Capítulo Resubido por Problemas Técnicos
Capítulo 02: La Fortaleza de Cyngarfled
1ra
Parte
El inicio de la situación
actual del reino de Thorley se remontaba a 25 años atrás, cuando el rey Ulfrid
III tras la repentina muerte de su padre fue puesto en el poder. Después de
sostener una disputa menor con uno de los señores del Norte durante la
ceremonia de conmemoración de su mandato este decidió mandarlo a ejecutar, acto
que desató una rebelión prolongada de
seis meses en los que los condados del Norte y el Este se aliaron para pelear
contra los ejércitos de la capital.
Las tropas del norte fueron
difíciles de suprimir, pero eventualmente cayeron aplastadas por medio de la superioridad
numérica del ejército imperial. Con su derrota, los Aisen Asgurn estuvieron
forzados a acatar el mandato del rey y deponer sus armas. Sin embargo, la ira y
deseos de venganza de estos no desaparecieron.
Cuando 20 años atrás el reino
de Thorley fue invadido por la Armada del Dios Demonio, los hombres del norte
tuvieron otra oportunidad perfecta para sublevarse nuevamente, proclamando sus
territorios independientes.
Este periodo permitió a los
hombres del norte organizarse y retirar los soldados de Thorley de sus tierras,
y aunque eventualmente la «Gran Guerra del
Trienio» llegó a su fin con la derrota de la armada
de Ostanatos en la Batalla de Odoric, para el momento en que el rey Ulfrid
regreso al poder la estructura jerárquica de su país yacía en la peor de las
condiciones, producto de las revueltas y subsecuentes guerras causadas por los
tres años de ocupación.
El lord de Cyngarfled, Lord
Juloiste Owirholm, tomo ventaja de tal momento de debilidad y viendo el control
que poseía su feudo sobre el Paso de Estea aprovecho para imponer un caro peaje
en la ruta como una forma de dificultarle al reino su recuperación económica. A
sabiendas de su condición actual los mercaderes decidieron aceptar a
regañadientes el excesivo peaje, sin embargo esto no evito el problema.
Juloiste cada vez se hizo más
constante con los aumentos en los pagos que debían hacerse para pasar por la
ruta, todo con el fin de aumentar presión sobre el reino. En algún punto el
caro pasaje por Estea comenzó a ser usado como herramienta de extorsión con el
fin de pedir la deposición del rey Ulfrid.
Aún con las trabas puestas
por la obstrucción en Cyngarfled, la armada imperial logro restituir una cierta
parte del orden de Thorley.
Sin embargo este yacía
dividido y los soldados de los que se disponían se encontraban menguados tras
las incansables guerras y las sucesivas revueltas. Para el momento en que se
logró estabilizar por completo todo Thorley, los territorios que ocupaba el
reino ya habían sido reducido a tres quintas partes de lo que eran.
Tanto los campesinos, como
nobles y soldados empezaban a pedir una campaña militar con el fin de retomar
aquellos territorios que se habían perdido. Del mismo modo, los comerciantes de
Thorley cansados de los altos precios que tenían que pagar para vender sus
mercancías en el paso por el norte, también incitaron al rey a la guerra
pidiendo la toma de Cyngarfled como primer objetivo.
Promovido por su pueblo,
finalmente Ulfrid inició una orden de reconquista, poniendo en marcha decenas
de miles de soldados con el fin de tomar los territorios del norte, empezando
por el condado de Cyngarfled como objetivo primordial.
Los Generales optaron por
llevar a cabo la toma de Cyngarfled por medio de un asalto a su fortaleza, una
colosal edificación que se encontraba protegida por un paso entre
dos montañas, las cuales cubrían ambos flancos. Además de estar conformada por
dos muros concéntricos, que suponían un gran desafío para su toma.
Aún conscientes del reto que era
conquistar Cyngarfled los hombres se encaminaron a la batalla. Irónicamente, las
tropas de soldados desconocían el avanzado armamento enemigo, unos legendarios lanzadores de hechizos de fuego que habían sido
bautizados como los Cañones de Ignición de Torden.
A causa de esto el asalto acabo siendo un
fracaso que trajo consigo la pérdida de más 7,000 soldados. Aun así, varios
años más tarde, una nueva fuerza fue enviada con una tropa mayor y un general más
experimentado. Si bien el nuevo general aprendió de los errores pasados, fue
incapaz de atravesar el muro. Eventualmente pese al buen desempeño militar, los
soldados se vieron en forzados a otra retirada.
Finalmente los intentos por tomar
Cyngarfled llegaron a su fin con el tercer ejército. Este contaba con grupo de
300 jinetes de Guivernos bajo su mando, junto con un ejército aún más numeroso
que los anteriormente enviados. Los soldados de a pie fueron movilizados en
una carga a toda velocidad, mientras que
el General lideraba a los jinetes de Guivernos para sobrevolar las montañas. La
idea era tomar por sorpresa a las defensas de Cyngarfled, sin embargo la
caballería alada falló y con ello 150 jinetes fueron abatidos de manera casi
instantánea durante la batalla, incluyendo al mismísimo General. El combate no
pudo alargarse más tras aquel suceso, y finalmente el tercer asalto concluyo en
otra retirada.
Tras tres fallidos intentos de tomar la
fortificación de Cyngarfled, el término “inexpugnable” se comenzó a hacer
presente cuando se hablaba de ella. Finalmente, la moral de los hombres que
durante mas 14 años habían intentado recuperar el territorio se había
desquebrajado. Los fallos del ejército no solo desmoralizaron a todo el reino,
sino que confirieron a los soldados de Cyngarfled, un aura de completa
invencibilidad.
Cyngarfled se convirtió en el emblema de
inquebrantabilidad para todos los feudos rebeldes, y en un signo de absoluta
humillación para Thorley. Las operaciones de reconquista de Cyngarfled acabaron
cesando y la fortificación se convirtió
en una leyenda.
Una leyenda que atrajo la atención de
cierto hombre, quien con un ejército reducido y sin ninguna expectativa sobre
sus hombros se dispuso a hacer algo “imposible”.
2da
Parte
Hacía bastante que habían cambiado los
turnos de guardia.
Hombres de cabelleras larga,
mayoritariamente morenos de ojos azules y barba exuberante, era el arquetipo de aquellos que custodiaban
la fortaleza. Portaban muy poca armadura debido al clima, apenas un peto
pequeño, par de guanteletes y unas grebas de cuero eran las prendas mas pesadas
cubrían sus cuerpos. El resto de su vestimenta tenía la función de abrigar, por
lo que los chalecos de mangas largas, abrigos grandes y pantalones de cuero eran la norma entre ellos. Varias
correas se enrollaban alrededor de sus chalecos recogiendo cualquier vestimenta
que se abultara demasiado.
Portando esa investidura los soldados
caminaban y permanecían sentados en su sillas de madera durante la abrumadora y
gélida mañana, pasando junto a las grandes banderas azules con estandarte de
oso que ondeaban puestas en astas en lo alto del muro.
Los turnos de vigilancia se cambiaban
cada dos horas, por lo que lo normal era que no hubiera mucho tiempo para la
relajación, sin embargo durante los últimos meses la guardia había bajado
bastante. Era frecuente ver a los vigilantes aglomerándose en grupos de cuatro
y seis miembros para tomar turnos en pequeñas partidas de naipes, a menudo
disfrutando un gran tarro de cerveza.
No obstante, algunos como Fritz permanecían
lejos de estos grupos. En su mayoría no era tanto porque estos tuvieran una
gran integridad como buenos soldados y hombres de reglas cumplir, sino por más
bien por ser poco sociables o por el mero hecho de que no llevarse bien con sus
compañeros. Fritz encajaba más dentro del segundo grupo.
—Uuuuw… ¡Achú! —Fritz estornudo, froto
fuertemente su nariz y se pegó aún más a su silla.
—¡Qué frío hace, joder! —Exclamó,
mientras yacía sentado viendo el horizonte—. ¡Sabía que el clima en fortaleza
no era de lo más agradable, pero en serio esto es ridículo!
Titiritando, froto sus manos furiosamente
contra sus hombros en un infructífero esfuerzo por calentarse.
—¡Hey! ¡¿Qué sucede, Fritz?! ¿Te estás
congelando? —Dijo aguantándose las ganas de reír un viejo soldado de incipiente
calva quien calmadamente se acercó al muchacho.
—¡No te burles, viejo idiota! —Exclamó
Fritz furioso—.
El hombre de gran bigote y barba blanca
soltó una gran carcajada ante la infantil replica de su joven compañero.
Halando una silla de madera el hombre la colocó al lado del joven para poder
hacerle compañía.
—¡Y eso que estamos en Pynicia, espera
que llegue Larona! —Dijo con un carcajada en medio—. ¡Este lugar te encantará!
—Tch —Fritz bufó con un tono malhumorado.
—Supongo que no lo estás pasando bien en
tu tiempo de vigilancia, ¿no es así, muchacho?
—Puedes tener la certeza de ello…
—Respondió aún furioso el chico.
—¿Tan malo te parece este trabajo? —Dijo
el hombre mayor a su lado, mientras tronaba algo distraído sus grandes y
fornidas dedos—. Hay jóvenes que matarían por estar en tu lugar, sirviendo a
Lord Juloiste.
—Sí, eso está muy bonito, Volker… —Espetó
con suma indiferencia el joven—. Pero yo no soy uno de esos chicos. Yo hubiera
preferido quedarme trabajando en mi poblado como ovejero, antes de venir a
pasar penurias aquí.
—Jejeje… No te quejes tanto, ya será tu
turno para ir a calentarte adentro.
—Por mí siempre sería mi turno… —Replicó.
—Hmm… Sabes para ser alguien tan quejón
me resulta difícil creer que hayas decidido venir aquí por cuenta propia,
¿acaso te están obligando a trabajar en este lugar?
—Simplemente no me quedo de otra —Dijo
Fritz mientras exhalaba aire en señal de cansancio—. Metí la pata y no me quedo
de otra.
—¿”A que te refieres con meter la pata”?
No he visto muchos jóvenes que trabajen como soldados para pagar deudas. Más
fácil sería que fueras a vandalizar.
—¿Me estás sugiriendo convertirme en
vándalo? —Cuestionó Fritz con una expresión de incredulidad en su rostro—
Además, ¿dónde coños me voy a ir yo a vandalizar? vivimos en un puto condado
donde todo el mundo se conoce y del que estamos alejados a kilómetros de otros
poblados, es casi imposible hacer algo como robar dinero sin que te atrapen
rápido.
—Bueno, entiéndelo como quieras… Yo solo
digo que tu problema no es una deuda, así que debe ser algo más.
—Hmph… ¿Realmente estás interesado en que
te lo cuente? —Preguntó fastidiado Fritz—.
—Sí, definitivamente.
—¡Vaya viejo metiche! ¡¿Por qué sacas
este tema en primer lugar?!
—Deja de ser tan quejón y cuenta, ¿Quién
crees que ha tenido que oír tus lamentos todo este mes y medio? ¡Al menos
cuéntame algo cuando realmente me interesa!
Fritz hizo una breve pausa antes de
hablar.
—La embaracé, ¿bien?…
—¿A tu novia?
—Embaracé a una chica con la que salía, y
su papá me obligo a trabajar aquí para ganar un buen dinero y poder mantenerla
—Dijo molesto—. Vamos, no es una historia de lo más original tampoco.
Escuchando lo dicho por el joven, Volker
hizo una breve pausa antes de hablar.
—Sí, suena como algo común… Lo que no es
común es ver a alguien que va a ser padre con semejante humor… Debería ser algo
por lo que estar feliz.
—Tener hijos es solo un fastidio, nada
más.
Terminando de decir esas palabras Fritz
quedó en silencio como si no le diera mayor importancia al asunto.
—¿Un fastidio? ¡¿Eso es lo que piensas de
tu esposa e hijo?! —Exclamó Volker con un tono agresivo, claramente alterado
por lo dicho por Fritz.
—¿Eh? ¿y qué te pasa ahora, viejo? No
creo que fuera tu hija con la que me acosté…
—¡Ese no es el asunto! —Dijo Volker
indignado—. ¡¿Qué clase de hombre se queja por tener que mantener a su mujer y
su hijo?! ¡Yo no te hacía a ti ese tipo de charlatán!
Fritz quedo impresionado al escuchar la
palabras de Volker, siendo incapaz de contestar.
—¿No vas a decir nada?
Fritz se quedó en la misma posición no
queriendo decir nada más. Sin embargo, se podía notar la irritación por lo que
este se le había dicho.
—¡Pfft! ¡Es igual! ¡Los jóvenes de hoy en
día son todos unos sinvergüenzas…!
—¡¿Quién te has creído?! ¡Ni siquiera
sabes lo que paso y ya me estás juzgando! —Exclamó Fritz irritado.
Los demás vigilantes comenzaban a
escuchar la discusión, algunos se acercaron discretamente para ver intrigados
lo que sucedía. Otros más disimuladamente levantaban las cabezas y miraban en
dirección al escándalo.
—¿Dime que debería saber? ¡Estás todo el
día cansado de trabajar, cuando no haces nada! ¡Y ahora vengo y te hablo, y
resulta que te fastidia tener una familia!
—¡Ya, vale! ¡No te quería hablar de esto
para comenzar!
—¿Esa es tu respuesta? ¡Crees que no
diciendo las cosas cambiaras algo!
—¡Y ahora qué me dices…! ¡No se supone
que esta era una plática amistosa! ¡¿Qué haces dándome putos sermones?! ¡No
eres mi padre!
—¡Pero bien que te hacen falta buenos
sermones! ¡Nunca serás un hombre de verdad con esa actitud!
—¡¿Qué?! ¡Pero qué cojo…!—Fritz se levantó
de su silla claramente fastidiado por las palabras de su compañero se notaba la
ira en su rostro. Tomo la silla que se encontraba entre ambos y la aventó hacia
una lado del muro, rompiendo dos de sus patas.
—¿Y qué? ¿Qué pasa si estaba jugando con
ella? Es lo normal, ¿no? —Dijo mientras inhalaba aire, producto de la fatiga
que le había provocado la conversación—. ¡No creo que nadie de mi pueblo se
acostara realmente con otra chica por amor, todos estaban deseosos de tener
sexo! ¡Cualquiera les hubiera bastado con tal de presumírselo a los demás!
¡Hasta incluso tú debiste haber hecho lo mismo alguna vez! ¡O ahora me vas a
decir que tú siempre fuiste un hombre puro y recto toda tu vida! ¡No eres más
que un puto hipócrita!
—Fritz… ¡Tú! — Volker frunció el ceño
ante esas palabras, rápidamente se levantó de su silla, cosa que no había hecho
aun cuando Fritz había roto la mesa. Se
notaba los ánimos caldeados y las ganas de pelear de ambos.
Los hombres al lado ya no se acercaban
discretamente, un cumulo de personas se había reunido en esa área del muro
observando lo que pasaba.
— Cállate… —Las palabras salidas de la
boca de Volker más que una sugerencia, resultaban ser una completa advertencia.
Su rostro rojizo por el enojo dejaba ver claramente sus intenciones.
—¡Yo hice lo que todo el mundo…
—¡Cállate!
—Simplemente comencé a hacerlo con quien
me resultaba más fácil!
—¡¡Cállateeeeeee!! —Gritó a punto de
propinarle un puñetazo a su compañero.
Antes de que pudiera terminar de asestar
su golpe, el hombre paró en seco. Simplemente se quedó observando al horizonte,
mientras dejaba su puño a punto de tocar la cara de Fritz. El chico lo miro
algo extrañado.
—¿Eh? ¿Qué sucede, viejo?— Dijo Fritz
confuso.
El hombre permaneció un rato más mirando
al horizonte, a lo que otros hombres también hicieron lo mismo. Poco a poco
todo el mundo comenzaba a darse cuenta de lo que sucedía, menos Fritz que aún
permanecía de frente al anciano.
¡Fritz! —Dijo el hombre con un tono golpeado—.
¡Toca las campanas tenemos un problema!
El viejo Volker que se encontraban
mirando hacia el horizonte advirtió a Fritz con una cara de sorpresa y espanto
terrible.
—¿Eh? ¡¿Qué quieres ahora, viejo?! —Dijo
aún desconcertado el chico—.
—¡No estás viendo! ¡Mira al frente,
maldición! —Dijo exaltado el hombre.
Al mirar al horizonte el chico vio como
una muy densa bruma se acercaba lentamente a las murallas. Era una niebla
sumamente blanca y espesa, que no permitía que nada de lo que se encontrara
dentro de ella pudiera ser visto desde afuera.
Fritz no tardó mucho en entender lo que
algo como esto significaba, era algo que no había pasado nunca, pero cualquier
otra persona en su situación solo podría asumir un único escenario.
Estamos siendo atacados.
Alertado corrió directo al campinelle y
tomando un martillo que se encontraba pendiendo de la parte superior, golpeo
fuertemente la campana.
El sonoro campaneo que solo era usado
para emergencias alarmó a todos los soldados. Por un lado quienes se
encontraban patrullando en la parte de superior ya eran conscientes del peligro
para el momento en que escucharon cualquier sonido. Sin embargo, los que se
encontraban descansando en la parte baja detrás de la muralla, recién pudieron
comprender la situación tras escuchar la agresiva campanada.
—¡Fritz! ¡Ve abajo! ¡Ya sabes lo que
hablamos! ¡Tú te encargarás de operar primer cañón! —Gritó Volker con clara
aflicción en su rostro.
—¿Eh? ¡Yo… S-sí!
—¡Vamos, rápido!
El chico rápidamente se asomó por la
escalera y bajo tan rápido como pudo.
Al llegar a bajo podía ver un tumulto de
hombres alborotados, especialmente aquellos que no estaban vestidos, quienes
tomaban sus indumentarias y se las colocaban a toda prisa como mejor podían.
Fritz sin otra opción se movió entre el tumulto de la parte baja, intentando a
toda velocidad ubicar su posición dentro de los cañones.
En el transcurso veía como todos se
dirigían hacia algún lugar, ya fuera la armería para tomar armas, o las
escaleras para subir y defender desde la cima del muro.
Entre los que iban subiendo se
encontraban «Piromantes» y «Geomantes», los cuales ocupaban su sitio más atrás
de los arqueros y ballesteros. El resto portaba sables y espadas, y se
preparaban para ser abordados en el frente.
Fritz no se distrajo más, finalmente
alcanzo la ubicación del primer cañón y se dirigió a operarlo. Eran necesarios
tres hombres por cabina para poder operar un cañón. Uno brindaba el poder
mágico, otro lo movilizaba y otro usaba la mirilla para indicar el lugar a
donde se debía disparar. Fritz se encargaba de esto último, y si bien su
posición parecía la más prescindible, lo cierto es que cada operario de esta
herramienta mágica era indispensable para su funcionalidad. Aún más, puesto que
el grupo de hombres con la habilidad para dar coordenadas de tiro dentro la
fortificación, a duras penas sobrepasaba los dos dígitos.
El chico miró a sus compañeros, quienes
le incitaban a que de inmediato asumiera su posición. Entonces, se colocó en la
mirilla, observó y esperó.
En menos de unos cuantos minutos, todos
los hombres que yacían relajados en aquella fortaleza se habían ubicado en sus
posiciones para contrarrestar la posibilidad de un presunto ataque enemigo.
—¡¡Pensé que este día nunca llegaría!!
—Dijo entre carcajadas un soldado anónimo—. Tenía miedo de pensar que esos
bastardos no nos atacarían de nuevo.
—¡No sé qué decirte! ¡Al parecer esos
infelices aún conservan algo de su espíritu de lucha! —Dijo entre risas otro
hombre a su lado.
No solo ellos se mofaban y hablaban.
Tan pronto como todos asumieron sus
posiciones de batalla se escucharon sucesivos gritos, pláticas y risas llena de
furor y exaltación expectantes por la gloria de la batalla.
—¡Tendremos que escarmentar de nuevo a
esos perros de la capital!
Los hombres reforzaron su posición y se
prepararon para el ataque inminente. Inmediatamente después…
—¡Vengan cobardes! —Un grito de iracundo
resonó fuertemente en el muro de la boca de varios centenares de soldados—.
Preparados para el ataque mantuvieron sus
posiciones. Pasó el tiempo, y segundo a segundo cada hombre espero escuchar el
fuerte estruendo de algún cañón intentando tumbar la muralla fortificada por
magia.
Más sin embargo…
—¿Eh? ¿Qué sucede?
Nada sucedió.
Cuando afilaron su visión para ver hacia
la bruma no pudieron vislumbrar el ejército enemigo que tanto habían imaginado.
Más en su lugar solo pudieron ver a una única persona aparecer.
Era un chico de aparentemente trece o
catorce años, quien hasta donde podían vislumbrar tenía un rostro rudo, que
transmitían un sentimiento de severidad, pero al mismo tiempo de absoluta
confianza. Tenía una cabellera rojiza medianamente larga y ojos color carmesí,
que brillaban como la llama más caliente.
Por otro lado, resultaba llamativo el
cuerpo tan musculado que tenía para su edad, se notaba el entrenamiento físico
en sus músculos, mientras que la experiencia de batalla se vislumbraba marcada
en sus brazos en forma de cicatrices. Llevaba un
chaleco negro bastante apretado con líneas de bordado rojas, un par de
cinturones ajustados ceñidos a su cintura y botas marrones de cuero como
calzado.
El chico avanzó completamente desarmado
hacia el frente del muro. Inmediatamente después, y antes que los soldados
pudiera hacer exigencia alguna, este alzo su voz y muy fuertemente gritó.
—¡Soy el Heraldo del ejército Thorley!
¡Quiero hablar con su General, tenemos un trato para ustedes!
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