La niña lloraba y lloraba, no había nadie alrededor y sus llantos se adentraban en la oscuridad sin recibir respuesta alguna. Era de noche, por eso la niña no se movía de donde estaba: debajo del único farol de la calle que estaba encendido.
—Mami… wuaaah… papi.
Pasaba el tiempo y la niña no encontraba consuelo.
—Quiero ir a casa…
Ella no sabía dónde estaba ni como había llegado allí. Llevaba llorando
desde hace una hora, sin embargo sentía que estaba perdida por más tiempo.
Sus ojos enrojecidos se secaron y su sollozo fue enmudeciendo, luego se
fue a acurrucar al poste del farol y cerró sus ojos.
Escuchaba como el gélido viento pasaba haciéndola encogerse más y el
incesante sonido de los grillos la obligaba a estar despierta. Parecía que
estaba en calma, pero por dentro temblaba de miedo, su corazón latía deprisa y
le costaba respirar, frecuentemente suspiraba y repetía:
—Mami, papi, vengan…
Media hora después todo estaba en silencio, y la noche no parecía que
fuera a terminar pronto.
Minutos más tarde el temor de la niña se incrementaba al escuchar
claramente el sonido de garras golpeando el asfalto. Algo se acercaba a ella
lentamente, la niña súbitamente se levantó y el silencio reinó nuevamente. La
niña no sabía qué hacer, quería correr, pero su fobia a la oscuridad le impedía
moverse del lugar iluminado, en ese instante de duda, dos puntos rojos se
iluminaron frente a ella. Su cuerpo se paralizó al escuchar como el sonido de
las garras se reanudaba junto a un gruñido.
Lo primero que pensó la niña era que se trataba de un perro y
efectivamente así fue cuando aquella criatura asomó su hocico al umbral de la
luz a la cual la niña se aferraba. El animal tenía el pelaje negro y ojos
rojos, sus fauces estaban abiertas listas para morder, pero no avanzó un paso
más. Al parecer quedarse bajo el farol fue la decisión mas acertada de la niña,
a pesar de eso, la criatura no tenía intenciones de irse. Se quedó la niña
inmóvil tratando de no provocar al perro, minutos después escuchó como otro
perro se acercaba de igual manera, aunque no veía los ojos rojos del primero.
Las lágrimas rodaron nuevamente por sus mejillas, estaba desesperada,
sus esperanzas se desvanecían y justo cuando estaba a punto de romper en
llanto, el perro negro se alejó, luego se escuchó algunos ladridos, gruñidos, y
al final, sonidos lastimeros se iban haciendo cada vez menos audibles.
Otra vez todo estaba en silencio, para que luego se escuchara el sonido
de las pisadas del perro acercarse a ella.
Sin embargo, lo que apareció frente a la pequeña...
Era su perro, la niña abrió sus grandes ojos y luego se los restregó
para asegurarse de que no fuera una ilusión, pero allí estaba, su fiel mascota,
con la lengua por fuera y clavando sus ojos en los de ella, al mismo tiempo que
agitaba su cola.
Le tomó un tiempo reaccionar, con los ojos vidriosos, fue a abrazar a su
perro, y su llanto sonó una vez más en aquel desolado lugar.
De improviso la noche terminó, la luz del farol que protegía a la niña
se apagó, y ella, después de secarse las lágrimas dijo:
—Vamos a casa,
Haku.
El perro asintió con un ladrido, le lamió la mano a la niña y se dispuso
a guiar el camino a casa.
La niña
caminaba alegremente siguiendo a su mascota, se sentía feliz, ya que pronto
podría volver a ver a sus padres. Volvería a jugar el caballito con su papá,
comer lo que cocinara su madre, dormir plácidamente luego de jugar con su
perro… Haku, era su mejor amigo, y a la niña le parecía sorprendente que él
haya llegado hasta ella, en medio de la noche, sin duda era un perro valiente…
Los dos siguieron caminando por un buen rato, Haku no desviaba la
mirada, aunque de vez en cuando se giraba para ver a su ama, y ella le
acariciaba la cabeza mientras le decía lo tanto que lo quería. Fue un viaje
largo, caminaron en línea recta por la acera, sin ver a ninguna persona cerca,
de alguna manera, la niña se sentía inquieta una vez que empezaba a recordar el
lugar por donde estaba pasando, eso quería decir que ya estaba llegando a su
destino, no obstante… esa inquietud dentro de ella crecía…
Al fin, la niña vio la fachada de su casa, dudó por un momento entrar,
la casa estaba abierta, vio a Haku ladrar un par de veces y luego entró, ella
lo siguió a paso lento.
Al entrar, vio que había mucha gente alrededor, con caras tristes y
vestidos de negro, un color que le asustaba, el negro de la oscuridad, el negro
de la muerte…
Ella se quedó inmóvil, observando atentamente a todos lados, buscando a
sus…
—Oh, ¿ese no es
el perro de la familia? —alguien preguntó.
—Si, es él, al
parecer se había desaparecido por algunos días —contestó otro.
—Papá… mamá…
—dijo la niña con voz apenas audible, su cuerpo estaba temblando y el corazón
se le estaba acelerando—, ¿dónde están? …
La niña caminó unos pasos mas, y su vista se enfocó en una foto rodeada
de flores…
—No… —la niña se estremeció.
Ella se vio a sí misma en la foto.
—Estoy aquí…
—dijo la niña, conteniendo las ganas de llorar—, ¡estoy aquí!
Pero todos la ignoraron.
—¡Alicia! ¡Mi
Alicia!
—¡Mamá! —la niña
se giró al escuchar la voz de su madre—. ¡Mamá! ¡Ya regresé! ¡Mamá!
Pero la madre lloró sin escucharla.
—Ya querida
—habló el padre de la niña, consolando a la madre—, ella ya se fue…
La niña corrió donde estaba su madre, para abrazarla, para que se diera
cuenta que estaba allí, para que dejara de llorar, pero al final, todo se quedó
en blanco.
La niña ya no tenía que estar sufriendo, sola en la oscuridad.
Autor: Danny Garay
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