgar. Unió las dos mitades consiguiendo una especie de cucurucho. Insertó el pulgar para comprobar si la unión le causaba alguna molestia.

Tras unos ajustes cosió el pulgar en el agujero de la plantilla. Ahora tocaba la parte de los fuelles.

Agarró una tira y la colocó en el centro de entre los dos dedos hacia arriba. Coser esa parte era un trabajo algo delicado, pero requería más paciencia que habilidad. Los fuelles servían para rellenar el contorno de los dedos.

Una vez unidos todos, quedó parte más difícil, unir lo que daba del guante en el otro extremo de cada uno de los fuelles.

Teniendo ya los fuelles y el pulgar en su sitio, cerró los guantes uniendo los costados para luego terminar definitivamente añadiendo una tira que servía de puño para cubrir la muñeca.

—Me queda como un guante— Dijo poniéndose el guante —Ahora a por el otro—

Una vez tuvo los guantes comprobó el agarre, la comodidad y la movilidad. Se sentían cómodos y cálidos.

Al día siguiente comenzó con su proyecto.

Construyó la pulsera en tiempo record, pero antes de terminarla decidió innovar. En este mundo no estaba limitado a usar un metal, tenía todas unas gamas completas de diferentes metales a su disposición, e incluso podía conseguir metales ficticios.

Retomó los experimentos que dejó atrás con el vibranium y el adamantium. Con esos metales mejoró ambas armas.

Mientras trabajaba su subconsciente le obsequió con una idea.

Metió sus manos en el metal y sacó una plancha de vibranium increíblemente delgada, pero tan flexible como el papel de aluminio, pero de un color más oscuro.

Dio unos golpes con los dedos y era como si golpeara el aire. Para comprobar su elasticidad estrujó la lámina y luego lo abrió. Las arrugas de la lámina desaparecieron al alisar la lámina.

Envolvió la cáscara de un huevo y lo golpeó con el partillo. Al abrir el envoltorio la cáscara estaba intacta.

Se quedó asombrado de los resultados. A cada nuevo resultado se le venían más ideas a la mente.

Agarró las botas y las volvió a desmontar. Retiró la suela y la plantilla.

Sacó una lámina de vibranium del mismo tamaño que la suela con muchos agujeros en sus bordes. Y la cosió en sobre el cuero. Se probó la bota para comprobar que la nueva incorporación no le causaba molestia.

Añadió un refuerzo de metal sobre la punta y en el talón. Luego volvió a incorporar la plantilla y la suela. En esta última, talló pequeños surcos en zigzag con la ayuda de una herramienta que había en el taller, al cual utilizó con la mayor discreción. Los surcos ayudaban a la adherencia.

Cuando se las volvió a probar golpeó el suelo con toda su fuerza. El suelo de madera que crujía a cada paso permaneció en silencio.

Pateó el suelo, pisó la paja seca y dio varios saltos con toda su fuerza. No se oía nada. Su jefe se percató pero no por el ruido sino por sus exagerados movimientos.

Ahora que su equipo estaba completo se sentía preparado para la aventura.

Eligió una de las montañas que parecían ser más empinadas, se aseguró de tener la bota llena de agua purificada, esperó que la nieve se asentara y partió sin decirle nada a nadie.

Atravesó la valla y se adentró en el bosque.

El cielo nublado, la nieve blanca en el suelo y en las copas de los árboles impregnaban al lugar de un ambiente pulcro y plateado, dando la impresión de estar en bosque de metal y cristal.

Manis se detuvo. Formó un rectángulo con sus dedos y encuadró el paisaje. Parecía como una esas imágenes hechas por photoshop que solía colocar de fondo de pantalla en su ordenador.

Las botas que hizo eran idóneas para caminar sobre la nieve. Sus pies se mantenían calientes, el gel reducía la fatiga y las suelas aumentaban la adherencia. Caminar nunca fue tan agradable. En su mundo era normal tener este tipo de calzado, pero aquí era una verdadera rareza. Incluso había visto a gente con bolsas atadas a los pies.

Un gélido viento pasaba entre los árboles meciendo las ramas a su paso, sin embargo el frío no alcanzaba al chico. El poncho que llevaba, le protegía a la vez que le otorgaba una mayor movilidad que si llevara un abrigo. Los guantes actuaban como una segunda piel y protegían sus dedos.

Cuando notó que el terreno empezaba a ser cada vez más empinado comprendió que iba a en la dirección correcta.

A medida que avanzaba sentía que el que viento golpeaba con más fuerza su cara. Su boca estaba cubierta por la pañoleta, pero tenía que entrecerrar los ojos para avanzar contra el viento.

—Debí haber hecho unas gafas protectoras— Se quejó —Bueno, si regreso, las fabricaré—

Cuando se dio cuenta, había salido del bosque. Los árboles que limitaban su vista se habían reducido drásticamente y frente a él se alzaba una masa de tierra que llegaba hasta el cielo.

A paso ligero comenzó a correr. El camino era totalmente blanco. Toda la vegetación estaba oculta bajo la nieve pero por el sendero que avanzaba no veía necesidad de usar sus cables para evitar caerse, así pues tampoco había rocas grandes en las que enlazar los mismos.

Mientras caminaba miró al cielo. Las grises nubes se habían disipado en su mayoría dejando un inmenso mar azul sobre su cabeza.

Correr montaña arriba era algo nuevo para su cuerpo. Su cansancio aumentaba, sus muslos picaban y ardían. Su corazón bombeaba sangre como si no hubiera un mañana. El equipaje cada vez le pesaba más. Controlar su respiración se volvía cada vez más y más difícil, perdía el ritmo y lo volvía a recuperar lo cual se traducía como cansancio.

Cuando finalmente llegó a una cumbre apenas podía respirar. De inmediato se bajó la pañoleta de su boca y tomó una buena bocanada de aire.

—Tengo… que… esforzarme más— Dijo para sí mismo —Esto fue más senderismo que escalada, en fin vamos a ver donde estoy—

Manis se subió a un punto más elevado y desde ahí observó el paisaje. La escalada fue un éxito y la maravillosa vista nevada era la recompensa.

El mundo se extendía hasta el horizonte. Todo estaba cubierto por una capa blanca. El terreno accidentado formaba valles y elevaciones. El cielo celeste y sus extrañas lunas acompañaban la imagen, como una fotografía de una película de ciencia ficción.

Avanzó por las cimas ascendentes y descendentes hasta que encontró un punto donde podía ver algo que parecía agua en el horizonte. Manis se frotó los ojos y deseó haber fabricado unos prismáticos. No se le había pasado por su cabeza que su entrenamiento pudiese convertirse en una misión de reconocimiento. Más tarde se dio cuenta de que inconscientemente se había preparado para para una misión de reconocimiento.

No había viento, por lo que el frío era mucho más tolerable. Decidido a tomarse un descanso, Manis se acercó hasta lo que parecía ser una roca. Con sus manos retiró la nieve hasta hallar la verdadera forma dela roca.

Manis ajustó sus guantes. Con un simple gesto de su mano, el cable bailó por el aire, rompió la barrera del sonido y cortó la roca como si fuera mantequilla en tan solo un instante.

Empujó la roca cortada hasta que cayó a un lado revelando un corte extremadamente limpio. Deslizó su mano sobre la superficie comprobando lo lisa que era ahora la roca, perfectamente podía convertirse en una mesa, pero Manis optó por usarla a modo de silla, pero la roca era lo suficientemente grande como para usarse a modo de cama.

Estiró las piernas y los brazos. Se recostó. Al cabo de un rato se levantó. Volvió a recostarse. Miró su reloj.

Planeaba quedarse en las montañas hasta la tarde, incluso trajo el almuerzo envuelto en hojas verdes, pero todavía no quería comer.

Mirando las nubes sacó su armónica para matar el tiempo mientras descansaba. Sin que Manis se lo esperase, el sonido se extendió como el eco llamando la atención de una persona.

Manis dejó de tocar y se incorporó al sentir una presencia a distancia.

—Bueno, bueno ¿Cómo has llegado hasta aquí?—


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