Una mirada ausente

 

Una mirada ausente

 

Historia: Danny Garay

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Ilustración: Cesar_002

https://tapas.io/series/my-neighbor-ESP


0


Como si estuviera influenciado por un hechizo, no podía hacer más que admirarla, sin poder hablar, totalmente indeciso.

Sus delicados dedos danzaban sobre un piso monocromático. Aquel viejo piano cobraba vida y yo seguía estático.

Ella con una sutil, pero constante sonrisa, se sumía en un lejano mundo, donde los clamores no eran más que susurros. Un cautivante lugar casi de fantasía, inundado de sonidos pero que de luz carecía.

Maravillado por aquella interpretación seguí deleitándome con su belleza, mientras ella tocaba con elevada pasión sin siquiera notar mi presencia.

La blanca cortina de la ventana se meció suavemente, de igual manera su corto cabello celeste. Y entonces, el viento invernal le acarició el cuerpo, su piel primero y luego se perdió en la inmensidad de su cabello color cielo.

La causa del hechizo que me invadía no era más que sus ojos azules y opacos. En ocasiones brillaban de alegría y en otras se mostraban solitarios.

En aquel momento, como salido de un sueño, el piano con melancolía resonaba, en armonía con la ausencia de su mirada.

 

1


Era una tarde de octubre. Yo me encontraba mirando distraídamente mi celular, sin estar totalmente consciente de mi alrededor. Yo formaba parte de un grupo de estudiantes que conversaban ruidosamente en el salón, luego de que la última clase finalizara.

—... y eso no es todo. Natasha me mostró las capturas del chat con su ex. ¿A que no adivinas lo que él le pidió? —como carreta en bajada, las palabras salieron apuradas de la boca de April Osbourne.

April era la chica más popular de nuestro salón, me atrevería a pensar que incluso de toda la escuela. Su largo cabello rojo resaltaba con creces la claridad de su tersa piel y su prominente busto, del que ella se enorgullecía, atraía las inquietas miradas, tanto de los hombres, como de las mujeres. En otras palabras, April era el objeto de lujuria y envidia por igual.

—Eh, ¡cuéntame, cuéntame! —como si no quería saber del chisme, declaró Marianne, la amiga íntima de April.

—Pues verás, su ex... —ella interrumpió sus palabras—. Oye, ¿por qué estás muy callado hoy? —me preguntó la chica pelirroja con una mueca de desapruebo en sus labios.

—Uhm... —murmuré después de haberla visto de reojo.

—¡Eh! ¡Qué te estoy hablando!

April colocó una mano en mi celular, obligándome a intercambiar miradas con ella, entonces vi que ella lucía algo molesta.

—¿Qué quieres? —pregunté tranquilamente.

—Que estás muy callado. No me has estado poniendo atención desde que la clase terminó.

«Preferiría seguir viendo memes antes que escuchar tus tonterías», pensé al notar que ella no mostraba intenciones de alejar su mano de mi celular.

—Estoy aburrido —dije finalmente.

—Oh... con que era eso... —ella regresó a su habitual buen humor—. Lo hubieras dicho antes. Ya sé, hagamos planes para hoy —de inmediato sentí el generoso pecho de April posarse en uno de mis brazos—. Bien, donde podríamos ir... ¿al cine? O quizás a ese nuevo restaurante italiano, o tal vez...

«A mi casa, lejos de tu estridente voz».

Yo hacía un buen trabajo en no dejar que mis pensamientos se escaparan a través de mi boca.

—Hacen una hermosa pareja. Qué envidia —opinó Marianne viendo a April ser tan cercana conmigo.

Cualquiera pensaría que ella tenía razón al decir que April y yo formábamos una “hermosa” pareja. Pero la verdad era todo lo contrario, al menos para mí.

—Je, je, je, ¿verdad que sí? —asintió April—. Estoy muy emocionada por el año que viene...

—¿En serio? Será nuestro último año… —de repente Marianne exclamó—: ¡Ah! ¡El baile de graduación!

—¡Exacto! Veo que te has dado cuenta. Será como un sueño tener a Mathew bailando conmigo. Solo imagínatelo: él y yo tan cerca uno del otro, rodeados de globos flotando en el aire, las luces enfocándonos y con el grupo musical tocando una balada... Ah...

—Qué romántico. Seguro que te lucirás cuando llegue ese día.

—Ya lo creo, ¿verdad, Mathew?

Para mí, las palabras de April me entraron por un oído y me salieron por el otro ya que estaba absorto viendo el último pupitre vacío, ubicado en una solitaria esquina. El único pupitre que se encontraba en mal estado.

—Tengo otros planes para hoy —anuncié levantándome de mi asiento.

No podía seguir más tiempo esperando, yo quería verla... A la única persona que ocupaba todos mis pensamientos. No lograría estar más tiempo tranquilo si no podía hablar con ella.

Luego de guardar mi celular en el bolsillo del pantalón, me coloqué la mochila al hombro. Entonces el humor de April Osbourne cambió una vez más:

—¿¡Eh!? ¿¡A dónde vas!?

—Al salón de música —anuncié dándole la espalda.

—¿¡Qué!? ¿¡Vas a ir a donde está la ciega!?

—¡No le digas así! —mi voz molesta resonó en el salón callando de inmediato a April—. Ella tiene un nombre... —dejé ir un largo suspiro al ver su cara de sorpresa—. Lo siento, vas a tener que irte sola a tu casa.

—¿¡Aaah!? ¿¡Qué rayos te pasa!?

—Bye —me apresuré a despedirme sin muchos ánimos.

Lo último que llegué a escuchar fue un golpe, como si un pupitre fuera lanzado contra el suelo. De verdad April era una persona muy temperamental…

 

2


Una hermosa melodía de piano resonaba en todo el salón, con cada nota siendo llevada por el gélido viento haciendo que ésta resonara con mayor volumen.

En ese momento estaba interpretando «Fur Elise» de Beethoven. Me gustaba esa pieza en particular por el ritmo variante que tenía, la armonía y también porque yo me llamaba Elise. Mis padres me pusieron ese nombre porque cuando era una bebé, siempre sonreía en mi cuna al momento que aquella melodía sonaba a través de un juguete —creo que era una especie de teléfono celular—, bueno, eso es lo que dijo mi madre.

Me pregunto cómo es una sonrisa...

Al terminar de tocar, escuché unos pasos que luego fueron acompañados por aplausos.

—Gracias por escuchar, Mathew —dije.

—¿¡Eh!? ¿Cómo supiste que era yo?

—Ahm... Por el sonido de tus aplausos, tienen una frecuencia inconfundible, además de la duración de las pausas que hay entre cada aplauso.

—¿E— en serio? ¿Tienes un oído súper desarrollado, verdad? —preguntó él entusiasmado.

—Ja, ja, ja —en serio él se lo creyó—. Estaba bromeando. Supe que eras tú ya que eres el único que viene a escucharme.

Interrumpí mi efímera carcajada. Creo que eso último sonó como algo muy triste...

—Ah, qué tonto soy —comentó Mathew, ligeramente decepcionado.

Escuché un leve murmuro de su parte. Al parecer estaba pensando sus siguientes palabras. Era algo característico de Mathew. No dejaba que su boca reaccionara antes que su cerebro.

—¿Y bien? —inquirí—. ¿Qué te trae hoy por aquí?

—¡Ah! Bueno, quería escucharte tocar.

—¿Y qué más? —pregunté nuevamente. Estaba segura que ese no era su único objetivo.

—También quería verte… y hablar contigo.

—Hablar conmigo... —murmuré, algo sorprendida—. ¿Está bien eso? Qué dirá tu novia...

—¿Novia? —inquirió Mathew—. ¿De qué hablas? Yo no tengo novia.

—¿Y qué pasó con April?

—Ah, ella... April no es mi novia.

—¿¡Eh!? Pero si todos hablan de la hermosa pareja que forman ustedes, digo, ella es la chica más popular de la escuela y tú tampoco te quedas atrás en cuanto a popularidad. Es como si hubieran sido hechos uno para el otro...

—No digas tonterías —refutó él con un tono de voz que demostraba hartazgo—. April no es más que una compañera de clases.

—Oh, bueno... Si tú lo dices. ¿Y de qué querías hablar?

—Sobre cualquier cosa.

—¿Podrías ser más específico?

—Claro... ¿qué tal sobre el piano?

—¿El piano? Este no es mío, así que tampoco puedo decirte gran cosa sobre él, pero...

—No hablo de eso. No me has entendido. Quise decir sobre tu talento con el piano, cómo aprendiste a tocar ya que...

—¿Ya que estoy ciega? —inquirí.

—No... Yo no quería decírtelo de esa manera... —Mathew se escuchaba muy preocupado porque sus palabras fueran tomadas de otra manera—. Tengo curiosidad por saberlo, ya que me parece maravilloso lo que puedes hacer sin poder ver.

—¿Maravilloso, eh? No creo que sea así. Beethoven sí era maravilloso. Él fue capaz de componer hermosas e incomparables obras musicales a pesar de que no podía escuchar.

—Wow eso es increíble... —afirmó Mathew—, pero no seas tan humilde —luego sentí que él se me acercaba.

De inmediato el piano chilló, tomándome por sorpresa.

—¡Ah! Aquí eran las notas agudas... —se dijo él a sí mismo—. Veamos, ahora sí...

Con un ritmo pausado, Mathew hizo sonar el piano. En un compás de 4/4, cuyas notas tenían una duración idéntica, la melodía era inconfundible.

—Con que... «Little Star».

—¿Está sonando bien, verdad? —preguntó Mathew entusiasmado.

—Eh, sí. No lo estás haciendo nada mal —comenté.

Aunque no se me ocurría otra pieza más fácil de tocar. Al parecer el chico aprendió a tocar por su propia cuenta esta melodía en particular.

Las pausas entre notas se hicieron cada vez más largas hasta que el salón quedó en silencio. Luego escuché un suspiro de Mathew.

—¿Qué pasa? —indagué curiosa por su estado de ánimo.

—Eres muy talentosa —se apresuró a contestar—. En serio te admiro...

—Eh, gracias.

No entendía a donde quería llegar al decir eso. Sin saber qué responderle, una vez más el silencio hizo acto de presencia.

No tenía mucho tiempo de haber conocido a Mathew. Más o menos un mes había pasado cuando perdí mi bastón al finalizar las clases. En medio de murmullos y leves risas —casi reprimidas— sentí que mi cuerpo estaba siendo oprimido por una inquietante fuerza que constantemente me seguía desde que era una niña...

Se trataba del miedo.

El miedo de no poder evitar echarme a llorar solo para que aquellas risas, en un frenesí de superioridad, retumbaran acompañadas de exclamaciones e insultos. Tan solo una lágrima bastaría para ser el motivo de esas risotadas.

Había dicho que “perdí” mi bastón, pero obviamente no era así. Las burlescas exclamaciones me confirmaron que en esa ocasión alguien se había llevado mi bastón.

Sentí mi boca temblar, hice mi mejor esfuerzo para mantener una sonrisa, como si nada hubiera pasado, como siempre lo hacía. Me levanté con intención de ir a la sala de profesores, yendo a tientas, con las manos en el aire. Durante el corto camino, creo que alguien me había puesto un pie en medio haciéndome tropezar, y entonces, cuando mis rodillas tocaron el suelo, todos se echaron a reír.

Nada... Nada había cambiado desde mis días de primaria, pensé que con transferirme de escuela secundaria, significaría un cambio positivo en mi vida. Que conseguiría realizar buenas amistades. Que no volvería a ser la excluida del salón, ni ser la burla de todos...

—Oigan, ya basta. Esto fue suficiente.

Aquellas palabras bastaron para alejar de mi mente todos los pensamientos negativos de mi mente. Ese fue el momento que conocí la decidida voz de Mathew Jordison.

Me pregunto si aquella vez mis ojos realmente brillaron llenos de esperanza...

 

3


Estábamos en medio de un incómodo silencio. Elise, con sus manos sujetadas una con la otra, movía ligeramente los dedos pulgares. Me pregunté si yo era un estorbo en ese momento, quizás ella prefería estar sola y que por eso esta pequeña conversación no progresaba.

Ella, con su opaca mirada fija sobre las teclas del piano se mostraba meditabunda. Pasó en ese estado durante más de un minuto. Justo cuando me disponía a irme del salón, Elise levantó sus manos y las hizo descender sobre el piano, para hacer que el silencio que nos envolvía se esfumara como tinieblas ante la luz del día.

No sabía el nombre de la pieza musical que ella estaba tocando, sin embargo ésta se me hacía familiar... Era la misma melodía que escuché cuando vi a Elise por primera vez tocar el piano. 

En ese momento sentí que las partículas de polvo en el aire se quedaron inmóviles, que su cabello celeste ondeaba con gracia al compás del viento. Que todas las voces de los estudiantes que jugaban fútbol afuera quedaron reducidas a murmullos apenas audibles. Estábamos en invierno, no obstante sentí un cálido sentimiento que recorría cada centímetro de mi cuerpo. 

Era increíble lo que Elise era capaz con solo tocar el piano. Cuando ella estaba junto a aquel viejo instrumento era cuando toda su aura cambiada radicalmente, no parecía la misma triste y solitaria chica que era excluida en un rincón del salón solo porque todos se burlaban de su discapacidad.



A pesar de todo, ella mantuvo esa hermosa sonrisa, pero cuando vi sus labios temblar, pensé que yo era un completo idiota por haber permitido que ella estuviera a punto de llorar. No podía reprimirlo más, ya no me importaba pertenecer al grupo de estudiantes populares, yo había encontrado a la persona que realmente me cautivaba.

Minutos después, cuando ella finalizó su interpretación, empecé a aplaudir complacido por su virtuosismo. Ella me correspondió con una radiante sonrisa que contrastaba de enorme manera con el cielo grisáceo que se extendía detrás de su rostro.

—Una vez —Elise empezó a hablar—, alguien me preguntó qué se sentía estar rodeada de oscuridad. No supe qué responder ya que no tenía una clara noción sobre esa palabra. En las historias las tachan como una palabra tenebrosa, lo cual me hacía dudar si era lo adecuado para describir mi situación. De hecho, no es algo por lo cual yo tendría que sentirme triste. No es ningún padecimiento ni mucho menos un mal.

»No creo que ser ciega me hace menos que cualquier otra persona, pero a la gente le cuesta entender eso. Claro que existen algunos obstáculos, por ejemplo, en primaria no sabes el gran aprieto en el que estuvieron los profesores cuando les tocaba enseñar algo relacionado con las formas y colores de las cosas.

»¿Adaptarían sus métodos de enseñanza de acuerdo a mi situación? Lamentablemente no. Así que era simplemente excluida de participar en clases. Tuve compañeros que eran muy condescendientes conmigo lo cual me hacía sentir una inútil y otras personas que se burlaban de mí, haciéndome sentir peor. Era la burla del salón, y sin darme cuenta, dudé de la gente y de sus intenciones. Como si cualquiera se me acercaba solo con la intención de hacerme daño. 

»Me refugié en la alegría que me proporcionaba el tocar el piano, el instrumento que me apasionaba desde que tengo uso de la razón, los juguetes sonoros fueron obviamente lo que más tuve durante mi niñez. Todo había comenzado con un pequeño piano de juguete y mis solitarias tardes en mi casa…

Los ojos de Elise se perdieron en la nada, casi en un estado melancólico.

Notando que el ambiente se volvía deprimente, comencé a hablar:

—Sabes, podrá sonar contradictorio, pero creo que las personas que pueden ver, son los verdaderos ciegos.

—¿Eh? —Elise no pudo ocultar su asombro—. ¿A qué viene eso?

—No te conozco lo suficiente como para decir que entiendo por completo por lo que has pasado en tu niñez, pero yo no tuve una infancia que fuera digna de recordar. Mi apariencia actual era muy diferente de cuando era niño —por un momento dudé si ella realmente me entendería debido a su condición visual—. Al tener la capacidad de ver, solo nos limitamos a comprender la forma exterior de las cosas. Por lo general, lo que menos importa es lo de adentro. Por ejemplo, una gran novela ahora no puede darse a conocer si no es con una vistosa portada, lo mismo pasa con las personas. Si no somos vistosos en el exterior, pasamos desapercibido por los demás. Nos ignoran, nos menosprecian o rechazan... Así que, a eso me refería con lo que dije anteriormente. Los que pueden ver son los verdaderos ciegos.

—Mathew... —Elise quedó boquiabierta con lo que dije—. No esperaba escuchar algo así viniendo de tu parte...

—No me sorprende tu reacción. Lo que pasa, es que durante toda la primaria y el primer año de secundaria, yo era totalmente diferente por fuera. Creo que sería incómodo describirte cómo era mi apariencia, pero digamos que yo no era precisamente atractivo para las chicas. Uhm... Yo soy apasionado a la literatura y la poesía, formas de arte que actualmente no son bien vistos por las personas, lo cual no aumentaba mi atractivo. Yo era el feo, pero de bonitos sentimientos. Con esa combinación, yo no tuve días escolares memorables. 

»Es un mundo jodido en el que vivimos... Hartas veces escucho la frase «no juzgues a un libro solo por su portada», sin embargo la gente no puede dejar de hacerlo, y si alguien dice lo contrario es solo un hipócrita.

—Oh, estoy sin palabras... —Elise seguía sorprendida, creo que me he sincerado demasiado pronto—. Entonces, decidiste cambiar tu apariencia solo para encajar en la escuela ¿verdad? Pero según lo que he escuchado, no estás contento con el resultado.

—Eso mismo —asentí—. Fue un proceso largo, pero logré ser “atractivo” y después conseguí llamar la atención de las personas, hacer “amistades”, ser invitado a diversas fiestas y eventos de fútbol. Parecía que me iría bien durante el resto de la secundaria, no obstante siento que no logro encajar en ese tipo de mundo. A veces ni me reconozco, yo no quiero ser alguien tan diferente a lo que soy en mi interior. Ni tampoco reprimir mis verdaderos gustos y sentimientos.

Si existía alguien en esta escuela que de verdad lograría ver a mi “yo” real, no sería nadie más que Elise. Ella había dicho que dudaba de las intenciones de las personas y que por eso se alejaba de todos, sin embargo aquella chica cuya mirada ausente podía observar con mayor profundidad que cualquier otro logró ver mi verdadero ser.

—De verdad eres alguien muy interesante —declaró Elise sonrientemente.

—Tú también lo eres —dije.

Como la persona interesante que era Elise, también lo fue nuestra conversación. Charlamos sobre diversos temas, desde música clásica hasta poesía. Debido a lo abstraídos que estábamos al hablar tan amigablemente, nos dimos cuenta demasiado tarde que afuera estaba lloviendo.

—Ah, yo no traje mi chaqueta –dije estando en la salida de la escuela, junto a Elise.

Eran más de las cinco, varios estudiantes se encontraban dentro de los salones, otros ya se habían ido a tiempo. A lo lejos vi al vigilante, sentado tranquilamente con una vieja radio pegada a su oído, viendo el portón abierto de par en par.

—Qué mal por ti. Yo sí traje mi sombrilla –comentó Elise.

—Eh, eres una chica precavida. Aunque el informe del clima había dicho que hoy no llovería… ¿ah? Espera… ¿No estarás pensando irte a tu casa con esta lluvia, verdad?

Aunque no estuviera lloviendo muy fuerte. Ciertamente podría ser peligroso para una persona ciega caminar bajo la lluvia… Hay tantas situaciones que pueden ocurrir con este clima.

—Ahora me estás subestimando, Mathew —afirmó Elise todavía sin abrir la sombrilla.

Entonces ella colocó su mochila, el bastón y la sombrilla en el suelo, luego con su usual sonrisa me dijo:

—Mathew, por favor deja tu mochila. Quiero contarte algo.

Aún confundido por su petición, me descolgué la mochila.

—¿Y ahora? –pregunté.

De improviso ella me sujetó las manos y me arrastró al patio frontal de la escuela, debajo de la lluvia.

—¡Aaahhh! ¡Oye! –exclamé. Empecé a sentir la fría agua cayendo sobre mí.

Elise realmente era una chica muy interesante y a la vez cautivante.

Situándonos en el centro del patio y ella aún sujetándome las manos me vio directo a los ojos.

Así es, por primera vez intercambiamos miradas, ¿qué rayos estaba pasando?

—Sabes —Elise comenzó a hablar, con su tierna voz siendo amortiguada por el ruido de la lluvia—: Me encantan los días lluviosos. 

—¿Eh? ¿Por qué me estás diciendo eso?

—Estos son los momentos cuando el mundo empieza a tomar forma para mí.

—¿A qué te refieres? —pregunté—. ¿Por qué me arrastraste bajo la lluvia?

—Je, je, je. Sólo quería verte.

Me tomó un tiempo darme cuenta del verdadero significado de sus palabras.

Noté por primera vez que la ausencia en su mirada desapareció.


“Una mirada ausente”. Publicado el 20 de febrero del 2018. Obra registrada en “Safe Creative” bajo la licencia “Creative Commons CC-BY-NC-ND 4.0” por Danny Garay. Se permite la distribución de esta obra en cualquier medio sin fines lucrativos ni modificaciones y con atribución al autor.
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Acerca de Danny Garay

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